12-
TRIUNFO DE ORFEO
Tracia
recibió con toda pompa a su héroe argonauta y las familias nobles le hicieron
contar su aventura muchas veces, disputándose el honor de tenerle como invitado
por unos días en sus palacios. Orfeo declamaba su relato en prosa o verso,
acompañándose con su lira y, al final, como trofeo de guerra y prueba de su
hazaña, mostraba a sus conciudadanos una cesta con tapa de la que salía,
contorsionándose, una pequeña y delgada cobra, cuando tocaba la flauta sentado
frente a ella. Al dulcificar el ritmo, la serpiente crecía y se convertía en
una bella mujer de larga y ondulada cabellera rojiza, ojos cautivadores y busto
perfecto, que seguía teniendo cuerpo de reptil de la cintura para abajo y que
danzaba vibrando, sin casi moverse del lugar, con sensuales y muy elegantes
movimientos de sus bien torneados brazos, ornados con brazaletes de cascabeles
de oro, mientras mecía su cola al compás de la música. Entonces Orfeo le daba
una mayor intensidad a la música y la maga Llilith se volvía del color del
fuego y se convertía en el grande, repugnante y pavoroso dragón que había
guardado el Vellocino de Oro, comenzando a arrojar hacia el techo tremendas
llamaradas por la boca, para gran espanto y maravilla de los asistentes. Cuando
más aterrados se encontraban, el bardo dulcificaba de nuevo su sonido y la
bestia volvía a ser una atractiva mujer-reptil, que se inclinaba reverente y
besaba con amor los pies de su amo. Por fin, Orfeo regresaba al ritmo del
inicio y ella se transformaba en una pequeña cobra, entraba en la cesta con una
última inclinación hacia su encantador y se enroscaba en ella plácidamente,
hasta que le cerraban la tapa. Todos se quedaban después aplaudiendo
entusiasmados el extraordinario dominio de las vibraciones que había alcanzado
el músico. -No se trata tanto de dominar las vibraciones –explicaba él-, sino
de dominar la atención de los demás, de captarla de tal manera que se
sorprendan y se olviden por un momento de sus preocupaciones, planes e
intereses personales, de que bajen la guardia un instante y se abran, vamos...
Y ese era el arte de esta maga, Suma Sacerdotisa de Hécate en la capital de la
Cólquide, y fue por eso que le encomendaron la defensa del mayor tótem de su
patria, la piel del Carnero Sagrado, un antiguo símbolo de la raza Aria y un
recordatorio de cómo La Gran Diosa Triple de los descendientes de los
Caucasianos del Sur, había burlado a los griegos en Ptía. …Primero se aparecía
danzando sin música, en forma de mujer-serpiente, a quienes lograban entrar en
el bosque sagrado donde estaba colgado el Vellocino de Oro. Ellos se quedaban
fascinados por su belleza y abrían su atención. En ese momento se hacía ver como
dragón espantoso que arrojaba llamas por la boca y los invasores se veían
obligados a abandonar el bosque corriendo, para caer en manos de los guardias,
que no eran toros salvajes sino duros guerreros del Clan del Toro. Algunos
intrusos anteriores hasta murieron o se desvanecieron allí mismo de terror,
aunque sólo se trataba de una ilusión hipnótica.- -¿Y cómo lograste capturarla?
