quarta-feira, 27 de novembro de 2019

PARTE SEGUNDA: EL LARGO PERIPLO


PARTE SEGUNDA:
EL LARGO PERIPLO
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23- MEDITERRÁNEO ORIENTAL: BELEAZAR


-Yo sólo tengo una patria, la mar. Y mis compatriotas son los otros navegantes, ya sean cananeos, cretenses, pelasgos, egipcios o tartésicos, o de donde les parieran sus madres, incluso los perversos griegos, ricos en engaños. Los navegantes son los que considero mi familia y mis hermanos, aunque a veces tengamos que abordar y lanzar a pique a uno de ellos, sin mala voluntad personal por nuestra parte, porque el negocio es el negocio y la competencia es dura.

Así hablaba Beleazar, un fenicio de ralos cabellos medio grises y rizados, nariz ganchuda, ojos maliciosos, complexión flexible con algo de feliz barriga y una autoridad que hacía adivinar desde lejos que él y no otro, era el capitán, aunque se encontrase en tierra, lejos de su nave “Astarté”, que era, al mismo tiempo, su diosa, su amor, su casa y su empresa.

“Astarté”, estaba muy bien acabada en maderas de alta calidad y resistencia: cedro, pino, encina y ciprés, pintadas de negro. Y era bastante grande: veinticinco remeros por cada lado. Y alta, para poder almacenar abundantes mercancías. Con la popa en forma de cola de pescado, escamosa, broncínea y con la proa roja y espiral.

Aprovechaba la fuerza del viento por medio de velas rectangulares en cuyo centro había una estrella dorada de oro de ocho puntas, que enmarcaba la imagen de la Diosa cananea de la Vida y del Amor , saliendo de la marisma con los brazos abiertos, entre dos patos salvajes alzando vuelo, bello distintivo de alianza concedido al capitán tirio por un “Rey de la Plata” ibérico. Todos los remeros eran esclavos encadenados, sujetos a una disciplina dura e inflexible por el cómitre, a los que había que ir renovando sin piedad a medida que se desgastaban.


Navegaban en periplo, lo que quiere decir siempre a la vista del litoral y de día. De noche ancoraban con anclas de piedra en alguna rada o, si tenían forzosamente que navegar, usaban tablas de distancia y se guiaban por las principales luminarias del cielo, basándose en los conocimientos que los antepasados acadianos de los fenicios habían aprendido de los turanios caldeos, observando muy especialmente las dos estrellas de la Osa Mayor, cuya enfilación da la Polar, y tratando de localizar puntos relevantes de la costa. Si la mar se ponía fea, buscaban rápidamente un buen refugio. Si había niebla, palomas amaestradas marcaban el rumbo.

Beleazar era un auténtico lobo de mar que llevaba en su nave mercancías orientales hacia la parte central del continente europeo y había recibido a Orfeo en ella después que él le hubiese hablado de su experiencia con los argonautas.

-Yo me dirijo a llevar un cargamento para los Dorios de la costa Dálmata de Iliria, haciendo antes intentos de negocios en las Islas Jónicas, y luego aún subiré a visitar a la maga Circe en la isla de Ea, para acabar recargando mi nave en Helos, en el extremo noroeste del Adriático, y regresar a Tiro vía Creta y Chipre. Si quieres ir a Iberia por mar, te puedo llevar conmigo hasta la isla de los Feacios, Drepane, en la costa occidental de Grecia en el Mar Jonio y allí tendrás que buscar otra nave que vaya hacia Italia... pero si no es verdad lo que me dices que sabes hacer y no me eres útil, te cobraré el pasaje vendiéndote como esclavo en Pylos -le había dicho tranquilamente.

Dos días después de la partida de Creta el capitán ya tenía sobradamente comprobada la utilidad del bardo a la hora de armonizar el ritmo con su canto y de amenizar el duro trabajo de los remeros con su música, pero más se sorprendió cuando, al llegar a Pylos, la arenosa, Orfeo le propuso que fuera con él a presentar sus respetos a los soberanos locales, Neleo y Cloris, padres de Néstor.

