quarta-feira, 27 de novembro de 2019

65- EL PORTAL DEL ARCO IRIS


65- EL PORTAL DEL ARCO IRIS


El bardo y sus acompañantes estuvieron, casi todo el día siguiente, ascendiendo por una interminable pendiente al macizo galaico, que se veía allá arriba, cubierto de nubarrones. No pasaban más de tres horas sin que los Brigmil hiciesen una parada y un reverentes coro en el centro -mientras vanguardia y retaguardia vigilaban-, para rezar, mantralizando o cantando en su lengua o lenguas, de las cuales, una variante, la que se usaba para los mantras – y jamás para conversar- era la más sagrada y misteriosa.

Nunca Orfeo había encontrado semejante piedad compartida por un grupo de guerreros, ni tan reverente. Comparando su concentrada disciplina devocional y la perfección con que hacían todo, sus antiguos compañeros de la Escuela del Centauro Quirón, en el Monte Pelión y hasta el escogido grupo de los Argonautas, le parecían tan sólo un bando de jactanciosos y egocéntricos adolescentes, demasiado acostumbrados a la admiración absolutamente ciega y complaciente de sus madres y a tener siervos que todo lo hiciesen por ellos.

A media montaña todo se puso oscuro y empezó a llover tanto que tuvieron que buscar refugio bajo un tupido soto de castaños. Pero se detuvo al fin el aguacero y pudieron seguir subiendo. Según llegaban arriba sus cabalgaduras, salió el sol entre las nieblas iluminando el mundo y un rutilante doble arco iris cruzó el cielo del uno al otro extremo del horizonte, como si la Vieja Diosa hubiese mandado abrir para ellos las puertas del País Extremo, dándoles la más cordial de las bienvenidas.

Para los griegos, el Arco multicolor señalaba la apertura de las puertas interdimensionales que la mensajera de los dioses, la alada Iris, producía al penetrar en el Inframundo, a fin de llenar una copa con las aguas de la Estigia, la laguna del Infierno, para llevarla a Zeus, ya que sólo bebiendo periódicamente de las aguas del mundo subterráneo de la subsconsciencia arquetípica, se hace posible para los Seres Divinos realizar la alquimia de la renovación de la vida y del mantenimiento de la inmortalidad.

Bajo aquel amplio dintel de luz, curvo, etéreo y colorido, una tierra femenina de maravillosos paisajes verdes coronados por altas y desgastadas ondulaciones, rumores de arroyuelos deslizándose hacia los hondos barrancos, espesos bosques en los que no debía faltar la fauna, frescas sombras y cantos de pájaros por doquier, bajo un cielo siempre cambiante, se presentó ante sus sentidos y agudizó al máximo su percepción de la belleza... Para Orfeo, el ambiente ya estaba lleno de Eurídice, tan próxima y tan lejana al tiempo.

Comenzó a elaborar, como una parte más de su Canción Occidental y alternando la lira con una pequeña flauta que llevaba, un himno a Gal, de aires pastoriles, describiendo con siete tonos bien diferenciados la escala curva del Portal Arco Iris, a fin de propiciar a su favor a los dioses de las Tierras del Fin del Mundo en las que acababa de entrar, a los cuales, aunque no había podido averiguar del todo qué atributos tendrían, los personificó en los elementos del propio paisaje, como sospechaba que pudiesen hacer los Brigmil.






66- LOS GUERREROS LIBRES


Más allá de la alta frontera natural los montes, aunque seguían extendiéndose al norte y al sur, iban descendiendo por el oeste hacia una sucesión de valles y colinas siempre verdes, poblados de aldehuelas de chozas circulares de piedra, techadas con conos de paja entrelazada y separadas de las otras, ya que cada una de ellas estaba rodeada de sus propios establos para animales o campos de cultivo.

Vivían en aquellas aldeas gentes individualistas, bien alimentadas y muy hospitalarias. En aquella zona las castañas habían sustituido a las bellotas como alimento básico, aunque había de sobra de cuanto el bosque nórdico da. Para ser la tierra más próxima al País de los Muertos, todo parecía convidar a la vida en ella.

Se veía que la Fraternidad de Guerreros-Lobo era muy respetada y tal vez no menos temida en la región. Cuando llegaban a los poblados, las jefas de familia rivalizaban por ser las primeras en ofrecerle a Aito su casa y su mesa.


Aquella noche, ante muchos lugareños reunidos, iluminados por dos grandes hogueras prendidas en la plaza central del mayor pueblo por el que habían cruzado hasta ahora, participaron en la celebración de la fiesta del Guía de los Caminantes, el Señor del Gran Camino, Luh, que era como los Gal parecían denominar (de forma general, por supuesto) a su propia idea del dios Hermes, dios que tenía el lobo como tótem.

Después de que media docena de peregrinos presentes fueran agasajados por la comunidad, siéndoles colocadas guirnaldas de flores alrededor del cuello por las más lindas doncellas, también el Consejo de Ancianas honró a los Brigmil por su defensa de la Ruta Sagrada, ofreciéndoles un regalo simbólico: una enseña ligera sujeta a una lanza de punta de hierro en la que se veían, bellamente bordados por las mujeres del pueblo, dos lobos negros rampantes que, apoyados sobre el tronco de un frondoso árbol, se alzaban sobre sus patas traseras para disfrutar de la fruta que pendía de él. Con lo cual -dijo la anciana Madre local- se les deseaba de todo corazón que siempre les fuese propicia, agradecida y abundante la tierra que tan dedicadamente vigilaban y guardaban.

Recogió la enseña, inclinando la cabeza ante ella con dignidad ibérica y en nombre de los Guerreros Libres, “El Que Dice La Palabra”, ante toda la compañía en impecable formación. Luego, para corresponder, ordenó con un parco gesto que los ocho miembros más jóvenes de la Fraternidad, los lobeznos -como les llamaban los veteranos- danzasen una danza guerrera entre los fuegos, mientras el resto de sus compañeros acompañaban con sus cánticos, al compás de un bombo y dos tambores, batiendo todos el suelo rítmicamente con los cantos de sus lanzas.

Fijando sus escudos redondos y cóncavos con bandas sobre el pecho, los lobeznos los hicieron resonar a un ritmo rápido y potente con las palmas de las manos, mientras cantaban bien afinados con sus compañeros. Al tiempo que taconeaban, daban grandes saltos, maniobraban como caballos y hacían y deshacían figuras geométricas en formación, que variaban al compás de los cambios marcados por la percusión de su compañía; desplegándose o replegándose, o formando círculos defensivos, o avances imponentes, o juegos de protección en pareja, lanzando golpes combinados hacia todos los lados mientras se mantenían espalda contra espalda, con una sincronicidad sorprendente y con gracia marcial, plena de fortaleza.

Todo esto lo hacían manteniendo siempre la cabeza erguida y elevando mucho cada pierna, sin contonear la cintura jamás, lo que parecía ser una característica fija de las danzas viriles en Iberia, formando parte de sus conceptos estéticos referidos al propio honor.

A continuación el cántico de los lobeznos se convirtió en andanadas de mantralización repetitiva en aquella lengua desconocida, a ritmo cada vez más intenso y acelerado. Entonces sacaron sus espadas y siguieron cruzándolas arriesgadamente por encima de sus cabezas, a saltos y haciéndolas resonar con precisión y rotundidad entre los pasos del bailado, que era un perfecto tamborileo variado y sincrónico de sus tacones sobre el suelo.

 El ritmo mudaba según daba la orden un mínimo gesto del comandante, bien suavizándose, o acelerádose de nuevo, dibujándose en el aire un silencio en los momentos de mayor virtuosismo esgrimista, o saliendo de él con el refuerzo de la estruendosa tamborada guerrera y del restallar de unos címbalos de bronce con que sus compañeros multiplicaban la intensidad sonora de los golpes de las espadas, mientras las muchachas del pueblo los jaleaban y admiraban sonriendo maliciosamente, haciendo comentarios entre ellas y nombrando a sus preferidos.

Los lobeznos terminaron su danza en seco con una invocación colectiva en la que bramaron juntos el nombre de los dioses Banda y Luh y con la típica genuflexión altiva ibérica ante los presentes, quedando inmóviles de pronto y de brazos abiertos, lo que arrancó un torrente de aplausos.

Durante la primera parte del fastuoso banquete que les ofreció la comunidad, del que los Brigmil se sirvieron con la misma frugalidad que durante el viaje, dejando sin tocar carnes y alcohol, Orfeo, convidado por Aito, cantó ante el fuego en lengua franca un corto poema, seleccionado de entre los que le había oído a Jacín y adaptado a su propio estilo, en el que describía los amores de Hércules y Pyrene y la muerte del gigante Gerión, que fue más aplaudido de lo acostumbrado por los asistentes.

El bardo volvió a la mesa de honor y se sentó junto a Turos, que le había estado reservando el primer plato de la cena. Cuando le preguntó a por qué les había gustado tanto su poema, el guerrero le respondió que la tierra donde Hércules mató a Gerión, un antiguo tirano invasor del país de los Gal, era, precisamente, Brigantia, la tribu de Aito y de varios de sus compañeros, establecida en una comarca costera un poco más al norte que el Cabo del Fin del Mundo.

Y añadió una historia mientras el tracio degustaba el sabroso alimento:

-El año pasado, después de que los Brigmil hubimos ayudado al Jefe de Guerra de los brigantes y a sus hombres a defenderse de una incursión de una flotilla de piratas a sus tierras, hubo una gran fiesta de celebración durante una luna llena de invierno, en la que “Los Que Saben” nos hicieron comulgar a todos con la Bebida Sagrada tras haber quemado largamente en ella cuanto eran elementos impuros y todos la tomamos, como es costumbre, aún caliente...

-¿Quienes son “Los Que Saben” y qué es la Bebida Sagrada? -interrumpió Orfeo.

-“Los Que Saben” son los guardianes de las tradiciones de las tribus, entre los cuales hay bardos como tú, que pueden repetir de memoria las historias de nuestro linaje durante cientos de generaciones y que instruyen a los jóvenes. Son personas que entienden de hierbas o curaciones, o como preparar ritualmente la Bebida Sagrada. De la Bebida Sagrada no te puedo decir mucho... no es algo para contarse, sino para vivirse. Si pasases suficiente tiempo entre nosotros, acabarías siendo convidado a compartirla, porque uno de sus usos es el de fortificar las relaciones de fraternidad, camaradería y amistad.-

Orfeo sospechó que Turos no quería extenderse sobre el asunto, sin duda era un tema más de los que pertenecían a la cultura íntima o mágica de los Gal, que no debía revelarse a los extraños.

-...Decías que “Los Que Saben” os hicieron comulgar a todos con la Bebida Sagrada... –apuntó, para regresar al hilo de la narración.

-Pues sí. Pero Aito fue preferentemente honrado por ellos, que le hicieron beber una preparación mágica especial. Tras un cierto número de libaciones rituales, se retiró a concentrarse en soledad, cuando sintió que su trance comenzaba.

El lugar de poder que su guía interior escogió para vivir esa concentración fue, precisamente, la cima de la torre de piedra de tres pisos que el héroe Hércules había construido sobre el cadáver de Gerión, torre que el jefe de guerra local, Breogán, había después fortificado y alzado cuatro pisos más alta, sirviendo ahora para señalar la entrada del puerto de Brigantia a los navegantes.

Aito que era el más joven de sus diez hijos, adoraba desde niño contemplar el mundo desde allá arriba e imaginar que un día descubriría lo que se ocultaba tras las nieblas del horizonte, así que fue ascendiendo escalón tras escalón de la larga escalinata espiral , al tiempo que subía en él el efecto de la bebida.

Llegó a lo alto y fue como cruzar un portal a otras dimensiones, a vidas pasadas y a vidas por venir. En mitad de su trance, Aito se asomó a la baranda de piedra por el lado norte y la apertura de su ojo visionario pudo vislumbrar, allá en la distancia bajo el claro de luna, la silueta lejana de una isla mágica en medio del océano.