-preguntaban sus admiradores. -Afortunadamente, la maga Medea, también
sacerdotisa de Hécate, hija del rey Aetes de la Cólquide y hermana menor de
Llilith, se enamoró de Jasón, el jefe de nuestra expedición, y su ciega y baja
pasión por él le llevó a traicionar a su padre y a todo su linaje. Fue ella
quien nos ayudó a penetrar en el bosque sagrado, quien engañó a los guardianes
para que pudiésemos eliminarlos por sorpresa y quien nos enseñó cómo podríamos
neutralizar a su hermana. Así, en cuanto apareció en su forma más atrayente y
comenzó a danzar para nosotros, yo me esforcé en no mirar hacia sus ojos ni en
ser captado por la sensualidad de su cuerpo, sino en concentrar toda mi
atención, exclusivamente, en los movimientos de su danza silenciosa, hasta que
pude descubrir sobre qué tipo de ritmo interno ella danzaba. Inmediatamente, me
acompasé a él con mi flauta durante un momento y lo fui elevando de tono hasta
que, de improviso, lo cambié. Ese fue el instante en que ella se quedó
sorprendida y perdió la concentración y el control de su farsa. Dejó de
intentar prender nuestra atención y se abrió a la mía. Justo en ese momento de
apertura, detrás de mí y mientras yo tocaba, su hermana Medea le transmitió,
por medio de un conjuro, la misma pasión por mí que ella había desarrollado por
Jasón; así que cuando, siguiendo sus indicaciones, la llamé por su nombre, vino
hasta mí totalmente fascinada. Y cuando le ordené que se convirtiera en una
cobra pequeña y que entrara en mi cesta, lo hizo y cerré la tapa. …Desde
entonces es mi rendida esclava, nada tengo que temer de ella, porque me ama con
locura, y sólo he de tocar la misma música que entonces, para que realice todas
las transformaciones que habéis visto, siempre bajo mi atento control...
Dominio de la atención, amigos míos. Esa fue la clave que nos permitió
apoderarnos del Vellocino de Oro –terminó el bardo.
Orfeo
se convirtió así, siendo tan joven todavía, en una gloria nacional, y bebió a
tragos largos de la embriagadora droga de la fama, del halago y de la alabanza
popular. Todas las comarcas de la gran Tracia y muchos reinos vecinos habían
enviado invitaciones y regalos para convidarlo a que actuara ante ellos,
contara la historia de los argonautas y mostrara la increíble mujer-dragón
soltando llamas. La boda con Eurídice, largamente ansiada por ambos, se
preparaba mientras tanto con gran júbilo.
Pero
la maga-serpiente encantada, que estaba desesperadamente enamorada de su
carcelero y rabiosa a morir de celos por la novia de Orfeo, intentó impedir la
boda a toda costa. Para ello, fingió redoblar su sumisión al máximo, hasta que
él quedó tan convencido de que estaba totalmente dominada, que a veces le
permitía circular con libertad por su casa o tomar el sol en su jardín, tapiado
con muros, siempre en su forma de cobra. Cuando venía una visita o cuando caía
la noche, le bastaba con tocar la flauta y la cobra venía a inclinarse a sus
pies, desde donde fuera que estuviese, y se enroscaba en la cesta en cuanto se
lo mandaban. Así fue como una tarde, cuando tomaba el sol enroscada sobre el
muro, vio venir por el camino a un hombre tan apuesto que lo que quedaba en
ella de mujer se conmovió. Aunque no lo conocía de nada, luego de apreciar
positivamente su estampa, la maga-serpiente fraguó de inmediato el plan de
servirse del encanto de sus hermosas formas viriles para intentar seducir a la
novia de Orfeo, con la intención de apartarla de su amado. Hizo sonar su
siniestro silbo de cobra y él volvió inmediatamente su mirada hacia el muro,
donde se encontró con la concentración total de Llilith, que lo hipnotizó y que
cargó su imaginación telepáticamente, por unos minutos, con una serie de imágenes
elaboradas por ella, que lo dejaron muy condicionado. Luego bajó del muro hacia
el jardín. Cuando el hombre despertó del hechizo, su mente no recordaba el
trance, pero estaba dominada por una obsesión: encontrar en el llamado Bosque
de las Ninfas a Eurídice y enamorarla y poseerla para siempre.
