PARTE
SEGUNDA:
EL
LARGO PERIPLO
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23-
MEDITERRÁNEO ORIENTAL: BELEAZAR
-Yo
sólo tengo una patria, la mar. Y mis compatriotas son los otros navegantes, ya
sean cananeos, cretenses, pelasgos, egipcios o tartésicos, o de donde les
parieran sus madres, incluso los perversos griegos, ricos en engaños. Los
navegantes son los que considero mi familia y mis hermanos, aunque a veces
tengamos que abordar y lanzar a pique a uno de ellos, sin mala voluntad
personal por nuestra parte, porque el negocio es el negocio y la competencia es
dura.
Así
hablaba Beleazar, un fenicio de ralos cabellos medio grises y rizados, nariz
ganchuda, ojos maliciosos, complexión flexible con algo de feliz barriga y una
autoridad que hacía adivinar desde lejos que él y no otro, era el capitán,
aunque se encontrase en tierra, lejos de su nave “Astarté”, que era, al mismo
tiempo, su diosa, su amor, su casa y su empresa.
“Astarté”,
estaba muy bien acabada en maderas de alta calidad y resistencia: cedro, pino,
encina y ciprés, pintadas de negro. Y era bastante grande: veinticinco remeros
por cada lado. Y alta, para poder almacenar abundantes mercancías. Con la popa
en forma de cola de pescado, escamosa, broncínea y con la proa roja y espiral.
Aprovechaba
la fuerza del viento por medio de velas rectangulares en cuyo centro había una
estrella dorada de oro de ocho puntas, que enmarcaba la imagen de la Diosa
cananea de la Vida y del Amor , saliendo de la marisma con los brazos abiertos,
entre dos patos salvajes alzando vuelo, bello distintivo de alianza concedido
al capitán tirio por un “Rey de la Plata” ibérico. Todos los remeros eran
esclavos encadenados, sujetos a una disciplina dura e inflexible por el
cómitre, a los que había que ir renovando sin piedad a medida que se
desgastaban.
Navegaban
en periplo, lo que quiere decir siempre a la vista del litoral y de día. De noche
ancoraban con anclas de piedra en alguna rada o, si tenían forzosamente que
navegar, usaban tablas de distancia y se guiaban por las principales luminarias
del cielo, basándose en los conocimientos que los antepasados acadianos de los
fenicios habían aprendido de los turanios caldeos, observando muy especialmente
las dos estrellas de la Osa Mayor, cuya enfilación da la Polar, y tratando de
localizar puntos relevantes de la costa. Si la mar se ponía fea, buscaban
rápidamente un buen refugio. Si había niebla, palomas amaestradas marcaban el
rumbo.
Beleazar
era un auténtico lobo de mar que llevaba en su nave mercancías orientales hacia
la parte central del continente europeo y había recibido a Orfeo en ella
después que él le hubiese hablado de su experiencia con los argonautas.
-Yo
me dirijo a llevar un cargamento para los Dorios de la costa Dálmata de Iliria,
haciendo antes intentos de negocios en las Islas Jónicas, y luego aún subiré a
visitar a la maga Circe en la isla de Ea, para acabar recargando mi nave en
Helos, en el extremo noroeste del Adriático, y regresar a Tiro vía Creta y
Chipre. Si quieres ir a Iberia por mar, te puedo llevar conmigo hasta la isla
de los Feacios, Drepane, en la costa occidental de Grecia en el Mar Jonio y
allí tendrás que buscar otra nave que vaya hacia Italia... pero si no es verdad
lo que me dices que sabes hacer y no me eres útil, te cobraré el pasaje
vendiéndote como esclavo en Pylos -le había dicho tranquilamente.
Dos
días después de la partida de Creta el capitán ya tenía sobradamente comprobada
la utilidad del bardo a la hora de armonizar el ritmo con su canto y de
amenizar el duro trabajo de los remeros con su música, pero más se sorprendió
cuando, al llegar a Pylos, la arenosa, Orfeo le propuso que fuera con él a presentar
sus respetos a los soberanos locales, Neleo y Cloris, padres de Néstor.
Este
príncipe era amigo de Orfeo, ya que, a pesar de su juventud, había competido en
la selección para ser uno de los argonautas, aunque se retiró al enterarse de
que estaban esperando a Hércules, quien sin duda sería votado por todos para la
expedición, en lugar de Jasón. Néstor había conocido de cerca al héroe de
Tirinto tiempo atrás, en uno de los peores momentos de excesos y grosería del
coloso, y no le apetecía lo más mínimo ni estar bajo sus órdenes ni tenerle
como compañero.