Este príncipe era amigo de Orfeo, ya que, a pesar de su juventud, había competido en la selección para ser uno de los argonautas, aunque se retiró al enterarse de que estaban esperando a Hércules, quien sin duda sería votado por todos para la expedición, en lugar de Jasón. Néstor había conocido de cerca al héroe de Tirinto tiempo atrás, en uno de los peores momentos de excesos y grosería del coloso, y no le apetecía lo más mínimo ni estar bajo sus órdenes ni tenerle como compañero.

Los reyes los recibieron con afabilidad e interés, ya que Neleo era tío del actual rey de Ptía, Acasto, que había sucedido a Pelias, y además amigo de Augías de Élide, dos de los argonautas de mayor linaje, de quienes tenían muchas noticias nuevas; pero Orfeo no pudo abrazar a Néstor, ya que se encontraba viajando.

El tracio lo sintió mucho, porque Néstor era un joven sabio, noble como nadie y sereno, siempre conciliador en las disputas; además, todo un héroe: antes de intentar embarcarse con Jasón había luchado contra los Monolidas, contra el gigante Ereutalión, participó en el enfrentamiento entre los lapitas y los centauros y en la famosa cacería de Calidón, junto con otros argonautas: Meleagro, el gran Anceo y Atalanta, la que continuaba demostrando, como siempre, que una mujer podía ser tan guerrera como el más guerrero de los hombres.

           -Traer de vuelta el Vellocino de Oro fue una verdadera hazaña de la que todos los griegos estamos orgullosos -dijo la reina Cloris-, pero lo que hizo después Medea para devolverle el trono de Yolkos a Jasón es una canallada innoble que ensució completamente su gloria: engañó con sus hechicerías a las hijas de Pelias, haciéndoles creer que sabía como devolverle la juventud, y las convenció para que despedazaran a su propio padre.

-Jasón es un idiota, o la debe temer mucho, para continuar unido a semejante bruja caucasiana que, además, traicionó por él a su familia y a su país. El día que tengan un desacuerdo lo defraudará sin piedad de la misma manera -dijo el rey-. Teseo, que era más listo, no se quiso traer a Atenas a la rubia Ariadna, que también se deshonró ante su padre y su Creta natal al apasionarse por un enemigo de su país y ayudarle. La abandonó sabiamente en la isla de Naxos. Acoger en tu casa a un traidor a los suyos es como meter en ella una enfermedad contagiosa, sólo porque te hizo el favor de librarte de tus rivales.

El rey Neleo tuvo la gentileza, en honor de Orfeo, de darle a Beleazar toda clase de facilidades para sus gestiones en su país, a pesar de ser fenicio, a cambio de que resolviese algunos negocios suyos con los Dorios de Dalmacia.

Beleazar se sintió todavía más honrado por la visita a los reyes de Pylos y por las grandes ventajas presentes y expectativas futuras obtenidas de ella, así que ahora tenía en gran consideración a Orfeo y lo convidó a cenar y a beber en su compañía y a su cuenta, durante las dos noches que pasaron ancorados en el puerto, relajándose y descansando después de los dos grandes días de trabajo que acababan de transcurrir, haciendo tratos comerciales y descargando y cargando nuevas mercancías.

-Si señor -decía para Orfeo, un poco achispado, tras una buena cena en una de las mejores fondas de Pylos-, mi patria es la mar y mis compatriotas, aquellos que la navegan. Aunque yo haya nacido en Tiro, la bien murada, me he sentido más identificado con un pirata focense que tuve que ahorcar después de tres días de dura persecución y lucha por sobrevivir, que con todos esos gordos tirios que me reciben igual que si yo fuese un simple caravanero que viene de Lidia o de Hatti, casi de ahí al lado ¿comprendes?... gentes sin consideración que, según acabo de llegar de un viaje de más de un año a las remotísimas Islas Casitérides, se ponen a regatearme el estaño como si el estaño fuese algo semejante a dátiles y lana y no la sangre de muchos de mis hombres, muertos en una aventura heróica de descubrimientos en los litorales del Fin del Mundo, heroísmo que esa mezquina gente no sabe valorar, porque nunca salieron de sus tiendas en el mercado y ni siquiera tienen idea de lo lejos que se acaba el mar y empieza el Océano.

Presumido y buen hablador, sus temas de conversación eran dos: los negocios y las aventuras de descubrimiento y colonización, que para él eran la misma cosa. Cuando se dio cuenta de que a Orfeo poco le importaban los primeros, se centró en las segundas para captar la atención de aquel tracio de buena cuna que tan bien sabía escuchar y que, además, era capaz de componer una canción con las partes más interesantes del relato oído, a la que luego iba dando forma musical con la lira, sin descuidar por ello su necesario y eficaz trabajo con los remeros.

