quarta-feira, 27 de novembro de 2019

71- LAS ENSEÑANZAS DE AMERGUIN



71- LAS ENSEÑANZAS DE AMERGUIN


Éstas son notas sobre algunas de las conversaciones más interesantes que Orfeo recordaba haber tenido con Amerguin, durante su estancia en Milesia:


"...Nuestras percepciones humanas de seres de la superficie de la Tierra son muy limitadas -dijo en una ocasión-; no tenemos capacidad, ni contando con el más avanzado desarrollo evolutivo de nuestra consciencia humana actual, para captar más que tres o cuatro de las capas superficiales, las más densas, de una realidad cósmica multidimensional, en la que nuestro propio ser integral se está manifestando y expresando al tiempo, hasta en siete bandas o fajas de ondas vibratorias, como la Jerarquía de la Luz indica.

Ésto quiere decir que nuestro mundo aparente, en realidad, es el campo de manifestación donde siete mundos se interpenetran, a distintas velocidades vibratorias, es decir, en distintas percepciones del tiempo, ocupando todas, sin embargo, el mismo espacio. Gal es un Vórtice Planetario de cuatro dimensiones, y un mundo paralelo al nuestro, tridimensional, tanto como a otros tres mundos, más sutiles, de cinco, seis y siete dimensiones, según me dijeron mis más altos mentores, que se mueven entre ellos.

Podemos suponer, y eso es todo a lo que llegamos con nuestra más alta inteligencia terrestre, que el séptimo mundo que falta, vibra ya en el Tiempo Real del Ser Único en cuyo cuerpo de manifestación se manifiestan a la vez las siete dimensiones de todo el universo manifestado.

…De todas maneras, lo que podemos imaginar como Tiempo Real del Ser no es más que otra ilusión nuestra, un efímero movimiento de Su Consciencia, la cual vive una realidad sin tiempo, un Eterno Presente.

-¿Y qué cosa es ilusión? –Se atrevió a preguntar el tracio.

-Ilusión, Orfeo, significa tomar como realidad cualquier movimiento impermanente de lo Permanente. Pero es así como nosotros, los humanos, captamos las cosas.

 Por ejemplo, cuando yo estoy hablando contigo, tú estás interpretando mis palabras de acuerdo a los gestos impermanentes que la musculatura de mi rostro da a mi expresión a cada momento y, de acuerdo a las connotaciones emocionales que tales gestos traducen en tu sentimiento, al compararlos con referencias semejantes que existen en tu memoria subconsciente y que proceden de relaciones anteriores con otras personas que conociste, en ésta y en otras vidas.

...Pero no estás captando la serenidad permanente de mi espíritu, que es Quien está tratando de comunicarse contigo a través de unos recursos externos tan fáciles de ser mal entendidos, mal referenciados y mal interpretados. De la misma manera malinterpretamos las señales que, continuamente, nos está enviando El Resto del Universo que Somos, a través de los elementos de la Naturaleza que nos rodea y de todo cuanto acontece en nuestro caminar vital.

La conclusión es que jamás podremos captar las realidades superiores mientras estemos centrados en el uso de percepciones humanas que sólo sirven para volar a ras de tierra. Tenemos que ser capaces de renunciar a ellas y abrirnos desnudos y vacíos al Gran Misterio, para que el Gran Misterio nos penetre y nos ilumine con Su Gracia, cosa que será imposible si todavía estamos llenos de conceptos incompletos, cultivados por una mente limitada. Para que se pueda llenar de algo un recipiente es necesario vaciarlo antes.

¿Cómo vaciar nuestra mente? Sólo meditando y escuchando a nuestro interno. ¿Cómo invocar y atraer a lo superior a que llene el vacío conseguido y ofrecido? Sólo orando, agradeciendo la vida y cantando. ¿Cómo hacernos dignos de esa dádiva de amor del Todo? Sólo demostrando, a través del servicio desapegado, nuestro activo amor al resto de lo que somos. ¿Cómo procesar y comprender esa dádiva que nos penetró? Sólo contemplando. ¿Cómo celebrar lo recibido y mantenernos conectados con las más elevadas vibraciones? Sólo cantando y agradeciendo juntos sobre las ondas de la mejor Música Sagrada.


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-¿Cómo podríamos entender mejor lo que puede ser ese Mundo Suprafísico al que llamas Vórtice Gal? –preguntó otra vez Orfeo.

-Lo que nosotros llamamos Gal –respondió Glúingal-, es un mundo cuatri-dimensional paralelo al nuestro, existente en el espacio suprafísico de esa frecuencia, que coincide -en la nuestra tri-dimensional- con el espacio occidental de la Península Ibérica y con una gran extensión del océano que tiene enfrente… es decir, exactamente con el campo o espacio que, en la Era Anterior, ocupaba la Cuarta Dimensión de la Atlántida.

La Atlántida de Tercera Dimensión decayó y murió porque no fue capaz de seguir manifestando su arquetipo más elevado… la Atlántida de Cuarta Dimensión, el modelo arquetípico, al que vinimos a llamar Gal, sigue viva, e influyendo el desarrollo evolutivo de “nuestra” Tercera Dimensión, que ocupa el mismo espacio.

Ese mundo sutil terrestre, Gal, capta algo, a través de la cuarta de sus dimensiones, que es lo que podríamos llamar una dimensión-canal, o un espejo cósmico… lo que capta son los rayos de Luz Primordial que emana el Centro de la Gal-axia, rayos que están transmitiendo a todos sus sistemas solares el Plan Cósmico para cada ciclo y los impulsos para ponerse a realizarlo.

¿Y qué es lo que el espejo de Gal hace, en la tercera dimensión a la que influye, con esas energías galácticas que dan vida a su cuarta dimensión?- preguntó Amerguin de una manera que iba despertando nuevas capas de comprensión en la memoria profunda de Orfeo.

-Pues lo que hace –siguió el Instructor de los Milesios- es cumplir dos funciones o misiones suyas. Dos misiones que le cabe cumplir dentro de esa jerarquía funcional que genera y va manteniendo los universos del Ser Único, desde Su Fuente Original permanente hasta Su Periferia en continua transformación acelerada, ya expansiva o contractiva:

…Por una parte, transmite el Plan Cósmico y sus impulsos actualizados de realización al Corazón de la Tierra y a sus mundos intraterrenos, que son mundos de cuarta, quinta, sexta y séptima dimensión, o sea, más avanzados que nuestro mundo de superficie.

(Sus sutiles habitantes, y no nosotros, son los verdaderos terrícolas. Decidme, si no, qué es más importante en una manzana o en un huevo, si lo que hay en su piel o cáscara, o lo que hay en su pulpa interna o clara, y en su corazón o yema, que contiene las semillas de futuro del ser completo que las generó).

…Por otra, los proyecta por la primera, segunda y tercera dimensión de la superficie de la Tierra -aquellas dimensiones en las cuales a nosotros nos parece que tenemos nuestra existencia, porque son las únicas que alcanzamos a percibir y comprender-.

El Vórtice Gal refleja como un espejo y proyecta los impulsos continuos de esa energía directora de la Gal-axia desde un epicentro que cubre un radio de más de mil kilómetros hacia el Océano, al Oeste, y hacia el interior de las península Ibérica, hacia el Este, aunque esas ondas e inspiración y transformación se siguen extendiendo, cada vez con menor intensidad, por todo el planeta.

Los espacios donde la intensidad es mayor son los llamados a desarrollar y extender las civilizaciones que corresponderán a ese impulso arquetípico, y eso es lo que a lo que estamos sirviendo nosotros, aquí y ahora, desde nuestra relatividad- terminó Amerguín.

¿…Y donde se sitúa el epicentro de ese mundo de Cuarta dimensión?–se atrevió a preguntar Orfeo, regresando a su principal interés mental, ya que intuía que por ahí podría estar lo que él llamaba el Hades.

-Coincide con un punto bajo el mar, enfrente del excelente Puerto de los Gal, el que nosotros llamamos, abreviando, Portogal. en la desembocadura del Rio del Oro, pero más cerca del extremo sur de nuestro país…

Ahora bien, para embarcar hacia el Hades, que no es más que una de las siete dimensiones de ese mundo- añadió Armenguín con una de sus graves sonrisas, como si pudiese leer su pensamiento- no es necesario ir a Portogal, Orfeo, el puerto donde uno se embarca para allá es un Portal Iniciático, que se encuentra al final de este Camino de las Estrellas en el Océano, a más o menos una semana de Milesia caminando.

…Emanan del Vórtice poderoso de Gal – siguió el instructor, volviendo al tema- tres energías o impulsos planetarios fundamentales: impulso a fundirse con la esencia del único y múltiple Ser Real, a servirle con total entrega y a expresar generosamente Sus cualidades para beneficio de todos los Reinos de la Natureza, incluido el Humano.

Esos tres impulsos suponen, especialmente todo un enorme universo de transformación evolutiva para nosotros, los humanos de la superficie de la Tierra, si somos capaces de cultivarlos.

El nombre Gal posee tres letras. Es un nombre general para simbolizar la Trinidad que rige todas las esferas de la Creación Divina. El oculto Nombre Sagrado se divulgará ampliamente algún día, tal vez dentro de unos dos o tres mil años, cuando la Humanidad haya alcanzado un mejor nivel de consciencia que ahora, y en ese momento servirá para rescatar a muchas almas perdidas y confusas. Por ahora, reservamos su uso invocatorio tan sólo a nuestros Iniciados, para que no se contamine de banalidad.

 A la Trinidad puede dársele la imagen de un trébol o de una flor cualquiera con sólo tres pétalos. Gal también se representa con un Trisgal o Triskel, formado por tres medias lunas de puntas unidas a un solo centro, lo que expresa la polaridad lunar y femenina del planeta, igual que un sol o un molinete de más de tres brazos expresa la solar y masculina.

El centro Gal revela, de modo especial, la energía de la Madre o Alma del Mundo, que es una emanación de la Madre Universal y de la Madre Cósmica., aunque las tres son la misma Gran Diosa, actuando en tres distintos ámbitos.

Por intermedio del Vórtice Gal, El aspecto femenino, amoroso y maternal de la Divinidad se manifiesta como poder solar de gestación y materialización, al tiempo que como consciencia universal creadora y creativa, dirigiendo el universo de los Altos Devas o Espíritus Puros creadores y sostenedores de los arquetipos mentales sobre los que se desarrollan las formas.

¿Sabes qué es lo que caracteriza al Vórtice Planetario Gal? …Es pureza femenina, Orfeo, un manantial de amor del Alma Madre del Mundo, una cualidad de pureza femenina que modela, complementa y transforma la consciencia material, conduciéndola a la esencia universal y cósmica del Amor-Sabiduría, a la cual, en nuestro condicionamiento cultural, nosotros llamamos Cosus, en su aspecto solar, y Luh, en su aspecto Lunar, esencia masculina a la que vosotros los pelasgos representáis por medio de Apolo y Hermes.

Hablar del aspecto más elevado de Gal nos lleva a considerar la Jerarquía de los Dioses y Semidioses o, mejor sería, de aquellos espíritus-guías de la Humanidad que son dignos reflejos relativos de la Única Divinidad, y que sostienen las condiciones interiores de la evolución de la consciencia humana, además de ser cabezas de pirámide en la relación del Planeta -como consciencia viva, como Logos Planetario-, con el Cosmos.


La Hermandad de los Seres Evolucionados que residen en el Reino Suprafísico de Gal cumple una tarea específica con las energías que ese Vórtice Planetario pone a disposición de quienes las invocan. Gal es una emanación de la consciencia creadora de la Madre del Mundo, gestada en el Reino Suprafísico de Avalon, donde existe un núcleo de consciencias sutiles actualmente femeninas.

Vinimos a saber por nuestros Guías que los espíritus femeninos que habitan este Reino Sagrado de Avalón animaron, en el pasado, a los cuerpos de los hombres más patriarcales, turbulentos y guerreros de la Quinta Subraza Atlante, formada por los Semitas Originales,

Supimos tambièn que estos Semitas eran los antepasados de los Arianos Originales que emigraron con el Manú Vaivasvata desde Atlantis hasta Egipto y Arabia, donde sufrieron una dura selección evolutiva durante varias generaciones, antes de salir a atravesar Asia por la ruta de las caravanas, para cumplir su misión de materializar Shambala en la Isla Blanca del Mar de Gobi y construir la Ciudad del Puente capital de su imperio y de su linaje Ario, del cual acabaron saliendo, entre sus muchos nietos, los pelasgos, los griegos, los troyanos, tu estirpe tracia y la nuestra de los Gal.
 .
Nuestros Mentores nos dijeron que en la mitad del ciclo de la Raza Raíz Anterior, los Semitas Originales tuvieron su hogar original en tierras que hoy conforman el Norte de las Islas Casitérides, o las Hibernias, o el mar entre ellas, aunque a lo largo de milenios se extendieron en colonias por varios continentes . Esos antiquísimos espíritus, los más adelantados de aquella Subraza, que hoy habitan Avalon, después de cientos de miles de años encarnando en nuestro plano o evolucionando en otros cada vez más elevados, fueron transformando su polaridad, que la mayoría de las veces fue bien masculina, en sutil y femenina.