Nos dio grandes voces y todo el mundo salió y le rodeó al pie de la torre. Aito, canalizando a Navia, que es la diosa general de las aguas y la guía de los héroes hacia las Islas de los Bienaventurados, profetizó que los primitivos habitantes de aquella Isla Sagrada, un bello pueblo de hadas, elfos y duendes, habían sido obligados a retirarse al mundo intraterreno por varias oleadas de soberbios y violentos invasores, que no sólo gobernaban despóticamente, sino que incluso no paraban de luchar entre sí por el poder.

La trinidad de diosas mantenedoras del espíritu y misión de la Isla estaban dolidas de verla en tales manos y enviaban un pedido de auxilio a los Brigmil para que viniesen a poner paz y para que plantasen la semilla de una nueva comunidad, al estilo de la de nuestra comunidad de Milesia.

Aseguraban que allí aquella semilla crecería fértilmente durante muchas generaciones y que, desde la Isla Sagrada como plataforma, serían influenciadas por la espiritualidad guerrera y el arte de los Brigmil innúmeras personas de las islas Casitérides, de todo el continente europeo y de muchísimos lugares del mundo aún por descubrir, lo que supondría una enorme transformación de media Humanidad , en tanto que buena parte de la otra media sería igualmente influenciada y transformada por los descendientes de los Gal que quisieran permanecer en Iberia, si continuaban siendo dignos guardianes y anfitriones del Camino de las Estrellas y si se atrevían a seguir el navegar del Sol más allá de los abismos oceánicos que se lo tragaban al atardecer.

-En aquella misma fiesta se encontraba el Maestro Amerguín, fundador de nuestra Fraternidad de los Guerreros Libres y, con él, otros dos ancianos y una anciana de “Los que Saben” de Brigantia, personas que los Gall consideramos dignos instructores, muy respetadas por sus altos conocimientos, que recordaron leyendas antiguas que hablaban de una isla verde, al norte, La Isla del Destino, tal vez la que había buscado en vano aquel ancestro Niul de la canción, isla que no debía estar demasiado lejos de las conocidas Casitérides.

 Y también recordaron que los remotos armoricanos y los albiones habían hablado de las islas “Iberias del Norte” a los navegantes galaicos que llegaban por allá en sus barcos de cuero en busca de estaño, para vendéselo después a los tartesios, cretenses o fenicios. Esas “Iberias del Norte”, las llamaban los de las Casitérides algo así como Hibernia o Hébridas, para distinguirlas del país de los Íberos del Sur, que con ese nombre conocen esta tierra de donde nosotros procedíamos.

Amerguin explicó entonces que la Madre Tierra es un ser vivo, y que, en cada ciclo, nuevos centros energéticos despiertan en su cuerpo etérico para atraer a los pioneros de la Humanidad, para instruirlos y producir en ellos grandes transformaciones, que supongan la materialización sobre la tierra de nuevas formas de comportamiento que reflejan arquetipos emanados de los Planos Divinos, y que acabarán haciendo grandes descubrimientos y creando nuevas civilizaciones.

Añadió que los antiguos Arianos, como su antepasado Niul, que desde el Asia Profunda buscaron el Océano, traían, como una instrucción del Manú fundador de la Raza, el conocimiento de que el centro más elevado de los Pirineos y el litoral de los Gal eran dos de esos vórtices energéticos, y que había otro, todavía adormecido, siguiendo el litoral oceánico de la Península Ibérica hasta el extremo Sur, y aún otros tres inactivos hacia el Norte, allende el mar, en el litoral de la Armórica y en las Casitérides,

El vórtice evolutivo presidido por una trinidad de diosas que acababa de ver Aito en su visión debía ser el séptimo, tal vez -a juzgar por lo que ellas habían dicho-, el que provocaría el despertar de todos los demás aún latentes.

-Desde entonces –terminó Turos su explicación-, el Caudillo Breogán y aquellos instructores nuestros, junto con veinticuatro guerreros Brigmil, que continuaron allí, defendiendo las costas, mientras nosotros resolvíamos conflictos que bloqueaban el Camino de las Estrellas, están entrenando a un grupo de expertos marinos brigantes y equipando tres naves capaces de resistir las fieras tempestades de los mares del Norte. Sólo están esperando a que nosotros lleguemos, para que tripulemos la primera expedición exploradora.

…Por supuesto que los Brigmil queremos ir los primeros en ella, junto con Aito, a fin de confirmar la ruta, de ofecernos a arbitrar una paz justa entre los habitantes, asunto en el que ya hemos tenido buenas experiencias, y de obtener después su permiso para que los barcos brigantes puedan intercambiar con ellos y para el establecimiento de una comunidad como la nuestra en su territorio.

-¿Es Aito, entonces, el heredero del jefe de los brigantes? -preguntó Orfeo para asegurarse, pues ya había percibido, hacía bastante tiempo, que, cuanto más al oeste, menos se parecían las costumbres sociales de las tribus de Iberia a las de las civilizadas naciones mediterráneas.

-No, no. Si alguno de los hijos de Breogán heredase su cargo, será aquél que los brigantes escojan por su mayor capacidad reconocida para ser jefe de guerra.

-No sé como serán sus hermanos, pero está claro que Aíto es un caudillo de guerra sin igual.

-Aito renunció a tener compromisos con su familia y con su patria cuando se consagró como guerrero Brigmil, Orfeo, igual que hicimos todos nosotros, porque así nos lo exigió Amerguin, que también nació en una noble familia brigante. Aito es un campeón sin patria oficial, que muchas patrias desean tener como amigo y no como enemigo...

-¿Un campeón sin patria oficial? -se extrañó el bardo- ¿Por qué?

-¿Cómo explicártelo? –respondió Turos sonriendo, incapaz de encontrar en la lengua franca que usaban, una denominación que Orfeo pudiese entender para describir el status de su líder- ...Verás, desde que el mundo es mundo, siempre hubo y habrá dos clases de hombres: los nómadas y los sedentarios, los amantes de la libertad y los amantes de la seguridad, los locos idealistas para quienes la vida se mide sólo por sus momentos intensos y la gente “realista”, apegada a las cosas aparentemente sólidas y estables. Nosotros los llamamos los hijos de Banda y los hijos de Cosus.

-¿Estás hablando de los seguidores de dos dioses diferentes?- quiso aclararse Orfeo.

-No, en realidad -y tú puedes pensar como quieras-, yo creo que todos los dioses son el mismo Dios, que es nuestra madre y nuestro padre al mismo tiempo, aunque unas veces se porta como madre y otras como padre... De la misma manera, Banda y Cosus son sólo aspectos determinados de ese Dios, igual que la divinidad local de cada tribu.

-¿Y cómo representáis a Banda y a Cosus?

-Ya te dije antes que las tribus Gal no hacemos representaciones de la divinidad, porque hay que guardar las cosas importantes en secreto, para que sigan siendo importantes, pues todo aquello sobre lo cual el hombre puede hablar con total libertad y de manera vulgar se banaliza… además, entre la gente común de nuestro pueblo están muy generalizadas todo tipo de magias inferiores...

…La verdad, a mí no se me ocurre como puede ser expresado algo tan grande, tan profundo y tan intangible como la Divinidad mediante las manidas palabras o las imágenes materiales que nosotros mismos hemos creado para entendernos en nuestro pequeño mundo -Turos rió, guiñando un ojo para Orfeo-. Amerguin hasta contó una vez que algunos navegantes griegos que conocieron el País de los Gal nos tomaron por ateos o demasiado salvajes porque no teníamos ídolos, ni templos, ni hacíamos ceremonias.

-Los Gal “normales” tal vez, pero vosotros sí que hacéis ceremonias: cantáis y rezáis juntos varias veces al día. Hasta en medio del combate lo hacéis... –observó Orfeo.

-Bueno... no es que seamos muy ceremoniosos, lo que pasa es que cantar y rezar juntos, nos mantiene unidos en una misma frecuencia… –rió de nuevo- En verdad, la comunicación con la divinidad, igual que esa otra entre los amantes, es una cosa más íntima e individual que social o pública... cuando esa comunicación se hace social, también se banaliza...

…la gente común entre los Gal levanta aras de piedra, sí, y le dedica sacrificios a los aspectos de la divinidad cuyos favores creen que pueden conseguir, a cambio de algo que les suponga algún tipo de sacrificio, pero ante esas aras no colocan imágenes. Y no solemos hacer templos sino, como mucho, algún refugio para guarecernos de la lluvia cerca de un lugar sagrado muy frecuentado ¿Qué mejor templo para un dios que un bosque de robles, la cima de un monte o una cascada?

Durante la batalla –siguió Turos, ante el evidente interés que mostraba el tracio-, los Brigmil sabemos bien cuando la diosa Banda está entre nosotros, porque, ligados por el canto como estamos, en medio del furor del combate se ve o se siente como una aureola luminosa, como la de la luna, que sale de la frente del guerrero que está todo él puesto en la lucha, convertido en la lucha misma, en ese instante.

Esa aureola es Banda, la misma que aparece ante un héroe recién muerto para conducirlo, a veces bajo la forma de una corneja, un cuervo, un buitre o un ave marina cualquiera, hasta las Islas de los Bienaventurados, que es el mejor lugar del Más Allá a donde se puede ir, si te lo has merecido.-

-¿Quién va allí, Turos? ¿A quién escoge Banda?

-A cualquiera que muere herido de frente, tras una vida breve pero intensa, basada en honrar la propia dignidad y el compromiso libremente elegido, en superar siempre el desánimo y la depresión, en seguir al propio corazón y en no dejarse fascinar por la codicia de riquezas o poder, ni por las mujeres, ni por las comodidades o placeres aparentes, que convierten a un guerrero en sólo una barriga y a un espíritu joven en un espíritu viejo.

-¿Y Cosus?

-...Cosus es otro aspecto de la Vida -siguió Turos-. Algo así como el otro plato de la balanza igualmente necesario, en el equilibrio de fuerzas, para que el mundo se estructure y exista. Cosus es solar, tiene que ver con la ley, con el orden comunitario, la jerarquía social, la continuidad, lo sensato, lo responsable... y es el complemento viril de la Diosa Madre.

Por ejemplo,el Jefe de Guerra de los brigantes se convierte en el Cosus local cuando es elegido para casarse, durante un año y trece días, por la mujer que representa a la Madre Tierra, detentadora de la soberanía de la tribu, la Reina Loba, la Abeja Reina, o cualquier otro título, según el tótem del lugar... Cosus es el dios masculino de la comunidad fija y bien organizada, hijo y esposo de la Gran Madre.

…Banda, por lo contrario, es el espíritu que crea, protege, fortifica, goza, devora, y luego gesta y da la inmortalidad a las fraternidades de guerreros libres como nosotros.-

-¿Libres? ¿No estáis a las órdenes del rey o del jefe de la tribu? -preguntó Orfeo.

-Libres –confirmó Turos-. El rey o jefe de la tribu, elegido por el Consejo de Ancianas, tiene sus propios guerreros y guerreras a sus órdenes... él encarna los poderes ejecutivos y oficiales de la tribu, pero las fraternidades de guerreros libres, lo mismo que las fraternidades de “Los Que Saben”, no le debemos obediencia, aunque sí respetamos a las comunidades de donde procedemos y a sus Consejos.

La razón es que, a veces, uno de estos reyes se porta mal o se resiste a abandonar el poder, como está mandado, después de un año y trece días. A veces, hasta se convierte en un tirano, apoyado por sus partidarios... Y somos nosotros, en ese caso, los encargados de bajarle los humos y de devolverles sus libertades individuales a los miembros de la comunidad.

-¡Pero entonces, para el jefe de la tribu vosotros debéis ser algo así como una cuadrilla de bandidos o de piratas incontrolados! -se atrevió a decir Orfeo.

-¡Para algunos lo somos, a veces! -rió Turos con ganas- y más de un rey acabaría con nosotros si tuviese fuerza para ello... pero a las Madres de tribu y a las comunidades les parecemos necesarios.

- Supongo que porque los Brigmil serán un buen ejemplo a imitar – dijo el Bardo.