A Beleazar le gustaba exagerar un poco (él decía que era “creativo” cuando se expresaba) pero, al observar una noche como se reían de soslayo sus tripulantes, después de que Orfeo les cantase un poema sobre una hazaña marina que, tal como el capitán se la había relatado, no era demasiado real, sino más bien todo lo contrario, decidió cuidarse de volver a contarle nada en cuya versión no pudieran estar de acuerdo sus hombres.

-El mundo ha experimentado un retroceso tras la caída del Imperio Minoico -dijo el capitán fenicio, haciendo admirar a Orfeo la calidad de una cerámica del mejor período cretense, adornada con pulpos y otros motivos marinos, que decoraba elegantemente el mejor lugar de la sala- y como imperio se parece a “emporio”, que significa “establecimiento comercial”, a nosotros y a los griegos nos gusta creer que somos herederos de los cretenses y los continuadores de su cultura, pero la verdad es que tan sólo hemos asumido los aspectos más prácticos y superficiales de ella, y que demoraremos siglos en llegar a comprender y a asumir la sutileza y la gran evolución de aquella civilización. Sólo pudieron conquistarles esos aprovechados de jonios después de que la furia de la naturaleza les dejó en la ruina total.



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24- FENICIOS EN EL OCÉANO


-Capitán, háblame un poco más de esas famosas Islas Casitérides del Fin del Mundo que mencionaste antes, por favor -pidió Orfeo, sirviéndole más vino.

-Pues ya los pelasgos cretenses recorrían todas las rutas del mar occidental, e inclusive llegaban a algunas de esas remotas islas, que están bien al norte, en el Océano Abierto, y hay muchas leyendas que hacen pensar que posiblemente eran restos del continente oceánico de la Era Anterior, de donde dicen que salieron los semitas originales, más tarde conquistados por sus rivales, los acadianos, que ya eran excelentes marinos, en un mar que era mucho mayor que el que vemos ahora, cuando aún ni los cretenses ni los fenicios, sus descendientes de la Nueva Raza, existíamos como navegantes, ni mucho menos los griegos.

-¿Y qué es lo que iban a buscar tan lejos los cretenses?

-Iban a buscar el kassiteros, el estaño, y también plomo, que son las aleaciones que dan dureza al cobre y que lo convierten en bronce... Ahí mismo, en la isla de Chipre, a una tercera parte del camino entre Tiro y Creta, podemos extraer todo el cobre que queramos, pero sin esas aleaciones preciosas no tendríamos mejores armas y herramientas que aquellos pueblos atrasados que todavía usan puntas de flecha y hachas de piedra.

-¿Descubrieron los cretenses esas islas y su estaño? -preguntó Orfeo.

-El mundo es mucho más viejo de lo que la gente piensa, amigo mío, mejor pregunta quien las re-descubrió cuando ya estaban olvidadas aquellas rutas… pero sólo te puedo decir que ni se sabe, hasta se oyen leyendas arcaicas que dicen que la clase dominante cretense misma procedía del Sur de Iberia, de donde se trajo el culto al toro... me contaron en el puerto de Faros, en las bocas del Nilo -dijo el fenicio en tono confidencial, tras haber terminado su crátera de vino-, que ya hace muchos años que los cretenses cambiaban cuentas de vidrio o de loza fabricadas en los talleres de Akhetaton, en Egipto, por estaño, plomo o incluso por oro, que venía del Extremo Occidente en placas con forma de medias lunas, o golas, o diademas, y también hachas planas que los bárbaros del Océano sabían decorar muy bien con motivos geométricos.

-Creía que habrían sido griegos descendientes de los Caucasianos los que descubrieron Iberia y llegaron al Océano y que por eso la llamaron como la Iberia Colquídea. Eso fue lo que me contó un compañero argonauta.