12-
EL ÁRBOL AMIGO
Eurídice
continuaba sintiéndose con total libertad para ayudar en la organización y
asistir a las ceremonias de las orgías sagradas de primavera, donde las
Sacerdotisas-Ninfas invocaban la potencia fertilizadora de la Gran Madre para
las tierras del país aunque, a la hora en que las jóvenes Dríades elegían a sus
fecundadores entre la fila de varones expectantes, para unirse luego
ritualmente con ellos sobre el surco del arado o bajo la sombra de los
frutales, ella ponía todos sus pensamientos en Orfeo y prefería retirarse sola
a su árbol preferido. Porque igual que hacían las Ninfas Hamadríades de las
leyendas, ella había escogido como amigo a uno de los árboles. Era un haya
colosal muy cercana a la cascada, que tenía una gruesa rama baja y curva a la
altura de su pecho, a la que era fácil subirse. Dejándose acunar por el gran
árbol en aquel regazo suyo que se parecía a los brazos de un padre, contemplaba
como caían, sonoras, las aguas, desde la montaña a la laguna. Y hablaba con el
Deva que lo animaba de todo lo divino y lo humano, especialmente durante aquel
tiempo que su corazón sintió como el más largo y lento de su vida, el tiempo
que le llevó a Orfeo su aventura junto a los griegos en la Cólquide, y el
tiempo, sentido como mucho mayor, de todas las vueltas que ellos tuvieron que
dar para escapar a la venganza de los colquídeos, que los persiguieron en naves
de guerra por varios mares. Eurídice hablaba con su árbol amigo como si el alma-grupo
de las hayas fuese un dios bondadoso que podía proteger a su amado, estuviese
donde estuviera, ya fuese navegando en las aguas del Mar Egeo o del Negro, o
enfrentándose al peligro en los confines orientales del mundo. Durante aquel
tiempo que parecía no pasar, el árbol fue su confidente y su consuelo; cuando
estaba triste o melancólica se dejaba dormir en su rama, arrullada por el
fragor de la cascada. Se levantaba después sintiéndose recargada de energía
dévica y de esperanza y no dejaba nunca de darle un largo abrazo al grueso
tronco, antes de despedirse. Desde niñas, las Dríades habían sido instruidas
por las Sacerdotisas-Ninfas en el conocimiento, comprensión, colaboración,
comunicación y hasta identificación de sus propias almas con las almas-grupo o
consciencias dévicas que animaban al mundo vegetal, del cual los grandes
árboles eran consideradas las más evolutivamente avanzadas, entre las
manifestaciones de aquellas mónadas en el mundo de la forma vegetal. Eran
verdaderas antenas que captaban las mejores energías do Cosmos para
transmitirlas al planeta Tierra y a todos sus habitantes. Las Ninfas decían que
la Ley Cósmica del Amor consiste en que, en este universo hecho de Pura
Consciencia Activa, vehiculada en formas en transformación, las consciencias de
mayor desarrollo deben cuidar de las que tienen menos, si ellas quieren, a su
vez, ser ayudadas a ascender a escalones evolutivos superiores por los
espíritus sutiles que ya consiguieron acceder a ellos. “-Tal como los seres
sutiles elementales cuidan de las plantas una a una, así entidades de
consciencia mayor dirigen y cuidan en grupo a cada especie, incluída nuestra
especie humana. –instruía la Alta Sacerdotisa a sus discípulas- Jamáis estaréis
solas si os comunicais entre vosotras queridas, si os comunicais con vuestro
universo humano, ya bien lo sabeis. Igualmente, tened certeza de que si
invocais al resto del Universo que sois, ya al Macro o al Micro, el Universo
responde”. “Al igual que sentís en vuestro interior un espíritu puro (esto es,
sin personalidad ni libre albedrío) que es el Yo Superior o la Voz de la
Consciencia que siempre aconseja a cada persona encarnada, también, en vuestro
Yo Superiornacional o racial, hay un Guardián que vela por la preservación del
arquetipo de cada nación, así como de facilitar la realización de la misión que
cada pueblo tiene en el Plan Evolutivo para este mundo”. .”- No somos los
individuos aislados, separados y débiles que aparentamos, cada una de nosotras
pertenece, al mismo tiempo, a una constelación de espíritus relacionados de
todo nivel y al Gran y Único Ser que nos engloba a todos y que nos anima”.