Eso les llevó a alcanzar un excelente grado de Energía Cósmica de Unificación, o bien están ya encaminados por esa senda. Sus Maestras Superiores ya viven totalmente en sus Mónadas o en Almas Andróginas y forman parte de la Hermandad de Guías del Plan Evolutivo.

Siempre un Vórtice Planetario, lo de abajo como lo de arriba, tiene una tripe regencia de elevados miembros de la Jerarquía y claro, el de Avalon, que es un centro muy femenino, está regido por tres diosas. Nos llevamos una gran sorpresa cuando quisimos contactar con ellas a través de nuestra amada Diosa Banda, patrona de los Brigmil, porque resultó que ella misma es una de las tres regentes de la Isla del Destino con un nombre local ligeramente distinto. Las otras dos se llaman Eriu y Fodla.

Parece ser que en tiempos muy antiguos esas islas del norte fueron pobladas por navegantes ligures procedentes de Iberia, aunque luego hubo diversas invasiones de otros pueblos, por tanto, allá como aquí, Banda siempre ha estado en su ámbito. De las tres, Eriu es la que más específicamente identificada está con esa isla que vio Aito, y con la misión que le corresponde: la misión de llegar a materializar las cualidades de Avalon sobre la superficie de ella.

Las tres diosas nos están requiriendo colocar nuestro espíritu en esa isla y, si más tarde fuese posible, en todas las Casitérides y en el litoral continental que está próximo, Armórica.

Para eso tenemos que llegar a fundar en ellas tres comunidades iniciales que sigan el modelo de esta nuestra de Milesia, ya que, Iberia y las Casitérides tienen el destino de crear dos civilizaciones distintas, a veces aparentemente opuestas, pero en realidad complementarias, que llevarán, en los próximos dos milenios y medio, el espíritu del Nuevo Ciclo a toda parte del planeta.

Para cumplir esa misión, mandaremos allí como pacíficos exploradores a Aito, comandando a una fuerza de guerreros Brigmil, a bordo de tres barcos pilotados por brigantes, ya que es su caudillo Breogán quien financió la expedición y puso los navíos. En la Armórica o en la Isla Casitéride Mayor no será arriesgado desembarcar, pues hace muchos años que sus litoráneos se relacionan con los navegantes Gal.


Si esa isla desconocida que Aito vio desde la Torre de Brigantia, que debe estar a no se sabe cuánta distancia al Oeste de la Casitéride Mayor, estuviese poblada por seres humanos, él debe negociar con los Dirigentes o Consejos de alguna de sus tribus la posibilidad de abrir en su litoral un primer puerto de contacto y cordial intercambio entre nosotros.

Tanto Shambala como el anterior Vortice Evolutivo Regente de todos los Vórtices del Planeta antes que él, tuvieron una importante participación activa en la fundación y construcción de Gal, al introducir sus componentes cósmicos y siderales en ese proceso. La Hermandad Evolutiva me prometió entregarme muchos otros conocimientos acerca de Gal cuando vayan llegando los ciclos oportunos. Entretanto, los milesianos estamos cumpliendo la tarea de preparar y las mentalidades humanas que harán posible el advenimiento de ese ciclo, sobre nuevas plataformas territoriales."

 Shambala todavía es el principal Centro Regente a través del cual se desarrolla el Plan Evolutivo en la Tierra, aunque mis mentores me comunicaron que dentro de unos dos mil quinientos años se desplazará su Eje de Influencia a un lugar situado mucho más hacia Occidente, al centro de un nuevo continente que surgirá, como Avalón ahora comienza a surgir, de entre las nieblas del Océano. La parte norte de esa Nueva Atlántida vivirá una evolución positiva a partir del Espíritu de Avalon, así como su parte Sur lo hará a partir del Espíritu de Gal. Antes de ese momento llegar, yo tendría que formar a una gente capaz, por una parte, de colonizar con ella una isla ignota que sería la manifestación física del vórtice Avalon. Por otra, que, desde el norte de Iberia, los milesios galaicos deberían expandirse hacia su extremo sur, para iniciar desde allí el descubrimiento de nuevos mundos.





72- LA PROPUESTA


Una tarde Orfeo preguntó a Amerguín, tras el ensayo del Grupo de los Musicos, por qué había creado un cuerpo de guerreros como los Brigmil.

"-Algunas tareas -explicó él-, nos ayudan a evolucionar más rápidamente que otras, sobre todo aquellas en las que te estás jugando la vida, que son las únicas capaces de conmover a los espíritus más fuertes y duros, los que más remordimientos cargan sobre sus espaldas, los que más se han manchado de sangre.

Por eso nosotros acogimos a ese tipo de gentes indómitas y violentas, que abundaban en el país de los Gal y en toda Iberia y, para darles una oportunidad de redimirse, practicando sin apego la vida de acción arriesgada a la que estaban acostumbrados, creamos la Fraternidad de los Guerreros Libres, los hicimos entrenarse al ritmo de nuestros himnos y los pusimos a guardar nuestra comunidad y sus accesos por el Camino de las Estrellas, aunque yo tenía claro que, cuando llegase el momento oportuno, los Brigmil serían los esforzados pioneros que habrían de iniciar la misión histórica de expandir el linaje de los Gal y el espíritu de Milesia hacia los nuevos mundos, todavía ocultos por las nieblas del océano.

En tiempos de paz, cuando había necesidad de hacer trabajos colectivos bien duros, siempre los convocábamos y se comportaban muy bien en ellos. Tanto como se aburrían a muerte en los trabajos más suaves y rutinarios. Así que también los entrenamos en servicios de salvamento y rescate, en poda de árboles, tallado de piedras, en recoger y cortar leña o en construir muros, edificios, caminos, canales y represas.

Para entonces, Aíto, uno de los hijos del Caudillo Breogán de Brigantia, era aquel de ellos que más se destacaba como su posible sucesor al cargo de jefe de guerra, lo que se consigue por aclamación directa de la mayoría de los guerreros brigantes. Sin embargo, la vida de la corte y del ejército regular no le satisfacía, y cada vez venía a pasar temporadas mayores en Milesia, donde se encontraba mucho mejor en compañía de los Brigmil que en la corte de su padre.

Un día me vino a preguntar lo que yo pensaba que debía de ser un héroe. Yo sabía que no podía darle una respuesta superficial, así que le respondí que se pusiera cómodo y escuchase mientras yo tocaba mi arpa. La música me inspiró y, a través de ella, lo Superior habló conmigo, como casi siempre hace. Lo que habló, también inspiró el tono de lo que estaba tocando y, cuando terminé, Aito estaba conmovido, abierto y sensible.

Fue después que paladeó todas aquellas vibraciones en el largo silencio concluyente, que le dije: “Un héroe es una persona que está totalmente ahí, fundido con su misión, sirviéndola con total dedicación y sin protagonismo. Nada de él está afuera de esta concentración, no tiene expectativas, ni proyectos personales, ni nada externo al cumplimiento de la ascensión evolutiva de su consciencia. Su grandeza la pone en formar parte de algo que adivina como mucho mayor que él, contribuyendo, con ello, a su manifestación y su existencia.”

Aquello tocó donde el espíritu de Aito quería ser tocado. Volvió a Brigantia y habló con su padre: Le comunicó que abandonaba definitivamente la corte, todos sus cargos y privilegios y su candidatura a futuro jefe de guerra del ejército brigante para convertirse, si le aceptaban, en un Guerrero Libre.

En ese caso, aseguró que siempre estaría a disposición de su padre y de Brigantia si éste convocaba en su ayuda a los Brigmil y los Brigmil decidían ayudarle.

Los Brigmil sometieron a Aito a las duras pruebas que imponen para seleccionar a sus candidatos y superó todas con brillantez.

Breogán quedó triste y furioso, y no quiso ni saber de los Milesios durante un año; pero después llegó una invasión pirata a sus costas y tuvo que convocar a todos sus aliados.

A nosotros sólo nos interesa la evolución de la consciencia y un guerrero sabe muy bien que quiere morir gloriosamente con la espada en la mano, y no agotado por la vejez en una cama, por eso no dudamos en lanzarnos a las mayores aventuras. Algunas veces los cuerpos de nuestros compañeros quedan tendidos en el campo de batalla y tenemos que rematarlos con un golpe de misericordia, si vemos bien claro que no van a poder recuperar su actividad, Todos los Brigmil concuerdan en eso, ya que están convencidos de que sus espíritus son inmortales, y que una actuación honrosa en el combate supone una expansión de sus consciencias.

Los Brigmil me pidieron para ir a luchar al litoral, y yo les autoricé. Tuvieron una actuación destacada en dos batallas y un abordaje a un navìo, en el cual murió su antiguo comandante. Inmediatamente, Aito asumió de forma espontánea su puesto, por sus dotes de estratega y por su impulso corajoso, que todos admiraban y seguían. Terminada la batalla, sus compañeros lo subieron a sus escudos y lo proclamaron nuevo comandante. Fue durante la celebración de esa victoria en Brigantia, hace poco más de un año y medio, que le dieron a beber la Bebida del Poder y que tuvo su visión, al subir en trance a la Torre de Hércules.

A partir de entonces, también yo comencé a recibir sueños e intuiciones que relacionaban la Isla del Destino, que Aito había entrevisto, con mis propias visiones y las que recibí de mi padre Niul, las cuales tomaban la forma de una nueva plataforma con la que lanzarnos a comenzar a descubrir la Nueva Atlántida. Los dos juntos, Aito y yo, fuimos a ver a Breogán, y éste, que aún nos estaba muy agradecido, concordó en mandar preparar tres navíos brigantes para una expedición exploratoria. El caudillo de Brigantia dijo que si conseguíamos establecer nuevos puertos francos para intercambiar productos con los nativos de las Casitérides, ya se justificaría el gasto."


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Una tarde, Amerguin pidió a Orfeo que se quedase a conversar con él después del ensayo del Grupo. Cuando se quedaron solos Amerguin pulsó su arpa y estuvo un tiempo repitiendo un mismo acorde en tres variaciones diferentes: Graves, medias, agudas.

-“Existen tres vibraciones básicas –dijo como quien declama, sin parar de tocar- donde la Trinidad de Logos que componen cuanto somos en cualquier dimensión, permanecen en total equilibrio creador, bajo las Leyes de la Matemática, la Química y la Física Mágica, y estas vibraciones y sus frecuencias, son: Los tonos de Color, el Sonido y los Números.

Todo absolutamente todo en la Creación, responde a estas tres vibraciones del Verbo Divino que crearon, sostienen y hacen evolucionar espiralmente, en ondas fluyentes y cíclicas de expansión y retorno al Origen, todo cuanto existe, nada escapa a sus arreglos matriciales armónicos en millones de millones de combinaciones, bajo el Espectro del Sonido, el Espectro del Color y el Espectro Numérico. La Música es el latir del Ser Universal en tres tiempos.

La Música es el arte de la combinación armónica y creativa de estas tres vibraciones fundamentales, La Música Sagrada o Mágica es el mayor instrumento de comunicación interdimensional y de transformación integral que existe.

La Música es la escala que te permite ascender con tus oyentes a los Siete Cielos, atravesando dimensiones cada vez más sutiles y sublimes, si está bien conectada con el Verbo Creador Original… o descender a los Siete Infiernos y degradar y destruir al músico y a quienes él conmueva, si conectada con el puro ego, si usada como Magia Negra.”-


Glúingal dejó el arpa y se volvió hacia el tracio, que estaba sentado junto a él. Lo miró a los ojos profundamente mientras un largo silencio los envolvía en pura comunicación de almas.

“-Orfeo, tú eres el músico mejor dotado que llegó hasta ahora por Milesia- comenzó a decir finalmente -, y un alma muy bien conectada con el Alma del Mundo, a través de tus propias referencias culturales.

Mi espíritu reconoce a tu espíritu como un antiquísimo actor, compañero suyo en el Teatro de la Eterna Existencia del Ser durante muchas vidas. A veces, nuestros personajes fueron colaboradores en misiones y tareas, a veces rivales, nunca indiferentes. Por otra parte, te integraste perfectamente entre nosotros, durante los últimos siete meses, y Aito y los Brigmil te respetan y te tienen amistad.

