POR
QUÉ ESCRIBÍ ESTA NOVELA
Escribí
esta novela, en primer lugar, porque es la obra sobre los orígenes imaginarios
de mi cultura básica mediterránea-atlántica que siempre hubiese querido leer y
que nunca encontré publicada. En segundo lugar, porque llevaba muchos años
trabajando sobre la mítica del Camino de Santiago que, en España, transcurre
sobre el paralelo 42º. Y el paralelo se me quedaba cojo si sólo me ceñía a
recorrerlo entre Jaca y Compostela, es decir, al ámbito puramente cristiano y
medieval de una ruta sagrada que, evidentemente, me parecía mucho más antigua,
ya que en Finisterre había encontrado posibles huellas de Hermes, el dios
griego que acompaña a las almas de los muertos al otro mundo. Así que, primero,
alargué mi campo de interés hasta Finisterre (lo cual me hizo encontrar el
sentido arcaico y solar del Camino: llegar hasta la mar, origen de la Vida,
para morir y renacer) y después lo seguí hasta el Mediterráneo, buscando otras
posibles rutas pre-cristianas que fuesen de donde el sol nace a donde el sol
muere . Desde que llegué al litoral catalán me sentí atraído por el mágico Cabo
de Creus y empecé a explorarlo, haciendo senderismo por sus barrancos y calas,
sin saber la sorpresa que me iba a llevar. Una mañana salí a pie por los senderos
de Cadaqués en dirección al sur y, algo más allá del lugar donde mi mapa
señalaba Cala Joncols, vislumbré de repente un cabo en el horizonte que tenía
la misma forma que un laberinto de plastilina que había hecho hacía poco, para
describir el camino de aprendizaje del hombre en la vida. Cuando llegué allí me
pasé el día recorriéndolo y, efectivamente, se correspondía muy bien con mi
construcción en todo. Como el lugar se llamaba Cap Norfeu, inmediatamente me
hizo recordar el mito griego de Orfeo y pensé que su viaje a los Infiernos en
busca de la resurrección del alma amada era el mismo símbolo del viaje al Fin
del Mundo en busca de la muerte del hombre viejo y del renacimiento del nuevo.
Ahí obtuve el enlace entre la mítica medieval europea y atlántica del Camino de
las Estrellas y la mítica mediterránea; con lo que comenzó a gestarse esta
novela en mi cabeza. Esa misma noche, en Rosas, unas personas con las que
conversé en un centro cultural me contaron una leyenda, inventada, según me
dijeron, por Josep Plá, que describía como se formó el Cabo de Creus cuando
Orfeo llegó en barco ante los Pirineos. También me hablaron de cierta persona
llamada Maruresca, que vivía en Selva del Mar ...¡ y que había tenido una parte
activa en un hermanamiento que hubo hace años entre los cabos de Creus y de
Finisterre! Me fui enseguida a Selva, lugar encantador, y conocí a Maruresca,
quien reforzó mi inspiración con su aspecto de sacerdotisa de la Gran Madre o
meiga céltica. Allí mismo, en el Centro Cultural de la villa, pasé tres o
cuatro días esbozando el guión fundamental de esta novela: principio, nudo y
final.
Después todo fue ponerme a recorrer el posible
itinerario del vate en dirección a Galicia. La montaña de Verdera, con el
monasterio de San Pedro de Rodas y con sus dólmenes milenarios, dio un gran
impulso a mi imaginación, como también, más tarde, la belleza pura y agreste de
los Pirineos, que compartí con unos músicos ambulantes galos. En Ceret,
Cataluña Francesa, me presentaron a una amiga suya, contadora de cuentos, que
me dio la primera referencia sobre los amores de Hércules y Pyrene. En Prades,
ante el pico Canigó, tomé contacto con las obras de Jacinto Verdaguer. La
montaña de la Cruz de Ferro, en el Camino de Santiago, y el albergue templario
de Manjarín me parecieron los lugares apropiados para el encuentro con los
guerreros andantes Brigmil. Al llegar a Finisterre, recorrí el litoral buscando
una posible ubicación para las bocas del Hades y la encontré, inmejorable,
descolgándome por detrás de un roquedo que un marinero llamaba “a Uña de
Ferro.” Los inolvidables atardeceres tras las islas Cíes, en la ría de Vigo,
donde nací, me hablaban continuamente de la Tierra de la Eterna Juventud y de
la Dimensión de los Bienaventurados soñada por nuestros ancestros. Mi
convivencia anterior con los nativos de la Amazonia me dio muchas claves para
comprender la mentalidad simbólica y los posibles ritos de los pueblos
primitivos europeos. El resto fue cosa de un 75% de imaginación y de un 25% de
documentación sobre la época, encontrada, sobre todo, en los libros
enciclopédicos de Robert Graves, que tocan mucho el tema de la transición del
Matriarcado al Patriarcado, aunque la mayoría de los antropólogos actuales
aseguran que no existieron nunca sociedades matriarcales en las que las mujeres
ejercieran el poder principal (lo cual, dicen, es un mito marxista-feminista
jamás comprobado), sino, como mucho, matrilineales o matrilocales. En cualquier
caso, como esta obra va de mitos, yo le seguí la corriente a Graves porque me parece
un tema muy actual en estos momentos en que parece que se está desmontando
claramente la sociedad patriarcal en Occidente. Ni tenía interés ni podía
pretender la confección de una novela histórica sobre una época de la que
quedaron imprecisas huellas y poquísima documentación, teniendo, además, unos
protagonistas, Orfeo, Hércules o los conquistadores de Irlanda, que pertenecen
completamente al plano del mito (sobre todo Hércules, cuyas aventuras podrían
haber sido las de varias figuras heróicas distintas de diversos pueblos, con
diferencias de varios siglos, incluso milenios, entre unas y otras). Así que yo
tampoco me preocupé demasiado porque no me coincidieran eventos y fechas.
Simplemente, desde la perspectiva de un interés ibérico actual, compilé datos
sobre lo que se cree (o, mejor, se especula) que debió ocurrir, más o menos
entre 1300 y 1200 a. J. C., inspirándome en ello para construir el telón de
fondo de mi relato, en el que dejé correr a plena libertad el juego de
combinaciones y de relaciones posibles, y luego lo proyecté en el tiempo, todo
lo que me apeteció, en un lenguaje próximo a la comprensión actual, por medio
de los mitos del Diluvio, de los Titanes, de la Atlántida y de las Razas y
Subrazas anteriores, para lo cual me sirvieron mucho las obras de Blavatsky y
los primeros teósofos, estudiadas durante mi estancia en la comunidad de
Figueira en el Brasil, junto con todo el amplio material esotérico sobre
evolución monádica propio de ella. Como me he pasado la vida viajando y
tendiendo puentes de amistad y de arte entre culturas y grupos diversos, me
gustaría que esta obra no fuese sino un modesto puente más entre todas las
comunidades que, a lo largo de los siglos, desde el extremo Oriental del
Mediterráneo hasta el extremo Occidental del Atlántico Norte, han aportado su
base cultural a la amada tierra donde nací, la verde Galicia, el país del Fin
del Mundo de los antiguos europeos. A todas ellas, mi sentido homenaje
M.C.
13 Noviembre 2003 y 2012.
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