“-Hay niveles de Espíritos Puros en nuestro Macrouniverso dotados de
consciencias más próximas a la de la Fuente Original - aquellos que nosotros,
tracios, y los griegos llamamos los Kabiri o Kabiros, los cuales conforman la
más alta jerarquia de nuestra constelación, acompañados fraternalmente por
todas aquellas mónadas que vivieron en el pasado en el Reino Humano de la
Superficie da Terra y que ya lo transcendieron. Nuestras antepasadas los
llamaban los “Jardineros del Universo”, “-Tal como nosotras cuidamos a plena
consciencia del desarrollo armónico de los árboles de nuestro parque, esos
poderosos espíritus se ocupan de cultivar cada una de las razas y subrazas
monádicas en las que se van encarnando as almas humanas quienes, antes
manifestarse en cuerpos de mujeres y hombres”. “Hemos sido amorosamente
cuidadas por nuestros Hermanos Mayores desde el principio de este Ciclo de la
Creación, cuando nuestras monádicas unidades de consciencia fueron emanadas de
la Consciencia única Original, para que pudiese expandirse, desarrollarse,
vivirse y conocerse a Sí Misma a través de nuestas vivencias múltiples en todos
Sus planos de manifestación”. “Antes de que nuestras mónadas eternas animasen
nuestras actuales almas humanas, ellas ya habían pasado mucho antes por
evoluciones en almas-grupo, revestidas de cuerpos animales, vegetales,
minerales y elementales. Los Devas de la Naturaleza nos dirigían, cuidaban y ayudaban
entonces, preservando el modelo arquetípico de nuestra semilla evolutiva y
facilitando en grupo la misión de cada especie o subespecie animal, vegetal o
mineral.” Ayudada por su sabia madre y por sus otras Maestras-Ninfas, Eurídice
había conseguido desenvolver un alto grado de comunicación intuitiva con varias
de aquellas entidades almas-grupo, muy especialmente con las que animaban a las
hayas, robles, pinos, cedros, chopos, cipreses y castaños. También se entendía
muy bien con los Devas de los laureles, olivos, higueras, almendros, manzanos,
perales e cerezos, y con los de todo tipo de cañas y bambús. Su grupo de
compañeras Dríades, las “Jardineras del Bosque Sagrado”, replantaban y regaban,
además, por toda parte que iban, rosas e iris silvestres de todos los colores y
formas, a las cuales llamaban “las joyas de la Diosa”. “-Es claro que los Devas
no hablan usando palabras y frases de lengua alguna, porque no poseen un cuerpo
físico ni mental semejante al de los humanos desarrollados. Ellos son pura sensibilidad
y sus vibraciones resuenan en el interior de aquellas de nosotras que tienen,
también, una buena sensibilidad y, sobre todo, que se hacen una con ellos,
mostrando un verdadero amor activo,contemplativo, constructivo y siempre
reverente por la Naturaleza, que es el cuerpo físico de la Gran Diosa dentro de
la cual vivimos y tenemos nuestro ser”. “-Cuando tú no habías nacido aún, pero
estabas comenzando a ser gestada en mi vientre –contaba su madre- yo ya tenía
una enorme comunicación contigo, a través de mi amor por tí, o sea, a través de
la Diosa, que es la Luz Inmaterial Viva que dio forma y sostiene a todas las
aparentes unidades de existencia material, para que cada una de ellas sirva con
afecto al conjunto, tal como las innumerables olas sirven a la conformación y
movimiento de la superficie del Océano Único”. “Yo cantaba bajito cuantas
canciones conocía para tí, porque la vibración del verbo amoroso es la que más
penetra e influye positivamente en todas las dimensiones. Eso es lo que se llama
orar, amar comunicándose. Es de esta misma manera reverente, devota, orante y
concentrada que tú puedes comunicarte con cada emanación de la Gran Madre que
anima cualquier planta, cualquier ser, con la lluvia, con las piedras, porque
por atrás de cuanto existe hay siempre un aspecto de la Madre Divina que te
responde si tú La invocas… Te responde dentro de tí y no afuera, es claro,
porque también es Ella quien conforma tu Mónada y quien creó la forma que la
vehicula en este plano.” De todos los vegetales del Bosque Sagrado fue con El
Árbol Amigo con quien Eurídice más había aplicado todas las enseñanzas de sus
maestras. Sentía una enorme compenetración con él, que incluía a todo el amplio
ámbito natural en el que le rodeaba. El árbol ganó su mayor abrazo cuando ella
vino corriendo una tarde, después de haber recibido a un mensajero de Ptía, que
le contó que los Argonautas habían conseguido retornar con el Vellocino de Oro
y con Orfeo vivo, entero y lleno de gloria. Él mandaba decir que amaba a
Eurídice más que nunca y que la vendría a ver antes que a nadie, en cuanto
regresase a Tracia.
