LABERINTO
PERSONALIZADO. 14 a 21 años:
-“Continúa avanzando en el sendero –dijo
el instructor otro día-, haz lo mismo en cada período de siete años, tu
adolescencia, de los 14 hasta los 21, tu primera juventud hasta los 28 y así
sucesivamente, hasta la actualidad.
-La
adolescencia supone uno de los períodos de mayor crisis de la vida. Morimos con
angustia a la infancia y luchamos por renacer como individuos diferenciados de
nuestros padres, por construir un ego o personalidad fuerte y única y
proyectarla de forma original y creativa, por conseguir autoafirmación e
independencia, por descubrir lo externo y la sexualidad y proyectarla, por
atraer, ser aceptado, hacer nuestras primeras pequeñas conquistas o alianzas,
competir o colaborar con los iguales, controlar y dominar a los menos fuertes y
resistir todo lo posible el control y el dominio de lo que nos parece más
fuerte que nosotros.
Es una etapa lírica y épica, de enorme lucha,
que entrena y fortalece a la mayoría y derrota, asusta y traumatiza a otros
durante mucho tiempo, pero las derrotas y traumas no nos impactan de una manera
tan inerme, inconsciente y pasiva como durante la infancia, porque ya tenemos
mayor autoconsciencia, capacidad de elegir, de adquirir los conocimientos
necesarios, de desarrollo de estrategias y de recursos de expansión o defensa.
……………………………………………………………………………….
-Continúa sin hacer, todavía -aconsejó el
nerio-, modificaciones más allá de la Estación 89, “Síntesis”, estación en la
que te sentarás siempre a meditar cada vez que necesites sentarte, mirando
hacia atrás en tu camino, para que todo lo oculto aflore.
-Recorre el laberinto, colectando cuantos
recuerdos de esa edad hagan surgir por analogía los perpetuos esenciales, las
caras del ego, el camino común o el iniciático, en cada una de las 89 primeras
estaciones … a cada peso que sientas en tu ánimo, coloca abono o una piedra en
la estación correspondiente, desprendiendo con tranquilidad esa pesadez de tu
alma para siempre.
Piensa bien ahora en lo que es
creatividad y sincera expresión de ti mismo para ti; diferencia lo que es
afirmar tu pequeño ego y tu Yo Integral, valora cuánto cuesta en esfuerzos,
conflictos y sufrimientos el tiempo que se pueden sostener una afirmación o la
otra.
Mientras recorres y cultivas tu laberinto
personal, piensa en el tipo de energía y la calidad de mensaje que han
proyectado, a tu manera, todas tus expresiones creativas en general, piensa en
la influencia negativa ejercida por las creencias, ideologías, supersticiones,
falsedades, vanidades, prejuicios, intolerancias, resentimientos, que has
proyectado en tus obras hacia ti mismo y los demás..
-Coloca tierra abonada o una piedra por
cada vez que has producido una influencia negativa en otros. Más grande la
palada de abono o la piedra cuanto más se contradiga con tu propio código de
valores, cuanto menos digna de tu autenticidad.
-Diferencia bien lo que es el amor y la
sexualidad del ego y los del alma y el yo, diferencia lo que es compartir libre
y generosamente afecto entre iguales o vampirizar la energía del otro,
utilizándolo con apego, sentido de posesión, dominio, control y celos;
diferencia entre fidelidad convencional obligatoria y la verdadera lealtad de
la amistad firme y espontánea.
-Coloca una piedra encima de otra en el
borde del macizo de cada estación correspondiente, sacando de tu alma todas las
mentiras, insinceridades, traiciones a ti mismo y a los demás y negatividades
que has proyectado, comprendiendo, perdonando, perdonándote, limpiando,
sanando, compensando, renovando. Coloca las piedras en pirámides si son
demasiadas. Planta hierbas medicinales, aromáticas y verduras bien nutritivas
para transmutar.
Coloca una gran piedra por cada actitud
tuya que te impide aceptar y respetar a otra persona tal cual ella es y se
comporta, y no como tú piensas que debería ser o comportarse.
Coloca una piedra por cada vez que no has
podido soportar el ritmo de otra persona, en lugar de acoplar el tuyo a una
danza armónica con ella.
-Al mismo tiempo, compensa todo eso
embelleciendo, con tu mayor creatividad, a tu manera más original, aquellas
estaciones del camino que tienen que ver con tus más gratas y contructivas
obras creativas, con tus mejores influencias sobre tu medio, con tus más
hermosas relaciones y encuentros, y agradece, agradece, agradece y honra esas
energías maravillosas, levantando jardines floridos y monumentos a tus amores y
amigos y proyectando mentalmente tu afecto por ellos, en nombre del Amor de la
Vida, sobre todas sus criaturas de todos los reinos que lo están necesitando.”-
26-
ALCÍNOO DE LOS FEACIOS
Navegaron
después con la “Astarté” hacia el Norte, hasta Corcyra, en la isla de los
Feacios, Drepane, la de la forma de hoz, situada enfrente del país de
Tesprotia, en el Epiro, que fue el primer lugar donde los antiguos aqueos se
asentaron, tras venir de Occidente. Corcyra es el mejor puerto para cruzar
navegando el estrecho de Otranto, a fin de llegar desde Grecia al sur de
Italia, tierra de promisión, que se estaba llenando de ricas colonias griegas.
