52-
ZONA DE GUERRA
El
Camino que pasaba al sur de la imponente cordillera se hacía cada vez más
solitario. Un viento frío bajaba de las cumbres por la mañana y por la tarde, y
obligaba a Orfeo a abrigarse con cuanta ropa llevaba en la mochila. Dos noches
pasaron sin que encontrarse siquiera una choza de pastor. Todas las cumbres,
cada vez más altas, estaban nevadas. Tuvo que construir cobertizos de ramas y
hojas para resguardarse antes de oscurecer.
La
segunda noche era Luna Llena y oyó los aullidos de los lobos por largo tiempo
en la lejanía. Por si acaso, encendió una hoguera dejando bien a mano su espada
al acostarse. Pero nada aconteció, una noche solitaria más y un nuevo amanecer
helado. Apuró el paso para entrar en calor.
A
media mañana vio una humareda a lo lejos y se alegró: seguramente habría allí
un poblado, un fuego donde calentarse, comida… estaba deseoso de llegar cuanto
antes, pero, según se acercaba, iba constatando que aquella humareda era
inusitadamente grande, negra , espesa, siniestra. Al contornar una elevación
tuvo mejor visibilidad y pudo ver una bandada de buitres revoloteando entre el
humo.
Llegó
un agudo toque de alerta de su interior. Disminuyendo el paso, salió del camino
y se fue acercando entre los árboles, sin dejarse ver. Escondido en el borde
del bosque pudo contemplar con angustia lo que debió ser un bello pueblo de pié
de montaña, pero ahora totalmente arrasado por la guerra. Aún humeaban los
rescoldos de algunas casas. La devastación había sido reciente, había sangre y
restos del saqueo caóticamente tirados por toda parte. Los buitres seguían
cebándose en una docena de cadáveres esparcidos aquí y allá, algunos eran
guerreros y otros mujeres, ancianos, hasta niños. Junto a un pozo, dos hombres
se habían acuchillado mutuamente y yacían sobre el suelo, en un abrazo mortal y
feroz Aquellos bárbaros no parecían tener la piadosa costumbre de enterrar ni
cremar a los muertos, ya fuesen enemigos o amigos .
Sintió
horror de aquel lugar donde imperaban la crueldad y la muerte y volvió, con
precaución, al sendero de caminantes, dándose prisa en dejar atrás aquel valle.
Pero del valle siguiente se levantaban humaredas semejantes, y del siguiente,
más lejos. Se había metido en una amplia zona de guerra y no sabía lo que
pasaba ni lo que era aconsejable hacer, ni había nadie a quien preguntar, y
mejor que no hubiese.
En
la duda, siguió caminando trabajosamente hacia el Oeste por entre los bosques
paralelos al camino. Oyó un galopar que venía de aquella dirección, y se arrojó
al suelo entre unas matas.
Un
grupo de una docena de jinetes armados hasta los dientes holló el camino a toda
velocidad y ruidosamente, dejando tras de sí una nube de polvo. Orfeo no se
atrevió ni a levantar la cabeza, e hizo bien, porque otros guerreros a caballo,
más de treinta, venían detrás gritando con odio, sin duda persiguiendo a los
primeros.
Cuando
hubieron pasado, Orfeo se levantó corriendo y se adentró en el bosque, buscando
un mejor escondite.
Lo
encontró tras un grupo de tres grandes árboles. Reclinado entre sus raíces
analizó rápidamente lo que debía hacer. No era aconsejable para nada volver al
camino, ni para adelante ni para atrás, porque podía oír como volvían a
cruzarlo a toda velocidad nuevos grupos de jinetes. Hacia el Sur estaban las
llanuras, terreno muy peligroso porque sería fácilmente descubierto desde
lejos. Lo mejor parecía ser dirigirse hacia el Norte, adentrarse en la
cordillera, intentar ir camuflado por los bosques hasta las cumbres y, desde
ellas, seguir hacia Poniente, sin retornar al camino general hasta tener bien
claro que había dejado atrás la zona en conflicto.
Comenzó,
pues, a ascender en dirección a la cumbre que más se destacaba. caminaba campo
a través, evitando los senderos, buscando la cobertura de los árboles. A medida
que iba ganando altura, se sentía más tranquilo y se tomaba de vez en cuando un
descanso, para contemplar el espléndido panorama pirenaico, aunque las tres
humaredas que salían de los tres valles que había a sus piés no dejaban de
recordarle lo poco digno que era el hombre de la armonía natural del planeta en
el que tenía el privilegio de vivir.
Al
reanudar su camino se encontró, de repente, con algo inesperado. Una figura se
deslizó ágilmente de detrás de las matas, a su frente, y se quedó plantada a
pocos metros, el arco tendido con resolución, pequeño, pero con una aguzada
flecha dirigida a su pecho y otras tres preparadas.
Su
primera reacción fue alzar los brazos, para mostrar que no tenía intenciones
agresivas. Fue entonces que se dio cuenta de que el arquero era, apenas, una
niña de no más de once o doce años. Pensó en hablarle, pero se inmovilizó al
sentir algo duro y punzante tocando su espalda, a la altura de los riñones. Le
estaban amenazando por atrás con otra arma.
La
niña, entonces, dio unos pasos hacia él y se quedó apuntándole muy de cerca.
Firme como una roca en su frágil estructura. Era bien delgada y rubia, con su
larga cabellera ibérica recogida en cola de caballo, vestía una túnica corta,
sucia y muy manchada de sangre y tenía un rostro bello, con los ojos del más
puro y brillante azul que Orfeo había visto, pero la tensa dureza de su boca no
dejaba ninguna duda de que estaba bien dispuesta a soltar la flecha si no se la
obedecía. Hizo un gesto enérgico con el arco y el tracio sintió como quien
estaba a sus espaldas le despojaba de su mochila. Se la dejó quitar y se
mantuvo muy quieto y muy callado.
Oyó
atrás un torpe rasgueo musical. El desconocido había encontrado su lira y la
estaba examinando. La niña pareció sorprenderse un poco del hallazgo, pero no mudó
su tensa alerta amenazante. Ahora sintió que le tocaban los riñones con un
objeto punzante diferente, más agudo. Seguramente su propia espada corta, que
habrían sacado de su vaina en la mochila.
La
niña mostraba un gesto de triunfo. Con un movimiento del arco le hizo gesto de
que caminase hacia delante y la rebasase. Así lo hizo, seguido del de atrás,
que seguía chuzando sus riñones. Lo obligaron a caminar de aquella manera unos
diez o doce metros, y luego entendió que le ordenaban detenerse. A su derecha,
a sus piés, había una mujer ensangrentada tendida en el suelo, con la cabeza
reclinada en un tronco y los ojos cerrados.
La
niña vino con el arco tendido y le indicó sin palabras que se inclinase a
examinar a la mujer. Así lo hizo el bardo, con la mayor delicadeza que pudo.
Ella tenía el costado derecho desgarrado por una lanza que había entrado y
salido. La herida no era necesariamente mortal, pero seguro que perdió mucha
sangre y estaba exhausta.
Le
habían improvisado un vendaje con unas telas, y estaba bastante empapado y
sucio. Junto a ella, un palo ensangrentado. Orfeo se preguntaba de qué manera
podía haber ascendido hasta aquella altura del monte apoyada en él, con una
herida como aquélla.
Sin
duda debería cambiarse el vendaje cuanto antes. Orfeo intentó explicárselo a la
niña mediante señas. Ésta entendió, y dirigió un gesto silencioso al de detrás.
Entonces le pusieron a los piés la mochila que le habían quitado. La abrió y
comprobó que seguía estando allí la lira, pero que, efectivamente, la espada ya
no estaba en su vaina. También habían desaparecido los pocos alimentos de viaje
que aún portaba.
Buscó
entre sus ropas algo con lo que hacer un vendaje. Lo único apropiado era la
túnica blanca e inmaculadamente limpia que guardaba para cantar ante público,
un amoroso presente de su madre, la Musa Kalíope, que también había usado el
día de su boda con Eurídice.
Ante
la urgencia que demandaba el estado de la mujer, no vaciló ni un momento:
desplego la túnica y la fue rasgando en tiras. Pidiendo permiso a la niña con
un gesto, comenzó a despojar a la mujer de sus ropas hasta la cintura con el
mayor cuidado y discreción. Ella abrió entonces los ojos con un gesto de dolor,
y Orfeo pudo ver que eran idénticos a los de la niña.
Con
respeto, le cubrió el pecho con las ropas que le había quitado, empapó una de
las tiras con agua de su calabaza de viajero y limpió lo mejor posible el
costado y los contornos de aquella fea herida; ella se quejó. Orfeo supuso que
también debería tener rota una costilla.
Cuando
el nuevo vendaje estuvo colocado de la mejor manera posible, el bardo volvió a
vestirla y por fin se sentó a descansar en el suelo, junto a ella. La niña no
había bajado el arco ni un momento. El de atrás se adelantó y entonces pudo ver
que no era más que un muchachito de unos ocho o nueve años, tan flaco, lindo y
sucio como su hermana, con el mismo cabello y los mismos ojos, pero menos
firmes, más ingenuos. La corta espada del tracio parecía enorme e insegura en
una de sus manos.
No
tenía ninguna otra arma, así que lo primero con lo que consiguió mantenerle
inmóvil debió ser apenas un palo, y Orfeo lo admiró con ternura. En la otra
mano llevaba el pote de barro con miel y los atados de nueces, uvas pasas y castañas
que había encontrado en la mochila. Se arrodilló ante su madre, metió un dedo
en la miel y se lo pasó amorosamente por los labios contraídos de dolor.
Ella
aceptó la miel, luego unos frutos secos. El niño se los iba a ofrecer ahora a
su hermana, pero mudó de opinión y se los brindó primero a Orfeo. Éste tomó un
puñado, pero, en lugar de llevarlos a la boca se los ofreció él mismo a la
niña, con las manos extendidas y una sonrisa. Su cabeza estaba imaginando todo
lo que aquella pobre familia debía haber pasado y lo traumados que debían de
estar desde que la mujer recibió el lanzazo, seguramente en el ataque a alguna
de las aldeas incendiadas, hasta que lograron subirla entre los dos hasta media
montaña.
La
niña no aceptó la comida ni bajó la guardia. Hizo un gesto a su hermano y éste
vino junto a ella y le puso algunos frutos secos en la boca. Ella los fue
masticando con deleite sin dejar de apuntarle. Luego recibió agua de la misma
manera dificultosa. Orfeo decidió dejar a un lado su ración, tumbarse en el
suelo, cruzar sus brazos detrás de la cabeza y cerrar los ojos, para que ellos
pudiesen comer y beber en paz.
El
cansancio y todos los sobresaltos del día le hicieron, sin querer, quedarse
dormido un rato. Cuando despertó, allí estaba, como siempre, el arco
apuntándole. La niña señalo con la flecha a su madre y a lo alto de la montaña…
Luego se puso en pié repitiendo el gesto, y Orfeo entendió muy bien lo que se
esperaba de él.
El
bardo intentó ayudar a la mujer a incorporarse para reanudar la marcha, -
“Lur…” –musitó ella-“Lur…Lilinel…”, repitió, señalando lo alto de la montaña-,
pero estaba tan débil que apenas pudo dar unos pasos ayudada por él.
Orfeo
probó entonces a llevarla a caballo sobre su espalda, haciendo antes un atado
con su capa, para mantenerla sujeta a su pecho y a su cintura. De aquella
manera trabajosa, y con muchas paradas a descansar, los cuatro fueron subiendo
la montaña, lo que les llevó casi todo el resto del día.
Hacia
el final de la tarde, cuatro mujeres armadas con lanzas hechas de palos
aguzados y endurecidos al fuego, salieron del bosque y les dieron el alto, pero
las bajaron enseguida al reconocer a los niños.
