VIAJE
DE ORFEO AL FIN DEL MUNDO,
Manuel Castelin
castelinliterario.blogspot.com
brasiverso@gmail.com
VERSIÓN 2016. ENTREGA 1
LIBRO
1: INICIACIONES MARÍTIMAS
PRÓLOGO
La
narración de este viaje es una ficción mítica que transcurre en la supuesta
transición entre la Sociedad Matriarcal y la Patriarcal, durante el final de la
Edad del Bronce y de la Prehistoria, más o menos una generación antes de
aquella que fue a la Guerra de Troya y que el vate Homero -o un colectivo de
varias generaciones de Homeros- cantaron tres o cuatro siglos después. También
arroja miradas aún más míticas sobre las eras anteriores y sobre las intuidas
por los protagonistas como futuras.
Este
viaje recorre todo el viejo Mundo Mediterráneo, desde su extremo oriental, el
del Mar Negro, a donde va Orfeo (desde su Tracia natal, país al norte de
Grecia, paralelo 42º) en busca del Vellocino de Oro, hasta su extremo
occidental, Iberia, el País de los Muertos, que atravesará por el Camino de las
Estrellas hasta llegar a Finisterre, el Fin del Mundo de los antiguos, buscando
la entrada a los Infiernos junto al Océano, para pedirle a Hades que le
devuelva a su amada esposa Eurídice, muerta el día de la boda. Todo cuanto se
cuenta es ficticio e imaginario, pero siempre cuidando de hilar la trama
narrativa basándola en lo que se suponen datos más o menos especulativos,
aportados por la arqueología, o teniendo en cuenta lo que llegó hasta nuestros
días a través de las tradiciones orales locales, habiéndose recorrido muy
atentamente, en busca de tejer cada pequeño hallazgo en el tapiz del conjunto,
los mil kilómetros entre el cabo de Creus y el Cabo Finisterre. La Historia
Oficial ha establecido que la colonización del Mediterráneo Occidental y el
Atlántico por fenicios y griegos se produjo más adelante que 1.150 antes de
Cristo, pero la novela se permite la licencia de suponer que pudo haber
exploradores anteriores y sobre ellos se imaginó, variando un poco los nombres
históricos. Se utilizaron, también, nombres de lugares y pueblos que entonces
aún no se deberían llamar así, pero que permiten una cierta ubicación para el
lector moderno de una obra de ficción, por ejemplo, Iberia e Íberos para
España, porque no tenemos ni idea de como se podría llamar aquella tierra o las
gentes que habitaban sus regiones en tiempo de Orfeo.
Sobre
el muy discutido matriarcado prehistórico, la fuente disponible más sugerente
es Robert Graves. Sobre las eras y razas anteriores, no se vaciló en echar mano
de otras especulaciones aún más esotéricas, las de Helena P. Blavatsky y los
primeros teósofos, bien compiladas por Arthur E. Powell. Si las informaciones
aportadas por Helena Petrovna, supuestamente recibidas por revelación,
psicografías o visión, fuesen reales, no serían menos geniales que si apenas
fuesen una excelente invención literaria. En los dos casos, el que escribe no
es muy capaz de diferenciar entre lo mítico y lo místico, o entre Historia
escrita por los vencedores supervivientes y Literatura, tanto lo Exotérico como
lo Esotérico. Incluso el moderno y super-especulativo Esoterismo de Internet
(donde la Mitología Contemporánea navega
entre la información sensacionalista, las medias verdades, la contrainformación
y la desinformación manipulada), le parecen referencias inspiradoras igualmente
interesantes para elaborar el tipo de novela que bebe en la fuente del
legendario colectivo, y sin rubor, echa mano de esos recursos, porque lo que
importa en este mundo de pura ilusión no son los hechos, más o menos objetivos,
que nos parece percibir con nuestros limitados sentidos, nuestra razón
programada y nuestra ignorancia de la verdad completa, sino el aprendizaje
evolutivo resultante de vivirlos.
El
autor, como la mayoría de los autores, se contó a sí mismo, escribiendo este
libro, la historia que le hubiera gustado que le contara su Sherezade interna,
hilándola sin, ni de lejos, pretender satisfacer a los doctos historiadores con
una cronología bien ajustada. Lo hizo usando un tono más o menos actual, fácil
de traducir al Portugués del Brasil en el que vive, de tal manera que pueda ser
degustada por sus amigos brasileiros, a quienes les dá igual si él escribe que
Orfeo era un aedo, o un bardo o un vate (palabras obsoletas que nadie usa más,
fósiles de mundos distantes), siempre que entiendan que al protagonista se le
daba muy bien contar, declamar o cantar historias, acompañándolas con un
talento y maestría musical tan realmente descriptivos y conmovedores que hacía
vivir a sus oyentes aquello que escuchaban.
(Nota
para los amigos brasileiros: ¿Recuerdan a Sherezade, mis queridos, la contadora
de historias de las Mil y Una Noches?)
El
autor fue uniendo, en una construcción inventada, los muchos fragmentos de lo
que le interesaba que iba encontrando por la vida. La obra es, pues, un
procesual, como la vida misma y como el resto de sus obras plásticas y
literarias. Pasó años añadiéndole el resultado de sus procesos de
conscienciación sobre el mundo, sobre las demás personas y sobre sí mismo, o
sea, consignando la recordación paulatina de su Real Ser sobre el espejo
simbólico de esta novela. Agradece mucho la gentil corrección del profesor de
Historia español, Don Juan Bernárdez, a
su querida madre, Doña Gloria Durán Pozo, que le contaba los cuentos de la
Historia en vez de cuentos para niños, a los lectores de las primeras versiones
y a quienes puedan leer después. Todos sean felices y lo irradíen.-
VIAJE
DE ORFEO AL FIN DEL MUNDO
0-
EL MISTERIO
-“El laberinto es un misterio, ninfa mía”-
dijo interiormente Orfeo mientras rasgueaba su lira para su amada-. ” El
laberinto es el camino de la vida de sí a sí, el oscuro misterio de mi vida,
que tú presides, luna-recuerdo que iluminas mi noche sin tí, pero llena de tí.-
La luna llena asomaba por detrás de las
montañas litorales del País de los Gal y la luz aún rojiza del disco naciente
resaltaba el sendero del Laberinto Ancestral sobre el arqueado lomo del Monte
Pión, en el arranque del Cabo de la Nave de Hermes, cuya silueta triangular se
recortaba en su extremo como la vela de una embarcación que enfrentase
valientemente las brumas del Gran Río Océano, el que rodea los Infiernos.