Orfeo
se despidió afectuosamente de Beleazar y de los tripulantes de la “Astarté” y,
seguido, subió al palacio del rey local, Alcínoo, para presentarle el mensaje
del rey Laertes de Ítaca, pidiéndole que le recomendara al comandante de los
tres navíos tirsenos.
Alcínoo
era un hombre joven aún y determinado, culto y distinguido, de origen cretense,
también pariente de Sísifo, que, habiendo tenido que emigrar de su ocupada
Éfyra por causa de la opresión de los aqueos, se había convertido en rey de la
fértil Feacia mediante su matrimonio con la reina pelasga, Arete, fundando
ambos, después, la ciudad de Corcyra o Kerkira.
Los
feacios eran tan magníficos marinos, que hasta se decía que fue la propia
Atenea quien les había enseñado a construir naves rápidas y a navegar con
ellas. La pareja de dirigentes logró ponerse de acuerdo en una eficaz
administración y diplomacia, abriéndose a los nuevos tiempos sin renunciar a
los antiguos, con lo que se hicieron amigos de todos, así que el continuo
intercambio de la nueva Grecia con Italia enriqueció al pequeño reino insular.
Sin
embargo, Arete era una reina del Viejo Orden, Alta Sacerdotisa-Abeja de la Gran
Madre en su isla. La tradición matriarcal exigía que su marido llegara a
convertirse en rey consorte y jefe de guerra por un período limitado, siendo
sacrificado a la Diosa antes de tres años, igual que sus hijos varones lo eran
antes de haber cumplido uno, para que la reina pudiese escoger marido nuevo,
más joven para tener hijos y más potente y temerario como jefe de guerra para
el país. De esa manera no había peligro de que un varón retuviese por mucho
tiempo el poder que correspondía legítimamente a las matriarcas y que éstas
legaban a sus hijas.
Si
el rey se resistía a obedecer la Ley, cualquier príncipe o campeón que se
atreviese a desafiarle y a matarle podría aspirar a ser escogido como rey
consorte por la Abeja Reina en su lugar. Sin embargo, en el mundo pelasgo se
podía negociar hasta con la Diosa, y Arete estaba encantada con su marido, el
caballeroso, sabio, elegante, firme y gentil Alcínoo, un hombre de los de
verdad, de los de antes, uno de los últimos representantes vivos de la antigua
aristocracia cretense que quedaban en toda la Pelasgia, alguien que hasta
sentado en el trono de un reino pequeño parecía un emperador, en nada semejante
a aquellos burdos helenos prepotentes y machistas, recién bajados de las
montañas del norte con un hierro en la mano, aún oliendo a carnero.
Así
que, para cumplir la ley, Arete hacía que su marido abdicase, cada tres años,
en un niño que era sacrificado en lugar del rey. Después, la reina volvía a
escoger a Alcínoo por otro período, con lo que la Sagrada Tradición, por
mujeres creada, se adaptaba a lo que la conveniencia de las mujeres demandaba
de ella, sin necesidad de reformarla.
Orfeo
recordaba que, durante el regreso de los argonautas a Yolkos tras robar el
Vellocino, una escuadra colquídea de ocho galeras de guerra los había
finalmente localizado y bloqueado en estas aguas, con orden de aprisionarlos y
devolverlos a la Cólquide para ser juzgados.
Pero
Alcínoo se tomó muy en serio su papel de juez sobre lo que ocurría en su
territorio y Arete se las arregló para casar esa misma noche a Jasón con Medea,
con lo cual, según la ley patriarcal imperante en Grecia, donde se encontraban,
la princesa se independizaba de su padre y no tenía por qué volver al reino
caucasiano, al supuesto reclamo de su familia.
Además,
según la ley matriarcal imperante en la Cólquide, como ella era la Sacerdotisa
de Hécate guardiana del Vellocino tras la desaparición de su hermana mayor,
Llilith, era libre de depositarlo en un templo de su elección donde estuviese
seguro, pensara lo que pensara su padre que por muy rey que fuese, sólo era un
varón ante la Diosa, sin autoridad en asuntos de su Religión. Realmente fue la
sagaz intervención e interpretación legal de los reyes de Feacia lo que
consiguió que la escuadra colquídea tuviese que renunciar a su presa y que la
aventura de los argonautas acabase en un final feliz y triunfante.
Ahora,
almorzando con ellos en su espléndido palacio ajardinado, Orfeo, rodeado de
elegantes pinturas murales de temas marítimos y mapas, recordaba aquellos
hechos, se enteraba de la evolución de sus antiguos compañeros y les agradecía
a los monarcas su inestimable ayuda, deseándoles mucha felicidad y alabándoles
por el patente esplendor de su reino.
-Nuestra
prosperidad se debe a nuestra neutralidad –respondió Alcínoo-. Somos un puente
entre un montón de reinos que están enemistados entre sí, por tanto nos
necesitan como mediadores de sus inevitables intercambios. No solamente el
puerto de Corcyra es el mejor lugar de paso entre Grecia e Italia, sino también
entre ambos y los dorios y molosos del Adriático, que están en la ruta obligada
hacia el centro del continente europeo, de donde traemos ámbar, lana y trigo.