Turos lo miró de soslayo un poco sorprendido, y, durante largo tiempo, no dijo nada, meditando interiormente. Por fin, se arrancó:

-La verdad es que la mayoría de nosotros somos gente que ha cometido errores y crímenes horribles en el pasado, Orfeo, no bastaría que nos matasen para compensarlos -y su joven y agraciado rostro se oscureció, como si de repente, hubiese envejecido muchos años-, pesadísimos remordimientos hicieron que nuestras almas nos acabaran lanzando a la peregrinación purificadora por el Camino de las Estrellas.

De una manera o de otra, todos acabamos encontrando al Maestro Amerguin y a Aito, su principal discípulo… Algunos de nosotros hasta luchamos contra uno de ellos o contra ambos, con nuestras últimas rabias y prepotencias y mañas. Todos fuimos vencidos.

Nos perdonaron la vida, con la condición de que nos consideráramos muertos y renacidos para consagrar nuestra nueva existencia a transformarnos en seres humanos mejores y convertirnos en dignos Guardianes del Plan Evolutivo para un mundo mejor. Otros no lucharon, mas se unieron a nosotros por convencidos. Si continúas en nuestra compañía podrás conocer a Armenguín, nuestra comunidad queda casi al borde del camino que sigues.-

Orfeo estaba curioso, sí, por conocerle, pero no dijo nada, prefiriendo darle tiempo al tiempo y seguir captando mayor información de sus nuevos compañeros.

-Los Gal, desgraciadamente, -siguió Turos- como muchos otros pueblos de esta Iberia demasiado joven, están siempre peleando con su vecino más próximo con la mayor ferocidad y por cualquier causa. Pueden pactar con nosotros para que les resolvamos un problema y nosotros, si nos parece justo, se lo resolvemos rápidamente, haciendo arbitraje o imponiendo paz a la fuerza. Siempre defenderemos a una tribu vencida para que no llegue a ser exterminada y no permitimos que una tribu poderosa intente tiranizar a todas las demás...

…Además nos ocupamos de defender de invasiones exteriores o de piratas a todo el país de los Gal y a sus vecinos, sin discriminar a ninguna de sus naciones o tribus; y de mantener abiertos los caminos que llegan a él. Muy especialmente el Camino de las Estrellas, que es una de las principales líneas de contacto entre muchos Vórtices o Polos Evolutivos del cuerpo energético de la Madre Tierra, un reflejo sobre este planeta del camino evolutivo que siguen los astros que conforman el Gran Dragón Luminoso que cruza el cielo nocturno de Este a Oeste, como muy bien sabemos todos los Brigmil, pues fue él quien nos ofreció las iniciaciones progresivas que necesitábamos para transformarnos.

Venimos ahora mismo, por ejemplo, de poner paz en los Pirineos Centrales entre varios clanes de una misma tribu que estaban matándose entre sí e impidiendo la circulación segura por el Camino Sagrado… no nos marchamos de allí hasta que se reunieron todos en un solo Consejo que analizó las causas del conflicto y desterró de allí, por siete años, a los más irreconciliables instigadores de ambos bandos, con sus familias.-

Orfeo comprendió inmediatamente en su corazón de qué tribu estaba hablando su interlocutor. No dijo nada, pero se alegró infinito de que aquel conflicto hubiese terminado.

-De ninguna manera permitimos el bandidaje en el Camino Sagrado-siguió Turos-. Quienes lo profanan, como aquella gente que te aprisionó, sabían muy bien que no podían esperar ninguna piedad de nosotros. Destruimos sus cuerpos en esta encarnación, aunque después los quemamos con el mayor respeto, al tiempo que cantamos himnos por sus almas e invocamos a nuestros Espíritus Guías, para que las ayuden a encaminarse a planos intermedios de la Dimensión Astral, donde se las purificará y conscientizará en un mejor nivel.

…Esa es la utilidad de los Brigmil y por eso nos respetan y aprecian los Consejos Tribales- terminó el joven guerrero-, ya que los jefes o reyes tribales, al contrario que nosotros, sólo pueden actuar por intereses parciales y en el momento oportuno.-

-No lo entiendo muy bien... -dijo Orfeo.

-Si los brigantes, por ejemplo, van a por una partida de bandidos vetones, el Jefe de Guerra de los vetones, por compromiso de sangre, tiene que protegerlos, aunque eso suponga declararle la guerra a los brigantes ¿Comprendes? Pero si somos nosotros los que eliminamos a los bandidos, no hay problema, ya que entre los Brigmil hay tanto brigantes como vetones, ártabros, astures y gente de otras muchas tribus Gal, tales como celenos, helenos, grovios, brácaros, e incluso muy bravos lusitanos. Y todos saben que no actuamos por ansias de dominio o de pillaje. De la misma manera servimos de puente para restablecer buenas relaciones entre unos y otros.

-¿He oído bien? ¿Has dicho helenos? -se asombró Orfeo- ¿Es que hay griegos entre vosotros?

-Griegos, no hay. Pero helenos, “haylos” –dijo Turos sonriendo y colando un giro jocoso de su propio idioma en la lengua franca-. Yo soy un heleno.

-¿Tú?

-Sí, la tribu en la que nací, en el litoral sur del país de los Gal se llama la de los Helenos, pero, aunque hace muchos años que aparecen naves mercantes del Mediterráneo por allí, mis paisanos no son griegos, sino oestrymnios que vienen de un antiguo linaje ligur, igual que los astures lugones.

Nuestros antepasados vivían en esa tierra desde mucho antes que los Brigantes llegaran de Oriente -ellos dicen que de un lugar remoto llamado Escitia-, con la intención de conquistar nuestras hermosas rías. Entonces los helenos nos aliamos con los Celenos y los Grovios, nuestros primos y vecinos, y los rechazamos. Se tuvieron que marchar, con viento fresco, a buscar su lugar más al norte.

-¿... Con viento fresco? -repitió el tracio, que no había comprendido aquel juego de palabras.

-Sí, con viento fresco –rió Turos-, porque allí en el norte el clima es mucho más frío, ventoso y húmedo que en mi linda tierra. Tribu frente a tribu, siempre hemos sido rivales de los brigantes y nos peleamos muchas veces; tantas, que a pelear le llamamos “brigar”. Pero aquí, entre los Brigmil, somos hermanos del alma.-

Orfeo se acordó, de pronto, de la narración que el bardo Jacín había hecho en el Pirineo acerca de aquella guerra arcaica entre los atlantes y los ligures helenos o pre-helénicos, devotos de Atenea, parte de la cual se había librado en Iberia.

-¿Y de donde vendrá esa coincidencia de nombre con los griegos? –preguntó.

-Vete a saber... ¿Los griegos toman el nombre del padre o el de la madre?

-¿Los griegos? Siempre el del padre –contestó Orfeo, sin entender por donde iba el guerrero.

-Entonces está claro –dijo Turos con malicia-... Los galaicos somos muy viajeros, seguro que llegó un heleno de los nuestros un día por cerca de tu tierra en un barco de cuero y le gustó a una griega. ¿No hay alguna tribu llamada los Brigantes en Grecia?

-Nunca había oído ese nombre antes de venir a Iberia.

 -Pues ya lo estás viendo –rió Turos-. La griega prefirió al heleno y no al brigante.

Orfeo rió también, por cortesía, sin llegar a encontrar gracia en aquel tipo de humor. Había un doble sentido y una complicidad cultural compartida en las palabras de la lengua franca que usaban los galaicos al bromear, que se le escapaba. El humor es siempre algo muy local.

El bardo se acordó de pronto de lo que le había contado el rey Alcínoo sobre las leyendas de bardos cretenses que hablaban de que los aqueos descendían de los íberos Mirmidones venidos de las Baleares, que se habían juntado en las bocas del Ródano con otra tribu de Helenos “también venidos de Iberia”. ¿Serían los antepasados de la tribu de Turos? ...Pero uno no se podía fiar de los nombres; hay nombres muy parecidos en países diferentes, en continua transformación a cada dos o tres generaciones y cuando los extranjeros los oyen, los deforman todavía más.

-¿Y en calidad de qué os vais a juntar ahora con los brigantes para colonizar esa isla del Océano? -preguntó, para regresar al primer tema.

-En calidad de aliados, naturalmente, ante los que no se debe bajar del todo la guardia, porque ellos tienen sus propios intereses, intereses bien de propios de Cosus y no de Banda... nuestro Maestro, Amerguín, se asocia con el Caudillo Breogán de Brigantia. Amerguín irá representado en la expedición por Aito y los Brigmil, Y Breogán pondrá los barcos, los pilotos y los marineros, y todos actuarán coordinadamente pero, aunque coincide que Breogán sea el padre de Aito nosotros los Brigmil sólo tenemos compromiso y obedecemos a Aito mismo, y no a él.

A nosotros nos interesan los brigantes porque ellos ponen las naves, los buenos marinos y la intendencia, y a ellos les interesamos porque somos un cuerpo seguro y fuerte de probados campeones que no retroceden ante el peligro de muerte y que siempre respetan sus propios códigos del honor y sus pactos, una vez que nuestro jefe jura por el dios por el que su tribu jura.

Tenemos un gran prestigio: los jóvenes más bravos de cada tribu sueñan con ser admitidos entre nosotros, aunque saben a cuanto tendrán que renunciar y que hacemos una buena criba. La vida de lobo errante es sólo para gente muy sufrida y desapegada.-

-¿Y si llegáis a conquistar esa isla, no os uniríais después para administrarla? -preguntó el bardo.

-No lo creo, tenemos intereses diferentes: los brigantes van allí porque tienen ocasión de descubrir y colonizar una nueva tierra, que todos nuestros antepasados intuyeron y buscaron; y nosotros vamos por la aventura misma y por nuestra propia misión evolutiva, siguiendo la visión que tuvo nuestro líder, y después... ¡a otra!

…Es más, Aito asegura que su trance dio para percibir que, mucho más al oeste de esa isla, a gran distancia tras las nieblas oceánicas, hay otras, mucho más grandes, bellas y luminosas, por las que podríamos seguir luego... y que un día nuestro linaje llegará hasta todas sus playas, siguiendo al sol sobre la llanura de las aguas y que una buena parte del mundo acabará hablando nuestra lengua...-

Orfeo escuchaba las ingenuas y entusiastas fantasías de Turos y pensaba que aquellos guerreros libres eran los últimos vestigios de un mundo primitivo y joven, Banda, que cada día se hacía más y más sensato, viejo, cuadriculado, materialista y opresivo, Cosus.

El espíritu de los Brigmil, salvando las distancias entre un pueblo bárbaro y otro civilizado, le recordaba el que había sentido, tantos años atrás, junto a sus compañeros, los argonautas, en aquella épica expedición en busca del Vellocino de Oro, que había despertado, inmediatamente después, la avidez de los griegos, interesados en dominar las rutas del Bósforo y del Mar Negro y el comercio con Asia, en competencia abierta con los troyanos.

Una fraternidad libre de guerreros andantes que todavía intentaban disfrutar de los rústicos frutos de la naturaleza salvaje, como parecía proclamar su enseña recién ganada, y vivir como habían vivido nuestros antepasados cazadores y recolectores, sin otro interés que sentir a plena llama sus propios conceptos de libertad, heroísmo y misticismo, no tenía el menor futuro en los tiempos que corrían.

Una manada suelta de errantes lobos humanos durmiendo al raso y abrigándose lo mínimo, que despreciaban las comodidades del sedentarismo junto con sus cadenas de dependencia y rutina y que no obedecían sino a su propio código del honor, Banda, era ya sólo posible -tan cerca del mar, por el que la civilización llega-, en un territorio remotísimo y montañoso aún cubierto de grandes bosques, tan sólo habitado por pequeñas tribus desunidas y continuamente enemistadas entre sí, como las del extremo noroeste de Iberia, donde no había surgido aún una estructuración social con poder suficiente para obligar a los espíritus marciales a convertirse en obedientes funcionarios del estado, Cosus, como acabó ocurriendo en las comarcas griegas.

A medida en que la caza escaseara y se extendieran la agricultura y la ganadería por pura e imperiosa necesidad, la naturaleza pura se iría convirtiendo, aquí también, en campos cultivados de propiedad privada o comunitaria cada vez más divididos, parcelados, vallados y reglamentados.

