65-
EL PORTAL DEL ARCO IRIS
El
bardo y sus acompañantes estuvieron, casi todo el día siguiente, ascendiendo
por una interminable pendiente al macizo galaico, que se veía allá arriba,
cubierto de nubarrones. No pasaban más de tres horas sin que los Brigmil
hiciesen una parada y un reverentes coro en el centro -mientras vanguardia y
retaguardia vigilaban-, para rezar, mantralizando o cantando en su lengua o
lenguas, de las cuales, una variante, la que se usaba para los mantras – y
jamás para conversar- era la más sagrada y misteriosa.
Nunca
Orfeo había encontrado semejante piedad compartida por un grupo de guerreros,
ni tan reverente. Comparando su concentrada disciplina devocional y la
perfección con que hacían todo, sus antiguos compañeros de la Escuela del
Centauro Quirón, en el Monte Pelión y hasta el escogido grupo de los
Argonautas, le parecían tan sólo un bando de jactanciosos y egocéntricos
adolescentes, demasiado acostumbrados a la admiración absolutamente ciega y
complaciente de sus madres y a tener siervos que todo lo hiciesen por ellos.
A
media montaña todo se puso oscuro y empezó a llover tanto que tuvieron que
buscar refugio bajo un tupido soto de castaños. Pero se detuvo al fin el
aguacero y pudieron seguir subiendo. Según llegaban arriba sus cabalgaduras,
salió el sol entre las nieblas iluminando el mundo y un rutilante doble arco
iris cruzó el cielo del uno al otro extremo del horizonte, como si la Vieja
Diosa hubiese mandado abrir para ellos las puertas del País Extremo, dándoles
la más cordial de las bienvenidas.
Para
los griegos, el Arco multicolor señalaba la apertura de las puertas
interdimensionales que la mensajera de los dioses, la alada Iris, producía al
penetrar en el Inframundo, a fin de llenar una copa con las aguas de la
Estigia, la laguna del Infierno, para llevarla a Zeus, ya que sólo bebiendo
periódicamente de las aguas del mundo subterráneo de la subsconsciencia
arquetípica, se hace posible para los Seres Divinos realizar la alquimia de la
renovación de la vida y del mantenimiento de la inmortalidad.
Bajo
aquel amplio dintel de luz, curvo, etéreo y colorido, una tierra femenina de
maravillosos paisajes verdes coronados por altas y desgastadas ondulaciones,
rumores de arroyuelos deslizándose hacia los hondos barrancos, espesos bosques
en los que no debía faltar la fauna, frescas sombras y cantos de pájaros por doquier,
bajo un cielo siempre cambiante, se presentó ante sus sentidos y agudizó al
máximo su percepción de la belleza... Para Orfeo, el ambiente ya estaba lleno
de Eurídice, tan próxima y tan lejana al tiempo.
Comenzó
a elaborar, como una parte más de su Canción Occidental y alternando la lira
con una pequeña flauta que llevaba, un himno a Gal, de aires pastoriles,
describiendo con siete tonos bien diferenciados la escala curva del Portal Arco
Iris, a fin de propiciar a su favor a los dioses de las Tierras del Fin del
Mundo en las que acababa de entrar, a los cuales, aunque no había podido
averiguar del todo qué atributos tendrían, los personificó en los elementos del
propio paisaje, como sospechaba que pudiesen hacer los Brigmil.
66-
LOS GUERREROS LIBRES
Más
allá de la alta frontera natural los montes, aunque seguían extendiéndose al
norte y al sur, iban descendiendo por el oeste hacia una sucesión de valles y
colinas siempre verdes, poblados de aldehuelas de chozas circulares de piedra,
techadas con conos de paja entrelazada y separadas de las otras, ya que cada
una de ellas estaba rodeada de sus propios establos para animales o campos de
cultivo.
Vivían
en aquellas aldeas gentes individualistas, bien alimentadas y muy
hospitalarias. En aquella zona las castañas habían sustituido a las bellotas
como alimento básico, aunque había de sobra de cuanto el bosque nórdico da.
Para ser la tierra más próxima al País de los Muertos, todo parecía convidar a
la vida en ella.
Se
veía que la Fraternidad de Guerreros-Lobo era muy respetada y tal vez no menos
temida en la región. Cuando llegaban a los poblados, las jefas de familia
rivalizaban por ser las primeras en ofrecerle a Aito su casa y su mesa.
Aquella
noche, ante muchos lugareños reunidos, iluminados por dos grandes hogueras
prendidas en la plaza central del mayor pueblo por el que habían cruzado hasta
ahora, participaron en la celebración de la fiesta del Guía de los Caminantes,
el Señor del Gran Camino, Luh, que era como los Gal parecían denominar (de
forma general, por supuesto) a su propia idea del dios Hermes, dios que tenía
el lobo como tótem.
Después
de que media docena de peregrinos presentes fueran agasajados por la comunidad,
siéndoles colocadas guirnaldas de flores alrededor del cuello por las más
lindas doncellas, también el Consejo de Ancianas honró a los Brigmil por su
defensa de la Ruta Sagrada, ofreciéndoles un regalo simbólico: una enseña
ligera sujeta a una lanza de punta de hierro en la que se veían, bellamente
bordados por las mujeres del pueblo, dos lobos negros rampantes que, apoyados
sobre el tronco de un frondoso árbol, se alzaban sobre sus patas traseras para
disfrutar de la fruta que pendía de él. Con lo cual -dijo la anciana Madre
local- se les deseaba de todo corazón que siempre les fuese propicia,
agradecida y abundante la tierra que tan dedicadamente vigilaban y guardaban.
Recogió
la enseña, inclinando la cabeza ante ella con dignidad ibérica y en nombre de
los Guerreros Libres, “El Que Dice La Palabra”, ante toda la compañía en
impecable formación. Luego, para corresponder, ordenó con un parco gesto que
los ocho miembros más jóvenes de la Fraternidad, los lobeznos -como les
llamaban los veteranos- danzasen una danza guerrera entre los fuegos, mientras
el resto de sus compañeros acompañaban con sus cánticos, al compás de un bombo
y dos tambores, batiendo todos el suelo rítmicamente con los cantos de sus
lanzas.
Fijando
sus escudos redondos y cóncavos con bandas sobre el pecho, los lobeznos los
hicieron resonar a un ritmo rápido y potente con las palmas de las manos,
mientras cantaban bien afinados con sus compañeros. Al tiempo que taconeaban,
daban grandes saltos, maniobraban como caballos y hacían y deshacían figuras
geométricas en formación, que variaban al compás de los cambios marcados por la
percusión de su compañía; desplegándose o replegándose, o formando círculos
defensivos, o avances imponentes, o juegos de protección en pareja, lanzando
golpes combinados hacia todos los lados mientras se mantenían espalda contra
espalda, con una sincronicidad sorprendente y con gracia marcial, plena de
fortaleza.
Todo
esto lo hacían manteniendo siempre la cabeza erguida y elevando mucho cada
pierna, sin contonear la cintura jamás, lo que parecía ser una característica
fija de las danzas viriles en Iberia, formando parte de sus conceptos estéticos
referidos al propio honor.
A
continuación el cántico de los lobeznos se convirtió en andanadas de
mantralización repetitiva en aquella lengua desconocida, a ritmo cada vez más
intenso y acelerado. Entonces sacaron sus espadas y siguieron cruzándolas
arriesgadamente por encima de sus cabezas, a saltos y haciéndolas resonar con
precisión y rotundidad entre los pasos del bailado, que era un perfecto
tamborileo variado y sincrónico de sus tacones sobre el suelo.
El ritmo mudaba según daba la orden un mínimo
gesto del comandante, bien suavizándose, o acelerádose de nuevo, dibujándose en
el aire un silencio en los momentos de mayor virtuosismo esgrimista, o saliendo
de él con el refuerzo de la estruendosa tamborada guerrera y del restallar de
unos címbalos de bronce con que sus compañeros multiplicaban la intensidad
sonora de los golpes de las espadas, mientras las muchachas del pueblo los
jaleaban y admiraban sonriendo maliciosamente, haciendo comentarios entre ellas
y nombrando a sus preferidos.
Los
lobeznos terminaron su danza en seco con una invocación colectiva en la que
bramaron juntos el nombre de los dioses Banda y Luh y con la típica genuflexión
altiva ibérica ante los presentes, quedando inmóviles de pronto y de brazos
abiertos, lo que arrancó un torrente de aplausos.
Durante
la primera parte del fastuoso banquete que les ofreció la comunidad, del que
los Brigmil se sirvieron con la misma frugalidad que durante el viaje, dejando
sin tocar carnes y alcohol, Orfeo, convidado por Aito, cantó ante el fuego en
lengua franca un corto poema, seleccionado de entre los que le había oído a
Jacín y adaptado a su propio estilo, en el que describía los amores de Hércules
y Pyrene y la muerte del gigante Gerión, que fue más aplaudido de lo
acostumbrado por los asistentes.
El
bardo volvió a la mesa de honor y se sentó junto a Turos, que le había estado
reservando el primer plato de la cena. Cuando le preguntó a por qué les había
gustado tanto su poema, el guerrero le respondió que la tierra donde Hércules
mató a Gerión, un antiguo tirano invasor del país de los Gal, era,
precisamente, Brigantia, la tribu de Aito y de varios de sus compañeros, establecida
en una comarca costera un poco más al norte que el Cabo del Fin del Mundo.
Y
añadió una historia mientras el tracio degustaba el sabroso alimento:
-El
año pasado, después de que los Brigmil hubimos ayudado al Jefe de Guerra de los
brigantes y a sus hombres a defenderse de una incursión de una flotilla de
piratas a sus tierras, hubo una gran fiesta de celebración durante una luna
llena de invierno, en la que “Los Que Saben” nos hicieron comulgar a todos con
la Bebida Sagrada tras haber quemado largamente en ella cuanto eran elementos
impuros y todos la tomamos, como es costumbre, aún caliente...
-¿Quienes
son “Los Que Saben” y qué es la Bebida Sagrada? -interrumpió Orfeo.
-“Los
Que Saben” son los guardianes de las tradiciones de las tribus, entre los
cuales hay bardos como tú, que pueden repetir de memoria las historias de
nuestro linaje durante cientos de generaciones y que instruyen a los jóvenes.
Son personas que entienden de hierbas o curaciones, o como preparar ritualmente
la Bebida Sagrada. De la Bebida Sagrada no te puedo decir mucho... no es algo
para contarse, sino para vivirse. Si pasases suficiente tiempo entre nosotros,
acabarías siendo convidado a compartirla, porque uno de sus usos es el de
fortificar las relaciones de fraternidad, camaradería y amistad.-
Orfeo
sospechó que Turos no quería extenderse sobre el asunto, sin duda era un tema
más de los que pertenecían a la cultura íntima o mágica de los Gal, que no
debía revelarse a los extraños.
-...Decías
que “Los Que Saben” os hicieron comulgar a todos con la Bebida Sagrada...
–apuntó, para regresar al hilo de la narración.
-Pues
sí. Pero Aito fue preferentemente honrado por ellos, que le hicieron beber una
preparación mágica especial. Tras un cierto número de libaciones rituales, se
retiró a concentrarse en soledad, cuando sintió que su trance comenzaba.
El
lugar de poder que su guía interior escogió para vivir esa concentración fue,
precisamente, la cima de la torre de piedra de tres pisos que el héroe Hércules
había construido sobre el cadáver de Gerión, torre que el jefe de guerra local,
Breogán, había después fortificado y alzado cuatro pisos más alta, sirviendo
ahora para señalar la entrada del puerto de Brigantia a los navegantes.
Aito
que era el más joven de sus diez hijos, adoraba desde niño contemplar el mundo
desde allá arriba e imaginar que un día descubriría lo que se ocultaba tras las
nieblas del horizonte, así que fue ascendiendo escalón tras escalón de la larga
escalinata espiral , al tiempo que subía en él el efecto de la bebida.
Llegó
a lo alto y fue como cruzar un portal a otras dimensiones, a vidas pasadas y a
vidas por venir. En mitad de su trance, Aito se asomó a la baranda de piedra
por el lado norte y la apertura de su ojo visionario pudo vislumbrar, allá en
la distancia bajo el claro de luna, la silueta lejana de una isla mágica en
medio del océano.