Los
reyes los recibieron con afabilidad e interés, ya que Neleo era tío del actual
rey de Ptía, Acasto, que había sucedido a Pelias, y además amigo de Augías de
Élide, dos de los argonautas de mayor linaje, de quienes tenían muchas noticias
nuevas; pero Orfeo no pudo abrazar a Néstor, ya que se encontraba viajando.
El
tracio lo sintió mucho, porque Néstor era un joven sabio, noble como nadie y
sereno, siempre conciliador en las disputas; además, todo un héroe: antes de
intentar embarcarse con Jasón había luchado contra los Monolidas, contra el
gigante Ereutalión, participó en el enfrentamiento entre los lapitas y los
centauros y en la famosa cacería de Calidón, junto con otros argonautas:
Meleagro, el gran Anceo y Atalanta, la que continuaba demostrando, como
siempre, que una mujer podía ser tan guerrera como el más guerrero de los
hombres.
-Traer de vuelta el Vellocino de Oro
fue una verdadera hazaña de la que todos los griegos estamos orgullosos -dijo
la reina Cloris-, pero lo que hizo después Medea para devolverle el trono de
Yolkos a Jasón es una canallada innoble que ensució completamente su gloria:
engañó con sus hechicerías a las hijas de Pelias, haciéndoles creer que sabía
como devolverle la juventud, y las convenció para que despedazaran a su propio
padre.
-Jasón
es un idiota, o la debe temer mucho, para continuar unido a semejante bruja
caucasiana que, además, traicionó por él a su familia y a su país. El día que
tengan un desacuerdo lo defraudará sin piedad de la misma manera -dijo el rey-.
Teseo, que era más listo, no se quiso traer a Atenas a la rubia Ariadna, que
también se deshonró ante su padre y su Creta natal al apasionarse por un enemigo
de su país y ayudarle. La abandonó sabiamente en la isla de Naxos. Acoger en tu
casa a un traidor a los suyos es como meter en ella una enfermedad contagiosa,
sólo porque te hizo el favor de librarte de tus rivales.
El
rey Neleo tuvo la gentileza, en honor de Orfeo, de darle a Beleazar toda clase
de facilidades para sus gestiones en su país, a pesar de ser fenicio, a cambio
de que resolviese algunos negocios suyos con los Dorios de Dalmacia.
Beleazar
se sintió todavía más honrado por la visita a los reyes de Pylos y por las
grandes ventajas presentes y expectativas futuras obtenidas de ella, así que
ahora tenía en gran consideración a Orfeo y lo convidó a cenar y a beber en su
compañía y a su cuenta, durante las dos noches que pasaron ancorados en el puerto,
relajándose y descansando después de los dos grandes días de trabajo que
acababan de transcurrir, haciendo tratos comerciales y descargando y cargando
nuevas mercancías.
-Si
señor -decía para Orfeo, un poco achispado, tras una buena cena en una de las
mejores fondas de Pylos-, mi patria es la mar y mis compatriotas, aquellos que
la navegan. Aunque yo haya nacido en Tiro, la bien murada, me he sentido más
identificado con un pirata focense que tuve que ahorcar después de tres días de
dura persecución y lucha por sobrevivir, que con todos esos gordos tirios que
me reciben igual que si yo fuese un simple caravanero que viene de Lidia o de
Hatti, casi de ahí al lado ¿comprendes?... gentes sin consideración que, según
acabo de llegar de un viaje de más de un año a las remotísimas Islas
Casitérides, se ponen a regatearme el estaño como si el estaño fuese algo
semejante a dátiles y lana y no la sangre de muchos de mis hombres, muertos en
una aventura heróica de descubrimientos en los litorales del Fin del Mundo,
heroísmo que esa mezquina gente no sabe valorar, porque nunca salieron de sus
tiendas en el mercado y ni siquiera tienen idea de lo lejos que se acaba el mar
y empieza el Océano.
Presumido
y buen hablador, sus temas de conversación eran dos: los negocios y las
aventuras de descubrimiento y colonización, que para él eran la misma cosa.