Poco
después todos ellos accedían a lo que luego Orfeo supo que era la Tierra
Sagrada de Mari, un enorme macizo sobre la cual se alzaban tres inmensas
cumbres gemelas coronadas de nieve. Cruzaron el valle situado al pié de ellas,
hasta llegar ante el santuario natural de Lur, guardado por Lilinel, la
servidora del Santuario de Amalur o de la Señora de la Montaña Sagrada, donde
se habían refugiado las mujeres y los niños supervivientes de las aldeas
incendiadas.
53-
LA MONTAÑA DE LA COMPASIÓN
Orfeo
se encontró compartiendo la noche con unas setenta dolidas refugiadas y sus niños,
en aquel campamento improvisado alrededor del espacio donde, al parecer, la
sacerdotisa Lilinel recogía y cuidaba a cualquier clase de animal abandonado o
herido durante los tiempos de la paz. Contábase en las hogueras que ella vivía
hacía muchos años en aquella montaña como ermitaña, en compañía de otras cinco
o seis sacerdotisas más jóvenes, discípulas suyas, y pasaba por ser una santa
maestra que todo el mundo respetaba y veneraba por su bondad, compasión y
sabiduría.
Algunos
acrecentaban reverentemente que era un claro canal de la Diosa Mari, diosa de
quien el tracio entendió que para los habitantes de aquel país era la Madre
Tierra, una personificación humanizada de otra energía más impersonal y
bastante menos tratable, Amalur, la Fuerza de la Naturaleza, muy imprevisible y
peligrosa en aquellas altas montañas.
Las
refugiadas invocaban en su dolor y carencia a la diosa Mari y a los espíritus y
devas de su Macizo Sagrado de Lur, a quienes Ella regía, para que no hiciese
tanto frío y para que facilitase la curación de los heridos, para que se
consiguiese alimento, para que protegiese a los guerreros de su bando que
luchaban en el llano contra sus enemigos y para que se acabase la feroz guerra
entre clanes hermanos, no sin antes conseguir una justa venganza sobre los
asesinos de sus familiares.
Orfeo
se sorprendió al enterarse de que se trataba de facciones del mismo pueblo y de
la misma gente, enfrentadas de una forma feroz e inmisericorde, tal como suele
acontecer durante todas las guerras civiles. Se trataba de la etnia Euskalduna
o Vasca, una raza alta y fuerte de montañeses de ojos claros, con un aire de
nobleza austera y antigua en sus rostros y en sus modales.
Hablaban
una lengua extraña, el Euskera, que no se parecía nada a ninguna de las antes
escuchadas por Orfeo, seguramente una lengua pre-ariana que había resistido el
paso del tiempo y del devenir de los cambios históricos, resguardada en los
altos valles ocultos de la cordillera, a los cuales sólo se podía llegar por
senderos por los nativos conocídos, a través de desfiladeros que eran
verdaderos portales inexpugnables para los invasores.
Algunas
de las mujeres, las que podían hablar la lengua franca, contaron que desde los
más remotos tiempos, la mayoría de los invasores de la soleada, y por tanto,
muy apetecida, Península Ibérica, intentaban su entrada a través de los
principales pasos de aquellas montañas, dominaban las partes bajas e imponían
su cultura en ellas, hasta que era sustituida por una nueva cultura venida de
fuera. Pero, cada vez, los clanes “Euskaldunak” indígenas ascendían a sus
refugios en las partes altas y allí resistían y se mantenían siendo lo que
siempre fueron.
Es posible que ellos representaran a los más
antiguos europeos y a los Ibéricos puros, aunque no se identificaban con la
palabra Iberia, que, para ellos era un término “moderno” con el que algunos
extranjeros habían bautizado a la gran península que se alargaba al sur de sus
montañas. Los Pirineos eran la impresionante muralla que la protegía y el único
de sus cuatro lados que no estaba rodeado por los mares. Por eso, los dos hijos
de la Diosa Mari con el Dragón Celeste o Vía Láctea, que se llamaban Miquelatz
y Atarrabi, representaban, uno, el espíritu de adaptación a lo nuevo que
siempre venía del Norte o del Sur y el otro, el espíritu de conservación del
alma ancestral de la etnia Euskal. La unión de ambos elementos conformaba lo
que se llamaba el Pueblo Vasco.
Había
comunidades vascas viviendo de forma bien autónoma por todos los valles y
piés-de monte de los Pirineos Occidentales y Centrales, al norte y al sur de la
cordillera. Los antiguos clanes matriarcales de su más elevada región, cuyo
centro y corazón era el Macizo Sagrado de Lur donde ahora estaban, se regían
mediante una asamblea tribal igualitaria.
Sin
embargo, con el tiempo, la asamblea se había ido convirtiendo en la
aristocracia de los más fuertes y ricos, que normalmente estaban aliados con el
último poder extranjero que había ocupado las tierras bajas. Éstos acabaron
eligiendo una especie de rey entre ellos y el rey provocó tantas guerras con
los vecinos, fuesen vascos o no vascos, por causa de su ambición de expandir
sus dominios, que todos ellos acabaron uniéndose contra él, arrebatándole
cuanto lograra conquistar, y finalmente invadiendo las partes bajas del país y
saqueándolas.
Entonces, en medio de la derrota y del caos
del poder central, los clanes Euskaldunak refugiados, como siempre, en los
valles altos e inaccesibles, resucitaron espontáneamente los Consejos Forales y
luego las Asambleas Confederadas. Fueron convocados todos los jefes y jefas de
familia de las pequeñas comunidades autónomas para que decidieran desde la base
como aceptaban seguir siendo gobernados de forma conjunta. Por votación
mayoritaria fue depuesto el rey, quien tuvo que exilarse, ocupando su lugar el
Consejo Confederal, que facilitó, durante bastantes años de arduo trabajo de
los habitantes, que brillase de nuevo la prosperidad.
Los
nostálgicos de la monarquía y de las aventuras imperialistas reaparecieron en
la generación próspera, queriendo promover una aristocracia de los más ricos y
más guerreros, que convirtiese aquella libertaria dispersión tribal en una
nación disciplinadamente unida, con el poder centralizado. Como los demás no
estaban de acuerdo, porque querían conservar la autonomía de su variedad, los
centralizadores reunieron sus fuerzas y tomaron por asalto la capital. Hubo una
terrible guerra civil de cuatro años que mató a más de un tercio de la
población y que dejó de nuevo el país destruido.
La
guerra fue ganada por los más ricos y guerreros, porque no permitieron la menor
diferenciación ni desunión en sus filas. Su caudillo no se atrevió a ceñir la
corona real, pero instauró una férrea dictadura de la capital y una
uniformización centralizada del país durante cuarenta años, en los que todo el
mundo se convirtió en sospechoso y durante los cuales casi nada estaba
permitido, salvo rezar mucho para salvar el alma y trabajar duro para
levantarse sobre las ruinas.
Murió
por fin de viejo el dictador y tan aburrida estaba la nueva generación de
uniformidad controladora, como ilusionada por retomar las antiguas libertades y
la variedad, que ya se habían vuelto míticas, así que reinstauraron sin mucha
resistencia el Consejo Confederal de Comunidades Autónomas y, después de haber
aguantado tanto tiempo viviendo encorsetados como en un rígido cuartel y
fingiendo hipócritamente una religiosidad que no sentían para no tener
problemas, aquella sociedad, que ya otra vez era próspera, abrió el escote,
sacó la sensualidad del armario y se convirtió de repente en un alegre burdel
donde todo era permitido… si se disponía de capacidad individual para pagarlo.
Si
antes habían competido políticamente, ahora los nativos competían a ver quien
podía mostrar más alto patrón de vida ante la cara envidiosa de sus vecinos. Se
desataron la ostentosa vanidad, la vulgaridad hedonista y materialista y el
cínico egoísmo en sus más altos grados. La explotación despiadada de los más
débiles y pobres por los más poderosos alcanzó niveles nunca antes conocidos,
ni en la monarquía ni en la dictadura, las cuales, al menos, siempre procuraron
un mínimo de equilibrio y de ayuda a los necesitados, aunque fuese para no
suscitar rebeliones.
Finalmente
se agudizaron tanto los contrastes y el descontento, que la unión y la rebelión
de los más desfavorecidos y una nueva guerra civil se produjeron, se repitió el
asesinato cíclico de un tercio de la población, así como el arrasamiento de la
mayoría del país, y los dos bandos estaban concentrados ahora en conseguir el
dominio de la capital, dividida entre ambas fracciones por varias líneas de
barricadas, hechas de casas destruidas.
Orfeo
se quedó reflexionando que el ser humano era demasiado superficial y olvidadizo
para aprender de sus errores y no tener que pasar la vida cayendo de nuevo en
ellos, antes del final de una generación.
Aquella
misma noche, una de las refugiadas, una bella joven de brazos tatuados, madre
de un bebé de diez meses, que había visto caer traspasado por una flecha a su
marido antes de huir corriendo a la montaña, se acercó mucho al tracio buscando
consuelo y un nuevo protector y proveedor. La mujer pidió colocarse a su lado,
poniendo al bebé entre los cuerpos de ambos, para mantenerlo caliente. Él
dedicó mucho tiempo a escucharla y consolarla, pero cuidó de no dejarse enredar
por el fascinio con que ella estaba tratando sutilmente de envolverle, para lo
que estuvo invocando el recuerdo de Eurídice. Finalmente todos se durmieron.
De
mañana, la sacerdotisa Lilinel mandó recado a Orfeo, por medio de un anciano
pastor, de que podría continuar su camino por un sendero que cruzaba las
montañas hacia el Oeste si quería acompañarlo, pues lo enviaba en busca de
ayudas para el campamento. El bardo estaba feliz de la posibilidad de salir de
aquel infierno y fue en busca de su mochila al cobertizo donde había dejado a
la mujer que ayudó, que al parecer se llamaba Ainoa, y a sus niños.
Pero la encontró en un estado tan febril y a
sus hijos en tal desamparo, que se le quebró el corazón de pena y decidió
posponer su marcha y quedarse a cuidarla y a proteger a sus dos criaturas
durante un tiempo.
54-
SERVICIO
Así
que pidió a una de las sacerdotisas que le permitiese hablar con Lilinel. Ella
estaba resolviendo un sinfín de demandas hablando en euskera y Orfeo tuvo que
esperar, observándola de cerca, casi una hora, a medida que avanzaba la fila de
personas que querían presentarle sus necesidades. Trajinaban a su alrededor
tres sacerdotisas igualmente atareadas y todas ellas iban y venían vistiendo
túnicas pardas muy austeras, ceñidas con un fajín o delantal color ceniza en la
cintura, donde el mucho trabajo había dejado sus marcas. Ocultaban sus cabezas
bajo pañoletas pardas atadas con un lazo bajo el cuello y aquel atuendo las
despojaba totalmente del aspecto sensual que daban a las íberas sus cabelleras
sueltas y abundantes como cascadas y unas ropas muy coloridas, bien
resaltadoras de sus formas.
La
Sacerdotisa Mayor andaba por unos cuarenta y tantos años, tenía una complexión
atlética y ágil de montañesa y un rostro estrecho de mandíbula enérgica bien
frecuente entre los euskaldunak; emanaba de ella una impresión de fuerza viril
que contrastaba con la deliciosa entonación femenina de su voz y con el calor
maternal de su mirada.
Cuando
llegó su vez, Orfeo saludó con gran cortesía, sin osar mirarla directo a los
ojos, y le dijo lo que quería hacer con muchos gestos y con la esperanza de que
le entendiera.
-Muy
generoso de tu parte, hermano extranjero –le respondió ella hablando muy bien
la lengua franca-, pero cuando el pastor que es nuestro mensajero, se haya
marchado de aquí, serás el único hombre que quede en este campamento de pobres
sufridoras. Quédate si quieres, pero a condición de que no sea sólo para cuidar
de Ainoa y de sus niños, sino para ayudar a todos en cuanto sea necesario, pues
mucha es la necesidad y los necesitados y muy pocos nuestros medios.
-Soy
un buen músico –dijo Orfeo mostrando su lira - puedo ayudar a aliviar ese
sufrir con mis canciones y melodías.
La
mujer se rió seriamente y luego lo miró desde la altura de una autoridad
natural tan grande que a Orfeo le pareció que se encontraba ante una reina
guerrera.