Entonces, te voy a pedir que hagas el favor de considerar con atención una propuesta que me fue inspirada por la Jerarquía… pero primero vamos a usar la lógica más simple y concreta para considerar por qué estás aquí en Milesia, y por qué estamos teniendo esta conversación:

 …Supe que en el pasado renunciaste a una corona, como Aito, porque querías conocerte y probarte a ti mismo, como uno más, sin privilegios, en una empresa de igualitarios guerreros libres. …Supe que contribuiste de forma decisiva a la consecución de los objetivos de una arriesgada expedición naval, la de los Argonautas al Cáucaso, donde tu actuación fue impecable. … Supe que, en el momento de tu mayor triunfo, perdiste a tu mujer, y el dolor te hizo torcer el rumbo de tu destino, negar la realidad y convertirte, durante unos trece o catorce años, en un confuso vagabundo, obsesionado por rescatar aquello que es imposible de ser rescatado. …Supe, por la Madre Linilel, de tu excelente actuación en el campo de refugiadas de Lur, y de tu probada buena conexión con lo Sagrado. …Pude comprobar aquí mismo que, a pesar de todo tu sufrimiento, los talentos con que fuiste dotado para realizar tu misión y tus tareas en esta vida no se deterioraron, sino que aumentaron de calidad en la forja de tu desesperada búsqueda y te hicieron más valioso y más sabio. …No me cabe la menor duda que toda tu búsqueda del Fin del Mundo, del Océano y de los mundos interdimensionales situados Más Állá del Océano, correspondía a la atracción interna que los Vórtices Gal y Avalon estaban ejerciendo sobre tu alma, como sobre la de tantos sinceros peregrinos que acabaron integrándose aquí. Está claro que no fue una casualidad tu rescate por los Brigmil ni que decidieses quedarte tanto tiempo en Milesia, donde ya eres uno más de la familia, y uno de los buenos.

Así que, por todas esas razones y porque la Jerarquía te indica, te convido ahora a que retomes firmemente el rumbo de la misión que viniste a realizar a esta vida, a que te unas a la expedición exploratoria de nuestros hombres, tus amigos y hermanos, en busca de la Isla del Destino, pues estoy seguro de que podrás mantener altos los ánimos de los guerreros libres y los marinos brigantes, al mismo tiempo que convocar la protección de los dioses del mar, así como de las tres diosas que rigen el Vórtice Avalon.

Además sabrás transmutar, con la potencia luminosa de tu maestría musical, cualquier vibración maligna o ataque mágico que pueda provenir de los actuales ocupantes de aquel territorio. Aito está llamado, por la Trinidad de altos espíritus que lo rigen, a ser su Rey Constructor y Legislador, mientras que tú estás siendo convidado a ser su Maestro Mago, Canal, Consejero y Bardo-Sacerdote.

Si escogieses con toda libertad y te comprometieses con convicción a participar, la Jerarquía promete que esta empresa fluirá hacia el triunfo desde el principio hasta el final y tu lira, en la Isla del Destino, extendida por los Brigmil del Norte a todas las Casitérides e Hibernias, así como mi arpa, en el País de los Gal, extendido por los Brigmil del Sur hasta el extremo sur de Iberia, serán los emblemas de dos poderosísimos imperios complementarios que construirán en el futuro, navegando sobre el Océano el Camino Sagrado del Sol y las Estrellas, al norte y al sur, la Nueva Atlántida de la Nueva Era de la Sexta Subraza, en la que la Raza Monádica Ariana alcanzará plenamente el desarrollo del Mental Superior, para que todos los miembros de la Humanidad Solar puedan llegar a vivir como almas.

Si aceptases este alto destino y misión desde el convencimiento de tu libre albedrío, la condición siguiente sería renunciar para siempre a tu libre albedrío, a tu pasado, a toda tu historia, deseos y objetivos personales. A toda tu personalidad humana, en fin.

Tendrías que renunciar a cuanto crees que eres y sientes ahora mismo, y consagrarte y entregarte enteramente a convertirte en un vacío instrumento de la Jerarquía de la Luz.

En nombre de Ella, yo te puedo guiar y aconsejar, al principio, aunque sólo te podrá guiar y aconsejar tu propio interno, desde el momento en que embarques en Brigantia.

Igualmente centrado en la devota y obediente comunicación interna, silenciosa o musical, con aquellos Rayos de la Suprema Consciencia que decidan inspirarte, tendrás luego que aconsejar a Aito y a los Brigmil, pero única y exclusivamente después de que él o ellos te lo pidan.

Eso es todo cuanto te puedo decir, Orfeo, no me respondas ahora. Medítalo bien el tiempo que lo necesites y comunícame tu libre decisión cuando tu alma la tenga bien clara, sin miedo a perder mi aprecio si fuese negativa.

Si tu respuesta fuese positiva, te instruiré intensivamente durante un mes, y después te enviaré a reunirte con Aito, que ya se marcha mañana con sus hombres, para prepararlo todo en Brigantia.-


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Esa misma noche, Aito y una compañía bien seleccionada de sesenta Guerreros Libres, entre los que estaban Turos y Bodo, fueron homenajeados y despedidos por sus compañeros de la Hacienda 5 durante la cena. Asistió a ella también Glúingal y gran parte de la cúpula rectora de Milesia. Orfeo estaba entre los convidados distinguidos.

Todo cuanto había para ser dicho, se expresó con sencillez en las oraciones y cánticos de apertura y cierre de la cena, tan silenciosa como todas las demás. No hubo despedidas particulares ni mucho menos abrazos, eso no se estilaba entre los milesianos. Pero la comunicación alma a alma entre los camaradas que partían y los que se quedaban, hacía estallar de sentimientos diversos los pechos de la mayoría y siguió embriagándolos cuando cada uno marchó a intentar dormir a su propio espacio.


El amanecer siguiente fue el más espléndido en tonos púrpura extendidos por el cielo al que el bardo había asistido durante toda su estancia en Milesia. Semejaban campos tupidos de amapolas suntuosas donde pacían, en todo lo alto del horizonte, rebaños de millones de nubecillas lanudas como carneros de oro.

Dirigió un pensamiento emocionado a los expedicionarios que en aquél momento deberían estar saliendo a caballo al Camino de las Estrellas, en una larga fila de a dos, antes de torcer al norte, en dirección a Brigantia. Y les deseó la mejor preparación del mundo.


Luego buscó al administrador y solicitó retirarse a una cabaña de la Hacienda 7 durante el tiempo que fuera necesario para tomar su decisión. El administrador tenía instrucciones y se lo facilitó enseguida.






73- LA DECISIÓN DE ORFEO


Los primeros tres días de su retiro los dedicó, simplemente, a pasear feliz por el bosque y la montaña y a contemplar la belleza del mundo.

Disfrutar de la naturaleza, disfrutar de su soledad, disfrutar de no tener obligación ninguna durante, al menos, una semana… -“porque, por las razones que dio Glúingal, está claro que tengo que ir”. -“Tengo que ir, todo propicia el ir y quiero ir” -pensaba, y cada vez le parecía más atractiva la idea de repetir la expedición Argonauta, esta vez con mayor conocimiento de la vida, mayores habilidades personales y en compañía de unos camaradas infinitamente más disciplinados y unidos que los argonautas, respaldado por un cargo que lo hacía el segundo en el mando, después de “El que dice la palabra”. Sería quien aconsejase, en nombre de las diosas y hablando el último, la palabra correcta a decir.


El tercer día le entró un sentimiento de responsabilidad adulta y resolvió no dejarse llevar por inmaduras vanidades de poder y gloria, ni por ilusorias repeticiones de aventuras del pasado, ni por impulsos irracionales o místicos, como había hecho siempre, sino profundizar más en su reflexión, sopesar, con método, los pros y los contras.

Lo primero que pensó es “por qué” tenía que tomar una decisión. Una decisión supone una obligación ante uno mismo, autoestima; ante los demás, honor social, aceptación o rechazo del propio medio; y ante la Vida, diosa implacable a la hora de enviar las arpías del remordimiento, de la fortuna adversa, del castigo y hasta de la posible condenación más allá de la muerte, a quien no cumple bien o a quien escoge errado.

Sería mucho mejor dejarse llevar por el flujo de los acontecimientos y de los gustos, sin tener que tomar decisión alguna.

Pero escapar de tener que tomar decisiones es una ilusión, la vida nos está llevando continuamente a encrucijadas o sucesos inesperados en los que nos fuerza a tomar éste o aquel camino, o volver atrás o quedarnos parados. No hay manera de evitar decidir.

Tomar decisiones meditadas, desde la miope visión de nuestras mentes, es lo que caracteriza la grandeza y la limitación de la condición humana, que la mayoría de las veces se deja llevar por impulsos tan elementales como los de los animales.

La Jerarquía, si existía, tomaría sus decisiones desde un nivel muy superior de sabiduría. Lo que llamamos dioses debían ser altísimas consciencias tan plenas de omnisciencia que, probablemente, ni necesitarían pensar en la corrección o consecuencias de sus actos.

Ahora bien, regresando a la Tierra, el compromiso que le proponía Amerguín suponía renunciar a su libre albedrío para siempre, es decir, a su libertad personal de seguir escogiendo por él mismo sus propias decisiones.

Lo complicado de aquella propuesta era que eso no significaba quedar liberado de tomarlas. No, significaba que tendría que decidir, igualmente, solo que no siguiendo los espontáneos o calculados impulsos de sus instintos, sus sentimientos o su razón, sino de su alma.

Y para eso tendría que renunciar completamente a su actual personalidad humana -Glúingal había recalcado eso- , y a todo cuanto hasta ahora creía que era él mismo, y vaciarse completamente de sí y devotarse a una vida de sacerdote concentrando su atención en el servicio total a las supuestas Jerarquías de Luz y a las supuestas diosas de los supuestos Vórtices de Gal y Avalon, hasta conseguir convertirse en su canal y hasta encontrar la supuesta Isla del Destino.

-¿Y para qué? –Para poder ser un buen consejero de Aito y los Brigmil, para ayudarles a seguir tomando acertadas decisiones, respaldadas por la sabiduría de las entidades sutiles que pudiesen querer utilizarle a él como médium de sus manifestaciones.


Se fue a dormir confuso y a la mañana siguiente su confusión seguía. Decidió entonces subir hasta lo alto del pico dominante, desde el que se veía toda Milesia y toda la región, cruzada por el Camino de las estrellas.

Allí, bajo la sombra de un árbol, rogó a todos los dioses y diosas que le ayudasen y entró en meditación, tratando de vaciarse todo lo posible de los miles de pensamientos que lo atormentaban.

En cada expiración intentaba arrojarlos de sí y en cada inspiración visualizaba como se iba agrandando un vacío en su interior, un vacío en el que tal vez algo verdaderamente nuevo podría manifestarse.

Finalmente, una idea se destacó claramente ante su visión: antes de siquiera pensar en tomar cualquier decisión, lo primero es saber qué es lo que más se quiere y qué es lo que para nada se quiere en la vida. Salió de la meditación y comenzó un ejercicio llamado “Idagación” que le habían enseñado de niño los sacerdotes de Apolo, en el templo del cual su madre, Kalíope, era Sacerdotisa Mayor.

Orfeo era rico en conocimientos teóricos que pocas veces se había tomado el trabajo de llevar a la práctica. Su madre decía “no es mal educado, sino mal aprendido”. También el centauro Quirón aseguraba que ningún conocimiento existe de verdad en una persona hasta que ésta no lo ha comprobado en su práctica vital: “Quien sabe y no practicó, no sabe todavía”.

-¿Qué es lo que yo siempre he querido más en la vida?- comenzó a preguntarse y a responderse sistemáticamente -Ser feliz, expresándome a mi manera como artista, ser un bardo.

-¿Lo he conseguido? –Sí, lo he conseguido, en parte, ya puedo afirmar que soy un buen bardo, y bien apreciado por quienes me escuchan.

-¿Me ha hecho eso feliz? –No, no, me falta algo.

-¿Qué es lo que me falta? -Me falta mi amada esposa Eurídice, que debería estar a mi lado para compartir mi felicidad.

-¿Sería eso posible? -Lo sería, si yo consiguiera descender al País de los Muertos y obtener de la gracia de Hades que me la devolviese a la vida

-¿Es posible conseguir eso? -Nadie puede responder a esa pregunta, tengo referencias de que Hércules descendió hasta allí desde un litoral que parece estar a sólo una semana de Milesia, con la ayuda de Hermes. No sé si podré conseguir esa ayuda, o la gracia de Hades. No se sabe, aunque la consiguiese, que nadie haya regresado a la vida en su antiguo cuerpo. No tengo idea de las condiciones de conservación del cuerpo de Eurídice en su urna de hielo en las montañas de Tracia, después de tantos años. No tengo idea de en qué asuntos puede andar la vida sutil de su espíritu en este momento. Ni sé si su sutil espíritu querría volver a la vida material en su antiguo cuerpo y personalidad, o a vivir conmigo sobre este mundo tan limitado algunos años más, que serían los de nuestra vejez.