Nos
dio grandes voces y todo el mundo salió y le rodeó al pie de la torre. Aito,
canalizando a Navia, que es la diosa general de las aguas y la guía de los
héroes hacia las Islas de los Bienaventurados, profetizó que los primitivos
habitantes de aquella Isla Sagrada, un bello pueblo de hadas, elfos y duendes,
habían sido obligados a retirarse al mundo intraterreno por varias oleadas de
soberbios y violentos invasores, que no sólo gobernaban despóticamente, sino
que incluso no paraban de luchar entre sí por el poder.
La
trinidad de diosas mantenedoras del espíritu y misión de la Isla estaban
dolidas de verla en tales manos y enviaban un pedido de auxilio a los Brigmil
para que viniesen a poner paz y para que plantasen la semilla de una nueva
comunidad, al estilo de la de nuestra comunidad de Milesia.
Aseguraban
que allí aquella semilla crecería fértilmente durante muchas generaciones y
que, desde la Isla Sagrada como plataforma, serían influenciadas por la
espiritualidad guerrera y el arte de los Brigmil innúmeras personas de las
islas Casitérides, de todo el continente europeo y de muchísimos lugares del
mundo aún por descubrir, lo que supondría una enorme transformación de media
Humanidad , en tanto que buena parte de la otra media sería igualmente
influenciada y transformada por los descendientes de los Gal que quisieran
permanecer en Iberia, si continuaban siendo dignos guardianes y anfitriones del
Camino de las Estrellas y si se atrevían a seguir el navegar del Sol más allá
de los abismos oceánicos que se lo tragaban al atardecer.
-En
aquella misma fiesta se encontraba el Maestro Amerguín, fundador de nuestra
Fraternidad de los Guerreros Libres y, con él, otros dos ancianos y una anciana
de “Los que Saben” de Brigantia, personas que los Gall consideramos dignos
instructores, muy respetadas por sus altos conocimientos, que recordaron
leyendas antiguas que hablaban de una isla verde, al norte, La Isla del Destino,
tal vez la que había buscado en vano aquel ancestro Niul de la canción, isla
que no debía estar demasiado lejos de las conocidas Casitérides.
Y también recordaron que los remotos
armoricanos y los albiones habían hablado de las islas “Iberias del Norte” a
los navegantes galaicos que llegaban por allá en sus barcos de cuero en busca
de estaño, para vendéselo después a los tartesios, cretenses o fenicios. Esas
“Iberias del Norte”, las llamaban los de las Casitérides algo así como Hibernia
o Hébridas, para distinguirlas del país de los Íberos del Sur, que con ese
nombre conocen esta tierra de donde nosotros procedíamos.
Amerguin
explicó entonces que la Madre Tierra es un ser vivo, y que, en cada ciclo,
nuevos centros energéticos despiertan en su cuerpo etérico para atraer a los
pioneros de la Humanidad, para instruirlos y producir en ellos grandes
transformaciones, que supongan la materialización sobre la tierra de nuevas
formas de comportamiento que reflejan arquetipos emanados de los Planos Divinos,
y que acabarán haciendo grandes descubrimientos y creando nuevas
civilizaciones.
Añadió
que los antiguos Arianos, como su antepasado Niul, que desde el Asia Profunda
buscaron el Océano, traían, como una instrucción del Manú fundador de la Raza,
el conocimiento de que el centro más elevado de los Pirineos y el litoral de
los Gal eran dos de esos vórtices energéticos, y que había otro, todavía
adormecido, siguiendo el litoral oceánico de la Península Ibérica hasta el
extremo Sur, y aún otros tres inactivos hacia el Norte, allende el mar, en el
litoral de la Armórica y en las Casitérides,
El
vórtice evolutivo presidido por una trinidad de diosas que acababa de ver Aito
en su visión debía ser el séptimo, tal vez -a juzgar por lo que ellas habían
dicho-, el que provocaría el despertar de todos los demás aún latentes.
-Desde
entonces –terminó Turos su explicación-, el Caudillo Breogán y aquellos
instructores nuestros, junto con veinticuatro guerreros Brigmil, que
continuaron allí, defendiendo las costas, mientras nosotros resolvíamos
conflictos que bloqueaban el Camino de las Estrellas, están entrenando a un
grupo de expertos marinos brigantes y equipando tres naves capaces de resistir
las fieras tempestades de los mares del Norte. Sólo están esperando a que nosotros
lleguemos, para que tripulemos la primera expedición exploradora.
…Por
supuesto que los Brigmil queremos ir los primeros en ella, junto con Aito, a
fin de confirmar la ruta, de ofecernos a arbitrar una paz justa entre los
habitantes, asunto en el que ya hemos tenido buenas experiencias, y de obtener
después su permiso para que los barcos brigantes puedan intercambiar con ellos
y para el establecimiento de una comunidad como la nuestra en su territorio.
-¿Es
Aito, entonces, el heredero del jefe de los brigantes? -preguntó Orfeo para
asegurarse, pues ya había percibido, hacía bastante tiempo, que, cuanto más al
oeste, menos se parecían las costumbres sociales de las tribus de Iberia a las
de las civilizadas naciones mediterráneas.
-No,
no. Si alguno de los hijos de Breogán heredase su cargo, será aquél que los
brigantes escojan por su mayor capacidad reconocida para ser jefe de guerra.
-No
sé como serán sus hermanos, pero está claro que Aíto es un caudillo de guerra
sin igual.
-Aito
renunció a tener compromisos con su familia y con su patria cuando se consagró
como guerrero Brigmil, Orfeo, igual que hicimos todos nosotros, porque así nos
lo exigió Amerguin, que también nació en una noble familia brigante. Aito es un
campeón sin patria oficial, que muchas patrias desean tener como amigo y no
como enemigo...
-¿Un
campeón sin patria oficial? -se extrañó el bardo- ¿Por qué?
-¿Cómo
explicártelo? –respondió Turos sonriendo, incapaz de encontrar en la lengua
franca que usaban, una denominación que Orfeo pudiese entender para describir
el status de su líder- ...Verás, desde que el mundo es mundo, siempre hubo y
habrá dos clases de hombres: los nómadas y los sedentarios, los amantes de la
libertad y los amantes de la seguridad, los locos idealistas para quienes la
vida se mide sólo por sus momentos intensos y la gente “realista”, apegada a
las cosas aparentemente sólidas y estables. Nosotros los llamamos los hijos de
Banda y los hijos de Cosus.
-¿Estás
hablando de los seguidores de dos dioses diferentes?- quiso aclararse Orfeo.
-No,
en realidad -y tú puedes pensar como quieras-, yo creo que todos los dioses son
el mismo Dios, que es nuestra madre y nuestro padre al mismo tiempo, aunque
unas veces se porta como madre y otras como padre... De la misma manera, Banda
y Cosus son sólo aspectos determinados de ese Dios, igual que la divinidad
local de cada tribu.
-¿Y
cómo representáis a Banda y a Cosus?
-Ya
te dije antes que las tribus Gal no hacemos representaciones de la divinidad,
porque hay que guardar las cosas importantes en secreto, para que sigan siendo
importantes, pues todo aquello sobre lo cual el hombre puede hablar con total
libertad y de manera vulgar se banaliza… además, entre la gente común de
nuestro pueblo están muy generalizadas todo tipo de magias inferiores...
…La
verdad, a mí no se me ocurre como puede ser expresado algo tan grande, tan
profundo y tan intangible como la Divinidad mediante las manidas palabras o las
imágenes materiales que nosotros mismos hemos creado para entendernos en
nuestro pequeño mundo -Turos rió, guiñando un ojo para Orfeo-. Amerguin hasta
contó una vez que algunos navegantes griegos que conocieron el País de los Gal
nos tomaron por ateos o demasiado salvajes porque no teníamos ídolos, ni
templos, ni hacíamos ceremonias.
-Los
Gal “normales” tal vez, pero vosotros sí que hacéis ceremonias: cantáis y
rezáis juntos varias veces al día. Hasta en medio del combate lo hacéis...
–observó Orfeo.
-Bueno...
no es que seamos muy ceremoniosos, lo que pasa es que cantar y rezar juntos,
nos mantiene unidos en una misma frecuencia… –rió de nuevo- En verdad, la
comunicación con la divinidad, igual que esa otra entre los amantes, es una
cosa más íntima e individual que social o pública... cuando esa comunicación se
hace social, también se banaliza...
…la
gente común entre los Gal levanta aras de piedra, sí, y le dedica sacrificios a
los aspectos de la divinidad cuyos favores creen que pueden conseguir, a cambio
de algo que les suponga algún tipo de sacrificio, pero ante esas aras no
colocan imágenes. Y no solemos hacer templos sino, como mucho, algún refugio
para guarecernos de la lluvia cerca de un lugar sagrado muy frecuentado ¿Qué
mejor templo para un dios que un bosque de robles, la cima de un monte o una
cascada?
Durante
la batalla –siguió Turos, ante el evidente interés que mostraba el tracio-, los
Brigmil sabemos bien cuando la diosa Banda está entre nosotros, porque, ligados
por el canto como estamos, en medio del furor del combate se ve o se siente
como una aureola luminosa, como la de la luna, que sale de la frente del
guerrero que está todo él puesto en la lucha, convertido en la lucha misma, en
ese instante.
Esa
aureola es Banda, la misma que aparece ante un héroe recién muerto para
conducirlo, a veces bajo la forma de una corneja, un cuervo, un buitre o un ave
marina cualquiera, hasta las Islas de los Bienaventurados, que es el mejor
lugar del Más Allá a donde se puede ir, si te lo has merecido.-
-¿Quién
va allí, Turos? ¿A quién escoge Banda?
-A
cualquiera que muere herido de frente, tras una vida breve pero intensa, basada
en honrar la propia dignidad y el compromiso libremente elegido, en superar
siempre el desánimo y la depresión, en seguir al propio corazón y en no dejarse
fascinar por la codicia de riquezas o poder, ni por las mujeres, ni por las
comodidades o placeres aparentes, que convierten a un guerrero en sólo una
barriga y a un espíritu joven en un espíritu viejo.
-¿Y
Cosus?
-...Cosus
es otro aspecto de la Vida -siguió Turos-. Algo así como el otro plato de la
balanza igualmente necesario, en el equilibrio de fuerzas, para que el mundo se
estructure y exista. Cosus es solar, tiene que ver con la ley, con el orden
comunitario, la jerarquía social, la continuidad, lo sensato, lo responsable...
y es el complemento viril de la Diosa Madre.
Por
ejemplo,el Jefe de Guerra de los brigantes se convierte en el Cosus local
cuando es elegido para casarse, durante un año y trece días, por la mujer que
representa a la Madre Tierra, detentadora de la soberanía de la tribu, la Reina
Loba, la Abeja Reina, o cualquier otro título, según el tótem del lugar...
Cosus es el dios masculino de la comunidad fija y bien organizada, hijo y
esposo de la Gran Madre.
…Banda,
por lo contrario, es el espíritu que crea, protege, fortifica, goza, devora, y
luego gesta y da la inmortalidad a las fraternidades de guerreros libres como
nosotros.-
-¿Libres?
¿No estáis a las órdenes del rey o del jefe de la tribu? -preguntó Orfeo.
-Libres
–confirmó Turos-. El rey o jefe de la tribu, elegido por el Consejo de
Ancianas, tiene sus propios guerreros y guerreras a sus órdenes... él encarna
los poderes ejecutivos y oficiales de la tribu, pero las fraternidades de
guerreros libres, lo mismo que las fraternidades de “Los Que Saben”, no le
debemos obediencia, aunque sí respetamos a las comunidades de donde procedemos
y a sus Consejos.
La
razón es que, a veces, uno de estos reyes se porta mal o se resiste a abandonar
el poder, como está mandado, después de un año y trece días. A veces, hasta se
convierte en un tirano, apoyado por sus partidarios... Y somos nosotros, en ese
caso, los encargados de bajarle los humos y de devolverles sus libertades
individuales a los miembros de la comunidad.
-¡Pero
entonces, para el jefe de la tribu vosotros debéis ser algo así como una
cuadrilla de bandidos o de piratas incontrolados! -se atrevió a decir Orfeo.
-¡Para
algunos lo somos, a veces! -rió Turos con ganas- y más de un rey acabaría con
nosotros si tuviese fuerza para ello... pero a las Madres de tribu y a las
comunidades les parecemos necesarios.
-
Supongo que porque los Brigmil serán un buen ejemplo a imitar – dijo el Bardo.
Turos
lo miró de soslayo un poco sorprendido, y, durante largo tiempo, no dijo nada,
meditando interiormente. Por fin, se arrancó:
-La
verdad es que la mayoría de nosotros somos gente que ha cometido errores y crímenes
horribles en el pasado, Orfeo, no bastaría que nos matasen para compensarlos -y
su joven y agraciado rostro se oscureció, como si de repente, hubiese
envejecido muchos años-, pesadísimos remordimientos hicieron que nuestras almas
nos acabaran lanzando a la peregrinación purificadora por el Camino de las
Estrellas.