-No
sé casi nada de lo que pasa en el Adriático –dijo Orfeo-. Yo soy un hombre del
Egeo. ¿Y quiénes son esos dorios de Dalmacia, majestad? El capitán del navío
fenicio que me trajo desde Creta a Corcyra me dijo que iba a llevar a los
dorios de la costa dálmata la mayor parte de sus mercancías.
-Al
norte de Grecia, a Occidente, hay un extenso país cubierto de montañas
escarpadas y cortado por grandes torrentes de agua que se llama la Iliria; su
litoral, lleno de islas, bahías y hermosas playas, la Dalmacia. Los helenos
pasaron allí desde Italia -dijo el rey de los feacios, señalando un mapa
pintado en una de las paredes de la sala-. También los aqueos dominaron ese
territorio en el pasado, antes de seguir conquistando lo que hoy es Grecia.
-Los
dorios son los descendientes de los helenos que se quedaron en Dalmacia e
Iliria, mezclados con los molosos y otros pueblos aún peores, de más al norte,
que sólo son unos salvajes que no han comenzado siquiera a desarrollar el
mental concreto. Estos dorios –observó con preocupación Alcínoo- son más fuertes
y numerosos cada año, y puede ser que un día decidan seguir hacia el sur, o que
otros bárbaros irracionales los empujen, y nos darán a todos un gran susto.-
Orfeo
se quedó mirando un rato el mapa y le extrañó ver repetidos por el sur y el
este de Italia muchos nombres similares a los de las regiones y ciudades que él
conocía en Grecia.
-Tampoco
sabía que los aqueos habían conquistado parte de Italia, mi señor... ¿A
quién...? ¿...Quién estaba en Italia antes que los aqueos? -preguntó.
-...Los
sabios cretenses contaban, amigo mío –la Historia era el tema favorito de
Alcínoo-, que los pobladores más antiguos de la Europa Occidental, incluida la
península Itálica, que en aquel momento no estaba separada de lo que hoy
llamamos la Griega, porque la conformación de las tierras y mares era bien
diferente, eran llamados Ligures, seguramente descendientes de los Acadianos de
la Raza Raíz Anterior a la Ariana, cuyo origen debió estar en las islas de
Córcega y Cerdeña y el litoral de la Etruria itálica. Pero hay un viejo mito
que dice que estos pueblos fueron invadidos por los Atlantes, nietos de los
titanes lunares, quienes venían del Océano.
-¿Titanes
lunares?
-Sí,
se dice que Febe y Atlas eran titanes de la Luna, porque fue en la Luna, que
era un mismo cuerpo planetario con la Tierra durante un ciclo anterior, que sus
mónadas encarnadas se individualizaron las primeras y se convirtieron en
gérmenes de espíritus humanos, cuando la mayor parte de lo que hoy es la
Humanidad aún se encontraban viviendo una evolución animal. Ese otro mito tan
extraño y mucho más arcaico simboliza la transición que hubo desde la
consciencia animal a la humana, hablaba de que los primeros hombres surgieron
de los dientes de la serpiente Ofión.
-Ahora me acuerdo de eso, me lo contaron en
cierta escuela… -dijo Orfeo discretamente- …El mito pelasgo de la creación
decía algo así como que, al principio, Eurínome, Diosa de Todas las Cosas,
surgió del Caos y se puso a ordenarlo a base de danzas sobre las aguas
primordiales, o sea, sobre la matriz placentaria del planeta, para entendernos:
su danza creaba vientos; el viento del norte, el Bóreas, se transformó en la
serpiente Ofión, que fecundó a la Diosa. Ella tomó entonces la forma de una
paloma, anidó entre las olas y puso el Huevo Universal, la serpiente se enroscó
en torno y lo incubó, y de él salieron todas las cosas del mundo, tal como las
conocemos. Pero ahí estalló la primera disputa entre los sexos: Ofión decía que
el creador había sido él. Entonces, Eurínome le arrancó los dientes de un
puntapié, de los que salieron los primeros hombres, y desterró a la Serpiente
Primigenia a los Infiernos.
-Eso
es, también yo fui iniciado en Samotracia, querido hermano –retomó su narración
el rey sonriendo con complicidad y haciendo con la mano el signo secreto- La
cáscara del Huevo Primigenio fue separada de la Tierra, junto con todos los
espíritus animales evolutivamente retardatarios de aquel ciclo, los incapaces
de acceder al ciclo nuevo que se daría en nuestro planeta tal como es hoy, y lo
que se separó conformó la Luna actual, un planeta muerto que todavía influye
sobre lo que queda de animal en nosotros.
-Después-
siguió hablando Alcínoo como si declamase un poema que ambos conociesen- la
Diosa creó las siete potencias del nuevo planeta, y puso cada una bajo el
control de una titánide y de un titán, aquellos seres que entonces eran las
consciencias más adelantadas en la Luna, los hijos de los dientes de la
serpiente, los Dragones de Sabiduría, que comenzaron a encarnar en la Tierra
como los primeros espíritus humanos, aún en cuerpos nebulosos, que se fueron
haciendo más densos según se iban sucediendo las Razas Raíces humanas, desde la
Primera a la Cuarta.