Cuando se dio cuenta de que a Orfeo poco le importaban los primeros, se centró
en las segundas para captar la atención de aquel tracio de buena cuna que tan
bien sabía escuchar y que, además, era capaz de componer una canción con las
partes más interesantes del relato oído, a la que luego iba dando forma musical
con la lira, sin descuidar por ello su necesario y eficaz trabajo con los
remeros.
A
Beleazar le gustaba exagerar un poco (él decía que era “creativo” cuando se
expresaba) pero, al observar una noche como se reían de soslayo sus
tripulantes, después de que Orfeo les cantase un poema sobre una hazaña marina
que, tal como el capitán se la había relatado, no era demasiado real, sino más
bien todo lo contrario, decidió cuidarse de volver a contarle nada en cuya
versión no pudieran estar de acuerdo sus hombres.
-El
mundo ha experimentado un retroceso tras la caída del Imperio Minoico -dijo el
capitán fenicio, haciendo admirar a Orfeo la calidad de una cerámica del mejor
período cretense, adornada con pulpos y otros motivos marinos, que decoraba
elegantemente el mejor lugar de la sala- y como imperio se parece a “emporio”,
que significa “establecimiento comercial”, a nosotros y a los griegos nos gusta
creer que somos herederos de los cretenses y los continuadores de su cultura,
pero la verdad es que tan sólo hemos asumido los aspectos más prácticos y
superficiales de ella, y que demoraremos siglos en llegar a comprender y a
asumir la sutileza y la gran evolución de aquella civilización. Sólo pudieron
conquistarles esos aprovechados de jonios después de que la furia de la
naturaleza les dejó en la ruina total.
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24-
FENICIOS EN EL OCÉANO
-Capitán,
háblame un poco más de esas famosas Islas Casitérides del Fin del Mundo que
mencionaste antes, por favor -pidió Orfeo, sirviéndole más vino.
-Pues
ya los pelasgos cretenses recorrían todas las rutas del mar occidental, e
inclusive llegaban a algunas de esas remotas islas, que están bien al norte, en
el Océano Abierto, y hay muchas leyendas que hacen pensar que posiblemente eran
restos del continente oceánico de la Era Anterior, de donde dicen que salieron
los semitas originales, más tarde conquistados por sus rivales, los acadianos,
que ya eran excelentes marinos, en un mar que era mucho mayor que el que vemos
ahora, cuando aún ni los cretenses ni los fenicios, sus descendientes de la
Nueva Raza, existíamos como navegantes, ni mucho menos los griegos.
-¿Y
qué es lo que iban a buscar tan lejos los cretenses?
-Iban
a buscar el kassiteros, el estaño, y también plomo, que son las aleaciones que
dan dureza al cobre y que lo convierten en bronce... Ahí mismo, en la isla de Chipre,
a una tercera parte del camino entre Tiro y Creta, podemos extraer todo el
cobre que queramos, pero sin esas aleaciones preciosas no tendríamos mejores
armas y herramientas que aquellos pueblos atrasados que todavía usan puntas de
flecha y hachas de piedra.
-¿Descubrieron
los cretenses esas islas y su estaño? -preguntó Orfeo.
-El
mundo es mucho más viejo de lo que la gente piensa, amigo mío, mejor pregunta
quien las re-descubrió cuando ya estaban olvidadas aquellas rutas… pero sólo te
puedo decir que ni se sabe, hasta se oyen leyendas arcaicas que dicen que la
clase dominante cretense misma procedía del Sur de Iberia, de donde se trajo el
culto al toro... me contaron en el puerto de Faros, en las bocas del Nilo -dijo
el fenicio en tono confidencial, tras haber terminado su crátera de vino-, que
ya hace muchos años que los cretenses cambiaban cuentas de vidrio o de loza
fabricadas en los talleres de Akhetaton, en Egipto, por estaño, plomo o incluso
por oro, que venía del Extremo Occidente en placas con forma de medias lunas, o
golas, o diademas, y también hachas planas que los bárbaros del Océano sabían
decorar muy bien con motivos geométricos.
-Creía
que habrían sido griegos descendientes de los Caucasianos los que descubrieron
Iberia y llegaron al Océano y que por eso la llamaron como la Iberia Colquídea.
Eso fue lo que me contó un compañero argonauta.