De
una manera o de otra, todos acabamos encontrando al Maestro Amerguin y a Aito,
su principal discípulo… Algunos de nosotros hasta luchamos contra uno de ellos
o contra ambos, con nuestras últimas rabias y prepotencias y mañas. Todos
fuimos vencidos.
Nos
perdonaron la vida, con la condición de que nos consideráramos muertos y
renacidos para consagrar nuestra nueva existencia a transformarnos en seres
humanos mejores y convertirnos en dignos Guardianes del Plan Evolutivo para un
mundo mejor. Otros no lucharon, mas se unieron a nosotros por convencidos. Si
continúas en nuestra compañía podrás conocer a Armenguín, nuestra comunidad
queda casi al borde del camino que sigues.-
Orfeo
estaba curioso, sí, por conocerle, pero no dijo nada, prefiriendo darle tiempo
al tiempo y seguir captando mayor información de sus nuevos compañeros.
-Los
Gal, desgraciadamente, -siguió Turos- como muchos otros pueblos de esta Iberia
demasiado joven, están siempre peleando con su vecino más próximo con la mayor
ferocidad y por cualquier causa. Pueden pactar con nosotros para que les
resolvamos un problema y nosotros, si nos parece justo, se lo resolvemos
rápidamente, haciendo arbitraje o imponiendo paz a la fuerza. Siempre
defenderemos a una tribu vencida para que no llegue a ser exterminada y no
permitimos que una tribu poderosa intente tiranizar a todas las demás...
…Además
nos ocupamos de defender de invasiones exteriores o de piratas a todo el país
de los Gal y a sus vecinos, sin discriminar a ninguna de sus naciones o tribus;
y de mantener abiertos los caminos que llegan a él. Muy especialmente el Camino
de las Estrellas, que es una de las principales líneas de contacto entre muchos
Vórtices o Polos Evolutivos del cuerpo energético de la Madre Tierra, un
reflejo sobre este planeta del camino evolutivo que siguen los astros que
conforman el Gran Dragón Luminoso que cruza el cielo nocturno de Este a Oeste,
como muy bien sabemos todos los Brigmil, pues fue él quien nos ofreció las
iniciaciones progresivas que necesitábamos para transformarnos.
Venimos
ahora mismo, por ejemplo, de poner paz en los Pirineos Centrales entre varios
clanes de una misma tribu que estaban matándose entre sí e impidiendo la
circulación segura por el Camino Sagrado… no nos marchamos de allí hasta que se
reunieron todos en un solo Consejo que analizó las causas del conflicto y
desterró de allí, por siete años, a los más irreconciliables instigadores de
ambos bandos, con sus familias.-
Orfeo
comprendió inmediatamente en su corazón de qué tribu estaba hablando su
interlocutor. No dijo nada, pero se alegró infinito de que aquel conflicto
hubiese terminado.
-De
ninguna manera permitimos el bandidaje en el Camino Sagrado-siguió Turos-.
Quienes lo profanan, como aquella gente que te aprisionó, sabían muy bien que
no podían esperar ninguna piedad de nosotros. Destruimos sus cuerpos en esta
encarnación, aunque después los quemamos con el mayor respeto, al tiempo que
cantamos himnos por sus almas e invocamos a nuestros Espíritus Guías, para que
las ayuden a encaminarse a planos intermedios de la Dimensión Astral, donde se
las purificará y conscientizará en un mejor nivel.
…Esa
es la utilidad de los Brigmil y por eso nos respetan y aprecian los Consejos
Tribales- terminó el joven guerrero-, ya que los jefes o reyes tribales, al
contrario que nosotros, sólo pueden actuar por intereses parciales y en el
momento oportuno.-
-No
lo entiendo muy bien... -dijo Orfeo.
-Si
los brigantes, por ejemplo, van a por una partida de bandidos vetones, el Jefe
de Guerra de los vetones, por compromiso de sangre, tiene que protegerlos,
aunque eso suponga declararle la guerra a los brigantes ¿Comprendes? Pero si
somos nosotros los que eliminamos a los bandidos, no hay problema, ya que entre
los Brigmil hay tanto brigantes como vetones, ártabros, astures y gente de
otras muchas tribus Gal, tales como celenos, helenos, grovios, brácaros, e
incluso muy bravos lusitanos. Y todos saben que no actuamos por ansias de
dominio o de pillaje. De la misma manera servimos de puente para restablecer
buenas relaciones entre unos y otros.
-¿He
oído bien? ¿Has dicho helenos? -se asombró Orfeo- ¿Es que hay griegos entre
vosotros?
-Griegos,
no hay. Pero helenos, “haylos” –dijo Turos sonriendo y colando un giro jocoso
de su propio idioma en la lengua franca-. Yo soy un heleno.
-¿Tú?
-Sí,
la tribu en la que nací, en el litoral sur del país de los Gal se llama la de
los Helenos, pero, aunque hace muchos años que aparecen naves mercantes del
Mediterráneo por allí, mis paisanos no son griegos, sino oestrymnios que vienen
de un antiguo linaje ligur, igual que los astures lugones.
Nuestros
antepasados vivían en esa tierra desde mucho antes que los Brigantes llegaran
de Oriente -ellos dicen que de un lugar remoto llamado Escitia-, con la
intención de conquistar nuestras hermosas rías. Entonces los helenos nos
aliamos con los Celenos y los Grovios, nuestros primos y vecinos, y los
rechazamos. Se tuvieron que marchar, con viento fresco, a buscar su lugar más
al norte.
-¿...
Con viento fresco? -repitió el tracio, que no había comprendido aquel juego de
palabras.
-Sí,
con viento fresco –rió Turos-, porque allí en el norte el clima es mucho más
frío, ventoso y húmedo que en mi linda tierra. Tribu frente a tribu, siempre
hemos sido rivales de los brigantes y nos peleamos muchas veces; tantas, que a
pelear le llamamos “brigar”. Pero aquí, entre los Brigmil, somos hermanos del
alma.-
Orfeo
se acordó, de pronto, de la narración que el bardo Jacín había hecho en el
Pirineo acerca de aquella guerra arcaica entre los atlantes y los ligures
helenos o pre-helénicos, devotos de Atenea, parte de la cual se había librado
en Iberia.
-¿Y
de donde vendrá esa coincidencia de nombre con los griegos? –preguntó.
-Vete
a saber... ¿Los griegos toman el nombre del padre o el de la madre?
-¿Los
griegos? Siempre el del padre –contestó Orfeo, sin entender por donde iba el
guerrero.
-Entonces
está claro –dijo Turos con malicia-... Los galaicos somos muy viajeros, seguro
que llegó un heleno de los nuestros un día por cerca de tu tierra en un barco
de cuero y le gustó a una griega. ¿No hay alguna tribu llamada los Brigantes en
Grecia?
-Nunca
había oído ese nombre antes de venir a Iberia.
-Pues ya lo estás viendo –rió Turos-. La
griega prefirió al heleno y no al brigante.
Orfeo
rió también, por cortesía, sin llegar a encontrar gracia en aquel tipo de
humor. Había un doble sentido y una complicidad cultural compartida en las
palabras de la lengua franca que usaban los galaicos al bromear, que se le
escapaba. El humor es siempre algo muy local.
El
bardo se acordó de pronto de lo que le había contado el rey Alcínoo sobre las
leyendas de bardos cretenses que hablaban de que los aqueos descendían de los
íberos Mirmidones venidos de las Baleares, que se habían juntado en las bocas
del Ródano con otra tribu de Helenos “también venidos de Iberia”. ¿Serían los
antepasados de la tribu de Turos? ...Pero uno no se podía fiar de los nombres;
hay nombres muy parecidos en países diferentes, en continua transformación a
cada dos o tres generaciones y cuando los extranjeros los oyen, los deforman
todavía más.
-¿Y
en calidad de qué os vais a juntar ahora con los brigantes para colonizar esa
isla del Océano? -preguntó, para regresar al primer tema.
-En
calidad de aliados, naturalmente, ante los que no se debe bajar del todo la
guardia, porque ellos tienen sus propios intereses, intereses bien de propios
de Cosus y no de Banda... nuestro Maestro, Amerguín, se asocia con el Caudillo
Breogán de Brigantia. Amerguín irá representado en la expedición por Aito y los
Brigmil, Y Breogán pondrá los barcos, los pilotos y los marineros, y todos
actuarán coordinadamente pero, aunque coincide que Breogán sea el padre de Aito
nosotros los Brigmil sólo tenemos compromiso y obedecemos a Aito mismo, y no a
él.
A
nosotros nos interesan los brigantes porque ellos ponen las naves, los buenos
marinos y la intendencia, y a ellos les interesamos porque somos un cuerpo
seguro y fuerte de probados campeones que no retroceden ante el peligro de
muerte y que siempre respetan sus propios códigos del honor y sus pactos, una
vez que nuestro jefe jura por el dios por el que su tribu jura.
Tenemos
un gran prestigio: los jóvenes más bravos de cada tribu sueñan con ser
admitidos entre nosotros, aunque saben a cuanto tendrán que renunciar y que
hacemos una buena criba. La vida de lobo errante es sólo para gente muy sufrida
y desapegada.-
-¿Y
si llegáis a conquistar esa isla, no os uniríais después para administrarla?
-preguntó el bardo.
-No
lo creo, tenemos intereses diferentes: los brigantes van allí porque tienen
ocasión de descubrir y colonizar una nueva tierra, que todos nuestros
antepasados intuyeron y buscaron; y nosotros vamos por la aventura misma y por
nuestra propia misión evolutiva, siguiendo la visión que tuvo nuestro líder, y
después... ¡a otra!
…Es
más, Aito asegura que su trance dio para percibir que, mucho más al oeste de
esa isla, a gran distancia tras las nieblas oceánicas, hay otras, mucho más
grandes, bellas y luminosas, por las que podríamos seguir luego... y que un día
nuestro linaje llegará hasta todas sus playas, siguiendo al sol sobre la llanura
de las aguas y que una buena parte del mundo acabará hablando nuestra
lengua...-
Orfeo
escuchaba las ingenuas y entusiastas fantasías de Turos y pensaba que aquellos
guerreros libres eran los últimos vestigios de un mundo primitivo y joven,
Banda, que cada día se hacía más y más sensato, viejo, cuadriculado,
materialista y opresivo, Cosus.
El
espíritu de los Brigmil, salvando las distancias entre un pueblo bárbaro y otro
civilizado, le recordaba el que había sentido, tantos años atrás, junto a sus
compañeros, los argonautas, en aquella épica expedición en busca del Vellocino
de Oro, que había despertado, inmediatamente después, la avidez de los griegos,
interesados en dominar las rutas del Bósforo y del Mar Negro y el comercio con
Asia, en competencia abierta con los troyanos.
Una
fraternidad libre de guerreros andantes que todavía intentaban disfrutar de los
rústicos frutos de la naturaleza salvaje, como parecía proclamar su enseña
recién ganada, y vivir como habían vivido nuestros antepasados cazadores y
recolectores, sin otro interés que sentir a plena llama sus propios conceptos
de libertad, heroísmo y misticismo, no tenía el menor futuro en los tiempos que
corrían.
Una
manada suelta de errantes lobos humanos durmiendo al raso y abrigándose lo
mínimo, que despreciaban las comodidades del sedentarismo junto con sus cadenas
de dependencia y rutina y que no obedecían sino a su propio código del honor,
Banda, era ya sólo posible -tan cerca del mar, por el que la civilización
llega-, en un territorio remotísimo y montañoso aún cubierto de grandes
bosques, tan sólo habitado por pequeñas tribus desunidas y continuamente
enemistadas entre sí, como las del extremo noroeste de Iberia, donde no había
surgido aún una estructuración social con poder suficiente para obligar a los
espíritus marciales a convertirse en obedientes funcionarios del estado, Cosus,
como acabó ocurriendo en las comarcas griegas.
A
medida en que la caza escaseara y se extendieran la agricultura y la ganadería
por pura e imperiosa necesidad, la naturaleza pura se iría convirtiendo, aquí
también, en campos cultivados de propiedad privada o comunitaria cada vez más
divididos, parcelados, vallados y reglamentados.
El
mundo todo se perfilaba hacia un futuro de reinos e imperios despóticos, al
modo oriental, en el que toda aquella espontaneidad individual de los
primitivos europeos, su libre circulación y su independencia acabaría siendo
declarada ilegal y perseguida.