El mundo todo se perfilaba hacia un futuro de reinos e imperios despóticos, al modo oriental, en el que toda aquella espontaneidad individual de los primitivos europeos, su libre circulación y su independencia acabaría siendo declarada ilegal y perseguida.


………………………………………………………………………………………



Orfeo salió de sus reflexiones atraído por una música vibrante que hacía reverdecer la plaza central del poblado. Terminada la cena, la fiesta se animaba de nuevo.

Eran ahora las mujeres jóvenes quienes danzaban ante las hogueras, abundaban las rubias y pelirrojas de esbelta figura y espléndidas cabelleras, vestidas con cortas túnicas rojas o negras, formando cuadros lineales que se transformaban en coros circulares o espirales al son de gaitas y tambores.

En sus danzas, mantenían el cuerpo completamente recto y erguido, igual que habían hecho antes los varones, desplegando todas sus gracias femeninas en deliciosas circunvoluciones sobre la punta de los pies, en marcar vibrantes ritmos al unísono con punteras y tacones, en levantar todas al tiempo una pierna hasta la cintura o en dar saltitos verticales que las hacían parecer alegres aves, hadas o gacelas.

Cuando se acabó la música, tres de las más bellas danzantes vinieron hasta Turos y se lo llevaron riendo, cogido por ambos brazos. Apenas pudo el Brigmil heleno sonreírle por un momento, antes de dejarse arrastrar por ellas. El bardo se alegró de la suerte de su amigo, pero sintió algo de envidia en su corazón. Para contrarrestarla, se levantó también y se fue a dar una vuelta por la fiesta.





67- AITO


Le sorprendió encontrarse a Aito sentado entre varias de las damas más hermosas y encumbradas de la comunidad, a juzgar por la jerarquía que denotaban sus joyas, dejándose mimar por ellas y siguiendo sus conversaciones amablemente, pero sin concederles mayor atención que la que un hombre concede a sus compañeros varones.

Orfeo pensó en qué es lo que buscan las mujeres en los hombres. Turos era atractivo y simpático, normal que lo escogieran. Pero Aito era poco proporcionado, ancho, bajo, con semblante inexpresivo y un poco enérgico de más, enmascarada su serenidad en marcial dureza a causa de una cicatriz que le cruzaba la frente en diagonal. Y se sentaba sobre su banco de una manera muy común, no como un pintor o escultor heleno hubiese hecho posar a un héroe.

Un héroe, un matador de hombres. Miró a la bella mujer rubia con la que conversaba en ese momento y se la imaginó desnuda, recostada junto a Aito sobre un lecho. Se puso en ella, tan linda, tan dulce, tan señora, a pesar de ser una bárbara del incivilizado Oestrymnis; tan digna de ser amada y respetada. Miró desde ella las manos del varón a cuyas caricias se había confiado, que bajaban acariciando su pelo, su cara, su cuello... unas manos fuertes, duras, capaces de levantar mucho peso, de descargar grandes cantidades de energía.

Unas manos ágiles, con dedos sensibles, precisos, acostumbrados a hacer toda clase de fitas con la espada. Orfeo recordó la cabeza del hombre-venado volando por el aire, segada por un solo golpe de Aito, tirada en el suelo, el casco puesto todavía, los ojos abiertos, asombrados, en la boca una mueca de estupor... sangre sobre la hierba. Unas manos sangrientas, homicidas. Las crueles manos de la muerte tocando ahora mis ternuras femeninas, diseñadas a la medida de la boca de un tierno recién nacido. Las despiadadas manos de la muerte acariciando la intimidad recóndita de este vientre que da vida.

Aito vio que Orfeo estaba mirando hacia él, levantó una taza vacía y señaló una jarra de jugo de manzana. El tracio salió de golpe de su ensueño y del cuerpo de la mujer imaginada, algo avergonzado por permitir a su mente que imaginase tales cosas y aceptó con una inclinación de cabeza, acercándose y saludando con su mejor cortesía a las damas, que le correspondieron con sonrisas. El guerrero le pasó la taza llena y abrió sitio en el banco, para que se sentara a su lado.

Durante un buen rato más, ambos siguieron colaborando a tejer una conversación simpática y superficial que era, en realidad, una respuesta gentil (mas que huía del compromiso), al evidente cortejo que las damas le hacían al caudillo y que también se hizo extensivo al bardo cuando captaron que era una persona de calidad.

La mujer rubia real, dentro de cuyo cuerpo se había imaginado estar, le preguntó, medio por señas, de donde venía y, al saber que era tracio, pasó a conversar con él en la vieja lengua franca pelasga de los mercaderes del Mediterráneo, la cual manejaba con una cierta distinción, aunque no muy fluidamente.

Orfeo quiso saber dónde la había aprendido, pero su respuesta, dándose mucha importancia, hablando demasiado, soltando risitas innecesarias por el medio y contando muy deprisa una historia de una enrevesada relación con un capitán de galera fenicio, hacía patente que veía a los hombres, incluso a los civilizados, como seres elementales y manejables.

Aquello le hizo sentir nostalgia del silencio desplegado por los Brigmil durante el camino, por eso perdió todo su interés inicial hacia ella y se puso a atender a las otras, mientras ella seguía parloteando.

La segunda mujer era la más bella de todas, aunque claramente inabordable. Estaba allí como una estatua excelsa que ornara la plaza, no necesitaba ni una de sus costosas joyas para parecer la reina de la fiesta, pero no sabía fascinar más que con su soberbia presencia externa, sin dejar traslucir nada que hiciese suponer algo que no pareciese puro convencionalismo pasivo, frío y egoísta en su interior.

La tercera, hermosa y con ojos inteligentes de Atenea, se llamaba Bron, tenía una conversación interesante y atenta, a base de cortas frases fluidas e incisivas entre medias sonrisas, que arrastraban a los demás a exponer lo más profundo de sí mismos, con un toque de aquel humor galaico de doble sentido a adivinar, pero bien dirigido al intelecto o a la intuición, que dejaba traslucir en su interior un refinado poso de muy antiguas civilizaciones femeninas tenazmente conservadas durante generaciones, mediante transmisión íntima de madres a hijas y nietas, pese a padecer el peso de múltiples invasiones de incultos varones bárbaros, a los que siempre habían acabado asimilando.

Su voz sonaba adorablemente femenina y cálida, en tanto que su rostro transparentaba una firmeza altiva de leona, que suavizaba con sus sonrisas insinuadas. A Orfeo le estaba encantando, pero ella no mostraba interés sino por Aito y se notaba que ya se conocían hacía años, que probablemente habían sido amantes tiempo atrás y vivido mucho placer, mucha lucha y mucho dolor juntos, porque ambos se miraban con admiración y al mismo tiempo, trataban de esquivar ciertos puntos con cargas resentidas, donde su desacuerdo era evidente y hasta irritante.

Utilizados sus recursos de seducción durante un tiempo prudencial sin que ninguno de los dos hombres pareciera estar muy dispuesto a un intercambio más íntimo, las damas, una por una, acabaron por irse despidiendo con gracia, simpatía y dignidad ibérica, marchando a disfrutar de la fiesta antes de que acabase.


-Aito –preguntó Orfeo cuando se quedaron solos-: ¿En verdad no echáis de menos los Brigmil el tener una cierta estabilidad sentimental, una compañera leal cuya amistad y amor sea permanente, unos hijos que os alegren la vida?

-Nadie tiene esas cosas -respondió el líder con serenidad-. Sólo algunos tienen la ilusión de tenerlas. Continuamente se ven obligados a luchar y a trabajar por defenderlas, reconquistarlas, mantenerlas, adivinarlas, complacerlas y conservarlas, siempre subiendo y bajando la rueda... y ese trabajo es muchísimo mayor y más desgastante que el que cuesta, simplemente, conquistarlas en cada nuevo momento.

Nosotros hemos ido un poco más lejos que esa ilusión, amigo bardo, tratamos de no entrar en esos giros ilusorios del poseer. De situarnos por encima de la Rueda de la Ilusión. Así, no sufrimos, como la mayoría, por intentar la retención de personas o cosas que son imposibles de retener.

-Y vosotros que sois capaces de lanzaros a buscar y conquistar una isla lejana, apenas soñada, en ese océano que todos temen tanto ¿No os gustaría parar un momento de vivir errantes en busca de más y más sueños y tener vuestras propias casas y tierras donde descansar y una vida tranquila y segura?

-Ya tendremos tiempo de descansar cuando estemos muertos -dijo sonriendo el guerrero-. Ya tendremos toda la seguridad del mundo cuando, al llegar a las Islas de los Bienaventurados, comprobemos que renacemos cada día, vivos y eternamente jóvenes y potentes como el sol, hasta que nos aburramos de vivir sin límites y pidamos que nos manden de nuevo al desafío de reencarnar con verdadero riesgo en este mundo, como pioneros avanzados de una Nueva Era.

-Pero ¿dónde dejáis el disfrute de la vida junto a los seres queridos? -insistió el bardo. Deseaba dejar de hablar en plural, esquivar el código de creencias de los Brigmil, que casi nunca hablaban de sí mismos y preguntarle directamente que era lo que él, la persona Aito, sentía en su interior. Pero no se atrevía a tocar tan a fondo la intimidad del imponente líder. Eso no estaba bien visto entre los orgullosos íberos varones y le podían responder “¿Y a ti que te importa?”.

-Nosotros disfrutamos todo lo posible de las cosas buenas de la vida en el momento preciso en que decidimos escogerlas a plena consciencia... –decía Aito- También de las personas, cuando sus almas nos atraen de verdad; pero no tratamos de retenerlas ni poseerlas, porque uno es siempre poseído por sus posesiones. Y es agradable dormir con bellas damas en sábanas limpias, pero quien lo hace demasiado a menudo, acaba convertido en su proveedor y su sirviente. Fíjate como miran a los Brigmil, llenos de envidia y resentimiento, todos esos hombres que viven aquí y que ahora son relegados, mientras sus mujeres cortejan a los llegados de fuera, a la novedad pasajera.

-Pero muchos de tus compañeros se van con ellas -observó el tracio recordando a Turos. La bella rubia de su ensueño también abandonaba la fiesta en dirección a las casas, del brazo de uno de los más jóvenes lobeznos que habían danzado, que debía tener unos doce o quince años menos que ella.

-Así es –dijo Aito, que también la había visto-. Nadie está controlando la vida privada de un guerrero libre, cuando se encuentra en su tiempo de asueto, sólo él mismo se controla y se resguarda, si quiere, de las tentaciones de la ilusión.

-Es “La Vía del Filo de la Navaja” –dijo, señalando con la vista a otro guerrero-lobo que pasaba acompañando a una mujer- .Esta noche mis hombres van a estar ante mayores peligros que en el campo de batalla, y no contarán con la ayuda de sus compañeros. Yo también disfruto de la compañía de un ser femenino cuando su alma complementa a la mía, a veces un paseo en silencio por un bosque, o un simple abrazo, nos alimenta y conforta a ambos. Pero después lo dejo circular, y retorno bien antes de la hora marcada para pasar revista, tras lavarme la cabeza de ensueños, porque nadie debe sentir en mi voz las telarañas de melancolía que nos dejan los encuentros con el otro sexo.

Los Brigmil cuidamos de no enredarnos en ilusiones de los cuerpos inferiores que nos desenergeticen y debiliten. Forma parte de nuestro compromiso ante nosotros mismos. Estamos consagrados como guardianes, vigilantes y pioneros, al servicio de la específica tarea del Plan Evolutivo que aceptamos y asumimos cuando la comprendemos. No debemos tener nada que no pueda uno llevarse consigo al combate, sin que su peso estorbe.-

-¿Por qué has escogido una vida como ésta? -insistió Orfeo, percibiendo que Aito ya estaba saliéndose de nuevo de lo personal para regresar a la neutralidad de su identificación grupal.

-Esta vida es solamente un curso de una escuela que sirve para acceder a un curso superior –afirmó “El Que Dice la Palabra”-. Y así eternamente, pues el ser infinito que somos se va viviendo a sí mismo a través de las infinitas existencias. Todos mis compañeros eran individuos brillantes y magnéticos que escogieron ser guerreros libres para llegar pronto al conocimiento de sí mismos, probándose en situaciones extremas, aceptando votos, renuncias a la personalidad y al libre albedrío y grandes desafíos y, sobre todo viviendo un profundo proceso de transformación interior, a fin de salir rápido de este nivel evolutivo de pura ilusión, hacia el siguiente más elevado en consciencia.