-No,
no, ¡Pero qué sabrán los griegos de tiempos tan antiguos! –se indignó Beleazar-
Estoy hablando de hace muchos, muchísimos años. Los griegos son unos recién
llegados al Mediterráneo… Los fenicios sí que somos una vieja estirpe,
especialmente los de Sidón, que fueron los fundadores de nuestra Tiro. Hasta se
cuenta que nuestros antepasados, los Phalakai, eran cíclopes de la Tercera
Raza, surgidos de las gotas de sangre que cayeron sobre la Madre Tierra Gaia,
cuando Urano fue castrado por Crono. Según las leyendas, tenían un ojo
clarividente en el centro de la frente, eran hábiles artesanos y altísimos,
seguramente los últimos gigantes lemurianos, aunque sus descendientes fueron
disminuyendo de tamaño al cruzarse con los navegantes acadianos de la Cuarta
Raza... En realidad, todo eso son mitos pelasgos de las Edades Oscuras, pero yo
creo que alguna verdad deben indicar, Orfeo.
-Ahora,
lo que sí es seguro -siguió con ceñudo orgullo- es que, cuando los hijos de
Heleno eran unos pastores de carneros y caballos que vagaban por las estepas
entre Asia y Europa, entre el pié del Cáucaso y las orillas del Caspio, y que
aún ni se llamaban griegos, los fenicios sidonios ya navegaban bien en el Gran
Verde, trabajando para los asirios, los cretenses, los egipcios, o para quien
pudiese pagar bien por nuestras mercancías... mis abuelos contaban que un
emperador asirio, Sargón, creo que le llamaban, conquistó Siria y todo Canaán y
usó naves mercantes cretenses, entre las que iban contratadas también algunas
del recién fundado Tiro, para llegar a Iberia y explorar parte del Océano.
Cuando los reyes Minos reinaban en Creta, las penínsulas e islas del mar Egeo,
que era su lago particular, vivieron muchos años de relativa paz, cultura y
prosperidad, garantizados por el poderío de la flota cretense, que, junto a sus
aliados pelasgos, especialmente los Carios de Asia Menor, se habían extendido
por todo el Mediterráneo, hasta el Océano y hasta las Casitérides...
Las
galeras de Minos imponían un orden necesario en el Egeo, aunque hubiese que
pagarles los tributos que, de todas formas, siempre hay que pagarle al más
fuerte, incluidos un número anual de jóvenes para ser sacrificados a la Diosa,
que era la misma Diosa del resto de los pelasgos, con un nombre cretense. Los
cretenses eran la mayor potencia naval que había.
-¿La
mayor? - Orfeo nunca se hubiera imaginado que una civilización tan femenina y
refinada como la cretense tuviera un exterior tan guerrero.
-La
mayor. Nunca hubo una flota tan grande como la suya, tanto, que ni se
preocuparon de amurallar sus ciudades, sus murallas mejores eran sus galeras de
guerra. Mantenían la paz en el Mediterráneo y permitían el comercio entre Asia,
Egipto y Europa. Y con el poder que tenían, se puede decir que todas o casi
todas las naves y marineros mercantes o de guerra del Egeo estaban bajo su ley
y a sus órdenes... Porque a los que no estaban, los perseguían como a piratas.
Monopolizaron el comercio del cobre chipriota y lo almacenaban en lingotes en
forma de pieles de buey, que legitimaban grabándoles un hacha de doble filo
como marca, el Labrys... y se traían el plomo y el estaño del otro lado del
mundo, ya que esos minerales con los que se hace el bronce fueron y siguen
siendo el motor del mundo y la clave de las grandes fortunas, amigo mío. Mejor
que el oro.
-¿Qué
otro mineral va a ser mejor que el oro? -preguntó el tracio. Su profesor de
Administración decía que para ganar una guerra o disfrutar de la paz sólo
hacían falta tres cosas: oro, oro y oro.
-El
bronce es el Oro Verde y es mejor que el oro auténtico, el amarillo -dijo el
fenicio-, porque el amarillo, aunque suntuoso, no es tan necesario: una espada
de oro, por gruesa que sea, no te sirve para defenderte, no aguanta dos golpes
seguidos sin doblarse; el bronce es otra cosa.
-¿Y
eso del hierro? -preguntó Orfeo haciéndose el tonto. Su padre, el rey Eagro,
había estado recibiendo regularmente, desde hacía muchos años, muchos preciosos
informes secretos sobre los progresos de los Hititas de Anatolia en sus
esfuerzos por conseguir un metal capaz de quebrar las espadas de bronce, y
luego se pudo ver muy bien como lo lograba cuando los aqueos invadieron Ptía.