-¿No sería más sensato renunciar a ese deseo, ante tan pocas probabilidades de conseguir realizarlo? –Invertí trece años de mi vida en llegar hasta aquí, a sólo una semana del Fin del Mundo… ¿voy a renunciar sin intentarlo?

-Pero es que en este justo momento se me plantea una oportunidad muy interesante: llegar a sentirme útil y ser feliz como bardo de una expedición que no demorará en partir hacia una aventura que puede tener mejores posibilidades que la que tuvo la de ir a por el Vellocino de Oro.

-Está bien, consideremos ahora esas posibilidades: Si Eurídice estuviese viva, o si pudiese conseguir su vuelta de entre los muertos, nos encontraríamos viviendo como príncipes en la corte de mis padres o de mi hermano en Tracia, y yo no tendría la responsabilidad de gobernar ni de ser funcionario de corte. Podríamos retirarnos a una hacienda o a una cabaña en un bosque sagrado y vivir sencillamente nuestro amor, disfrutando de la música y de la naturaleza.

Incluso si yo regresase a Tracia solo, podría dedicarme a ser bardo-sacerdote de Apolo o de Dionisio, y hacer lo mismo, o sentirme feliz contribuyendo todo lo posible al progreso cultural de mi país y a sus buenas relaciones, equilibrando lo mejor de su carácter con lo mejor del carácter de los griegos. El método de Idagación prevenía al iniciado que cada una de las decisiones que toma, o bien le alejan de su felicidad, de sus metas, del estilo de vida que quiere... O bien le acercan.

-¿Me acercaría más a mi idea de la felicidad, a mis metas de vida, a lo que más quiero, si renuncio al rescate de Eurídice y me uno a la expedición de los Gal?

-Una parte de mí, la más juvenil y entusiasta, me llama a participar en esa aventura, a subir al navío con mis compañeros, a estar concentrado totalmente en el aquí y ahora de la acción, sin pensar en otra cosa que en la propia acción, a arrostrar los peligros del mar y de lo desconocido, a experimentar, incluso, la emoción del riesgo mortal. Y una muerte en esas condiciones podría ser una buena muerte. Pero ¿…y lo que viene después de terminada la aventura, como consecuencia, si no se perdió la vida en ella? ¿Continuará siendo tan apasionante?

-Si no encontrásemos esa isla, regresaríamos aquí y yo seguiría haciendo la misma vida que he estado haciendo en los últimos meses bajo las órdenes de Amerguin o de las Jerarquías que él canaliza… o tendría que seguir acompañando como bardo y consejero a los Brigmil en el resto de sus aventuras o en otras búsquedas en lo desconocido que la jerarquía ordene, vete a saber cuáles y de qué clase… …o también puedo despedirme y seguir mi propio camino, bien hacia el Fin del Mundo, o de vuelta a Tracia, completamente desengañado.

-Si encontrásemos la Isla del Destino, estaría en el compromiso, ante Aito y los Brigmil, guerreros disciplinadísimos y tenaces (y fanáticos en sus creencias), de dedicar todo lo que me queda de vida activa a la formación de una réplica de la comunidad de Milesia en aquella tierra desconocida, a partir de cero.-

-Evidentemente estas perspectivas- pensó el tracio-, no tienen nada que ver con cuanto yo consideraba desde antiguo “lo que más quería”. Mis maestros apolíneos me pondrían ahora a considerar si esas querencias y metas mías corresponden a lo que hay de más egoísta y mezquino de mi limitada y finita personalidad humana, que sólo busca satisfacciones personales, o a los anhelos espirituales y transcendentes de mi alma, que valora más el beneficio del colectivo, aunque sea a largo plazo, que el beneficio inmediato del individuo.

Glúingal siempre apuntaba hacia eso mismo, cuando daba instrucción, afirmaba que lo propio de la Raza Raiz Anterior, la Atlante, era la satisfacción exclusiva de los intereses del cuerpo, del sentimentalismo personal y de la razón materialista, concreta y miope, y que si realmente queríamos ascender a las potencialidades evolutivas de nuestra Raza Raiz Actual, la Ariana, deberíamos renunciar a la mezquindad de esos tres cuerpos inferiores, e ir en busca de un Autodominio total de la Voluntad Superior sobre el cuerpo…

…de una Emocionalidad Superior entregada totalmente al amor del todo, expresada en servicio de Amor Incondicional y desapegado al colectivo de todos los reinos…

…y, por último, entrar en un Mental Superior, conectado a la Mente Cósmica, que desprecia el pensamiento intelectual centrado en la consecución de intereses personales, para convertirse en un vacío canal del Plan Evolutivo Divino para todo el Planeta.

-Está claro, entonces-concluyó Orfeo con tristeza-, que esas querencias y metas mías, incluso mi terco amor humano por Eurídice, sólo corresponden a lo que hay de más egoísta y mezquino de mi personalidad limitada y efímera, y no a la emocionalidad superior ni al mental superior a los que debería aspirar mi alma. Y a los que me estimula a aspirar Amerguin.


A la mañana siguiente, Orfeo se acordó de repente de otra de las principales preguntas de la Idagación:

-¿Quién me ha traído a tener que estar considerando esta decisión ante la qué me encuentro? ¿He sido yo mismo y mis necesidades prioritarias, físicas, emocionales, intelectuales y espirituales… o es algo que me he encontrado por casualidad en mi camino y que responde a necesidades de otras personas? ¿Tomaré la decisión de permitir que otras personas decidan sobre mi destino?

No era fácil responder: Orfeo tenía cierta seguridad de que era sólo su personalidad quien le había traído a Milesia, cuando su único objetivo era el Fin del Mundo y el Hades, pero no podía saber si eso había sido un pretexto externo elaborado por su alma para que se encontrase con Glúingal y su discurso en pro de las demandas evolutivas del interno.

Entendía que los objetivos de su personalidad eran nebulosos e impermanentes y que los de su alma eran trascendentales y permanentes y que desapegarse de los primeros e intentar alcanzar el Autodominio, el Amor Incondicional y la Mente Cósmica, Intuitiva, conectada con el Todo, era el mejor objetivo final al que podía aspirar cualquier vida.

-Sin embargo, una cosa es el fin en sí mismo, en el cual concuerdo con Amerguin –se dijo-, y otra son los medios que propone para alcanzar ese fin, que tal vez sean las alternativas más apropiadas para él mismo, los milesianos y los Brigmil puedan superar sus limitaciones y alcanzar la Mente Superior de acuerdo a sus criterios… pero tengo que estudiar “qué criterios son los míos”.

-Vamos entonces a ver- y Orfeo despejó una parte del suelo con un palo, para poder hacer anotaciones sobre él- ¿Cuáles son mis propios criterios para alcanzar armoniosamente la Mente Superior en esta vida?
 -Para alcanzar el Autodominio de mi cuerpo físico-etérico –fue dibujando un esquema en dos columnas sobre la tierra- ¿Necesito renunciar al uso y placer de mis sentidos? –dibujó una tercera columna para colocar las respuestas- No, si no permito que desobedezcan a la voluntad y dignidad de mi alma. -Para alcanzar el Amor Incondicional o una Emocionalidad Superior ¿Necesito renunciar al amor humano a mi familia, mi compañera escogida, mis hijos, mi gente, mi arte? –No, si no trazo una exclusivista separación entre estos amores y el amor al resto de cuanto soy, en todas las dimensiones, mundos y reinos naturales. -Para alcanzar la Mente Intuitiva Conectada o un Intelecto Superior que vaya más allá de los vuelos a ras de tierra de la razón concreta ¿Necesito renunciar a utilizar la lógica discriminadora de mi razón concreta? –No, si no permito que su atención preferente al bienestar y supervivencia material se superponga a la voluntad evolutiva y dignidad de mi alma.

Trazó después un nuevo cuadro de dos columnas anchas, una para preguntas, y otra para respuestas, rogándole a La Diosa, Dionisio y Apolo, dentro de sí mismo, que se exteriorizasen en ellas.
      -¿Para evolucionar necesito vivir en comunidad?- - Sí, todas las personas son tus espejos, tu familia, tu servicio, tus maestros y tus discípulos- dijo la parte de sí que era la Diosa. -Pero no necesitas vivir en una comunidad donde todos deben tener o mostrar las mismas creencias y comportamientos- dijo su parte Apolo- la Humanidad y el mundo son tu comunidad, y cuanto más amplia, abierta y libre es una comunidad, más lo serán las mentes de sus miembros.-
      -¿Es importante estar rezando muchas horas al día? – -¿Crees que la Divinidad necesita para algo tus formalidades, sean ofrendas o peticiones?- dijo Dionisio riendo- La Divinidad está dentro de ti y no fuera, tú eres parte de ella y sabe todo de ti a todo momento y de cuanto necesitas. Lo único que espera de ti la Consciencia Cósmica es que te sientas bien y funciones como una unidad de consciencia activa Suya dentro de esta dimensión de Sí Misma. -Rezar te sirve para algo, hijo –dijo la Madre-, sirve para que recuerdes que no estás nunca solo, sino conectado a Todo el Resto de lo que Es.-
      -¿Para vivir como un alma necesito mantenerme en silencio y tocar exclusivamente música sagrada? -El exceso de solemnidad y seriedad es el principal síntoma de la intolerancia y el fanatismo. Nada en exceso –dijo Apolo. -No busques vivir como un alma, mi amor- sonrió la Diosa- desde que se originó la creación jamás has dejado de vivir como un alma, que conecta a tu espíritu infinito con cada uno de los variados cuerpos en los que se va manifestando en todas sus dimensiones.-
      -¿Necesito ayudar a crear una escuela donde instruir iniciados? -El Mundo todo es una Escuela, cada una de sus regiones son un aula diferente- respondió Apolo- cada persona es una asignatura, cada comunidad un curso completo, cada persona amada, una musa para tu inspiración creativa y cada caminada o carrera entre las diferentes regiones, la oportunidad de hacer una síntesis universal de los diversos cursos aprendidos. -Mejor que crear una escuela donde sólo podrás enseñar tus propios puntos de vista, estimula con tu ejemplo de atento y flexible caminante a que todo el mundo se anime a cambiar con frecuencia de perspectiva –siguió riendo Dionisio- para que no se les ponga la cabeza demasiado cuadrada.-
      -¿Necesito ser humilde y prestar obediencia a personas a las que reconozco como jerarcas o maestros? -Un verdadero maestro se reconoce en que siempre estimula a sus discípulos a que desobedezcan lo pre-establecido como infalibles jerarquías por ellos mismos o por otros y a que no sigan ni obedezcan a otro guía que a su propio maestro interior.-afirmó Dionisio dentro de sí. -Hijo mío, nunca confundas humildad con sumisión –añadió la Madre- humildad significa reconocer lo mucho que ignoras y permanecer abierto al aprendizaje, así como a corregir y compensar permanentemente tus inevitables errores. -Estar abierto no significa perder la sana duda y la lógica discriminatoria, que permiten no dejarse engañar ni manipular fácilmente- completó Apolo.-
      -¿Necesito dejar que me entrenen para hacerme canal de entidades jerárquicas? -Querido hijo –dijo dulcemente la Señora- te confundirás a ti mismo si empleas con frecuencia palabras que hacen parecer que es necesario crear artificialmente mecanismos de comunicación entre las partes más conscientes y menos conscientes del Ser Único y Diverso que eres. Es sólo prestar atención a lo que ya hay en tu interno. -No podrías vivir ni un instante si no existiese continuamente esa interacción-. Añadió el certero Apolo-, pero la interacción sana no consiste en invocar a entidades exteriores, sino en reconocer dentro de ti a las que eternamente conforman el resto de tu propio Ser Infinito en todas Sus dimensiones. -Confía en tu Yo Soy Uni-diverso, sin intermediarios, y fluye danzando con los diferentes ritmos que tu propio Ser toca en cada momento–rió Dionisio.-
      -¿Para encontrar mi alma y vivirla necesito renunciar a mis propias creencias, personalidad y estilo, y borrar mi historia personal? -En tanto que tu alma manifieste a tu espíritu sobre la dimensión de la superficie de este planeta, -explicó Apolo-, lo hará sobre un cuerpo físico-etérico, un cuerpo emocional y un cuerpo mental los cuales, para poder funcionar juntos, necesitan coordinarse a través de una memoria de experiencias comunes, que conforma una nueva historia personal, por mucho que intentes borrar la antigua, y que se muestran, al actuar, como creencias, personalidad y estilo. -Incluso el alma conserva historia personal, creencias, personalidad y estilo en su memoria, y transmite esa memoria, de forma más o menos subconsciente a los nuevos cuerpos en cada reencarnación –dijo la Madre. -Orfeo, estaría maravilloso hacer catarsis total, librarse de todo ese peso del pasado y recomenzar la caminada completamente en blanco –dijo Dionisio-, pero no seas tan ingenuo de desprenderte de tu propia memoria, personalidad, estilo y creencias para sustituirlas por las de otra persona o grupo. –
      -¿Para dejar que lo Nuevo y lo Auténtico entre en mí, necesito renunciar a mis gustos, tendencias, habilidades, vocación, a mi propio camino sentido o intuido y ponerme a disposición total de lo que la vida demande? -Para asumir lo Nuevo y Auténtico que hay en tus propias potencialidades y en las de toda tu memoria personal –dijo Apolo-, basta con prestar atención a lo que hay dentro y fuera de ti, en cada momento, como si fuese la primera vez que lo contemplases, y actuar, después, de forma creativa, haciendo y aprendiendo al mismo tiempo.
- Y claro que debes ponerte a disposición total de lo que la vida demande aquí y ahora, pero para eso no es necesario renunciar a tus gustos, tendencias, habilidades, y vocación, sino poner todo eso al servicio de la tarea que se le presenta a tu consciencia, en cada aquí y ahora, como una necesidad prioritaria a resolver.
- …Pero cuidado con renunciar a tu propio camino sentido o intuido y ponerte a disposición total de lo que el camino sentido o intuido de cualquier manipulador de energías ajenas demande –avisó Dionisio-. No te dejes fascinar.-
      -¿Necesito entregarme a empresas misioneras mundo adelante para salvar mi alma y las de los demás almas sufrientes, purificarlas y redimirlas? -Hijo, la única misión o empresa misionera real que cada ser tiene es intentar cultivar y hacer crecer las potencialidades más interesantes, talentosas, creativas, amorosas y elevadas que va descubriendo dentro de sí, a medida que se va desarrollando su vida a su propio ritmo. –dijo la Señora- Todo lo demás se da como consecuencia de eso. -Tu alma no necesita salvarse –dijo Dionisio-. Tu alma es la memoria inmortal de las vidas que tu Mónada, tu Espíritu Eterno, vive en esta dimensión, a través de los vehículos que le son propios. Sí que esa memoria necesita purificarse, limpiarse, redimirse del sufrimiento acumulado, pero eso se logra compensando los errores anteriormente cometidos, transmutando su plomo en el oro de ese desarrollo evolutivo del que acaba de hablar la Madre.
- Cuidado con las muchas personas que andan todo el tiempo avivando el sentimiento de culpa de otras, resaltando sus limitaciones, presumiendo de ser canales de la Divinidad o de la Verdad y estimulándolas a salvarse y redimirse en este mundo o en otros supuestamente mejores, Orfeo –resaltó Apolo- Usa tu razón discriminadora para no convertirte en esclavo de los métodos de redención que te ofrecen, si renuncias a tu propia guía, les obedeces ciegamente y te conviertes en misionero de su influencia.-
      -¿Para vivir una vida que valga la pena, necesito ayudar a crear estructuras sociales, organizaciones, instituciones, comunidades, países, imperios y nuevas civilizaciones? -Orfeo, el hombre es un ser social, en tu propia patria o en cualquier lugar que escojas para vivir entre otros hombres y mujeres estarás ayudando, quieras o no quieras, te lo propongas o no, a crear estructuras sociales, organizaciones, instituciones, comunidades, países, imperios y nuevas civilizaciones. -habló su aspecto Apolo dentro de sí. -…Y si tú progresas conscientemente en tu propia misión evolutiva–dijo la Diosa-, harás que toda la Humanidad progrese contigo y asuma o herede por resonancia tus descubrimientos en su memoria subconsciente colectiva, en la memoria del Alma del Mundo, ya sea que pases tu vida peregrinando todos los caminos o viviendo retirado en un desierto. -… Y ten la certeza de que cada persona que redescubra o herede tus descubrimientos, los reinterpretará según su propio grado de comprensión y consciencia evolutiva, sus valores y sus intereses –rió Dionisio- Pero una buena vid cede generosamente sus racimos de uvas a quien los quiera colectar, y no se preocupa lo más mínimo si van a ser usados por bienhechores de la Humanidad para aplacar el hambre de los necesitados o si van a ser convertidos en drogas entorpecientes por criminales manipuladores de masas.-