-No, no, ¡Pero qué sabrán los griegos de tiempos tan antiguos! –se indignó Beleazar- Estoy hablando de hace muchos, muchísimos años. Los griegos son unos recién llegados al Mediterráneo… Los fenicios sí que somos una vieja estirpe, especialmente los de Sidón, que fueron los fundadores de nuestra Tiro. Hasta se cuenta que nuestros antepasados, los Phalakai, eran cíclopes de la Tercera Raza, surgidos de las gotas de sangre que cayeron sobre la Madre Tierra Gaia, cuando Urano fue castrado por Crono. Según las leyendas, tenían un ojo clarividente en el centro de la frente, eran hábiles artesanos y altísimos, seguramente los últimos gigantes lemurianos, aunque sus descendientes fueron disminuyendo de tamaño al cruzarse con los navegantes acadianos de la Cuarta Raza... En realidad, todo eso son mitos pelasgos de las Edades Oscuras, pero yo creo que alguna verdad deben indicar, Orfeo.

-Ahora, lo que sí es seguro -siguió con ceñudo orgullo- es que, cuando los hijos de Heleno eran unos pastores de carneros y caballos que vagaban por las estepas entre Asia y Europa, entre el pié del Cáucaso y las orillas del Caspio, y que aún ni se llamaban griegos, los fenicios sidonios ya navegaban bien en el Gran Verde, trabajando para los asirios, los cretenses, los egipcios, o para quien pudiese pagar bien por nuestras mercancías... mis abuelos contaban que un emperador asirio, Sargón, creo que le llamaban, conquistó Siria y todo Canaán y usó naves mercantes cretenses, entre las que iban contratadas también algunas del recién fundado Tiro, para llegar a Iberia y explorar parte del Océano. Cuando los reyes Minos reinaban en Creta, las penínsulas e islas del mar Egeo, que era su lago particular, vivieron muchos años de relativa paz, cultura y prosperidad, garantizados por el poderío de la flota cretense, que, junto a sus aliados pelasgos, especialmente los Carios de Asia Menor, se habían extendido por todo el Mediterráneo, hasta el Océano y hasta las Casitérides...

Las galeras de Minos imponían un orden necesario en el Egeo, aunque hubiese que pagarles los tributos que, de todas formas, siempre hay que pagarle al más fuerte, incluidos un número anual de jóvenes para ser sacrificados a la Diosa, que era la misma Diosa del resto de los pelasgos, con un nombre cretense. Los cretenses eran la mayor potencia naval que había.

-¿La mayor? - Orfeo nunca se hubiera imaginado que una civilización tan femenina y refinada como la cretense tuviera un exterior tan guerrero.

-La mayor. Nunca hubo una flota tan grande como la suya, tanto, que ni se preocuparon de amurallar sus ciudades, sus murallas mejores eran sus galeras de guerra. Mantenían la paz en el Mediterráneo y permitían el comercio entre Asia, Egipto y Europa. Y con el poder que tenían, se puede decir que todas o casi todas las naves y marineros mercantes o de guerra del Egeo estaban bajo su ley y a sus órdenes... Porque a los que no estaban, los perseguían como a piratas. Monopolizaron el comercio del cobre chipriota y lo almacenaban en lingotes en forma de pieles de buey, que legitimaban grabándoles un hacha de doble filo como marca, el Labrys... y se traían el plomo y el estaño del otro lado del mundo, ya que esos minerales con los que se hace el bronce fueron y siguen siendo el motor del mundo y la clave de las grandes fortunas, amigo mío. Mejor que el oro.

-¿Qué otro mineral va a ser mejor que el oro? -preguntó el tracio. Su profesor de Administración decía que para ganar una guerra o disfrutar de la paz sólo hacían falta tres cosas: oro, oro y oro.

-El bronce es el Oro Verde y es mejor que el oro auténtico, el amarillo -dijo el fenicio-, porque el amarillo, aunque suntuoso, no es tan necesario: una espada de oro, por gruesa que sea, no te sirve para defenderte, no aguanta dos golpes seguidos sin doblarse; el bronce es otra cosa.

-¿Y eso del hierro? -preguntó Orfeo haciéndose el tonto. Su padre, el rey Eagro, había estado recibiendo regularmente, desde hacía muchos años, muchos preciosos informes secretos sobre los progresos de los Hititas de Anatolia en sus esfuerzos por conseguir un metal capaz de quebrar las espadas de bronce, y luego se pudo ver muy bien como lo lograba cuando los aqueos invadieron Ptía.

