quarta-feira, 27 de novembro de 2019

LABERINTO PERSONALIZADO. 14 a 21 años:



LABERINTO PERSONALIZADO. 14 a 21 años:


     -“Continúa avanzando en el sendero –dijo el instructor otro día-, haz lo mismo en cada período de siete años, tu adolescencia, de los 14 hasta los 21, tu primera juventud hasta los 28 y así sucesivamente, hasta la actualidad.

     -La adolescencia supone uno de los períodos de mayor crisis de la vida. Morimos con angustia a la infancia y luchamos por renacer como individuos diferenciados de nuestros padres, por construir un ego o personalidad fuerte y única y proyectarla de forma original y creativa, por conseguir autoafirmación e independencia, por descubrir lo externo y la sexualidad y proyectarla, por atraer, ser aceptado, hacer nuestras primeras pequeñas conquistas o alianzas, competir o colaborar con los iguales, controlar y dominar a los menos fuertes y resistir todo lo posible el control y el dominio de lo que nos parece más fuerte que nosotros.

 Es una etapa lírica y épica, de enorme lucha, que entrena y fortalece a la mayoría y derrota, asusta y traumatiza a otros durante mucho tiempo, pero las derrotas y traumas no nos impactan de una manera tan inerme, inconsciente y pasiva como durante la infancia, porque ya tenemos mayor autoconsciencia, capacidad de elegir, de adquirir los conocimientos necesarios, de desarrollo de estrategias y de recursos de expansión o defensa.

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     -Continúa sin hacer, todavía -aconsejó el nerio-, modificaciones más allá de la Estación 89, “Síntesis”, estación en la que te sentarás siempre a meditar cada vez que necesites sentarte, mirando hacia atrás en tu camino, para que todo lo oculto aflore.

     -Recorre el laberinto, colectando cuantos recuerdos de esa edad hagan surgir por analogía los perpetuos esenciales, las caras del ego, el camino común o el iniciático, en cada una de las 89 primeras estaciones … a cada peso que sientas en tu ánimo, coloca abono o una piedra en la estación correspondiente, desprendiendo con tranquilidad esa pesadez de tu alma para siempre.

      Piensa bien ahora en lo que es creatividad y sincera expresión de ti mismo para ti; diferencia lo que es afirmar tu pequeño ego y tu Yo Integral, valora cuánto cuesta en esfuerzos, conflictos y sufrimientos el tiempo que se pueden sostener una afirmación o la otra.

     Mientras recorres y cultivas tu laberinto personal, piensa en el tipo de energía y la calidad de mensaje que han proyectado, a tu manera, todas tus expresiones creativas en general, piensa en la influencia negativa ejercida por las creencias, ideologías, supersticiones, falsedades, vanidades, prejuicios, intolerancias, resentimientos, que has proyectado en tus obras hacia ti mismo y los demás..

     -Coloca tierra abonada o una piedra por cada vez que has producido una influencia negativa en otros. Más grande la palada de abono o la piedra cuanto más se contradiga con tu propio código de valores, cuanto menos digna de tu autenticidad.

     -Diferencia bien lo que es el amor y la sexualidad del ego y los del alma y el yo, diferencia lo que es compartir libre y generosamente afecto entre iguales o vampirizar la energía del otro, utilizándolo con apego, sentido de posesión, dominio, control y celos; diferencia entre fidelidad convencional obligatoria y la verdadera lealtad de la amistad firme y espontánea.

     -Coloca una piedra encima de otra en el borde del macizo de cada estación correspondiente, sacando de tu alma todas las mentiras, insinceridades, traiciones a ti mismo y a los demás y negatividades que has proyectado, comprendiendo, perdonando, perdonándote, limpiando, sanando, compensando, renovando. Coloca las piedras en pirámides si son demasiadas. Planta hierbas medicinales, aromáticas y verduras bien nutritivas para transmutar.

     Coloca una gran piedra por cada actitud tuya que te impide aceptar y respetar a otra persona tal cual ella es y se comporta, y no como tú piensas que debería ser o comportarse.

     Coloca una piedra por cada vez que no has podido soportar el ritmo de otra persona, en lugar de acoplar el tuyo a una danza armónica con ella.

     -Al mismo tiempo, compensa todo eso embelleciendo, con tu mayor creatividad, a tu manera más original, aquellas estaciones del camino que tienen que ver con tus más gratas y contructivas obras creativas, con tus mejores influencias sobre tu medio, con tus más hermosas relaciones y encuentros, y agradece, agradece, agradece y honra esas energías maravillosas, levantando jardines floridos y monumentos a tus amores y amigos y proyectando mentalmente tu afecto por ellos, en nombre del Amor de la Vida, sobre todas sus criaturas de todos los reinos que lo están necesitando.”-








26- ALCÍNOO DE LOS FEACIOS


Navegaron después con la “Astarté” hacia el Norte, hasta Corcyra, en la isla de los Feacios, Drepane, la de la forma de hoz, situada enfrente del país de Tesprotia, en el Epiro, que fue el primer lugar donde los antiguos aqueos se asentaron, tras venir de Occidente. Corcyra es el mejor puerto para cruzar navegando el estrecho de Otranto, a fin de llegar desde Grecia al sur de Italia, tierra de promisión, que se estaba llenando de ricas colonias griegas.