-¡¡
…Para músicas estamos !!- No, ilustre artista, si te quedas aquí, será para
ponerte enteramente a mis órdenes y para servir incondicionalmente en todos los
trabajos en los que se necesite energía masculina, por humildes que te puedan
parecer. Podrás tocar tu música cuando yo te indique que es el momento y el
lugar oportuno. Pero si sólo podemos contar contigo como músico, entonces
puedes irte con el pastor y que tengas buen viaje, porque la música es un lujo
para nosotras en este momento… tenemos prioridades mucho más acuciantes.
Orfeo
estaba rojo de vergüenza por haberse mostrado tan egoico y superficial, y su
personalidad ofendida le instaba a dar la espalda y marcharse. Pero de pronto
se vio ante Eurídice picada por la serpiente, caída y alzando un brazo,
pidiendo ayuda, y aquel recuerdo le hizo respirar hondo, alinearse con su
centro de consciencia y recuperar la compostura y la hombría de bien.
-Comprendo
tus razones y no necesitas darme más, señora –dijo desde la dignidad de su
alma- ruego que perdones mi presunción de antes. Estoy completamente a tus
órdenes en todo cuanto pueda ayudar, sin condiciones. Me quedaré, por lo menos,
hasta que mejore esta situación.
-Pues
que la Diosa te lo pague, hermano –respondió Lilinel ahora con una bella
sonrisa acogedora-. Bienvenida tu colaboración.
-Me
llamo Orfeo -dijo él-, dime, por favor, de que forma puedo comenzar a ayudar.
-Por
el momento puedes dejar conmigo tu lira, para que no se pierda en este caos
-dijo ella-. Instálate junto a Ainoa y sus niños, que enseguida enviaré a
alguien a que les asista. Estas son mis instrucciones para ti, Orfeo: cuando
ese alguien llegue, empieza a recorrer el campamento como si fueses yo misma en
un cuerpo de hombre y simplemente ayuda en todo lo que esa linda mujer que
tienes en el corazón te diga que debes ayudar.
Un
poco sorprendido por sus palabras, el bardo entregó su lira como quien se
desprende de un brazo, pero algo muy dentro de sí le estaba felicitando por
ello. Saludó y se dispuso a marchar sin más demora, ya que otras muchas
personas, algunas heridas o angustiadas, estaban aguardando con impaciencia a
ser atendidas por la guardiana del santuario.
-¡Orfeo!
-llamó Lilinel cuando él ya se estaba yendo- ¡Una cosa más!
-Si
te quedas aquí– le dijo en voz baja cuando le tuvo de nuevo ante ella- me
tienes que prometer que ni buscarás ni aceptarás relaciones sexuales con nadie.
No quiero más conflictos que los que ya tenemos.
-Prometido
-dijo él, inclinando la cabeza-. No es para eso que vine a esta tierra desde
tan lejos.
-Muchas
gracias ¿Sabes…? esta guerra comenzó por causa de los celos.
Orfeo regresó junto a la mujer postrada y
febril y, a falta de otra cosa que pudiese hacer, se dedicó a pasar paños
humedecidos sobre su frente. Vinieron los niños junto a él y le imitaron. Al
poco, se encontraron todos abrazados alrededor de la paciente. El tracio se sentía
tan bien en aquel abrazo que ni pensaba en el compromiso en que se había metido
por su compasión con aquellas tres personas de las que no conocía ni los
nombres y con quienes no había podido intercambiar ni una palabra hasta el
momento.
Poco
después preguntaron por él cuatro mujeres que habían sido enviadas por la
sacerdotisa Lilinel. La mayor de ellas era curadora y la siguiente en edad su
asistente. Las otras dos, más jóvenes y bien lindas, hablaban la lengua franca.
Le dijeron que serían sus traductoras, que Ainoa y los niños serían cuidados
ahora y que, mientras tanto, lo acompañarían en su recorrido del campamento.
El
campamento era una confusión recién improvisada donde faltaba lo más necesario;
lo primero que hizo el tracio fue estudiar todo el terreno y sus alrededores y
elaborar una lista de las prioridades más acuciantes, acompañándola de
sugerencias para resolverlas. Ahí se enteró de ciertas limitaciones que había;
por ejemplo, Lilinel había prohibido totalmente la caza en el santuario natural,
y cualquiera que osase incumplir esa norma sería expulsado de él, con toda su
familia próxima, inmediatamente y sin apelación posible.
La
huerta de las sacerdotisas se acabaría, sin duda alguna, antes de que pasaran
tres días, así que mandó a sus compañeras a que reuniesen a las mujeres mayores
y las instó a que se organizasen en un Consejo de Emergencia y a que
instruyesen a grupos de otras más jóvenes sobre como dedicar las primeras horas
de la mañana a mantener el campamento con la mayor disciplina higiénica
posible, continuamente controlada y mejorada, para evitar epidemias,
También
pidió a las madres que organizaran a los suyos por turnos y equipos, para
dedicar el resto del día a recorrer en pequeños grupos el entorno y buscar,
encontrar y ver como utilizar frutos, hojas y raíces silvestres comestibles,
aromáticas y medicinales.
Sugirió
a Lilinel que diese orden de que todo lo recolectado por cada grupo, incluida
la leña, debería entregarse en un almacén general, y así lo hizo ella,
añadiendo que quien se dedicase a acumular individualmente sufriría pena de
expulsión. Allí mismo se creó una enorme cocina y refectorio colectivo, donde
todos los habitantes deberían trabajar por turnos de mañana, mediodía y tarde,
bajo la supervisión del Consejo de Emergencia. De esa manera impositiva se
aseguraron que tanto los alimentos como la leña fuesen distribuidos
igualitariamente.
Después
de tomar todas las providencias que se le ocurrieron, Orfeo quiso ayudar a
cortar leña para las hogueras, pero se encontró, con alivio, que las mujeres
vascas hacían aquel trabajo con mayor destreza y eficacia que él. En aquellas
montañas, cortar leña era un deporte nacional para ambos sexos, y había
competiciones a ver quien conseguía trocear más tranquila y rápidamente grandes
pilas de troncos, hasta dejarlas convertidas en astillas.
Así
que el bardo se dedicó a recorrer una vez más el campamento asistido por sus
dos bellas traductoras y a escuchar y tratar de ayudar, una por una, a las
personas que en peor situación se encontraban. En varios casos conmovedores,
hasta lloró con ellos. Lo llamaron, cuando ya se iba a descansar, para que
ayudara a enterrar a una anciana que no había resistido más.
Tres
días más tarde, Orfeo y sus ayudantas no paraban de trabajar, encadenándose
cualquier demanda con la siguiente, como si todo el mundo los necesitase. Era
tal su actividad desde el amanecer a la noche, y tan útil él se sentía a pesar
de la fatiga, que ni pensaba que había dejado a un lado su habitual papel de
artista, para convertirse en un entregado servidor integral que colaboraba,
junto a un número cada vez mayor número de voluntarias, en cuanto se precisase
para mitigar tanta necesidad.
Ainoa
había sido llevada a un hospital improvisado en la sala de oración de las
sacerdotisas, donde había sobre la paja seca del suelo otras dieciocho mujeres
heridas, algunas de ellas terminales. Uno de los trabajos de Orfeo era cavar
una, dos y a veces, hasta tres sepulturas diarias.
Sus
niños habían sido juntados a otros muchos niños. Jugaban juntos alegremente en
un patio, bajo el cuidado de dos muchachas adolescentes, pareciendo que se
encontraran en otro mundo donde sólo importaba el goce del momento presente.
Sólo regresaban a aquel valle de lágrimas y a su melancolía al anochecer, momento
en que Orfeo los iba a recoger para que durmieran a su lado.
Junto
a ellos, dándoles calor por los otros dos costados, se tendían sus dos
ayudantas, Izarre y Edurne. Las dos estaban claramente enamoradas de él.
Izarre, la mayor, había osado acercar sus labios a su piel en mitad de la
segunda noche, le confesó con calor su pasión susurrando en su oído y se le
ofreció toda como una flor abierta. Orfeo fue muy delicado con ella, acarició
su mano, la llamó bella y le agradeció mucho, pero explicó que amaba con
fidelidad total a su esposa y que en su viaje intentaba poder llegar a donde
ella se encontraba, sin entrar en más detalles.
Izarre
se desprendió de él y huyó corriendo, despechada; pero a la mañana siguiente
regresó, besó sus manos con dignidad ibérica, pidiéndole que la disculpara, y a
partir de ahí se devotó con toda su energía al trabajo, sublimando en él sus
ansias. Edurne, por su parte, era tan orgullosa como tímida, intuyó lo que
había ocurrido y ni se atrevió a manifestarse, aunque todo el tiempo estaba
pendiente de agradarle y servirle y se lo comía con los ojos y con los
suspiros.
Diferentes
mujeres carentes intentaron aproximarse al único varón del campamento, pero
Izarre y Edurne formaron una barrera intrasponible, estando muy atentas a que
todos los contactos se tuvieran que hacer a través de su intermedio, lo que le
mantenía a salvo de aquellos asaltos.
Una
madrugada se divisó una cuarta humareda en otro de los valles, lo que dio un
toque siniestro al amanecer. A media tarde se escucharon lamentos subiendo al
macizo y aparecieron otras cincuenta mujeres traumadas, cargando niños y en muy
mal estado, que venían huyendo de un nuevo pueblo incendiado.
Pero
se quedaron de piedra al encontrar en el santuario a las refugiadas de las
aldeas de sus enemigos. Surgió una zarabanda de reproches e insultos y ambos
bandos se aproximaron, comenzando a agarrar piedras y dispuestos a machacarse
mutuamente.
Lilinel
lanzó entonces un grito como un trueno que se quedó ecoando en las montañas.
Enseguida llegaron dos manadas de lobos desde los bosques en torno y la
rodearon. La sacerdotisa los hizo formar una amenazadora barrera de colmillos y
gruñidos entre los dos grupos enemigos, que perdieron así el ánimo para seguir
peleándose.
En
ese momento, la guardiana del santuario natural increpó en euskera con toda
firmeza a las mujeres contendientes, por haber propiciado, por los pretextos
que fueran, la destrucción de su mundo y sus hogares que tanto tiempo les llevó
construir, según fue traduciendo Edurne para Orfeo. Añadió que habría guerra
entre los seres humanos en cuanto siguiesen maltratando, explotando, cazando,
asesinando y comiendo animales, ya silvestres o domésticos.
-Ahora
Lilinel está canalizando a la Diosa Mari –explicó Edurne tras un silencio
reverente de todos-, quien pronuncia muy breves pero muy sagradas palabras.
Está incitando a los dos bandos a calmarse, a alinearse con sus almas, a rezar
con Ella por la paz y la armonía para el mundo todo, a pacificarse, perdonar y
ayudarse mutuamente a sobrevivir.
Las
mujeres más conscientes de ambas facciones escuchaban con respeto las buenas
razones de la Diosa a través de su canalizadora, muchas de ellas manteniendo
los ojos cerrados y la cabeza inclinada o soltando lágrimas, pero seguía
habiendo mucha agitación contenida o rabia resmungona entre la mayoría de las
otras
Entonces
la sacerdotisa llamó a Izarre y la mandó a traer la lira de Orfeo. –Lilinel te
pide que toques ahora, invocando la misericordia del Aspecto Femenino de la
Divinidad, para todos nosotros-dijo.
Orfeo
recibió su amado instrumento con veneración y comenzó a rasguear un himno
griego muy sagrado que se utilizaba para agradecer a la Madre Planetaria, Gea,
sus dádivas. Pero, para no interferir con una lengua y cultura diferente, evitó
cantarla, limitándose a repetir las estrofas musicales que sonaban más
femeninas y calmantes y las fue suavizando cada vez más´y más, acompañándolas
con un arrullo de su voz, parecido a aquel con que las madres duermen a sus
bebés. Muchas mujeres se fueron sumando y el arrullo general acabó produciendo
sus efectos.
