quarta-feira, 27 de novembro de 2019

VIAJE DE ORFEO AL FIN DEL MUNDO


VIAJE DE ORFEO AL FIN DEL MUNDO,

Manuel Castelin
castelinliterario.blogspot.com
brasiverso@gmail.com

VERSIÓN 2016. ENTREGA 1

LIBRO 1: INICIACIONES MARÍTIMAS


PRÓLOGO

La narración de este viaje es una ficción mítica que transcurre en la supuesta transición entre la Sociedad Matriarcal y la Patriarcal, durante el final de la Edad del Bronce y de la Prehistoria, más o menos una generación antes de aquella que fue a la Guerra de Troya y que el vate Homero -o un colectivo de varias generaciones de Homeros- cantaron tres o cuatro siglos después. También arroja miradas aún más míticas sobre las eras anteriores y sobre las intuidas por los protagonistas como futuras.


Este viaje recorre todo el viejo Mundo Mediterráneo, desde su extremo oriental, el del Mar Negro, a donde va Orfeo (desde su Tracia natal, país al norte de Grecia, paralelo 42º) en busca del Vellocino de Oro, hasta su extremo occidental, Iberia, el País de los Muertos, que atravesará por el Camino de las Estrellas hasta llegar a Finisterre, el Fin del Mundo de los antiguos, buscando la entrada a los Infiernos junto al Océano, para pedirle a Hades que le devuelva a su amada esposa Eurídice, muerta el día de la boda. Todo cuanto se cuenta es ficticio e imaginario, pero siempre cuidando de hilar la trama narrativa basándola en lo que se suponen datos más o menos especulativos, aportados por la arqueología, o teniendo en cuenta lo que llegó hasta nuestros días a través de las tradiciones orales locales, habiéndose recorrido muy atentamente, en busca de tejer cada pequeño hallazgo en el tapiz del conjunto, los mil kilómetros entre el cabo de Creus y el Cabo Finisterre. La Historia Oficial ha establecido que la colonización del Mediterráneo Occidental y el Atlántico por fenicios y griegos se produjo más adelante que 1.150 antes de Cristo, pero la novela se permite la licencia de suponer que pudo haber exploradores anteriores y sobre ellos se imaginó, variando un poco los nombres históricos. Se utilizaron, también, nombres de lugares y pueblos que entonces aún no se deberían llamar así, pero que permiten una cierta ubicación para el lector moderno de una obra de ficción, por ejemplo, Iberia e Íberos para España, porque no tenemos ni idea de como se podría llamar aquella tierra o las gentes que habitaban sus regiones en tiempo de Orfeo.
Sobre el muy discutido matriarcado prehistórico, la fuente disponible más sugerente es Robert Graves. Sobre las eras y razas anteriores, no se vaciló en echar mano de otras especulaciones aún más esotéricas, las de Helena P. Blavatsky y los primeros teósofos, bien compiladas por Arthur E. Powell. Si las informaciones aportadas por Helena Petrovna, supuestamente recibidas por revelación, psicografías o visión, fuesen reales, no serían menos geniales que si apenas fuesen una excelente invención literaria. En los dos casos, el que escribe no es muy capaz de diferenciar entre lo mítico y lo místico, o entre Historia escrita por los vencedores supervivientes y Literatura, tanto lo Exotérico como lo Esotérico. Incluso el moderno y super-especulativo Esoterismo de Internet (donde la Mitología Contemporánea  navega entre la información sensacionalista, las medias verdades, la contrainformación y la desinformación manipulada), le parecen referencias inspiradoras igualmente interesantes para elaborar el tipo de novela que bebe en la fuente del legendario colectivo, y sin rubor, echa mano de esos recursos, porque lo que importa en este mundo de pura ilusión no son los hechos, más o menos objetivos, que nos parece percibir con nuestros limitados sentidos, nuestra razón programada y nuestra ignorancia de la verdad completa, sino el aprendizaje evolutivo resultante de vivirlos.

El autor, como la mayoría de los autores, se contó a sí mismo, escribiendo este libro, la historia que le hubiera gustado que le contara su Sherezade interna, hilándola sin, ni de lejos, pretender satisfacer a los doctos historiadores con una cronología bien ajustada. Lo hizo usando un tono más o menos actual, fácil de traducir al Portugués del Brasil en el que vive, de tal manera que pueda ser degustada por sus amigos brasileiros, a quienes les dá igual si él escribe que Orfeo era un aedo, o un bardo o un vate (palabras obsoletas que nadie usa más, fósiles de mundos distantes), siempre que entiendan que al protagonista se le daba muy bien contar, declamar o cantar historias, acompañándolas con un talento y maestría musical tan realmente descriptivos y conmovedores que hacía vivir a sus oyentes aquello que escuchaban.
(Nota para los amigos brasileiros: ¿Recuerdan a Sherezade, mis queridos, la contadora de historias de las Mil y Una Noches?)

El autor fue uniendo, en una construcción inventada, los muchos fragmentos de lo que le interesaba que iba encontrando por la vida. La obra es, pues, un procesual, como la vida misma y como el resto de sus obras plásticas y literarias. Pasó años añadiéndole el resultado de sus procesos de conscienciación sobre el mundo, sobre las demás personas y sobre sí mismo, o sea, consignando la recordación paulatina de su Real Ser sobre el espejo simbólico de esta novela. Agradece mucho la gentil corrección del profesor de Historia español, Don Juan  Bernárdez, a su querida madre, Doña Gloria Durán Pozo, que le contaba los cuentos de la Historia en vez de cuentos para niños, a los lectores de las primeras versiones y a quienes puedan leer después. Todos sean felices y lo irradíen.-





VIAJE DE ORFEO AL FIN DEL MUNDO


0- EL MISTERIO

    -“El laberinto es un misterio, ninfa mía”- dijo interiormente Orfeo mientras rasgueaba su lira para su amada-. ” El laberinto es el camino de la vida de sí a sí, el oscuro misterio de mi vida, que tú presides, luna-recuerdo que iluminas mi noche sin tí, pero llena de tí.-
 La luna llena asomaba por detrás de las montañas litorales del País de los Gal y la luz aún rojiza del disco naciente resaltaba el sendero del Laberinto Ancestral sobre el arqueado lomo del Monte Pión, en el arranque del Cabo de la Nave de Hermes, cuya silueta triangular se recortaba en su extremo como la vela de una embarcación que enfrentase valientemente las brumas del Gran Río Océano, el que rodea los Infiernos.
     -Ánima amada, cara mitad de mi alma, luna Eurídice –siguió susurrando en voz baja-, ilumina esta noche oscura mía, inspírame, ayúdame a penetrar el misterio, para que Hermes y Hades me permitan después penetrar al Mundo Subterráneo en tu rescate.- La luna iba ascendiendo, grande y sangrienta, y ahora iluminaba perfectamente toda la playa de Mar de Afuera, la sucesión de ondas fragorosas de sus rompientes y, al otro lado, el contorno de enorme ballena del llamado Cabo del Fin del Mundo, en cuyo faro terminaban su viaje los peregrinos del Camino de las Estrellas.
     -Luna Eurídice de mi corazón –Invocó Orfeo ya puesto en pié de cara al disco y en voz alta, haciendo con las manos el gesto ritual de salutación a la Diosa-… a través de mi amor por ti me dirijo al Femenino Universal, a la Señora del Misterio Misma, a Tí, Luna Cósmica que gestas y nutres nuestra Evolución, para rogarte que me ayudes a comprender el sentido del laberinto de mi vida, al menos lo suficiente para poder ser admitido bien consciente en el Reino de los Muertos, donde mi amor me espera.-


LIBRO 1: INICIACIONES MARÍTIMAS

PARTE PRIMERA:
EXPERIENCIAS ORIENTALES
…………………………………………………………………………….


1- EL PADRE

Orfeo, contando a Donnon:
-Aquella mañana mi madre, Kalíope "la de la bella voz", Sacerdotisa-Musa de Apolo y esposa del rey Eagro de Tracia, me había saludado con un beso tan tierno que me pareció que tal vez aún estaba viendo en mí la misma cara alegre, soñadora y un tanto ingenua que yo tenía de niño, aunque acababa de cumplir veintitrés años y no debería demorar en tomar esposa. Además, ya tocaba la lira y la flauta mejor que ella y casi declamaba, improvisaba y cantaba tan bien como ella... Lástima que también mi querida profesora comenzaba a pensar que esas actividades me habían hecho descuidar mi formación en otras, mucho más serias, en las que un príncipe que iba para futuro rey de Tracia, tendría que estar mejor preparado.-
     -Anda Orfeo pasa, tu padre te está esperando, ten mucha paciencia con él, por favor.- …………………………………………………………….