Después de haber hecho estas y muchas otras preguntas, y de recibir las respuestas de su interno, Orfeo abandonó finalmente el método de Idagación y decidió consultar con la Muerte en su hombro izquierdo, con el Amor, dentro de su corazón emocional, y con su Alma, escuchando a su corazón sutil. -Dime, Muerte: ¿Si supiese que no me queda más que un mes o dos de vida qué haría con ese tiempo? ¿Subiría a los barcos brigantes en procura de la Isla del Destino o me iría hasta el Fin del Mundo a buscar como entrar en el Hades para llegar, vivo o muerto, hasta Eurídice? -Dime, Amada: ¿Cómo preferirías verme llegar hasta ti en el Hades, como un espíritu que alcanzó la muerte en empresas extrañas o como el esposo que jamás se desvió de la promesa que te hice de irte a buscar al mismo País de los Muertos? -Dime, Alma mía: ¿Cuál es tu mayor anhelo, ahora mismo?

Las respuestas de la Muerte, del Amor y del Alma fueron tan claras, fluidas y unánimes, que Orfeo ya no tuvo ninguna duda más. Sin embargo, aún intentó una confirmación divina, un augurio simple. Buscó en el suelo hasta que encontró una piedrecilla adecuada, plana, pero con ambas caras bien diferenciadas, asignó a una de ellas un valor de “afirmativo” y a la otra de “negativo”. Después interiorizó y pidió con la mayor devoción a Dionisio, Apolo y La Diosa que le diesen una señal, y la arrojó al aire. La piedra quedó sobre el suelo mostrando la cara “negativo”. La recogió, la llevó a su corazón, se sentó y volvió a interiorizar bastante tiempo, intentando vaciarse.

De las profundidades del vacío acabaron emergiendo dos evidencias: que el azar no alteraba lo más mínimo la certeza que su corazón seguía sintiendo y que su corazón era el más confiable de todos sus dioses. Entonces, dio por definitivamente concluida su reflexión y se marchó a dormir con el corazón en paz, dispuesto a comunicar a Amerguin su decisión al día siguiente, sin más demora.



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-Maestro Glúingal –comenzó Orfeo después de que acabó el ensayo del Grupo de la Música y se quedaron solos-, te aseguro que nunca en mi vida me concentré tanto para ser preciso, exacto y justo al tomar una decisión que implicaba un compromiso tan grande como el que me pediste.

 Primero intenté definir lo que más quería en la vida y con ello pude describir mis principales objetivos y los criterios sobre de qué manera quiero o no quiero conseguirlos. Descubrí que estoy de acuerdo contigo y con Milesia en cuanto a los objetivos, o, mejor, en el fin último que nuestras almas persiguen, el Mental Superior, como tú lo llamas, la Mente Equilibrada, como la llamo yo.

Pero diferimos mucho en los criterios, métodos, formas y estilo de vida que cada uno de nosotros queremos vivir para alcanzar ese fin. Tal vez porque provenimos de culturas bien diferentes.

Pienso que los dioses o jerarquías elevadas que me inspiran, Dionisio con su llamada a la libre e intuitiva espontaneidad, el luminoso y armonioso Apolo con su “nada en exceso” y mi propio concepto del amor de la Antigua y Triple Diosa, bastante parecido al de Dionisio, no coinciden con los mismos criterios de tus Jerarcas de Luz, Guías y Dioses, criterios que se expresan en el muy disciplinado y restrictivo estilo de esta comunidad y en el firmísimo carácter de las empresas que encomiendas a tus guerreros. Por eso, no podría ser un buen canal de ellos, no podría ser un buen consejero para los Brigmil y no podría reproducir una comunidad como la de Milesia en otra tierra, tal como tú lo harías.

Lo que se me hizo más claro en mi reflexión es que la Divinidad creó múltiples vías para llegar hasta Ella, tal vez tantas como tipos y carácteres de hombres. Respeto y admiro muchísimo tu vía, Maestro Glúingal, y a todas las personas que decidieron seguirla, obedeciendo tus criterios y adaptándose a tu estilo, pero no puedo imitarte. Igual que tú a nadie imitas, y eso te ha hecho llegar a ser lo que eres y lo que es tu obra.

Con todo amor y respeto: No puedo imitarte, jamás estaría del todo contigo porque elegir tu camino me haría infeliz por haber dejado de seguir el mío propio. Lo que haya de encontrar que me guíe, lo he de encontrar exclusivamente dentro de ti mismo.-

-Muy bien, Orfeo, gracias por haber reflexionado y por tu sinceridad - respondió Amerguin sin alterarse lo más mínimo-. ¿Puedo saber por dónde vas a seguir tu propio camino?

-Pido tu permiso para continuar en Milesia hasta acabar de componer el Himno a Gal que comencé, y te ruego que después lo aceptes como mi agradecimiento y homenaje a todo cuanto viví y aprendí aquí. En cuanto lo entregue a los milesianos, continuaré mi camino hasta el Fin del Mundo y el Océano, y buscaré allí las bocas del Hades, como siempre fue mi propósito y la promesa sagrada que hice desde que emprendí este viaje. Ese es mi camino, y no otro.

-Hermano Orfeo- respondió Glúingal sin salir de su serenidad-, aprecio y respeto mucho tu libre albedrío y tu decisión, como debe ser, no importa lo que yo opine sobre tus propios criterios, y te felicito por no desviarte del propósito fundamental que motivó tu búsqueda, porque es lo mismo que yo también hago siempre.

…Aunque es verdad que siento mucho que no acompañes a Aito en su aventura. Lo siento por su seguridad. Es más, ahora late en mí hasta cierta sombra de temor por él, aunque ya tengo en reserva otro buen candidato para brindarle el apoyo que te pedí que considerases darle.

-Hay algo que yo sé por la Jerarquía y porque Yo Soy –añadió el Maestro, cambiando de tono- y te lo voy a decir para que lo sepas también, por si te sirve, aunque no estoy buscando ninguna posible vuelta atrás tuya. Es más, no la aceptaría ni aunque corrigieses tu decisión después de que oigas lo que te voy a transmitir. Tenlo bien en cuenta.

Si te hubieses decidido a ir con total convencimiento, la consecución del Mental Superior por parte de la mayoría de la Humanidad, se habría adelantado en unos mil años y tú mismo ascenderías a los más altos escalones evolutivos de nuestra Raza Raiz Ariana actual, te iluminarías y te fundirías con tu Mónada en esta misma encarnación.

Pero como tu corazón continúa siendo un corazón atlante, dominado por el personalismo y el sentimentalismo, tu experiencia de vida y tus más altos hechos apenas servirán para influir en el desarrollo adolescente de tus culturas tracia y griega y tendrás que esperar a ir superando eso en varias encarnaciones, hasta que llegue una, que será en oriente, dentro de otro cuerpo ariano, en que escogerás de nuevo pasar por la renuncia a una corona y vivir un apartamiento total del mundo.

Volverás a vagar solitario y confuso por caminos, montañas y bosques, hasta encontrar “exclusivamente dentro de ti mismo”, como tú lo has querido y expresado, la comprensión del sentido de la vida y de la superación del sufrimiento, la vejez y la muerte.

 Tu comprensión será un descubrimiento fundamental que influirá, fundamentalmente, no a las gentes de la familia aria que te verán nacer y te criarán, pero que no te comprenderán ni te seguirán, sino a las personas de la Séptima y última Subraza de la Raza Raiz Anterior, la Atlante.

Esa Séptima Subraza Atlante, que es llamada la Mongólica, guardará en las montañas más altas del Extremo Oriente el fuego sagrado del principal Centro Espiritual de la Superficie del Planeta, hasta que llegue la hora de trasladarlo a las montañas más altas de un nuevo continente que los hijos de los Gal descubrirán en el futuro en el Extremo Occidente, para que se haga allí la síntesis planetaria que generará la Sexta Subraza Aria, aquella Raza Dorada que desarrollará y extenderá el Mental Superior a nivel de todo su colectivo.


Vuelvo a decir que para mí es una lástima, Orfeo, que, por tu libre decisión, aquello que era para ser hecho directamente a partir de tu maestría, la que hubieras podido conseguir en la Isla del Destino durante esta encarnación actual tuya, tenga que esperar mil años más para acabar produciendo los mismos efectos, sólo que después de dar antes una larguísima vuelta por Oriente (lo que, sin duda, también beneficiará a muchos, porque la Vida es misericordiosa).

Sin embargo, es la sabiduría eterna del Ser la que inspira a la voluntad humana y ésta, por caminos rectos o tortuosos, la que produce la evolución humana… así que no nos cabe sino aceptar sus libres decisiones y adaptarnos a ellas como podamos.