Lilinel
hizo entonces un gesto para que Orfeo siguiese tocando con intensidad menor y
comenzó a recitar en la lengua vasca una plegaria bien conocida por aquel
pueblo. Ella iniciaba una estrofa y todas las mujeres de ambos bandos la
repetían. Edurne le dijo que era una invocación a la Diosa Mari, en su aspecto
de Reina de la Paz, para que sus rayos calmantes de amor, perdón,
reconciliación y armonía hiciesen cesar la guerra en el interior de los
corazones de las personas, sin lo cual sería imposible que terminase la guerra
externa.
-Es
una oración bien tradicional –añadió a su lado Izarre-, todos nosotros la
conocemos desde niños, pero cuando llegamos a la adolescencia y al estado
adulto despreciamos las oraciones como cosas simples e infantiles, nos llenamos
de “realismo” y sólo pensamos en la posible satisfacción palpable de nuestros
deseos y sueños.
Esto
último lo dijo con un hondo suspiro. El bardo la miró y pudo adivinar en sus
ojos como aquel primer fuego de su pasión por él se estaba transformando en una
luz más pura, menos contaminada de expectativas materiales. Miró entonces a
Edurne y vio la misma luz en ella. Soltó el amor de su corazón hacia ambas como
un perfume y las envolvió con una sonrisa. Desde un amor sin expectativas
materiales, sin posesividad ni exclusivismo, espiritual, fraternal, puro
servicio, sin interéses personales, todo el mundo puede amar a todo el mundo.
Después les pidió que rezasen bien claramente, junto a él, aquella oración en
vasco al mismo tiempo que todas las refugiadas la seguían repitiendo, para él
poder aprenderla.
Según
la iban rezando y rezando, Orfeo iba adaptando a su cadencia la primera
música-arrullo. Finalmente consiguió acompasarla perfectamente con el recitado
general de todas las mujeres, que Lilinel les hizo repetir una y otra vez,
hasta que lágrimas benefactoras y catárquicas corrieron por las mejillas de
todas, devolviéndoles la fe, la ética y la pureza de su infancia y disolviendo
y desbloqueando muchos duros nudos y rigideces internas.
Con
todo esto fue llegando el atardecer y la sacerdotisa pidió silencio a todas
para contemplarlo y para que cada una agradeciese íntimamente, dentro de sí, el
privilegio de haber llegado con vida al final de aquel día.
Cuando
el sol desapareció tras los picos de las montañas, Lilinel dio la bienvenida a
las recién llegadas y pidió voluntarias entre las que llevaban más tiempo, para
que, con el mayor amor, acogiesen a aquellas hermanas de infortunio y a sus
niños, les buscasen un lugar junto a ellas donde pasar la noche y compartiesen
cuanto había, hasta que la Diosa providenciase mayor abundancia para todos.
Bastantes mujeres a las que la oración había sensibilizado respondieron con
prontitud al llamado, alzando sus manos, y así fue como acogieron a sus
antiguas enemigas fraternalmente en pequeños grupos. Todo el mundo se fue a
compartir los escasos alimentos disponibles y a descansar.
Antes de retirarse, Orfeo se acercó a Lininel
y, con una inclinación muy respetuosa, le devolvió la lira. Ésta la aceptó con
una sonrisa y se la llevó al corazón sin dejar de mirarle a los ojos. Luego se
la pasó a una de sus consagradas para que la guardase.
El
bardo fue entonces a visitar a Ainoa y la encontró inconsciente, muy pálida y
respirando con dificultad. Le dijeron que llevaba así toda la tarde y que no
estaba respondiendo al tratamiento. Marchó entristecido con sus dos ayudantas a
buscar a los niños para pasar la noche con ellos. El muchachito ya estaba
dormido, y Edurne lo acostó junto a ella. La niña, que nunca decía nada, vino
al encuentro de Orfeo y se abrazó a él con tal ternura, que hizo que su
compasión se volviese de miel. Pecho contra pecho, se tumbaron sobre la paja
que hacía de colchón en el suelo; Izarre también se apretó a la espalda de
ella, después de haber pasado cobertores sobre los cinco.
55-
CANALIZACIONES
La
mayoría de aquellas mujeres que aún estaban poseídas por el rencor, en parte
por influencia de las mejor integradas y en parte porque no tenían más remedio,
acabaron aceptando organizarse, cooperar, cuidar de enfermos, heridos, niños y
ancianos y repartir entre todos los escasos recursos, hasta que se acabasen las
venganzas y la guerra y pudiesen volver con los niños a sus valles.
La
huerta del santuario se había agotado definitivamente. Cada día se arrojaba a
una enorme olla de metal, siempre colgada encima del fuego, cuanta materia
vegetal silvestre de aspecto comestible se iba pudiendo colectar y agua, mucha
agua. Lilinel misma, y una de sus sacerdotisas, supervisaban cada vez que
podían que imperase un orden y una limpieza impecables en la cocina, que
reinase el silencio mientras se manipulaban los alimentos, para que no se
contaminasen de banalidad, sino de armonía y perfección, y que cada hora se
reuniesen quienes allí trabajaban en sintonía, para agradecer a los devas y
elementales del macizo su donación, así como para agradecer a la Diosa lo
manifestado por Ella y para pedir que Sus Bendiciones y Su Cura Profunda se
transmitieran, por medio de aquel caldo (que pasó a llamarse Caldo Sagrado), a
todos los que lo tomasen.
Milagrosamente aquellos productos silvestres y
el agua así energetizada conseguían ir nutriendo a las refugiadas de ambos
bandos, que cada día iban aumentando de número, hasta llegar ser unas mil
doscientas cincuenta… y ya comenzaban a aparecer otras familias, procedentes
del infierno en que se había convertido la capital.
La
Diosa recomendó que todo el mundo absorviese la luz del sol naciente por los
ojos al amanecer, mientras no se hiciese demasiado intensa, ya que todo
alimento, en esencia, era aquella misma luz, sintetizada por las plantas.
Quienes obedecían la sugerencia se notaban mucho más energetizados durante el
resto del día, que cuando aquel ritual no era practicado.
Lilinel
misma, escoba en mano, secundada por sus sacerdotisas, dirigía con su ejemplo
activo la armonización del campamento en cuanto terminaban los primeros rezos
del amanecer. La Olla y la Escoba pasaron a convertirse, para aquellas mujeres,
en los símbolos sagrados de la Providencia que las nutría y de la limpieza
interna y externa que las purificaba. Orfeo cavaba nuevas letrinas cada mañana
y tapaba con abundante tierra las del día anterior.
La Diosa Mari convidó a todas las
refugiadas, por boca de Lilinel, a iniciar un ciclo de oraciones continuas
durante 21 días, cultivando, a lo largo de ellos, Siete Jardines simbólicos en
sus corazones para reconstruir el Paraíso de la Paz. Explicó que, antes, les
daría una verdadera iniciación sobre como orar para que, efectivamente, una
transformación evolutiva se produjera en ellas y se irradiara a su pueblo y,
desde el Vórtice Planetario Gal, a todos los pueblos que en aquel momento se
encontraban desgarrados por luchas a lo largo del planeta.
Por
primera vez Orfeo oyó hablar del “Vórtice Planetario Gal” y lo asoció con los
mitos de los antepasados de Pyrene que el bardo Jacín había declamado. Edurne,
traduciendo unas palabras de la Diosa, le había aclarado que el Macizo Sagrado
donde se encontraban era el corazón externo de un Centro Suprafísico que
abarcaba todo el sur de la Galia, o sea, el territorio que se extendía al norte
de la cordillera, y todo el Norte de la Península Ibérica, hasta el Océano
Occidental. La Diosa había dicho que algún día llegarían en peregrinación hasta
el pié del Macizo de Lur gentes de todas las naciones en busca de la única cura
importante, la misma cura grupal de las almas que ellas estaban viviendo ahora.
Orfeo,
siendo el único hombre entre las refugiadas, se obligaba a si mismo a
multiplicarse para reforzarlas en todo tipo de trabajos duros. Además asistía a
Lilinel en la organización y ésta, por ser un extranjero neutral respetado por
todas las mujeres a quienes ayudaba, lo nombró Consejero del Consejo de
Emergencia y árbitro y coordinador entre los dos grupos en conflicto, trabajo
que no hubiese podido hacer sin la fidelidad y abnegación total de sus dos
ayudantas.
Por
primera vez en su vida, Orfeo tenía que asumir las funciones de planeamiento
inmediato y previdente, dirección, coordinación y supervisión de complejas
organizaciones de servicio público para las que su padre, el Rey de Tracia, le
había forzado a prepararse durante su formación de príncipe heredero, con la
frustración de no haber conseguido que aceptase seguir el destino de su linaje
familiar. Era una nueva iniciación emocional para él, que ahora tenía que
revestirse de todas las virtudes heredadas del ejemplo de su padre, perdonarlo
y pedirle perdón interiormente y, sobre todo, perdonarse a sí mismo por su
irresponsabilidad, inmaduro egoísmo e ingratitud.
Se
sorprendió de que la mayoría de las disputas que se daban en el campamento y
que requirieron su arbitaje y pacificación, algunas bien agrias y fuertes, se
producían entre mujeres del mismo bando, normalmente después de una de ellas o
las dos haber hablado de más, lo cual hacía que los egos se soltaran. Por lo
contrario, las mujeres de bandos opuestos eran más discretas y no usaban de
familiaridades en sus interrelaciones, lo cual casi no generaba ningún
conflicto.
Así
que, en pro de conseguir la armonía y el recogimiento necesario para convivir,
orar y transformarse positivamente, Lilinel pidió a todas que intentasen
practicar el mismo Sagrado Silencio, que se había impuesto en la cocina y en el
hospital. Sagrado Silencio no significaba enmudecer, sino usar la palabra en
voz baja y tan sólo cuando era imprescindible, jamás para presumir, criticar, lamentarse
o discutir. Los que ya llevaban mayor tiempo en el campamento se convertían en
instructores de los recién llegados y eran más celosos con las normas que
aquellos que pertenecían a la cúpula de comando.
En
diversas canalizaciones a través de Lilinel, la Diosa siguió instruyendo a las
refugiadas, les dijo que cada generación era avisada de que para evitar los
desastres de la guerra o los desastres naturales, las personas tenían que
ocuparse de la única misión esencial de los seres autoconscientes, que era
representar a la Divinidad sobre este plano, construyendo evolutivamente una
interacción social cada vez más armónica y pacífica dentro del reino humano, e
igualmente irradiar sus mejores cualidades sobre el resto de los reinos
naturales.
Volvió
a insistir en que habrá guerra entre los humanos en tanto que éstos persistan
en explotar, matar y devorar a los animales, los cuales sólo pueden ascender a
un nivel evolutivo superior si los seres humanos se convierten en una jerarquía
de iniciadores para ellos.
Les
recordó que se venía profetizando lo que ahora estaba ocurriendo desde el fin
de la dictadura anterior, pero que nadie había prestado atención a las
profecías ni enderezado el rumbo personal o colectivo mientras duró el tiempo
de la prosperidad. “No hay nadie aquí que no haya sido avisado repetidas veces,
durante los últimos veinte años”.
Éstas
son algunas de las exortaciones que salieron de la voz de Lilinel como
expresión de la Diosa durante aquellas tres semanas:
-“El
ser humano, comportándose sin consciencia, viviendo sólo para satisfacer sus
cuerpos inferiores, es un ser muy limitado y demasiado próximo al animal, algo
en desarrollo, en construcción hacia algo mayor, más sutil y más consciente,
-dijo-. No os podéis conformar en seguir viviendo en la mediocridad de vuestras
vidas comunes, atendiendo sólo los deseos de vuestros cuerpos animales, de
vuestra emocionalidad egoica y de vuestra mente que todo lo separa en pares de
opuestos irreconciliables, de acuerdo con los propios prejuicios y conveniencias.
Necesitáis evolucionar, desarrollando vuestros centros superiores hasta
conectarlos al servicio de una personalidad integrada, y luego absorverla al
servicio de lo más elevado en vosotros mismos, que sirve a la unificación
armónica de todo, para llegar a vivir como almas”.