-¿El
hierro? Muy caro. No me interesa -respondió Beleazar con suficiencia-. Estoy
bien informado de que esas nuevas tecnologías son tan complicadas de elaborar y
requieren unas temperaturas tan altas que nunca se conseguirá una gran
producción ni será rentable. Quedará restringido al uso de unos pocos
matahombres ricos. Para los demás mortales, el futuro seguirá siendo del bronce
por muchos siglos, amigo mío, un metal noble. Y es más fácil venderle a muchos
un producto conocido y que tiene un buen precio, que a pocos una novedad
carísima... y por eso seguimos buscando más estaño, aunque haya que ir a por él
hasta muy, muy lejos.
-Pero
parece que últimamente los griegos se están haciendo con el control del Egeo
Occidental... no sé si me dijeron que gracias a sus espadas de hierro hititas,
por cierto... y que ya no dejan comerciar en él a los fenicios... -apuntó Orfeo
con ironía.
-¡Bah!
Cualquiera paga más por nuestros productos que los griegos -dijo Beleazar
resentido y desdeñoso -. Los mejores mercados aún están en nuestras manos, la
isla de Samotracia, por ejemplo, es uno de los principales enclaves fenicios
para el comercio con Troya y con tu tierra, Tracia. Y para eso no necesitamos
ir a hacer tratos con esos tramposos... Y en los minerales que vienen del
Océano, no pueden competir con nosotros... No dudes que existen hacia Occidente
-continuó, bajando más aún la voz-, muchos antiguos emporios y factorías
fundadas por los cretenses que todavía no quieren saber nada de los griegos y
que han preferido continuar su comercio a través de nosotros, los tirios, por
rutas bien controladas o poco conocidas, para evitar pirateos.
-Bueno,
yo oí en alguna parte que un fue un griego samio o jonio el primero que trajo
estaño de las Islas Casitérides, comprado a los tartesios...
-Y
seguramente también les compró plata-concedió Beleazar-... y eso le debió hacer
famoso en Grecia. Pero puedes estar seguro de que ya los cretenses y nosotros
lo habíamos traído muchísimos años antes que él... Plata por cerámica decorada
¡Qué negocio! Al principio los íberos no sabían darle valor a la plata, apenas
al oro que traían del interior de su península... bien que lo sabíamos en Tiro,
pero de ningún modo lo podíamos pregonar, como el indiscreto griego que tú
citas parece que hizo, porque no nos convenía que la competencia se enterara de
aquella maravillosa oportunidad, como puedes suponer... Los grandes
descubridores no son los más conocidos, Orfeo. Cuando se empieza a hablar de un
lugar, puedes estar seguro de que ya se acabaron en él las fabulosas
oportunidades que suponía cuando aún era secreto su nombre.
-Hoy
ya se puede decir, porque todo el mundo lo sabe -siguió, aunque bajando la voz
de nuevo-, que el primero que enviaba a sus navíos a buscar el estaño de las
Casitérides fue el rey de los tartesios, en el lejano sur de Iberia. Él lo
almacenaba y se lo vendía a los cretenses y después a sidonios y tirios y sólo
mucho más tarde a los primeros griegos que aprendieron a ir a buscarlo a
Tarschisch. Los diferentes soberanos que se sucedieron llegaron a ser llamados
“los Reyes de la Plata,” no sólo por las riquezas que les daba este comercio,
sino porque ellos mismos enviaban caravanas del sur al norte de la Iberia, para
que cambalachearan herramientas, adornos personales u objetos decorativos que
llevaban, malas imitaciones de los cretenses y egipcios (entre nosotros, puras
baratijas), a cambio del oro y de la plata de los nativos.
-¿Los
tartesios? Creía que eran un pueblo muy bárbaro, o un mito -dijo Orfeo.
-Los
tartesios del sur de Iberia son un reino grande y gente culta, a su manera,
claro, no a la de los orgullosos griegos. Se decía que descendían, como los
cretenses y fenicios, de acadianos de la Cuarta Raza y que podían contar en
verso dos mil años de su historia y sus leyes... y también son buenos
navegantes, puedes creer, curtidos, desde su nacimiento, en ese Océano
endemoniado de grandes marejadas -de nuevo Beleazar hizo de su voz un susurro-,
sin embargo, los minerales más preciosos, oro y plata, los traían hasta
Tarschisch, no por mar sino por tierra, en caravanas bien armadas, por lo que
llamaban La Ruta de la Plata, que subía hasta el país de los Gal.