-¿El hierro? Muy caro. No me interesa -respondió Beleazar con suficiencia-. Estoy bien informado de que esas nuevas tecnologías son tan complicadas de elaborar y requieren unas temperaturas tan altas que nunca se conseguirá una gran producción ni será rentable. Quedará restringido al uso de unos pocos matahombres ricos. Para los demás mortales, el futuro seguirá siendo del bronce por muchos siglos, amigo mío, un metal noble. Y es más fácil venderle a muchos un producto conocido y que tiene un buen precio, que a pocos una novedad carísima... y por eso seguimos buscando más estaño, aunque haya que ir a por él hasta muy, muy lejos.

-Pero parece que últimamente los griegos se están haciendo con el control del Egeo Occidental... no sé si me dijeron que gracias a sus espadas de hierro hititas, por cierto... y que ya no dejan comerciar en él a los fenicios... -apuntó Orfeo con ironía.

-¡Bah! Cualquiera paga más por nuestros productos que los griegos -dijo Beleazar resentido y desdeñoso -. Los mejores mercados aún están en nuestras manos, la isla de Samotracia, por ejemplo, es uno de los principales enclaves fenicios para el comercio con Troya y con tu tierra, Tracia. Y para eso no necesitamos ir a hacer tratos con esos tramposos... Y en los minerales que vienen del Océano, no pueden competir con nosotros... No dudes que existen hacia Occidente -continuó, bajando más aún la voz-, muchos antiguos emporios y factorías fundadas por los cretenses que todavía no quieren saber nada de los griegos y que han preferido continuar su comercio a través de nosotros, los tirios, por rutas bien controladas o poco conocidas, para evitar pirateos.

-Bueno, yo oí en alguna parte que un fue un griego samio o jonio el primero que trajo estaño de las Islas Casitérides, comprado a los tartesios...

-Y seguramente también les compró plata-concedió Beleazar-... y eso le debió hacer famoso en Grecia. Pero puedes estar seguro de que ya los cretenses y nosotros lo habíamos traído muchísimos años antes que él... Plata por cerámica decorada ¡Qué negocio! Al principio los íberos no sabían darle valor a la plata, apenas al oro que traían del interior de su península... bien que lo sabíamos en Tiro, pero de ningún modo lo podíamos pregonar, como el indiscreto griego que tú citas parece que hizo, porque no nos convenía que la competencia se enterara de aquella maravillosa oportunidad, como puedes suponer... Los grandes descubridores no son los más conocidos, Orfeo. Cuando se empieza a hablar de un lugar, puedes estar seguro de que ya se acabaron en él las fabulosas oportunidades que suponía cuando aún era secreto su nombre.

-Hoy ya se puede decir, porque todo el mundo lo sabe -siguió, aunque bajando la voz de nuevo-, que el primero que enviaba a sus navíos a buscar el estaño de las Casitérides fue el rey de los tartesios, en el lejano sur de Iberia. Él lo almacenaba y se lo vendía a los cretenses y después a sidonios y tirios y sólo mucho más tarde a los primeros griegos que aprendieron a ir a buscarlo a Tarschisch. Los diferentes soberanos que se sucedieron llegaron a ser llamados “los Reyes de la Plata,” no sólo por las riquezas que les daba este comercio, sino porque ellos mismos enviaban caravanas del sur al norte de la Iberia, para que cambalachearan herramientas, adornos personales u objetos decorativos que llevaban, malas imitaciones de los cretenses y egipcios (entre nosotros, puras baratijas), a cambio del oro y de la plata de los nativos.

-¿Los tartesios? Creía que eran un pueblo muy bárbaro, o un mito -dijo Orfeo.

-Los tartesios del sur de Iberia son un reino grande y gente culta, a su manera, claro, no a la de los orgullosos griegos. Se decía que descendían, como los cretenses y fenicios, de acadianos de la Cuarta Raza y que podían contar en verso dos mil años de su historia y sus leyes... y también son buenos navegantes, puedes creer, curtidos, desde su nacimiento, en ese Océano endemoniado de grandes marejadas -de nuevo Beleazar hizo de su voz un susurro-, sin embargo, los minerales más preciosos, oro y plata, los traían hasta Tarschisch, no por mar sino por tierra, en caravanas bien armadas, por lo que llamaban La Ruta de la Plata, que subía hasta el país de los Gal.

-¿Y qué gente es esa, los Gal?