13- EL SÁTIRO
Aquella
otra tarde era también de pura alegría. Eurídice estaba celebrando con sus
compañeras de grupo su despedida de soltera y su salida de la Fraternidad de
las Dríades, para casarse al modo griego. Aunque su madre, la Alta Sacerdotisa
de la Diosa, por mucho que la quisiese, no podía en absoluto mostrarse de
acuerdo con aquella concesión a los rituales patriarcales de los Olímpicos y
por eso había declinado su presencia, las compañeras de Eurídice hicieron
fiesta en el bosque, comieron juntas sobre la hierba y danzaron en coro como
chiquillas. Una de las chicas hizo la broma de qué pena que ya no hubiera más
sátiros en los bosques, hijos de Pan, el Dios de la Tierra, como en los tiempos
mitológicos, para ser perseguidas por ellos como lo eran las ninfas. ¡Yo seré
el sátiro!- gritó una de las mozas, la más traviesa, agarrando un palo y
poniéndoselo entre las piernas, como un falo enhiesto, mientras fingía abalanzarse
sobre otra de sus compañeras. -¡No, no, yo también soy un sátiro! ¡Aparta!
–gritó ella, y esquivándola, tomó otra rama, se la puso por delante y corrió,
amenazando a la primera por detrás. Las muchachas se morían de risa asistiendo
a la pugna de ambos falsos sátiros, pero al cabo, uno de ellos le dijo al otro:
-¡Compadre! ¡Mira ahí todas esas ninfas! Y el otro respondió: -¡A por ellas! Y
todo el grupo se dispersó por entre los árboles del bosque riendo a carcajadas,
gritando y jugando el divertido juego de “La Caza de la Ninfa”. Eurídice, desde
su escondite, vio venir corriendo a una de las sátiras, que sujetaba su palo
con la misma ferocidad marcial con que cargaría un lancero en la batalla. Se
echó atrás y la dejó pasar. Oyó más adelante un grito, otro de la sátira y los
correteos de ambas, alejándose alegremente. De repente, sintió una presencia a
sus espaldas y se volvió, pero no era la segunda sátira, como creía, sino un
bello galán muy bien vestido, al que conocía casi desde la infancia, un amigo.
Era el apicultor Aristeo, un joven guapo, brillante, de excelente cuna y muy
ingenioso, famoso por haber desarrollado un método que permitía un eficaz
cultivo doméstico de las abejas en panales artificiales, a fin de extraerles su
néctar a voluntad. También se le conocía como “el rey de los cazadores”, no
sólo por su maestría en la caza de ciervos, gacelas y jabalíes por los montes
vecinos, sino porque comentaban las chicas que era hijo de Apolo y que, con su
apostura y galantería había conseguido los favores de varias mujeres de alta
clase. Nadie sabía si los chismorreos decían la verdad, pero tal fama hacía que
algunas otras aspirasen a concedérselos en cuanto se pusiera a tiro. Él la
miraba a distancia, entre la sombra del bosque, con una sonrisa encantadora,
que realzaba aún más la belleza de sus ojos color miel. -¡Aristeo! -dijo en un
susurro devolviéndole la sonrisa y sinceramente contenta de verle- ¿Qué haces
aquí, loco? ¿Cómo entras en un bosque sagrado sin pedir permiso? Te pueden
despedazar las ninfas -y avanzó confiadamente hacia él para recibir su saludo.
-Necesitaba verte -respondió él, inclinándose, sin dejar de sonreír, con
aquella voz tan bella como su rostro-. Vámonos un poco más adentro del bosque
para hablar, Eurídice; si me ven tus compañeras se va a armar un escándalo.