………………………………………………………………………………………
Orfeo
salió de sus reflexiones atraído por una música vibrante que hacía reverdecer
la plaza central del poblado. Terminada la cena, la fiesta se animaba de nuevo.
Eran
ahora las mujeres jóvenes quienes danzaban ante las hogueras, abundaban las
rubias y pelirrojas de esbelta figura y espléndidas cabelleras, vestidas con
cortas túnicas rojas o negras, formando cuadros lineales que se transformaban
en coros circulares o espirales al son de gaitas y tambores.
En
sus danzas, mantenían el cuerpo completamente recto y erguido, igual que habían
hecho antes los varones, desplegando todas sus gracias femeninas en deliciosas
circunvoluciones sobre la punta de los pies, en marcar vibrantes ritmos al
unísono con punteras y tacones, en levantar todas al tiempo una pierna hasta la
cintura o en dar saltitos verticales que las hacían parecer alegres aves, hadas
o gacelas.
Cuando
se acabó la música, tres de las más bellas danzantes vinieron hasta Turos y se
lo llevaron riendo, cogido por ambos brazos. Apenas pudo el Brigmil heleno
sonreírle por un momento, antes de dejarse arrastrar por ellas. El bardo se
alegró de la suerte de su amigo, pero sintió algo de envidia en su corazón.
Para contrarrestarla, se levantó también y se fue a dar una vuelta por la
fiesta.
67-
AITO
Le
sorprendió encontrarse a Aito sentado entre varias de las damas más hermosas y
encumbradas de la comunidad, a juzgar por la jerarquía que denotaban sus joyas,
dejándose mimar por ellas y siguiendo sus conversaciones amablemente, pero sin
concederles mayor atención que la que un hombre concede a sus compañeros
varones.
Orfeo
pensó en qué es lo que buscan las mujeres en los hombres. Turos era atractivo y
simpático, normal que lo escogieran. Pero Aito era poco proporcionado, ancho,
bajo, con semblante inexpresivo y un poco enérgico de más, enmascarada su
serenidad en marcial dureza a causa de una cicatriz que le cruzaba la frente en
diagonal. Y se sentaba sobre su banco de una manera muy común, no como un
pintor o escultor heleno hubiese hecho posar a un héroe.
Un
héroe, un matador de hombres. Miró a la bella mujer rubia con la que conversaba
en ese momento y se la imaginó desnuda, recostada junto a Aito sobre un lecho.
Se puso en ella, tan linda, tan dulce, tan señora, a pesar de ser una bárbara
del incivilizado Oestrymnis; tan digna de ser amada y respetada. Miró desde
ella las manos del varón a cuyas caricias se había confiado, que bajaban
acariciando su pelo, su cara, su cuello... unas manos fuertes, duras, capaces
de levantar mucho peso, de descargar grandes cantidades de energía.
Unas
manos ágiles, con dedos sensibles, precisos, acostumbrados a hacer toda clase
de fitas con la espada. Orfeo recordó la cabeza del hombre-venado volando por
el aire, segada por un solo golpe de Aito, tirada en el suelo, el casco puesto
todavía, los ojos abiertos, asombrados, en la boca una mueca de estupor...
sangre sobre la hierba. Unas manos sangrientas, homicidas. Las crueles manos de
la muerte tocando ahora mis ternuras femeninas, diseñadas a la medida de la
boca de un tierno recién nacido. Las despiadadas manos de la muerte acariciando
la intimidad recóndita de este vientre que da vida.
Aito
vio que Orfeo estaba mirando hacia él, levantó una taza vacía y señaló una
jarra de jugo de manzana. El tracio salió de golpe de su ensueño y del cuerpo
de la mujer imaginada, algo avergonzado por permitir a su mente que imaginase
tales cosas y aceptó con una inclinación de cabeza, acercándose y saludando con
su mejor cortesía a las damas, que le correspondieron con sonrisas. El guerrero
le pasó la taza llena y abrió sitio en el banco, para que se sentara a su lado.
Durante
un buen rato más, ambos siguieron colaborando a tejer una conversación
simpática y superficial que era, en realidad, una respuesta gentil (mas que
huía del compromiso), al evidente cortejo que las damas le hacían al caudillo y
que también se hizo extensivo al bardo cuando captaron que era una persona de
calidad.
La
mujer rubia real, dentro de cuyo cuerpo se había imaginado estar, le preguntó,
medio por señas, de donde venía y, al saber que era tracio, pasó a conversar
con él en la vieja lengua franca pelasga de los mercaderes del Mediterráneo, la
cual manejaba con una cierta distinción, aunque no muy fluidamente.
Orfeo
quiso saber dónde la había aprendido, pero su respuesta, dándose mucha
importancia, hablando demasiado, soltando risitas innecesarias por el medio y
contando muy deprisa una historia de una enrevesada relación con un capitán de
galera fenicio, hacía patente que veía a los hombres, incluso a los
civilizados, como seres elementales y manejables.
Aquello
le hizo sentir nostalgia del silencio desplegado por los Brigmil durante el
camino, por eso perdió todo su interés inicial hacia ella y se puso a atender a
las otras, mientras ella seguía parloteando.
La
segunda mujer era la más bella de todas, aunque claramente inabordable. Estaba
allí como una estatua excelsa que ornara la plaza, no necesitaba ni una de sus
costosas joyas para parecer la reina de la fiesta, pero no sabía fascinar más
que con su soberbia presencia externa, sin dejar traslucir nada que hiciese
suponer algo que no pareciese puro convencionalismo pasivo, frío y egoísta en
su interior.
La
tercera, hermosa y con ojos inteligentes de Atenea, se llamaba Bron, tenía una
conversación interesante y atenta, a base de cortas frases fluidas e incisivas
entre medias sonrisas, que arrastraban a los demás a exponer lo más profundo de
sí mismos, con un toque de aquel humor galaico de doble sentido a adivinar,
pero bien dirigido al intelecto o a la intuición, que dejaba traslucir en su
interior un refinado poso de muy antiguas civilizaciones femeninas tenazmente
conservadas durante generaciones, mediante transmisión íntima de madres a hijas
y nietas, pese a padecer el peso de múltiples invasiones de incultos varones
bárbaros, a los que siempre habían acabado asimilando.
Su
voz sonaba adorablemente femenina y cálida, en tanto que su rostro
transparentaba una firmeza altiva de leona, que suavizaba con sus sonrisas
insinuadas. A Orfeo le estaba encantando, pero ella no mostraba interés sino
por Aito y se notaba que ya se conocían hacía años, que probablemente habían
sido amantes tiempo atrás y vivido mucho placer, mucha lucha y mucho dolor
juntos, porque ambos se miraban con admiración y al mismo tiempo, trataban de
esquivar ciertos puntos con cargas resentidas, donde su desacuerdo era evidente
y hasta irritante.
Utilizados
sus recursos de seducción durante un tiempo prudencial sin que ninguno de los
dos hombres pareciera estar muy dispuesto a un intercambio más íntimo, las damas,
una por una, acabaron por irse despidiendo con gracia, simpatía y dignidad
ibérica, marchando a disfrutar de la fiesta antes de que acabase.
-Aito
–preguntó Orfeo cuando se quedaron solos-: ¿En verdad no echáis de menos los
Brigmil el tener una cierta estabilidad sentimental, una compañera leal cuya
amistad y amor sea permanente, unos hijos que os alegren la vida?
-Nadie
tiene esas cosas -respondió el líder con serenidad-. Sólo algunos tienen la
ilusión de tenerlas. Continuamente se ven obligados a luchar y a trabajar por
defenderlas, reconquistarlas, mantenerlas, adivinarlas, complacerlas y
conservarlas, siempre subiendo y bajando la rueda... y ese trabajo es muchísimo
mayor y más desgastante que el que cuesta, simplemente, conquistarlas en cada
nuevo momento.
Nosotros
hemos ido un poco más lejos que esa ilusión, amigo bardo, tratamos de no entrar
en esos giros ilusorios del poseer. De situarnos por encima de la Rueda de la
Ilusión. Así, no sufrimos, como la mayoría, por intentar la retención de personas
o cosas que son imposibles de retener.
-Y
vosotros que sois capaces de lanzaros a buscar y conquistar una isla lejana,
apenas soñada, en ese océano que todos temen tanto ¿No os gustaría parar un
momento de vivir errantes en busca de más y más sueños y tener vuestras propias
casas y tierras donde descansar y una vida tranquila y segura?
-Ya
tendremos tiempo de descansar cuando estemos muertos -dijo sonriendo el
guerrero-. Ya tendremos toda la seguridad del mundo cuando, al llegar a las
Islas de los Bienaventurados, comprobemos que renacemos cada día, vivos y
eternamente jóvenes y potentes como el sol, hasta que nos aburramos de vivir
sin límites y pidamos que nos manden de nuevo al desafío de reencarnar con
verdadero riesgo en este mundo, como pioneros avanzados de una Nueva Era.
-Pero
¿dónde dejáis el disfrute de la vida junto a los seres queridos? -insistió el
bardo. Deseaba dejar de hablar en plural, esquivar el código de creencias de
los Brigmil, que casi nunca hablaban de sí mismos y preguntarle directamente
que era lo que él, la persona Aito, sentía en su interior. Pero no se atrevía a
tocar tan a fondo la intimidad del imponente líder. Eso no estaba bien visto
entre los orgullosos íberos varones y le podían responder “¿Y a ti que te
importa?”.
-Nosotros
disfrutamos todo lo posible de las cosas buenas de la vida en el momento
preciso en que decidimos escogerlas a plena consciencia... –decía Aito- También
de las personas, cuando sus almas nos atraen de verdad; pero no tratamos de
retenerlas ni poseerlas, porque uno es siempre poseído por sus posesiones. Y es
agradable dormir con bellas damas en sábanas limpias, pero quien lo hace
demasiado a menudo, acaba convertido en su proveedor y su sirviente. Fíjate
como miran a los Brigmil, llenos de envidia y resentimiento, todos esos hombres
que viven aquí y que ahora son relegados, mientras sus mujeres cortejan a los
llegados de fuera, a la novedad pasajera.
-Pero
muchos de tus compañeros se van con ellas -observó el tracio recordando a
Turos. La bella rubia de su ensueño también abandonaba la fiesta en dirección a
las casas, del brazo de uno de los más jóvenes lobeznos que habían danzado, que
debía tener unos doce o quince años menos que ella.
-Así
es –dijo Aito, que también la había visto-. Nadie está controlando la vida
privada de un guerrero libre, cuando se encuentra en su tiempo de asueto, sólo
él mismo se controla y se resguarda, si quiere, de las tentaciones de la
ilusión.
-Es
“La Vía del Filo de la Navaja” –dijo, señalando con la vista a otro guerrero-lobo
que pasaba acompañando a una mujer- .Esta noche mis hombres van a estar ante
mayores peligros que en el campo de batalla, y no contarán con la ayuda de sus
compañeros. Yo también disfruto de la compañía de un ser femenino cuando su
alma complementa a la mía, a veces un paseo en silencio por un bosque, o un
simple abrazo, nos alimenta y conforta a ambos. Pero después lo dejo circular,
y retorno bien antes de la hora marcada para pasar revista, tras lavarme la
cabeza de ensueños, porque nadie debe sentir en mi voz las telarañas de
melancolía que nos dejan los encuentros con el otro sexo.
Los
Brigmil cuidamos de no enredarnos en ilusiones de los cuerpos inferiores que
nos desenergeticen y debiliten. Forma parte de nuestro compromiso ante nosotros
mismos. Estamos consagrados como guardianes, vigilantes y pioneros, al servicio
de la específica tarea del Plan Evolutivo que aceptamos y asumimos cuando la
comprendemos. No debemos tener nada que no pueda uno llevarse consigo al
combate, sin que su peso estorbe.-
-¿Por
qué has escogido una vida como ésta? -insistió Orfeo, percibiendo que Aito ya
estaba saliéndose de nuevo de lo personal para regresar a la neutralidad de su
identificación grupal.
-Esta
vida es solamente un curso de una escuela que sirve para acceder a un curso
superior –afirmó “El Que Dice la Palabra”-. Y así eternamente, pues el ser
infinito que somos se va viviendo a sí mismo a través de las infinitas
existencias. Todos mis compañeros eran individuos brillantes y magnéticos que
escogieron ser guerreros libres para llegar pronto al conocimiento de sí
mismos, probándose en situaciones extremas, aceptando votos, renuncias a la
personalidad y al libre albedrío y grandes desafíos y, sobre todo viviendo un
profundo proceso de transformación interior, a fin de salir rápido de este
nivel evolutivo de pura ilusión, hacia el siguiente más elevado en consciencia.