     -Tengo aquí dos informes -dijo el rey Eagro, mirándolo muy seriamente con sus ojos de águila luchadora-. Uno dice que hace un mes que no asistes a tus prácticas de gobernación. Otro, de tu comandante, que hace otro mes que pediste la baja en tu falange, por causa de una caída, y que aún no te has reincorporado, a pesar de que sabe que ya andabas perfectamente por ahí a los quince días. ¿Qué tienes para decir?-
     -Pues que es verdad, Majestad, que he estado preparando un proyecto que me interesaba más durante estas últimas tres o cuatro semanas. -respondió Orfeo.-
     -¿Y qué proyecto te puede interesar más que tu preparación como príncipe heredero?– dijo el monarca severamente- ¿No será otro gran recital poético cantado, en compañía de tus amigos y de un coro de danzarinas?-
     -No padre, nada que ver con poesía: pido tu permiso para enrolarme en una expedición guerrera.- El rey Eagro se sorprendió gratamente y hasta sintió cierto orgullo de su hijo ¡¡Dioses, al final todo llega!! ¿Quería eso decir que la etapa poética, junto con las inquietudes iniciáticas, de clara influencia materna, iban a quedar por fin atrás y que ahora Orfeo se interesaba por las hazañas guerreras, como correspondía a su edad...? Eso sería realmente un gran progreso.
     -¿Y qué expedición es esa? -preguntó, poniendo la amable cara de “hijos, vuestro padre os quiere”.
     -Jasón de Yolkos, que fue instruido, como yo, por el centauro Quirón en el monte Pelión –explicó Orfeo-, está preparando un periplo a la Cólquide en una galera de guerra que construyó y ha mandado heraldos invitando a que se le unan los mejores príncipes y campeones... Y no hay ningún noble tracio entre ellos. Así que yo me estuve informando para ver si podría participar.-
     -¿A la Cólquide...? ¡Pero si eso está lejos demás, al otro lado del Mar Negro!-se asombró otra vez su padre- …¿Y qué se pretendería con una expedición como esa?-
     -Reclamarle el Vellocino de Oro al rey de ese país y regresar con él para devolverlo al santuario de Zeus Lafistio de donde salió.-
     -¿Y para qué?´-
     -Esa es la condición que su tío Pelias le ha puesto a Jasón para cederle su derecho al trono de Ptía.-
     -¿El Vellocino de Oro? -se espantó más aún el rey Eagro- ¡Si eso no es más que un antiguo símbolo de los pueblos pastores! ¡Una piel vieja de un carnero que extrañamente les nació rubio a los primeros arios del Asia Lejana! En cada guerra se pierden y se ganan cien emblemas como ese... ¿Para qué lo quiere ahora Pelias, ese aqueo usurpador? ...No puede ser para cosa buena, viniendo de él.-
     -Es que Pelias encontró por casualidad a Jasón cuando aún su sobrino no le conocía y le contó que esa piel es una reliquia sagrada y una cuestión de honor para la familia real de Ptía. Según la leyenda, el Carnero de Oro fue enviado por Hermes para que salvase a Hele y a Frixo, primos de Jasón, que iban a ser sacrificados injustamente, y se los llevó hasta la Cólquide volando sobre su lomo, aunque Hele se cayó al mar y se ahogó por el camino.-
     -Bobadas –dijo el rey, tajante- ninguna piel de carnero vuela. Di, más bien que esos dos hermanos huyeron del sacrificio en un barco, llevándose con ellos aquella reliquia, para fingir un milagro ante los simples.-
       -…Frixo tuvo mejor suerte- continuó el príncipe sin amedrantarse, porque conocía a su padre-: lo casaron con una hija del rey de la Cólquide, Eetes y vivió aún bastantes años, pero, después de morir, los colquídeos colgaron su cadáver en un árbol envuelto en una piel de buey, para que se lo comieran los buitres, como es su costumbre. Y el Vellocino de Oro, la piel del carnero salvador de un miembro de la familia real, se convirtió para ellos en un símbolo nacional. Pelias dijo a Jasón que el espíritu de Frixo no podía descansar en paz, ni siquiera entrar en el Hades, el Reino de los Muertos, y que se le apareció en sueños, rogándole que hiciese que sus huesos fuesen enterrados dignamente, según los rituales de Grecia, y que restituyese la piel del carnero al lugar sagrado de donde procedía.-
     -... Más tarde Pelias –siguió contando Orfeo- le preguntó a Jasón qué haría él, siendo rey de Ptía, “si se enterase que alguien quería su trono”, y a Jasón se le ocurrió responder que él mandaría a ese pretendiente a la Cólquide a enterrar a Frixo y a traer el Vellocino de Oro de vuelta, para demostrar con esa hazaña que se merecía reinar... De modo que, cuando el mismo Jasón fue por fin a Yolkos a reclamar el trono de su padre, descubriendo, con absoluta sorpresa, que el hombre con el que había conversado era el mismo usurpador, Pelias volvió esas mismas palabras contra su sobrino, quien quedó comprometido por ellas... Sin embargo, dicen que lo que en realidad sospecha él, es que esa piel es un símbolo o talismán mágico de gran poder, y que por eso aceptó el desafío de su tío.-
     -Está claro que tu amigo Jasón se dejó enredar por ese zorro y estoy seguro de que el reto de su tío es sólo una trampa mortal o un laberinto para que se pierda él y quienes se embarquen con él... –insistió el rey frunciendo el ceño- ¿...Y qué cree Jasón que significa ese supuesto símbolo mágico?-
     -Pues una luz, un conocimiento que los pioneros de esta nueva era nuestra deben ir a buscar al Oriente, al país del Nacimiento del Sol, donde descansan de noche los caballos y el Carro Solar de Febo Apolo… al Cáucaso, esa cordillera de donde vinieron nuestra estirpe y la de los griegos... y tal vez ese conocimiento se derive de la experiencia de la propia aventura de ir a por el Vellocino.-
     -Bah, bah, bah, todo eso me suena a puro esoterismo juvenil, a poesía, o peor, a propaganda, a engaño, Orfeo, a un juego de fascinio de Jasón, o de quien le guíe, para captar para su insensata empresa jóvenes aspirantes a héroes que aún tengan mentalidad de adolescente... Ese tipo de aventuras son más propias de un soldado de fortuna que de un príncipe real ¿...Me explicarás que es lo que tú, personalmente, irías a ganar, si te marcharas a la Cólquide? ¿Qué esperas conseguir para tu propio provecho?-
     -Yo sólo busco crecer, padre, desarrollarme, salir de lo conocido; descubrir cosas nuevas junto a gente de mi edad a quienes aprecio, andar mundo, abrirme a la vida y vivir su aventura, las que ella tenga para mí. Deseo conseguir... experiencia, conocimiento... y saber quién soy y de lo que soy capaz.-
     -Un día reinarás, y sabrás quien eres y de lo que eres capaz, mi hijo.-dijo el rey, casi con ternura-. Experiencia la vas a empezar a conseguir en este mismo palacio, con los cargos públicos a los que pienso destinarte el próximo año... aunque el conocimiento tendrás que recibirlo antes de tus profesores, continuando con tus clases prácticas de gobernación y de administración, asistiendo a las asambleas, consultándome a mí... Y todo eso, sin descuidar tu formación militar, que te servirá para alcanzar gloria y mantenerte en el poder, cuando llegue la ocasión. Es fundamental que un futuro rey sea conocido y querido por sus guerreros como compañero de armas.-
     -¡Padre, me duermo en las clases de gobernación! ¡Y más me respetarán los guerreros tracios si logro volver con el Vellocino de Oro, que si sigo dos años más haciendo la instrucción con ellos en los campamentos!-
     -¡Tú eres un inconstante y un iluso, Orfeo! –gritó el rey Eagro perdiendo la paciencia- ¡Eso de que te vas a conquistar el Vellocino de Oro a la Cólquide es como si me dices que vas a conquistar la Luna o a bajar a los Infiernos! ¡Más bobadas!... Lo único que pretendió el viejo zorro de Pelias con esa condición fue convencer a Jasón para marcharse al fin del mundo y que no vuelva más. Le sería menos trabajoso a tu amigo hacer un poco de diplomacia entre los reyes vecinos y seguro que encontraría aliados con algún interés por ayudarle a luchar por la legitimidad de su derecho al trono.-
     -Pero es que se trata de una expedición muy interesante, padre, recordamos muy poco sobre qué es lo que hay en el lado oriental del Mar Negro, no tenemos relaciones con los reyes o jefes de esos pueblos, sólo los troyanos las tienen. Deberíamos contactar las rutas del comercio oriental que puedan llegar hasta allí. Y nosotros, los tracios, con más razón que los griegos peninsulares, ya que nuestras fronteras se asoman a ese mar y tenemos derecho a navegarlo… Además hay aquella historia de que el Sur del Cáucaso fue la cuna de nuestros antepasados y de los de los troyanos, mientras que la nuestros primos griegos fue en su lado Norte. Un día puede convertirse en nuestra zona principal de influencia.-
     -Ese pasado legendario del Cáucaso está bien lejos en el pasado, hijo, y no hay nada que nos interese, hoy por hoy, en ese país remoto y embrujado de bárbaros cimerios y escitas nómadas, de amazonas sanguinarias, de tribus salvajes completamente intratables... Y los colquídeos no son mucho mejores, Orfeo, a pesar de que su rey es un griego y no un bárbaro. Los viajeros cuentan que Eetes permitía a su esposa tauria ofrecer sacrificios humanos a Hécate, la antigua Diosa de la Muerte... hasta se asegura que las hijas del rey son hechiceras, magas negras. Están demasiado atrasados, hazme caso. Como lo estábamos nosotros antes de abrirnos a la influencia de la civilización pelasga del Mar Egeo.-
     -...Además, nuestro futuro no está para nada en el Norte ni en el Oriente, esos espacios fríos, nubosos y encerrados entre cordilleras, de los que procedemos -prosiguió el rey-, sino en el rico y luminoso Sur, que es la plataforma naval de expansión, a través del Mediterráneo, hacia el mundo todo: Lidia, Caria, Licia, las islas que tienen enfrente; mira lo bien que les va a los fenicios... y para eso nos conviene más la alianza con Troya, incluso una reunificación, ya que en el pasado ellos y los tracios llegamos juntos al Egeo desde la Anatolia, que con esos griegos falsarios y ambiciosos, de quienes más vale precaverse... fíjate cómo esos patanes salidos de las montañas se apoderaron del imperio marítimo de las sacerdotisas de Creta.-
     -De patanes nada, disculpa, padre: los jonios, al menos, son buenos marinos. Y en cuanto al resto de los griegos en general, si continúan demostrando tanto sentido de la oportunidad, osadía y fuerza como hasta ahora, yo creo que es mejor hacerse su amigo, incluso uno con ellos, que andar tratando de precaverse de lo inevitable... Y Jasón se ha informado bien, te lo aseguro, el Vellocino existe, los colquídeos lo guardan en un bosque sagrado, custodiado por toros salvajes y hasta por un dragón. Traerlo es una cuestión de prestigio, un reto... unirse a ellos en esta aventura, servirá para que empiecen a considerar a Tracia, no como un territorio bárbaro del norte apropiado para colonizar, sino como una digna parte de la Gran Grecia.-
     -¡Un dragón! -el rey se tocó la cabeza- ¡Los dragones no existen más que en las leyendas, Orfeo!... Jasón va totalmente engañado detrás de un mito, hijo, nada tangible, nada que interese ¿Qué prestigio nos va a dar la conquista de una piel de carnero vieja?... Os educamos contándoos mitos, porque los mitos son metáforas que sirven para que después comprendáis el sistema con que regimos el mundo por analogía, sus jerarquías, sus leyes y sus valores... Y es normal que un campesino ignorante tome sus decisiones y guíe su vida confiando en los mitos que aprendió, ya que no tiene mejor instrucción –prosiguió Eagro dando una vuelta completa alrededor de la sala-, pero para un hombre culto, más, para uno como tú, que nació en la cúpula del sistema mismo, los mitos son sólo referencias, cuentos, y un hijo de la jerarquía real se guía por la razón, por aquello que planea previamente después de documentarse y aconsejarse y por lo que analiza que más conviene hacer en cada momento para cumplir su plan de vida, para realizarse en cada momento. Tomar mitos por realidades y marchar tras ellos ciegamente es inmadurez, infantilidad... a tu edad y con todo lo que te formamos, perdona que te lo diga, locura.-
     -Padre -insistió Orfeo-, varios de los antiguos compañeros que tuve en la Escuela de Quirón van, además de Jasón y otros grandes campeones: Cástor y Pólux de Esparta, los minias Idas y Linceo, el gran Anceo de Tegeda, Ascáfalo de Orcómeno, Eufemo de Tenaro, el sabio heraldo Equión; el príncipe Peleo de Egina; el príncipe de Calidón, Meleagro; el arquero Falero, de la casa real de Atenas... y hasta jóvenes reyes: Augías de Élide, Admeto de Feras... ¿Son locos? ¿Ilusos? ¡Son los mejores hijos de los griegos!... ¡Yo quiero ir también, padre! Tracia no se va a quedar sin mandar a alguien de buena cuna a esta gesta, aunque sólo sea para asegurarse una información, prestigio, relaciones que nos faciliten una mayor presencia en la apertura de nuevas vías de comercio con Asia... Se cuenta que en esa zona hay muchos cereales y lana, y además oro, cobre, gemas preciosas...
     -Lo sé, lo sé, ya lo sé de sobra –cortó el rey-. ¿Crees que no mandé hace mucho a mis consejeros que elaboraran un informe objetivo sobre el tema? Según ellos, no nos resulta rentable todavía el comercio directo con esas tierras tan lejanas, ni política, ni económica, ni estratégicamente. Por ahora, nos basta con preservar el paso libre por los estrechos... y eso ya nos está costando mucho oro y diplomacia y -añadió, en tono conciliador-, tal vez algún día, le interesará la Cólquide, junto con toda la orilla sur del Mar Negro, incluida la Armenia, a los consejeros de tu nieto... Si antes lográsemos formalizar una cordial alianza con el rey de los troyanos, que está en el medio. Puedo pedirle a una de sus hijas para casarse contigo...-
     -Padre, por favor –dijo Orfeo alzando la voz- ¡Por ahí sí que no paso! ¡Yo ya estoy comprometido y bien comprometido con Eurídice, la mujer que amo!... y en cuanto a la Cólquide, permíteme decirte que lo que les parece lejano hoy a tus asesores, nos parecerá cercano en cuanto los griegos comiencen a colonizarlo. Y eso vendrá tras esta expedición, seguro; son rápidos en ampliar sus posibles mercados. El mundo se le queda pequeño a las nuevas galeras de vela con treinta remeros o más. Te impresionaría la que ha sido capaz de construir Argo para Jasón.-
     -No les va a ser así de fácil, con Laomedonte de Troya controlando los estrechos y todo el comercio asiático. Y además, por muy rápida que sea esa nave, podrías demorar años en volver. O no volver... ¡Y ya hemos hablado antes de tus egoístas compromisos sentimentales! Un príncipe puede hacer lo que le plazca en privado, para eso es un príncipe. Puede tener todas las amantes que quiera, siempre siendo discreto. Pero a la hora de casarse, ha que pensar sólo en lo que es conveniente para su país. ¡No me hables más de matrimonio con Eurídice! Un matrimonio tuyo es una oportunidad de alianza con otro estado para Tracia, no una cuestión de amor –remató el rey con toda autoridad, a modo de conclusión.-
     -Me casaré con Eurídice cuando vuelva del Cáucaso y tendremos hijos que serán hijos del amor –dijo sencillamente Orfeo.- El rey Eagro de Tracia, viendo la cara de inaccesible empecinamiento de su hijo, y con el tono de quien tiene que tomar una dura decisión que ya durante mucho tiempo ha sido pensada, contestó bruscamente:
     -Si te empeñas en anteponer los egoístas intereses de tu personalidad a tus deberes de príncipe real y te enrolas en esa loca expedición en lugar de atenderlos, no creas que vamos a esperar por ti, Orfeo. Ésta es una monarquía seria. O haces lo que debes, o nombraré a tu siguiente hermano príncipe heredero y lo prepararé para las tareas de gobierno, que es en lo que tú deberías estar ocupado ahora, y no en tantas músicas y en tantos sueños.-
     -Harás muy bien en nombrarlo. Se parece a ti mucho más que yo, padre; seguro que dará un serio y eficiente rey.-
     -Hijo... ¿Te das cuenta de lo que estás diciendo? ¿Quieres echar tu futuro por la borda?-
     -Me doy cuenta, sí padre, pero eso de lo que hablas no es mi futuro, sino “tu plan de futuro”. Y tienes más hijos para realizarlo, afortunadamente. No sólo a mí, el loco... Mi futuro tengo que elegirlo yo mismo. Y estoy eligiéndolo ahora.-
     -¿Y qué es lo que eliges? –dijo Eagro, con tono de desafío.-
     -Elijo vivir de otra manera. Renuncio en mi hermano a mis derechos a la corona. – dijo con suave firmeza mirándole a los ojos. Orfeo nunca se había sentido más lúcido ni más tranquilo.-
     -¿No le disputarás luego a tu hermano su derecho al trono? –preguntó incisivamente el rey. Estaba claro que le complacía la renuncia, pero quería asegurarse y quedar bien.-
     -Te juro que apoyaré cualquier plan de futuro para el país que diseñéis tú y él, padre; sé que será lo mejor para Tracia. Nunca le disputaré el trono a mi hermano, te lo juro. Yo no sería un buen rey, soy muy poco estable, demasiado móvil. Apuesto a que él sí lo será –dijo con naturalidad.-
     -Te advierto que tu hermano va a seguir la misma política que yo: en lo exterior sostendrá la alianza con Troya y no con los griegos y en lo interior seguirá favoreciendo el culto del dios Dionisio, que fue quien le hizo ganar el trono de Tracia a tu abuelo Cárope, mi padre, frente a su rival, Licurgo, un devoto de Apolo. Debemos ser agradecidos.-
     -Padre, respeto muchísimo a Dionisio y tengo claro que apoyar su culto hace que el pueblo te apoye, pero no olvides que mi madre es una sacerdotisa de Apolo.-
     - Pues a pesar de que yo mismo te he iniciado en los misterios de Dionisio desde niño, tú pareces mostrar mucho más interés por el orgulloso dios de la Luz de los griegos.-
      -Yo tenía que conciliar a esos dos dioses, paterno y materno, en mi cabeza y en mi corazón: por eso me fui a Egipto... Esperaba encontrar allí el origen común de ambos.-
     -Creo que has vuelto mucho más griego que egipcio, Orfeo.-
     -Sólo por fuera padre... siento, realmente, que si algún día tendremos una civilización mundial, se la deberemos a los griegos, que tienen el genio de encontrar el punto de síntesis razonable y actual entre todas las culturas que les rodean; eso es el espíritu de Hermes y por eso me interesan... pero Egipto sigue siendo Toth, la fuente original de todo conocimiento importante.-
     -Bien, bien, basta de preferencias religiosas o simpatías culturales, Orfeo. Lo único que yo quiero oír de tí es la promesa de que, aunque admires a los griegos y a Apolo, no obstaculizarás mi política ni la de tu hermano a favor de Troya y de Dionisio.-
     -Podréis contar con eso, padre. Te doy mi palabra de que seré todo lo neutral y fiel posible, nunca estaré en oposición a las alianzas de la corona... Y, por favor, contad también conmigo para tender puentes de comprensión entre Apolo y Dionisio.-
     -Siendo así... –suspiró el soberano- elige el futuro que tú mismo desees, Orfeo, y que todos los dioses te bendigan. Pero recuerda bien que, para no ofender a nuestros aliados asiáticos, no irás como representante oficial y príncipe de Tracia en esa expedición, sino a título particular... a menos que volváis triunfantes.–Eagro puso la cara que solía para decir “así es la política”.