-…Pero eso son sólo creencias, Aito, no se puede saber con seguridad que lo que especulas sea real hasta haber muerto. Y quizás entonces ya no sirva de nada el saberlo –dijo Orfeo amargamente.

-Un feto le dijo a su mellizo: “¿Será verdad que existe vida después del parto?” “¡No lo creo!”, contestó el otro, “¡Nadie ha regresado de allí para contarlo!”

Ambos rieron el chiste y brindaron con jugo de manzana. Orfeo estaba sorprendido por aquel sentido del humor del galaico, que soltaba una broma como una estocada cuando más serio parecía que estaba.

-Un hombre inteligente y valeroso aprovecha todo lo que puede de las cosas que le motivan en esta vida… si funcionan bien en ese momento –dijo Aito, regresando sin transición al tema-. Pero cuida de no esclavizarse al vano intento de retener esas cosas, porque todo se está transformando continuamente y nada permanece.

Calló para beber de su taza. Orfeo se fijó como bebía: era un sorbo abundante, pero no lo tragaba de una vez, como los bebedores ansiosos, sino que lo degustaba bien en el paladar antes de ingerirlo. Algunos de sus otros hombres se habían ido acercando a su mesa, entretanto, y sirviéndose con total confianza.

-Un hombre inteligente y valeroso también trata de degustar la vida a tragos lentos e intensos -siguió, como adivinándole el pensamiento-. Y trata de progresar y aprender en ella cuanto pueda, a base de darse por entero y de terminar su vida como la vivió, de una forma digna de sí mismo, con coherencia, con lucidez y con calidad, en lugar de prolongar de forma vana una anodina mediocridad en el tiempo, como quien resguarda avariciosamente sus energías, en lugar de usarlas.

-Pero esto que vivís no es un tipo de vida que pueda durar mucho –arguyó Orfeo-. ¿Y cómo os las vais a arreglar en la vejez?- preguntó para todos, puesto que ya varios estaban escuchando.

-¿La vejez? -rió Aito- ¿Alguno de vosotros tiene interés en llegar a viejo? -preguntó en general a sus hombres.

La respuesta fue una jocosa rechifla colectiva. Uno de los Brigmil, Bodo, que parecía el de mayor edad a pesar de su fortaleza, unos cincuenta años, respondió:

-No sé cómo he podido llegar a la edad que tengo, a pesar del ardor con que me entrego al combate, debe ser porque aún tengo mucho de lo que purificarme antes de partir… pero si el enemigo no es capaz de acabar conmigo antes de que mi paso no pueda seguir manteniendo el ritmo de mis compañeros, tendré que desafiar a cualquiera de ellos para que me mande al País de la Eterna Juventud… o yo le mandaré a él, a fin de ir colocando buenos amigos allí, para alegrarnos juntos el día que por fin llegue.-

Todos rieron, asegurando que Bodo no se iba a encontrar sin amigos en las Islas de los Bienaventurados y diciendo que querían lo mismo para ellos.

-Si un día Aito cae en combate, muchos le seguiremos después de batirnos entre nosotros mismos en su funeral –dijo otro sin que pareciese, para nada, sonar como una adulación-. Acompañar a un espíritu como el de él en el Más Allá podrá ser mucho más interesante que formar parte de la corte del rey más poderoso de este mundo.

-¡Pero estáis hablando de suicidio! –arguyó el tracio, asombrado, tras asegurarse, por las expresiones de los demás, de que todos pensaban seriamente algo parecido a lo que el guerrero-lobo había expresado con tanta espontaneidad- ¿No condenan el suicidio vuestros cultos?

-Nosotros sólo damos culto a la Libertad -dijo él- ¿Qué mejor acto de libertad que poder escoger dejar la vida si la vida se convierte en algo que no merece la pena? Yo deseo morir como he vivido.

-¿Y a qué os dedicaréis en las Islas de los Bienaventurados?- preguntó el bardo, dándose por vencido, ante la determinación inconmovible -o el fanatismo- que aparentaban aquellos hombres.

-Pues a este mismo tipo de vida, que es el que más nos gusta, por lo menos mientras no llegue el momento de volver a nacer en un nuevo cuerpo -dijo Bodo-, con la diferencia de que, mientras estemos allí, podremos arriesgarnos mucho más que ahora y vivir la vida con mucha mayor intensidad, ya que todos los muertos en ejercicios reales de combate del día anterior resucitarán con el sol al día siguiente, manteniéndose nuevamente jóvenes, fuertes y saludables.

-Parece que vosotros creéis en un Más Allá mucho más divertido que el nuestro –reconoció al final Orfeo, brindando con su taza-. Comparado con él, incluso los héroes tracios y griegos que moran en los Campos Elíseos, que son nuestras Islas de los Bienaventurados, se asemejan a un grupo de discretos y serenos ancianos de la clase aristocrática que hacen fiestas cultas, retirados casi completamente de la agitación de la vida.





68- LOS REINOS SUPRAFÍSICOS


Al amanecer, la compañía de Hombres-Lobo formó un círculo para revista a la salida del pueblo y, efectivamente, no faltaba nadie, todos portaban impecable su bagaje guerrero y sus monturas, se mostraban diligentes y animosos y en ninguno de ellos se veían “las telarañas de melancolía que dejan los encuentros con el otro sexo”. Orfeo se fijó en Turos, que evidentemente lo había pasado muy bien con aquellas jóvenes, pero que se mostraba descansado y tan dueño de su sana y calma energía como siempre.

Hicieron su sintonía matinal, con cánticos, mantras y oraciones, luego montaron a caballo y partieron con el buen orden acostumbrado. Turos le informó que hacia el fin de la tarde llegarían a la Comunidad de Milesia, expresión sobre la tierra del Reino Suprafísico de Gal, donde Orfeo podría conocer, si quería, a Amerguín, el Maestro de los Brigmil, fundador de su Fraternidad.

-¿Qué es eso del Reino Suprafísico de Gal, Turos? - quiso saber el tracio.

-Amerguin dice que cada una de las emanaciones del Ser Cósmico se manifiesta al mismo tiempo en siete mundos, de lo más sutil a lo más denso. Los tres primeros son tan puros y espirituales que ni nos los podemos imaginar, pero sus realidades luminosas se proyectan sobre este mundo de ilusión nuestro, en forma de arquetipos que le dan significado y que guían la evolución de nuestras almas…-

Orfeo escuchaba con interés, aquel lenguaje tan abstracto no coincidía con la expresión normal del joven, mucho más simple e informal, se veía que estaba repitiendo palabras de su maestro que habían quedado bien grabadas en su memoria.

-…Claro que, al entrar en nuestra densidad, -siguió su acompañante- todas las realidades superiores se distorsionan, igual que la imagen de una lanza cuando la sumergimos en el agua transparente de un río. De los cuatro niveles inferiores, el menos distorsionado es el del Alma, que piensa, siente y se expresa a través de las intuiciones del Mental Superior. Para nosotros, Gal es hoy el reino suprafísico que nos inspira a manifestar sus directrices sobre la Tierra de los Gal, comenzando por nuestra Comunidad de Milesia, que está en su centro.

-Entonces, supongo que debo felicitaros, ya que parece que habeis conseguido traer vuestro sueño al plano físico, formando una Fraternidad como ésta -dijo el bardo con mucho respeto, señalando la larga y disciplinada cabalgata de guerreros.

-No nos felicites tan temprano, Orfeo- respondió Turos con una sonrisa. Gal es un objetivo que va siendo siendo conseguido a base de buen mantenimiento diario, tanto entre los Brigmil como en Milesia, mantenerlo ya no es más un desafío, como al principi. El desafío ahora nos llega del mar, muy, muy adentro del océano, y consiste en penetrar en la dimensión intraoceánica del reino Suprafísico de Gal, es decir, en el vórtice más profundo de este vórtice, al que llamamos Avalon.-

-Según las informaciones que le llegan a Amerguín de sus guías interiores, Avalon es uno de los reinos interdimensionales donde reina el Alma del Mundo. – aseguró Turos ante el gesto inquiridor de Orfeo- Avalon todo el tiempo nos llama y nos inspira, para que descubramos y colonicemos la Isla del Destino donde el carácter del vórtice intraoceánico se expresará en la superficie de la dimensión física, a través de nosotros y nuestros descendientes, y de nuestro trabajo vital...-

Orfeo pensó, de primeras, que eso era más que otra especulativa creencia de los fanáticos Brigmil, un mito místico; pero no osó contestar nada, porque se vio a sí mismo dejando de vivir una vida normal para perseguir una quimera semejante: la esperanza de rescatar a Eurídice, el Reino Suprafísico del Hades todo el tiempo llamándole, inspirando su interminable caminada al fin del Mundo.

-Gal en el litoral de este continente -siguió el joven Brigmil-, y Avalon en la Isla del Destino que Aito descubrió en su visión, expresarán físicamente la esencia sutil del verdadero reino que conforman las Islas de los Bienaventurados en el Mundo Real del Mental Superior. Amerguin lo sabe y lo comparte con nosotros porque es un canal, Orfeo, él está en continuo contacto con la Jerarquía de la Luz.-

-Mejor, explícame a qué cosa llamas “Jerarquía de la luz”, Turos, por favor.

-Se trata de la Hermandad de altos espíritus que ya fueron seres humanos como nosotros, Orfeo, pero que llegaron a una maestría tal que transcendieron nuestra dimensión y ahora viven en el Mundo Intermedio.

-Muy bien, ahora, por favor, explícame a qué llamas “Mundo Intermedio”.

-Amerguín dice que el mundo de la Jerarquía de la Luz es el intermediario entre los tres más sutiles y divinos y estos otros tres inferiores que todos podemos percibir bien, nuestro Mental Inferior, Concreto o Intelectual, nuestro Emocional o Astral y nuestro Etérico-Físico, aunque son percepciones irreales, por incompletas, en las que aún están encerradas nuestras almas como en un mal sueño.

-Creo que lo entiendo -respondió Orfeo- el mundo suprafísico de Gal, y el tal de Avalon incluido, debe ser, para vosotros, lo que el Olimpo y los Campos Elíseos son para tracios y griegos: el Reino de los Dioses y de los héroes, el Centro Espiritual que rige el mundo y el Paraíso de las grandes almas.

-No exactamente- precisó el Brigmil- Amerguín dice que Gal y Avalon sólo son dos de las proyecciones o proyectos de futuro del actual Centro Espiritual de nuestro planeta, que está en el Asia Profunda Sutil y se llama Shambala, de donde son emanados por la más alta Jerarquía de la Luz muchos otros proyectos evolutivos para el resto del mundo, en cada época oportuna, siguiendo un Plan Universal.

-¿Shambala? –Orfeo recordó la formación teórica recibida en varias de sus iniciaciones, medio enmohecida en su mente, por falta de uso -¿No es ese el reino donde dicen que se originó la Raza Ariana en la antigüedad, más allá de la remota Escitia?

-No sé muy bien en que parte de Oriente se puede encontrar la Escitia, pero conozco desde niño todos esos nombres asiáticos, Turania, Cimeria, Tartaria. Mongolia… porque me fascinaban las historias en verso sobre el linaje de los Goidel que Amerguin recitaba y continúa recitando mientras toca el arpa.

…Él también nos contó que Shambala es el Reino Suprafísico que inspiró la creación del primer hogar de la Raza Aria sobre el Plano Material -confimó Turos -. Decía uno de sus mejores poemas que El Reino comenzó por descender desde la dimensión sutil de Venus sobre Isla Blanca, situada ante el litoral sur de un mar enorme que había en el centro de Asia. El Manú Vaivasvatá, un canal bien conectado con la Jerarquía Evolutiva, sintió poco antes el llamado del vórtice Shambala, igual que ahora nosotros estamos sintiendo el llamado de Avalon, e hizo una selección de las almas más evolucionadas de distintas Subrazas de la Raza Anterior. Luego abandonó con ellos, en una flota de barcos, la gran isla oceánica en la que vivían. Provenían de una civilización muy adelantada, pero que ya estaba corrompida por el lujo, la guerra civil, el materialismo sin límites y la magia negra…-

Más una vez Orfeo se encontraba con el mítico recuerdo de la Atlántida en su viaje. Parecía que más se manifestaba cuanto más se aproximaba al Océano.