Entretanto, continúa sintiéndote en tu casa en Milesia hasta que termines tu himno a Gal o hasta el día que desees. Espero que los dioses sean propicios a la consecución de tus objetivos cuando decidas reemprender tu viaje al Fin del Mundo.-


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Después de aquella autorización Orfeo permaneció algún tiempo más en Milesia, colaborando igual que antes con el orden, los servicios y la disciplina de la comunidad. Nadie cambió su actitud hacia él, aunque pidió y obtuvo del administrador de la Hacienda 6 dejar de participar en los ensayos del Grupo de Músicos, para poder centrar su mente y sus sentimientos en ir terminando el Himno a Gal que había comenzado a componer y que adornó con formas que recordaban las de Amerguín, intentando no desmerecerlas

  Terminada la obra, la presentó a la comunidad y anunció al final, con gran agradecimiento y respeto hacia ella, que, en cuanto la pudiese traducir, se dispondría a seguir su caminada hacia el Fin del Mundo, Finisterre, siguiendo la ruta que pasa por lo que hoy es Santiago.

Aquella misma tarde vino a saber que el joven arpista Vigo, después de una preparación intensiva por parte de Glúingal, para que acompañase a Aito en lugar de Orfeo, había salido a caballo al amanecer, en dirección a Brigantia, para unirse allí a Aito y los Brigmil, que tenían órdenes de partir en sus naves hacia la Isla del Destino en cuanto él llegase.

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En las semanas siguientes, el bardo, sobre la música que había ido creando, fue traduciendo sus palabras de la lengua franca al goidélico con la ayuda de los colaboradores de Glúingal, quien no había hecho el menor comentario en público, ni a favor ni en contra, ante la decisión tomada por Orfeo.


Terminada por fin la traducción y ya bien asimilada por él, cantó varias veces el himno a Gal al grupo de sus colaboradores las noches antes de que se despidieran, hasta que estuvo seguro de que habían aprendido la música y el sentido de sus versos, los cuales podrían, poco a poco, ir modulando y adaptando mejor a la especial musicalidad de su propio idioma.

El himno comenzaba describiendo los rumores del viento del océano penetrando los verdes bosques y montañas del país de los Gal y preguntaba con un quiebro espiral qué era lo que el viento repetía. El viento hablaba del alma fuerte, heróica e independiente de aquel pueblo cuyos templos eran la pura naturaleza sagrada y cuyos dioses no tenían imágenes porque su imagen era la del mismo cosmos, por la esencia de ellos conformado.

El viento exaltaba a un pueblo que no se ajustaba a otros límites ni rumbos que a los de su propio coraje e imaginación, un pueblo caminante, aventurero y determinado; un pueblo hospitalario, generoso y protector de los caminantes que llegaban a su remota tierra persiguiendo uno de los más nobles sueños humanos: el de morir a lo conocido y rutinario de la más digna de las maneras, para renacer en el mítico País de los Bienaventurados, aquél que esperaba por los espíritus esforzados más allá de la negra sombra del Fin del Mundo.

El himno avisaba de que llegarían tiempos en que aquellas almas intensas se adormecerían en el sueño, sensato y conformista, de un mundo en el que se rompería el equilibrio entre ideal y materia a favor de la materia, un mundo gris en el que la libertad individual se miraría como anarquía y los ideales viriles como arcaica inmadurez, un mundo en el que las ansias de heroísmo y de trascendencia espiritual serían sustituidas por la ambición de llenar la barriga, poder comprar un montón de cosas y poseer muchas propiedades, aunque eso significase esclavizarse a otros durante largos años y aceptar el sometimiento de los propios sueños a aquello que los detentores del poder autorizasen y calificasen con el civilizado título de “normalidad”.

Y terminaba Orfeo retomando con mayor intensidad el sonido del viento atlántico entre los árboles, al amanecer de una nueva era, para estimular el renacimiento, en el momento de mayor desequilibrio, del alma auténtica de las tribus Gal: “¡Realiza tu más noble sueño, tierra verde de los Brigmil!”

Los guerreros libres estaban encantados con el himno y repitieron muchas veces, llenos de entusiasmo, el llamado a la realización. batiendo con las lanzas sobre sus escudos mientras lo coreaban a pleno pulmón.

En el mejor momento, apareció Glúingal acompañado de algunos de sus lugartenientes y se quedaron en pié junto a la puerta de entrada, escuchando. Al acabar el himno, dirigió una mirada apreciativa al tracio y éste la devolvió con una inclinación de cabeza, sabiendo ambos que aquella iba a ser su única y silenciosa despedida. Después de eso, Amerguin y su séquito salieron del recinto.


Al amanecer del día siguiente, Orfeo salió de Milesia a caballo, junto a una compañía de Guerreros Brigmil que se dirigía a las tierras de los Brigantes.

Cuando finalmente llegaron a la encrucijada, desmontó, devolvió el caballo prestado y se despidieron con tristeza, los Brigmil siguiendo hacia el Noroeste, y Orfeo hacia el Oeste, por el Camino Tradicional de las Estrellas, en busca de su loco sueño.

Hasta que la doble columna montada de hombres-lobo, precedidos por su estandarte, se perdió en un recodo del camino, el bardo estuvo tocando su himno, en pie sobre una roca, y ellos cantándolo.





74- EL SUEÑO


Después de separarse de los Brigmil, Orfeo siguió caminando solo por aquella tierra de inacabable verdor y de nuboso cielo durante varios días, acostumbrado ya a una hospitalidad fácil por parte de los nativos. Bastaba arrimarse a una casa cualquiera a la caída de la tarde para que, simplemente, su aspecto de peregrino le valiese una invitación a cenar, a conversar, dentro de lo posible, y a dormir con la familia anfitriona sobre los jergones de paja que cubrían el suelo.

A medida que penetraba al interior del país de los Gal, los paisajes iniciales de montaña fueron cediendo lugar a amplios valles entre colinas tupidas de bosques, de los que, de vez en cuando, salía corriendo un gamo, asustado por su paso. Muy a menudo, también, escuchó cerca al jabalí y continuamente a un sin fin de voces de pájaros. El tiempo era muy caprichoso y lo mismo llovía que lucía un sol radiante.

Una mañana especialmente soleada llegó sudando hasta las orillas de un ancho río, el mayor que había visto hasta entonces en Oestrymnis y uno de los más bellos, en un país en el que la transparencia de las corrientes de agua hacían pensar en lo que debió ser la Edad Dorada de la niñez del mundo, cuando la naturaleza era pura, incontaminada y en todas partes espléndida.

 Había ante el camino un puente ciclópeo de seis pilares de piedra antigua cruzados por armazones de tablas más modernas, que alguna Madre de tribu o reina caritativa, o tal vez varias juntas, mandaron construir hacía mucho tiempo para permitir la libre circulación por la Ruta de las Estrellas. Quien fuera, dejó una marca grabada en el primer pilar: una rueda con tres aspas en forma de media luna que parecían girar.

Orfeo tuvo un agradecido pensamiento, mientras cruzaba, para aquella desconocida benefactora que se ocupó de construir un instrumento de civilización tan fundamental como un puente sobre un río grande en un país medio salvaje y de proveer para que las armazones de madera fuesen reparadas o renovadas periódicamente. Supuso que debería ser una devota del Gran Caminante, el Dios del Sol, fuese como fuese que le llamaran en aquella tierra, y que aquel signo dinámico de las aspas lo debería representar haciendo su recorrido diario sobre el mundo... a menos que se refiriera a las tres fases de la luna, imagen de la Triple Diosa, o a aquel Triskel o Trisgal del que había hablado Armenguin.

Al pasar al otro lado, caminó hacia un bosque que se extendía hasta la orilla, donde pensaba darse un baño en la intimidad, un poco separado del sendero común.

Cuando llegó, vio que el río comenzaba a curvarse en un meandro un poco más abajo y que un grupo de grandes rocas bien pulidas lo penetraban, formando un abrigado remanso contra la corriente. Se desnudó y gozó de las frescas aguas durante un rato, frotando su cuerpo con arena para limpiarlo del polvo del viaje y dando una especial atención a sus resistentes y sufridos pies.

Cuando ya se había secado, vestido y calzado y se disponía a cruzar el bosque para regresar al camino público, se percató de que tres jinetes comenzaban a cruzar galopando el puente desde el este, seguidos de perros que no paraban de ladrar.

Por si acaso, se resguardó más entre los árboles para que no lo vieran y se mantuvo atento hasta poder juzgar si podía representar algún peligro la gente que tan ruidosa y velozmente llegaba.

Desde donde estaba, vio pasar ante él a una joven íbera rubia de no más de dieciocho o diecinueve años, vestida con una corta túnica de cuero ensangrentado y armada de arco y de un carjac de flechas, los cuales lanzó a la arena de la orilla antes de hacer entrar al caballo, chapoteando, justo en el remanso donde él había estado hacía poco. La chica se arrojó al agua desde su grupa sin desvestirse.

 Sobre sus pasos llegó inmediatamente otra, de larga cabellera morena, que no paraba de reír a carcajadas y que también dejó caer sus armas de caza a la arena para precipitarse al río desde lo alto del caballo.

La tercera, trigueña y algo mayor que las anteriores, apareció llevando un cervatillo muerto, cruzado sobre la grupa ensangrentada de su blanca yegua y, tras ella, una jauría de tres perros ladradores. De un ágil salto descendió del caballo, dejó arco y flechas en el suelo y después tiró de la pieza cazada hasta depositarla sobre la orilla.

Los perros se agruparon en torno del ciervo y armaron una gran algarabía, como si aún estuviese vivo. Mientras tanto, la chica le dio una palmada a su montura para convidarla a meterse en el agua, refrescarse y limpiarse la sangre de la presa que había portado. Ella también iba toda manchada, con la sangre escurriéndole en regueros por encima de los muslos y, riendo para las otras dos, que se arrojaban agua a la cara como dos crías, se metió en el río en dirección a ellas, tiñéndolo de rojo en su entorno.

Estuvieron jugando juntas en el agua, formando un cuadro encantador de juventud, suelta alegría y belleza, gritando en su lengua y riendo continuamente. Luego limpiaron lo que pudieron a la yegua y ellas mismas se frotaron mutuamente las cortas túnicas de cuero con las manos.

Después se las quitaron, quedándose totalmente desnudas; lavaron mejor sus ropas sobre las piedras y escurrieron bien el agua, ayudándose entre dos a retorcerlas, tras lo cual volvieron a la orilla para extenderlas al sol sobre las copas de unos matojos bajos. Orfeo se sintió privilegiado desde su escondite, porque hacía mucho tiempo que no veía a una mujer de aquella manera y estas tres jóvenes parecían las Tres Gracias y todo era firme, esbelto y flexible en ellas.

Pero, cuando más fascinado estaba con su visión, la amazona del cabello negro, que estaba de espaldas a él, se volvió y dejo a su vista la mata oscura, espesa, animal y salvaje de su pubis, lo que produjo una honda conmoción en el bardo.

Ya que para Orfeo, acostumbrado a las mujeres civilizadas que se depilaban completamente hasta que sus sexos parecían sexos de chiquillas, la visión de aquella rústica maraña negra entre unos muslos y caderas turgentes, todavía no limpios del todo de la sangre del gamo, a pesar del agua que escurría en gotas sobre su piel, le recordó inmediatamente que se encontraba en una tierra bárbara, grosera, brutal y muy guerrera donde, si cambiaba de repente la dirección de la brisa y los tres perros, aún ocupados con la presa o bebiendo en el río, llegaban a captar su olor y ladrarle, aquellas rústicas beldades, al descubrir que estaban siendo espiadas por un hombre mayor que ellas, bien podían lanzarlos contra él, como le ocurrió al desgraciado Acteón cuando sorprendió desnuda en su baño a la diosa Artemisa quien, furiosa, lo convirtió inmediatamente en ciervo y lo hizo despedazar por su jauría.

Así que, con el mayor sigilo posible, se alejó rápidamente del lugar y corrió hasta el Camino de las Estrellas. Ya lejos del río, se metió bosque adentro y no reanudó su marcha hasta que, un rato después, pudo oír los ladridos de los perros pasando por el camino en dirección al oeste, detrás, seguramente, de las tres bellezas montadas cuyos cuerpos habían quedado grabados en su memoria. Se sorprendió de lo terriblemente excitado que estaba y de la fuerza del instinto animal que aún residía en él. Durante largo tiempo practicó ejercicios mentales de acalmamiento y de apagamiento de las imágenes morbosas que continuamente le asaltaban.

 Le parecía increíble como él, un fino artista, podía pasar rápidamente, del aprecio estético de las bellas formas de unas jóvenes, algo no muy diferente de lo que significa contemplar un hermoso paisaje, a la parte más bestial y titánica de su subconsciente, algo que le llevaba a incorporar obsesivamente identidades ultrapasadas e indeseables que mucho tenían que ver con impulsos violentos, y brutales, incluso asesinos, que estimulaban sus cuerpos más densos por mucho que repugnaran a su consciencia ética.