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Yo tenía bien claras, ahora, las verdaderas razones de las resistencias de mi progenitor: su política para el futuro de Tracia se encontraba en un delicado equilibrio entre los agresivos y expansionistas griegos del sur, a los que no convenía tener como enemigos, frente a sus intereses en el este, que pasaban por mantenerse en buenas relaciones con la vecina Troya, celosa guardiana del Mar Negro y de Asia Menor. Establecidas sus puntualizaciones de hombre de estado, regresó a la amable cara de “hijos, vuestro padre os quiere”:
     -Perdona si me calenté antes, que no era para menos –me dijo para despedirse-... Pero mucho ojo, ándate con cuidado, mi hijo, naturalmente puedes pedirle a mi administrador cuanto necesites para equiparte y vuelve siempre a ésta, tu casa, sea cual sea el resultado de tu aventura.-“


2- EL FUEGO:

Hubo un tiempo en que el matriarcado imperaba, no sólo sobre las tribus tracias de la nación de Orfeo, sino sobre las tribus de la inmensa mayoría de las naciones. Pero todo cambió completamente el día en que un ama de casa, por casualidad, inventó la metalurgia, al dejar que se mezclaran ciertos minerales en el fuego del hogar. Tras el descubrimiento de la fundición del cobre, que sirvió para crear bonitos adornos y cacharros de cocina, vino la de una serie de aleaciones combinadas que produjeron el bronce, lo que permitió a las mujeres construir más resistentes instrumentos de labranza y, enseguida, hizo posible que los cazadores y guerreros de algunas tribus forjasen armas duras antes que los de otras. Esa tecnología dio a los primeros en usarla tal capacidad de imponerse que de ahí surgió la guerra en su moderno concepto y con ella, el pillaje, la esclavitud y las diferencias de clase, en base a la ingente riqueza y poder que fueron conquistados de repente. Cuando, por la fuerza avasalladora de las nuevas armas, los hombres, que tras exterminar a casi todos los varones de otras tribus, le arrebataban al enemigo de una vez sus campos de cultivo, sus ganados, sus embarcaciones, sus mujeres y sus hijos, toda aquella acumulación de bienes conquistados produjo tal excedente económico en manos de los principales jefes guerreros, que se desequilibró completamente el viejo sistema social, provocando el surgimiento del patriarcado. La enorme acumulación repentina de mujeres y de niños enemigos capturados, que ahora eran esclavos sujetos a la propiedad de los guerreros más fuertes y mejor armados, produjo una descompensación de poderes y una inversión de valores tan grande, que llevó a la pérdida de respeto y a la degradación de toda la sociedad matriarcal y de su comunismo y promiscuidad primitivos... Incluidas las mujeres y las hijas de los vencedores, que perdieron su influencia y su mando al no poder competir con el gran número de sumisos objetos de placer, mano de obra gratuita a su servicio y propiedades materiales de los que pudieron disponer a su antojo, a partir de ese momento, los varones dominantes. Desde entonces, cambiaron los usos y costumbres: surgió el nuevo derecho de propiedad patrilineal, sustentado por la violencia, que permitió que los hombres más fuertes pudiesen poseer y transmitir a sus herederos varones las tierras y esclavos conquistados, se inventó el matrimonio como fórmula de propiedad sobre las propias esclavas, hechas ahora concubinas, y sobre los hijos que ellas tenían con su amo, así como para legitimar la propiedad exclusiva de las tierras y los bienes de las vencidas. Para no tener que alimentar ni hacer herederos de su poder y posesiones a hijos de otros, los amos comenzaron a ejercer un control cada vez mayor sobre la fidelidad exclusiva de sus mujeres, hasta acabar encerrándolas en el gineceo, cuando se volvían sedentarios. Ya que ahora disponían de esclavos y esclavas que eran obligados a realizar las duras tareas exteriores que antiguamente concernían a sus esposas, éstas se fueron haciendo, en las clases más poderosas, simples objetos suntuarios de exclusivo placer, en tanto que fuesen deseables o útiles. La represión de la promiscuidad sexual de las propias esposas e hijas se iba convirtiendo, poco a poco, en el mayor garante social de la sumisión del antiguo matriarcado, por lo que asegurar la fidelidad conyugal y la castidad de las jóvenes cuya virginidad podía conseguir convenientes alianzas matrimoniales para la familia, se volvió una cuestión de honor para los varones. Cada comunidad desarrolló sus propios sistemas para denigrar, marginar o castigar al hombre que no vigilaba adecuadamente a las féminas bajo su mando. Como normalmente el marido era el último en enterarse de las libertades que se tomaban sus esposas o sus hijas, el primer aviso y llamada al rigor que le daban los otros varones de la comunidad era salir por la noche a escondidas para hacer sonar jocosamente cuernos de buey, toro castrado, ante su casa. El cornudo, ya enterado y por todos conocido, tenía que dar un escarmiento a las mujeres de la comunidad entera, matando a la suya, o exiliarse, ya que si no lo hacía, se le rebajaba socialmente hasta niveles insufribles. Los jefes guerreros aprendieron que serían más poderosos cuantos más hombres matasen y de más nuevas esposas, esclavos y tierras de cultivo se apoderasen. A medida que su poder aumentaba, se desplazaban hacia el sur, tratando de conquistar las tierras más fértiles y soleadas. Su paso lo dejaba todo envuelto en desolación, ya que no estaban interesados en construir nada, sino sólo en aprovecharse de lo construido por otros, en tanto que durara. Con todo ésto surgió el concepto de la escasez de lo necesario para la vida, concepto antes desconocido, y de la necesidad de competir por lo poco que había. La naturaleza seguía siendo igual de abundante para todos, pero el hecho de que los más fuertes acaparasen mucho más de lo que necesitaban y se arrogasen el poder de distribuir lo que había, provocó que los más débiles tuviesen que someterse a ellos para poder seguir disponiendo de lo que antes era gratuito. La economía individualista y feudal sustituyó a la comunitaria, lo importante no era ser capaz de producir bienes, sino ser capaz de apoderarse de ellos y de defenderlos de los otros.