-En
las primeras islas continentales que se formaron sobre la Tierra –contaban
nuestros iniciadores en la Escuela de Misterios de Samotracia-, se
desarrollaron los cuerpos, primero gigantescos y torpes de los Lemures de la
Tercera Raza y, muchísimo más tarde, los menores en tamaño y cada vez más
perfeccionados de la Cuarta Raza Raíz, la de los Titanes o Atlantes, que tuvo
como la nuestra, la Aria, siete subrazas.
Indudablemente,
la más civilizada, adelantada en todo, duradera y gloriosa fue la Subraza
Quinta, la Tolteca, que creó un imperio mundial, como tú recordarás, Orfeo.
Atlas, o Atlante (encarnado como hijo de Poseidón y nieto del titán Crono),
encabezó la dinastía de Reyes Divinos del mismo nombre que durante miles de
años reinó sobre un archipiélago de siete grandes islas que había por entonces
en el Océano en lugar de los actuales continentes. A todo auge sigue una
decadencia, así que los toltecas finalmente declinaron y fueron sustituidos en
el poder por las dos subrazas atlantes de los Semitas Originales, primero, y de
los Acadianos, después.-
Orfeo
escuchaba con toda atención sin perder una palabra. Lo que le habían contado
los sacerdotes kabíricos al distinguido rey Alcínoo en el Santuario de los
Antiguos Dioses en Samotracia, era muchísimo más amplio y profundo que los
vagos apuntes sobre los orígenes que él había recibido, como joven príncipe
tracio, en la recepción que le dieron cuando estuvo en la Isla Sagrada. Además
en aquel tiempo su cabeza no estaba para aquellas cosas. Pero no dijo nada,
limitándose a asentir con movimientos de cabeza ante el relato del soberano, como
si ya conociese todas aquellas historias.
-La
flota imperial de los Atlantes Acadianos, los de la Sexta Subraza, Acadiana,
que sustituyó en su hegemonía a la Quinta, Tolteca –siguió declamando el
monarca-, en lo más esplendoroso de su poder, se lanzó a conquistar las
pequeñas naciones o tribus que tenían al Este, acadianos como ellos, mas
independientes, que eran las que poblaban la Iberia, la Italia y la gran Isla
Argelina que se destacaba del mar que cubría entonces el Sahara. También
conquistaron las islas del Mediterráneo Occidental donde se había originado su
subraza de navegantes y establecieron una gran base en donde hoy está la isla
de Creta que, en aquel tiempo, estaba en gran parte unida al continente.
Llevaron allí la magia de los herreros Telquines, grandes constructores de
armas y de buques de guerra.
Desde
aquella estratégica plataforma, dominaron Siria, Canaán y el Delta del Nilo,
con lo que Egipto, cuyos reyes eran de estirpe atlante, aunque independientes,
tuvo que empezar a negociar su posible sometimiento, porque no tenía una flota
que oponerles.
Pero
entonces, los imperiales empezaron a ser hostilizados por las pequeñas
embarcaciones de los únicos pueblos de navegantes mediterráneos que aún se les
resistían, los descendientes de Prometeo que vivían en Italia y en Grecia,
aunque esos nombres ni existían por entonces. Los Atlantes los llamaban Ligures
o Lugures porque tenían al lobo, Lug, como tótem, igual que los caucasianos
sureños, ya que el lobo aúlla a la Luna, que era su Diosa principal.
Este
Prometeo era otro titán, dicen que hermanastro de uno de los emperadores Atlas,
pero estaba desterrado de Atlantis por no querer aceptar los cultos egolátricos
que allí se habían adoptado oficialmente, cuando los Magos Negros barrieron al
Colegio de Iniciados que había regido el primer desarrollo de la Civilización
Oceánica.
Tiempo
atrás, Prometeo consideró que su propia raza ya estaba sufriendo una
degeneración irreversible y, siendo un canal de la Jerarquía Blanca, se sintió
llamado a preparar a los pioneros de una Raza Nueva en una tierra distante, con
una sangre joven. Por eso había abandonado su patria y explorado las tierras
altas de Anatolia.
Encontrando
hermosa a la hija de un jefe caucasiano, Helen, sacerdotisa lunar de la Gran
Diosa, tuvo hijos con ella, que fueron los antepasados remotos de los después
llamados pelasgos. Prometeo, que tenía verdadera vocación de maestro, inició a
aquellos hombres rústicos en lo que de mejor tenía la avanzada cultura atlante,
previniéndoles también contra sus vicios; por eso sus descendientes, que habían
construido su ciudad capital dentro de patrones civilizados, estaban
mentalmente preparados para oponerse a los imperiales, a pesar de su inmenso
poder y conocimiento.
-Prometeo
es veneradísimo en Tracia -apuntó Orfeo- allí dicen que, apiadado del
salvajismo y la pobreza de los primeros hombres, robó a los Dioses el Fuego del
Cielo para que ellos pudiesen tener uso de razón.
-Mira,
pues, como se hacen los mitos -respondió Alcínoo-. El “Fuego del Cielo” era el
avanzado conocimiento de la Civilización Titánica de la Cuarta Raza Raiz, la
Atlante, el conocimiento que Prometeo pasó al pueblo de su esposa extranjera,
una representante de la joven Quinta Raza Raíz, la Ariana, la de “los hombres”
tal como los entendemos ahora, y por eso, cuando finalmente lo cogieron
prisionero los oceánicos, lo encadenaron a las rocas del Cáucaso, hogar
original de sus enemigos, los ancestros de los arios pelasgo-ligures.