-…Pero
eso son sólo creencias, Aito, no se puede saber con seguridad que lo que
especulas sea real hasta haber muerto. Y quizás entonces ya no sirva de nada el
saberlo –dijo Orfeo amargamente.
-Un
feto le dijo a su mellizo: “¿Será verdad que existe vida después del parto?”
“¡No lo creo!”, contestó el otro, “¡Nadie ha regresado de allí para contarlo!”
Ambos
rieron el chiste y brindaron con jugo de manzana. Orfeo estaba sorprendido por
aquel sentido del humor del galaico, que soltaba una broma como una estocada
cuando más serio parecía que estaba.
-Un
hombre inteligente y valeroso aprovecha todo lo que puede de las cosas que le
motivan en esta vida… si funcionan bien en ese momento –dijo Aito, regresando
sin transición al tema-. Pero cuida de no esclavizarse al vano intento de
retener esas cosas, porque todo se está transformando continuamente y nada
permanece.
Calló
para beber de su taza. Orfeo se fijó como bebía: era un sorbo abundante, pero
no lo tragaba de una vez, como los bebedores ansiosos, sino que lo degustaba
bien en el paladar antes de ingerirlo. Algunos de sus otros hombres se habían
ido acercando a su mesa, entretanto, y sirviéndose con total confianza.
-Un
hombre inteligente y valeroso también trata de degustar la vida a tragos lentos
e intensos -siguió, como adivinándole el pensamiento-. Y trata de progresar y
aprender en ella cuanto pueda, a base de darse por entero y de terminar su vida
como la vivió, de una forma digna de sí mismo, con coherencia, con lucidez y
con calidad, en lugar de prolongar de forma vana una anodina mediocridad en el
tiempo, como quien resguarda avariciosamente sus energías, en lugar de usarlas.
-Pero
esto que vivís no es un tipo de vida que pueda durar mucho –arguyó Orfeo-. ¿Y
cómo os las vais a arreglar en la vejez?- preguntó para todos, puesto que ya
varios estaban escuchando.
-¿La
vejez? -rió Aito- ¿Alguno de vosotros tiene interés en llegar a viejo?
-preguntó en general a sus hombres.
La
respuesta fue una jocosa rechifla colectiva. Uno de los Brigmil, Bodo, que
parecía el de mayor edad a pesar de su fortaleza, unos cincuenta años,
respondió:
-No
sé cómo he podido llegar a la edad que tengo, a pesar del ardor con que me
entrego al combate, debe ser porque aún tengo mucho de lo que purificarme antes
de partir… pero si el enemigo no es capaz de acabar conmigo antes de que mi
paso no pueda seguir manteniendo el ritmo de mis compañeros, tendré que
desafiar a cualquiera de ellos para que me mande al País de la Eterna Juventud…
o yo le mandaré a él, a fin de ir colocando buenos amigos allí, para alegrarnos
juntos el día que por fin llegue.-
Todos
rieron, asegurando que Bodo no se iba a encontrar sin amigos en las Islas de
los Bienaventurados y diciendo que querían lo mismo para ellos.
-Si
un día Aito cae en combate, muchos le seguiremos después de batirnos entre
nosotros mismos en su funeral –dijo otro sin que pareciese, para nada, sonar
como una adulación-. Acompañar a un espíritu como el de él en el Más Allá podrá
ser mucho más interesante que formar parte de la corte del rey más poderoso de
este mundo.
-¡Pero
estáis hablando de suicidio! –arguyó el tracio, asombrado, tras asegurarse, por
las expresiones de los demás, de que todos pensaban seriamente algo parecido a
lo que el guerrero-lobo había expresado con tanta espontaneidad- ¿No condenan
el suicidio vuestros cultos?
-Nosotros
sólo damos culto a la Libertad -dijo él- ¿Qué mejor acto de libertad que poder
escoger dejar la vida si la vida se convierte en algo que no merece la pena? Yo
deseo morir como he vivido.
-¿Y
a qué os dedicaréis en las Islas de los Bienaventurados?- preguntó el bardo,
dándose por vencido, ante la determinación inconmovible -o el fanatismo- que
aparentaban aquellos hombres.
-Pues
a este mismo tipo de vida, que es el que más nos gusta, por lo menos mientras
no llegue el momento de volver a nacer en un nuevo cuerpo -dijo Bodo-, con la
diferencia de que, mientras estemos allí, podremos arriesgarnos mucho más que
ahora y vivir la vida con mucha mayor intensidad, ya que todos los muertos en
ejercicios reales de combate del día anterior resucitarán con el sol al día
siguiente, manteniéndose nuevamente jóvenes, fuertes y saludables.
-Parece
que vosotros creéis en un Más Allá mucho más divertido que el nuestro
–reconoció al final Orfeo, brindando con su taza-. Comparado con él, incluso
los héroes tracios y griegos que moran en los Campos Elíseos, que son nuestras
Islas de los Bienaventurados, se asemejan a un grupo de discretos y serenos
ancianos de la clase aristocrática que hacen fiestas cultas, retirados casi
completamente de la agitación de la vida.
68-
LOS REINOS SUPRAFÍSICOS
Al
amanecer, la compañía de Hombres-Lobo formó un círculo para revista a la salida
del pueblo y, efectivamente, no faltaba nadie, todos portaban impecable su
bagaje guerrero y sus monturas, se mostraban diligentes y animosos y en ninguno
de ellos se veían “las telarañas de melancolía que dejan los encuentros con el
otro sexo”. Orfeo se fijó en Turos, que evidentemente lo había pasado muy bien
con aquellas jóvenes, pero que se mostraba descansado y tan dueño de su sana y
calma energía como siempre.
Hicieron
su sintonía matinal, con cánticos, mantras y oraciones, luego montaron a
caballo y partieron con el buen orden acostumbrado. Turos le informó que hacia
el fin de la tarde llegarían a la Comunidad de Milesia, expresión sobre la
tierra del Reino Suprafísico de Gal, donde Orfeo podría conocer, si quería, a
Amerguín, el Maestro de los Brigmil, fundador de su Fraternidad.
-¿Qué
es eso del Reino Suprafísico de Gal, Turos? - quiso saber el tracio.
-Amerguin
dice que cada una de las emanaciones del Ser Cósmico se manifiesta al mismo tiempo
en siete mundos, de lo más sutil a lo más denso. Los tres primeros son tan
puros y espirituales que ni nos los podemos imaginar, pero sus realidades
luminosas se proyectan sobre este mundo de ilusión nuestro, en forma de
arquetipos que le dan significado y que guían la evolución de nuestras almas…-
Orfeo
escuchaba con interés, aquel lenguaje tan abstracto no coincidía con la
expresión normal del joven, mucho más simple e informal, se veía que estaba
repitiendo palabras de su maestro que habían quedado bien grabadas en su
memoria.
-…Claro
que, al entrar en nuestra densidad, -siguió su acompañante- todas las
realidades superiores se distorsionan, igual que la imagen de una lanza cuando
la sumergimos en el agua transparente de un río. De los cuatro niveles
inferiores, el menos distorsionado es el del Alma, que piensa, siente y se
expresa a través de las intuiciones del Mental Superior. Para nosotros, Gal es
hoy el reino suprafísico que nos inspira a manifestar sus directrices sobre la
Tierra de los Gal, comenzando por nuestra Comunidad de Milesia, que está en su
centro.
-Entonces,
supongo que debo felicitaros, ya que parece que habeis conseguido traer vuestro
sueño al plano físico, formando una Fraternidad como ésta -dijo el bardo con
mucho respeto, señalando la larga y disciplinada cabalgata de guerreros.
-No
nos felicites tan temprano, Orfeo- respondió Turos con una sonrisa. Gal es un
objetivo que va siendo siendo conseguido a base de buen mantenimiento diario,
tanto entre los Brigmil como en Milesia, mantenerlo ya no es más un desafío,
como al principi. El desafío ahora nos llega del mar, muy, muy adentro del
océano, y consiste en penetrar en la dimensión intraoceánica del reino
Suprafísico de Gal, es decir, en el vórtice más profundo de este vórtice, al
que llamamos Avalon.-
-Según
las informaciones que le llegan a Amerguín de sus guías interiores, Avalon es
uno de los reinos interdimensionales donde reina el Alma del Mundo. – aseguró
Turos ante el gesto inquiridor de Orfeo- Avalon todo el tiempo nos llama y nos
inspira, para que descubramos y colonicemos la Isla del Destino donde el
carácter del vórtice intraoceánico se expresará en la superficie de la
dimensión física, a través de nosotros y nuestros descendientes, y de nuestro
trabajo vital...-
Orfeo
pensó, de primeras, que eso era más que otra especulativa creencia de los
fanáticos Brigmil, un mito místico; pero no osó contestar nada, porque se vio a
sí mismo dejando de vivir una vida normal para perseguir una quimera semejante:
la esperanza de rescatar a Eurídice, el Reino Suprafísico del Hades todo el
tiempo llamándole, inspirando su interminable caminada al fin del Mundo.
-Gal
en el litoral de este continente -siguió el joven Brigmil-, y Avalon en la Isla
del Destino que Aito descubrió en su visión, expresarán físicamente la esencia
sutil del verdadero reino que conforman las Islas de los Bienaventurados en el
Mundo Real del Mental Superior. Amerguin lo sabe y lo comparte con nosotros
porque es un canal, Orfeo, él está en continuo contacto con la Jerarquía de la
Luz.-
-Mejor,
explícame a qué cosa llamas “Jerarquía de la luz”, Turos, por favor.
-Se
trata de la Hermandad de altos espíritus que ya fueron seres humanos como
nosotros, Orfeo, pero que llegaron a una maestría tal que transcendieron
nuestra dimensión y ahora viven en el Mundo Intermedio.
-Muy
bien, ahora, por favor, explícame a qué llamas “Mundo Intermedio”.
-Amerguín
dice que el mundo de la Jerarquía de la Luz es el intermediario entre los tres
más sutiles y divinos y estos otros tres inferiores que todos podemos percibir
bien, nuestro Mental Inferior, Concreto o Intelectual, nuestro Emocional o
Astral y nuestro Etérico-Físico, aunque son percepciones irreales, por
incompletas, en las que aún están encerradas nuestras almas como en un mal
sueño.
-Creo
que lo entiendo -respondió Orfeo- el mundo suprafísico de Gal, y el tal de
Avalon incluido, debe ser, para vosotros, lo que el Olimpo y los Campos Elíseos
son para tracios y griegos: el Reino de los Dioses y de los héroes, el Centro
Espiritual que rige el mundo y el Paraíso de las grandes almas.
-No
exactamente- precisó el Brigmil- Amerguín dice que Gal y Avalon sólo son dos de
las proyecciones o proyectos de futuro del actual Centro Espiritual de nuestro
planeta, que está en el Asia Profunda Sutil y se llama Shambala, de donde son
emanados por la más alta Jerarquía de la Luz muchos otros proyectos evolutivos
para el resto del mundo, en cada época oportuna, siguiendo un Plan Universal.
-¿Shambala?
–Orfeo recordó la formación teórica recibida en varias de sus iniciaciones,
medio enmohecida en su mente, por falta de uso -¿No es ese el reino donde dicen
que se originó la Raza Ariana en la antigüedad, más allá de la remota Escitia?
-No
sé muy bien en que parte de Oriente se puede encontrar la Escitia, pero conozco
desde niño todos esos nombres asiáticos, Turania, Cimeria, Tartaria. Mongolia…
porque me fascinaban las historias en verso sobre el linaje de los Goidel que
Amerguin recitaba y continúa recitando mientras toca el arpa.
…Él
también nos contó que Shambala es el Reino Suprafísico que inspiró la creación
del primer hogar de la Raza Aria sobre el Plano Material -confimó Turos -.
Decía uno de sus mejores poemas que El Reino comenzó por descender desde la
dimensión sutil de Venus sobre Isla Blanca, situada ante el litoral sur de un
mar enorme que había en el centro de Asia. El Manú Vaivasvatá, un canal bien
conectado con la Jerarquía Evolutiva, sintió poco antes el llamado del vórtice
Shambala, igual que ahora nosotros estamos sintiendo el llamado de Avalon, e
hizo una selección de las almas más evolucionadas de distintas Subrazas de la
Raza Anterior. Luego abandonó con ellos, en una flota de barcos, la gran isla
oceánica en la que vivían. Provenían de una civilización muy adelantada, pero
que ya estaba corrompida por el lujo, la guerra civil, el materialismo sin
límites y la magia negra…-
Más
una vez Orfeo se encontraba con el mítico recuerdo de la Atlántida en su viaje.