-¿Y
qué gente es esa, los Gal?
-Unos
bárbaros bastante rudos, esos sí, que habitan el Oestrymnis, el Fin del Mundo,
en el noroeste de Iberia, frente al Océano. Y a pesar de su salvajismo, que ni
dioses tienen, son aún mejores navegantes que los tartesios ¡Por Astarté, quien
navegó en sus aguas peligrosísimas navegó en la mar toda!
-¿Tan
peligroso es? ¿Gorgonas y todos esos monstruos que dicen que hay entre el
Océano y el Hades? -Orfeo no confiaba mucho en las historias que declamaban los
aedos; sabía que cada uno adornaba a su manera lo que había oído de sus
maestros.
-Peor
que eso: vientos terribles, temporales, tiempo frío y lluvioso, nieblas, rocas
traidoras, acantilados... y más al norte, hielos a la deriva de gran tamaño que
aparecen de repente junto a la línea de flotación, en el invierno... Incluso en
el verano puede llegar sin aviso una manada de nubarrones oscuros desde el
horizonte, acompañada de viento del sur y ya sabes que tienes que correr en
busca de una bahía bien protegida por islas o promontorios, porque si te agarra
el vendaval en el mar abierto, puedes zozobrar a causa de esas inmensas olas
que se levantan en el Océano, o ser lanzado fácilmente contra los arrecifes.
-¿Y
para un mar como ese tendrán unas buenas naves esos Oestrymnios?
-No,
y ahí está el mérito: en un mar así y mucho antes de que los barcos de madera
de los Tartesios lo surcaran, con apenas unos cascarones hechos de simples
pieles de buey cosidas y embreadas sobre quillas y cuadernas de madera, siendo
la mayor parte de la estructura en mimbre, esos bárbaros descubrieron las rutas
que, desde el litoral de los galaicos, en dos o tres días de navegación en sus
barcos de cuero, siempre costeando hacia arriba y con buena mar, llegan al
Promontorio Armórico, donde viven los otros Oestrymnios, los del Norte.
-¿Se
llaman igual? ¿Es que son el mismo pueblo?
-Lo
fueron en otro tiempo, cuando había acadianos en toda Europa. Y sin duda han
estado comunicándose y cruzándose toda la vida desde que aprendieron a navegar,
pero ya hablan lenguas diferentes por causa de las invasiones... En cualquier
caso, para nosotros son muy semejantes; son sus primos del norte. Oestrymnis es
una palabra que sólo indica a quienes viven en los extremos occidentales del
mundo. Desde el Oestrymnis del Norte, que aún es continente, se pasa a la isla
de los Albiones, quienes nos hablaban de otros pueblos muy fieros, algo así como
los Lestrigones, que habitaban cerca de ellos.
-Supongo
que esa última isla que mencionaste, será el tal País del Estaño.
-Ni
sueñes que te voy a soltar su localización -dijo el tirio mientras bebía-. No
la soltaría ni borracho ni en el potro de tortura. Pero ese país existe y hay
buena cantidad de estaño en sus pedregosas costas, fácil de cargar, o los
nativos van a conseguirlo donde ellos sepan y te lo venden a buen precio. Los
que nos lo vendieron a nosotros, antes de que nos decidiéramos a continuar más
al norte, fueron los Oestrymnios del Sur, los del país de Gal, esos que viven
en el Extremo Occidental de Iberia, que fueron los audaces que primero se
arriesgaron a navegar esas duras rutas con sus botes de cuero, para traer
mercancías que trocar con los tartesios... ellos decían que se puede subir de
costa en costa, hasta que se llega al frío país de las brumas boreales y del
ámbar.
-¿Y
ahí se acaban las tierras? -preguntó el bardo.
-Más
hacia el norte que los Albiones, también rumoreaban los Oestrymnios del Norte
con vaguedad que aún se encuentra una isla, en el invierno helada, que se llama
Tule, de donde a veces descienden flotillas de piratas a asaltar sus poblados
litorales... pero vete a saber lo lejos que estará, porque esa gente no sabe o no
quiere precisar las distancias... o si hay algo allí que merezca el viaje y el
riesgo. Y luego hay leyendas que hablan de otras islas en medio del Océano,
verdaderos paraísos en la imaginación de quienes creen en ellas, pero que yo me
temo que no son más que recuerdos utópicos de un continente que muchas culturas
aseguran que se hundió bajo las aguas, cuando aquel diluvio de Utanipshim, que
los pelasgos identifican con el de Decaulión y Pirra, aquellos navegantes que
se salvaron en las cumbres de Samotracia, dicen unos, o del Parnaso, dicen
otros... bah, más mitos, Orfeo. El océano está plagado de fantasías. Nada que
dé buen negocio. El negocio surge, precisamente – afirmó Beleazar, categórico-,
de atreverse a ir más allá de las fantasías, hasta que se aclaran o se disipan,
para convertirlas en una realidad nueva a descubrir y explotar.