-Ánima amada, cara mitad de mi alma, luna
Eurídice –siguió susurrando en voz baja-, ilumina esta noche oscura mía,
inspírame, ayúdame a penetrar el misterio, para que Hermes y Hades me permitan
después penetrar al Mundo Subterráneo en tu rescate.- La luna iba ascendiendo,
grande y sangrienta, y ahora iluminaba perfectamente toda la playa de Mar de
Afuera, la sucesión de ondas fragorosas de sus rompientes y, al otro lado, el
contorno de enorme ballena del llamado Cabo del Fin del Mundo, en cuyo faro
terminaban su viaje los peregrinos del Camino de las Estrellas.
-Luna Eurídice de mi corazón –Invocó Orfeo
ya puesto en pié de cara al disco y en voz alta, haciendo con las manos el
gesto ritual de salutación a la Diosa-… a través de mi amor por ti me dirijo al
Femenino Universal, a la Señora del Misterio Misma, a Tí, Luna Cósmica que
gestas y nutres nuestra Evolución, para rogarte que me ayudes a comprender el
sentido del laberinto de mi vida, al menos lo suficiente para poder ser
admitido bien consciente en el Reino de los Muertos, donde mi amor me espera.-
LIBRO
1: INICIACIONES MARÍTIMAS
PARTE
PRIMERA:
EXPERIENCIAS
ORIENTALES
…………………………………………………………………………….
1-
EL PADRE
Orfeo,
contando a Donnon:
-Aquella
mañana mi madre, Kalíope "la de la bella voz", Sacerdotisa-Musa de
Apolo y esposa del rey Eagro de Tracia, me había saludado con un beso tan
tierno que me pareció que tal vez aún estaba viendo en mí la misma cara alegre,
soñadora y un tanto ingenua que yo tenía de niño, aunque acababa de cumplir
veintitrés años y no debería demorar en tomar esposa. Además, ya tocaba la lira
y la flauta mejor que ella y casi declamaba, improvisaba y cantaba tan bien
como ella... Lástima que también mi querida profesora comenzaba a pensar que
esas actividades me habían hecho descuidar mi formación en otras, mucho más
serias, en las que un príncipe que iba para futuro rey de Tracia, tendría que
estar mejor preparado.-
-Anda Orfeo pasa, tu padre te está
esperando, ten mucha paciencia con él, por favor.- …………………………………………………………….
-Tengo aquí dos informes -dijo el rey
Eagro, mirándolo muy seriamente con sus ojos de águila luchadora-. Uno dice que
hace un mes que no asistes a tus prácticas de gobernación. Otro, de tu
comandante, que hace otro mes que pediste la baja en tu falange, por causa de
una caída, y que aún no te has reincorporado, a pesar de que sabe que ya
andabas perfectamente por ahí a los quince días. ¿Qué tienes para decir?-
-Pues que es verdad, Majestad, que he
estado preparando un proyecto que me interesaba más durante estas últimas tres
o cuatro semanas. -respondió Orfeo.-
-¿Y qué proyecto te puede interesar más
que tu preparación como príncipe heredero?– dijo el monarca severamente- ¿No
será otro gran recital poético cantado, en compañía de tus amigos y de un coro
de danzarinas?-
-No padre, nada que ver con poesía: pido
tu permiso para enrolarme en una expedición guerrera.- El rey Eagro se
sorprendió gratamente y hasta sintió cierto orgullo de su hijo ¡¡Dioses, al
final todo llega!! ¿Quería eso decir que la etapa poética, junto con las
inquietudes iniciáticas, de clara influencia materna, iban a quedar por fin
atrás y que ahora Orfeo se interesaba por las hazañas guerreras, como
correspondía a su edad...? Eso sería realmente un gran progreso.
-¿Y qué expedición es esa? -preguntó,
poniendo la amable cara de “hijos, vuestro padre os quiere”.
-Jasón de Yolkos, que fue instruido, como
yo, por el centauro Quirón en el monte Pelión –explicó Orfeo-, está preparando
un periplo a la Cólquide en una galera de guerra que construyó y ha mandado
heraldos invitando a que se le unan los mejores príncipes y campeones... Y no
hay ningún noble tracio entre ellos. Así que yo me estuve informando para ver
si podría participar.-
-¿A la Cólquide...? ¡Pero si eso está
lejos demás, al otro lado del Mar Negro!-se asombró otra vez su padre- …¿Y qué
se pretendería con una expedición como esa?-
-Reclamarle el Vellocino de Oro al rey de
ese país y regresar con él para devolverlo al santuario de Zeus Lafistio de
donde salió.-
-¿Y para qué?´-
-Esa es la condición que su tío Pelias le
ha puesto a Jasón para cederle su derecho al trono de Ptía.-
-¿El Vellocino de Oro? -se espantó más aún
el rey Eagro- ¡Si eso no es más que un antiguo símbolo de los pueblos pastores!