Parecía que más se manifestaba cuanto más se aproximaba al Océano.
-…Los
seleccionados llegaron primero a Egipto –siguió Turos-, abandonaron en su
litoral los buques y siguieron por tierra hasta Arabia. Se multiplicaron allí
durante varias generaciones, lo que hizo que un grupo de ellos se acomodase a lo
conocido, el mundo de Cosus, para que nos entendamos, mientras que otros
seguían aspirando a un Mundo Mejor y Diferente, el mundo de Banda.
Entonces
el Manú volvió a encarnar en la siguiente generación y, ya adulto, promovió una
larga expedición con los más corajosos de estos últimos, aventura impresionante
que les llevó hasta el remotísimo Mar de Gobi, donde ciertas señales hicieron
que identificaran a la tal de Isla Blanca. Por ella comenzaron su asentamiento.
Cuando
crecieron, muchas de sus familias se extendieron a poblar el continente, pero
eran continuamente masacrados por los feroces Turanianos, que habitaban las
estepas desde toda la Era Anterior. Así, se fue cribando en la dificultad la
naciente Quinta Raza Ariana, hasta que se fortificaron tanto sus hijos que por
fin consiguieron vencer y someter a los Turanios.
Crearon
entonces un imperio con una capital espléndida que se llamó la Ciudad del
Puente, puente por el que la ciudad situada en la orilla del continente se
ligaba a la Isla Blanca, el espacio sagrado de los orígenes. Desde allí, las
primeras Subrazas Arias, al crecer y multiplicarse, fueron conquistando la
India, el Irán… otras Subrazas posteriores fueron ascendientes de los arios
árabes y de los primitivos colonizadores del Cáucaso, que después parece que se
convirtieron en pelasgos como tú y en griegos. También de allí partieron
migraciones que tenían como meta, marcada por la Jerarquía, las islas y
litorales Atlánticos, como la de nuestro antepasado Niul…
-¿Y
qué fue de Shambala? –quiso saber Orfeo.
-Decayó
en el lujo y la inercia egocentrada, como tú sabes que todo acaba decayendo,
amigo, sus últimos pobladores fueron avisados por la Jerarquía, a través de sus
canales, para salir de allí porque iba a haber cataclismos en el mundo, y
aquellos que obedecieron, emigraron rumbo a la India.
Amerguín
contaba en su poema que, efectivamente, el mundo mudó. Aquel mar de Gobi se
secó y tanto Isla Blanca como la Ciudad del Puente quedaron enterrados bajo las
arenas de un gran desierto.
Sin
embargo, él asegura que Shambala sigue allí, en el Plano Real del Alma del
Mundo, pero que ya cumplió su misión en Asia y que hasta ahora estaba
estimulando y proyectando nuevos vórtices evolutivos: la creación de nuevas
civilizaciones en Occidente, la Anatolia, la Cretense… la Pelasga, que tuvieron
su momento, pero que ya están decadentes… … la Griega, que, por lo que se
cuenta, está llegando a lo mejor de su juventud y las sustituirá… la Itálica,
que apenas está comenzando, y sustituirá a la griega…
Pero
nosotros vivimos atentos –se exaltó el joven guerrero- al comienzo del
desarrollo de la civilización Ibérica y la Insular Oceánica, que por ahora sólo
son semillas de futuro, pero que sustituirán a la Griega y a la Itálica,
haciendo una síntesis de lo mejor que ambas llegaron a desarrollar, según
promete Armenguín, y así por adelante…
Los
lugares y las civilizaciones se desarrollan, crecen, se proyectan y decaen,
Orfeo, pero son siempre los mismos espíritus guerreros, bajo distintas
envolturas reencarnatorias, quienes colocamos las semillas evolutivas de los
nuevos ciclos.-
El
tracio podía presentir ahora, por detrás del aspecto juvenil de aquel guerrero
galaico, a un espíritu viejísimo, tal vez tan viejo o más que el suyo.
-Los
viejos Gal ya plantaron la primera semilla sobre el vórtice energético de
Iberia que atrajo a Niul desde oriente. Ahora nosotros- dijo con firme
alegría-, los Brigmil, tendremos que plantar la segunda sobre el Plano Físico
de esa isla remota que debe encontrarse al norte y al oeste de las Casitérides,
la isla que los Maestros Sutiles de Avalon, desde el Plano Suprafísico, nos
están indicando.
-Entiendo…uno
de mis instructores decía que la evolución humana siempre sigue el caminar del
Sol, del este al oeste.
-Eso
dice también Amerguín, e insiste que las almas de los pioneros que vinieron a
poblar el Camino de las Estrellas y el litoral de Iberia, y que están llamadas
ahora a soñar y después materializar Avalon en las Hibernias, aunque mueran en
el empeño o de vejez, reencarnarán, muchos siglos después, en los reinos
físicos desarrollados para entonces en estos vórtices, a fin de seguir
construyendo nuevas civilizaciones sobre nuevos vórtices evolutivos, que
despertarán a lo largo de enormes islas aún desconocidas, las cuales se
encuentran todavía más hacia el Oeste.
-“Sería
lo que habría quedado de la Atlántida, si quedó algo…” –pensó Orfeo, sin dejar
de considerar que todas aquellas fantasías esotéricas de magos, bardos,
iluminados, canales mediúnicos, profetas y ciegos creyentes, a lo mejor,
acababan por inspirar empresas reales bien interesantes… Pero no pudieron
seguir conversando, porque ya se pasaba la orden de descabalgar, para hacer en
círculo la segunda sintonía del día.
69-
LOS MILESIANOS
A
la Comunidad de Milesia se accedía por la entrada en una aldea galaica no muy
diferente de todas las demás que Orfeo había visto, que se encimaba en una
colina a poca distancia del Camino de las Estrellas. La colina era un mirador
sobre otras colinas más interiores y cercadas de bosques, que acababan en un
valle abrazado por un monte picudo y solitario. Se extendía por una tierra
fértil y bien regada, dividida en siete haciendas.
Pronto
se enteró, por directa experiencia, de que en la aldea de acceso se encontraba
también la recepción a donde llegaban los visitantes, que después eran
encaminados a las tres haciendas más próximas, donde también vivían familias y
niños.
Aunque
había puestos de Guerreros Libres por toda parte, le había dicho Turos, quien
lo presentó al acogimiento de huéspedes, antes de despedirse de él, que la
Hacienda Milesia 5, a la que ya se encaminara toda la tropa de Aito, rodeada
por un bajo muro de piedra, era el cuartel principal de los celibatarios
Brigmil, que protegían Milesia 6, situada más alta, en el arranque del verde
valle intramontano, recogida residencia del Maestro Amerguin y de sus colaboradores
de total confianza, los cuales integraban la cúpula jerárquica rectora.
La séptima hacienda era un apartado y
silencioso retiro de montaña donde nacía el río transparente que regaba toda la
región.
Para
entonces, ya hacía más de dos semanas que Orfeo se encontraba en la hacienda
Milesia 3, y no sabía si seguir quedándose o marcharse. Por una parte le
molestaba y hasta oprimía la rígida disciplina, la férrea autoridad de los
escalones jerárquicos y el impuesto silencio e incomunicación personal que allí
imperaba, muy especialmente entre las personas de ambos sexos, así como entre
residentes fijos y temporales, entre veteranos y novatos, entre guerreros y
civiles. Las personas que coordinaban su hacienda no paraban de discursar que
aquél era un lugar pensado para desprenderse de la personalidad y de todo lo
supérfluo, a fin de poder vivir como almas.
Por
otra parte, el tracio estaba fascinado por el perfecto orden, la eficacia y la
abundancia en lo necesario con que funcionaban todos los servicios comunitarios
y, sobre todo, por el extraordinario ambiente musical, lleno de espiritualidad,
que enmarcaba todos y cada uno de los trabajos colectivos del día. La hacienda
en la que residía era un verdadero Palacio de la Música.
Desde
el amanecer hasta el atardecer, antes de cada refección y, prácticamente, una
vez cada dos o tres horas, todos los residentes en Milesia, unos trescientos
moradores fijos y bastantes más temporales, llamados Milesios o Milesianos, se
reunían para tocar y cantar bellos himnos muy bien entonados.
De
entre todos los himnos que los seguidores de Amerguin cantaban, uno era el
principal. Sonaba con la mayor solemnidad y marcialidad y el día central de la
semana, denominado el “Día de Recogimiento y Conexión”, prácticamente todos los
miembros de la Comunidad, salvo los centinelas, se reunían a media mañana en
grandes grupos, en los mayores patios cubiertos de cada una de las haciendas de
Milesia, y pasaban hasta tres horas repitiéndolo con la mayor devoción, aunque
alternándolo con otros himnos, mantras y oraciones a cada ciclo de doce cuentas
de un rosario de semillas que casi todos llevaban al cuello.
Orfeo
se lo aprendió muy bien y pronto le permitieron acompañarlo con la flauta y la
lira, aunque los instrumentos que mejor lo destacaban era las gaitas, trompetas
y tambores y, por supuesto, las arpas en los momentos álgidos.
El
famoso Amerguin, un hombre mayor sin edad definible, comparecía de vez en
cuando a cada una de las diferentes haciendas y Orfeo se había quedado
encantado y transportado por su maestría de bardo de bardos la primera vez lo
escuchó. Cuando él mismo dirigía el conjunto de instrumentos y voces, se creaba
una espiral ascendente de ritmos entusiastas que proyectaba la vibración
concentrada de todos hacia las cotas más altas del misticismo épico y abría
verdaderas puertas interdimensionales en las mentes y los corazones de los
participantes.
Aquel
himno maestro que todos repetían se titulaba “Ejército de Luz” y ésta es la
traducción que Orfeo hizo a su lengua natal, aunque perdiendo con ello las
potentes rimas y la sonoridad del idioma Goidélico o Gaélico.
“Divino
Misterio Supremo,
Fuente
Original de todos los seres y mundos,
dueño
de todos los nombres,
nos
ofertamos a Tí
en
perfecta disciplina y unidad,
somos
tu Ejército de Luz.
Tuyas
son nuestras vidas, úsanos.
Devotámoste
la energía
de
nuestra sintonía y sincronía,
nos
vaciamos conscientemente
de
pensamientos y deseos personales,
para
estar completos a Tu disposición
y
siempre confiando en Ti.
Haz
de nosotros y con nosotros
Tu
Voluntad, cúmplase tu Plan.
Porque
Tuyos son la Sabiduría,
El
Amor, el Poder y la Gloria.
¡¡Así
Es ahora y eternamente!!”
Jamás
antes, ni en el ejército tracio de su padre ni en la Escuela de Héroes del
Monte Pelión ni durante la Expedición Argonáutica, había Orfeo escuchado un
himno tan dinámico, tan guerrero y tan devoto como aquél. Era un himno ideal
para entrar entonándolo en la batalla como un bloque compacto e imparable, para
lanzar hacia toda parte nubes de flechas, estocadas y lanzazos, evolucionando
en grupos ordenados como mortales danzarines, era un impulso animador para
mantenerse luchando o trabajando durante horas sin disminuir el caudal de
energía, sabiéndose conectados a la Fuente inextinguible del verdadero Poder.
Era
una segura conexión con la más elevada de las egrégoras, servía para invocar el
coraje y la fe en los momentos de mayor tensión y peligro, e incuso para
aliviar el dolor de las heridas, la agonía y la muerte, y había tonos
específicos más intensos o más recogidos, para cantarlo en cada una de esas
ocasiones.
Los
Guerreros Libres estaban continuamente ensayando aquellas variabilidades de
tono, muy especialmente cuando marchaban o cuando practicaban la esgrima, o la
danza guerrera, que eran prácticamente lo mismo. Entonces solían dividirse en
dos grupos contendientes, que entrechocaban las espadas siguiendo el silabeo o
el final de cada frase, aunque también soltaban golpes inesperados en cualquier
momento, que eran reforzados por una sola sílaba o palabra del himno, lo cual
podía repetirse durante varios golpes seguidos en distintos tonos, antes de
volver al hilo general.
Éste
hilo general, esta sintonía intuida y mantenida, aún en el silencio, era la
corriente básica y común de la fuerza que unía al conjunto de los milesianos
durante cualquier acción o durante el reposo meditativo o contemplativo.