Orfeo se despidió afectuosamente de Beleazar y de los tripulantes de la “Astarté” y, seguido, subió al palacio del rey local, Alcínoo, para presentarle el mensaje del rey Laertes de Ítaca, pidiéndole que le recomendara al comandante de los tres navíos tirsenos.

Alcínoo era un hombre joven aún y determinado, culto y distinguido, de origen cretense, también pariente de Sísifo, que, habiendo tenido que emigrar de su ocupada Éfyra por causa de la opresión de los aqueos, se había convertido en rey de la fértil Feacia mediante su matrimonio con la reina pelasga, Arete, fundando ambos, después, la ciudad de Corcyra o Kerkira.

Los feacios eran tan magníficos marinos, que hasta se decía que fue la propia Atenea quien les había enseñado a construir naves rápidas y a navegar con ellas. La pareja de dirigentes logró ponerse de acuerdo en una eficaz administración y diplomacia, abriéndose a los nuevos tiempos sin renunciar a los antiguos, con lo que se hicieron amigos de todos, así que el continuo intercambio de la nueva Grecia con Italia enriqueció al pequeño reino insular.

Sin embargo, Arete era una reina del Viejo Orden, Alta Sacerdotisa-Abeja de la Gran Madre en su isla. La tradición matriarcal exigía que su marido llegara a convertirse en rey consorte y jefe de guerra por un período limitado, siendo sacrificado a la Diosa antes de tres años, igual que sus hijos varones lo eran antes de haber cumplido uno, para que la reina pudiese escoger marido nuevo, más joven para tener hijos y más potente y temerario como jefe de guerra para el país. De esa manera no había peligro de que un varón retuviese por mucho tiempo el poder que correspondía legítimamente a las matriarcas y que éstas legaban a sus hijas.

Si el rey se resistía a obedecer la Ley, cualquier príncipe o campeón que se atreviese a desafiarle y a matarle podría aspirar a ser escogido como rey consorte por la Abeja Reina en su lugar. Sin embargo, en el mundo pelasgo se podía negociar hasta con la Diosa, y Arete estaba encantada con su marido, el caballeroso, sabio, elegante, firme y gentil Alcínoo, un hombre de los de verdad, de los de antes, uno de los últimos representantes vivos de la antigua aristocracia cretense que quedaban en toda la Pelasgia, alguien que hasta sentado en el trono de un reino pequeño parecía un emperador, en nada semejante a aquellos burdos helenos prepotentes y machistas, recién bajados de las montañas del norte con un hierro en la mano, aún oliendo a carnero.

Así que, para cumplir la ley, Arete hacía que su marido abdicase, cada tres años, en un niño que era sacrificado en lugar del rey. Después, la reina volvía a escoger a Alcínoo por otro período, con lo que la Sagrada Tradición, por mujeres creada, se adaptaba a lo que la conveniencia de las mujeres demandaba de ella, sin necesidad de reformarla.

Orfeo recordaba que, durante el regreso de los argonautas a Yolkos tras robar el Vellocino, una escuadra colquídea de ocho galeras de guerra los había finalmente localizado y bloqueado en estas aguas, con orden de aprisionarlos y devolverlos a la Cólquide para ser juzgados.

Pero Alcínoo se tomó muy en serio su papel de juez sobre lo que ocurría en su territorio y Arete se las arregló para casar esa misma noche a Jasón con Medea, con lo cual, según la ley patriarcal imperante en Grecia, donde se encontraban, la princesa se independizaba de su padre y no tenía por qué volver al reino caucasiano, al supuesto reclamo de su familia.

Además, según la ley matriarcal imperante en la Cólquide, como ella era la Sacerdotisa de Hécate guardiana del Vellocino tras la desaparición de su hermana mayor, Llilith, era libre de depositarlo en un templo de su elección donde estuviese seguro, pensara lo que pensara su padre que por muy rey que fuese, sólo era un varón ante la Diosa, sin autoridad en asuntos de su Religión. Realmente fue la sagaz intervención e interpretación legal de los reyes de Feacia lo que consiguió que la escuadra colquídea tuviese que renunciar a su presa y que la aventura de los argonautas acabase en un final feliz y triunfante.

Ahora, almorzando con ellos en su espléndido palacio ajardinado, Orfeo, rodeado de elegantes pinturas murales de temas marítimos y mapas, recordaba aquellos hechos, se enteraba de la evolución de sus antiguos compañeros y les agradecía a los monarcas su inestimable ayuda, deseándoles mucha felicidad y alabándoles por el patente esplendor de su reino.

-Nuestra prosperidad se debe a nuestra neutralidad –respondió Alcínoo-. Somos un puente entre un montón de reinos que están enemistados entre sí, por tanto nos necesitan como mediadores de sus inevitables intercambios. No solamente el puerto de Corcyra es el mejor lugar de paso entre Grecia e Italia, sino también entre ambos y los dorios y molosos del Adriático, que están en la ruta obligada hacia el centro del continente europeo, de donde traemos ámbar, lana y trigo.