¡Una piel vieja de un carnero que extrañamente les nació rubio a los primeros
arios del Asia Lejana! En cada guerra se pierden y se ganan cien emblemas como
ese... ¿Para qué lo quiere ahora Pelias, ese aqueo usurpador? ...No puede ser
para cosa buena, viniendo de él.-
-Es que Pelias encontró por casualidad a
Jasón cuando aún su sobrino no le conocía y le contó que esa piel es una
reliquia sagrada y una cuestión de honor para la familia real de Ptía. Según la
leyenda, el Carnero de Oro fue enviado por Hermes para que salvase a Hele y a
Frixo, primos de Jasón, que iban a ser sacrificados injustamente, y se los
llevó hasta la Cólquide volando sobre su lomo, aunque Hele se cayó al mar y se
ahogó por el camino.-
-Bobadas –dijo el rey, tajante- ninguna
piel de carnero vuela. Di, más bien que esos dos hermanos huyeron del
sacrificio en un barco, llevándose con ellos aquella reliquia, para fingir un
milagro ante los simples.-
-…Frixo tuvo mejor suerte- continuó el
príncipe sin amedrantarse, porque conocía a su padre-: lo casaron con una hija
del rey de la Cólquide, Eetes y vivió aún bastantes años, pero, después de
morir, los colquídeos colgaron su cadáver en un árbol envuelto en una piel de
buey, para que se lo comieran los buitres, como es su costumbre. Y el Vellocino
de Oro, la piel del carnero salvador de un miembro de la familia real, se
convirtió para ellos en un símbolo nacional. Pelias dijo a Jasón que el
espíritu de Frixo no podía descansar en paz, ni siquiera entrar en el Hades, el
Reino de los Muertos, y que se le apareció en sueños, rogándole que hiciese que
sus huesos fuesen enterrados dignamente, según los rituales de Grecia, y que
restituyese la piel del carnero al lugar sagrado de donde procedía.-
-... Más tarde Pelias –siguió contando
Orfeo- le preguntó a Jasón qué haría él, siendo rey de Ptía, “si se enterase que
alguien quería su trono”, y a Jasón se le ocurrió responder que él mandaría a
ese pretendiente a la Cólquide a enterrar a Frixo y a traer el Vellocino de Oro
de vuelta, para demostrar con esa hazaña que se merecía reinar... De modo que,
cuando el mismo Jasón fue por fin a Yolkos a reclamar el trono de su padre,
descubriendo, con absoluta sorpresa, que el hombre con el que había conversado
era el mismo usurpador, Pelias volvió esas mismas palabras contra su sobrino,
quien quedó comprometido por ellas... Sin embargo, dicen que lo que en realidad
sospecha él, es que esa piel es un símbolo o talismán mágico de gran poder, y
que por eso aceptó el desafío de su tío.-
-Está claro que tu amigo Jasón se dejó
enredar por ese zorro y estoy seguro de que el reto de su tío es sólo una
trampa mortal o un laberinto para que se pierda él y quienes se embarquen con
él... –insistió el rey frunciendo el ceño- ¿...Y qué cree Jasón que significa
ese supuesto símbolo mágico?-
-Pues una luz, un conocimiento que los pioneros
de esta nueva era nuestra deben ir a buscar al Oriente, al país del Nacimiento
del Sol, donde descansan de noche los caballos y el Carro Solar de Febo Apolo…
al Cáucaso, esa cordillera de donde vinieron nuestra estirpe y la de los
griegos... y tal vez ese conocimiento se derive de la experiencia de la propia
aventura de ir a por el Vellocino.-
-Bah, bah, bah, todo eso me suena a puro
esoterismo juvenil, a poesía, o peor, a propaganda, a engaño, Orfeo, a un juego
de fascinio de Jasón, o de quien le guíe, para captar para su insensata empresa
jóvenes aspirantes a héroes que aún tengan mentalidad de adolescente... Ese
tipo de aventuras son más propias de un soldado de fortuna que de un príncipe
real ¿...Me explicarás que es lo que tú, personalmente, irías a ganar, si te
marcharas a la Cólquide? ¿Qué esperas conseguir para tu propio provecho?-
-Yo sólo busco crecer, padre,
desarrollarme, salir de lo conocido; descubrir cosas nuevas junto a gente de mi
edad a quienes aprecio, andar mundo, abrirme a la vida y vivir su aventura, las
que ella tenga para mí. Deseo conseguir... experiencia, conocimiento... y saber
quién soy y de lo que soy capaz.-
-Un día reinarás, y sabrás quien eres y de
lo que eres capaz, mi hijo.-dijo el rey, casi con ternura-. Experiencia la vas
a empezar a conseguir en este mismo palacio, con los cargos públicos a los que
pienso destinarte el próximo año... aunque el conocimiento tendrás que
recibirlo antes de tus profesores, continuando con tus clases prácticas de
gobernación y de administración, asistiendo a las asambleas, consultándome a
mí... Y todo eso, sin descuidar tu formación militar, que te servirá para
alcanzar gloria y mantenerte en el poder, cuando llegue la ocasión. Es
fundamental que un futuro rey sea conocido y querido por sus guerreros como
compañero de armas.-
-¡Padre, me duermo en las clases de
gobernación! ¡Y más me respetarán los guerreros tracios si logro volver con el
Vellocino de Oro, que si sigo dos años más haciendo la instrucción con ellos en
los campamentos!-
-¡Tú eres un inconstante y un iluso,
Orfeo! –gritó el rey Eagro perdiendo la paciencia- ¡Eso de que te vas a
conquistar el Vellocino de Oro a la Cólquide es como si me dices que vas a
conquistar la Luna o a bajar a los Infiernos! ¡Más bobadas!... Lo único que
pretendió el viejo zorro de Pelias con esa condición fue convencer a Jasón para
marcharse al fin del mundo y que no vuelva más. Le sería menos trabajoso a tu
amigo hacer un poco de diplomacia entre los reyes vecinos y seguro que encontraría
aliados con algún interés por ayudarle a luchar por la legitimidad de su
derecho al trono.-
-Pero es que se trata de una expedición
muy interesante, padre, recordamos muy poco sobre qué es lo que hay en el lado
oriental del Mar Negro, no tenemos relaciones con los reyes o jefes de esos
pueblos, sólo los troyanos las tienen. Deberíamos contactar las rutas del
comercio oriental que puedan llegar hasta allí. Y nosotros, los tracios, con
más razón que los griegos peninsulares, ya que nuestras fronteras se asoman a
ese mar y tenemos derecho a navegarlo… Además hay aquella historia de que el