-¿Y
eso de estar el Océano lleno de gorgonas y monstruos, realmente, no son cuentos
fenicios para despistar? -se atrevió a preguntar Orfeo, también en voz baja y
sonriendo, mientras llenaba la copa del capitán.
-¿Cuentos
fenicios, dices...? Pues has de saber, listillo, que fueron precisamente los
tartesios y no los fenicios, como andan diciendo los griegos jonios, quienes
crearon todas esas leyendas de monstruos terribles y de peligros míticos que
pueblan el Océano hacia el norte y hacia el sur. Y no sólo porque querían que
nosotros nos lo creyéramos, a fin de seguir manteniendo su monopolio, sino
porque son, de natural (aún cuando no necesiten engañar para ganar algo), mucho
más exagerados y mentirosos que el más exagerado y mentiroso de los cananeos o
helenos... Hasta presumían de que sus antepasados acadianos habían conquistado
el imperio de los antiguos atlantes, que habitaban una de esas islas hundidas
de las que hablan ciertas leyendas... eso, cuando no les daba por jactarse de
ser descendientes del Faraón.
-Sin
embargo, por lo que yo tengo oído de los griegos, ahora mismo sois los fenicios
los que intentáis crear un imperio en Occidente -dijo Orfeo, por tirarle de la
lengua.
-Vamos
a llamar a las cosas por su nombre: nosotros los cananeos, ya seamos tirios, o
sidonios, o motios, o biblitas (que es lo que en verdad nos llamamos, aunque se
hayan empeñado los griegos en darnos el mote de “fenicios”), aunque
desgraciadamente también tengamos reyes, somos un pueblo de trabajadores libres
que habita las bahías de una estrecha faja de costa entre el mar y una cadena
montañosa que da buenos cedros para construir navíos... no somos ni queremos
ser un país grande, sino una serie de ciudades-estado lo más independientes que
se pueda. Aún cuando hablemos la misma lengua, siempre nos hemos interesado
mucho más en comerciar, cada uno por nuestra cuenta, en libre competencia y
pagando los menos impuestos posibles, que en construir un imperio grande,
pesado y costoso, como los de Mesopotamia o Egipto, a quienes tuvimos que
aguantar durante muchos años. Cuando la población de uno de nuestros estados
crece demasiado, damos todo tipo de facilidades para que la mitad emigre lejos
y funde una nueva colonia bien autónoma.
-Y por una simple razón –siguió Beleazar
mirándole muy dentro de sus ojos- porque en los imperios o naciones grandes, la
recaudación pública se va en mantener a una casta de guerreros, prestamistas,
nobles, funcionarios y sacerdotes. Sin embargo, todos esos parásitos
constituían las clases que disponían de dinero para gastar, y a nosotros nos
interesaba que existiesen en otros países, claro, para comerciar con ellos, así
que nos convertimos en buenos navegantes, haciendo de puentes entre
mesopotámicos, hititas, cretenses y, sobre todo, egipcios, en el Mediterráneo
Oriental...
-¿Y
qué les vendíais? -preguntó Orfeo sin darse por aludido.
-Hombre,
todo el mundo apreciaba los paños tirios y sidonios teñidos de púrpura con el
molusco múrice que descubrimos, así como la excelente madera de cedro de
nuestros montes y los papiros de Biblos y todo lo que nos llega en caravanas
desde el Asia próxima o lejana, a través de la Ruta de la Seda. Por otra parte,
los cananeos también somos, aunque esté mal que sea yo quien lo diga, un pueblo
bien inteligente y hábil que, de comerciantes en marfil importado, nos
convertimos en expertos artesanos en ese precioso material. Nuestros artífices
también consiguieron obtener de Egipto el secreto de la fabricación del vidrio;
aprendieron el repujado de metales y el trabajo de esmalte, son finos joyeros y
realizan vasijas de metal.