-¿Pero tiene que ser ahora? -respondió Eurídice- ¿No puedes venir por la tarde
al templo, con la gente que trae las ofrendas? -Ésto no puede esperar,
Eurídice, vamos ahora, vamos -la tomó con osadía por la mano, como cuando eran
niños, y fueron apartándose juntos de donde se oían las voces de sus compañeras
y acercándose al rincón de la cascada, rodeado de hayas. Allí Aristeo se
detuvo. -¡Que belleza de lugar, Eurídice! Ven –dijo-, súbete a esta piedra un
momento -y la hizo colocarse en un lugar en el que la joven parecía una estatua
sobre un pedestal, con la cascada derramándose detrás de ella, quedando a un
lado los riscos, y al otro el bosque milenario. Aristeo retrocedió unos pasos y
fingió que la pintaba sobre el aire, con un pincel imaginario. -Si yo fuese un
artista te pintaría ahora mismo, Eurídice…pero como, infortunadamente, no lo
soy, sólo puedo decirte que mis ojos te están viendo tan linda como si fueses
la Diosa de las Cascadas. Ella se quedó encantada y se inclinó hacia él en una
divertida reverencia cortesana. -Lindo eres tú, príncipe azul ¡Miel para tu
boca! ¿...Pero para decirme eso me has hecho venir hasta aquí? Él le dio la
mano para ayudarla a bajar de la piedra con un pase gentil, que parecía de
danza, pero no la soltó, sino que la retuvo cerca y le dijo: -No, Eurídice,
para lo que vine es para decirte que no puedo dejar de pensar en ti. Seguía con
la misma sonrisa en su agraciado rostro, él sí que parecía un dios, ella pensó
que bromeaba. -No es una broma -adivinó él-. Te quiero. Estoy loco por ti.
-¿Pero cómo? -ella estaba muy halagada, aunque no podía creérselo-... nos
conocemos hace años y jamás me dijiste nada... -No me atreví -respondió él-. Me
parecías demasiado buena para mí, Diosa de las Cascadas. Te miraba y te miraba.
Y no dejé de pensar en ti ni de día ni de noche durante todos esos años, pero
no me atrevía a decírtelo. -¿Por qué no? -Porque se me rompería el corazón si
me rechazaras, Eurídice, porque me moriría o me mataría después. “¿Quién te podría
rechazar en una Fiesta de las Colmenas?” pensó ella; y le acarició el rostro,
conmovida. Mas en su mente estaba Orfeo. -¡Pero yo estoy comprometida ahora!
-le dijo- ¡Estoy a punto de casarme con Orfeo! -No puedes -dijo él suavemente,
mirándola con segura dulzura. -¿Por qué no puedo? –respondió ella, extrañada.
-Porque tú también me amas, Eurídice, porque somos los dos para los dos. -Yo
amo a Orfeo... -comenzó a decir, pero él la cortó. -Mírame un instante bien
adentro, en silencio, y luego pregúntate otra vez a quien tú amas. Ella lo
hizo, y lo que encontró en los ojos de Aristeo fue sincero amor, sincera
amistad, sincera admiración y sincero y sano deseo masculino por ella. Lo
abrazó. -¡Amigo, amigo, amigo querido! -dijo con pena. Lo besó tiernamente en
la mejilla, mantuvo su cabeza pegada a su hombro un rato, gozando de su viril
vibración, de su nobleza. Luego se apartó un poco y siguió tomada de su mano y
mirándolo sin saber como consolarlo...¡Los hombres eran tan frágiles! -Quisiera
poder desdoblarme en dos para darte una parte de mí y otra a Orfeo –dijo con su
mayor bondad-. Pero ya no puedo -sonrió tristemente, e hizo un gesto con los
hombros como para animarlo a sonreír también-. Dejo la Fraternidad y me caso al
modo griego. Monogamia. Nunca más seré la Diosa de las Cascadas. -Date toda a
mí solo, Eurídice -insistió él con una confianza aplastante en sí mismo. Y
avanzó, lento, pero imparable, hacia su rostro, con los párpados semicerrados,
con aquellos labios maravillosos buscando su boca para el beso. Ella se sintió
desfallecer, él la estaba besando en la boca y luego en el cuello, y sus brazos
la rodeaban y ella también puso los brazos alrededor del cuello de él,
sintiendo que todo su cuerpo empezaba a abrírsele, como una flor a una abeja...