Sur del Cáucaso fue la cuna de nuestros antepasados y de los de los troyanos,
mientras que la nuestros primos griegos fue en su lado Norte. Un día puede
convertirse en nuestra zona principal de influencia.-
-Ese pasado legendario del Cáucaso está
bien lejos en el pasado, hijo, y no hay nada que nos interese, hoy por hoy, en
ese país remoto y embrujado de bárbaros cimerios y escitas nómadas, de amazonas
sanguinarias, de tribus salvajes completamente intratables... Y los colquídeos
no son mucho mejores, Orfeo, a pesar de que su rey es un griego y no un
bárbaro. Los viajeros cuentan que Eetes permitía a su esposa tauria ofrecer
sacrificios humanos a Hécate, la antigua Diosa de la Muerte... hasta se asegura
que las hijas del rey son hechiceras, magas negras. Están demasiado atrasados,
hazme caso. Como lo estábamos nosotros antes de abrirnos a la influencia de la
civilización pelasga del Mar Egeo.-
-...Además, nuestro futuro no está para
nada en el Norte ni en el Oriente, esos espacios fríos, nubosos y encerrados
entre cordilleras, de los que procedemos -prosiguió el rey-, sino en el rico y
luminoso Sur, que es la plataforma naval de expansión, a través del Mediterráneo,
hacia el mundo todo: Lidia, Caria, Licia, las islas que tienen enfrente; mira
lo bien que les va a los fenicios... y para eso nos conviene más la alianza con
Troya, incluso una reunificación, ya que en el pasado ellos y los tracios
llegamos juntos al Egeo desde la Anatolia, que con esos griegos falsarios y
ambiciosos, de quienes más vale precaverse... fíjate cómo esos patanes salidos
de las montañas se apoderaron del imperio marítimo de las sacerdotisas de
Creta.-
-De patanes nada, disculpa, padre: los
jonios, al menos, son buenos marinos. Y en cuanto al resto de los griegos en
general, si continúan demostrando tanto sentido de la oportunidad, osadía y
fuerza como hasta ahora, yo creo que es mejor hacerse su amigo, incluso uno con
ellos, que andar tratando de precaverse de lo inevitable... Y Jasón se ha
informado bien, te lo aseguro, el Vellocino existe, los colquídeos lo guardan
en un bosque sagrado, custodiado por toros salvajes y hasta por un dragón.
Traerlo es una cuestión de prestigio, un reto... unirse a ellos en esta
aventura, servirá para que empiecen a considerar a Tracia, no como un
territorio bárbaro del norte apropiado para colonizar, sino como una digna
parte de la Gran Grecia.-
-¡Un dragón! -el rey se tocó la cabeza-
¡Los dragones no existen más que en las leyendas, Orfeo!... Jasón va totalmente
engañado detrás de un mito, hijo, nada tangible, nada que interese ¿Qué
prestigio nos va a dar la conquista de una piel de carnero vieja?... Os
educamos contándoos mitos, porque los mitos son metáforas que sirven para que
después comprendáis el sistema con que regimos el mundo por analogía, sus
jerarquías, sus leyes y sus valores... Y es normal que un campesino ignorante
tome sus decisiones y guíe su vida confiando en los mitos que aprendió, ya que
no tiene mejor instrucción –prosiguió Eagro dando una vuelta completa alrededor
de la sala-, pero para un hombre culto, más, para uno como tú, que nació en la
cúpula del sistema mismo, los mitos son sólo referencias, cuentos, y un hijo de
la jerarquía real se guía por la razón, por aquello que planea previamente
después de documentarse y aconsejarse y por lo que analiza que más conviene
hacer en cada momento para cumplir su plan de vida, para realizarse en cada
momento. Tomar mitos por realidades y marchar tras ellos ciegamente es
inmadurez, infantilidad... a tu edad y con todo lo que te formamos, perdona que
te lo diga, locura.-
-Padre -insistió Orfeo-, varios de los
antiguos compañeros que tuve en la Escuela de Quirón van, además de Jasón y otros
grandes campeones: Cástor y Pólux de Esparta, los minias Idas y Linceo, el gran
Anceo de Tegeda, Ascáfalo de Orcómeno, Eufemo de Tenaro, el sabio heraldo
Equión; el príncipe Peleo de Egina; el príncipe de Calidón, Meleagro; el
arquero Falero, de la casa real de Atenas... y hasta jóvenes reyes: Augías de
Élide, Admeto de Feras... ¿Son locos? ¿Ilusos? ¡Son los mejores hijos de los
griegos!... ¡Yo quiero ir también, padre! Tracia no se va a quedar sin mandar a
alguien de buena cuna a esta gesta, aunque sólo sea para asegurarse una
información, prestigio, relaciones que nos faciliten una mayor presencia en la
apertura de nuevas vías de comercio con Asia... Se cuenta que en esa zona hay
muchos cereales y lana, y además oro, cobre, gemas preciosas...
-Lo sé, lo sé, ya lo sé de sobra –cortó el
rey-. ¿Crees que no mandé hace mucho a mis consejeros que elaboraran un informe
objetivo sobre el tema? Según ellos, no nos resulta rentable todavía el
comercio directo con esas tierras tan lejanas, ni política, ni económica, ni
estratégicamente. Por ahora, nos basta con preservar el paso libre por los
estrechos... y eso ya nos está costando mucho oro y diplomacia y -añadió, en
tono conciliador-, tal vez algún día, le interesará la Cólquide, junto con toda
la orilla sur del Mar Negro, incluida la Armenia, a los consejeros de tu
nieto... Si antes lográsemos formalizar una cordial alianza con el rey de los
troyanos, que está en el medio. Puedo pedirle a una de sus hijas para casarse
contigo...-
-Padre, por favor –dijo Orfeo alzando la
voz- ¡Por ahí sí que no paso! ¡Yo ya estoy comprometido y bien comprometido con
Eurídice, la mujer que amo!... y en cuanto a la Cólquide, permíteme decirte que
lo que les parece lejano hoy a tus asesores, nos parecerá cercano en cuanto los
griegos comiencen a colonizarlo. Y eso vendrá tras esta expedición, seguro; son
rápidos en ampliar sus posibles mercados. El mundo se le queda pequeño a las
nuevas galeras de vela con treinta remeros o más. Te impresionaría la que ha
sido capaz de construir Argo para Jasón.-
-No les va a ser así de fácil, con
Laomedonte de Troya controlando los estrechos y todo el comercio asiático. Y
además, por muy rápida que sea esa nave, podrías demorar años en volver. O no
volver... ¡Y ya hemos hablado antes de tus egoístas compromisos sentimentales!