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Como consecuencia de todo este cambio -contaban las Sacerdotisas-Ninfas- , entró en decadencia la división de la tribu en clanes fraternales e igualitarios. Se acabó la distribución generosa y equitativa de bienes y servicios, hoy por ti, mañana por mí, que fueron acaparados por quien podía pagarlos. Surgió la primera aristocracia patriarcal, opuesta a la matriarcal de las sacerdotisas dominantes, que fue tomando forma y extendiéndose en reuniones secretas de la jerarquía masculina, influenciando la puesta en marcha de un nuevo sistema de control y dominio para las élites de las tribus próximas. Sistema que se afianzó cuando gentes muy guerreras, patriarcalistas y solares de la Quinta Subraza Aria, provenientes del norte del Cáucaso, fueron contornando el Mar Negro con sus ganados hacia Europa. Después de asomarse al civilizado Tálaso, o Mar Mediterráneo, aquellos rudos descendientes de Heleno destruyeron el último imperio matriarcal altamente evolucionado.
Se trataba del imperio marítimo de las sacerdotisas de Creta, la Talasocracia Minoica, cuyos súbditos pelasgos eran, casualmente, primos de los helenos invasores, ya que descendían de arios lunares de la Cuarta Subraza provenientes del sur del Cáucaso, que se habían mezclado cordialmente con los supervivientes de la Gran Inundación, cuando llegaron a las orillas del Mediterráneo. Hasta entonces resultaba impensable que nadie pudiese siquiera atacar a las ciudades cretenses, que ni murallas tenían, porque la mejor muralla protectora de su isla matriz y de sus colonias era su incomparable flota de guerra, que dominaba el comercio del Tálaso, desde Egipto y Siria hasta el ignoto Océano. Pero aquellos helenos jonios y eolios, bárbaros rubios y de ojos azules, pastores de carneros sin la menor experiencia náutica, bajando poco a poco desde los montañosos Balcanes de Iliria y el Epiro, comenzaron a infiltrarse como inmigrantes pacíficos o mercenarios en las colonias cretenses de la península pelásgica, emparejándose con las matriarcas dominantes los más fuertes de sus jefes, ya por las buenas o por las malas. La gran oportunidad de aquellos intrusos llegó cuando, un día, un desastre natural de enormes proporciones, la explosión volcánica de la isla de Tera, barrió con una onda gigante gran parte del Mediterráneo Oriental y dejó machacado y sin flota al Imperio Minoico. Enseguida, los helenos se las arreglaron para reunir los barcos y marineros de los pelasgos aliados o sometidos, embarcar en ellos sus guerreros jonios y eolios y navegar hasta la propia Creta. Así, asaltaron su augusta capital, Knossos y sus otras diez ciudades, todas ellas muy debilitadas por el maremoto, saqueando sus legendarias riquezas y acabando para siempre con el predominio de una cultura matriarcal sofisticadísima, que había imperado durante más de tres mil años sobre el mundo pelasgo del Gran Verde oriental y occidental, incluidas sus rutas de salida al Océano. Teseo de Atenas había derrotado al Minotauro. No obstante, la civilización de los vencidos era tan superior, que los conquistadores fueron conquistados por ella. Una generación después, hasta parecía que el culto de La Diosa Triple comenzaba a renacer, tras sabias y flexibles adaptaciones que visaban fundir con su alta cultura de siempre las costumbres patriarcales de los invasores. La asamblea de las Grandes Sacerdotisas cretenses (la casta que se había ido transmitiendo el poder, de madres a hijas, durante milenios) comenzó con una astuta maniobra integradora de los dioses de los jonios y eolios, reconociéndolos como “Hijos de la Diosa” (Grai-Koi), al tiempo que aceptaban casarse con sus jefes y compartir con ellos la dirección de sus súbditos en todo el Egeo. A partir de ese momento, los helenos pasaron a ser llamados griegos. El hijo mortal favorito de la Antigua Gran Diosa, Dionisio, que en la religión de las sacerdotisas se hacía inmortal en la dimensión espiritual, tras ser sacrificado su cuerpo al final de un año como consorte real, adoptando el nombre divino de Zagreu, pasó a llamarse Dzeus, y luego Zeus, una adaptación pelasga del nombre del dios principal de los ocupantes, al que ellos llamaban antes Dio o Dious. Hasta le cambiaron su lugar de nacimiento (que probablemente debía ser alguna bruta montaña del Cáucaso Norte) para ennoblecerlo, haciéndolo hijo de la refinada isla de Creta, la antigua capital del matriarcado pelasgo. Sin embargo, Dio-Zeus, representado por el Jefe de Guerra heleno, no se dejó sacrificar a la Matriarca Suprema, que representaba a la Diosa, al finalizar el año de su jefatura, tal como Dionisio hacía antiguamente, para divinizarse en Zagreu. Los decretos reales fueron alargando el plazo del sacrificio a un número mayor de años. Finalmente, asentado su poder, Dio-Zeus hizo saber muy bien a todos (y, especialmente, a todas), por boca de sus sacerdotes olímpicos, que le desagradaban mucho los sacrificios humanos, que se había terminado definitivamente la época de las Amazonas y que fulminaría con sus rayos a quienes practicaran aquellos cultos ultrapasados. Una nueva era había comenzado. Los esposos griegos de las sacerdotisas de casi todo el mundo pelasgo no les permitieron más que siguiesen sacrificando a sus hijos varones ni que les limitasen a ellos su tiempo de mandato como jefes de guerra, con lo cual comenzó a crecer una nueva clase dirigente hereditaria que ya no era exclusivamente femenina.

Pero, en esto, se descolgó otra vez, desde el norte de los Balcanes, otro alud de helenos, llamados los Aqueos, que eran mucho más severos e intransigentes en su patriarcalismo que los anteriores invasores, trayendo una nueva arma, el hierro, capaz de quebrar las espadas de bronce de un solo golpe bien dado... Y barrieron toda oposición: les quitaron sus reinos a los jonios y eolios, sus primos griegos integrados, empezando por Ptía y por Éfyra, trasladaron la corte de sus dioses patriarcales desde el Cáucaso al Monte Olimpo, en la Tesalia, abordaron y saquearon Creta de nuevo y comenzaron a barrer la Antigua Religión y cuanto quedaba de matriarcado insumiso. …Sin embargo, como no pudieron evitar que los vencidos, y especialmente sus propias esposas, continuaran adorando a la Antigua Diosa Triple Pelasga, la convirtieron en una trinidad de diosas ya adecuadamente Olímpicas: El aspecto “doncella”, luna creciente, cazadora y guerrera, de la Gran Diosa, pasó a venerarse como la doncella virginal Artemis, la Luna, hermana de Apolo, el Sol. El aspecto “mujer núbil, madre o ninfa”, luna llena, La Señora, La Madre, tomó el nombre de Hera, que pasaba a representar el papel de diosa del matrimonio. El principal arquetipo de la Antigua Diosa pre-helénica, ahora despojado de su independencia, era convertido en la esposa legal (aunque mil veces engañada), del dios de los vencedores, Zeus, que primero la cortejó sin éxito y después la consiguió, tras violarla. ...Y el aspecto “anciana sabia” de la Diosa Triple pelasga, luna menguante, pasó a sincretizarse con Démeter, una antigua diosa libia-cretense de los cereales que llegó, junto con sus Misterios para iniciados, a Eleusis, cerca de Atenas, la cual fue adoptada como señora olímpica de la Agricultura. La venerable figura de la Diosa Triple como “Señora del Nacimiento, de la Vida y de la Muerte”, culto que los caucasianos del sur, adoradores de la Luna, habían traído antiguamente de Anatolia, fue demonizada por los solares descendientes de los caucasianos de norte, asignándole la siniestra figura de la Diosa de la Muerte, Hécate… pero los aqueos llegaron mucho más lejos en su reforma, y la pusieron a guardar los Infiernos en forma de un monstruoso perro de tres cabezas, el Cancerbero. Su aspecto de Reina del Mundo de los Muertos pasó a ser asumido por un dios olímpico hermano de Zeus y Poseidón, el sombrío Hades, lo que se legitimó en las reuniones secretas de la jerarquía, explicando enseguida los sacerdotes “videntes” que se había casado con la doncella Core, la Primavera, hija de Démeter, después de raptarla violentamente. Pasó a ser llamada ahora Perséfone como Reina de los Infiernos y Proserpina, cuando autorizada por Hades (por presión de Zeus), a salir a la superficie una vez al año, para hacer florecer los campos de su madre, a fin de que pudiesen desarrollarse alimentos en el mundo. Por debajo de la figura de Core, la maravillosa Primavera, continuaba transparentándose fuertemente, para los sometidos pelasgos, la augusta presencia de Nuestra Señora, la Antigua Diosa, en su aspecto femenino más bello, juvenil y benefactor. La jerarquía patriarcal era muy consciente de ello, pero toleraba aquel sincretismo confiando en que, poco a poco, las siguientes generaciones de sus súbditos olvidasen a las antiguas diosas y se adaptasen a las nuevas y, sobre todo, a los nuevos. Los múltiples atributos de la Madre Universal de los Mil Nombres se escindieron en la creación de numerosos dioses patriarcales. Cuando las tribus de los griegos empezaron a vivir en ciudades y desearon una Diosa Doncella más viril y civilizada y menos agreste, cruel y amazona que Artemis, quien despreciaba a los hombres y odiaba el matrimonio, se inspiraron en Onga, diosa fenicia de la guerra y la sabiduría, y entronizaron a Atenea, la de los verdes ojos penetrantes, que tenía la ventaja de haber nacido directamente de la inteligencia de Zeus, sin intervención materna alguna. Sin embargo, no hubo manera de patriarcalizar a una diosa tan poderosa como la del Deseo, la ninfa Marianne o Mariuena, y los invasores no tuvieron más remedio que adoptar en su Olimpo, haciéndola hija de Urano, a la antigua diosa siria y cananea de “la armonía que es capaz de surgir del conflicto de opuestos”, Isthar, Ashtar o Astarté, la estrella matutina bajada a la Tierra para hacer evolucionar a los hombres por medio del amor, sólo que retirándole sus atributos guerreros y dándole el nombre griego de Afrodita, la “nacida de la espuma” en la isla cretense de Citera, a la cual trataron de sujetar casándola con el cojo Hefesto Vul-Caín, divino herrero de las fraguas volcánicas de la isla de Lemnos, donde le prestaban sus fuegos transformadores los Kabiros de Samotracia, los Grandes Dioses de Eras Anteriores que, desde los tiempos más antiguos, continuaban habitando los Mundos Intraterrenos.

Pero, en las caprichosas e irreverentes versiones populares de los mitos que los súbditos desarrollaban, reinventando y divulgando las historias de la jerarquía al calor de las hogueras, Hefesto Vul-Caín, el hábil Señor del Fuego Constructor que moldea las formas, fue incapaz de evitar que aquella beldad irresistible nacida de la espuma de las aguas le engañara con Ares (el fiero dios tracio de la pura impulsividad viril y del Fuego de la Guerra que destruye las formas, uno de los más primitivos modelos arquetípicos de la Raza Raíz Ariana), y con muchos otros amantes mortales o inmortales, con lo cual su comportamiento continuaba proclamando ante el pueblo sometido el derecho a la libre espontaneidad del instinto sexual, derecho que la monogamia impuesta por la élite patriarcal negaba. El mito oficial decía que la noche de bodas de Zeus, el dios de los invasores, con Hera, la diosa de los invadidos, duró trescientos años, lo cual significaba, en realidad, el tiempo que la sociedad patriarcal demoró en imponer el matrimonio monogámico a la sociedad matriarcal, o sea unas diez generaciones. Para conseguirlo, los dominadores hubieron de abandonar arcaicas costumbres de los caucasianos del norte que se excedían en su patriarcalismo, tan rígidas como la de no permitir que las viudas volviesen a contraer nuevo matrimonio, lo que hacía que muchas mujeres helenas se inmolasen voluntariamente en la misma hoguera en la que era incinerado su esposo. Esa lucha por el poder entre la vieja cultura matriarcal y el recién llegado patriarcalismo se extendió incluso más allá del centro del refinado mundo del Egeo, cuyas modas seguían influenciando a las actuales clases aristocráticas de uno y otro lado del mar y hacían que algunos desearan parecerse más a los arrojados griegos de la Quinta Subraza, bien solares, y otros a los refinados y ricos troyanos de la Cuarta, bien lunares, primos cercanos suyos y sus mayores competidores en Asia Menor, quienes controlaban los estrechos que comunicaban al Mediterráneo con el Mar Negro.