aunque, en el último momento, antes de dejarse ir, volvió a su mente la imagen
más amada de Orfeo. -¡Pero no! -intentó soltarse- ¡No! -dijo con más firmeza
cuando él pretendió seguir. Él no hizo caso de sus súplicas, continuaba
besándola en el cuello con pasión y sus manos intentaban excitarla. Se
desprendió, dio un paso atrás y dijo muy seria: -¡Ya no puede ser! ¡Tenías que
haber dicho algo bastante antes! ¡Ni siquiera te presentaste en la Fiesta de
las Colmenas, cuando podíamos elegir entre los hombres-abeja! ¡Ahora ya amo a
otro y lo amo totalmente!... Lo siento mucho, Aristeo. Él la miraba con una
intensidad que quemaba, pero en su expresión no había la menor tristeza, había
seguridad, una seguridad indomable de que la iba a conseguir. Sonrió. Eurídice
se sintió vacilar ante tanta seguridad. Estaba muy hermoso y muy terrible
sonriendo así. Sintió su poder sobre ella, tuvo miedo. -Me voy -dijo-. Adiós,
amigo... Mas él avanzó y la atrajo hacia sí con suavidad, como creyendo que
ella bromeaba, la abrazó sin besarla y se estuvo muy quieto, y a ella le entró
la ternura y lo abrazó también, pensando que había sido todo muy bonito. Ojalá
que pudiesen despedirse como buenos amigos que, en verdad, se querían. Pero él
ya intentaba de nuevo fascinarla con su mirada melosa, ya le buscaba la boca
otra vez y ella decidió que eso se tenía que terminar. -¡Para, Aristeo! -dijo
con fuerza-. Me voy, ahora sí que me voy. No la dejó desprenderse, insistió,
insistió, y esta vez con determinación avasalladora. Se sintió forzada, violentada,
quiso desprenderse y retroceder, pero la mantenía presa. Notó la virilidad de
él apretando su vientre bajo la ropa y no era algo agradable ni excitante, sino
agresivo, duro, obsceno, indigno de ser soportado por una Dríade. Se cerró
tanto como antes se había abierto. Conminó, suplicó, intentó hablar con él, con
el amigo gentil, con el caballero, con el hombre. Pero él ya no escuchaba, no
servía de nada hablar, ni gritar, ni agitarse, ni intentar arañarle ni
morderle. Ya no había allí amigo, ni caballero, ni hombre, sólo una compulsión
ciega buscando su propia culminación, una voluntad inconsciente de penetrar y
poseer, un animal en celo lanzado adelante, a tumba abierta. Eurídice se vio de
pronto acorralada contra un árbol, apretada por el vientre de aquel hombre
convertido en una bestia, que la agarraba fuertemente con una mano, mientras
intentaba arrancarle las ropas con la otra... mas no era aquél un árbol
cualquiera, era Su Árbol, el haya milenaria con cuyo Deva tanto se había
comunicado, el gran árbol que tanta energía de amor había recibido de ella y
que tanto amor y fuerza podía devolver. Se sintió, primero, protegida, después,
poderosa. De un potente codazo en plena cara echó hacia atrás a Aristeo.
Inmediatamente se le arrojó encima, dándole un brutal rodillazo en la
entrepierna que le hizo caer cabeza abajo, revolviéndose de dolor. Cuando lo
vio en el suelo le largó otra patada con toda su fuerza en el mismo lugar, que
le dolió tanto que se cortó por completo su voluntad y con ella, el hechizo que
la dominaba. En la segunda caída Aristeo quedó inconsciente. Eurídice echó a
correr, aunque, a cierta distancia, se volvió y se lo quedó mirando en pie,
dispuesta a seguir corriendo. Pero el hombre estaba bien inmóvil. Se preguntó
si no lo habría matado. Agarró una piedra, la levantó, amenazante, se le fue
aproximando con total cautela, la acercó a su cabeza, dispuesta a golpearle si
reaccionaba y se inclinó sobre su pecho. Oyó su corazón, respiraba. Se quedó
más tranquila. Bajó la piedra sin descuidar la guardia; apartó de la cara de su
agresor con la otra mano los cabellos que la cubrían y se quedó mirando un
momento el rostro de Aristeo, que seguía siendo bello y sensual. Su labio
inferior estaba amoratado por su primer codazo y soltaba un hilillo de sangre.