Un príncipe puede hacer lo que le plazca en privado, para eso es un príncipe.
Puede tener todas las amantes que quiera, siempre siendo discreto. Pero a la
hora de casarse, ha que pensar sólo en lo que es conveniente para su país. ¡No
me hables más de matrimonio con Eurídice! Un matrimonio tuyo es una oportunidad
de alianza con otro estado para Tracia, no una cuestión de amor –remató el rey
con toda autoridad, a modo de conclusión.-
-Me casaré con Eurídice cuando vuelva del
Cáucaso y tendremos hijos que serán hijos del amor –dijo sencillamente Orfeo.-
El rey Eagro de Tracia, viendo la cara de inaccesible empecinamiento de su
hijo, y con el tono de quien tiene que tomar una dura decisión que ya durante
mucho tiempo ha sido pensada, contestó bruscamente:
-Si te empeñas en anteponer los egoístas
intereses de tu personalidad a tus deberes de príncipe real y te enrolas en esa
loca expedición en lugar de atenderlos, no creas que vamos a esperar por ti,
Orfeo. Ésta es una monarquía seria. O haces lo que debes, o nombraré a tu
siguiente hermano príncipe heredero y lo prepararé para las tareas de gobierno,
que es en lo que tú deberías estar ocupado ahora, y no en tantas músicas y en
tantos sueños.-
-Harás muy bien en nombrarlo. Se parece a
ti mucho más que yo, padre; seguro que dará un serio y eficiente rey.-
-Hijo... ¿Te das cuenta de lo que estás
diciendo? ¿Quieres echar tu futuro por la borda?-
-Me doy cuenta, sí padre, pero eso de lo
que hablas no es mi futuro, sino “tu plan de futuro”. Y tienes más hijos para
realizarlo, afortunadamente. No sólo a mí, el loco... Mi futuro tengo que
elegirlo yo mismo. Y estoy eligiéndolo ahora.-
-¿Y qué es lo que eliges? –dijo Eagro, con
tono de desafío.-
-Elijo vivir de otra manera. Renuncio en
mi hermano a mis derechos a la corona. – dijo con suave firmeza mirándole a los
ojos. Orfeo nunca se había sentido más lúcido ni más tranquilo.-
-¿No le disputarás luego a tu hermano su
derecho al trono? –preguntó incisivamente el rey. Estaba claro que le complacía
la renuncia, pero quería asegurarse y quedar bien.-
-Te juro que apoyaré cualquier plan de
futuro para el país que diseñéis tú y él, padre; sé que será lo mejor para
Tracia. Nunca le disputaré el trono a mi hermano, te lo juro. Yo no sería un
buen rey, soy muy poco estable, demasiado móvil. Apuesto a que él sí lo será
–dijo con naturalidad.-
-Te advierto que tu hermano va a seguir la
misma política que yo: en lo exterior sostendrá la alianza con Troya y no con
los griegos y en lo interior seguirá favoreciendo el culto del dios Dionisio,
que fue quien le hizo ganar el trono de Tracia a tu abuelo Cárope, mi padre,
frente a su rival, Licurgo, un devoto de Apolo. Debemos ser agradecidos.-
-Padre, respeto muchísimo a Dionisio y tengo claro que apoyar su culto
hace que el pueblo te apoye, pero no olvides que mi madre es una sacerdotisa de
Apolo.-
- Pues a pesar de que yo mismo te he
iniciado en los misterios de Dionisio desde niño, tú pareces mostrar mucho más
interés por el orgulloso dios de la Luz de los griegos.-
-Yo tenía que conciliar a esos dos
dioses, paterno y materno, en mi cabeza y en mi corazón: por eso me fui a
Egipto... Esperaba encontrar allí el origen común de ambos.-
-Creo que has vuelto mucho más griego que
egipcio, Orfeo.-
-Sólo por fuera padre... siento,
realmente, que si algún día tendremos una civilización mundial, se la deberemos
a los griegos, que tienen el genio de encontrar el punto de síntesis razonable
y actual entre todas las culturas que les rodean; eso es el espíritu de Hermes
y por eso me interesan... pero Egipto sigue siendo Toth, la fuente original de
todo conocimiento importante.-
-Bien, bien, basta de preferencias
religiosas o simpatías culturales, Orfeo. Lo único que yo quiero oír de tí es
la promesa de que, aunque admires a los griegos y a Apolo, no obstaculizarás mi
política ni la de tu hermano a favor de Troya y de Dionisio.-
-Podréis contar con eso, padre. Te doy mi
palabra de que seré todo lo neutral y fiel posible, nunca estaré en oposición a
las alianzas de la corona... Y, por favor, contad también conmigo para tender
puentes de comprensión entre Apolo y Dionisio.-
-Siendo así... –suspiró el soberano- elige
el futuro que tú mismo desees, Orfeo, y que todos los dioses te bendigan. Pero
recuerda bien que, para no ofender a nuestros aliados asiáticos, no irás como
representante oficial y príncipe de Tracia en esa expedición, sino a título
particular... a menos que volváis triunfantes.–Eagro puso la cara que solía
para decir “así es la política”.