VERSIÓN 2016. ENTREGA 2

3- LA MADRE


3- LA MADRE

     -Ese es un tipo de hombre muy peligroso, Eurídice -le dijo su madre y principal maestra, la Alta Sacerdotisa Ninfa, después de escuchar su confidencia-, habiendo tantos chicos lindos y potentes para elegir, disfrutar una o dos veces y después olvidar, mi niña, te has ido a enamorar de un mago.
     -¿Un mago?
     -Sí, un mago. Mago es aquel hombre capaz de manipular oportunamente los cuatro cuerpos elementales que nuestro vehículo alma anima: físico, energético, emoción y pensamientos, tal como domina un carro de cuatro caballos un buen cochero, de tal forma que obedezcan por completo y unificados a la voluntad rectora de su espíritu. Por lo que me cuentas, ese joven tiene un importante dominio sobre su propia sexualidad. Ese es un tipo de hombre muy difícil de controlar, querida.
     -...Pero yo no pretendo controlarlo, madre... -protestó ella.
     -No seas ingenua, Eurídice. En las relaciones sexuales, o controlas o eres controlada. Un hombre es un ser simple, instintivo, independiente y nómada, con tendencias a lo salvaje, puro fuego, mucho más próximo al animal que nosotras, sobrado de un tipo de ruda fuerza que sólo tiende a desbordarse, a cazar, a competir y a tratar de conquistar y dominar, impulsivo como un toro, rebelde, libérrimo, pasional y variable. Bien que los conocían las amazonas turanias del Mar Negro. Si no los controlas, te esclavizan, mira los griegos.
     -¿Y qué deberíamos hacer nosotras para evitarlo?
     -Enfrentarnos directamente y competir de poder a poder con seres tan primarios nos obligaría a convertirnos en ellos, a endurecernos como se endurecieron las amazonas y a dejar de ser nosotras mismas, niña mía; muy duro trabajo, muy alienante... realmente no compensa. Pero desde que el mundo es mundo, las mujeres siempre hemos podido torearlos agarrándolos bien fuerte por sus dos puntos flacos: lo muy previsibles que son sus reacciones y sentimientos, tan simples y fáciles de satisfacer como los de un niño, y su necesidad imperiosa de sexo, que para ellos significa apenas algo tan elemental como poder penetrarnos, moverse un poco y derramarse. Primero los dirigimos hacia donde nos interesa por medio de nuestras muy superiores habilidades de atracción, seducción y relación, sin que parezca que los estamos dirigiendo, claro, y luego los hacemos enredarse en su propio deseo, dándoles un poco de largas y estableciendo pactos y compromisos duraderos de leal apoyo mutuo, antes de cederles lo único que les interesa de nosotras. Cuando más enredados están les permitimos generosamente, y como un premio a su paciencia, a su dedicación preferente, a su buen servicio y a su delicadeza, que descarguen dentro de nuestro seno toda su energía... Y ahí agarramos al toro: hombre enredado, comprometido, halagado y desenergetizado, hombre dominado.
     -¿Por qué? –preguntó Eurídice.
     -Porque ese momento de vacío, el único en el que el hombre, satisfechos y disminuidos sus invasores impulsos instintivos, se detiene, se relaja y se abre pasivamente y agradecido, deseando mucho, además, que quedes contenta para poder repetir… ese es el momento ideal para influenciarle, para que te escuche, para ligarle más a ti y a tu empresa personal, para sembrar una sugerencia civilizada en él, para conquistar al conquistador, para conseguir que toda esa fuerza potencial dispersa, puro individualismo en bruto, se canalice y se comprometa al servicio de algo útil: al servicio de una mujer, que es lo mismo que decir al de una familia, de una tribu, de una comunidad. Al servicio de la Vida, que es lo mismo que decir de La Gran Madre.
     -Pero si él no se derrama...
     -Si él no se derrama, si en lugar de disolverse se coagula, si su fuego instintivo, en lugar de ser apagado al fecundar tu agua de ternura, como debe ser, asciende al centro de su voluntad convertido en controlado aire de inteligencia… entonces no sólo el varón conserva en sí toda esa fuerza individualista y anárquica, sino que la acrecienta a costa de la tuya, la que sale de ti cuando tú te vacías de tu tensión ardiente, cuando tu tierra se vuelve fértil néctar de vida... y vete a saber para qué usa él todo ese excedente de poder etérico acumulado y cómo influye en ti cuando tú te quedas vacía y abierta... Los ritos taurinos de la religión cretense mostraban como la astucia y la habilidad de la mujer puede dominar el impulso ciego y la fuerza bruta del varón… pero ese toro tuyo, Eurídice, no es nada toreable.
     -¿Por qué no?
     - Porque no se entrega del todo, porque conserva para sí su independencia, porque controla su instintividad... y, a poco que te descuides, acabará dominándote por donde más fuerte y más flaco lo tenemos las mujeres: por el sentimiento, que es nuestra espada de doble filo.
     -Orfeo jamás ha hecho nada conmigo que pueda interpretarse como una manipulación de sentimientos –protestó Eurídice con firmeza-... Y no utiliza toda esa energía acumulada para dominar a nadie, nació príncipe, no necesita más poder; hasta le sobra... Dice que eleva la energía al corazón y a la cabeza y que la usa para componer sus músicas maravillosas... Una vez dijo, exactamente, que con esa energía sublimada gestaba y paría a los hijos de su creatividad.
     -No importa que no intente dominarte, niña mía, nosotras nos enredamos solas en cuanto no podemos controlar. Yo ya te veo bien enredada ¡Pobrecita! te pilló un hombre así en tu primera experiencia... Además de todo ese autodominio suyo, es un príncipe, un artista y con certeza un iniciado, un hombre acostumbrado a hacer lo que le da la gana y que además tiene un intenso femenino interno muy creativo, que le permite un juego de sentimientos mucho más complejo, versátil y sutil que el de la mayoría de los hombres y que no le dejará sentirse completamente solo nunca... tiene todos los condicionantes precisos para hacerte sufrir, a menos que te resignes al papel de segundona... y tú eres una Dríade de clase, además de una chica brillante y encantadora; tu nombre significa “la que rige ampliamente”. La verdad, no creo que pudieras aguantarlo... yo que tú permanecería atenta y sin seguir comprometiéndome, a ver si me mandaba la vida, en la próxima siembra, a alguien más fácil de llevar...
     -No madre –respondió Eurídice con determinación-, lo que la vida me ha mandado ya es Orfeo y yo le agradezco muchísimo que me lo mandara. Y me encanta que sea como es, especial, diferente. Mientras él me quiera como demuestra quererme, yo bendeciré al amor y aceptaré lidar con cualquier inconveniente que pudiese venirme como contrapartida de la felicidad que ahora me da.
     -Eurídice... –finalmente, la Alta Sacerdotisa-Ninfa se decidió a abordar de frente su preocupación principal-... eres una Dríade de la Diosa. No te preparé para el matrimonio griego, ni para ser una mujer común que se conforma con vivir a partir de sus centros básicos, sino para que, después de criar dos o tres hijas para seguirle brindando nuevas sacerdotisas a Nuestra Señora y a nuestro linaje, te consagrases enteramente a vivir como un espíritu inspirador de tu alma encarnada, para que siguieses manteniéndote célibe y soberana el resto de tu vida y concentrada, igual que todas nosotras, en superar las ilusiones del mundo material y vivir en tu Real Ser sirviendo a tu comunidad, desarrollando los centros superiores que te hagan semilla y vanguardia de la Humanidad, a fin de ayudar a ascenderla a un escalón evolutivo mayor, escalón que nuestros descendientes puedan disfrutar formando parte de la élite más pionera y conectada, y para que la disfruten nuestros espíritus también, cuando vuelvan a reencarnar en nuestro linaje, tal como la sabiduría de nuestras ascendientes nos enseñó a hacer…Yo no sé si te estás dando cuenta del inmenso privilegio que significó para ti haber nacido en una cuna y una comunidad completamente propicia para facilitarte la realización del más alto de los destinos.
     -Madre, perdón, perdóname, - musitó Eurídice dejando resbalar una lágrima- …Si que me doy cuenta, sí que lo aprecio, pero ya estoy viendo que no soy digna de esa consagración ni de ese alto destino… soy una ingrata y una mujer común… No puedo pensar en otra cosa que en compartir toda mi vida con Orfeo, disfrutando de él, fundida en él y en el placer y la dulzura de su amor, haciéndonos los dos uno…en verdad siento que estoy totalmente, locamente apasionada…
     -Haces bien en llamarlo locura, -respondió ella suavemente, pero con firmeza y sin tocarla- cualquier pasión es una exageración instintiva y emocional, un delirio propio de seres primitivos, un resto insano del insuficiente desarrollo consciencial de la Raza Raíz Anterior, que sólo desarrolló el Cuerpo Astral…que no fue capaz, siquiera, en su mayoría, de cultivar un mínimo de Mental Concreto, a pesar de que ya tenía que haber llegado a alcanzar el uso de razón en la quinta de sus siete subrazas… Eurídice querida, nosotras somos Arianas de una Cuarta Subraza ya bien avanzada, y Arianas Lunares de la más alta clase, recuérdalo. Si no conseguimos superar las pasiones, disciplinar y filtrar el sentimiento y el pensamiento, conseguir la impersonalidad y la neutralidad, aceptar y enfrentar con ecuanimidad todo lo que venga del Juego de la Vida y ampliar la percepción del Mental Superior hasta que se haga plataforma adecuada al desvelamiento de la Visión del Ser, acabarán haciéndolo antes (en lugar nuestro y a su manera) nuestros primos, los patriarcalistas griegos de la Quinta Solar.
     -No insistas, madre, por favor, por favor –gimió ella con vehemente dolor-. Me sé de memoria desde niña toda la teoría evolutiva de las Hijas de la Diosa hasta conseguir encarnar conscientemente  la Diosa, pero me siento incapaz de aplicarla a mi momento presente, que sólo aspira a poder vivir las ilusiones que vive cualquier campesina enamorada... Yo ya no me veo más pudiendo vivir sin Orfeo, no me veo ni quiero verme. Me muero de vergüenza, mas debo reconocer que no tengo evolución suficiente para ser una buena sacerdotisa, a pesar de ser hija de alguien como tú… lo siento, lo siento mucho… Pero ¿Sabes? – levantó la cabeza y la miró -Estuve pensando mucho en que tal vez igualmente podría servir a nuestra comunidad casándome con un príncipe de Tracia al que amo y estimulando a la corte a promover el culto de la Diosa y a devolverle Su antiguo prestigio y privilegios.
     - …Eso no estaría nada mal, si saliese bien… -se resignó a responder, cambiando de tono, la Alta Sacerdotisa, al ver claramente que no había nada más que hacer por ahora con Euridice-… No sería la primera vez que eso sucediese en la historia de los pelasgos…y podría compensar un poco tu renuncia al sacerdocio… pero en tu caso es una cuestión muy problemática, mi hija. El padre de Orfeo, un rey con tendencias bien patriarcales, y su madre, que es una sacerdotisa olímpica, te verían enseguida como una clara rival política, como una peligrosa influencia de la tradición matriarcal para su hijo, el príncipe heredero… Si persistieses, te irías a enfrentar con un gran reto.
     -Si un hombre así supusiera un reto mayor que lo común, yo confío en mí misma lo bastante como para asumirlo... Y no necesito redoblar precauciones ni desplegar estrategias, ni forzar ningún control para obtener ilusión de seguridad: lo que venga del amor para mí, bienvenido sea; y lo que no venga, es que no era para mí.
     -Ya veo que estás, no enredada, sino enredadísima con ese hombre –dijo la Gran Sacerdotisa Ninfa con pena, moviendo la cabeza–. En fin, allá tú... Pero por favor, niña, mantente prevenida y cuenta siempre conmigo cuando necesites reflexionar acerca de vuestro proceso y, sobre todo, acerca de tomar decisiones.
     -Óyeme bien, Eurídice querida- siguió con la mayor seriedad-: La pequeña vidita de tu personalidad no es importante, es una ilusión pasajera y prescindible; pero tu relación con Orfeo es una relación delicada entre el Colegio de la Diosa más antigua de este país, y el Colegio de los nuevos dioses que nos vinieron del extranjero. Y eso sí que es importante.- terminó, con un tono que dejó clara e incuestionable la aristocrática autoridad de su cargo.
     -Lo único que deseo es continuar amándolo como lo amo aquí y ahora, madre, con total confianza y sin preocupaciones, mientras sea posible. Seré cuidadosa con lo que te parece importante, puedes estar segura, pero mantenerme demasiado prevenida sería salirme de la evidencia que siento de que él y yo somos el mismo ser y lo seremos siempre.