-Contaban
los Iniciadores Kabíricos –Alcínoo ya se había dado cuenta de que Orfeo no
conocía esa parte, pero le parecía un joven iniciado digno de seguir siendo
informado-, que hubo una guerra larga y durísima en la que aquellos abuelos de
nuestra raza actual obtuvieron sus primeras victorias.
Aquella
guerra se había preparado concentrando la mayoría de las fuerzas de los titanes
en sus bases en el norte de África y en el sur de Iberia. En un solo impulso
comenzó la invasión en toda regla por parte de una gran flota y en poco tiempo
fue el Mediterráneo Occidental y el litoral Egipcio dominado por los Atlantes,
quienes construyeron allí grandes pirámides escalonadas para sus cruentos
sacrificios humanos al sanguinario Crono, por cuya fama pasa hoy el país del
Nilo por ser la más antigua y culta nación del mundo conocido, aunque no eran
distintas de las muchas que servían en el archipiélago como lugares de culto.
Tan fuertes eran los oceánicos, tan imponentes sus construcciones y de una
forma tan cruel trataron a los invadidos que, durante un tiempo, fueron temidos
como malvados dioses inmortales por ellos; y ese es aún hoy el significado de
la palabra “titán” o “gigante”, que son corrupciones de “Atlán” o de “Atlante”
con las que sus enemigos los denominaban.
Los
jerarcas oceánicos lo sabían y cultivaban ese temor y esa creencia. Sin
embargo, así como dominaron el sur, el cercano oriente y sus islas, y ya se
preparaban para asaltar desde allí la Mesopotamia, no se esperaban la terrible
resistencia que encontraron en las tribus ligures de las zonas salvajes donde hoy
están la Iberia septentrional, Italia, Iliria y Grecia, que en aquel tiempo
eran las partes montañosas de un solo país continuo, que formaba el margen
norte del Lago Ligur.
Comparados
con las actuales tribus europeas, por ejemplo, aquellos ancestros suyos no eran
más que unos rudos y salvajes cazadores de los bosques, pero puros, fuertes y
poseedores de un indomable espíritu de libertad e independencia.
De
entre estos pueblos destacaba, por ser una tribu sabia, guerrera y tenaz, de la
que sus vecinos decían que había sido “creada del barro y agua por el titán
desterrado Prometeo, hermano del Emperador Negro, que les había dado la luz de
la civilización después de robar para ellos el fuego sagrado de los dioses”, lo
que quiere decir, como contábamos antes, que eran una mezcla de titanes
acadianos enemigos de Crono y ligures, a quienes sus mentores, los Iniciados
Blancos de la Atlántida, allí refugiados, civilizaron lo suficiente como para
que pudieran oponerse a los imperialistas de su misma raza.
Por influencia de sus maestros, aquellos arios
caucasianos, ancestros de los helenos, aceptaron a Dious-Zeus o Dzeus como
padre de sus divindades ancestrales, sincretizando al dios Luc con Hermes y a
su diosa Deia con Atenea, amiga, cómplice y protectora de Prometeo. Su sede
principal era en un lugar de situación hoy desconocida que habían llamado
Adenia, Denia o tal vez Atena en honor a ella.
Los
pelasgo-ligures primitivos no sólo detuvieron el avance atlante en sus pantanos
y montañas a base de fuerza moral, heroísmo y espíritu de resistencia, sino
que, durante muchas décadas, los atacaron en el mar y por todas sus fronteras
sin ayuda de nadie más, aunque luego, a medida que liberaban territorios,
fueron uniéndose a los otros luchadores mediterráneos cuyos países habían sido
sojuzgados por el imperio, y acabaron expulsando a los invasores de sus
conquistas en Europa continental, a base de una terca y desgastante guerra de
guerrillas.
Luchadores
ligures tales como los de las tribus independientes de Iberia que, no pudiendo
resistir el primer empuje de los Atlantes, habían cruzado los Pirineos,
entonces mucho más bajos, y se refugiaron en las espesas selvas del Ródano
hasta que llegó por allí una flotilla de baleáricos del lago Ligur, también
exiliados por el avance de la flota de los titanes sobre sus islas. Uniéndose,
construyeron embarcaciones ligeras para todos y llegaron hasta Cerdeña, pasando
de allí a Italia, donde se juntaron a los helenos de la primera Adenia-Atena,
que también venían de Iberia por tierra. A partir de entonces, comenzaron a
lanzar golpes por sorpresa contra los diversos puertos que habían ocupado los
imperiales.
Rabioso
contra ellos, porque los atlantes eran una raza extremadamente pasional, el
emperador los atacó en un momento en que no podía disponer más que de la mitad
de su flota, porque la otra mitad estaba intimidando a Egipto. Pero los vientos
la acorralaron y dividieron contra la recortada costa y los barcos de los
pelasgos, mucho menores, pero, por lo mismo más maniobrables, se lanzaron al
abordaje, los vencieron y les arrebataron sus grandes navíos, para después
tomar Creta con ellos, apoderándose de más naves todavía en sus puertos.