…………………………………………………………………
Yo
tenía bien claras, ahora, las verdaderas razones de las resistencias de mi
progenitor: su política para el futuro de Tracia se encontraba en un delicado
equilibrio entre los agresivos y expansionistas griegos del sur, a los que no
convenía tener como enemigos, frente a sus intereses en el este, que pasaban
por mantenerse en buenas relaciones con la vecina Troya, celosa guardiana del
Mar Negro y de Asia Menor. Establecidas sus puntualizaciones de hombre de
estado, regresó a la amable cara de “hijos, vuestro padre os quiere”:
-Perdona si me calenté antes, que no era
para menos –me dijo para despedirse-... Pero mucho ojo, ándate con cuidado, mi
hijo, naturalmente puedes pedirle a mi administrador cuanto necesites para
equiparte y vuelve siempre a ésta, tu casa, sea cual sea el resultado de tu
aventura.-“
2-
EL FUEGO:
Hubo
un tiempo en que el matriarcado imperaba, no sólo sobre las tribus tracias de
la nación de Orfeo, sino sobre las tribus de la inmensa mayoría de las
naciones. Pero todo cambió completamente el día en que un ama de casa, por
casualidad, inventó la metalurgia, al dejar que se mezclaran ciertos minerales
en el fuego del hogar. Tras el descubrimiento de la fundición del cobre, que
sirvió para crear bonitos adornos y cacharros de cocina, vino la de una serie
de aleaciones combinadas que produjeron el bronce, lo que permitió a las
mujeres construir más resistentes instrumentos de labranza y, enseguida, hizo
posible que los cazadores y guerreros de algunas tribus forjasen armas duras
antes que los de otras. Esa tecnología dio a los primeros en usarla tal
capacidad de imponerse que de ahí surgió la guerra en su moderno concepto y con
ella, el pillaje, la esclavitud y las diferencias de clase, en base a la
ingente riqueza y poder que fueron conquistados de repente. Cuando, por la
fuerza avasalladora de las nuevas armas, los hombres, que tras exterminar a
casi todos los varones de otras tribus, le arrebataban al enemigo de una vez
sus campos de cultivo, sus ganados, sus embarcaciones, sus mujeres y sus hijos,
toda aquella acumulación de bienes conquistados produjo tal excedente económico
en manos de los principales jefes guerreros, que se desequilibró completamente
el viejo sistema social, provocando el surgimiento del patriarcado. La enorme
acumulación repentina de mujeres y de niños enemigos capturados, que ahora eran
esclavos sujetos a la propiedad de los guerreros más fuertes y mejor armados,
produjo una descompensación de poderes y una inversión de valores tan grande,
que llevó a la pérdida de respeto y a la degradación de toda la sociedad
matriarcal y de su comunismo y promiscuidad primitivos... Incluidas las mujeres
y las hijas de los vencedores, que perdieron su influencia y su mando al no
poder competir con el gran número de sumisos objetos de placer, mano de obra
gratuita a su servicio y propiedades materiales de los que pudieron disponer a
su antojo, a partir de ese momento, los varones dominantes. Desde entonces,
cambiaron los usos y costumbres: surgió el nuevo derecho de propiedad
patrilineal, sustentado por la violencia, que permitió que los hombres más
fuertes pudiesen poseer y transmitir a sus herederos varones las tierras y esclavos
conquistados, se inventó el matrimonio como fórmula de propiedad sobre las
propias esclavas, hechas ahora concubinas, y sobre los hijos que ellas tenían
con su amo, así como para legitimar la propiedad exclusiva de las tierras y los
bienes de las vencidas. Para no tener que alimentar ni hacer herederos de su
poder y posesiones a hijos de otros, los amos comenzaron a ejercer un control
cada vez mayor sobre la fidelidad exclusiva de sus mujeres, hasta acabar
encerrándolas en el gineceo, cuando se volvían sedentarios. Ya que ahora
disponían de esclavos y esclavas que eran obligados a realizar las duras tareas
exteriores que antiguamente concernían a sus esposas, éstas se fueron haciendo,
en las clases más poderosas, simples objetos suntuarios de exclusivo placer, en
tanto que fuesen deseables o útiles. La represión de la promiscuidad sexual de
las propias esposas e hijas se iba convirtiendo, poco a poco, en el mayor
garante social de la sumisión del antiguo matriarcado, por lo que asegurar la
fidelidad conyugal y la castidad de las jóvenes cuya virginidad podía conseguir
convenientes alianzas matrimoniales para la familia, se volvió una cuestión de
honor para los varones. Cada comunidad desarrolló sus propios sistemas para
denigrar, marginar o castigar al hombre que no vigilaba adecuadamente a las
féminas bajo su mando. Como normalmente el marido era el último en enterarse de
las libertades que se tomaban sus esposas o sus hijas, el primer aviso y
llamada al rigor que le daban los otros varones de la comunidad era salir por
la noche a escondidas para hacer sonar jocosamente cuernos de buey, toro
castrado, ante su casa. El cornudo, ya enterado y por todos conocido, tenía que
dar un escarmiento a las mujeres de la comunidad entera, matando a la suya, o
exiliarse, ya que si no lo hacía, se le rebajaba socialmente hasta niveles
insufribles. Los jefes guerreros aprendieron que serían más poderosos cuantos
más hombres matasen y de más nuevas esposas, esclavos y tierras de cultivo se
apoderasen. A medida que su poder aumentaba, se desplazaban hacia el sur,
tratando de conquistar las tierras más fértiles y soleadas. Su paso lo dejaba
todo envuelto en desolación, ya que no estaban interesados en construir nada,
sino sólo en aprovecharse de lo construido por otros, en tanto que durara. Con
todo ésto surgió el concepto de la escasez de lo necesario para la vida,
concepto antes desconocido, y de la necesidad de competir por lo poco que
había. La naturaleza seguía siendo igual de abundante para todos, pero el hecho
de que los más fuertes acaparasen mucho más de lo que necesitaban y se
arrogasen el poder de distribuir lo que había, provocó que los más débiles
tuviesen que someterse a ellos para poder seguir disponiendo de lo que antes
era gratuito. La economía individualista y feudal sustituyó a la comunitaria,
lo importante no era ser capaz de producir bienes, sino ser capaz de apoderarse
de ellos y de defenderlos de los otros.
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Como
consecuencia de todo este cambio -contaban las Sacerdotisas-Ninfas- , entró en
decadencia la división de la tribu en clanes fraternales e igualitarios. Se
acabó la distribución generosa y equitativa de bienes y servicios, hoy por ti,
mañana por mí, que fueron acaparados por quien podía pagarlos. Surgió la
primera aristocracia patriarcal, opuesta a la matriarcal de las sacerdotisas
dominantes, que fue tomando forma y extendiéndose en reuniones secretas de la
jerarquía masculina, influenciando la puesta en marcha de un nuevo sistema de
control y dominio para las élites de las tribus próximas. Sistema que se
afianzó cuando gentes muy guerreras, patriarcalistas y solares de la Quinta
Subraza Aria, provenientes del norte del Cáucaso, fueron contornando el Mar Negro
con sus ganados hacia Europa. Después de asomarse al civilizado Tálaso, o Mar
Mediterráneo, aquellos rudos descendientes de Heleno destruyeron el último
imperio matriarcal altamente evolucionado.