-…Los seleccionados llegaron primero a Egipto –siguió Turos-, abandonaron en su litoral los buques y siguieron por tierra hasta Arabia. Se multiplicaron allí durante varias generaciones, lo que hizo que un grupo de ellos se acomodase a lo conocido, el mundo de Cosus, para que nos entendamos, mientras que otros seguían aspirando a un Mundo Mejor y Diferente, el mundo de Banda.

Entonces el Manú volvió a encarnar en la siguiente generación y, ya adulto, promovió una larga expedición con los más corajosos de estos últimos, aventura impresionante que les llevó hasta el remotísimo Mar de Gobi, donde ciertas señales hicieron que identificaran a la tal de Isla Blanca. Por ella comenzaron su asentamiento.

Cuando crecieron, muchas de sus familias se extendieron a poblar el continente, pero eran continuamente masacrados por los feroces Turanianos, que habitaban las estepas desde toda la Era Anterior. Así, se fue cribando en la dificultad la naciente Quinta Raza Ariana, hasta que se fortificaron tanto sus hijos que por fin consiguieron vencer y someter a los Turanios.

Crearon entonces un imperio con una capital espléndida que se llamó la Ciudad del Puente, puente por el que la ciudad situada en la orilla del continente se ligaba a la Isla Blanca, el espacio sagrado de los orígenes. Desde allí, las primeras Subrazas Arias, al crecer y multiplicarse, fueron conquistando la India, el Irán… otras Subrazas posteriores fueron ascendientes de los arios árabes y de los primitivos colonizadores del Cáucaso, que después parece que se convirtieron en pelasgos como tú y en griegos. También de allí partieron migraciones que tenían como meta, marcada por la Jerarquía, las islas y litorales Atlánticos, como la de nuestro antepasado Niul…

-¿Y qué fue de Shambala? –quiso saber Orfeo.

-Decayó en el lujo y la inercia egocentrada, como tú sabes que todo acaba decayendo, amigo, sus últimos pobladores fueron avisados por la Jerarquía, a través de sus canales, para salir de allí porque iba a haber cataclismos en el mundo, y aquellos que obedecieron, emigraron rumbo a la India.

Amerguín contaba en su poema que, efectivamente, el mundo mudó. Aquel mar de Gobi se secó y tanto Isla Blanca como la Ciudad del Puente quedaron enterrados bajo las arenas de un gran desierto.

Sin embargo, él asegura que Shambala sigue allí, en el Plano Real del Alma del Mundo, pero que ya cumplió su misión en Asia y que hasta ahora estaba estimulando y proyectando nuevos vórtices evolutivos: la creación de nuevas civilizaciones en Occidente, la Anatolia, la Cretense… la Pelasga, que tuvieron su momento, pero que ya están decadentes… … la Griega, que, por lo que se cuenta, está llegando a lo mejor de su juventud y las sustituirá… la Itálica, que apenas está comenzando, y sustituirá a la griega…

Pero nosotros vivimos atentos –se exaltó el joven guerrero- al comienzo del desarrollo de la civilización Ibérica y la Insular Oceánica, que por ahora sólo son semillas de futuro, pero que sustituirán a la Griega y a la Itálica, haciendo una síntesis de lo mejor que ambas llegaron a desarrollar, según promete Armenguín, y así por adelante…

Los lugares y las civilizaciones se desarrollan, crecen, se proyectan y decaen, Orfeo, pero son siempre los mismos espíritus guerreros, bajo distintas envolturas reencarnatorias, quienes colocamos las semillas evolutivas de los nuevos ciclos.-

El tracio podía presentir ahora, por detrás del aspecto juvenil de aquel guerrero galaico, a un espíritu viejísimo, tal vez tan viejo o más que el suyo.

-Los viejos Gal ya plantaron la primera semilla sobre el vórtice energético de Iberia que atrajo a Niul desde oriente. Ahora nosotros- dijo con firme alegría-, los Brigmil, tendremos que plantar la segunda sobre el Plano Físico de esa isla remota que debe encontrarse al norte y al oeste de las Casitérides, la isla que los Maestros Sutiles de Avalon, desde el Plano Suprafísico, nos están indicando.

-Entiendo…uno de mis instructores decía que la evolución humana siempre sigue el caminar del Sol, del este al oeste.

-Eso dice también Amerguín, e insiste que las almas de los pioneros que vinieron a poblar el Camino de las Estrellas y el litoral de Iberia, y que están llamadas ahora a soñar y después materializar Avalon en las Hibernias, aunque mueran en el empeño o de vejez, reencarnarán, muchos siglos después, en los reinos físicos desarrollados para entonces en estos vórtices, a fin de seguir construyendo nuevas civilizaciones sobre nuevos vórtices evolutivos, que despertarán a lo largo de enormes islas aún desconocidas, las cuales se encuentran todavía más hacia el Oeste.

-“Sería lo que habría quedado de la Atlántida, si quedó algo…” –pensó Orfeo, sin dejar de considerar que todas aquellas fantasías esotéricas de magos, bardos, iluminados, canales mediúnicos, profetas y ciegos creyentes, a lo mejor, acababan por inspirar empresas reales bien interesantes… Pero no pudieron seguir conversando, porque ya se pasaba la orden de descabalgar, para hacer en círculo la segunda sintonía del día.






69- LOS MILESIANOS


A la Comunidad de Milesia se accedía por la entrada en una aldea galaica no muy diferente de todas las demás que Orfeo había visto, que se encimaba en una colina a poca distancia del Camino de las Estrellas. La colina era un mirador sobre otras colinas más interiores y cercadas de bosques, que acababan en un valle abrazado por un monte picudo y solitario. Se extendía por una tierra fértil y bien regada, dividida en siete haciendas.

Pronto se enteró, por directa experiencia, de que en la aldea de acceso se encontraba también la recepción a donde llegaban los visitantes, que después eran encaminados a las tres haciendas más próximas, donde también vivían familias y niños.

Aunque había puestos de Guerreros Libres por toda parte, le había dicho Turos, quien lo presentó al acogimiento de huéspedes, antes de despedirse de él, que la Hacienda Milesia 5, a la que ya se encaminara toda la tropa de Aito, rodeada por un bajo muro de piedra, era el cuartel principal de los celibatarios Brigmil, que protegían Milesia 6, situada más alta, en el arranque del verde valle intramontano, recogida residencia del Maestro Amerguin y de sus colaboradores de total confianza, los cuales integraban la cúpula jerárquica rectora.

 La séptima hacienda era un apartado y silencioso retiro de montaña donde nacía el río transparente que regaba toda la región.

Para entonces, ya hacía más de dos semanas que Orfeo se encontraba en la hacienda Milesia 3, y no sabía si seguir quedándose o marcharse. Por una parte le molestaba y hasta oprimía la rígida disciplina, la férrea autoridad de los escalones jerárquicos y el impuesto silencio e incomunicación personal que allí imperaba, muy especialmente entre las personas de ambos sexos, así como entre residentes fijos y temporales, entre veteranos y novatos, entre guerreros y civiles. Las personas que coordinaban su hacienda no paraban de discursar que aquél era un lugar pensado para desprenderse de la personalidad y de todo lo supérfluo, a fin de poder vivir como almas.

Por otra parte, el tracio estaba fascinado por el perfecto orden, la eficacia y la abundancia en lo necesario con que funcionaban todos los servicios comunitarios y, sobre todo, por el extraordinario ambiente musical, lleno de espiritualidad, que enmarcaba todos y cada uno de los trabajos colectivos del día. La hacienda en la que residía era un verdadero Palacio de la Música.

Desde el amanecer hasta el atardecer, antes de cada refección y, prácticamente, una vez cada dos o tres horas, todos los residentes en Milesia, unos trescientos moradores fijos y bastantes más temporales, llamados Milesios o Milesianos, se reunían para tocar y cantar bellos himnos muy bien entonados.

De entre todos los himnos que los seguidores de Amerguin cantaban, uno era el principal. Sonaba con la mayor solemnidad y marcialidad y el día central de la semana, denominado el “Día de Recogimiento y Conexión”, prácticamente todos los miembros de la Comunidad, salvo los centinelas, se reunían a media mañana en grandes grupos, en los mayores patios cubiertos de cada una de las haciendas de Milesia, y pasaban hasta tres horas repitiéndolo con la mayor devoción, aunque alternándolo con otros himnos, mantras y oraciones a cada ciclo de doce cuentas de un rosario de semillas que casi todos llevaban al cuello.

Orfeo se lo aprendió muy bien y pronto le permitieron acompañarlo con la flauta y la lira, aunque los instrumentos que mejor lo destacaban era las gaitas, trompetas y tambores y, por supuesto, las arpas en los momentos álgidos.

El famoso Amerguin, un hombre mayor sin edad definible, comparecía de vez en cuando a cada una de las diferentes haciendas y Orfeo se había quedado encantado y transportado por su maestría de bardo de bardos la primera vez lo escuchó. Cuando él mismo dirigía el conjunto de instrumentos y voces, se creaba una espiral ascendente de ritmos entusiastas que proyectaba la vibración concentrada de todos hacia las cotas más altas del misticismo épico y abría verdaderas puertas interdimensionales en las mentes y los corazones de los participantes.

Aquel himno maestro que todos repetían se titulaba “Ejército de Luz” y ésta es la traducción que Orfeo hizo a su lengua natal, aunque perdiendo con ello las potentes rimas y la sonoridad del idioma Goidélico o Gaélico.

“Divino Misterio Supremo,
Fuente Original de todos los seres y mundos,
dueño de todos los nombres,
nos ofertamos a Tí
en perfecta disciplina y unidad,
somos tu Ejército de Luz.

Tuyas son nuestras vidas, úsanos.
Devotámoste la energía
de nuestra sintonía y sincronía,
nos vaciamos conscientemente
de pensamientos y deseos personales,
para estar completos a Tu disposición
y siempre confiando en Ti.

Haz de nosotros y con nosotros
Tu Voluntad, cúmplase tu Plan.
Porque Tuyos son la Sabiduría,
El Amor, el Poder y la Gloria.
¡¡Así Es ahora y eternamente!!”


Jamás antes, ni en el ejército tracio de su padre ni en la Escuela de Héroes del Monte Pelión ni durante la Expedición Argonáutica, había Orfeo escuchado un himno tan dinámico, tan guerrero y tan devoto como aquél. Era un himno ideal para entrar entonándolo en la batalla como un bloque compacto e imparable, para lanzar hacia toda parte nubes de flechas, estocadas y lanzazos, evolucionando en grupos ordenados como mortales danzarines, era un impulso animador para mantenerse luchando o trabajando durante horas sin disminuir el caudal de energía, sabiéndose conectados a la Fuente inextinguible del verdadero Poder.

Era una segura conexión con la más elevada de las egrégoras, servía para invocar el coraje y la fe en los momentos de mayor tensión y peligro, e incuso para aliviar el dolor de las heridas, la agonía y la muerte, y había tonos específicos más intensos o más recogidos, para cantarlo en cada una de esas ocasiones.

Los Guerreros Libres estaban continuamente ensayando aquellas variabilidades de tono, muy especialmente cuando marchaban o cuando practicaban la esgrima, o la danza guerrera, que eran prácticamente lo mismo. Entonces solían dividirse en dos grupos contendientes, que entrechocaban las espadas siguiendo el silabeo o el final de cada frase, aunque también soltaban golpes inesperados en cualquier momento, que eran reforzados por una sola sílaba o palabra del himno, lo cual podía repetirse durante varios golpes seguidos en distintos tonos, antes de volver al hilo general.

Éste hilo general, esta sintonía intuida y mantenida, aún en el silencio, era la corriente básica y común de la fuerza que unía al conjunto de los milesianos durante cualquier acción o durante el reposo meditativo o contemplativo.