-“Pero nunca sereis capaces de llegar hasta
ese alto grado a partir de lo que ya conoceis- aseguró- porque lo que ya
conocéis sólo es capaz de crear y sustentar esta misma vida que no os satisface
y que nunca os podrá llegar a satisfacer plenamente, por mucho que la adornéis
y deis envidia a vuestros vecinos, llenando vuestras casas con las futilidades
que están de moda, o vuestros cuerpos con placeres que sólo siguen pidiendo
insaciablemente otros placeres, cada vez más oscuros o dañinos para vuestro
equilibrio… porque lo que sois no son vuestras casas ni vuestros cuerpos, sino
la Consciencia Inmaterial que vino a servir a la eterna evolución de las
creaciones del Ser Único sobre el mundo que creó, usando esos abrigos y vehículos
como Sus bases e instrumentos.”
-“Para
evolucionar, necesitáis pedir su inspiración y su ayuda a las entidades
espirituales de la Jerarquía de la Luz que ya trascendieron vuestro nivel, que
no son dioses ni diosas, como algunos creen, sino hermanos vuestros que también
están en evolución, pero que se encuentran en grados evolutivos superiores al
vuestro. Èstas jerarquías más conscientes no demandan culto alguno, pero sí que
se escucheis sus sugerencias en vuestro interno, sabiendo que provienen de ellos
porque serán siempre respetuosas con vuestro libre albedrío”.
-“Y
vuestros hermanos mayores os ayudarán si vosotros se lo pedís, invocándoles en
nombre de la Consciencia Única y Absoluta a la que todos ellos sirven, no lo
dudéis, porque la Ley Cósmica del Amor dice que para ascender un escalón en la
evolución debemos antes facilitar la subida al nuestro de aquél o aquellos
seres de grados de consciencia inferiores que nos vienen acompañando. Por lo
mismo, no ascenderéis vosotros hasta que ayudéis a los animales, el reino
natural que sigue al vuestro, tratándolos como humanos con tanto afecto como
disciplina, para que evolucionen hacia la individualización y puedan nacer como
humanos, en su próxima encarnación.
Así
pues, tratad a los animales como personas y a las personas como almas. Esto es
lo que da la medida de una civilización, y no las comodidades materiales que
pueden comprar sus miembros.”
“-Otra
clave fundamental para que podáis ascender es rezar y servir. Aquellos de
vosotros que piensan que eso de rezar es cosa de niños, o de personas mayores o
simples que no tienen otra cosa que hacer, están muy equivocados –dijo después
la Diosa en boca de Lilinel-. Además de abrir y mantener el canal de
comunicación mediante el cual las Entidades de Consciencia, Saber y Poder
Superior pueden intervenir en este Plano para ayudar a vuestra evolución
(porque así vosotros lo pedisteis con vuestras palabras), rezar es emplear de
forma consciente el poder del Verbo Creador.
…
El mismo poder con que habéis precipitado la ruina de vuestro mundo, por
haberlo usado para competir, criticaros y odiaros unos a otros, os puede servir
ahora, si bien utilizado, para que se produzca la paz y podáis reconstruirlo de
nuevo. Eso se llama la Ley de la Compensación, o del Péndulo. Civilización es,
también, aprender las Leyes Superiores de la Consciencia y aplicarlas con amor,
responsabilidad e inteligencia a la vida diaria, tanto social como privada.”
“-Servir
a los demás y atender sus necesidades desinteresadamente, si ellos lo permiten,
es lo que provoca que la Jerarquía de la Luz, a su vez, os sirva
desinteresadamente, si también vosotros, desde vuestro libre albedrío, lo
habéis pedido con vuestros rezos e invocaciones. Así es como la cosa funciona.
En este Cosmos donde todo es Uno, una parte del universo pide ayuda a otra y la
otra responde para que el conjunto funcione. Todos cuidamos de todos.”
“La
mejor manera de rezar es renunciando antes a cualquier deseo personal. Ahí el
ego desaparece y quien reza es el Alma. Pues el ego, reflejo individualista del
Yo, tan sólo cuida de la supervivencia material del físico y de la satisfacción
de las compulsiones de sus instintos primarios, de los deseos posesivos de las
emociones inferiores y de la vanidad separatista de la mente intelectual,
concreta y discriminadora.
Las
expectativas del ego permanecen siempre en planos bajos y egoístas, se ciñen
apenas a tus propias conveniencias o las de aquellos que identificas como “los
tuyos”, así se hunda el resto del mundo.”
-“Cuando
renuncias noblemente a tus expectativas personales y tu Alma reza por rezar, o
por la liberación y redención del planeta todo, con todos sus reinos, puedes
tener certeza de que la energía de tu rezo se convierte en una limpia y
poderosa vibración creadora, que estará siendo bien canalizada y distribuida
por la Jerarquía de la Consciencia, justo allá donde más falta haga. Reza,
sobre todo, por aquellos que más desligados y distraídos se encuentran, para
que redescubran sus almas”.
Y
la Jerarquía conoce muy bien las necesidades de quienes colaboran con ella y
los cuida, aplicando la Ley de la Manifestación: “Ocúpate primero de amar y
servir a la totalidad, especialmente a los más necesitados, y todo cuanto
necesitas para seguir amando y sirviendo te será proporcionado por la Gracia de
la Vida Mayor”.
“Rezar,
fíjate bien, es invocar la intervención transformadora y benefactora del Poder,
Amor y Sabiduría Divinos que habitan y animan tu Esencia Inmortal, tu Mónada,
tu Espíritu, rezar es ponerte en Dios, estar en Dios, fundir tu corazón amoroso
con el corazón amoroso de Dios, que simbólicamente es Padre y Madre de Todo y
todos, identificarte con la Misteriosa e Incognoscible Consciencia Infinita,
hacerte uno con Ella y con todas Sus Potencialidades, emanaciones de Si que
conforman un reino de Espíritus Puros y viven una evolución paralela, pero
distinta a la humana.
Sólo
desde esa identificación indudable te vuelves canal de las dádivas de Dios para
tu mundo, mejor canal todavía si rezas en grupo con tus compañeros de vida,
siempre en los mismos horarios, visualizando lo pedido como ya conseguido y
agradeciendo por ello con fe, en voz alta, de forma atenta, conectada, sincera,
consciente, y todos bien afinados, sintonizados y sincronizados.”
“Rezad
de la manera más simple y sencilla cuando estáis en grupo, para que podáis
integrar tanto a los sabios como a los niños, repetid vuestros rezos formales
como una letanía, cantadlos cuando os canséis de recitar, alternadlos con
mantras o rezos diferentes, y haced todo lo posible para no caer en el
automatismo, que es rezar sin intención ni corazón, con lo cual sólo estarías
perdiendo vuestro tiempo y energías.
Reze
individualmente y en la soledad cada cual a su manera, con las palabras o
pensamientos que mejor salgan de su corazón y de su creatividad, en un diálogo
amoroso sincero y natural con la parte Cósmica de su propio Yo,
Y de la misma manera que habláis con Dios,
dedicad tiempos de concentración y de silencio, externo e interno, a escuchar
Sus sutiles intuiciones, las que El-Ella coloca en vuestra mente, cuando
vuestra mente, purificada de egoísmos, se ocupa de vivir tan conectada con su
Fuente como atenta a servirla, ayudando a Sus hijos más necesitados...”
“Tal
vez tu mente crítica y concreta sea incapaz de creer que quien te está
incitando a rezar en este momento de emergencia por medio de un canal servidor,
esta Diosa Mari de la que te hablaron de niño tus ancestros, y a la que dan
variados nombres otros pueblos, sea un miembro de la Jerarquía de la Luz, entrañablemente
fundido con la Divinidad que todo lo rige y expresión de la parte más femenina
y misericordiosa de Su Infinito Amor a su Creación.
Si
no puedes creer en la Jerarquía de la Luz, ni en la Divinidad, ni en la
Consciencia Infinita, entonces rézale al Cosmos, rézale a la Vida o a la
Naturaleza… el Innominable Misterio Universal te responderá igualmente”.
-“Él-Ella,
el Misterio Innombrable, es el dueño de todos los nombres de los dioses y las
diosas y hasta de los ídolos, símbolos y tótems de todos los pueblos, así como
la Voz de la Consciencia que guarda y aconseja individualmente a todas las
personas que los cultúan o que ni siquiera los cultúan.
También
es El Motor de todos los Devas o de las almas-grupo de todos los reinos
naturales y elementales y El Inspirador de todas las altas consciencias que
rigen los mundos estelares e intraterrenos.
Él-Ella
es el Padre-Madre de los escépticos e ignorantes y los protege con más cuidado
que a los que se abren a la Fe y a la Idagación Práctica del Yo, pues a éstos,
su propia Fe, Prácticas y Comprensión gradual los amparan.
Él-Ella
es el Creador de todo a cuanto le das un nombre. Y no tiene preferencias por
ninguna religión ni ideología, ni género, ni raza ni especie, ni reino, ni
mundo, ni Plano o Dimensión de los múltiples que residen en Su Consciencia
Infinita.
Él-Ella no está limitado por prejuicio ni
discriminación alguna. Todo lo ama, Todo lo transmuta, lo rescata, lo perdona,
lo limpia, lo purifica, lo endereza, lo integra en Sí, lo reordena en su lugar
y función en su Obra y lo hace progresar… porque sabe mejor que nadie que no
existe nada que no sea parte de Sí Mismo.”
56-
SENTIR EL CORAZÓN
Aquella
instrucción espiritual, al amanecer, antes del almuerzo y al atardecer, iba
efectivamente domeñando las marañas internas del cuerpo astral y del mental de
las refugiadas, y ordenándolas en siete bellos jardines internos y simbólicos,
que coincidían con sus siete centros energéticos, donde la Diosa iba sembrando,
abonando, regando, cultivando y cuidando amorosamente las plantas de Sus
propios atributos, que acababan embelleciendo las mejores almas con espléndidas
flores de virtudes, las cuales se expresaban en el servicio abnegado a la
armonía general del campamento y a las personas que más necesitaban de ayuda,
olvidando que pocos días antes eran consideradas enemigas terribles y malvadas,
a las cuales estaba claro que había que exterminar, para poder vivir felices y
en paz.
Sin
embargo, por mucho que lo intentaron, las distintas delegaciones de mujeres de
ambas facciones enviadas al llano, no consiguieron poner freno a los odios que
ellas mismas habían contribuido a desencadenar en el pasado, directamente o por
omisión, lanzando a sus maridos a la violencia. Los hombres supervivientes de
los pueblos quemados, continuaban estancados en su terco intento de dominar la
capital, sin poder avanzar más que pequeños trechos a gran costo de vidas,
porque unos y otros se hallaban sin recursos.
En
su locura homicida habían envenenado los arroyos, destruido los cultivos y
jurado por todos sus dioses que degollarían a sus enemigos, o los mantendrían
bloqueados hasta que murieran de sed y hambre. Pero la verdad es que cada uno
de los dos bandos sabía que estaba igual de agotado y carente.
Transcurrió
el tiempo, siguió aumentando el número de refugiadas y escaseando los víveres
alrededor del campamento. Cada vez los grupos de recolectoras tenían que
desplazarse más lejos para hallar vegetales comestibles. Las sacerdotisas
seguían cuidando tanto de los animales que habían recogido antes de la guerra,
como de los que aparecieron durante ella, así como de las personas, protegiendo
a los seres de todos los Reinos con la misma dedicación.
Alguien
cedió a la tentación de cazar en el exterior, pero el fuerte olor de la carne
cocinada, aunque distante, atrajo al lugar el olfato agudizado de algunos
hambrientos, quienes denunciaron a los infractores ante el Consejo de
Emergencia. Lilinel dio un escarmiento expulsando a toda aquella familia fuera
del Macizo Sagrado entre el amenazador gruñir de sus lobos, tal como había
prometido.
Orfeo
seguía trabajando más que nunca y participando en todas las reuniones y
oraciones, Lilinel le pedía que tocara exclusivamente para acompañarlas, y a
veces él sentía cierto desespero por no tener tiempo ni libertad para convertir
en composiciones nuevas los intensos sentimientos derivados de aquella
experiencia.