-¿Y
lo del estaño?
-Lo
del estaño sólo vino después de que se derrumbaran los cretenses... Y, en
cuanto dejaron de ser un peligro nuestros vecinos más belicosos, los hititas,
porque acabaron con su fuerza los “Pueblos del mar” que también acabaron con la
pujanza de Sidón, en beneficio de Tiro y porque, además, se debilitaron los
egipcios en luchas religiosas por causa de aquel iluminado de Akhenaton, que
puso su país patas arriba queriendo sustituir el politeísmo por un dios único
-siguió el capitán-. Cuando pudimos ganar independencia y aprendimos a
construir buenos barcos modernos, extendimos nuestras rutas por el Adriático y
por el Mediterráneo Occidental, sentamos las bases para la creación de un nuevo
Canaán en el Magreb, Sicilia Occidental, Cerdeña y Baleares... exploramos el
Mar Rojo, trajimos oro de Ofir, plata de Etiopía, cobre de Chipre...
-¿Cómo
consiguió un pueblo con tan poca población extenderse tanto? –preguntó,
extrañado, Orfeo.
-Pues
renunciando a conquistar o colonizar, que eso es muy poco rentable, como te
dije. En su lugar creamos, en los enclaves más estratégicos, pequeñas factorías
fortificadas sobre promontorios e islas, vigiladas por mercenarios locales, que
formaban los eslabones de una cadena que se extendía por el Gran Verde... y
finalmente, siguiéndola, nos decidimos a aventurarnos por nuestra cuenta en el
Océano: salimos a contornear hasta muy al sur la costa de África por cuenta del
faraón Necao. En cuanto al Occidente, llegamos por la orilla norte del
Mediterráneo a Tarschisch, en busca del oro y la plata, el plomo y del estaño,
teniendo que soportar luego la competencia con los jonios y samios. Y yo fui
uno de los primeros cananeos en subir por el litoral de los oestrymnios...
-¿De
los primeros? -quiso confirmar el tracio.
-Sí
señor, de los primeros, te lo juro por Astarté, que guíe siempre mi nave –dijo
Beleazar solemnemente, llevándose la mano al corazón-... Como nuestro interés
principal en Mesech, que es como le llamábamos nosotros a Iberia, eran los
tartesios, cuando se vino abajo el Imperio Egeo de Minos, nosotros ocupamos el
hueco dejado por la flota cretense antes de que lo hicieran los griegos y
cargábamos sal para toda parte en los saladeros de Torre Vetusta y la Mata de
Mastia, en el sureste ibérico. La sal era tan apreciada en el interior que
pagábamos con ella a nuestros porteadores o distribuidores, y de ahí vino el nombre
de "salario".
Ya
introducidos en sus redes comerciales, negociamos con los “Reyes de la Plata”
un permiso para fundar una factoría cerca de Tarschisch que en principio era,
exclusivamente, para almacenar y trocar nuestros productos por los suyos. Y nos
concedieron espacio en una isla, desde antiguo habitada, que tenía antes un
nombre indígena raro, algo así como Gadeira,
y nosotros, una vez cercado nuestro establecimiento de murallas,
acabamos transformándo ese nombre en Gádir, o Cádiz o Cádi, como pronuncian
ahora los nativos, a quienes les encanta jugar a hacer graciosas las
pronunciaciones. Los griegos también fueron admitidos en otra isla de ese golfo
e introdujeron en ella sus olivos. Ellos la llamaron Cotinussa o Erytheia,
según de donde procedieran.
-Sin
embargo –remató el capitán, antes de levantarse y pagar, para volver al barco-,
desde Gádir y a pesar de las prohibiciones de Tarschisch, que quería conservar
el monopolio, nos las fuimos arreglando, sin que se dieran por enterados
aquellos zorros (porque no les convenía romper relaciones con nosotros), para
subir a buscar las Casitérides... y yo fui recorriendo, como timonel a las
órdenes del capitán Hiramis, que ya murió, y en compañía de un grupo de marinos
bien valientes, primero las galaicas, ricas en oro y plata, y después las
otras, ya que llegamos a explorar, en dos viajes sucesivos, unas diez costas o
islas, grandes y pequeñas, situadas más al norte de las tierras de los
Oestrymnios Galaicos. Y en dos de ellas, cuyo nombre me perdonarás que me
reserve, conseguimos llenar el barco de estaño de la mejor calidad al mejor
precio...
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