-No sé casi nada de lo que pasa en el Adriático –dijo Orfeo-. Yo soy un hombre del Egeo. ¿Y quiénes son esos dorios de Dalmacia, majestad? El capitán del navío fenicio que me trajo desde Creta a Corcyra me dijo que iba a llevar a los dorios de la costa dálmata la mayor parte de sus mercancías.

-Al norte de Grecia, a Occidente, hay un extenso país cubierto de montañas escarpadas y cortado por grandes torrentes de agua que se llama la Iliria; su litoral, lleno de islas, bahías y hermosas playas, la Dalmacia. Los helenos pasaron allí desde Italia -dijo el rey de los feacios, señalando un mapa pintado en una de las paredes de la sala-. También los aqueos dominaron ese territorio en el pasado, antes de seguir conquistando lo que hoy es Grecia.

-Los dorios son los descendientes de los helenos que se quedaron en Dalmacia e Iliria, mezclados con los molosos y otros pueblos aún peores, de más al norte, que sólo son unos salvajes que no han comenzado siquiera a desarrollar el mental concreto. Estos dorios –observó con preocupación Alcínoo- son más fuertes y numerosos cada año, y puede ser que un día decidan seguir hacia el sur, o que otros bárbaros irracionales los empujen, y nos darán a todos un gran susto.-

Orfeo se quedó mirando un rato el mapa y le extrañó ver repetidos por el sur y el este de Italia muchos nombres similares a los de las regiones y ciudades que él conocía en Grecia.

-Tampoco sabía que los aqueos habían conquistado parte de Italia, mi señor... ¿A quién...? ¿...Quién estaba en Italia antes que los aqueos? -preguntó.

-...Los sabios cretenses contaban, amigo mío –la Historia era el tema favorito de Alcínoo-, que los pobladores más antiguos de la Europa Occidental, incluida la península Itálica, que en aquel momento no estaba separada de lo que hoy llamamos la Griega, porque la conformación de las tierras y mares era bien diferente, eran llamados Ligures, seguramente descendientes de los Acadianos de la Raza Raíz Anterior a la Ariana, cuyo origen debió estar en las islas de Córcega y Cerdeña y el litoral de la Etruria itálica. Pero hay un viejo mito que dice que estos pueblos fueron invadidos por los Atlantes, nietos de los titanes lunares, quienes venían del Océano.

-¿Titanes lunares?

-Sí, se dice que Febe y Atlas eran titanes de la Luna, porque fue en la Luna, que era un mismo cuerpo planetario con la Tierra durante un ciclo anterior, que sus mónadas encarnadas se individualizaron las primeras y se convirtieron en gérmenes de espíritus humanos, cuando la mayor parte de lo que hoy es la Humanidad aún se encontraban viviendo una evolución animal. Ese otro mito tan extraño y mucho más arcaico simboliza la transición que hubo desde la consciencia animal a la humana, hablaba de que los primeros hombres surgieron de los dientes de la serpiente Ofión.

 -Ahora me acuerdo de eso, me lo contaron en cierta escuela… -dijo Orfeo discretamente- …El mito pelasgo de la creación decía algo así como que, al principio, Eurínome, Diosa de Todas las Cosas, surgió del Caos y se puso a ordenarlo a base de danzas sobre las aguas primordiales, o sea, sobre la matriz placentaria del planeta, para entendernos: su danza creaba vientos; el viento del norte, el Bóreas, se transformó en la serpiente Ofión, que fecundó a la Diosa. Ella tomó entonces la forma de una paloma, anidó entre las olas y puso el Huevo Universal, la serpiente se enroscó en torno y lo incubó, y de él salieron todas las cosas del mundo, tal como las conocemos. Pero ahí estalló la primera disputa entre los sexos: Ofión decía que el creador había sido él. Entonces, Eurínome le arrancó los dientes de un puntapié, de los que salieron los primeros hombres, y desterró a la Serpiente Primigenia a los Infiernos.

-Eso es, también yo fui iniciado en Samotracia, querido hermano –retomó su narración el rey sonriendo con complicidad y haciendo con la mano el signo secreto- La cáscara del Huevo Primigenio fue separada de la Tierra, junto con todos los espíritus animales evolutivamente retardatarios de aquel ciclo, los incapaces de acceder al ciclo nuevo que se daría en nuestro planeta tal como es hoy, y lo que se separó conformó la Luna actual, un planeta muerto que todavía influye sobre lo que queda de animal en nosotros.

-Después- siguió hablando Alcínoo como si declamase un poema que ambos conociesen- la Diosa creó las siete potencias del nuevo planeta, y puso cada una bajo el control de una titánide y de un titán, aquellos seres que entonces eran las consciencias más adelantadas en la Luna, los hijos de los dientes de la serpiente, los Dragones de Sabiduría, que comenzaron a encarnar en la Tierra como los primeros espíritus humanos, aún en cuerpos nebulosos, que se fueron haciendo más densos según se iban sucediendo las Razas Raíces humanas, desde la Primera a la Cuarta.