Gracias
a aquel importante refuerzo naval inesperado y con los íberos, que conocían
bien a los atlantes, haciéndose pasar por ellos, los pelasgo-ligures pudieron
entrar en la fortificada capital de Canaán disfrazados y tomarla por sorpresa,
raptando a Europa, Alta Sacerdotisa de la Diosa del Mar, que era hija de
Agenor, hijo de Libia y de Poseidón (o sea un atlante-egipcio al que los
titanes habían hecho gobernador de lo que hoy es la tierra de los fenicios).
También les arrebataron otra flota que tenían anclada en Tiro y se la llevaron
a Creta.
Esta
hazaña fue convertida en símbolo por los bardos en el famoso mito de Zeus,
transformado en toro (disfrazado de atlante), llevándose a la bella Europa
hasta Creta sobre su lomo, donde el Rey del Olímpo se reconvirtió en águila (o
sea, recuperó su verdadera identidad) y la fecundó, engendrando en ella el
linaje de Minos, futuro emperador de los mares, el primer "europeo"
propiamente dicho, en quien se mezclaban las sangres y las culturas de
Atlantis, Egipto, Fenicia, Iberia y los helenos arcaicos.
Creta,
que por entonces no era del todo una isla, sino una península unida a lo que
hoy es el sur de Grecia e Italia, se convirtió en la base principal de
operaciones de la flota pelasgo-ligur; los íberos exiliados introdujeron en
ella el culto del toro, las danzas de los curetes (las mismas que bailan hoy los
tartesios), los rituales laberínticos y muchas otras costumbres (en gran parte
procedentes de su largo contacto con los atlantes), que habrían de permanecer
en el alma del lugar durante muchas generaciones más.
Por
fin, aprovechando que los jerarcas de Atlán estaban demasiado ocupados en
sofocar una multitudinaria revuelta interna, un ataque combinado naval y
terrestre, desde Creta y Canaán, hizo que los titanes tuvieran que abandonar el
rico Egipto primero y replegarse hacia el Oceáno después, tanto por la orilla
norte del gran lago Ligur, donde desembocaban los ríos de la cuenca europea,
como por su orilla sur, la Libia. El lago estaba separado del océano por un
istmo de montañas que venían desde el Sur de Iberia hasta el Atlas y que
marcaba las fronteras del Imperio Atlante propiamente dicho.
Por
tres veces durante muchos años, los pelasgo-ligures, que habían ido asimilando
muchos de los conocimientos de sus decadentes enemigos, intentaron penetrar las
fronteras del imperio, pero, aunque en principio consiguieron grandes
victorias, la superioridad numérica y los recursos de Atlantis eran tan
grandes, que los ejércitos insulares acababan siempre desembarcando en Iberia o
la Libia Occidental y recuperando las posiciones conquistadas.
Sin
embargo, la última vez que lo hicieron, el caudillo pelasgo-ligur, un tal
Alceo, o Alción, decidió avanzar por tierra y con la flota, rodeándolos en
forma de tenaza por el norte de Iberia y por Mauritania, con lo que pretendía
embolsarlos y tomar los puertos de donde les llegaban refuerzos y vituallas. La
maniobra dio buen resultado, la expedición de desembarco atlante fue rodeada,
bloqueada y sitiada por hambre, hasta que no le quedó más remedio que rendirse;
los puertos de la Hesperia Blanca fueron tomados y, desde ellos, se rechazaron
todas las sucesivas invasiones que el cada vez más decadente imperio tuvo ánimo
de intentar. El Mediterráneo se convirtió en un mar ligur.
El
emperador acadiano sobrevivió, aunque tuvo que sufrir una larga y angustiosa
fuga por mar y por tierra, hasta que logró reembarcar en el extremo occidente
de Iberia y volver a su capital en Poseidonis. A pesar de que había perdido más
de la mitad de sus recursos, hizo lo posible para formar otra flota y otro
ejército, a fin de vengarse, pero la economía general estaba tan deprimida que
se le rebelaron varias regiones de su propia isla. En los tiempos que se
siguieron, los dirigentes atlantes estuvieron concentrados en luchar contra sus
opositores dentro de su mismo territorio y ya nunca más volvieron a tener
oportunidades para ocuparse de aventuras exteriores.
Los
pelasgo-ligures, entretanto, lograron expulsar a los oceánicos de Canaán y
luego del litoral de Egipto, donde ayudaron a fundar el puerto de Faros y la
ciudad de Sais, en la que entronizaron el culto de su Diosa de la Sabiduría, a
quien los egipcios llamaron luego Neith o Nit y sus descendientes griegos,
Atenea. Con el mismo impulso, siguieron empujando a los atlantes hasta sus
antiguas fronteras. A partir de sus victorias, sus barcos predominaron tanto en
lo que entonces era el mar Mediterráneo-Sahara, que pasó a llamarse el Mar
Ligur.
Mucho
tiempo más tarde, los ligures se atrevieron a salir a comerciar al mismo
Océano, a despecho del monopolio Atlante, y hasta hicieron planes para invadir
el imperio de Poseidonis, que cada día estaba más corrompido y envuelto en
guerras civiles, en las que se hostigaban unos a otros con sus terribles armas
mágicas, algunas de las cuales jugaban con energías telúricas y climáticas
imposibles de controlar completamente, de las que las Escuelas de Misterios no
quieren dar detalles, ni a nivel de las Cámaras Superiores de Iniciados.