En
determinado momento, al entregar la lira después de haber acompañado con ella
los rezos del atardecer, se atrevió a decirle a Lilinel, con respetuosa
sinceridad, que las letanías de oraciones formales y repetitivas le resultaban
fastidiosas, que se sentía frío ante todas aquellas entidades de la Jerarquía
de la Luz o de la Jerarquía de los Devas de la Montaña que se invocaban en
ellas y cuyos nombres en vasco nada le decían… y que ya había visto en su vida
a muchas sacerdotisas que afirmaban que era La Diosa, o cualquier dios, quien
hablaba a través del canal de ellas…
…y
Orfeo pensaba que tal vez podría ser verdad, sobre todo viendo la entrega total
y desinteresada de las sacerdotisas del Macizo de Lur a su servicio
humanitario, pero no lograba que su mente encontrara “la diferencia entre
aquellas canalizaciones y las altas inspiraciones que los buenos artistas
recibían de sus Musas y que les llevaban a crear músicas, canciones,
representaciones escénicas, danzas sagradas, cuadros y esculturas que
expresaban con la mayor armonía las más grandes y profundas verdades de la
vida… Eso sí, dejando siempre bien claro ante su público, con la mayor
modestia, que se trataba de obras de la creatividad humana que podrían servir
para ayudar a la reflexión transformadora, y nunca de mensajes ni instrucciones
directas de la Divinidad a través de un canal elegido.
Lilinel
se limitó a mirarlo a los ojos en silencio con serenidad y luego le convidó a
que viniera a visitarla a su cuarto, después de la hora en la que todo el
campamento se acostaba.
Con
cierta inquietud, así lo hizo el bardo. Dejó a los niños a cargo de Edurne e
Izarre, se envolvió en un cobertor y buscó la pequeña cabaña aislada donde
residía la guardiana del Santuario.
Un
lobo negro se levantó ante la puerta y gruñó, enseñando los colmillos. Orfeo se
detuvo. Entonces la puerta se abrió, una de las jóvenes sacerdotisas hizo
calmarse al animal con una voz y convidó al hombre a entrar.
Dentro
de la cabaña no había más que un espeso suelo de paja limpia y encima de él
estaban sentadas sobre sus cobertores el resto de las sacerdotisas, todas en
silencio alrededor de una vela encendida en una banqueta baja. Le convidaron
por señas a sentarse en el cículo, enfrente de Lilinel. Vio que las escasas
pertenencias de ella se encontraban colgadas o situadas sobre los estantes de
una de las paredes en perfecto orden y armonía. El resto de los muros de
piedras unidas por argamasa blanca se encontraban naturalmente desnudos. Otros
dos lobos, uno blanco y otro gris, se encontraban echados en el suelo, a ambos
lados de Lilinel, tranquilos y atentos como si fueran dos miembros más del
círculo.
-Ésta
es temporalmente nuestra Sala Corazón, Orfeo –dijo la Sacerdotisa Mayor a modo
de bienvenida, con una leve sonrisa-, la Sala de Oración que antes teníamos
está haciendo ahora de hospital del campamento.
Hubo
un silencio largo. Lilinel había colocado su mano sobre el corazón y cerrado
los ojos, pareciendo estar interiorizando. Él observó que el resto de las
consagradas hacían lo mismo.
Sin
abrir los ojos, la sacerdotisa comenzó a hablar. Su voz sonaba más dulcemente
femenina que nunca. Orfeo se sintió tan encantado por ella que tuvo la
impresión de recordar la de su amada Eurídice en sus mejores momentos juntos.
-Concéntrate
y siente tu corazón físico, Orfeo –pidió ella.
Así
lo hizo, cerrando los ojos. Lilinel pidió inspirar, retener profundo el aire,
expirar lentamente, sentir y escuchar los latidos…luego le preguntó desde que
lado del pecho los estaba sintiendo
-Del
izquierdo- dijo él suavemente.
-Muy
bien, quédate ahí lento, calmo….atento, muy atento… busca el vacío de tu mente…
mantente en el vacío…
-Revive
ahora –dijo Lilinel de repente- aquel momento en que te estremeciste ante la
posibilidad de perder a una persona amada.
Un
sobresalto en el interior de Orfeo, tal como un rasgueo alarmado de su lira,
tenso, profundo. Eurídice caída, el brazo levantado, la serpiente.
Como
si lo estuviese sintiendo también, la Sacerdotisa Mayor preguntó en qué lugar
del pecho había vibrado el sobresalto.
-Justo
en el centro del pecho –dijo Orfeo, aún estremecido.
-Ese
es el corazón de tu cuerpo emocional, hermano; relájate bien ahora, deja
diluirse ese recuerdo. Al vacío, al vacío.
Consiguió
poco a poco, el alivio del vacío. Comenzaba a disfrutarlo cuando vino una nueva
sugerencia de Lilinel:
-Eres
un niño, juegas con tu madre o la escuchas, revive aquel momento de amor.
Orfeo
en el suelo de la galería, el sol de invierno entrando por la ventana, su
primera flauta entre las manos, su madre, la Musa Calíope, sentada más alta y
cosiendo, mientras le contaba la historia de Teseo y el Minotauro.
Lilinel
preguntando donde era que se sentía ahora aquel suave calor.
-También
en el centro del pecho entre los dos pezones–dijo él-, un poco más a la derecha
que antes.
-Ese
es el corazón de tu cuerpo mental -respondió ella-. Muy bien, quédate ahí,
agradece y deja que se diluya el recuerdo de tu madre y de todos tus seres
amados. Pero retén ese calor de amor sereno y agradable, disfrútalo con tu
mente.
Orfeo
se sentía muy bien, pensó que podría estar horas meciéndose internamente en
aquel calor de amor. Lilinel preguntó si el calor permanecía o se iba.
-Permanece,
puedo sentir ahora esa suave vibración en el lado derecho del pecho mucho más y
mejor que el latir del corazón físico en el izquierdo, que es más distante, más
mecánico… menos cálido.
-Vamos
bien, muy bien, convierte ahora esa vibración de cálido amor en un acorde
musical -sugirió ella-, tócalo usando lo más sensible de tu mente como
instrumento.
Una
ondulación creativa recorrió todo el ser de Orfeo bellamente, tal como sobre
una cuerda, desde el vórtice de su pecho, aún un poco más hacia la derecha,
hasta el vórtice de su frente, resonando como una ofrenda al Amor Mismo en la
caja de silencio de su mente.
-Eso
estuvo lindo -dijo Lilinel como si lo hubiese percibido-, acabas de encontrar
el Corazón del Alma, el centro emisor de las intuiciones sensibles más
creativas que informan a la mente, el centro emocional superior de donde surge
tu arte. Concéntrate, recorre ese lugar y dime si es la primera vez que
transitas por aquí.
Así
lo hizo Orfeo, y enseguida le vino la respuesta: se encontraba en un territorio
mental muy conocido.
-Esta
es mi casa de siempre -dijo con amor-, mi casa interna, mi maravilloso hogar,
mi Casa de la Música y del Canto… cada vez que he tocado para alguien, aunque
fuese en el medio del desierto, o de las fatigas de un naufragio, o de la
tristeza, he traído su alma para aquí, he recibido en este lugar a multitudes
de almas, y a todos les conforté con lo mejor de mí y les hice sentirse en su
propia casa… …su propia casa de siempre…-su voz se quebró, lágrimas salían de
sus ojos entrecerrados, entonces le vino una inspiración y corrigió:
-…”Nuestra” casa…
-Si
Orfeo, “nuestra” casa de siempre, La Casa del Alma pertenece a todos, porque es
la de nuestro Padre-Madre Eternos, la de nuestra eternamente sagrada Gran
Familia de Almas… -
La
dulce voz de Lilinel desencadenaba en él un torrente de imágenes, tan simples
como sublimes, que desbordaban el Corazón de su Alma. En el Corazón de su Alma
ya no había recuerdos exclusivos de su vida personal, sino lo esencial de su
recorrido de muchas vidas junto a su Familia Cósmica. Allí estaban todos, los
hermanos de siempre, no hermanas y hermanos, pues las almas no tenían diferenciación
sexual, allí estaban todas las Almas Hermanas cantando himnos eternamente,
alrededor de la mesa del Padre-Madre, cuya luz venía de la cabecera. Dirigió
hacia allí su mirada, queriendo distinguirlos.
-¡Quieto,
Orfeo! –dijo la voz de Lilinel- ¡No intentes penetrar así en el Corazón de Dios
o montarás una vana idolatría artificial que después tendrías que desmontar!
¡Para entrar en el Corazón de Dios hay que transcender antes todas las
representaciones de la mente!
Orfeo
comprendió de forma no racional, con la lucidez de relámpago de la intuición,
cual era la diferencia entre las inspiraciones que un artista recibe de su
Musa, o imaginación Intelectual, y las certezas que debía tener un alma
suficientemente evolucionada para vivir momentos de fusión con su propia
Mónada, más allá del espejismo de la división mental de lo Indiviso en
representaciones simbólicas de la Realidad Única.
Con
cierta nostalgia pero decididamente, dejó que se apagaran dentro de su mente
todas aquellas imágenes que eran creaciones suyas, excepto aquel calor suave en
el lado derecho de su pecho, ahora inseparablemente asociado a una luminosidad
sutil.
-Ya
es suficiente por hoy, querido hermano, puedes ir abriendo los ojos- pidió la
Sacerdotisa Mayor.
Así
lo hizo él, retornando a la visión del cuarto iluminado por la vela y de su
lugar en el círculo, junto a las siete sacerdotisas y a los dos lobos.
Lilinel
le sonrió un momento con complicidad, e igualmente todas ellas; pero enseguida
se recogieron en sí mismas y entonaron en idioma euskera su más reverente
salutación a la Diosa Mari, una que Orfeo ya se sabía de memoria, después de
tantas repeticiones y que Edurne le había traducido. Fundamentalmente pedía a
La Diosa de este plano que gestase en nosotros al hombre nuevo, uno que fuese
capaz de purificarse y vivir en sí las virtudes, el servicio y la determinación
suficientes como para hacerse digno de obtener, de la misericordia del Único,
su despertar del sueño de la ilusión y su definitivo nacimiento en la primera
dimensión de la Realidad.
Así
que las acompañó, sintiendo como nunca como la oración, cualquier oración,
fuese cual fuese su contenido y el nombre-representación de la Divinidad a la
cual era ofrendada, era, ante todo, un puente directo que se tendía entre una
personalidad ilusoriamente individual que desea trascenderse a si misma y el
Corazón del Alma Grupal que acababa de descubrir, por lo que agradeció
devotamente a “La Diosa Sin Representación del plano y universo en que aún
vivía”, a través del canal representativo de Mari, cuanto había podido
comprender aquella noche.
Cuando
terminaron, la Sacerdotisa Mayor se levantó y les hizo una amorosa inclinación
de despedida con la cabeza. Todos le correspondieron y salieron de su cuarto en
calmo orden y en total silencio.
Lo
que Orfeo descubrió a lo largo de aquella experiencia lo descubrirá cada lector
sentándose, como él, en la tranquilidad y el silencio de la noche y escuchando
al corazón físico, al corazón emocional, al corazón mental y al Corazón del
Alma, hasta percibir sutilmente, más allá del mundo de representaciones de la
mente, la presencia segura y luminosa del Corazón de Dios dentro de su propio
pecho.
57-
LA LEY DEL AMOR
Normalmente
Orfeo se iba a dormir tan cansado que en cuanto abrazaba a los niños a sus
costados y Edurne e Izarre, resguardándolos cada una del intenso frío de la
noche pirenaica por cada otro lado, pasaban los cobertores sobre todos ellos,
se quedaba instantáneamente dormido. Sus sueños eran sueños confusos y absurdos
y, cuando despertaba, permanecía imaginando las mismas vaciedades, hasta que se
cansaba de ellas y entonces se centraba en entonar mentalmente melodías que no
podía tocar, porque su lira estaba con Lilinel y tampoco se atrevía a sacar la
flauta, con el riesgo de que también se la pidiesen.