-En las primeras islas continentales que se formaron sobre la Tierra –contaban nuestros iniciadores en la Escuela de Misterios de Samotracia-, se desarrollaron los cuerpos, primero gigantescos y torpes de los Lemures de la Tercera Raza y, muchísimo más tarde, los menores en tamaño y cada vez más perfeccionados de la Cuarta Raza Raíz, la de los Titanes o Atlantes, que tuvo como la nuestra, la Aria, siete subrazas.

Indudablemente, la más civilizada, adelantada en todo, duradera y gloriosa fue la Subraza Quinta, la Tolteca, que creó un imperio mundial, como tú recordarás, Orfeo. Atlas, o Atlante (encarnado como hijo de Poseidón y nieto del titán Crono), encabezó la dinastía de Reyes Divinos del mismo nombre que durante miles de años reinó sobre un archipiélago de siete grandes islas que había por entonces en el Océano en lugar de los actuales continentes. A todo auge sigue una decadencia, así que los toltecas finalmente declinaron y fueron sustituidos en el poder por las dos subrazas atlantes de los Semitas Originales, primero, y de los Acadianos, después.-

Orfeo escuchaba con toda atención sin perder una palabra. Lo que le habían contado los sacerdotes kabíricos al distinguido rey Alcínoo en el Santuario de los Antiguos Dioses en Samotracia, era muchísimo más amplio y profundo que los vagos apuntes sobre los orígenes que él había recibido, como joven príncipe tracio, en la recepción que le dieron cuando estuvo en la Isla Sagrada. Además en aquel tiempo su cabeza no estaba para aquellas cosas. Pero no dijo nada, limitándose a asentir con movimientos de cabeza ante el relato del soberano, como si ya conociese todas aquellas historias.

-La flota imperial de los Atlantes Acadianos, los de la Sexta Subraza, Acadiana, que sustituyó en su hegemonía a la Quinta, Tolteca –siguió declamando el monarca-, en lo más esplendoroso de su poder, se lanzó a conquistar las pequeñas naciones o tribus que tenían al Este, acadianos como ellos, mas independientes, que eran las que poblaban la Iberia, la Italia y la gran Isla Argelina que se destacaba del mar que cubría entonces el Sahara. También conquistaron las islas del Mediterráneo Occidental donde se había originado su subraza de navegantes y establecieron una gran base en donde hoy está la isla de Creta que, en aquel tiempo, estaba en gran parte unida al continente. Llevaron allí la magia de los herreros Telquines, grandes constructores de armas y de buques de guerra.

Desde aquella estratégica plataforma, dominaron Siria, Canaán y el Delta del Nilo, con lo que Egipto, cuyos reyes eran de estirpe atlante, aunque independientes, tuvo que empezar a negociar su posible sometimiento, porque no tenía una flota que oponerles.

Pero entonces, los imperiales empezaron a ser hostilizados por las pequeñas embarcaciones de los únicos pueblos de navegantes mediterráneos que aún se les resistían, los descendientes de Prometeo que vivían en Italia y en Grecia, aunque esos nombres ni existían por entonces. Los Atlantes los llamaban Ligures o Lugures porque tenían al lobo, Lug, como tótem, igual que los caucasianos sureños, ya que el lobo aúlla a la Luna, que era su Diosa principal.

Este Prometeo era otro titán, dicen que hermanastro de uno de los emperadores Atlas, pero estaba desterrado de Atlantis por no querer aceptar los cultos egolátricos que allí se habían adoptado oficialmente, cuando los Magos Negros barrieron al Colegio de Iniciados que había regido el primer desarrollo de la Civilización Oceánica.

Tiempo atrás, Prometeo consideró que su propia raza ya estaba sufriendo una degeneración irreversible y, siendo un canal de la Jerarquía Blanca, se sintió llamado a preparar a los pioneros de una Raza Nueva en una tierra distante, con una sangre joven. Por eso había abandonado su patria y explorado las tierras altas de Anatolia.

Encontrando hermosa a la hija de un jefe caucasiano, Helen, sacerdotisa lunar de la Gran Diosa, tuvo hijos con ella, que fueron los antepasados remotos de los después llamados pelasgos. Prometeo, que tenía verdadera vocación de maestro, inició a aquellos hombres rústicos en lo que de mejor tenía la avanzada cultura atlante, previniéndoles también contra sus vicios; por eso sus descendientes, que habían construido su ciudad capital dentro de patrones civilizados, estaban mentalmente preparados para oponerse a los imperiales, a pesar de su inmenso poder y conocimiento.

-Prometeo es veneradísimo en Tracia -apuntó Orfeo- allí dicen que, apiadado del salvajismo y la pobreza de los primeros hombres, robó a los Dioses el Fuego del Cielo para que ellos pudiesen tener uso de razón.

-Mira, pues, como se hacen los mitos -respondió Alcínoo-. El “Fuego del Cielo” era el avanzado conocimiento de la Civilización Titánica de la Cuarta Raza Raiz, la Atlante, el conocimiento que Prometeo pasó al pueblo de su esposa extranjera, una representante de la joven Quinta Raza Raíz, la Ariana, la de “los hombres” tal como los entendemos ahora, y por eso, cuando finalmente lo cogieron prisionero los oceánicos, lo encadenaron a las rocas del Cáucaso, hogar original de sus enemigos, los ancestros de los arios pelasgo-ligures.