4- EL AGUA:

La mente de la Gran Sacerdotisa estaba convencida de la veracidad y sabiduría de cuanto se le había ido transmitiendo desde sus distintas maestras de vida, desde sus Iniciadoras y desde las intuiciones que sus Guias Espirituales dejaban en ella: Mientras la antiquísima sociedad matriarcal había vivido de una manera austera, sencilla, familiar y comunitaria, siempre compartiendo con todos los miembros del propio clan cuanto tenían o adquirían, aquel sistema se mostró bastante eficaz: el individuo no significaba nada, apenas una célula de un cuerpo mayor, tal como lo eran las abejas en relación a la colmena, y la tribu lo era todo. La Gran Diosa Triple, por sus tres aspectos de creadora, transformadora y destructora, doncella guerrera, matrona ninfa y anciana sabia, luna creciente, llena y menguante, gobernaba el mundo con sabiduría emocional, distribuyendo su gran amor y protección sin reservas entre todos sus hijos. Las relaciones entre ambos sexos eran bastante igualitarias porque las mujeres sabían gobernar flexiblemente, contornando la más dura oposición como el agua contorna la roca, siempre buscando un camino de menor resistencia para deslizarse hacia sus objetivos, siempre convenciendo o negociando, sin forzar imposiciones, mucho mejor entrenadas que los varones, durante milenios de estrecha y muy política vida comunitaria, por el juego de relación comunicativa, colaboradora y diplomática entre ellas. Por lo contrario, los hombres salían a cazar lejos del hogar, lo que era una actividad silenciosa y solitaria, o de grupos que tenían que organizarse jerárquicamente de una manera más rígida y hasta autoritaria, para poder trabajar con una estrategia unificada y precisa sobre situaciones de urgencia y hasta de riesgo de vida.
Desde muy niña, Eurídice había sido instruida para Sacerdotisa Dríade por su propia madre, que era una Ninfa de alto rango, una gran señora procedente de un ininterrumpido linaje de Dríades que había gobernado Tracia muchas veces, antes del advenimiento del patriarcado. Ella, ante todo, fue su mejor modelo vivo para desarrollarse como futura digna hija de la Diosa, el destino que más natural le parecía para sí desde siempre. Además, su madre le fue contando, primero por medio de fábulas para críos y después como una verdadera maestra-amiga, las historias del pasado, el sentido de la honra, del valor y de la prudencia, las costumbres de la tribu, el orgullo de su linaje y de su género y las claves del natural predominio social de la mujer sobre el hombre. En la civilización, la tierra era de las mujeres, ya que fueron ellas las que, desde hacía milenios, se habían ido encontrando en su actividad recolectora las plantas nutritivas, medicinales y de poder. Ellas eran quienes habían ido aprendiendo, tras muchos experimentos traumáticos, a pulir su sensibilidad y a fortalecer sus emociones para utilizar las sustancias mágicas adecuadamente, con lo que conseguían entrar en la pequeña muerte del trance sin perder la consciencia, a fin de viajar por las dimensiones ocultas de la realidad y recibir inspiración, apoyo anímico e instrucciones prácticas para progresar, provenientes de la variada Jerarquía de Yos Superiores que poblaban las múltiples Moradas Dimensionales de la Gran Madre Misericordiosa. Las Mónadas, o Espíritus encarnados en almas individualizadas, que inspiraban a las sacerdotisas más devotas, aquellas que conseguían una buena comunicación con el invisible Maestro Interno -el masculino interno que moraba en cada una- acababan contactando, a través de él, con la Dimensión de los Espíritus Iniciadores, los Ancestros de la Raza y, en su nivel superior, los Hermanos Mayores de la Humanidad, todos ellos devotos hijos de la Madre Universal en diversas densidades de consciencia.
Los Guías de la Rama Lunar, especialmente, eran muy superiores en poder y sabiduría a los mejores de los hombres comunes que poblaban el mundo. A pesar de que no tenían cuerpos físicos, podía llegar a establecerse con ellos una relación amorosa tan libre y sutil como altamente gratificante. Los Espíritus Iniciadores habían enseñado a sus iniciadas como invocarles a voluntad con el poder del Verbo y a través de la música, las danzas sagradas y las bebidas visionarias. Era para ellos un gran esfuerzo corporizarse en una forma, ya que se veían obligados a disminuir enormemente su frecuencia vibratoria y no conseguían mantener sus apariciones sino por breve tiempo, pero las bebidas de poder aumentaban, también por corto tiempo, la frecuencia de las chamanas y podían comunicarse con ellos en la Dimensión Intermedia. Este intercambio acabó convirtiendo a las tribus matriarcales en centros de cultivo de una alta cultura mística y artística, lo cual “estaba como programa en vuestros arquetipos, desde que la Raza Ariana fue fundada junto a las orillas del remoto mar de Gobi”, decían misteriosamente los Guías. Aunque ninguna de ellas se pudiese imaginar donde quedaría aquel mar, las abuelas de los clanes suponían que debería ser en Asia, de donde habían venido sus ancestros. “..Seguramente, mucho más al oriente que el Cáucaso”, apuntaban, recordando antiguas sagas narradas junto al fuego. Para las Dríades tracias, el Cáucaso era sólo una referencia medio mítica, el extremo del mundo, donde nacía el sol, así que aquel mar de Gobi debería estar envuelto por las tinieblas de la noche…o tal vez por las de los Infiernos, el útero planetario a donde La Gran Diosa Madre se llevaba a los muertos para gestarlos y amanecerlos de nuevo. “Cada Raza de Consciencia Evolutiva, o Raza Raíz, evoluciona, a su vez, a lo largo de siete Subrazas, que, a veces, coinciden en el tiempo” –habían contado los Espíritus Iniciadores, a través de visiones, durante los trances más profundos y reveladores- “…vosotras, descendientes de los caucasianos del sur, estais desarrollando la Cuarta Subraza, que tiene carácter femenino. Los descendientes de los caucasianos del norte, ya están desarrollando, a su vez, el carácter masculino de la Quinta Subraza Aria”. “De inicio, norte solar y sur lunar chocarán, como ya han chocado los griegos con los pelasgos, pero después encontrarán su complementaridad en sus descendientes comunes. La Sexta Subraza será una bella síntesis de esas dos polaridades de almas, y la Séptima, más allá de cualquier polaridad, reencontrará la Unidad, después de ir hasta el fondo de sus contradicciones durante la Noche más Oscura, a fin de agotarlas y, una vez separados la cizaña y el trigo, superarlas y elevarse colectivamente en un Amanecer Glorioso, identificándose, ya no con sus almas, sino con la Mónada, con el Espíritu Divino que anima, instruye y encamina a las almas”. Al parecer, después de desarrollar hasta su auge su Séptima Subraza, culminaría el ciclo de la Raza Raiz Ariana Común y entraría en decadencia hasta su desaparición o hasta la conversión de sus más evolucionados hijos en aquello que vendría después, ya que, para entonces, una nueva Raza de Consciencia Evolutiva ya estaría, dirigida por un Iniciador, designado por los Espíritus Cultivadores de la Humanidad, desarrollando en orden a cumplir sus objetivos las primeras de sus siete Subrazas, y así es como se despliegan las potencialidades del Ser eternamente, a través de Sus distintas Jerarquías de Consciencia, tanto en éste como en muchos otros de Sus planetas o planos.
Los Guías también habían advertido a sus mediums que debían aprender a distinguirles de otras entidades de la Cuarta Densidad de la consciencia que, a pesar de su alta evolución, todavía estaban contaminadas de egoísmo y conpetición y que utilizaban a los seres humanos de Tercera Densidad exactamente como los hombres y mujeres comunes utilizan a los animales domésticos de Segunda Densidad: para explotarlos, usándolos como instrumentos de sus trabajos y estrategias en el plano físico, y para alimentarse de ellos. (Ya no de su carne, porque ellos ya no tienen cuerpos de carne para nutrir, más de sus vibraciones mentales y emocionales, muy especialmente de aquellas que expresan desorientación, miedo, culpa , sufrimiento, preocupación, juicio, rencor, rabia y todo tipo de agresividad, morbo y negatividad): "- Los espíritus que alcanzan la Quinta Densidad de la Consciencia, como aquellos de la Cuarta Elevada, ya tienen una comprensión integral de que Todo es Uno y, por tanto superaron cualquier ilusión de separatividad y viven en el amor a todo, porque saben desde la Esencia de su ser que nada existe que no sea una extensión o reflejo de sí mismos."- transmitían los Mentores- "...Sin embargo, guardaos de nuestros congéneres de la Cuarta Densidad Baja, porque todavía es un campo de energía mental de aprendizaje básico: En sus estratos densos vibran consciencias que, a pesar de su alta frecuencia, si comparada con la vuestra, están poseídas por el virus de la dualidad y de la soberbia, y ésto las hace sentirse separadas del resto de los seres de la Creación  e incluso superiores a la mayoría de ellos, lo cual las mantiene en una absurda competencia entre sí o frente a las otras entidades conscienciales de su misma Cuarta Densidad, como nosotros, que ya superamos la dualidad y vibramos en estratos más altos, cada vez más unificados con la Gran Onda Cósmica del Amor Universal y más llenos de compasión hacia ellos."-
-"Sabed que sólo hay una manera de evitar ser manipulados, influenciados, hipnotizados, poseídos, obsesionados, explotados y chupados por los vampiros energéticos de la Tercera y Cuarta Dimensión"- explicaban los Guías- "Renunciar a juzgar, al mismo tiempo que observar y reconocer los pensamientos y sentimientos negativos que ocupan vuestras mentes (los más poderosos vampiros son los propios) y entregarlos al Yo Mayor para que los transmute. Desistir de buscar culpables o de culpabilizarse, perdonar a todos y a todo y perdonarse, a fin de vivir concentrados en el Amor Incondicional. Teneis que aprender Higiene Mental, ya que, sin ella, poco o nada podemos protegeros: Un alma de Tercera Densidad, como las vuestras, se convierte, cuando vibra en la unicidad, en un alimento nada apetecible para las consciencias de la Cuarta, que todavía nutren su vicio de la dualidad absorbiendo la droga llamada vibraciones de dualidad."-
Aquella comunicación interior con las entidades o identidades interdimensionales complementarias más profundas y elevadas de sí mismas en la Unidad del Ser, había hecho convertirse a las matriarcas más conectadas y sabias, además, en descubridoras, mantenedoras y administradoras de la agricultura, de la medicina, la higiene, la organización y el gobierno de la comunidad. Por eso era herencia femenina la tierra cultivable. Decía la madre de Eurídice: "la tierra es de quien la trabaja". Las mujeres comunes de aldeas y pueblos la hacían producir, distribuyendo los trabajos individuales y pactando los colectivos, ya que sus actividades eran sedentarias y las de los hombres nómadas. La sucesión era matrilineal, los hijos eran propiedad y mano de obra al servicio de la madre, que se pasaba veinte años de su vida engravidada, pariendo, amamantándolos o cuidándolos y que era, naturalmente, la única transmisora del nombre y el linaje, ya que siempre se sabía quién era la Madre, palabra sagrada, pero uno podía ser hijo de cualquier padre, palabra profana y poco significante. Cuando los hijos varones llegaban a la adolescencia eran apartados de sus madres, se les hacía personas concediéndoles individualidad con un nombre propio y comenzaban a ser iniciados por los veteranos a la vida de cazadores, pastores y guerreros. Desde temprana edad, los jóvenes vivían en la amplia caserna de los hombres, que guardaba el principal acceso al poblado, y se encargaban de la caza, pesca, pastoreo y defensa del ganado y del territorio, así como de estimular, con su fuego sensual, la facultad de crear vida y civilización que residía en lo femenino, el género superior del que los hombres procedían y al que eran visceralmente impulsados a regresar siempre. En cualquier choza a la que contribuía con su trabajo de defensa y caza, un hombre podía pedir abiertamente y sin reparos la hospitalidad femenina, que implicaba alimento, bebida, descanso y también sexo, si alguna mujer de la casa estaba dispuesta a responder al galanteo, ya que aún no existía la monogamia. Y si respondía que no estaba dispuesta, se respetaba con la mayor consideración, y sin osar insistir, su derecho y privilegio de decidir y escoger libremente sus preferencias. El hombre que, a su vez, prefería la seguridad de disponer de una casa estable que le proveyera de sexo frecuente y de alimentos vegetales bien cocinados, que dieran sabor a sus viandas de carne, tenía que mudarse a la tierra y a la choza dirigida por una mujer común que lo aceptase y luego, contribuir con su trabajo y su defensa a la alimentación y cuidado de los padres de su señora y de sus hijos (aunque le fuese imposible reconocer si eran también los suyos). Si había un exceso de mujeres en la casa se practicaba la poligamia, generalmente sólo entre las hermanas, para el varón librarse de mantener más de una pareja de suegros. La autoridad de la suegra era tan grande y temible que el yerno ni la podía mirar directamente a los ojos. También existió la poliandria las pocas veces que sobraban los varones, quienes no duraban demasiado tiempo vivos, por causa de la vida riesgosa y dura que llevaban. De cualquier modo, las mujeres, cuidando siempre de mantenerse soberanas e independientes, podían tener todos los amantes que quisieran o pudiesen. “Y esa es la fuerza que tiene la mujer sobre el hombre”, concluía la madre de Eurídice, poniendo sobre su vientre una mano, en la cual había formado un círculo con el pulgar y el índice. La libre promiscuidad era corriente entre los jóvenes de ambos sexos sin hijos y entre todos los miembros de la tribu, en general, durante las orgías rituales que se celebraban en las noches de luna llena, estimuladora de los instintos carnales. Para evitar la consanguinidad, la comunidad se dividía en varios clanes, que se distinguían con nombres de animales, tatuajes, pinturas corporales  o amuletos. Había un tabú de incesto que impedía escoger pareja dentro del propio clan. Una mujer-centauro no podía tener relaciones con un hombre de su mismo Clan del Caballo, que se consideraba como su hermano. Tenía que buscarlas entre los hombres-cabra, los hombres-árbol o los hombres-pez, por ejemplo. Las viejas leyendas caucasianas decían que, en los tiempos más remotos, los Hijos del Cielo venidos de las  Estrellas habían cruzado su semilla sexual con la de distintas especies de animales de la Tierra, hasta que obtuvieron homínidos y luego, los primeros representantes de la actual especie humana, a fin de servirse de lo más avanzado de ella como vehículo terrenal o avatar de sus consciencias para liderar este planeta, y de los especímenes menos avanzados como puros siervos. Los nombres de los clanes recordaban aquellas pruebas y experimentos.
Las sacerdotisas sabían que vivían en el seno generoso de la Gran Madre Nutricia, y que Ella cuidaba siempre de que en la tierra hubiese abundancia sobrada para todos. A pesar de la natural diferencia entre los grados de consciencia, existía un cierto comunismo distribuidor de bienes y servicios entre toda la comunidad. Como los numerosos miembros de cada clan eran familia, todos trataban de complacer y apoyar a todos, porque todos trabajaban y repartían entre todos. Por causa de eso, no se veían grandes diferencias entre los bienes con los que contaba cada vecino. Se contaba también que, entre los antiguos caucasianos, cuando un miembro de la comunidad ya no podía valerse mínimamente por sí solo, se retiraba a dejarse morir en la montaña o sus mismos hijos lo envolvían y lo arrojaban a un precipicio. Ya con muchos más siglos de civilización matriarcal, las costumbres habían mejorado y el anciano o impedido podía, simplemente, pedir a las sacerdotisas que le aliviaran de la vida senil con una pócima indolora para no ser una carga, lo cual era muy aplaudido, ya que se consideraba que la muerte era apenas una puerta por la que el alma regresaba al Seno de la Gran Madre para, en lugar de tener que seguir soportando el cuerpo ya inservible, recibir de Ella un nuevo vehículo, con el que la Divinidad pudiese seguir jugando Su Eterno Juego de la Vida y el Descubrimiento de la combinación de Sus infinitas posibilidades reflejada en los variadísimos espejos de Su Creación, que es lo mismo que la expansión continua de Su Vibración Manifestada. Cuando la tribu crecía demasiado, se escindía, igual que las abejas u hormigas, y un grupo compuesto por gentes de dos clanes diferentes, dirigido por la consciencia de una joven Madre, iba a poblar un nuevo territorio. Eso ya había sucedido muchísimas veces, y la semilla de la Raza Ariana se había ido desplazando por la ancha Asia, a cada nueva Subraza, desde la mítica Hiperbórea Original hasta el extremo Occidente, donde Europa comenzaba en la Tracia.