Desde
aquella noche memorable, que para él había sido una nueva iniciación, había
intentado centrarse en el Corazón del Alma, en el centro derecha de su pecho,
desde que despertaba y antes de que sonase la campana que instaba al todo el
campamento a levantarse. Sin embargo no había vuelto a sentir el mismo calor
luminoso ni la misma concentración reveladora. Miles de pensamientos vagabundos
y sin interés alguno se cruzaban, impidiéndosela. Después de la levantada, su
actividad y la de sus ayudantas no paraba hasta la noche, y ya no podía pensar
en otra cosa que en tratar de hacer lo mejor posible los trabajos y donar toda
su atención a tantas personas necesitadas, en situaciones con frecuencia
dramáticas, que en cada momento se la estaban demandando.
Preguntó
entonces a Lilinel, que estaba igualmente ocupada, como hacer para penetrar en
el Corazón de Dios, o al menos como mantenerse en el Corazón del Alma.
-Sólo
hay una manera posible en medio de este tiempo de agitación –respondió ella,
repitiendo lo de siempre-: orar y servir.
Orfeo
quería seguir preguntando, pero ella estaba realmente desbordada por los
múltiples asuntos que le llegaban a cada momento para ser resueltos. Le dijo
que volviese a la Sala Corazón después del toque de silencio y hablarían.
Así
lo hizo él y se encontró de nuevo en aquella cámara íntima, dentro del círculo
de las siete sacerdotisas y los dos lobos. Rezaron juntas y permanecieron un
rato meditando en silencio, pero Orfeo estaba tan expectante que no consiguió
concentrarse. Por fin, Lilinel lo miró y habló para él ante todo el grupo:
-Hermano
querido, vamos a dedicarte esta noche, pero lo que aquí se diga será también un
recordatorio de su compromiso fundamental para cada una de nosotras -dijo
recorriendo el círculo con la mirada-. Has pasado tu vida cultivando tu
sensible mente de artista y alcanzando un gran virtuosismo y originalidad en tu
arte, según hemos podido percibir y disfrutar. Muchas personas podrían
considerar que ya has llegado a la maestría y a las más altas potencialidades
de tu encarnación actual por causa de ello…
…
Pero si me fundo con el Corazón de mi Alma –siguió Lilinel- que se puede llamar
la Diosa dentro de nosotros, ligado al Corazón de mi Mónada, que es nuestro Espíritu
Divino, que es un reflejo puro del Único Sin Representación Posible, de Su
Sabiduría, Su Amor y Su Verdad… entonces te tengo que decir, Orfeo, que,
comparado con aquello que está aguardando por ti en los próximos momentos de tu
vida, esa personalidad brillante, esa expresiva emocionalidad creadora, ese
intelecto racional de alta clase que muestras, no es una corona de la que que
puedas estar orgulloso, sino una cadena de oro que te mantiene prisionero y
atrasado en tu evolución.
Orfeo
se quedó de piedra y muy infeliz, no se esperaba algo así, y menos delante de
todo el grupo. Lilinel siguió hablando en un tono calmo y desapasionado:
-…Porque
la próxima estación evolutiva que aguarda hace tiempo tu llegada es esa que
atisbaste la otra noche cuando recordaste el Corazón de tu Alma en tu interior.
Aún no eres un morador fijo de esa casa, hermano amado, sino un vagabundo que a
veces llega a ella, la usufructúa y se va de nuevo, sin contribuir como es
debido a su mantenimiento. Comparado con el alto linaje y maestría espiritual
procedente de vidas anteriores que tu aura evidencia, la maestría que has
alcanzado en ésta aún es indigna de tu destino.-
Orfeo
sintió un nuevo y peor vuelco en su estómago. Sospechó que Lilinel había
adivinado que renunció a la corona de Tracia por Eurídice y por su vocación
musical y que se lo estaba reprochando.
-Tu
excelente formación, y todas las iniciaciones que has tenido el privilegio de
recibir hasta ahora te han dejado pronto, a diferencia de la mayoría de las
hermanas que estamos acogiendo, para abandonar el tortuoso Largo Camino Común y
entrar en la Senda Breve que da acceso al Gran Portal Celeste ya, ahora mismo
si quisieras. …Pero, a pesar de las buenas cualidades que estás demostrando en
esta emergencia, aún no eres una estrella de luz permanente y fiable -siguió la
Sacerdotisa Mayor mirándolo con aquellos ojos en los que se aunaban la mayor
bondad y la mayor firmeza-, sino una luciérnaga de vuelo a ras de tierra, que a
veces brilla y enseguida se apaga, brilla y se apaga. Una luciérgana
inconstante. Y mientras no puedas vivir seguido en la Casa del Alma (y un
verdadero iniciado puede vivir en ella aunque se pase la vida viajando)… te
será imposible llegar a cumplir tu meta para esta encarnación, que es conocer el
Corazón de Dios dentro del tuyo.
-Está
bien -dijo Orfeo muy apesadumbrado, queriendo salir de todo aquello- tal vez
puedas decirme como tendría que hacer para llegar a residir de forma permanente
en la Casa del Alma.
-Renunciando
a seguir siendo lo que has sido hasta ahora, renunciando también a todo
proyecto y expectativa personal, y consagrándote enteramente a la Diosa, que es
el Alma del Mundo y el Corazón de tu Alma.
-¿Consagrándome
a La Diosa de la manera en que vosotras os habéis consagrado, señoras?-
-respondió suavemente mirando a las sacerdotisas en círculo- ¿Es eso lo que me
estais sugiriendo?
-A
nuestra manera no necesariamente, Orfeo -dijo Lilinel-, conságrate de verdad a
tu Alma, ríndete totalmente a Su servicio y no más al de tu personalidad, y
Ella te dirá cual es tu tarea específica en este mundo y en cada momento.
-Yo
ya me rendí a la Diosa cuando llegué a este país – respondió él recordando la
ofrenda de sí que había hecho después de salvarse de aquel terrible naufragio-
…y creo si me quedé a servir aquí con vosotras, señoras, en lugar de continuar
mi viaje y mi búsqueda, es porque la Diosa dentro de mi corazón me debió hacer
este llamado.
-No
lo dudamos, Orfeo, pero tu rendición será incompleta mientras todavía tengas el
deseo de seguir entregando tu energía y tu atención principal a búsquedas
personales.
-…No
estoy tan lejos del final de esa búsqueda personal- él se sentía tocado y
quería esquivarse de aquello-. Si la Diosa me ayuda a coronarla con éxito, juro
que me consagraré definitivamente a Ella.
-Ese
es el problema, querido hermano -dijo Lilinel sonriendo con benevolente
comprensión- lo que tienes en mente no es una rendición incondicional a lo
Elevado, sino una propuesta comercial. Eso es mente común, es la forma típica
en la que la mayoría de los seres humanos pretenden tratar con la Divinidad…
pero ese tipo de propuestas sólo son aceptadas por las entidades del lado
oscuro, los espíritus engañadores, que después de chupar la energía toda de sus
ingenuos devotos, jamás acaban cumpliendo sus promesas.
-Ahora
mismo no puedo renunciar al objetivo de mi viaje, recorrí el mundo todo para
llegar hasta aquí – se empeñó Orfeo-. El mundo todo –repitió-. Yo sí que hice
una promesa al ser que más amo en mi corazón. Y la cumpliré, o intentaré
cumplirla, con ayuda o sin ayuda, tarde lo que tarde, aunque sea lo último que
haga, y si intentándolo, encuentro la muerte, más fácilmente llegaré hasta mi
objetivo.
-…Con
todo mi amor por ti, hermano Orfeo -insistió Lilinel con su voz más dulce y femenina-,
sal de la ilusión, no pongas el carro delante de los bueyes.
-¿…El
carro delante de los bueyes…? ¿Qué es lo que quieres decir, señora? -Orfeo
comenzaba a ponerse nervioso- …No me hables con acertijos, por favor.
-Orfeo,
tanto para llegar a residir permanentemente en la Casa del Alma como para poder
penetrar, desde ella en Su Santuario, que es el Corazón de tu Mónada, del
Espíritu Divino en ti, Tu Espíritu que, desde siempre, vive integrado en la
Consciencia Infinita, hay una condición previa, que consiste en cumplir la
Primera Ley del Amor-Sabiduría.
La
Primera Ley del Amor-Sabiduría es la principal ley de este universo en que
vivimos, según nos enseñaron los tres maestros iniciadores de nuestro pueblo,
Gal y Atland y su hija Lis-Noela, en este mismo lugar sagrado, hace mucho
tiempo.
-¿…Puedo
saber qué ley es esa? –se interesó él.
-“Ten
la sabiduría de entregar libremente y sin condiciones la totalidad de tu amor,
devoción, mente y servicio al Único que te creó, antes que a cualquier persona,
idea, proyecto, deseo o cosa, y todo el resto de lo que viniste a hacer al
plano en que se encuentra tu consciencia, te vendrá dado por
añadidura.”-declamó la Sacerdotisa Mayor.
Orfeo entró en un silencio reflexivo
y ya no quiso hacer más preguntas. Ella se lo quedó mirando un rato, con el
Amor Misericordioso de la Diosa reflejado en su rostro, pero finalmente inspiró
y se recogió en sí misma, haciendo luego al grupo una leve señal, tocándose el
centro del pecho, sobre su corazón sutil. Las sacerdotisas entonaron la
salutación a la Madre del Mundo y Reina de la Paz y Orfeo salió de sus
pensamientos para acompañarlas, deseando sinceramente congraciarse. Al final,
Lilinel agradeció y despidió a todos.
Cuando
el tracio salió al frío de la noche encontró el paisaje de las altas montañas
circundantes bellamente iluminado por la Luna Llena, casi como si fuese de día,
pero más lo parecería si no fuera porque un velo oscuro de nubes velaba la
mitad de su disco.
Al
llegar a su lugar de descanso no encontró allí a nadie. Se preguntó entonces lo
que podía haber ocurrido con los niños y sus ayudantas y la respuesta intuitiva
surgió de inmediato. Corrió al hospital.
………………………………………………………………………………………………………
Antes
de morir, Ainoa recuperó la consciencia por unos momentos. Los suficientes para
envolver en una profunda mirada de amor y gratitud a sus hijos, que la
abrazaban, a Izarre y a Edurne, a las dos mujeres que más la habían cuidado y a
Orfeo que llegaba a toda prisa, justo entonces. Después cerró los ojos.
De
pronto sonrió y murmuró unas palabras en euskera. Se relajó y abandonó el
cuerpo físico para siempre. Poco más tarde, Izarre tradujo para Orfeo:
-“Ya
viene a por mí quien más me ama”- fue lo último que ella dijo.
El
corazón de Orfeo se estremeció y lágrimas brotaron de sus ojos. Lo que acababa
de oír puso fin a las dudas surgidas en su mente aquella noche, allá donde las
sacerdotisas. Bajaría vivo al Mundo de los Muertos, como Hércules, a buscar a
quien más amaba, o moriría intentándolo, con la esperanza de que sus últimas
palabras pudiesen ser las mismas que las que había pronunciado Ainoa.
Se
había establecido que se enterraría cuanto antes a los muertos, para evitar
epidemias. Apenas comenzó a clarear, Orfeo cavó la sepultura de Ainoa y él
mismo depositó en ella su cuerpo, que no pesaba casi nada, sobre un lecho de
hojas secas, y lo fue cubriendo con más hojas, ayudando a los dos niños, antes
de rellenar el hueco con tierra y de delimitar los márgenes de la tumba con un
rectángulo de piedras.
Una
de las sacerdotisas dirigió unas invocaciones y cantos en vasco, con los que,
al parecer, se guiaba al espíritu desencarnado para que no se apegase a lo que
dejaba en la Tierra ni se demorase en las regiones inferiores del Más Allá,
sino que rápidamente se dirigiese al Túnel de Luz que surgiría con sólo
invocarlo, donde esperarían al alma en tránsito sus seres amados y las
entidades espirituales que siempre había cultuado, para conducirla al exacto
lugar al cual durante toda su vida imaginó que iría en ese momento.