-Contaban los Iniciadores Kabíricos –Alcínoo ya se había dado cuenta de que Orfeo no conocía esa parte, pero le parecía un joven iniciado digno de seguir siendo informado-, que hubo una guerra larga y durísima en la que aquellos abuelos de nuestra raza actual obtuvieron sus primeras victorias.

Aquella guerra se había preparado concentrando la mayoría de las fuerzas de los titanes en sus bases en el norte de África y en el sur de Iberia. En un solo impulso comenzó la invasión en toda regla por parte de una gran flota y en poco tiempo fue el Mediterráneo Occidental y el litoral Egipcio dominado por los Atlantes, quienes construyeron allí grandes pirámides escalonadas para sus cruentos sacrificios humanos al sanguinario Crono, por cuya fama pasa hoy el país del Nilo por ser la más antigua y culta nación del mundo conocido, aunque no eran distintas de las muchas que servían en el archipiélago como lugares de culto. Tan fuertes eran los oceánicos, tan imponentes sus construcciones y de una forma tan cruel trataron a los invadidos que, durante un tiempo, fueron temidos como malvados dioses inmortales por ellos; y ese es aún hoy el significado de la palabra “titán” o “gigante”, que son corrupciones de “Atlán” o de “Atlante” con las que sus enemigos los denominaban.

Los jerarcas oceánicos lo sabían y cultivaban ese temor y esa creencia. Sin embargo, así como dominaron el sur, el cercano oriente y sus islas, y ya se preparaban para asaltar desde allí la Mesopotamia, no se esperaban la terrible resistencia que encontraron en las tribus ligures de las zonas salvajes donde hoy están la Iberia septentrional, Italia, Iliria y Grecia, que en aquel tiempo eran las partes montañosas de un solo país continuo, que formaba el margen norte del Lago Ligur.

Comparados con las actuales tribus europeas, por ejemplo, aquellos ancestros suyos no eran más que unos rudos y salvajes cazadores de los bosques, pero puros, fuertes y poseedores de un indomable espíritu de libertad e independencia.

De entre estos pueblos destacaba, por ser una tribu sabia, guerrera y tenaz, de la que sus vecinos decían que había sido “creada del barro y agua por el titán desterrado Prometeo, hermano del Emperador Negro, que les había dado la luz de la civilización después de robar para ellos el fuego sagrado de los dioses”, lo que quiere decir, como contábamos antes, que eran una mezcla de titanes acadianos enemigos de Crono y ligures, a quienes sus mentores, los Iniciados Blancos de la Atlántida, allí refugiados, civilizaron lo suficiente como para que pudieran oponerse a los imperialistas de su misma raza.

 Por influencia de sus maestros, aquellos arios caucasianos, ancestros de los helenos, aceptaron a Dious-Zeus o Dzeus como padre de sus divindades ancestrales, sincretizando al dios Luc con Hermes y a su diosa Deia con Atenea, amiga, cómplice y protectora de Prometeo. Su sede principal era en un lugar de situación hoy desconocida que habían llamado Adenia, Denia o tal vez Atena en honor a ella.

Los pelasgo-ligures primitivos no sólo detuvieron el avance atlante en sus pantanos y montañas a base de fuerza moral, heroísmo y espíritu de resistencia, sino que, durante muchas décadas, los atacaron en el mar y por todas sus fronteras sin ayuda de nadie más, aunque luego, a medida que liberaban territorios, fueron uniéndose a los otros luchadores mediterráneos cuyos países habían sido sojuzgados por el imperio, y acabaron expulsando a los invasores de sus conquistas en Europa continental, a base de una terca y desgastante guerra de guerrillas.

Luchadores ligures tales como los de las tribus independientes de Iberia que, no pudiendo resistir el primer empuje de los Atlantes, habían cruzado los Pirineos, entonces mucho más bajos, y se refugiaron en las espesas selvas del Ródano hasta que llegó por allí una flotilla de baleáricos del lago Ligur, también exiliados por el avance de la flota de los titanes sobre sus islas. Uniéndose, construyeron embarcaciones ligeras para todos y llegaron hasta Cerdeña, pasando de allí a Italia, donde se juntaron a los helenos de la primera Adenia-Atena, que también venían de Iberia por tierra. A partir de entonces, comenzaron a lanzar golpes por sorpresa contra los diversos puertos que habían ocupado los imperiales.

Rabioso contra ellos, porque los atlantes eran una raza extremadamente pasional, el emperador los atacó en un momento en que no podía disponer más que de la mitad de su flota, porque la otra mitad estaba intimidando a Egipto. Pero los vientos la acorralaron y dividieron contra la recortada costa y los barcos de los pelasgos, mucho menores, pero, por lo mismo más maniobrables, se lanzaron al abordaje, los vencieron y les arrebataron sus grandes navíos, para después tomar Creta con ellos, apoderándose de más naves todavía en sus puertos.