Ya
que, a pesar de que cantaban su Himno Maestro masticando cada palabra, haciendo
todo un ejercicio de concentración sonora para que en ningún momento se cayese
en lo automático, todos y cada uno de quienes lo cantaban se habían
acostumbrado a abrir varias líneas simultáneas de atención en sus mentes, que
les permitían estar pronunciándolo con toda reverencia y sacralidad y, al mismo
tiempo, pensando o haciendo lo que demandaba la necesidad o el compromiso de
aquel instante o tarea, tal como si se estuviesen jugando la vida toda en aquel
preciso aquí y ahora.
Orfeo
se admiraba de cómo los miembros de la comunidad, y, muy especialmente, los
Brigmil, habían llegado a compartir tal sincronicidad de instintos,
sentimientos, pensamientos y acciones, así como entre su propia individualidad
y el movimiento de lo colectivo.
Estas
energías diversas actuaban con atenta unidad, tanto en el fragor y la confusión
de la batalla, el galopar en oleadas, el hacer o deshacer un campamento
rápidamente, como en los trabajos cotidianos que mantenían impecables los
edificios, patios y paseos de sus haciendas, al tiempo que perfectamente
cultivados los campos y pomares que las rodeaban, y lograban que estuviesen
abundantemente servidas de sus productos las mesas de los comedores colectivos
y gratuitos, así como cubiertos diariamente de paja limpia los suelos de los
grandes dormitorios, masculinos o femeninos, sobre la que todos se acostaban al
anochecer.
Las
parejas que llegaban a Recepción eran sistemáticamente divididas y cada uno
enviado a una hacienda diferente, a menos que tuviesen niños menores de siete
años, en cuyo caso se les permitía vivir juntos en cabañas especiales para
familias.
Sobre
las relaciones sexuales se decía que, quien quisiese, podía marcharse a vivir
fuera de la comunidad para tenerlas, pero que allí dentro, esa poderosa energía
se dedicaba enteramente a conectar con la propia alma. Los muchachos y mozas
mayores de siete años hacían la misma vida que los adultos.
Los
Brigmil ya comenzaban a cantar himnos antes del alba, y entonces todo el mundo
se levantaba y se unía a ellos. Seguía un tiempo para asearse y asear las
instalaciones y luego se desayunaba y se repartían en diversos grupos os
trabajos de la mañana, siempre dirigidos por un facilitador bien responsable.
Orfeo trabajó en la cocina, en la huerta, en el transporte de alimentos y en la
poda de árboles.
Cuando era necesario se convocaba desde el
amanecer a toda la comunidad para ocuparse en grupos de unas doscientas
personas, de distintas labores en cultivos extensivos o en construcción. En
cualquier momento de la jornada alguien arrancaba un himno y todos se sumaban a
él, mientras seguían desyerbando los plantíos o recogiendo espigas o frutos.
Se trabajaba muchas horas al día y la consigna
más repetida era "hacer cada tarea lo mejor posible y un poco más".
Si los supervisores no veían o sentían esta disposición, mandaban repetir el
trabajo hasta que estuviese perfecto para sus ojos.
Había
tres refecciones al día y siempre daba para repetir a quien quisiese. Después
de agradecer el alimento, todos se servían comenzando por los niños y luego por
los visitantes y los novatos, esperando los veteranos a que se sentaran, antes
de servirse a su vez. Nadie colocaba la comida en la boca hasta que se daba la
señal para que la totalidad de los comensales comenzara a alimentarse al mismo
tiempo. Todo quedaba luego perfectamente limpio y ordenado por todos, en
perfecta coordinación, antes de que abandonasen comedores y cocinas.
A
diferencia de los ruidosos banquetes que Orfeo había visto a su paso por todo
el norte de Iberia, no estaba permitido conversar en el comedor ni en sus
alrededores, y muchos se iban a comer en solitario debajo de un árbol. Siempre
que se oía un rumor de voces, el coordinador o cualquier veterano, o los más
impositivos entre los novatos, llamaban la atención al grupo.
Aquellas
continuas llamadas al orden, a veces ríspidas y secas, era lo que más
desagradaba a Orfeo de su estancia en Milesia, aunque entendía que la
disciplina y el silencio eran esenciales para que tantas personas se
mantuvieran concentradas en la conexión interna y en la colaboración grupal que
era la razón de ser de aquella comunidad.
Ya
Orfeo había decidido fecha para continuar su camino, cuando alguien vino a
decirle que el mismísimo Amerguin lo había mandado llamar a la Hacienda 6,
donde residía.
70-
AMERGUIN
Se
contaba que Amerguin era uno de los siete hijos de Mil, Nil o Niul, aquel
guerrero cuya historia los Brigmil cantaron la primera noche que Orfeo, tras
ser liberado, había pasado con ellos en el Camino de las Estrellas. Nacido en
Brigantia, se destacó desde muy joven con el arpa y se convirtió en un bardo
que, en calidad musical, ya superaba en mucho a todos los maestros galaicos.
Como su padre y sus ancestros nómadas, llevaba dentro la pasión y la necesidad
de conocer el mundo y así, en determinado momento, marchó a recorrer hacia
atrás la Vía de los Peregrinos y pasó muchos años embriagado por el
descubrimiento de las culturas, músicas y placeres de muchos países distantes.
Muchos
años más tarde, cuando ya casi todos pensaban que había muerto, regresó a su
tribu natal con canas y con tanto conocimiento bellamente expresado en
virtuosismo de arpista y canto, que enseguida fue reconocido por “Los que
Saben” como uno de ellos y admitido en sus círculos de magia, que se celebraban
las noches de plenilunio en los robledales sagrados.
El
caudillo Breogán, recién llegado por entonces a la jefatura de su nación por
elección de las Madres de tribu brigantes, se hizo su amigo y quiso convertirlo
en uno de sus consejeros principales, pero él no permaneció mucho tiempo en
Brigantia; se disculpó diciendo que sentía ahora la necesidad de hacer un viaje
hacia lo interno con la misma fuerza con que antes le había llamado lo externo
y se retiró a las playas solitarias y abiertas situadas más allá del extremo
sur galaico, cerca de de la desembocadura del rio Lis, frente a las ventosas
rompientes del océano abierto, pasando dos años como eremita en la misma
caverna donde había acabado su estancia en la Tierra, según la tradición local,
la mítica Gal.
Contó
ante las personas de su mayor confianza, cuando se reencontró con ellas mucho
más tarde que, una madrugada, la voz de Gal dentro de sí lo despertó y le había
hecho correr por la playa al encuentro de una gran bolla de luz que venía desde
el lejano horizonte marino como deslizándose sobre las olas. Cuando se fundió
con ella en la orilla, la voz le hizo saber que la mónada, o espíritu rector
del antiguo Amerguín, había pasado a habitar otra dimensión y que una nueva
mónada, mucho más evolucionada y sabia, pasó a utilizar su cuerpo y su mente
como vehículos de su misión sobre este mundo.
Durante
un año más, aquella nueva consciencia vagó por las playas llamándose a sí mismo
Glúingal, que significa “de rodillas ante Gal”, intentando adaptarse a una
forma corporal y mental que le parecía demasiado estrecha, rígida y limitada.
Sólo tocando y cantando frente al mar lo más alto que podía, se sentía liberada
de aquel encierro. Pero un día cargó con el arpa de Amerguin y echó a correr
sin parar por la arena húmeda hacia el Norte. Corrió y corrió hasta que logró
sentir que aquel cuerpo le respondía al fin, como un potro domado, o como el
obediente instrumento musical de su latir y de su voz.
Entró
en el Puerto de los Gal dando el nombre de Glúingal a los centinelas y a la
multitud del mercado, ante la que habló por primera vez después de llamar su
atención con su maestría de bardo arpista. Les dijo que cada persona era
habitada por una consciencia infinita, eterna, divina, que se oscurecía y
perdía sus ilimitados poderes cuando nos identificábamos con el cuerpo efímero,
la cultura y la tradición de nuestra tribu, nuestra familia de sangre y sus
rutinas, así como con la idea y el miedo de la muerte. Trazó ante ellos un
atisbo de su visión cósmica y del radiante futuro de la Humanidad, cuando ésta
lograra desprenderse de la condición humana y volar libremente de nuevo sobre
las alas de su divinidad. Luego colocó todo aquello en música.
Cuando
terminó su concierto, la gente aplaudió y se dispersó para seguir comprando en
el mercado. Sólo un joven permaneció a su lado, sediento de compartir su
conocimiento vivencial. Con aquel primer discípulo, Glúingal continuó caminando
por la larga orla marítima y por el fondo de las recortadas bahías, siguiendo
el rumbo del extremo noroccidental de Iberia. Cuando por fin llegó a Brigantia,
doce discípulos habían abandonado su familia y su pasado y lo acompañaban
atentos y obsequiosos, totalmente fascinados por él.
El
caudillo Breogán los recibió con mucha honra en su corte litoral y los convidó
a un banquete. Amerguín-Glúingal tocó el arpa y cantó como nunca aquella noche,
cantó un himno que hablaba de tareas y misiones, dijo que la única misión que
cualquier hombre tenía sobre este mundo consistía en hacer evolucionar hasta lo
más elevado de sí mismo su consciencia interna y la de su círculo externo de
influencia. Dijo también que cada ser humano que logra subir a un nuevo escalón
evolutivo lo abre, con todo un mundo de potencialidades, para todos los demás
humanos.
Dijo
que la condición humana era un estado larvario, y que la larva tenía que
recogerse en el capullo de su propia interiorización y conexión profunda con su
origen, para poder acceder al estado de mariposa, a la iluminación, para
vivenciar integralmente la consciencia cósmica y divina que siempre fue nuestro
auténtico ser.
Mientras
cumplía esa misión sobre este mundo -que es la mejor escuela para intentar
conseguir la armonía a través de la superación de los conflictos que lo
pueblan, aprendiendo a vivir el amor incondicional-, el hombre tenía que
servirse a sí mismo y a los otros, realizando tranquilamente todas las tareas
que el cotidiano de este planeta impone como imprescindibles para la
supervivencia de nuestros vehículos en este particular espacio-tiempo.
“Realizo
humildemente cualquier tarea
que entiendo necesaria
–cantó
ante todos -,
con
desapasionada voluntad de servir,
sin
vanidad, ni afán de poder o lucro,
ni
esperando compensación alguna,
ni
siquiera por apego a mi vida física.
Doy
de mí con naturalidad,
como
el frutal da sus frutos,
con
amorosa perfección,
con
visión de conjunto
para
mis hermanos de todos los reinos,
sin
vacilar, cueste lo que cueste,
y
sólo porque sí,
sin
el menor mérito,
porque
eso es lo natural a hacer.
Doy
de mí cuanto recibo,
para
armonizar la sociedad y la vida,
para
embellecer el mundo,
para
expandir la consciencia,
para
superar el egoísmo y la duda,
la
desconfianza y el miedo a la escasez,
a
la soledad, la enfermedad,
la
vejez y la muerte.
Es
decir,
para
superar las limitaciones
de
la condición humana,
para
acordarme de mí,
para
expresarme
como
el alma que soy,
para
realizar mi misión,
aquello
que vine a hacer.
Y
cuanto más doy de mí,
más
en mí alma yo recibo
de
la Fuente Interminable,
que
todo lo liga con su generosidad,
con
su amor a todo cuanto en Ella es.
De
esta manera aprendemos,
con
fe y acción práctica
el
oficio de dioses cocreadores
y
la generosa canalización de sus poderes
y
dádivas de amor hacia todas las criaturas,
usando
el trabajo, el canto,
la
música y la oración,
para
redimir a los que sufren
y
equilibrar este mundo”.
Después
de ser aplaudido, el extraordinario bardo agradeció, pero pidiendo que no le
confundiesen con el Amerguín que habían conocido, de quien sólo quedaban en
esta dimensión su cuerpo, su mente y sus recuerdos, y se despidió de su
familia. Anunció también que iba a retirarse al seno de la Naturaleza con sus
discípulos y convidó a quien quisiese acompañarles a convertirse en semilla de
una nueva raza y una nueva sociedad, que tendrían que ir inventando sobre la
marcha, siempre atentos a las señales que Lo Divino quisiera enviarles desde el
interno de cada uno de ellos.
Poco
tiempo más tarde, Glúingal, a quien jamás dejaron los brigantes de llamar
Amerguín, recibió la donación de las tierras que rodeaban un monte solitario en
el centro del país de los Gal, un monte picudo que los antiguos consideraban
sagrado.