Después
de un rato allí, tomó a los dos niños de la mano y se los llevó a contemplar el
amanecer. Como sus traductoras no estaban con él porque ya se habían ido, para
organizar los primeros trabajos del día, dijo para ellos en la lengua franca,
con muchos gestos:
-Ayer
el sol se acostó y murió, hoy se alza de nuevo hacia lo alto del cielo.
Los
niños le entendieron y se abrazaron a su cintura.
58-
ALUD DE REFUGIADOS
Aquella
mañana, un grupo de guerreros famélicos inrumpió de repente en el campamento y
acosaron con sus lanzas a las primeras mujeres que encontraron, a quienes
reconocieron como miembros del bando enemigo. A los gritos acudió Lilinel con
el resto de las refugiadas, se colocó entre ellos y las mujeres que amenazaban
y les gritó que pasaran por encima de su cadáver, si querían atraer la
maldición de la Diosa Mari para el resto de sus vidas.
Orfeo
sintió un impulso imparable y se colocó junto a ella. Hacia él se volvieron
ahora todas las lanzas. Pero se pusieron en bloque ante él las cinco jóvenes
sacerdotisas, Izarre y Edurne, y enseguida se sumaron muchas de las mujeres del
propio bando de los agresores, protegiendo con sus cuerpos a sus antiguas
enemigas. Tres de ellas tuvieron la sorpresa de reconocer a sus hombres, y
fueron intercambiadas alegres señas.
-Está
bien…-dijo el jefe de los guerreros, mandando bajar las armas- Veo que la
maldita guerra ya se acabó por aquí arriba y lo celebro. Discúlpennos, señoras.
Por favor, si nos pueden hacer la caridad de darnos algo de comida, nos
marcharemos sin hacer daño a nadie.
Cuatro
días más tarde, comenzó a llegar una fila interminable de mujeres y niños
queriendo ser acogidos en el Santuario Natural. Eran todos gente de la capital,
del mismo bando que los guerreros que les habían visitado. Éstos avisaron
después en el llano que había paz y comida en el macizo, y enviaron a sus
familias. El boca a boca se fue extendiendo, y muchos más los siguieron. Los
jefes acabaron siendo informados de lo que estaba ocurriendo, y pensaron lo que
debían hacer. Finalmente decidieron fingir que no sabían nada, pero también
enviaron a sus mujeres y niños a Lur, porque no podían encontrar con qué seguir
sustentándolos.
Aquello
agudizó los problemas allá arriba. Todas las nuevas mujeres que iban llegando
eran gentes ciudadanas, acostumbradas a ser servidas, orgullosas, exigentes,
criticonas, muy poco útiles y nada disciplinadas ni sufridoras, que
despreciaban a las montañesas de su propio bando por ser, según ellas, tan
rústicas, y que venían cargadas de odio ciego contra el bando contrario, cuyos
miembros se encontraban ahora en minoría.
No
sólo traían con ellas a sus niños, sino también a sus esclavas y a algunos
servidores armados, que les daban escolta. Lilinel se negó a que el mundo común
entrase en el espacio sagrado de Lur, acompañado de todas sus lacras. Llamó de
nuevo a sus dos manadas de lobos amigos y trazó con ellos una frontera. Para
pasar del lado interno de ella, esto es, al otro lado del arroyo, y disfrutar
de cuanto se podía compartir, los servidores tenían que dejar las armas en un
montón, las esclavas tenían que ser oficialmente manumitidas ante seis testigos,
y todos tenían que comprometerse a seguir las normas del Santuario declarando
ante ellos en voz alta que entraban en él como almas y no como personalidades,
…Por
tanto, aceptaban vivir en fraternidad igualitaria , obedecer a quien quiera que
coordinase los trabajos necesarios de cada sector, servir a los demás sin
escoger en qué, compartirlo todo, orar, mantener la armonía, hablar lo
imprescindible, tratar a los animales como a personas y a las personas como
almas, y a intentar una transformación interior que drvolviese la paz al país.
También
renunciaban, mientras estuviesen en él, a mantener diferenciaciones sociales o
culturales, a discutir, criticar, murmurar, a buscar o aceptar relaciones
sexuales y a cualquier proyecto personal. Aparte de esto, Lilinel insistió ante
el Consejo de Emergencia en que aquellas personas que llegasen acompañadas de
su pareja, serían separadas y enviadas a trabajar y dormir en distintos lugares
del campamento.
Por
primera vez desde que se encontraba allí, Orfeo se atrevió a discutir una
decisión de la Sacerdotisa Mayor :
–Con
todo respeto, eso me parece algo pesado eso, Lilinel … Si no se separan a las
madres de los hijos, no veo por qué razon separar a las personas que se
quieren, que siempre han vivivo juntos y que tienen hijos comunes.
-No
separamos de sus madres a los niños pequeños, Orfeo –respondió ella-, pero sí a
todos los que ya han cumplido catorce años. La razón es que no están aquí sólo
para refugiarse de la guerra y del hambre, sino para vivir un proceso de
transformación, para olvidarse durante un tiempo de eso que toman por “si
mismos”, pero que sabemos bien que no es más que su ego, y para centrarse en el
Yo Auténtico, la Mónada que inspira al Alma, a base de oración y servicio. Sólo
así podremos parar la guerra y reconstruir la paz.
-Si
mi mujer estuviese aquí conmigo, o mi madre– preguntó Orfeo- ¿...Nos mandarías
a trabajar y a dormir a partes separadas del campamento ?
-Claro
que os mandaría –dijo Lilinel-. Si os quedáseis juntos formaríais el mismo círculo
íntimo e individualista de siempre, el acostumbrado, el habitual, y no
saldríais de él ni con vuestros cuerpos ni con vuestras emociones ni con
vuestras mentes. Con lo cual no os integraríais en la comunidad con toda
vuestra atención, ni trabajaríais en el servicio a todos con tanta dedicación,
y, en lugar de guardar silencio y orar, estaríais todo el tiempo haciendo
comentarios de cuanto ocurre y criticando.
…Si
además ese acercamiento propiciase las relaciones sexuales, entonces se
dirigiría toda la energía del cuerpo a los centros energéticos inf eriores,
siendo que necesitamos que esté bien disponible para el trabajo de
transmutación que estamos haciendo desde los superiores conoración y servicio,
sin lo cual la guerra continuaría indefinidamente.-
Orfeo
iba a seguir discutiendo, pero ella cortó con aquellas palabras mágicas con las
cuales disolvía todas las oposiciones:
-Son
Instrucciones de la Jerarquía. Todo el mundo debe obedecerlas igual que yo las
obedezco, y esmerarse en hacer lo que se pide, y no lo que no se pide.
-Esto
que estamos viviendo –siguió- es una oportunidad única que la Vida mandó para
hacer un Cambio Acelerado, como siempre ha ocurrido en todas las crisis y
transiciones cíclicas de la Humanidad. Así que intentemos aprovechar bien esa
oportunidad y no perderla debatiendo banalidades o “teniendo mejores ideas que
la Jerarquía”.
Algunos
de los grupos de capitalinos se negaron al compromiso “que la Jerarquía
demandaba” e hicieron campamento, al otro lado del arroyo, con sus siervos y
esclavas. All cabo de pocos días algunos lo aceptaron y se integraron y los
otros se marcharon.
Uno
de los grupos que se marchó era el que comandaba la esposa de uno de los jefes.
Habló con prepotencia que preferiría morir de hambre o en medio de los
desastres de la guerra, antes que quedarse allí para hacer los mismos trabajos
que una sierva y que no había nacido hija de quien naciera para aceptar pasar
por aquellas bajezas.
Sin
embargo, ya que no tenía con que alimentarlos, decidió desprenderse de los
miembros de su séquito que menos necesitaba. ] -"Me habeis servido
bien-les dijo- y me duele no poder mantener a mis poses como es debido, por lo
menos aquí os darán de comer"-
Así,
conservó todos los siervos que tenían capacidad para transportarla y protegerla
con armas y ofreció la manumisión oficial al resto, si aceptaban integrarse al
campamento.
Entre
los esclavos que aceptaron y fueron convertidos en personas libres ante
testigos, poco antes de aquella señorona volver al llano, había dos que se
veían claramente homosexuales y con relación entre ellos. Lilinel lo confirmó
cuando les tomó su compromiso y no pareció importarle mucho:
–Vosotros
no sois homosexuales, sois seres divinos. Homosexuales sólo lo son vuestros
cuerpos físico, emocional mental, esto es, vuestros tres cuerpos inferiores.
Vuestra alma, el principio reencarnante, a veces se manifiesta en ellos como un
ser femenino y otras como masculino. Es muy posible que reencarnarais antes de
que vuestro anterior cuerpo emocional o mental se disolviera, y por eso estais
ahora con un físico de un género y un emocional o mental del opuesto… Pero eso
no nos importa, porque mientras os encontrais aquí os vais a proponer el
trabajo de olvidar esos cuerpos inferiores y os vais a centrar en vivir los
superiores, Alma y Mónada, que están más allá de la diferenciación sexual,
sobre todo la Mónada, que es un espíritu puro.
Orfeo
se admiró de que la sacerdotisa dijese esto con una autoridad tan suave como
contundente, que los dejó plenamente convencidos de que entraban en una nueva
etapa de la vida, marcada por la libertad de la esclavitud social y por la
especialísima opostunidad de conseguir ahora la liberación de la tiranía
compulsiva de los tres cuerpos inferiores. Después de eso los mandó a trabajos
y lugares de reposo separados, tal como hacía con las parejas heterosexuales.
Se
necesitaba, más que nunca, que todos tuviesen confianza en la neutralidad de la
persona encargada de distribuir y supervisar los trabajos, y así el Consejo de
Emergencia, por sugerencia de Lilinel, dio ese cargo al extranjero Orfeo.
El
tracio decidió ensayar con las mujeres de la capital más desobedientes e
indisciplinadas un consejo que le había dado una vez su padre, el rey Eagro:
“Convierte en un guardián de las normas a quien no sabe obedecer la normas”.
Así,
durante tres o cuatro días sujetaba a la rebelde a la tiranía de las veteranos
mas incultas, rígidas y secas de su propio bando. Luego la salvaba temporalmente
durante otros dos, poniéndola bajo la dirección gentil y serena de las mejores
mujeres mayores del bando que la rebelde considerado enemigo , para devolverla
de nuevo otros dos días a los tiranos “amigos”.
Finalmente,
llamaba a la persona indisciplinada y quejosa y le preguntaba, si para el bien
de todos, aceptaría dirigir una sección cualquiera del trabajo general,
explicándole muy bien las normas que tendría que procurar que sus subordinados
cumplieran, haciéndole ver que eran normas razonables e imprescindibles para
realizar bien aquellas funciones necesarias, y pidiéndole que tratase a
aquellas personas que pondría sus órdenes tal como a ella le hubiese gustado
ser tratada cuando llegó. Si lo consiguiera, le daría en breve mayores
responsabilidades –“Necesitamos desesperadamente buenos jefes, que hayan
probado ser tan eficaces como amorosos con subordinados procedentes de
cualquier bando”- terminaba diciendo a través de las traductoras.
Pudo
comprobar la excelencia de aquel método. En muy poco tiempo las personas más
diligentes y responsables, a las que se les podía confiar la armonía de un
departamento entero, eran las que habían pasado por él.
Entretanto
las personas que, desde el principio, mejor desempeño habían tenido en la
organización general o sectorial, pasaron a integrar el Consejo de Emergencia,
órgano rector del campamento.
Por
fin, poco después de terminados los 21 días de oración, los guerreros que
luchaban en la capital cesaron las hostilidades, porque un grupo de
pacificadores externos y neutrales que el viejo pastor había conseguido atraer,
de parte de Lilinel, desde tierras distantes, trajo alimentos y se ofreció a
negociar condiciones para la paz, para lo que se convocó una tregua y un
Consejo General.
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