Por
causa de esas manipulaciones del equilibrio tectónico del planeta y de su clima
se produjo un terrible terremoto. El Mar Negro, que era un lago, se juntó a lo
que hoy es el Egeo y hubo maremotos e inundaciones terribles que cambiaron la
configuración del mundo, hundiendo las islas de los Titanes y a todos aquellos
antiguos países de sus enemigos, junto con quienes los habitaban.
El
Norte de África se elevó y luego volvió a descender, las aguas del Mar del
Sahara se vaciaron torrencialmente en el Mar Ligur por el desfiladero Líbico y
el antiguo cauce marino se convirtió hasta hoy en un gran desierto de arena.
Sólo
los navegantes y quienes consiguieron refugio en las más altas montañas se
salvaron, quedando ellas convertidas en islas, como quedaron Samotracia, Rodas,
la Anatolia Alta, el Cáucaso, Abisinia y Creta. Creta era una de las pocas
donde había dejado hondas huellas la cultura de los titanes Telquines: las más
importantes, la ganadería, la metalurgia, el arte de construir navíos y navegar
y el alfabeto, que los marinos cretenses introdujeron después en Egipto,
Fenicia y el resto de la Pelasgia.
De
los supervivientes de los pelasgo-ligures que habían quedado en las montañas de
Iberia y las de la ex-Isla Argelina, llamada hoy Macizo de Atlas, salió el
curtido tronco de los Íberos, que se extendieron por las costas del Nuevo Mar
Mediterráneo recién formado, ocuparon todas sus islas y la peninsula itálica
(hay hasta quien dice que de una de sus tribus salieron también los Griegos
Jonios, que fundaron su primera Atenas en el golfo de Tarento y que más tarde,
navegando hacia el Egeo, conquistarían el Ática y fundarían la segunda).
Después
de que las aguas se estabilizaron y de que la línea de costas que hoy conocemos
quedara definitivamente conformada, la antigua Liguria, incluida Italia, con
Córcega y Cerdeña, lo mismo que la Iliria, la Península Balcánica y las islas
del mar Egeo, volvieron a salir emigrantes del Cáucaso y los nuevos litorales
fueron ocupados por una serie de pueblos nómadas y pastoriles de variado
origen, procedentes del norte y de Asia Menor.
-
Los abuelos de los actuales Pelasgos –siguió Alcínoo-. Los caucásicos del sur
que se establecieron al borde del mar Egeo, no sabían nada de navegación, de
manera que los supervivientes de los íbero-ligures que habían tomado Creta a
los atlantes, en primer lugar, más algunos egipcios y los acadianos fenicios,
empezaron a establecer factorías comerciales y colonias y a civilizarlos, poco
a poco, acabando por integrarse todos en la cultura matriarcal de la Antigua
Diosa Lunar, que ahora era la diosa del Mar, Pontia. Hasta que todo el
Mediterráneo Oriental se convirtió en un mar cretense.
Por
entonces fue cuando aparecieron los Aqueos por Italia, procedentes de los
Balcanes, según algunos... En cualquier caso, no tenemos otros documentos de
esa época y del origen de los aqueos que las leyendas de transmisión oral
cantadas por los bardos, que pueden estar hablando de algo que ocurrió en un
lugar que, a lo mejor, tiene el mismo nombre en Italia que en Grecia y que no
se sabe si se recogió de un bardo de la generación anterior o si proviene de
hace cinco generaciones... Algunas otras de esas leyendas y canciones de bardos
dicen que los helenos aqueos llegaron de Iberia.-
-¿De
Iberia? -se extrañó Orfeo- ¿Esa raza tan guerrera vino del País de los Muertos?
-No
hablan los aedos exactamente del mítico País de los Muertos, ni siquiera de
Iberia, que es un nombre que sólo muy recientemente le hemos dado a esa exótica
península del Extremo Occidente, pero sí de unas islas mediterráneas que
sobrevivieron frente a su costa oriental (cuyos habitantes eran los antepasados
de los íberos), a las que los fenicios llaman Baleares y Pitiusas, donde se
construyeron grandes monumentos megalíticos y se adoraba a la Gran Diosa.
En
cualquier caso hay un poema de antiguas gestas, repetido por una sociedad
iniciática de bardos cretenses, uno de los cuales, por cierto, era antepasado
mío, que cuenta que varias fraternidades de guerreros de raza... digamos
ibérica, del Clan de los Hombres-Hormiga o Mirmidones (muy agresiva y
expansiva, como suelen serlo la mayoría de los pueblos isleños), hartos de
llevar una vida mediocre de simples pastores de ovejas en el seno de la
civilización matriarcal que dominaba completamente su archipiélago, donde su
honroso papel de cazadores ya no podía ejercerse por falta de caza, se lanzaron
a la aventura de buscar nuevas tierras que conquistar en una flota de muchas
pequeñas naves, costeando el litoral norte hacia oriente...
...
