quarta-feira, 27 de novembro de 2019

POR QUÉ ESCRIBÍ ESTA NOVELA




POR QUÉ ESCRIBÍ ESTA NOVELA

Escribí esta novela, en primer lugar, porque es la obra sobre los orígenes imaginarios de mi cultura básica mediterránea-atlántica que siempre hubiese querido leer y que nunca encontré publicada. En segundo lugar, porque llevaba muchos años trabajando sobre la mítica del Camino de Santiago que, en España, transcurre sobre el paralelo 42º. Y el paralelo se me quedaba cojo si sólo me ceñía a recorrerlo entre Jaca y Compostela, es decir, al ámbito puramente cristiano y medieval de una ruta sagrada que, evidentemente, me parecía mucho más antigua, ya que en Finisterre había encontrado posibles huellas de Hermes, el dios griego que acompaña a las almas de los muertos al otro mundo. Así que, primero, alargué mi campo de interés hasta Finisterre (lo cual me hizo encontrar el sentido arcaico y solar del Camino: llegar hasta la mar, origen de la Vida, para morir y renacer) y después lo seguí hasta el Mediterráneo, buscando otras posibles rutas pre-cristianas que fuesen de donde el sol nace a donde el sol muere . Desde que llegué al litoral catalán me sentí atraído por el mágico Cabo de Creus y empecé a explorarlo, haciendo senderismo por sus barrancos y calas, sin saber la sorpresa que me iba a llevar. Una mañana salí a pie por los senderos de Cadaqués en dirección al sur y, algo más allá del lugar donde mi mapa señalaba Cala Joncols, vislumbré de repente un cabo en el horizonte que tenía la misma forma que un laberinto de plastilina que había hecho hacía poco, para describir el camino de aprendizaje del hombre en la vida. Cuando llegué allí me pasé el día recorriéndolo y, efectivamente, se correspondía muy bien con mi construcción en todo. Como el lugar se llamaba Cap Norfeu, inmediatamente me hizo recordar el mito griego de Orfeo y pensé que su viaje a los Infiernos en busca de la resurrección del alma amada era el mismo símbolo del viaje al Fin del Mundo en busca de la muerte del hombre viejo y del renacimiento del nuevo. Ahí obtuve el enlace entre la mítica medieval europea y atlántica del Camino de las Estrellas y la mítica mediterránea; con lo que comenzó a gestarse esta novela en mi cabeza. Esa misma noche, en Rosas, unas personas con las que conversé en un centro cultural me contaron una leyenda, inventada, según me dijeron, por Josep Plá, que describía como se formó el Cabo de Creus cuando Orfeo llegó en barco ante los Pirineos. También me hablaron de cierta persona llamada Maruresca, que vivía en Selva del Mar ...¡ y que había tenido una parte activa en un hermanamiento que hubo hace años entre los cabos de Creus y de Finisterre! Me fui enseguida a Selva, lugar encantador, y conocí a Maruresca, quien reforzó mi inspiración con su aspecto de sacerdotisa de la Gran Madre o meiga céltica. Allí mismo, en el Centro Cultural de la villa, pasé tres o cuatro días esbozando el guión fundamental de esta novela: principio, nudo y final.
 Después todo fue ponerme a recorrer el posible itinerario del vate en dirección a Galicia. La montaña de Verdera, con el monasterio de San Pedro de Rodas y con sus dólmenes milenarios, dio un gran impulso a mi imaginación, como también, más tarde, la belleza pura y agreste de los Pirineos, que compartí con unos músicos ambulantes galos. En Ceret, Cataluña Francesa, me presentaron a una amiga suya, contadora de cuentos, que me dio la primera referencia sobre los amores de Hércules y Pyrene. En Prades, ante el pico Canigó, tomé contacto con las obras de Jacinto Verdaguer. La montaña de la Cruz de Ferro, en el Camino de Santiago, y el albergue templario de Manjarín me parecieron los lugares apropiados para el encuentro con los guerreros andantes Brigmil. Al llegar a Finisterre, recorrí el litoral buscando una posible ubicación para las bocas del Hades y la encontré, inmejorable, descolgándome por detrás de un roquedo que un marinero llamaba “a Uña de Ferro.” Los inolvidables atardeceres tras las islas Cíes, en la ría de Vigo, donde nací, me hablaban continuamente de la Tierra de la Eterna Juventud y de la Dimensión de los Bienaventurados soñada por nuestros ancestros. Mi convivencia anterior con los nativos de la Amazonia me dio muchas claves para comprender la mentalidad simbólica y los posibles ritos de los pueblos primitivos europeos. El resto fue cosa de un 75% de imaginación y de un 25% de documentación sobre la época, encontrada, sobre todo, en los libros enciclopédicos de Robert Graves, que tocan mucho el tema de la transición del Matriarcado al Patriarcado, aunque la mayoría de los antropólogos actuales aseguran que no existieron nunca sociedades matriarcales en las que las mujeres ejercieran el poder principal (lo cual, dicen, es un mito marxista-feminista jamás comprobado), sino, como mucho, matrilineales o matrilocales. En cualquier caso, como esta obra va de mitos, yo le seguí la corriente a Graves porque me parece un tema muy actual en estos momentos en que parece que se está desmontando claramente la sociedad patriarcal en Occidente. Ni tenía interés ni podía pretender la confección de una novela histórica sobre una época de la que quedaron imprecisas huellas y poquísima documentación, teniendo, además, unos protagonistas, Orfeo, Hércules o los conquistadores de Irlanda, que pertenecen completamente al plano del mito (sobre todo Hércules, cuyas aventuras podrían haber sido las de varias figuras heróicas distintas de diversos pueblos, con diferencias de varios siglos, incluso milenios, entre unas y otras). Así que yo tampoco me preocupé demasiado porque no me coincidieran eventos y fechas. Simplemente, desde la perspectiva de un interés ibérico actual, compilé datos sobre lo que se cree (o, mejor, se especula) que debió ocurrir, más o menos entre 1300 y 1200 a. J. C., inspirándome en ello para construir el telón de fondo de mi relato, en el que dejé correr a plena libertad el juego de combinaciones y de relaciones posibles, y luego lo proyecté en el tiempo, todo lo que me apeteció, en un lenguaje próximo a la comprensión actual, por medio de los mitos del Diluvio, de los Titanes, de la Atlántida y de las Razas y Subrazas anteriores, para lo cual me sirvieron mucho las obras de Blavatsky y los primeros teósofos, estudiadas durante mi estancia en la comunidad de Figueira en el Brasil, junto con todo el amplio material esotérico sobre evolución monádica propio de ella. Como me he pasado la vida viajando y tendiendo puentes de amistad y de arte entre culturas y grupos diversos, me gustaría que esta obra no fuese sino un modesto puente más entre todas las comunidades que, a lo largo de los siglos, desde el extremo Oriental del Mediterráneo hasta el extremo Occidental del Atlántico Norte, han aportado su base cultural a la amada tierra donde nací, la verde Galicia, el país del Fin del Mundo de los antiguos europeos. A todas ellas, mi sentido homenaje


M.C. 13 Noviembre 2003 y 2012.

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