Ese
fue el comienzo de la Comunidad de Milesia, ampliada en los años siguientes por
nuevas donaciones de personas que se admiraban de cómo los milesianos habían
sido capaces de convertir un lugar pobre y remoto en un paraíso bien
productivo, donde aquella abundancia y numerosos alojamientos impecables se
ponía gratuitamente a disposición de todos aquellos que quisieran vivenciar
allí un tiempo corto o largo, con la intención de transformarse en el servicio
despersonalizado.
............................................................................................
La
persona que iba a guiar a Orfeo a Milesia 6 le dijo en el último momento que
llevase con él su flauta y su lira. En menos de una hora de caminada llegaron a
aquella hacienda, un verdadero modelo de impecable orden y silencio, con
austeras casas, bellas en su simplicidad y medio escondidas entre los árboles.
Descendieron por la huerta hacia una represa o laguna cristalina, en cuya
orilla había una amplia cobertura de tejas de barro octogonal rodeada de
cipreses, que se reflejaba en el espejo de agua, bajo la cual salía música.
El
guía le hizo sentarse a la entrada y el tracio se encontró asistiendo con
deleite al ensayo de un himno, interpretado por media docena de magistrales
instrumentistas. El del arpa era Amerguín, alto, flaco, arrugado por la edad
pero firme, un pañuelo azul como sus ojos sujetando alrededor de la frente su
larga cabellera íbera, blanca como su barba, que dirigía a todos sin apenas
gestos, dirigiéndoles brevísimas miradas.
Cuando terminó el ensayo lo repitieron con
mayor soltura y, a continuación, Amerguín llamó a Orfeo con una mirada amable y
lo convidó a ocupar un asiento en el círculo de músicos, apenas señalándoselo.
Arrancaron con el Himno Maestro y, en determinado momento, uno a uno, dejaron
de tocar, siguiendo imperceptibles indicaciones, hasta que sólo permanecieron
haciéndolo Armenguín y el tracio, con el arpa y la lira.
Al
terminar un acorde, Glúingal lo repitió por sorpresa con mayor intensidad y lo
convirtió en una variación improvisada bien audaz, mientras lo animaba a
seguirlo con un desafiante apretar de labios que no llegaba a insinuar una
sonrisa. Orfeo cabalgó sobre la misma onda, arriesgando otra improvisación
intuida, y el brigante respondió brillantemente. Siguió un intercambio de
incruentas estocadas sonoras en las que el talento de ambos se fue poniendo de
manifiesto, cada vez con mayor virtuosismo, hasta que comenzaron a sentirse tan
compenetrados como si llevasen años tocando juntos.
De
repente, Amerguín se dejó caer en el Himno Maestro básico y todo el resto de
los músicos se le unió. Sobre aquella melodía de fondo el arpista bordó crestas
y arabescos con las improvisaciones antes ensayadas en su diálogo con Orfeo y
éste le siguió con su lira en contrapunto.
El
himno se fue desarrollando en gozosas espirales creativas que lo iban
proyectando a octavas y giros cada vez más ascendentes y rápidas, hasta que
todo estalló en un gran final espléndido y en un silencio apreciador que dejó a
todo el grupo paladeando con placer la alta vibración alcanzada.
Nadie
hizo después comentario alguno. Después de aquel tiempo de silencio, cada uno
se levantó y partió hacia sus asuntos, Amerguín el primero. Nadie despidió al
tracio ni a su acompañante, cuando éste lo llevó de nuevo a su residencia.
Pero,
a partir del día siguiente, trasladaron a Orfeo a la Hacienda Milesia 6, donde
entró a formar parte de la excelsa corte musical más próxima a
Amerguín-Glúingal. Allí no tuvo que sufrir a más pesados supervisores llamando
al orden, ya que los moradores parecían entenderse con pura telepatía y con el
mayor respeto y discreción, realizando desde el amanecer todas las labores
cotidianas de mantenimiento de la hacienda, hasta que llegaba el momento de
dialogar con sus instrumentos musicales.
………………………………………………………………………………………………
Había
un administrador de la hacienda que marcaba con tiza en una gran pizarra las
tareas del día siguiente. Cada morador escribía su nombre junto a aquellas que
asumía realizar, y las realizaba solo o coordinándose con otros, hablando lo
imprescindible en voz baja. Todo funcionaba así perfectamente.
Aparte
de la gran producción de alimentos de las haciendas, que las hacía casi
autosuficientes, con frecuencia llegaban generosas donaciones del exterior en
carros cargados con todo tipo de bienes, procedentes de tribus o pueblos que
así agradecían la protección o la mediación de los Brigmil. Las donaciones que
aportaban los muchos visitantes temporales, que a veces triplicaban a los
miembros fijos de la comunidad, apenas llegaban para cubrir una parte de sus
propios gastos generales de consumo.
Amerguin
repetía muchas veces en público que la prioridad de Milesia no era la
producción, ni siquiera la auto-sustentabilidad, sino mantener un ambiente
propicio, tanto para residentes como para visitantes, de conexión integral con
la propia alma y el Alma del Mundo, expresada en servicio desapegado y amoroso
al conjunto de todos los reinos, espiritual, humano, animal, vegetal y
elemental, que son Sus cuerpos materiales.
El
resto era secundario, y todos podían tener certeza de que el Universo cuidaría
de quienes así lo amasen activamente, con la misma dedicación con que una buena
madre cuida de su familia.
Milesia
tenía un importantísimo papel de Escuela Práctica donde se mostraba a quien
quisiese pasar al menos una semana en ella una forma bien organizada, fraternal
y efectiva de vivir conectados y confiando en la Providencia y en la Ley de la
Manifestación, forma que a nadie dejaba indiferente y que muchos de los
visitantes trataban de reproducir después, creando núcleos de Nueva Era en sus
propios pueblos.
Después
de diversos períodos de estancias, numerosos huéspedes ocasionales acababan
convirtiéndose en moradores fijos por períodos más o menos largos. Había
veteranos que llevaban varios años de estancia, aunque no se permitía la
permanencia de nadie en el mismo cargo o servicio o en la misma hacienda
durante más de nueve meses, para evitar su fosilización en rutinas o el apego a
una burbuja de comodidad personal o de mando egoísticamente construida.
“No
busquéis trabajar en lo que queréis, o en lo que suponéis que es lo vuestro sino
permaneced disponibles para realizar o aprender a realizar lo que sea necesario
en cada momento”, era el lema general, aunque no dejaban de aprovecharse bien
aquellas personas que tenían talentos especiales, permitiéndoles dedicar más
tiempo a expresarlos, siempre que fuese para beneficio del conjunto, y sin
concesiones, aplausos o halagos que fomentasen la vanidad de nadie.
A
lo largo de todos los años de existencia de Milesia, Glúingal había sido
implacable con los intentos de corrupción individual o grupal en los que se
habían dejado caer, infortunadamente, algunos de sus colaboradores más
antiguos. Una vez descubiertos, eran expulsados inmediatamente de la comunidad
y muy raramente perdonados y readmitidos. Cada final de año, o siempre que se
considerase necesario, había una completa remoción y reestructuración de toda
la cúpula de responsables, volviendo a ser soldados de a pié o sargentos muchos
de los que antes eran comandantes montados en cierta cantidad o cualidad de
poder, sin reclamación posible.
“El
Ser Humano está continuamente condicionado por la mezquindad de su ego, sólo
podremos acceder a vivir como almas si transcendemos la estancada condición
humana, con todo el violento, separatista y suicida egoísmo individual,
familiar y sectario que conlleva desde hace milenios. Tratad a los animales
como si fuesen personas y a las personas y a vosotros mismos como las almas
inmateriales que sois, de lo contrario viviréis en la continua tendencia y
tentación a la regresión evolutiva, porque quien no está ascendiendo
conscientemente en conexión con el Todo, está descendiendo.”
Jamás
había estado Orfeo en un lugar donde los animales fuesen mejor tratados.
Cualquier tipo de caza de fauna silvestre estaba terminantemente prohibida, y
uno de cada dos milesianos cuidaba de algún animal doméstico como si fuese un
miembro de su familia, hablándole mucho y educándole, para que adquiriere un
rudimento de individualidad, que le permitiese entrar en la evolución humana en
alguna encarnación siguiente. De igual forma, su cuidador esperaba acceder a un
nivel superior al humano prestando atención al mundo elevado, contando con la
ayuda invisible de la Jerarquía de la Luz.
Había,
sin embargo, numerosas personas que no querían renunciar a su condición humana
y, sobre todo, a su pareja y su vida familiar. Entonces acababan
estableciéndose en el pueblo o en caseríos circundantes, participando bastante
como voluntarios en algunas de las actividades de Milesia, cuyos comedores
estaban abiertos a todo el mundo siempre y que también distribuía generosamente
su abundancia por toda parte de la región, en cualquier punto donde hubiese
necesidades y se demandase su ayuda.
Los
niños vivían todos juntos en alegre manada atendidos por un gran equipo de
madres, que se turnaban para no perderse las actividades y eventos
comunitarios. A partir de los cinco años comenzaban a ser introducidos, como si
fuera un juego, en muchas de las tareas y en las sesiones de canto, música e
instrucción de los adultos.
Después
de los siete, participaban en todo igual que los adultos, en la medida de sus
fuerzas y capacidades. Había varios jóvenes adolescentes, chicos y chicas, cuyo
admirable comportamiento era modelo de armonía y responsabilidad para el resto
de milesianos fijos o temporales. Uno de ellos, llamado Vigo, era el mejor
arpista después de Glúingal, a pesar de que no pasaba de los quince. Vigo era
atendido con simpatía y absoluto respeto, tanto cuando dirigía con su calma y
amable sonrisa los cánticos de cien o doscientas personas adultas en cualquier
hacienda, como cuando coordinaba actividades de huerta, limpieza o cocina.
En
la Hacienda 6, el Grupo de los Músicos dedicaba a los ensayos conjuntos las
horas del día en que el sol calentaba demasiado, aunque sin dejar jamás de
participar en las labores agrícolas extensivas -salvo Amerguin-, en aquellos
días en que toda la comunidad era convocada.
Antes
del atardecer, cada músico marchaba a contribuir a la brillantez de los
cánticos colectivos organizados en cada una de las haciendas, excepto en la
séptima, que era un santuario del silencio en medio de la más bella naturaleza,
donde cada miembro de la comunidad pasaba periódicamente tres días de retiro en
pequeñas cabañas solitarias, concentración interna y reciclaje.
Orfeo
supo que, aparte de coordinar personalmente el conjunto de las actividades de
Milesia en compañía de una cúpula de veteranos de su mayor confianza, Amerguin
lideraba el Grupo Puente, formado por siete Canales o Espejos que se reunían en
lo más profundo del bosque de la Hacienda 7 para recibir instrucciones de “la
Jerarquía de la Luz”.
Solamente
en una actividad de mantenimiento manual participaba Glúingal: Un día a la
semana se juntaba al Grupo del Cuidado de los Árboles, formado por una mayoría
de guerreros Brigmil, quienes se esmeraban en que los bosques alrededor de cada
hacienda y de sus caminos se mantuviesen espléndidos y transitables. Las
operaciones de poda a cierta altura tenían cierto riesgo, y el propio Maestro
se encargaba de la seguridad de quienes trepaban y de la limpieza y ordenación
impecable de las herramientas, en compañía de otros residentes o visitantes
convidados, entre los que la mitad eran mujeres.
Orfeo
participaba en aquellas operaciones uno o dos días a la semana, sintiendo
siempre a su lado el espíritu de Eurídice, ya que aquel mismo era el trabajo de
las Dríades del Bosque Sagrado en que la conoció. También era el momento en que
más se podía encontrar con Aito, Turos y Bodo.
Este
último veterano era el primero en asumir las más arriesgadas podas de altura,
con el fundador de Milesia sujetándole la escala o las cuerdas, o senãlándole
formas de situarse, cortar o descender sin peligro la rama seca cortada,
estrategias que se calculaban mejor desde abajo.
El
tracio sentía verdadero placer de interactuar con aquel magnífico grupo de
hombres y mujeres-árbol, así como con los devas de la Naturaleza, aunque
Amerguin decía que un alma no hacía su trabajo por placer, sino, simplemente,
por hacerlo, tan impersonalmente como lo hacían el sol, el viento o la lluvia,
“dando de sí lo mejor que podía dar y un poco más”.
La experiencia fue tan gratificante y
enriquecedora para Orfeo, que voló en ella nueve meses, como si sólo hubiesen
pasado nueve semanas. Por primera vez en muchos años se sentía en su hogar.
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