Gracias a aquel importante refuerzo naval inesperado y con los íberos, que conocían bien a los atlantes, haciéndose pasar por ellos, los pelasgo-ligures pudieron entrar en la fortificada capital de Canaán disfrazados y tomarla por sorpresa, raptando a Europa, Alta Sacerdotisa de la Diosa del Mar, que era hija de Agenor, hijo de Libia y de Poseidón (o sea un atlante-egipcio al que los titanes habían hecho gobernador de lo que hoy es la tierra de los fenicios). También les arrebataron otra flota que tenían anclada en Tiro y se la llevaron a Creta.

Esta hazaña fue convertida en símbolo por los bardos en el famoso mito de Zeus, transformado en toro (disfrazado de atlante), llevándose a la bella Europa hasta Creta sobre su lomo, donde el Rey del Olímpo se reconvirtió en águila (o sea, recuperó su verdadera identidad) y la fecundó, engendrando en ella el linaje de Minos, futuro emperador de los mares, el primer "europeo" propiamente dicho, en quien se mezclaban las sangres y las culturas de Atlantis, Egipto, Fenicia, Iberia y los helenos arcaicos.

Creta, que por entonces no era del todo una isla, sino una península unida a lo que hoy es el sur de Grecia e Italia, se convirtió en la base principal de operaciones de la flota pelasgo-ligur; los íberos exiliados introdujeron en ella el culto del toro, las danzas de los curetes (las mismas que bailan hoy los tartesios), los rituales laberínticos y muchas otras costumbres (en gran parte procedentes de su largo contacto con los atlantes), que habrían de permanecer en el alma del lugar durante muchas generaciones más.

Por fin, aprovechando que los jerarcas de Atlán estaban demasiado ocupados en sofocar una multitudinaria revuelta interna, un ataque combinado naval y terrestre, desde Creta y Canaán, hizo que los titanes tuvieran que abandonar el rico Egipto primero y replegarse hacia el Oceáno después, tanto por la orilla norte del gran lago Ligur, donde desembocaban los ríos de la cuenca europea, como por su orilla sur, la Libia. El lago estaba separado del océano por un istmo de montañas que venían desde el Sur de Iberia hasta el Atlas y que marcaba las fronteras del Imperio Atlante propiamente dicho.

Por tres veces durante muchos años, los pelasgo-ligures, que habían ido asimilando muchos de los conocimientos de sus decadentes enemigos, intentaron penetrar las fronteras del imperio, pero, aunque en principio consiguieron grandes victorias, la superioridad numérica y los recursos de Atlantis eran tan grandes, que los ejércitos insulares acababan siempre desembarcando en Iberia o la Libia Occidental y recuperando las posiciones conquistadas.

Sin embargo, la última vez que lo hicieron, el caudillo pelasgo-ligur, un tal Alceo, o Alción, decidió avanzar por tierra y con la flota, rodeándolos en forma de tenaza por el norte de Iberia y por Mauritania, con lo que pretendía embolsarlos y tomar los puertos de donde les llegaban refuerzos y vituallas. La maniobra dio buen resultado, la expedición de desembarco atlante fue rodeada, bloqueada y sitiada por hambre, hasta que no le quedó más remedio que rendirse; los puertos de la Hesperia Blanca fueron tomados y, desde ellos, se rechazaron todas las sucesivas invasiones que el cada vez más decadente imperio tuvo ánimo de intentar. El Mediterráneo se convirtió en un mar ligur.

El emperador acadiano sobrevivió, aunque tuvo que sufrir una larga y angustiosa fuga por mar y por tierra, hasta que logró reembarcar en el extremo occidente de Iberia y volver a su capital en Poseidonis. A pesar de que había perdido más de la mitad de sus recursos, hizo lo posible para formar otra flota y otro ejército, a fin de vengarse, pero la economía general estaba tan deprimida que se le rebelaron varias regiones de su propia isla. En los tiempos que se siguieron, los dirigentes atlantes estuvieron concentrados en luchar contra sus opositores dentro de su mismo territorio y ya nunca más volvieron a tener oportunidades para ocuparse de aventuras exteriores.

Los pelasgo-ligures, entretanto, lograron expulsar a los oceánicos de Canaán y luego del litoral de Egipto, donde ayudaron a fundar el puerto de Faros y la ciudad de Sais, en la que entronizaron el culto de su Diosa de la Sabiduría, a quien los egipcios llamaron luego Neith o Nit y sus descendientes griegos, Atenea. Con el mismo impulso, siguieron empujando a los atlantes hasta sus antiguas fronteras. A partir de sus victorias, sus barcos predominaron tanto en lo que entonces era el mar Mediterráneo-Sahara, que pasó a llamarse el Mar Ligur.

Mucho tiempo más tarde, los ligures se atrevieron a salir a comerciar al mismo Océano, a despecho del monopolio Atlante, y hasta hicieron planes para invadir el imperio de Poseidonis, que cada día estaba más corrompido y envuelto en guerras civiles, en las que se hostigaban unos a otros con sus terribles armas mágicas, algunas de las cuales jugaban con energías telúricas y climáticas imposibles de controlar completamente, de las que las Escuelas de Misterios no quieren dar detalles, ni a nivel de las Cámaras Superiores de Iniciados.