Lo limpió con saliva y lo acarició con pena. Luego se puso en pie, siempre con
la piedra a punto, fue hacia su árbol y lo tocó un momento, agradecida. Cuando
se alejó bastante soltó por fin la piedra, compuso un poco sus ropas medio
desgarradas y se dirigió a buen paso hacia donde pensaba que estarían sus
compañeras; aunque lo que más estaba deseando, en realidad, era meterse desnuda
bajo del agua de la cascada, lavarse y purificarse totalmente de todas las
fuerzas oscuras que habían quedado prendidas en ella. Cuando regresó al poco,
con todas las Dríades armadas de instrumentos de labranza, hachas y cuerdas,
para atarlo y darle su merecido, Aristeo había desaparecido y por mucha
búsqueda que hicieron, ya no lo encontraron. -¡Iremos a por él a su casa!-
gritó una. -¡Si se ha escapado, la quemaremos, para que aprenda! -gritó otra.
-¡Quemaremos también sus colmenas de abejas, eso será lo que más le va a doler!
-propuso una tercera, furibunda. Pero Eurídice, que ya se había tranquilizado,
contuvo y acalmó la furia de su grupo y, con muchas razones, les pidió que no
hiciesen nada antes de la boda ni se lo contaran a nadie y mucho menos a Orfeo.
Ya que contárselo, dijo, sólo iba a provocar que se viera en la obligación de
desafiar a Aristeo y que su inmediata boda se tuviera que aplazar o se amargara
por un lance de sangre en el que su amado pudiese correr peligro. Después de
mucha discusión, consiguió que se avinieran a un pacto de silencio; pero las
más exaltadas dijeron que a secreto agravio, secreta venganza, y que, cuando
hubieran pasado dos o tres semanas después de la boda, no iba a quedar sino
humo de la famosa granja apícola del descarado violador que se había atrevido a
profanar un bosque de Sacedotisas-Ninfas.
15-
LA BODA
.
Aquella
misma mañana se había celebrado la boda, con cientos de convidados entre los
que figuraban los propios reyes de Tracia, los príncipes y buena parte de la
nobleza. Fue, realmente, la boda del año en la capital y no pocos de los
antiguos compañeros de Orfeo viajaron desde tierras distantes para estar
presentes. Las jóvenes de la Fraternidad de las Dríades danzaron graciosamente
en coro, dejando antes bien claro que lo hacían a título particular, rodeando a
Eurídice al compás de la lira de Orfeo y de los instrumentos de una veintena de
sus amigos músicos, más otros veinte contratados, que daban sonido y color a la
ceremonia. Tras haber sido oficialmente declarados marido y mujer por los
sacerdotes de Hera, con los monarcas como padrinos y testigos, y después de
probar juntos el membrillo confitado, besarse con la boca llena de su dulzor y
ser vitoreados por todos, que arrojaron sobre la pareja un verdadero diluvio de
pétalos de flores, anises, bendiciones y deseos de una larga vida, llena de
felicidad, prosperidad y descendencia, comenzó el gran banquete en medio de la
alegría general.
A
los postres, sus antiguos camaradas argonautas pidieron a Orfeo que les
declamase algunos de sus famosos poemas cantados sobre las partes dramáticas de
su aventura y que mostrase a los asistentes, una vez más, a la
maga-serpiente-dragón Llilith que había capturado. El bardo respondió
alegremente que con mucho gusto les iba a declamar cuatro de los mejores cantos
antes de retirarse del banquete con su esposa, pero rogó que le dispensasen por
esta vez de mostrar su trofeo, porque aunque por la mañana había pensado en
traerse su cesta a la boda, al final decidió que era mejor dejarla en su casa.
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