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Cuando aquí se habla de una Raza Evolutiva  nos referimos a una Raza de Consciencia, a un Nuevo Paradigma que se desarrollará durante milenios, creando, mezclando y transformando culturas y civilizaciones, y no a algo tan superficial, efímero y cambiante como un linaje de sangre o un color de piel. Los mitos más arcaicos que contaban y recontaban a sus nietas las tatarabuelas de los clanes tracios, embelleciendo cada vez la narración, aseguraban que la Primera Subraza Aria, que se desarrolló en la Hiperbórea, a las orillas del nebuloso Mar de Gobi, acabó conquistado el Norte de la India desde allí. La Segunda Subraza llamados los Cimerios, Gómeres o Gamirri, establecidos en Asia Central pero posteriormente desplazados por los Escitas de las estepas de Mannae y Gamir, invadió y dominó Urartu y el país fértil que había al Sur del Tigris y el Éufrates, tierra muy antigua, de nombre olvidado, pero a la que los Cimerios llamaron Cimer o Sumer. Era allá donde se contaba que, antes del diluvio, cuando todavía nuestros ancestros eran casi bestias, algunos de los poderosos Hijos del Dios del Cielo, al que llamaban Anu, se habían juntado con las Hijas de los Hombres, mejorando su linaje y ampliando sus conocimientos, a fin de que los alimentasen con las vibraciones emanadas de sus cultos, ofrendas y emociones. Los antiguos Sumerios decían que el estelar Enki, uno de los hijos de Anu, había robado el fuego de la consciencia divina para convertir los humanoides por él generados en hombres. Los andariegos antepasados de los Tracios acabaron por juntar aquel nombre sagrado con el de otros benefactores posteriores de sus muchos linajes, lo que acabó dando, finalmente, en Prometeo.
La Tercera Subraza inició la dinastía del Imperio Iranio en la Meseta de Arya en Persia, y sus distintos pueblos fueron los primeros en darse a sí mismos el nombre-objetivo de Arios, que acabó significando "Señores de sí mismos", es decir, gente autoconsciente, evolucionada, que es capaz de pensar libremente por sí misma, y no nobles aristócratas o señores de siervos, como algunos vanidosos dicen.
 La Cuarta y Quinta Subrazas poblaron el Sur y del Norte del Cáucaso, la tierra de Prometeo, y volvieron a dominar, como élite gobernante, a los Sumerios y a sus descendientes, los Acadios, y a emparentar con las aristocracias martiarcales o patriarcales de muchas otras naciones. La llamada Quinta Subraza Solar, los antepasados de los griegos, se estableció al norte de la nevada cordillera, en las altas Osetias primero, y luego en las amplias y frías estepas que se extienden entre el Mar Negro y el Caspio, vecinos y enemigos de los nómadas Escitas, pero tan ganaderos y patriarcalistas como ellos. …Mientras que la Cuarta Subraza Lunar, descendientes, como la Quinta, de los Cimerios, lo hicieron al sur de ella, en las húmedas tierras de Colchis, también llamada la Cólquide, bien propicia para la agricultura, separada por pantanos del Mar Negro y, más hacia el interior, en la Iberia Asiática que mucho después se llamó Georgia, por causa del tótem que les distinguía, el lobo, “gorg”, el que aúlla a la luna.
 …Los matriarcales sureños, adoradores del lobo y de la Gran Madre Lunar se habían extendido después hacia el sur, por los actuales Armenia y el Kurdistán y hacia el oeste, a través de la quebrada Anatolia, llegando a invadir temporalmente las tierras de los primeros Hititas y Mitannios por lo que ahora se llama Frigia, Lidia y la Jonia y hasta quisieron fundar una Nueva Gamir en Capadocia. Habiendo avistado un día sus exploradores el Tálaso o Mediterráneo desde las últimas cumbres occidentales del Asia Menor, sintieron total fascinio por la belleza de aquel Gran Verde en sus sensibles almas de estetas y poco después bajaron a poblar más o menos pacíficamente los bellos litorales e islas de la margen nororiental del gran mar interior. Estaban tan felices como si hubiesen llegado al paraíso marítimo, prometido por sus ancestros de las primeras Subrazas Arianas del llamado Mar de Gobi, que nadie recordaba más, de quienes los Guías Iniciadores decían que vivían frente a una isla que se consideraba sagrada, desde que descendieron en ella los civilizadores Señores de Venus y otros planetas, evolucionados Hijos del Cielo, probablemente los mismos iniciadores de los Sumerios. Claro que aquellos lugares y orígenes celestes parecían ahora tan remotos e increíbles, que las jóvenes generaciones los consideraban puros mitos inventados por sus abuelos para dar algo de importancia a su sencillo linaje de pastores nómadas… Quien sabe cómo habría sido contada la primera historia y en lo que se habría convertido después de milenios pasando de boca en boca junto a las hogueras. Los nuevos mitos que se encontraron los caucasianos lunares al comenzar su contacto con los pueblos ribereños del Tálaso también narraban que, durante la Era que había precedido a de las emigraciones arias, se habían desarrollado en todos los litorales del Mediterráneo o Gran Verde (que entonces eran muchísimo más extensos porque se extendían alrededor del Mar del Sahara), unas gentes sociables y sabias que pertenecían a la Sexta Subraza de la Raza Raiz anterior, lo que daba para entender que se trataba de espíritus relativamente muy evolucionados. Esta Sexta Subraza anterior estaba dividida en muchas tribus y naciones diferentes, audaces navegantes y colonizadores, que se habían salvado, al parecer, de una Gran Inundación del pasado. En su conjunto, eran conocidos como Acadianos, por la lengua general en la que comerciaban, tal como los semitas que habían ocupado la Baja Mesopotamia después de la primera Sumeria. Los Acadianos de Asia Menor y de su litoral mediterráneo ofrecían, como los Sumerios, Fenicios y Asisios, sacrificios de bebés a Moloch-Baal-Zebul y otros Hijos del Cielo, sus mentores, para evitar la repetición de nuevas catástrofes, pero tenían fama de ser gente de palabra, comerciaban desde la tierra de Canaán con Egipto, Creta, el Egeo y Frigia, eran capaces de navegar hasta la Liguria y el Gran Océano Occidental, y hasta presumían de haber conquistado, en un remoto pasado, una gran isla que existió en su centro, habitada por los descendientes decadentes de una espléndida civilización imperial de semidioses.
Por su parte, los sureños lunares de la Cuarta Subraza Aria recién llegados junto a ellos, eran tan bellos y artistas, sus mujeres tan sabiamente seductoras, sus músicas y danzas tan atrayentes, que en toda parte donde se presentaron fueron, en general, muy bien recibidos por los nativos acadianos, quienes llegaron a ser sus maestros en las artes de la pesca y de la navegación, después de que se fundieron fácilmente en amor y armonía con las hijas e hijos de aquellos experimentados marinos. Tras su mezcla, tanto los acadianos como los caucasianos de litoral acabaron siendo conocidos en conjunto como “los Pelasgos”, o habitantes del Piélago, otro nombre para el mar; aunque dicen ciertos doctos que pelasgos significa, simplemente, “los Antiguos”. De esta forma, pues, había ido transcurriendo la Era de Aries, la del impulso inicial de la Raza Aria o Ariana por crecer, sentar un modelo evolutivo nuevo y expandirse por el mundo. Entre las distintas sociedades independientes, ya reinos o repúblicas, que conformaban la Pelasgia en todas las orillas de la porción del ancho brazo del Mediterráneo Oriental que después se llamaría Mar Egeo, el estado y cultura de mayor hegemonía era, sin discusión, desde unos siete mil años antes, la desarrollada talasocracia matriarcal de la isla de Creta.