Se
trataba del imperio marítimo de las sacerdotisas de Creta, la Talasocracia
Minoica, cuyos súbditos pelasgos eran, casualmente, primos de los helenos
invasores, ya que descendían de arios lunares de la Cuarta Subraza provenientes
del sur del Cáucaso, que se habían mezclado cordialmente con los supervivientes
de la Gran Inundación, cuando llegaron a las orillas del Mediterráneo. Hasta
entonces resultaba impensable que nadie pudiese siquiera atacar a las ciudades
cretenses, que ni murallas tenían, porque la mejor muralla protectora de su
isla matriz y de sus colonias era su incomparable flota de guerra, que dominaba
el comercio del Tálaso, desde Egipto y Siria hasta el ignoto Océano. Pero
aquellos helenos jonios y eolios, bárbaros rubios y de ojos azules, pastores de
carneros sin la menor experiencia náutica, bajando poco a poco desde los
montañosos Balcanes de Iliria y el Epiro, comenzaron a infiltrarse como
inmigrantes pacíficos o mercenarios en las colonias cretenses de la península
pelásgica, emparejándose con las matriarcas dominantes los más fuertes de sus jefes,
ya por las buenas o por las malas. La gran oportunidad de aquellos intrusos
llegó cuando, un día, un desastre natural de enormes proporciones, la explosión
volcánica de la isla de Tera, barrió con una onda gigante gran parte del
Mediterráneo Oriental y dejó machacado y sin flota al Imperio Minoico.
Enseguida, los helenos se las arreglaron para reunir los barcos y marineros de
los pelasgos aliados o sometidos, embarcar en ellos sus guerreros jonios y
eolios y navegar hasta la propia Creta. Así, asaltaron su augusta capital,
Knossos y sus otras diez ciudades, todas ellas muy debilitadas por el maremoto,
saqueando sus legendarias riquezas y acabando para siempre con el predominio de
una cultura matriarcal sofisticadísima, que había imperado durante más de tres
mil años sobre el mundo pelasgo del Gran Verde oriental y occidental, incluidas
sus rutas de salida al Océano. Teseo de Atenas había derrotado al Minotauro. No
obstante, la civilización de los vencidos era tan superior, que los
conquistadores fueron conquistados por ella. Una generación después, hasta
parecía que el culto de La Diosa Triple comenzaba a renacer, tras sabias y
flexibles adaptaciones que visaban fundir con su alta cultura de siempre las
costumbres patriarcales de los invasores. La asamblea de las Grandes
Sacerdotisas cretenses (la casta que se había ido transmitiendo el poder, de
madres a hijas, durante milenios) comenzó con una astuta maniobra integradora
de los dioses de los jonios y eolios, reconociéndolos como “Hijos de la Diosa”
(Grai-Koi), al tiempo que aceptaban casarse con sus jefes y compartir con ellos
la dirección de sus súbditos en todo el Egeo. A partir de ese momento, los
helenos pasaron a ser llamados griegos. El hijo mortal favorito de la Antigua
Gran Diosa, Dionisio, que en la religión de las sacerdotisas se hacía inmortal
en la dimensión espiritual, tras ser sacrificado su cuerpo al final de un año
como consorte real, adoptando el nombre divino de Zagreu, pasó a llamarse
Dzeus, y luego Zeus, una adaptación pelasga del nombre del dios principal de
los ocupantes, al que ellos llamaban antes Dio o Dious. Hasta le cambiaron su
lugar de nacimiento (que probablemente debía ser alguna bruta montaña del
Cáucaso Norte) para ennoblecerlo, haciéndolo hijo de la refinada isla de Creta,
la antigua capital del matriarcado pelasgo. Sin embargo, Dio-Zeus, representado
por el Jefe de Guerra heleno, no se dejó sacrificar a la Matriarca Suprema, que
representaba a la Diosa, al finalizar el año de su jefatura, tal como Dionisio
hacía antiguamente, para divinizarse en Zagreu. Los decretos reales fueron
alargando el plazo del sacrificio a un número mayor de años. Finalmente,
asentado su poder, Dio-Zeus hizo saber muy bien a todos (y, especialmente, a
todas), por boca de sus sacerdotes olímpicos, que le desagradaban mucho los
sacrificios humanos, que se había terminado definitivamente la época de las
Amazonas y que fulminaría con sus rayos a quienes practicaran aquellos cultos
ultrapasados. Una nueva era había comenzado. Los esposos griegos de las sacerdotisas
de casi todo el mundo pelasgo no les permitieron más que siguiesen sacrificando
a sus hijos varones ni que les limitasen a ellos su tiempo de mandato como
jefes de guerra, con lo cual comenzó a crecer una nueva clase dirigente
hereditaria que ya no era exclusivamente femenina.
Pero,
en esto, se descolgó otra vez, desde el norte de los Balcanes, otro alud de
helenos, llamados los Aqueos, que eran mucho más severos e intransigentes en su
patriarcalismo que los anteriores invasores, trayendo una nueva arma, el
hierro, capaz de quebrar las espadas de bronce de un solo golpe bien dado... Y
barrieron toda oposición: les quitaron sus reinos a los jonios y eolios, sus
primos griegos integrados, empezando por Ptía y por Éfyra, trasladaron la corte
de sus dioses patriarcales desde el Cáucaso al Monte Olimpo, en la Tesalia,
abordaron y saquearon Creta de nuevo y comenzaron a barrer la Antigua Religión
y cuanto quedaba de matriarcado insumiso. …Sin embargo, como no pudieron evitar
que los vencidos, y especialmente sus propias esposas, continuaran adorando a
la Antigua Diosa Triple Pelasga, la convirtieron en una trinidad de diosas ya
adecuadamente Olímpicas: El aspecto “doncella”, luna creciente, cazadora y
guerrera, de la Gran Diosa, pasó a venerarse como la doncella virginal Artemis,
la Luna, hermana de Apolo, el Sol. El aspecto “mujer núbil, madre o ninfa”,
luna llena, La Señora, La Madre, tomó el nombre de Hera, que pasaba a
representar el papel de diosa del matrimonio. El principal arquetipo de la
Antigua Diosa pre-helénica, ahora despojado de su independencia, era convertido
en la esposa legal (aunque mil veces engañada), del dios de los vencedores,
Zeus, que primero la cortejó sin éxito y después la consiguió, tras violarla.