Por causa de esas manipulaciones del equilibrio tectónico del planeta y de su clima se produjo un terrible terremoto. El Mar Negro, que era un lago, se juntó a lo que hoy es el Egeo y hubo maremotos e inundaciones terribles que cambiaron la configuración del mundo, hundiendo las islas de los Titanes y a todos aquellos antiguos países de sus enemigos, junto con quienes los habitaban.

El Norte de África se elevó y luego volvió a descender, las aguas del Mar del Sahara se vaciaron torrencialmente en el Mar Ligur por el desfiladero Líbico y el antiguo cauce marino se convirtió hasta hoy en un gran desierto de arena.

Sólo los navegantes y quienes consiguieron refugio en las más altas montañas se salvaron, quedando ellas convertidas en islas, como quedaron Samotracia, Rodas, la Anatolia Alta, el Cáucaso, Abisinia y Creta. Creta era una de las pocas donde había dejado hondas huellas la cultura de los titanes Telquines: las más importantes, la ganadería, la metalurgia, el arte de construir navíos y navegar y el alfabeto, que los marinos cretenses introdujeron después en Egipto, Fenicia y el resto de la Pelasgia.

De los supervivientes de los pelasgo-ligures que habían quedado en las montañas de Iberia y las de la ex-Isla Argelina, llamada hoy Macizo de Atlas, salió el curtido tronco de los Íberos, que se extendieron por las costas del Nuevo Mar Mediterráneo recién formado, ocuparon todas sus islas y la peninsula itálica (hay hasta quien dice que de una de sus tribus salieron también los Griegos Jonios, que fundaron su primera Atenas en el golfo de Tarento y que más tarde, navegando hacia el Egeo, conquistarían el Ática y fundarían la segunda).

Después de que las aguas se estabilizaron y de que la línea de costas que hoy conocemos quedara definitivamente conformada, la antigua Liguria, incluida Italia, con Córcega y Cerdeña, lo mismo que la Iliria, la Península Balcánica y las islas del mar Egeo, volvieron a salir emigrantes del Cáucaso y los nuevos litorales fueron ocupados por una serie de pueblos nómadas y pastoriles de variado origen, procedentes del norte y de Asia Menor.

- Los abuelos de los actuales Pelasgos –siguió Alcínoo-. Los caucásicos del sur que se establecieron al borde del mar Egeo, no sabían nada de navegación, de manera que los supervivientes de los íbero-ligures que habían tomado Creta a los atlantes, en primer lugar, más algunos egipcios y los acadianos fenicios, empezaron a establecer factorías comerciales y colonias y a civilizarlos, poco a poco, acabando por integrarse todos en la cultura matriarcal de la Antigua Diosa Lunar, que ahora era la diosa del Mar, Pontia. Hasta que todo el Mediterráneo Oriental se convirtió en un mar cretense.

Por entonces fue cuando aparecieron los Aqueos por Italia, procedentes de los Balcanes, según algunos... En cualquier caso, no tenemos otros documentos de esa época y del origen de los aqueos que las leyendas de transmisión oral cantadas por los bardos, que pueden estar hablando de algo que ocurrió en un lugar que, a lo mejor, tiene el mismo nombre en Italia que en Grecia y que no se sabe si se recogió de un bardo de la generación anterior o si proviene de hace cinco generaciones... Algunas otras de esas leyendas y canciones de bardos dicen que los helenos aqueos llegaron de Iberia.-

-¿De Iberia? -se extrañó Orfeo- ¿Esa raza tan guerrera vino del País de los Muertos?

-No hablan los aedos exactamente del mítico País de los Muertos, ni siquiera de Iberia, que es un nombre que sólo muy recientemente le hemos dado a esa exótica península del Extremo Occidente, pero sí de unas islas mediterráneas que sobrevivieron frente a su costa oriental (cuyos habitantes eran los antepasados de los íberos), a las que los fenicios llaman Baleares y Pitiusas, donde se construyeron grandes monumentos megalíticos y se adoraba a la Gran Diosa.

En cualquier caso hay un poema de antiguas gestas, repetido por una sociedad iniciática de bardos cretenses, uno de los cuales, por cierto, era antepasado mío, que cuenta que varias fraternidades de guerreros de raza... digamos ibérica, del Clan de los Hombres-Hormiga o Mirmidones (muy agresiva y expansiva, como suelen serlo la mayoría de los pueblos isleños), hartos de llevar una vida mediocre de simples pastores de ovejas en el seno de la civilización matriarcal que dominaba completamente su archipiélago, donde su honroso papel de cazadores ya no podía ejercerse por falta de caza, se lanzaron a la aventura de buscar nuevas tierras que conquistar en una flota de muchas pequeñas naves, costeando el litoral norte hacia oriente...