Después de que los arios lunares se mezclaron con los acadianos y sus descendientes se hicieron pelasgos, sus divinidades principales eran La Gran Diosa caucasiana de siempre,  Astarté para los asirios, ahora en Creta Diosa del Mar, llamada Pontia o Agua, y su hijo Dionisio-Zagreo, al que se representaba bajo la forma de un toro vivo o de un Becerro de Oro, tótem tal vez de origen sumerio y de la era astrológica anterior, símbolo sirio de Baal-Zebul, El o Eloáh, Señor de la Lluvia y Príncipe de la Tierra, o cananeo de Moloch, Dios del Trueno y del Fuego o del Alma aprisionada en la materia desde el principio del tiempo y, por tanto, oscurecida. El hijo varón de la Diosa, el toro sagrado, encarnado en el rey-sacerdote Minos, que se unía a la reina-ninfa, al igual que los hijos varones recién nacidos de las ninfas y sacerdotisas de su culto, continuaban siendo sacrificados cada primavera o cuando había crisis, bien quemados dentro del horno del Ìdolo, o despedazados, como ofrenda etérica a las poderosas entidades de Cuarta Densidad que se alimentan de las vibraciones de miedo y sufrimiento de las almas humanas de la Tercera, que son, para ellas, algo así como su ganado. Se les sacrificaban los niños varones y los jóvenes tal como se sacrifican en las colmenas los zánganos tras el apareamiento, lo que aseguraba el predominio femenino como sexo superior, imprescindible para la vida. Parte de la carne era asada y devorada por las oficiantes del rito, reproduciendo antiquísimas costumbres tribales antropófagas y otra parte se colocaba en los surcos del arado, para asegurarse el favor de sus mentores y una buena cosecha a toda la comunidad. Tras una larga evolución, a la élite de la opulenta sociedad cretense, ya arianizada, le fue pareciendo ruda y antiestética la antropofagia y también encontraba cada vez más doloroso el tener que mandar al sacrificio a sus propios hijos; de manera que empezaron a exigir a aquellos pueblos pelasgos que estaban bajo su dominio, un tributo anual de jóvenes para la Diosa y su Hijo, siendo más apreciados los descendientes de las élites sumisas al Imperio, pues la mejor forma de control es el miedo que obliga a negociar a quien tiene posibles para ello: Así es como surgió la leyenda de las víctimas que devoraba el Minotauro en el Laberinto.
El Minotauro, que representaba el poder de la Cuarta Subraza matriarcal, fue finalmente vencido por el héroe griego Teseo, representante de la Quinta patriarcal.


5- EL HIJO

     -Eurídice, mi amor, vengo a despedirme...
     -Antes de despedirte, salúdame, hombre- dijo ella alegremente, rodeando su cuello con los brazos -dame un beso. Él correspondió al abrazo, la besó, la miró con pena y dijo:
     -Mi amor: esta vez me voy a un largo viaje y pasará mucho tiempo hasta que nos veamos de nuevo... Me marcho a la Cólquide con Jasón. Pasado mañana, al amanecer, salgo en un barco para encontrarme con él en Yolkos.-
Eurídice era menuda, siempre alegre y llena de gracia, cariñosa y muy femenina. Su hermoso cuerpo, que aún recordaba su adolescencia, ocultaba una personalidad voluntariosa y bastante madura para su edad.
     -La Cólquide... ¿Me puedes recordar donde queda, Orfeo? ¿No es verdad que está muy, muy lejos?-
     -Pues hay que embarcarse y recorrer toda la costa de Tracia y las islas de Lemnos y Samotracia; cruzar el Helesponto sin que se enteren los troyanos y luego el Mar de Mármara; pasar el Bósforo y orillar la Bitinia en dirección al este, siguiendo más allá de los países de los Mariandinos, los Henetes, los Paflagonios –él iba contándolos con los dedos-; rebasar los de los Calibeos, los Tibarenios, los Mosinos y el de las Amazonas... todo eso costeando el Mar Negro hacia su extremo suroriental, hasta llegar a unos húmedos valles al pié suroeste de la cordillera del Cáucaso. Entonces entrar con el mayor disimulo por la desembocadura pantanosa del río Fasis, el que separa Europa de Asia, hasta Eea, la capital de los colquídeos, que está en el interior. Allí tendremos que conseguir, por las buenas o por las malas, un importante trofeo para nuestro prestigio... Y después arreglárnoslas para volver, claro, que es lo más complicado.-

     -¡Pero Orfeo, eso es de verdad lejísimos! – Eurídice estaba asustada- Y si te vas con los griegos, la mayoría de esas zonas deben ser aliadas de los troyanos e hititas y enemigas para ellos. Habrá peligro de muerte. O de ser esclavizado.-
     -Sí lo hay, pero van los más selectos campeones de Grecia en la expedición.-
     -¿Por qué te gustarán tanto los griegos, Orfeo? Tu eres un hombre sereno, dulce, cultivado, incluso trascendente, y ellos son tan agresivos y patriarcalistas... durante milenios tuvimos una civilización equilibrada, cada sexo en su lugar, la mujer dentro, dirigiendo los fundamentos de la vida y manteniendo el orden, el rumbo y la evolución de la comunidad, el hombre en el exterior, protegiendo el territorio, apoyando y sirviendo, igual que los leones a las leonas y sus crías. Los griegos están queriendo que el hombre lo dirija todo y que la mujer se convierta en una callada esclava del hogar de su “esposo y señor”... Tú sabes que, cuando el hombre es mandón, la armonía se rompe y el mundo se convierte en una competición despiadada, en un campo de batalla.-
     -Mi amor, es sólo un movimiento de la eterna ley de la balanza... el mundo se está expandiendo por causa de los adelantos en la navegación, salimos del huevo del mar Egeo, donde estábamos confinados hasta ahora... nos extenderemos por el este hasta el Cáucaso y tal vez un día Persia y la India y por el oeste hasta el Océano y más allá, si es que hubiese un “Más Allá del Océano”. Y es natural que en las fases expansivas como ésta predomine el impulso masculino... pero, tras la expansión, todo se reequilibrará de nuevo en un universo más ancho, puedes estar segura. Y en el equilibrio universal y en su estabilización, la Gran Diosa volverá a imperar, sostenida y servida amorosamente por todas las potencias del cosmos. Ella imperará para ir gestando en la sombra, lentamente, las semillas selectas de un nuevo paradigma, hasta que llegue la hora de hacerlas brotar y crecer, tras lo cual seguirá otro nuevo período de impulso del aspecto masculino de la Divinidad y de expansión constructiva de civilizaciones mundiales….Así es, en un eterno balance, como las escuelas iniciáticas dicen que siempre se han desarrollado los ciclos de la historia, Eurídice.-
     -...Pero además…-insistió ella-… ¡El Cáucaso!… Esas son las montañas míticas de donde dicen que vino nuestra raza! Es como un retorno a los orígenes… ¡Y por lo que cuentas, está en el extremo del mundo! …vamos a separarnos por mucho tiempo... ¿qué es lo va a pasar con nuestro amor?-
     -Nuestro amor es lo mejor que me ha llegado hasta ahora y ha resistido ya varias largas separaciones, Eurídice. Cuando marché a instruirme con Quirón en la Fraternidad de los Hijos de Cronos, cuando fui a recibir los misterios de Samotracia y Eleusis, cuando estuve en Egipto... Yo pasaba meses o años fuera, regresaba, te encontraba y era como si nos hubiésemos despedido la tarde anterior...-
     -...Sin embargo -siguió, acariciándola-, hoy sé que todos esos viajes formaban apenas parte de mi aprendizaje teórico, querida mía... Estaba faltándome, realmente, la práctica de lo aprendido. Y una práctica frente a la realidad misma... Lo que siento en este momento es algo muy diferente a la emoción de los descubrimientos simples y básicos de la primera juventud. Ésto que me está ocurriendo ahora forma parte de mi manera de ser, o de mi destino.-
     -Pero ¿qué es? ¿Qué es lo que te ocurre?-
     -Es una insatisfacción... y un impulso que me corroe, amada. Es una fuerza que hay dentro de mí que, si no la uso para correr por el mundo, para cambiar, para crear, para desarrollar mis potencias y posibilidades, para volar alto, en fin... me va a hacer reventar.-
     -Pero vas a asumir un gran riesgo, Orfeo, a mí me parece que estás queriendo dar un salto hacia lo desconocido, hacia el vacío, a ver qué es lo que pasa... y eso puede ser muy constructivo, te puede abrir nuevas puertas... o muy destructivo, te puedes perder o perder lo que ya tienes... y ahora mismo estás bien respaldado por tus padres y tienes un trono esperándote.-
     -Sí, ninfa mía –suspiró él-, pero como dijo Quirón, los dioses no se preocupan por aquél que ya tiene padres que lo van a hacer por ellos. Y si me quedo en la seguridad de mis padres ya sé lo que me toca: más de lo mismo hasta que tenga cuarenta años...- Se desprendió suavemente de ella y dio algunos pasos por la estancia, como nervioso. Luego se volvió, mirándola de lado:
     -Tengo algo más que contarte, amor. Te va a sorprender. Es mejor que te sientes.-
     -¿...Qué es? –musitó Eurídice, súbitamente preocupada.
     -Que he renunciado a mi derecho al trono en favor de mi hermano -dijo de un tirón Orfeo, mirándola a los ojos.
      -¡Pero cómo!... ¿Y por qué?-
     -Porque quiero ser rey de mí mismo, Eurídice. Porque aspiro a vivir mi propia vida y no la de mi padre, que es la de mi abuelo... porque no quiero ser casado con quien no quiero, a causa de razones de estado... –siguió dando vueltas por el cuarto, luego se paró en su centro, la miró y dijo:
     -Ya está hecho. No voy a ser rey de Tracia. Seré músico, bardo, un bardo aventurero, rey de sí mismo, un hombre libre, un artista... Sí, eso es lo que quiero ser: un artista de la vida.-
 Contra lo que esperaba, Eurídice sonrió, vino hasta él y le echó los brazos al cuello.
     -Artista de la vida ya lo eres ahora, amor -dijo-. Tendrás que convertirte en el rey de los artistas.-
     -¿No estás decepcionada porque haya renunciado a la corona? –se extrañó Orfeo- Te había prometido que serías mi reina.-
     -Seré la reina de un rey de artistas. -dijo ella sin dejar de sonreir. Orfeo la abrazó con toda su alma, profundamente conmovido por la manera en que le amaba: ella lo quería por él mismo, fuesen cuales fuesen sus circunstancias. Se adaptaba a ellas y lo aceptaba como él quisiese ser. A plena confianza.

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Horas más tarde, abrazado con deleite al cuerpo desnudo de Eurídice y sintiendo todavía la cálida vibración de sus recientes juegos de amor, Orfeo recordaba con gran agradecimiento la maravillosa manera en la que Eurídice le había mostrado que le quería tal como él era, aceptando sin alterarse su renuncia al trono. Por eso se entristeció al pensar lo que aún tenía que decirle:
     -Me gustaría que esperaras por mí, alma mía, pero no puedo pedirte que lo hagas.-
     -¿Por qué no, mi amor? -respondió ella mimosamente, volviéndose hacia él en el lecho y entrelazando los cuerpos de ambos.
     -Porque no sé si podré volver, ni en qué circunstancias, ni cuando: este viaje irá por lugares misteriosos y salvajes, con pueblos muy primitivos, en el extremo oriental de nuestro mundo... las rutas, poco conocidas, el mar peligroso y traicionero, siempre cambiante… Además, también las personas cambian, puedo cambiar yo, puedes cambiar tú...-
     -Yo soy tú, Orfeo, cambiaré siempre al mismo ritmo en que tú cambies. Como cuando danzamos juntos, o cuando hacemos el amor.-
     -Somos muy jóvenes los dos, pueden aparecer otras personas...-
     -Si aparecen, que aparezcan y desaparezcan; lo nuestro es mucho más fuerte.-
     -¡Puedo morir en esta aventura, Eurídice, o quedar inválido!-
     -Si quedas inválido, te juro que te cuidaré toda mi vida y que te amaré con el alma si no nos pudiésemos amar con el cuerpo y el alma. Si mueres, te juro que iré a buscarte al País de los Muertos, Orfeo.- …………………………………………..........................................................

-Aquel abrazo y aquella promesa, amigo Donón -concluyó Orfeo desde el fondo visceral de sus sentimientos-, todavía dan calor a las partes más vivas de mi ser. Por eso comprenderás que yo también bajaré a buscarla al País de los Muertos. Aunque sea lo último que pueda hacer.-

VERSIÓN 2016. ENTREGA 3