Percibió entonces claramente que su sensibilidad estética y su intelecto no constituían partes del mental superior, como hasta ahora había creído, sino cuerpos-puente entre sus energías más animales y las del alma, aún muy cargados de materialidad y poco confiables, si es que de una manera tan fácil podían abrir el umbral de la consciencia a los monstruos que poblaban el astral más inferior del hombre desde épocas arcaicas.

Intentó olvidar aquellas imágenes turbadoras, sustituyendo su recuerdo por el de la propia Eurídice bañándose en una fuente de Tracia después de hacer el amor, mientras Orfeo, agradecido y sintiendo aún el aletear del placer sobre su piel, la homenajeaba desde la hierba, rasgueando su lira en armónicos curvos y sinuosos como sus formas. Pero no pudo evitar que la imagen intrusa de aquella mata púbica ibérica, obscena, oscura y salvaje, se superpusiera un par de veces a la del civilizado y desnudo sexo de su amada, por lo que pidió disculpas mentalmente a su espíritu.

Entonces, cerró su mente a cualquier imagen erótica, incluso las del cuerpo de Eurídice, y se dedicó a amar tan sólo el casto recuerdo de su rostro y su sonrisa. No sirvió de nada, una parte instintiva y morbosa de sí seguía profanando la presencia mental de su amada con indignas inmundicias.

Deseó volver a encontrar una corriente de agua bien fía en la que sumergirse, ojalá una cascada bajo la que lavar su cabeza. Pero no había ninguna corriente por cerca, así que focalizó las imágenes de majestuosa pureza del aspecto Doncella de la Diosa, aquellas con que los griegos habían pintado y esculpido a Artemis, la virgen cazadora de los bosques y las cascadas, y le ofreció la realidad interna de lo más denso que portaba, junto con su aspiración a ser digno de ella, pidiéndole humildemente que le perdonara y le limpiase.

Aquellas imágenes pesadas desaparecieron inmediatamente ante la luz que emanaba de la más Sagrada Energía Femenina dentro de la mente de Orfeo, quien agradeció cantando sus himnos hasta que se sintió perfectamente leve y liberado.


Siguió el camino sin más encuentros dignos de mención, por un país donde las mujeres dominaban los hogares tanto como en Tracia, donde “un hombre es siempre un visitante en su propia casa”, que por la mañana es expulsado a realizar las labores externas de su sexo, mientras las mujeres inician sus propias faenas internas. Un atardecer, en una aldea llamada algo así como Solovio, la dueña de una casa a la que se acogió, una mujerona que dirigía a media docena de hombres de todas las edades, le dijo, tras servirle una sustanciosa cena, que el sol desaparecía en el océano a sólo unos cuatro días de camino, más o menos. Orfeo sintió una ola interior excitando su corazón, el Reino Infernal de Hades estaba próximo.

Esa noche casi no pudo dormir, se la pasó recordando los conocimientos aprendidos de su maestro Quirón, las fórmulas mágicas para vencer obstáculos en el Mundo de la Muerte que se enseñaban en las escuelas iniciáticas de Samotracia y Eleusis, adaptaciones egeas del Libro de los Muertos con el que vio que enterraban a la gente en Egipto... y también las instrucciones de Hércules sobre el Más Allá. Meditó y meditó sobre como arreglárselas para penetrar en lo Oscuro y rescatar a su amada. Llegó a la conclusión de que algo tenía que morir en él, ya que sólo los muertos son aceptados en la Otra Dimensión.

Así que, a la mañana siguiente, se despidió de sus anfitriones y comenzó su marcha orientándose, como le indicaron, por una cadena de picos rematados por enormes peñascos de granito y cuarzo que se dirigían de este a oeste, a su izquierda, pero tratando de avanzar por el centro del valle. El último era un monte piramidal y frondoso que ocupaba en solitario el horizonte y que estaba dedicado a Cosus porque (habían dicho los campesinos), cuando descargaba una tormenta, su mole atraía la mayor parte de los rayos. Poco después, caminaba por el centro de un valle muy amplio, ondulado por numerosas colinas, con un río y bosques bien espesos. Unos pesados nubarrones negros indicaban que pronto comenzaría a llover.

 Entonces divisó unas construcciones a lo lejos y se apuró hacia ellas. Cuando llegó, diluviaba, pero apenas halló para guarecerse las ruinas de un caserío abandonado hacía tiempo y quemado, como si la guerra más inclemente y destructiva hubiese pasado por él. No bien la lluvia cesó, quiso salir de aquel desgraciado lugar, pero de pronto se encontró en medio de un cementerio neblinoso.

Su inspiración de artista le avisó de que había topado con el lugar adecuado para poner en práctica lo meditado la noche anterior. Orfeo se despojó de la mayoría de sus ropas y, arrodillándose sobre la tierra húmeda, la despejó de hojas muertas y cavó un hoyo superficial con una espada ibérica de hoja curvilínea, que Aito le había regalado. Acostándose en él, se cubrió lo mejor que pudo de tierra y hojas, dejando tan sólo la cabeza afuera. Luego, comenzó a entonar un canto fúnebre dedicado a sí mismo.

Así pasó todo el día, casi sin moverse, sin comer ni beber y tratando de no dormirse, concentrado en aquella salmodia repetitiva, que iba poco a poco apartando o diluyendo cualquier cadena de pensamientos que se presentaba ante su mente. Redujo al mínimo su respiración, se esforzó tenazmente en no aceptar distracción alguna y, cuando aquel ejercicio le agotaba, cerraba los ojos por corto rato sin permitirse dormir.

En cuanto las cadenas de pensamientos o imágenes le asaltaban, los volvía a abrir y continuaba repitiendo machaconamente la salmodia, siempre en el mismo tono. Quirón le había enseñado aquella disciplina ritual para cuando necesitase detener su discurso automático habitual, a fin de que los dioses le señalasen y aconsejasen el camino y la estrategia a seguir. Se llamaba “la Búsqueda de la Visión”.

Cuando atardecía, estaba tan fatigado que una de las veces que cerró los ojos, le resultó imposible seguir manteniéndose despierto.



Soñó que caminaba por el mismo valle neblinoso donde había entrado por la mañana, aquél que tenía un pico solitario en forma de pirámide al fondo y muchos bosques, robles vetustos del norte, con largas barbas de líquenes, emergentes de un mar de helechos exuberantes, rodeados de un canturreo de arroyos que discurrían suavemente entre la hierba, de sonidos continuos de grillos y ranas, de una humedad perenne.

Pero ahora estaba anocheciendo, aunque algunos celajes rojos en el horizonte montañoso daban testimonio del pasado ocaso. Cuando casi no quedaba más luz, un resplandor súbito surgió del bosque, ante él y luego otro y otro.

Se metió con prudencia entre la tupida arboleda y se fue acercando; de un amplio claro entre los robles salían luces. Se acercó más: era como si brotasen estrellas o luciérnagas del suelo, que se elevaban, resplandecían un momento y desaparecían.

Llegó aún más cerca y le pareció como si las lucecillas se organizasen de pronto en un movimiento circular, formando un óvalo vertical sobre el espacio, tal como una puerta hecha de luminarias.


Sin saber cómo, se encontró adentro, absorbido por un túnel de luz a velocidad vertiginosa. Formas y colores inconcretos iban pasando ante él, siendo rápidamente dejados atrás y sustituidos por otros. Sin embargo, no sentía que estaba cayendo, era más bien como si flotara y no había ninguna sensación de inseguridad, a pesar de la tremenda emoción con la que estaba viviendo aquella experiencia.

En un momento dado, bajo él, las imágenes empezaron a concretizarse algo más y le pareció que volaba sobre cadenas de viejas montañas, coronadas a veces de grandes moles de granito resplandecientes, sobresaliendo de frondosas arboledas. Pero los colores poco tenían de naturales, más bien semejaban estar incendiados, intensificados por una luz espectral que producía grandes contrastes. El silencio en torno era absoluto, casi obsesionante.

Las cadenas de montañas se convirtieron en cabos interminables que se adentraban en un océano oscuro, bordeado de calas rocosas alternadas con largas playas de arena blanca y suave sobre las que rodaban las olas más bravas y tormentosas que nunca viera. Al fondo, en la negrura, se adivinaban islotes o islas. Varias bandadas de aves marinas se fueron cruzando con él de vez en cuando, viniendo de la dirección opuesta; al pasar a su lado chillaban o graznaban y esos eran los únicos sonidos que seguían oyéndose.

De repente, se encontró caminando sobre una enorme playa solitaria, orlada de salvajes remolinos de espuma que se derramaban silenciosamente sobre la orilla, recorrían un gran trecho sobre ella y luego se retiraban bien lejos, en unas mareas descomunales, para volver a caer de nuevo sobre la arena como un maremoto sordo y mudo que quisiera tragarse todo el mundo visible, aunque siempre se recogía antes.


Al final de la playa había un alto monte, recorrido de arriba abajo por senderos espirales, bordeado a su izquierda por abruptos acantilados que caían sobre el mar y sobre una gran roca que parecía la uña de piedra de un enorme titán sumergido en el abismo que estuviese rascando las paredes de los acantilados y dejando en ellas terribles hendiduras verticales que se habían convertido en morada de innúmeras aves marinas que por bandadas se posaban... Ante la uña, se apelotonaban rocas más bajas, restos de derrumbes, que llegaban hasta la playa de las olas furiosas.

Una figura sobre una de las rocas del final de la playa, sentada inmóvil, llamó su atención y se fue llegando hasta ella. A medida que se acercaba la fue sintiendo como más y más familiar... de súbito su corazón dio un vuelco ¡Eurídice! Y echó a correr en su dirección.


 Sus ojos se fundían con ella mucho antes de llegar, pero su esposa no parecía verle. Allí estaba, hermosa como siempre, juvenil, vestida con una larga túnica blanca que contrastaba con su manto, de un violeta encendido, extraño, como todos los colores de aquel paisaje. Miraba hacia el mar, atrás de él y no daba la menor muestra de reconocerle. Orfeo gritó su nombre con júbilo y se precipitó a abrazarla, pero sus brazos la atravesaron como se atraviesa un espejismo.


Ella estaba allí, pero ni lo percibía, ella era apenas una sombra nítida, o tal vez lo fuera él, se encontraban juntos, mas en mundos distintos; él la veía, pero ella no, ni podía escucharlo.

Su alegría se convirtió en una terrible angustia. Se sentó a los pies de Eurídice y comenzó a llorar como no había llorado desde niño. Sus manos se morían por acariciarla, pero sólo alcanzaban a calcar en el aire los contornos visuales de una imagen vacía de consistencia.

Descubrió su propia figura en el espejo de un charco de agua, al pie de la roca, y se extrañó de verse tan viejo, comparado con la juventud casi adolescente de Eurídice... ¿Tantos años habían transcurrido buscándola...? Sin embargo la bella imagen de su amada no aparecía reflejada en el charco, solo la de él, con sus brazos y manos febriles acariciando el aire.

 Orfeo, con todo, se puso a hablarle y a hablarle entre sollozos, le contó como había viajado obstinadamente al otro extremo del mundo para buscarla, recordó, con las palabras más tiernas, cada momento que habían compartido juntos desde que se conocieran, le habló de los amigos y parientes, le repitió mil veces cuanto la amaba, le cantó en voz baja con dulzura las canciones más íntimas que había compuesto para ella y, mientras tanto, no paraba de acariciar ni besar ilusoriamente los contornos vacíos de su imagen impalpable y ausente.

Al cabo de un rato, ella se levantó, se acomodó el manto sobre los hombros y bajó de la roca a través de él, comenzando a ascender, poco a poco, por un sendero que contorneaba el borde del cabo, entre matas de picudos espinos verdes, por detrás del acantilado, donde anidaban cientos de gaviotas que no se intranquilizaban por su paso.

Él trató de seguirla (y esta vez sí que las gaviotas, asustadas, alzaron el vuelo en grandes bandadas y chillando) y se encontró con un terreno tan difícil, embarrancado y peligroso que forzosamente se fue quedando atrás.

A su izquierda veía, abajo, aquella gran uña de piedra encajada entre altísimas estrías verticales, hendiduras de la montaña cortadas a pico, que conformaban un paisaje sobrecogedor y siniestro; cualquier paso en falso podría hacerle rodar hacia el abismo. Eurídice, sin embargo, ni miraba donde ponía los pies, como si flotara sobre el suelo.

Su amada se dirigía, sin aparente esfuerzo, hacia las alturas del acantilado, donde siglos de tempestades habían acabado esculpiendo en las rocas todo un ejército de siluetas fantasmagóricas. De súbito, apareció entre ellas una larga fila de figuras humanas. Cada una de ellas portaba una luz y más que caminar, parecían deslizarse por el aire. Eurídice simplemente dejó que pasaran ante ella y luego ocupó el último lugar en la cola.