Ya que, a pesar de que cantaban su Himno Maestro masticando cada palabra, haciendo todo un ejercicio de concentración sonora para que en ningún momento se cayese en lo automático, todos y cada uno de quienes lo cantaban se habían acostumbrado a abrir varias líneas simultáneas de atención en sus mentes, que les permitían estar pronunciándolo con toda reverencia y sacralidad y, al mismo tiempo, pensando o haciendo lo que demandaba la necesidad o el compromiso de aquel instante o tarea, tal como si se estuviesen jugando la vida toda en aquel preciso aquí y ahora.

Orfeo se admiraba de cómo los miembros de la comunidad, y, muy especialmente, los Brigmil, habían llegado a compartir tal sincronicidad de instintos, sentimientos, pensamientos y acciones, así como entre su propia individualidad y el movimiento de lo colectivo.

Estas energías diversas actuaban con atenta unidad, tanto en el fragor y la confusión de la batalla, el galopar en oleadas, el hacer o deshacer un campamento rápidamente, como en los trabajos cotidianos que mantenían impecables los edificios, patios y paseos de sus haciendas, al tiempo que perfectamente cultivados los campos y pomares que las rodeaban, y lograban que estuviesen abundantemente servidas de sus productos las mesas de los comedores colectivos y gratuitos, así como cubiertos diariamente de paja limpia los suelos de los grandes dormitorios, masculinos o femeninos, sobre la que todos se acostaban al anochecer.

Las parejas que llegaban a Recepción eran sistemáticamente divididas y cada uno enviado a una hacienda diferente, a menos que tuviesen niños menores de siete años, en cuyo caso se les permitía vivir juntos en cabañas especiales para familias.

Sobre las relaciones sexuales se decía que, quien quisiese, podía marcharse a vivir fuera de la comunidad para tenerlas, pero que allí dentro, esa poderosa energía se dedicaba enteramente a conectar con la propia alma. Los muchachos y mozas mayores de siete años hacían la misma vida que los adultos.

Los Brigmil ya comenzaban a cantar himnos antes del alba, y entonces todo el mundo se levantaba y se unía a ellos. Seguía un tiempo para asearse y asear las instalaciones y luego se desayunaba y se repartían en diversos grupos os trabajos de la mañana, siempre dirigidos por un facilitador bien responsable. Orfeo trabajó en la cocina, en la huerta, en el transporte de alimentos y en la poda de árboles.

 Cuando era necesario se convocaba desde el amanecer a toda la comunidad para ocuparse en grupos de unas doscientas personas, de distintas labores en cultivos extensivos o en construcción. En cualquier momento de la jornada alguien arrancaba un himno y todos se sumaban a él, mientras seguían desyerbando los plantíos o recogiendo espigas o frutos.

 Se trabajaba muchas horas al día y la consigna más repetida era "hacer cada tarea lo mejor posible y un poco más". Si los supervisores no veían o sentían esta disposición, mandaban repetir el trabajo hasta que estuviese perfecto para sus ojos.

Había tres refecciones al día y siempre daba para repetir a quien quisiese. Después de agradecer el alimento, todos se servían comenzando por los niños y luego por los visitantes y los novatos, esperando los veteranos a que se sentaran, antes de servirse a su vez. Nadie colocaba la comida en la boca hasta que se daba la señal para que la totalidad de los comensales comenzara a alimentarse al mismo tiempo. Todo quedaba luego perfectamente limpio y ordenado por todos, en perfecta coordinación, antes de que abandonasen comedores y cocinas.

A diferencia de los ruidosos banquetes que Orfeo había visto a su paso por todo el norte de Iberia, no estaba permitido conversar en el comedor ni en sus alrededores, y muchos se iban a comer en solitario debajo de un árbol. Siempre que se oía un rumor de voces, el coordinador o cualquier veterano, o los más impositivos entre los novatos, llamaban la atención al grupo.

Aquellas continuas llamadas al orden, a veces ríspidas y secas, era lo que más desagradaba a Orfeo de su estancia en Milesia, aunque entendía que la disciplina y el silencio eran esenciales para que tantas personas se mantuvieran concentradas en la conexión interna y en la colaboración grupal que era la razón de ser de aquella comunidad.

Ya Orfeo había decidido fecha para continuar su camino, cuando alguien vino a decirle que el mismísimo Amerguin lo había mandado llamar a la Hacienda 6, donde residía.





70- AMERGUIN


Se contaba que Amerguin era uno de los siete hijos de Mil, Nil o Niul, aquel guerrero cuya historia los Brigmil cantaron la primera noche que Orfeo, tras ser liberado, había pasado con ellos en el Camino de las Estrellas. Nacido en Brigantia, se destacó desde muy joven con el arpa y se convirtió en un bardo que, en calidad musical, ya superaba en mucho a todos los maestros galaicos. Como su padre y sus ancestros nómadas, llevaba dentro la pasión y la necesidad de conocer el mundo y así, en determinado momento, marchó a recorrer hacia atrás la Vía de los Peregrinos y pasó muchos años embriagado por el descubrimiento de las culturas, músicas y placeres de muchos países distantes.

Muchos años más tarde, cuando ya casi todos pensaban que había muerto, regresó a su tribu natal con canas y con tanto conocimiento bellamente expresado en virtuosismo de arpista y canto, que enseguida fue reconocido por “Los que Saben” como uno de ellos y admitido en sus círculos de magia, que se celebraban las noches de plenilunio en los robledales sagrados.

El caudillo Breogán, recién llegado por entonces a la jefatura de su nación por elección de las Madres de tribu brigantes, se hizo su amigo y quiso convertirlo en uno de sus consejeros principales, pero él no permaneció mucho tiempo en Brigantia; se disculpó diciendo que sentía ahora la necesidad de hacer un viaje hacia lo interno con la misma fuerza con que antes le había llamado lo externo y se retiró a las playas solitarias y abiertas situadas más allá del extremo sur galaico, cerca de de la desembocadura del rio Lis, frente a las ventosas rompientes del océano abierto, pasando dos años como eremita en la misma caverna donde había acabado su estancia en la Tierra, según la tradición local, la mítica Gal.

Contó ante las personas de su mayor confianza, cuando se reencontró con ellas mucho más tarde que, una madrugada, la voz de Gal dentro de sí lo despertó y le había hecho correr por la playa al encuentro de una gran bolla de luz que venía desde el lejano horizonte marino como deslizándose sobre las olas. Cuando se fundió con ella en la orilla, la voz le hizo saber que la mónada, o espíritu rector del antiguo Amerguín, había pasado a habitar otra dimensión y que una nueva mónada, mucho más evolucionada y sabia, pasó a utilizar su cuerpo y su mente como vehículos de su misión sobre este mundo.

Durante un año más, aquella nueva consciencia vagó por las playas llamándose a sí mismo Glúingal, que significa “de rodillas ante Gal”, intentando adaptarse a una forma corporal y mental que le parecía demasiado estrecha, rígida y limitada. Sólo tocando y cantando frente al mar lo más alto que podía, se sentía liberada de aquel encierro. Pero un día cargó con el arpa de Amerguin y echó a correr sin parar por la arena húmeda hacia el Norte. Corrió y corrió hasta que logró sentir que aquel cuerpo le respondía al fin, como un potro domado, o como el obediente instrumento musical de su latir y de su voz.

Entró en el Puerto de los Gal dando el nombre de Glúingal a los centinelas y a la multitud del mercado, ante la que habló por primera vez después de llamar su atención con su maestría de bardo arpista. Les dijo que cada persona era habitada por una consciencia infinita, eterna, divina, que se oscurecía y perdía sus ilimitados poderes cuando nos identificábamos con el cuerpo efímero, la cultura y la tradición de nuestra tribu, nuestra familia de sangre y sus rutinas, así como con la idea y el miedo de la muerte. Trazó ante ellos un atisbo de su visión cósmica y del radiante futuro de la Humanidad, cuando ésta lograra desprenderse de la condición humana y volar libremente de nuevo sobre las alas de su divinidad. Luego colocó todo aquello en música.

Cuando terminó su concierto, la gente aplaudió y se dispersó para seguir comprando en el mercado. Sólo un joven permaneció a su lado, sediento de compartir su conocimiento vivencial. Con aquel primer discípulo, Glúingal continuó caminando por la larga orla marítima y por el fondo de las recortadas bahías, siguiendo el rumbo del extremo noroccidental de Iberia. Cuando por fin llegó a Brigantia, doce discípulos habían abandonado su familia y su pasado y lo acompañaban atentos y obsequiosos, totalmente fascinados por él.

El caudillo Breogán los recibió con mucha honra en su corte litoral y los convidó a un banquete. Amerguín-Glúingal tocó el arpa y cantó como nunca aquella noche, cantó un himno que hablaba de tareas y misiones, dijo que la única misión que cualquier hombre tenía sobre este mundo consistía en hacer evolucionar hasta lo más elevado de sí mismo su consciencia interna y la de su círculo externo de influencia. Dijo también que cada ser humano que logra subir a un nuevo escalón evolutivo lo abre, con todo un mundo de potencialidades, para todos los demás humanos.

Dijo que la condición humana era un estado larvario, y que la larva tenía que recogerse en el capullo de su propia interiorización y conexión profunda con su origen, para poder acceder al estado de mariposa, a la iluminación, para vivenciar integralmente la consciencia cósmica y divina que siempre fue nuestro auténtico ser.

Mientras cumplía esa misión sobre este mundo -que es la mejor escuela para intentar conseguir la armonía a través de la superación de los conflictos que lo pueblan, aprendiendo a vivir el amor incondicional-, el hombre tenía que servirse a sí mismo y a los otros, realizando tranquilamente todas las tareas que el cotidiano de este planeta impone como imprescindibles para la supervivencia de nuestros vehículos en este particular espacio-tiempo.

“Realizo humildemente cualquier tarea
 que entiendo necesaria
–cantó ante todos -,
con desapasionada voluntad de servir,
sin vanidad, ni afán de poder o lucro,
ni esperando compensación alguna,
ni siquiera por apego a mi vida física.

Doy de mí con naturalidad,
como el frutal da sus frutos,
con amorosa perfección,
con visión de conjunto
para mis hermanos de todos los reinos,
sin vacilar, cueste lo que cueste,
y sólo porque sí,
sin el menor mérito,
porque eso es lo natural a hacer.

Doy de mí cuanto recibo,
para armonizar la sociedad y la vida,
para embellecer el mundo,
para expandir la consciencia,
para superar el egoísmo y la duda,
la desconfianza y el miedo a la escasez,
a la soledad, la enfermedad,
la vejez y la muerte.

Es decir,
para superar las limitaciones
de la condición humana,
para acordarme de mí,
para expresarme
como el alma que soy,
para realizar mi misión,
aquello que vine a hacer.

Y cuanto más doy de mí,
más en mí alma yo recibo
de la Fuente Interminable,
que todo lo liga con su generosidad,
con su amor a todo cuanto en Ella es.

De esta manera aprendemos,
con fe y acción práctica
el oficio de dioses cocreadores
y la generosa canalización de sus poderes
y dádivas de amor hacia todas las criaturas,
usando el trabajo, el canto,
la música y la oración,
para redimir a los que sufren
y equilibrar este mundo”.


Después de ser aplaudido, el extraordinario bardo agradeció, pero pidiendo que no le confundiesen con el Amerguín que habían conocido, de quien sólo quedaban en esta dimensión su cuerpo, su mente y sus recuerdos, y se despidió de su familia. Anunció también que iba a retirarse al seno de la Naturaleza con sus discípulos y convidó a quien quisiese acompañarles a convertirse en semilla de una nueva raza y una nueva sociedad, que tendrían que ir inventando sobre la marcha, siempre atentos a las señales que Lo Divino quisiera enviarles desde el interno de cada uno de ellos.

Poco tiempo más tarde, Glúingal, a quien jamás dejaron los brigantes de llamar Amerguín, recibió la donación de las tierras que rodeaban un monte solitario en el centro del país de los Gal, un monte picudo que los antiguos consideraban sagrado.