...Y el aspecto “anciana sabia” de la Diosa Triple pelasga, luna menguante,
pasó a sincretizarse con Démeter, una antigua diosa libia-cretense de los
cereales que llegó, junto con sus Misterios para iniciados, a Eleusis, cerca de
Atenas, la cual fue adoptada como señora olímpica de la Agricultura. La
venerable figura de la Diosa Triple como “Señora del Nacimiento, de la Vida y
de la Muerte”, culto que los caucasianos del sur, adoradores de la Luna, habían
traído antiguamente de Anatolia, fue demonizada por los solares descendientes de
los caucasianos de norte, asignándole la siniestra figura de la Diosa de la
Muerte, Hécate… pero los aqueos llegaron mucho más lejos en su reforma, y la
pusieron a guardar los Infiernos en forma de un monstruoso perro de tres
cabezas, el Cancerbero. Su aspecto de Reina del Mundo de los Muertos pasó a ser
asumido por un dios olímpico hermano de Zeus y Poseidón, el sombrío Hades, lo
que se legitimó en las reuniones secretas de la jerarquía, explicando enseguida
los sacerdotes “videntes” que se había casado con la doncella Core, la
Primavera, hija de Démeter, después de raptarla violentamente. Pasó a ser
llamada ahora Perséfone como Reina de los Infiernos y Proserpina, cuando
autorizada por Hades (por presión de Zeus), a salir a la superficie una vez al
año, para hacer florecer los campos de su madre, a fin de que pudiesen
desarrollarse alimentos en el mundo. Por debajo de la figura de Core, la
maravillosa Primavera, continuaba transparentándose fuertemente, para los
sometidos pelasgos, la augusta presencia de Nuestra Señora, la Antigua Diosa,
en su aspecto femenino más bello, juvenil y benefactor. La jerarquía patriarcal
era muy consciente de ello, pero toleraba aquel sincretismo confiando en que,
poco a poco, las siguientes generaciones de sus súbditos olvidasen a las
antiguas diosas y se adaptasen a las nuevas y, sobre todo, a los nuevos. Los
múltiples atributos de la Madre Universal de los Mil Nombres se escindieron en
la creación de numerosos dioses patriarcales. Cuando las tribus de los griegos
empezaron a vivir en ciudades y desearon una Diosa Doncella más viril y
civilizada y menos agreste, cruel y amazona que Artemis, quien despreciaba a
los hombres y odiaba el matrimonio, se inspiraron en Onga, diosa fenicia de la
guerra y la sabiduría, y entronizaron a Atenea, la de los verdes ojos
penetrantes, que tenía la ventaja de haber nacido directamente de la
inteligencia de Zeus, sin intervención materna alguna. Sin embargo, no hubo
manera de patriarcalizar a una diosa tan poderosa como la del Deseo, la ninfa
Marianne o Mariuena, y los invasores no tuvieron más remedio que adoptar en su
Olimpo, haciéndola hija de Urano, a la antigua diosa siria y cananea de “la
armonía que es capaz de surgir del conflicto de opuestos”, Isthar, Ashtar o
Astarté, la estrella matutina bajada a la Tierra para hacer evolucionar a los
hombres por medio del amor, sólo que retirándole sus atributos guerreros y
dándole el nombre griego de Afrodita, la “nacida de la espuma” en la isla
cretense de Citera, a la cual trataron de sujetar casándola con el cojo Hefesto
Vul-Caín, divino herrero de las fraguas volcánicas de la isla de Lemnos, donde
le prestaban sus fuegos transformadores los Kabiros de Samotracia, los Grandes
Dioses de Eras Anteriores que, desde los tiempos más antiguos, continuaban habitando
los Mundos Intraterrenos.
Pero,
en las caprichosas e irreverentes versiones populares de los mitos que los
súbditos desarrollaban, reinventando y divulgando las historias de la jerarquía
al calor de las hogueras, Hefesto Vul-Caín, el hábil Señor del Fuego
Constructor que moldea las formas, fue incapaz de evitar que aquella beldad
irresistible nacida de la espuma de las aguas le engañara con Ares (el fiero
dios tracio de la pura impulsividad viril y del Fuego de la Guerra que destruye
las formas, uno de los más primitivos modelos arquetípicos de la Raza Raíz
Ariana), y con muchos otros amantes mortales o inmortales, con lo cual su
comportamiento continuaba proclamando ante el pueblo sometido el derecho a la
libre espontaneidad del instinto sexual, derecho que la monogamia impuesta por
la élite patriarcal negaba. El mito oficial decía que la noche de bodas de
Zeus, el dios de los invasores, con Hera, la diosa de los invadidos, duró
trescientos años, lo cual significaba, en realidad, el tiempo que la sociedad
patriarcal demoró en imponer el matrimonio monogámico a la sociedad matriarcal,
o sea unas diez generaciones. Para conseguirlo, los dominadores hubieron de
abandonar arcaicas costumbres de los caucasianos del norte que se excedían en
su patriarcalismo, tan rígidas como la de no permitir que las viudas volviesen
a contraer nuevo matrimonio, lo que hacía que muchas mujeres helenas se
inmolasen voluntariamente en la misma hoguera en la que era incinerado su
esposo. Esa lucha por el poder entre la vieja cultura matriarcal y el recién
llegado patriarcalismo se extendió incluso más allá del centro del refinado
mundo del Egeo, cuyas modas seguían influenciando a las actuales clases
aristocráticas de uno y otro lado del mar y hacían que algunos desearan parecerse
más a los arrojados griegos de la Quinta Subraza, bien solares, y otros a los
refinados y ricos troyanos de la Cuarta, bien lunares, primos cercanos suyos y
sus mayores competidores en Asia Menor, quienes controlaban los estrechos que
comunicaban al Mediterráneo con el Mar Negro.
VERSIÓN 2016. ENTREGA 2