... Y se acabaron uniendo en las bocas del Ródano, a orillas del Mediterráneo, con cientos de varones que habían migrado desde los territorios de otra tribu de la misma familia ibérica, tal vez proveniente de Córcega y Cerdeña, la de los Helenos, buscando caza y pesca en aquellas selvas, para los cuales construyeron más naves con la abundante madera del lugar, porque también ellos deseaban conquistar con la espada nuevas tierras y muchas mujeres de las que pudiesen ser los amos.

Ambos contingentes juntos, mirmidones y helenos, formaron la primera “Coalición Aquiya-Wasa”, o “de los Pueblos del Mar”, nombre que se redujo a “Coalición Aquiya, Acaya o Aquea”, la cual arrebató, primero, el dominio de Córcega y Cerdeña a los descendientes de los ligures -siguió el rey, señalando puntos en el mapa-. Y sobre todo en Cerdeña, que es una isla muy grande, casi tanto como Sicilia, crearon un reino muy fuerte que estuvo durante mucho tiempo pirateando todo el Gran Verde.

Los guerreros aqueos de Cerdeña, que tenían un aspecto como éste –el sabio soberano mostró al bardo una estatuilla arcaica de bronce en la que se veía una figura armada de coraza, escudo, lanza y casco con grandes ojos y dos largas antenas, parecidas a las de una hormiga-, se lanzaron desde allí sobre Italia, conquistando la región frente a Cerdeña; y después de eliminar a los varones y mezclarse con las mujeres capturadas entre las tribus nativas, empezaron a sentar las bases de una sociedad patriarcal. Sin dormirse en los laureles, cruzaron los Apeninos y siguieron exterminando a los varones pelasgos y repartiéndose sus mujeres en el este de la península itálica...

Desde el Sureste sus primos, los jonios, mientras tanto, viéndolos venir, también, matanza detrás de matanza, a por su rico puerto –Alcínoo señaló ahora en el mapa el centro del golfo de Tarento-, saltaron por mar, bordeando el Peloponeso, hasta el Ática, la mejor plataforma sobre el centro del Egeo, donde rebautizaron a la ciudad que fundaron con el nombre de la abandonada, Atenas. Mientras que los aqueos saquearon cuanto aún se mantenía en pié de Italia.

También dominaron, seguramente en colaboración con sus primos eolios y dorios, el noroeste del Adriático, donde fundaron Helos, en la laguna de mil islas del país de los vénetos. Desde aquella magnífica base nórdica cruzaron al otro lado del mar, invadieron la Iliria y la Dalmacia y fueron bajando hasta el País de los Tesprotes del Epiro.

-Hasta ahí, amigo Orfeo –dijo el rey volviéndose-, lo que nos enseñaron en Samotracia, más lo que cantaron los bardos antiguos y lo que me contaron mis abuelas sobre el origen de mi propio linaje... ya que, desde el Ática, los jonios tuvieron intensas relaciones de guerra y de amor con Creta y, por fin, uno de sus vástagos llegó a emparentarse con una princesa-sacerdotisa de la dinastía Minos, recibiendo su hija, de la cual soy uno de los descendientes, el gobierno de Éfyra.

En cuanto a los otros helenos menos civilizados, ya puestos en el arranque norte de la Península Balcánica, irrumpieron desde el Epiro en lo que hoy se llama Macedonia, sur de Tracia y Tesalia, primero los eolios y más modernamente, los propios aqueos mirmidones, micénicos, espartanos y otros. Y acabaron dominando a toda la Península Egea, a la que llamaron Helas o Hélade, como tú sabes, transfiriéndole los nombres, costumbres y religión de sus antiguos territorios itálicos.-

Terminó ahí su erudita explicación el rey Alcínoo, ya que su esposa estaba demandando su atención hacía un rato. Orfeo estaba impresionado: muchas veces había admirado aquel impulso determinado, temerario y expansivo de los orgullosos aqueos, especialmente los mirmidones que vivían al sur de los tracios, al tiempo que se prevenía contra su agresividad, pero nunca hubiese supuesto que hubieran venido, de conquista en conquista, desde un lugar tan lejano como el otro extremo del Mediterráneo.

Aunque sabía que aquel sabio soberano no podía ni hablar de otros secretos que les habrían sido revelados en su iniciación en los Misterios Kabíricos de Samotracia, de un grado claramente más alto que aquella que él llegó a hacer percibir que recibió. Orfeo recordaba superficialmente una versión esotérica de la Historia Evolutiva de las Cuatro Razas que habían precedido a la Aria, lo que hacía mucho más comprensible, aunque no menos misterioso, todo lo que fenicios, cretenses y griegos habían registrado en los fragmentarios y parciales mitos exotéricos de sus culturas.

Como bardo, tampoco se fiaba demasiado de la historicidad de los poemas mitológicos y heróicos cantados, repetidos, adaptados, arreglados, exagerados, emparentados y transformados, con mayor o menor fortuna, por sus colegas durante muchas generaciones, según lo que deseara oír el públicoque les daba de comer, formado, generalmente, por los vencedores que lograron sobrevivir.

-“...Pero así es como se registra la historia y como se crean las tradiciones y el orgullo de los pueblos”- pensó, encogiéndose de hombros



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