Ese fue el comienzo de la Comunidad de Milesia, ampliada en los años siguientes por nuevas donaciones de personas que se admiraban de cómo los milesianos habían sido capaces de convertir un lugar pobre y remoto en un paraíso bien productivo, donde aquella abundancia y numerosos alojamientos impecables se ponía gratuitamente a disposición de todos aquellos que quisieran vivenciar allí un tiempo corto o largo, con la intención de transformarse en el servicio despersonalizado.


............................................................................................


La persona que iba a guiar a Orfeo a Milesia 6 le dijo en el último momento que llevase con él su flauta y su lira. En menos de una hora de caminada llegaron a aquella hacienda, un verdadero modelo de impecable orden y silencio, con austeras casas, bellas en su simplicidad y medio escondidas entre los árboles. Descendieron por la huerta hacia una represa o laguna cristalina, en cuya orilla había una amplia cobertura de tejas de barro octogonal rodeada de cipreses, que se reflejaba en el espejo de agua, bajo la cual salía música.

El guía le hizo sentarse a la entrada y el tracio se encontró asistiendo con deleite al ensayo de un himno, interpretado por media docena de magistrales instrumentistas. El del arpa era Amerguín, alto, flaco, arrugado por la edad pero firme, un pañuelo azul como sus ojos sujetando alrededor de la frente su larga cabellera íbera, blanca como su barba, que dirigía a todos sin apenas gestos, dirigiéndoles brevísimas miradas.

 Cuando terminó el ensayo lo repitieron con mayor soltura y, a continuación, Amerguín llamó a Orfeo con una mirada amable y lo convidó a ocupar un asiento en el círculo de músicos, apenas señalándoselo. Arrancaron con el Himno Maestro y, en determinado momento, uno a uno, dejaron de tocar, siguiendo imperceptibles indicaciones, hasta que sólo permanecieron haciéndolo Armenguín y el tracio, con el arpa y la lira.

Al terminar un acorde, Glúingal lo repitió por sorpresa con mayor intensidad y lo convirtió en una variación improvisada bien audaz, mientras lo animaba a seguirlo con un desafiante apretar de labios que no llegaba a insinuar una sonrisa. Orfeo cabalgó sobre la misma onda, arriesgando otra improvisación intuida, y el brigante respondió brillantemente. Siguió un intercambio de incruentas estocadas sonoras en las que el talento de ambos se fue poniendo de manifiesto, cada vez con mayor virtuosismo, hasta que comenzaron a sentirse tan compenetrados como si llevasen años tocando juntos.

De repente, Amerguín se dejó caer en el Himno Maestro básico y todo el resto de los músicos se le unió. Sobre aquella melodía de fondo el arpista bordó crestas y arabescos con las improvisaciones antes ensayadas en su diálogo con Orfeo y éste le siguió con su lira en contrapunto.

El himno se fue desarrollando en gozosas espirales creativas que lo iban proyectando a octavas y giros cada vez más ascendentes y rápidas, hasta que todo estalló en un gran final espléndido y en un silencio apreciador que dejó a todo el grupo paladeando con placer la alta vibración alcanzada.

Nadie hizo después comentario alguno. Después de aquel tiempo de silencio, cada uno se levantó y partió hacia sus asuntos, Amerguín el primero. Nadie despidió al tracio ni a su acompañante, cuando éste lo llevó de nuevo a su residencia.

Pero, a partir del día siguiente, trasladaron a Orfeo a la Hacienda Milesia 6, donde entró a formar parte de la excelsa corte musical más próxima a Amerguín-Glúingal. Allí no tuvo que sufrir a más pesados supervisores llamando al orden, ya que los moradores parecían entenderse con pura telepatía y con el mayor respeto y discreción, realizando desde el amanecer todas las labores cotidianas de mantenimiento de la hacienda, hasta que llegaba el momento de dialogar con sus instrumentos musicales.

………………………………………………………………………………………………


Había un administrador de la hacienda que marcaba con tiza en una gran pizarra las tareas del día siguiente. Cada morador escribía su nombre junto a aquellas que asumía realizar, y las realizaba solo o coordinándose con otros, hablando lo imprescindible en voz baja. Todo funcionaba así perfectamente.

Aparte de la gran producción de alimentos de las haciendas, que las hacía casi autosuficientes, con frecuencia llegaban generosas donaciones del exterior en carros cargados con todo tipo de bienes, procedentes de tribus o pueblos que así agradecían la protección o la mediación de los Brigmil. Las donaciones que aportaban los muchos visitantes temporales, que a veces triplicaban a los miembros fijos de la comunidad, apenas llegaban para cubrir una parte de sus propios gastos generales de consumo.

Amerguin repetía muchas veces en público que la prioridad de Milesia no era la producción, ni siquiera la auto-sustentabilidad, sino mantener un ambiente propicio, tanto para residentes como para visitantes, de conexión integral con la propia alma y el Alma del Mundo, expresada en servicio desapegado y amoroso al conjunto de todos los reinos, espiritual, humano, animal, vegetal y elemental, que son Sus cuerpos materiales.

El resto era secundario, y todos podían tener certeza de que el Universo cuidaría de quienes así lo amasen activamente, con la misma dedicación con que una buena madre cuida de su familia.

Milesia tenía un importantísimo papel de Escuela Práctica donde se mostraba a quien quisiese pasar al menos una semana en ella una forma bien organizada, fraternal y efectiva de vivir conectados y confiando en la Providencia y en la Ley de la Manifestación, forma que a nadie dejaba indiferente y que muchos de los visitantes trataban de reproducir después, creando núcleos de Nueva Era en sus propios pueblos.

Después de diversos períodos de estancias, numerosos huéspedes ocasionales acababan convirtiéndose en moradores fijos por períodos más o menos largos. Había veteranos que llevaban varios años de estancia, aunque no se permitía la permanencia de nadie en el mismo cargo o servicio o en la misma hacienda durante más de nueve meses, para evitar su fosilización en rutinas o el apego a una burbuja de comodidad personal o de mando egoísticamente construida.

“No busquéis trabajar en lo que queréis, o en lo que suponéis que es lo vuestro sino permaneced disponibles para realizar o aprender a realizar lo que sea necesario en cada momento”, era el lema general, aunque no dejaban de aprovecharse bien aquellas personas que tenían talentos especiales, permitiéndoles dedicar más tiempo a expresarlos, siempre que fuese para beneficio del conjunto, y sin concesiones, aplausos o halagos que fomentasen la vanidad de nadie.

A lo largo de todos los años de existencia de Milesia, Glúingal había sido implacable con los intentos de corrupción individual o grupal en los que se habían dejado caer, infortunadamente, algunos de sus colaboradores más antiguos. Una vez descubiertos, eran expulsados inmediatamente de la comunidad y muy raramente perdonados y readmitidos. Cada final de año, o siempre que se considerase necesario, había una completa remoción y reestructuración de toda la cúpula de responsables, volviendo a ser soldados de a pié o sargentos muchos de los que antes eran comandantes montados en cierta cantidad o cualidad de poder, sin reclamación posible.

“El Ser Humano está continuamente condicionado por la mezquindad de su ego, sólo podremos acceder a vivir como almas si transcendemos la estancada condición humana, con todo el violento, separatista y suicida egoísmo individual, familiar y sectario que conlleva desde hace milenios. Tratad a los animales como si fuesen personas y a las personas y a vosotros mismos como las almas inmateriales que sois, de lo contrario viviréis en la continua tendencia y tentación a la regresión evolutiva, porque quien no está ascendiendo conscientemente en conexión con el Todo, está descendiendo.”

Jamás había estado Orfeo en un lugar donde los animales fuesen mejor tratados. Cualquier tipo de caza de fauna silvestre estaba terminantemente prohibida, y uno de cada dos milesianos cuidaba de algún animal doméstico como si fuese un miembro de su familia, hablándole mucho y educándole, para que adquiriere un rudimento de individualidad, que le permitiese entrar en la evolución humana en alguna encarnación siguiente. De igual forma, su cuidador esperaba acceder a un nivel superior al humano prestando atención al mundo elevado, contando con la ayuda invisible de la Jerarquía de la Luz.

Había, sin embargo, numerosas personas que no querían renunciar a su condición humana y, sobre todo, a su pareja y su vida familiar. Entonces acababan estableciéndose en el pueblo o en caseríos circundantes, participando bastante como voluntarios en algunas de las actividades de Milesia, cuyos comedores estaban abiertos a todo el mundo siempre y que también distribuía generosamente su abundancia por toda parte de la región, en cualquier punto donde hubiese necesidades y se demandase su ayuda.

Los niños vivían todos juntos en alegre manada atendidos por un gran equipo de madres, que se turnaban para no perderse las actividades y eventos comunitarios. A partir de los cinco años comenzaban a ser introducidos, como si fuera un juego, en muchas de las tareas y en las sesiones de canto, música e instrucción de los adultos.

Después de los siete, participaban en todo igual que los adultos, en la medida de sus fuerzas y capacidades. Había varios jóvenes adolescentes, chicos y chicas, cuyo admirable comportamiento era modelo de armonía y responsabilidad para el resto de milesianos fijos o temporales. Uno de ellos, llamado Vigo, era el mejor arpista después de Glúingal, a pesar de que no pasaba de los quince. Vigo era atendido con simpatía y absoluto respeto, tanto cuando dirigía con su calma y amable sonrisa los cánticos de cien o doscientas personas adultas en cualquier hacienda, como cuando coordinaba actividades de huerta, limpieza o cocina.

En la Hacienda 6, el Grupo de los Músicos dedicaba a los ensayos conjuntos las horas del día en que el sol calentaba demasiado, aunque sin dejar jamás de participar en las labores agrícolas extensivas -salvo Amerguin-, en aquellos días en que toda la comunidad era convocada.

Antes del atardecer, cada músico marchaba a contribuir a la brillantez de los cánticos colectivos organizados en cada una de las haciendas, excepto en la séptima, que era un santuario del silencio en medio de la más bella naturaleza, donde cada miembro de la comunidad pasaba periódicamente tres días de retiro en pequeñas cabañas solitarias, concentración interna y reciclaje.

Orfeo supo que, aparte de coordinar personalmente el conjunto de las actividades de Milesia en compañía de una cúpula de veteranos de su mayor confianza, Amerguin lideraba el Grupo Puente, formado por siete Canales o Espejos que se reunían en lo más profundo del bosque de la Hacienda 7 para recibir instrucciones de “la Jerarquía de la Luz”.

Solamente en una actividad de mantenimiento manual participaba Glúingal: Un día a la semana se juntaba al Grupo del Cuidado de los Árboles, formado por una mayoría de guerreros Brigmil, quienes se esmeraban en que los bosques alrededor de cada hacienda y de sus caminos se mantuviesen espléndidos y transitables. Las operaciones de poda a cierta altura tenían cierto riesgo, y el propio Maestro se encargaba de la seguridad de quienes trepaban y de la limpieza y ordenación impecable de las herramientas, en compañía de otros residentes o visitantes convidados, entre los que la mitad eran mujeres.

Orfeo participaba en aquellas operaciones uno o dos días a la semana, sintiendo siempre a su lado el espíritu de Eurídice, ya que aquel mismo era el trabajo de las Dríades del Bosque Sagrado en que la conoció. También era el momento en que más se podía encontrar con Aito, Turos y Bodo.

Este último veterano era el primero en asumir las más arriesgadas podas de altura, con el fundador de Milesia sujetándole la escala o las cuerdas, o senãlándole formas de situarse, cortar o descender sin peligro la rama seca cortada, estrategias que se calculaban mejor desde abajo.

El tracio sentía verdadero placer de interactuar con aquel magnífico grupo de hombres y mujeres-árbol, así como con los devas de la Naturaleza, aunque Amerguin decía que un alma no hacía su trabajo por placer, sino, simplemente, por hacerlo, tan impersonalmente como lo hacían el sol, el viento o la lluvia, “dando de sí lo mejor que podía dar y un poco más”.


 La experiencia fue tan gratificante y enriquecedora para Orfeo, que voló en ella nueve meses, como si sólo hubiesen pasado nueve semanas. Por primera vez en muchos años se sentía en su hogar.

Nenhum comentário:

Postar um comentário