En ese momento, fue como si una luz se encendiera dentro de ella y como si su figura se hiciese más sutil y transparente. Sí, todos y cada uno eran luces mortecinas, algo verdosas, envueltas por una vaga apariencia individualizada. La procesión comenzó a descender hacia el mar barranco abajo y Orfeo corrió con todas sus fuerzas, jugándose la vida en el borde traicionero de aquellos abismos que daban vértigo, para no perder de vista el lugar a donde se dirigían.

Contorneó uno de los altos farallones que caían sobre la Uña de Piedra y se encontró en lo alto de un precipicio, asomado a un saliente rocoso que no le permitía avanzar más sin peligro de caer. Las figuras luminosas del final de la fila estaban penetrando en la gigantesca boca vertical de una cueva o grieta que había al sur de la Uña, cueva aparentemente horadada por el mar en el acantilado.

Para llegar hasta allí desde donde él estaba, sólo arrojándose al abismo y consiguiendo volar. Se quedó mirando como Eurídice flotaba sobre el aire, semejante a una luciérnaga, siguiendo a sus compañeros, con el mar rugiente estrellándose contra el pie de la cueva, bajo ellos, hasta que la oscuridad de la grieta se tragó sus últimos fulgores.

Entonces oyó algo así como unos lamentos a sus espaldas y volvió a rodear hacia el norte el farallón con la esperanza de que reapareciera por allí su mujer, pero sólo vio dos nuevas filas de flotantes fantasmas, que bajaban, convergiendo, desde lo alto de las crestas del acantilado, hacia otra cueva, casi a ras de agua, que parecía haber a este otro lado de la Uña de Piedra. Las nuevas figuras no tenían un aspecto tan sereno como aquellas a las que se había unido Eurídice, su luz interior era mucho más amarillenta y apagada y parecían ir encogidas, dolientes y temerosas, destacándose los lastimeros ayes de muchos.

Orfeo, sin embargo, sólo quería recuperar la vista de Eurídice, volver a estar con ella, así que les gritó y les hizo señas suplicando:

-¡Llevadme con vosotros! ¡Por favor, llevadme adentro con vosotros! Pero no le hicieron caso y siguieron pasando por el aire ante él, hasta introducirse en la cueva, allá abajo, totalmente fuera del alcance de Orfeo. La última figura, antes de perderse, volvió hacia él la cabeza y gritó algo así como:

-¡Te falta el laberinto!

Orfeo siguió suplicando a los de la segunda fila y obtuvo la misma respuesta de los últimos:

-¡Recorre el laberinto hasta el final! ¡Remata el laberinto!

En lo alto de las crestas, sobre la alargada grieta que acababa en la cueva, se destacaba una figura natural de roca que, de repente, le pareció una esfinge o una serpiente alada con cabeza de mujer. También aquella misteriosa figura, que le recordó a la maga colquídea Llilith, asesina de Eurídice, pareció cobrar vida por un momento para decirle:

-¡Recorre hasta el final tu laberinto!

Fue apenas un segundo, como una alucinación o un espejismo, y luego volvió a convertirse en una clara roca erosionada por los vientos.

Se quedó solo mientras atardecía, ante un silencio angustioso. Entrar en el vientre de la montaña por aquel hueco parecía más factible que por el otro, vertical sobre el abismo, por donde había penetrado Eurídice, puesto que el barranco parecía descender hasta el mar en una inclinada pendiente orlada de arbustos bajos a los que tal vez podría agarrarse.

Ya comenzaba a descolgarse del saliente hacia las malezas, cuando de pronto, oyó un sonoro aletear y vio como salía de la cueva una enorme bandada de aves marinas que volaba directa hacia el flameante horizonte del mar, más allá de aquella punta del cabo en forma de navío.

Las aves se convirtieron en figuras humanas resplandecientes que flotaban en el aire conducidas por bellas sirenas aladas que fueron pasando ante él en dirección al sol poniente. Pudo reconocer entre ellas la de Aito, la de Turos, Bodo, el joven Vigo y otros tres de los guerreros andantes Brigmil que le habían salvado y acompañado en la montaña de la Cruz de Hierro. Gritó sus nombres y también les pidió que le ayudaran a penetrar en los Infiernos, pero sólo la misma respuesta obtuvo mientras se alejaban, volviendo a convertirse en pájaros:

-¡Fuerza, Orfeo! ¡Recorre hasta el final tu laberinto!

La bandada de aves humanas rebasó el cabo de la nave y, desde allí, fue describiendo un amplio giro hacia el sur, empequeñeciéndose ante su vista hasta perderse entre los brumosos contrastes del cielo. Orfeo cayó entonces en la cuenta de que sus amigos Brigmil deberían haber muerto, como Eurídice, tal vez camino de la Isla del Destino o tras desembarcar en ella y que por eso podían cruzar los portones del abismo. Se le ocurrió de pronto que era mejor estar muerto y con su amada, que permanecer en el tormento de aquella angustiosa carencia.

Intentando bajar hacia la cueva como fuese, saltó desesperado hacia un grupo de malvas arbóreas que tenía debajo y consiguió agarrarse a una de ellas, pero se le desprendió de raíz y rodó con ella por la inclinada pendiente, chocando, golpeándose e hiriéndose muy dolorosamente varias veces. Sin embargo, sus frenéticos intentos de ir agarrándose a lo que podía amortiguaron su caída.

Acabó siendo detenido por un grupo de armerias marinas cuyos tallos mullidos, milagrosamente, aguantaron su peso, y se salvó por casi nada de ir de cabeza al abismo. Sentía su cuerpo totalmente magullado, habiendo perdido la lira y el zurrón y brotando abundante sangre por su rodilla, que estaba en carne viva y le dolía mucho.

Lentamente, consiguió salir de allí, arrastrándose, y fue bajando poco a poco hasta el mar que entraba y salía de la base de la grieta. Ya estaba anocheciendo cuando consiguió hacer pie sobre ella y lavó como pudo sus heridas.

A poca altura sobre el nivel de las olas que penetraban por detrás de la Uña de Piedra en el acantilado, se abría una de las siniestras bocas del Averno, lo que para él era un triunfo largamente buscado, que le llenaba de emoción y de júbilo, a pesar de su desastroso estado físico.

Pero, cuando Orfeo quiso entrar, le salió al paso, de entre las sombras, tal como si las rocas le hubieran dado forma, una figura gigantesca y horrible, algo así como un negro gigante de anchísimo tórax, coronado por tres cabezas de lobo, cada una de ellas defendida por un collar de aceradas púas sobresalientes.

Aquella bestia de pesadilla rompió el omnipresente silencio con un triple rugido que resonó pavoroso en toda la cueva, mas Orfeo no podía creer que aquello fuese real. Probó a avanzar y a atravesarla, tal como había atravesado el cuerpo de Eurídice, pero recibió una dentellada salvaje en un brazo, que le hizo gritar de dolor y arrojarse hacia atrás mientras contenía la sangre de su herida.

El monstruo volvió a acosarlo, Orfeo gritó el nombre de Eurídice varias veces, pero sólo consiguió una segunda terrible mordida del guardián de las sombras y zarpazos como de plomo en el pecho y la cabeza y una tercera en el otro brazo. Se vio obligado a ir reculando, ante su incontenible empuje, hacia el lugar por donde había entrado.

De pronto, se encontró de nuevo junto al mar, sangrando a chorros por ambos brazos, con sus sensibles manos desgarradas, casi hechas pedazos, y con profundas heridas en el pecho y en la cara. La puerta de la caverna se veía como cegada por peñascos.

Orfeo gritó y gritó ante ella, pero acabó desplomándose sobre el borde de las rocas, debilitado por la pérdida de sangre. Deseó morir para reunirse por fin con Eurídice, puesto que Hades rechazaba de tal manera a los vivos en su reino. Fue sintiendo como se fundía con la húmeda piedra, molécula a molécula pesadamente, en tanto que as sus venas se vaciaban. Fue percibiendo, impotente, como el pesado sueño de la materia inerte se apoderaba por completo de su consciencia.


Despertó en aquel cementerio cercano a Solovio, cuando los pasos leves de la aurora abrían puertas de claridad entre la niebla de las tétricas ruinas circundantes.

Se levantó del hoyo y palpó y examinó con cuidado todo su cuerpo, pero no había ni rastro, afortunadamente, de las espantosas heridas que había recibido en su pesadilla de la noche anterior.

Se echó de nuevo, se relajó y quedó largo rato recordando lo soñado, rescatando cada posible memoria de ello, reordenándolo, repitiéndolo y repitiéndolo con la imaginación hasta que lo tuvo claro y completo en su poder, como Quirón le había enseñado: “Lo primero al despertar, trata de agarrar con nitidez las imágenes de tu sueño, repítelas, grábalas. Ya tendrás más tarde tiempo para analizarlas”.

Ahora era ese tiempo. Había visto a Eurídice, había visto el lugar donde estaba, un lugar junto al mar, rocoso, la Uña de Piedra, un abismo, dos cuevas, un monstruo.

Había visto una procesión de espectros, unos que entraban, otros que salían, los Brigmil, los Brigmil animándole a ser fuerte, a recorrer un laberinto. Los Brigmil volando en la procesión de los muertos...

Se quedó muy preocupado por sus amigos, los guerreros libres... ¿Les habría ocurrido algo? Le parecía que hacía relativamente poco que se habían despedido para embarcar en Brigantia en sus tres naves exploradoras y buscar hacia el Norte la Isla Sagrada del Destino... ¿Un sueño premonitorio? ¿O… sus propios remordimientos por no haberse ido con ellos?¿…Les habrían hundido las tempestades del Océano?

Respiró profundo, relajándose y tratando de apartar la ansiedad y el temor por quienes quería y de hacer un vacío en su mente para que llegara a ella la inspiración.

Conteniendo el aire, se puso en blanco, se mantuvo. Soltó. Llegó sola la primera imagen a su mente: la procesión alada de los Brigmil saliendo de la cueva hacia el mar y resplandeciendo. La segunda: Eurídice en la fila que entraba en la cueva con un brillo verdoso, mucho menos intenso. La tercera: Las otras dos hileras de espíritus claramente apesadumbrados que se cruzaban, viniendo de arriba y que entraban en la segunda cueva, del otro lado de la gran Uña de Piedra.

…Unos entrando a la cueva, otros saliendo. Tres tipos de luminosidad: baja, media, alta. Los apesadumbrados entrando, baja, con luces amarillentas, apagadas. Eurídice luminosidad media, entrando, los Brigmil, alta, resplandeciendo y saliendo de la cueva. Orfeo se tranquilizó por Aito y sus hombres; ocurriese lo que ocurriese con ellos, lo sentía positivo. Lo malo ahora era Eurídice. Eurídice no estaba bien donde estuviese. Eurídice lo necesitaba, tenía que ir allá, sacarla de la cueva. Se levantó de nuevo, se dio un baño en un arroyo, vistió sus ropas, recogió su equipaje y se orientó hacia el Oeste.

Sin embargo, cuando se puso a andar, reconoció al poco, ante sí, el bosque de robles del que habían salido luminarias y, entrando en él, halló el claro donde las estrellas móviles habían dibujado para él la puerta de su sueño. Era un lugar real. Tal vez estaba allí mismo la puerta de la otra dimensión.

Se sentó en medio el día entero, repitiendo su salmodia fúnebre, rogando a los dioses que se lo llevaran con Eurídice, aunque sólo fuese en una corta visión. Pasó una jornada más sin comer ni beber, acabándola agotado y dormido sobre el suelo.

Pero lo despertó otro amanecer neblinoso y no había recuerdo de sueño alguno en su memoria, así que volvió a sentarse, a salmodiar, a rezar y a ayunar. Aunque nada ocurría. Y todo el día transcurrió y otra noche sin sueños que recordar. Y un nuevo día llegó, esta vez sin niebla y con muchos cantos de pájaros entre las copas de los árboles, irradiando su luz gloriosamente, reflejándola en cada gotita de rocío de cada helecho o cada hierba.

Orfeo, decepcionado, decidió abandonar aquel lugar y continuar hacia Occidente, pero antes de ponerse en marcha cantó con su flauta para sí mismo toda la tristeza y melancolía que sentía.

Aquel lugar de su sueño habría de ser llamado, siglos atrás, Campo de las Estrellas o Compostela y, a pesar de haberse poblado y animado bastante, continúa siendo neblinoso, húmedo, melancólico y misterioso.


FIN DEL LIBRO 2

CONTINUARÁ ESTA NOVELA INICIÁTICA COLECTIVA EN EL

LIBRO 3, “INICIACIONES INTERDIMENSIONALES”
…que narrarán los aprendizajes de Orfeo en el Fin del Mundo, cómo consiguió penetrar los portales del Hades, el País de los Muertos, y lo que ocurrió después, hasta el fin de la historia..

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