Y se acabaron uniendo en las bocas del Ródano, a orillas del Mediterráneo, con
cientos de varones que habían migrado desde los territorios de otra tribu de la
misma familia ibérica, tal vez proveniente de Córcega y Cerdeña, la de los
Helenos, buscando caza y pesca en aquellas selvas, para los cuales construyeron
más naves con la abundante madera del lugar, porque también ellos deseaban
conquistar con la espada nuevas tierras y muchas mujeres de las que pudiesen
ser los amos.
Ambos
contingentes juntos, mirmidones y helenos, formaron la primera “Coalición
Aquiya-Wasa”, o “de los Pueblos del Mar”, nombre que se redujo a “Coalición
Aquiya, Acaya o Aquea”, la cual arrebató, primero, el dominio de Córcega y
Cerdeña a los descendientes de los ligures -siguió el rey, señalando puntos en
el mapa-. Y sobre todo en Cerdeña, que es una isla muy grande, casi tanto como
Sicilia, crearon un reino muy fuerte que estuvo durante mucho tiempo pirateando
todo el Gran Verde.
Los
guerreros aqueos de Cerdeña, que tenían un aspecto como éste –el sabio soberano
mostró al bardo una estatuilla arcaica de bronce en la que se veía una figura
armada de coraza, escudo, lanza y casco con grandes ojos y dos largas antenas,
parecidas a las de una hormiga-, se lanzaron desde allí sobre Italia,
conquistando la región frente a Cerdeña; y después de eliminar a los varones y
mezclarse con las mujeres capturadas entre las tribus nativas, empezaron a
sentar las bases de una sociedad patriarcal. Sin dormirse en los laureles,
cruzaron los Apeninos y siguieron exterminando a los varones pelasgos y
repartiéndose sus mujeres en el este de la península itálica...
Desde
el Sureste sus primos, los jonios, mientras tanto, viéndolos venir, también,
matanza detrás de matanza, a por su rico puerto –Alcínoo señaló ahora en el
mapa el centro del golfo de Tarento-, saltaron por mar, bordeando el
Peloponeso, hasta el Ática, la mejor plataforma sobre el centro del Egeo, donde
rebautizaron a la ciudad que fundaron con el nombre de la abandonada, Atenas.
Mientras que los aqueos saquearon cuanto aún se mantenía en pié de Italia.
También
dominaron, seguramente en colaboración con sus primos eolios y dorios, el noroeste
del Adriático, donde fundaron Helos, en la laguna de mil islas del país de los
vénetos. Desde aquella magnífica base nórdica cruzaron al otro lado del mar,
invadieron la Iliria y la Dalmacia y fueron bajando hasta el País de los
Tesprotes del Epiro.
-Hasta
ahí, amigo Orfeo –dijo el rey volviéndose-, lo que nos enseñaron en Samotracia,
más lo que cantaron los bardos antiguos y lo que me contaron mis abuelas sobre
el origen de mi propio linaje... ya que, desde el Ática, los jonios tuvieron
intensas relaciones de guerra y de amor con Creta y, por fin, uno de sus
vástagos llegó a emparentarse con una princesa-sacerdotisa de la dinastía
Minos, recibiendo su hija, de la cual soy uno de los descendientes, el gobierno
de Éfyra.
En
cuanto a los otros helenos menos civilizados, ya puestos en el arranque norte
de la Península Balcánica, irrumpieron desde el Epiro en lo que hoy se llama
Macedonia, sur de Tracia y Tesalia, primero los eolios y más modernamente, los
propios aqueos mirmidones, micénicos, espartanos y otros. Y acabaron dominando
a toda la Península Egea, a la que llamaron Helas o Hélade, como tú sabes,
transfiriéndole los nombres, costumbres y religión de sus antiguos territorios
itálicos.-
Terminó
ahí su erudita explicación el rey Alcínoo, ya que su esposa estaba demandando
su atención hacía un rato. Orfeo estaba impresionado: muchas veces había
admirado aquel impulso determinado, temerario y expansivo de los orgullosos
aqueos, especialmente los mirmidones que vivían al sur de los tracios, al
tiempo que se prevenía contra su agresividad, pero nunca hubiese supuesto que
hubieran venido, de conquista en conquista, desde un lugar tan lejano como el
otro extremo del Mediterráneo.
Aunque
sabía que aquel sabio soberano no podía ni hablar de otros secretos que les
habrían sido revelados en su iniciación en los Misterios Kabíricos de
Samotracia, de un grado claramente más alto que aquella que él llegó a hacer
percibir que recibió. Orfeo recordaba superficialmente una versión esotérica de
la Historia Evolutiva de las Cuatro Razas que habían precedido a la Aria, lo
que hacía mucho más comprensible, aunque no menos misterioso, todo lo que
fenicios, cretenses y griegos habían registrado en los fragmentarios y
parciales mitos exotéricos de sus culturas.
Como
bardo, tampoco se fiaba demasiado de la historicidad de los poemas mitológicos
y heróicos cantados, repetidos, adaptados, arreglados, exagerados, emparentados
y transformados, con mayor o menor fortuna, por sus colegas durante muchas
generaciones, según lo que deseara oír el públicoque les daba de comer,
formado, generalmente, por los vencedores que lograron sobrevivir.
-“...Pero
así es como se registra la historia y como se crean las tradiciones y el
orgullo de los pueblos”- pensó, encogiéndose de hombros
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