-Unos bárbaros bastante rudos, esos sí, que habitan el Oestrymnis, el Fin del Mundo, en el noroeste de Iberia, frente al Océano. Y a pesar de su salvajismo, que ni dioses tienen, son aún mejores navegantes que los tartesios ¡Por Astarté, quien navegó en sus aguas peligrosísimas navegó en la mar toda!

-¿Tan peligroso es? ¿Gorgonas y todos esos monstruos que dicen que hay entre el Océano y el Hades? -Orfeo no confiaba mucho en las historias que declamaban los aedos; sabía que cada uno adornaba a su manera lo que había oído de sus maestros.

-Peor que eso: vientos terribles, temporales, tiempo frío y lluvioso, nieblas, rocas traidoras, acantilados... y más al norte, hielos a la deriva de gran tamaño que aparecen de repente junto a la línea de flotación, en el invierno... Incluso en el verano puede llegar sin aviso una manada de nubarrones oscuros desde el horizonte, acompañada de viento del sur y ya sabes que tienes que correr en busca de una bahía bien protegida por islas o promontorios, porque si te agarra el vendaval en el mar abierto, puedes zozobrar a causa de esas inmensas olas que se levantan en el Océano, o ser lanzado fácilmente contra los arrecifes.

-¿Y para un mar como ese tendrán unas buenas naves esos Oestrymnios?

-No, y ahí está el mérito: en un mar así y mucho antes de que los barcos de madera de los Tartesios lo surcaran, con apenas unos cascarones hechos de simples pieles de buey cosidas y embreadas sobre quillas y cuadernas de madera, siendo la mayor parte de la estructura en mimbre, esos bárbaros descubrieron las rutas que, desde el litoral de los galaicos, en dos o tres días de navegación en sus barcos de cuero, siempre costeando hacia arriba y con buena mar, llegan al Promontorio Armórico, donde viven los otros Oestrymnios, los del Norte.

-¿Se llaman igual? ¿Es que son el mismo pueblo?

-Lo fueron en otro tiempo, cuando había acadianos en toda Europa. Y sin duda han estado comunicándose y cruzándose toda la vida desde que aprendieron a navegar, pero ya hablan lenguas diferentes por causa de las invasiones... En cualquier caso, para nosotros son muy semejantes; son sus primos del norte. Oestrymnis es una palabra que sólo indica a quienes viven en los extremos occidentales del mundo. Desde el Oestrymnis del Norte, que aún es continente, se pasa a la isla de los Albiones, quienes nos hablaban de otros pueblos muy fieros, algo así como los Lestrigones, que habitaban cerca de ellos.

-Supongo que esa última isla que mencionaste, será el tal País del Estaño.

-Ni sueñes que te voy a soltar su localización -dijo el tirio mientras bebía-. No la soltaría ni borracho ni en el potro de tortura. Pero ese país existe y hay buena cantidad de estaño en sus pedregosas costas, fácil de cargar, o los nativos van a conseguirlo donde ellos sepan y te lo venden a buen precio. Los que nos lo vendieron a nosotros, antes de que nos decidiéramos a continuar más al norte, fueron los Oestrymnios del Sur, los del país de Gal, esos que viven en el Extremo Occidental de Iberia, que fueron los audaces que primero se arriesgaron a navegar esas duras rutas con sus botes de cuero, para traer mercancías que trocar con los tartesios... ellos decían que se puede subir de costa en costa, hasta que se llega al frío país de las brumas boreales y del ámbar.

-¿Y ahí se acaban las tierras? -preguntó el bardo.

-Más hacia el norte que los Albiones, también rumoreaban los Oestrymnios del Norte con vaguedad que aún se encuentra una isla, en el invierno helada, que se llama Tule, de donde a veces descienden flotillas de piratas a asaltar sus poblados litorales... pero vete a saber lo lejos que estará, porque esa gente no sabe o no quiere precisar las distancias... o si hay algo allí que merezca el viaje y el riesgo. Y luego hay leyendas que hablan de otras islas en medio del Océano, verdaderos paraísos en la imaginación de quienes creen en ellas, pero que yo me temo que no son más que recuerdos utópicos de un continente que muchas culturas aseguran que se hundió bajo las aguas, cuando aquel diluvio de Utanipshim, que los pelasgos identifican con el de Decaulión y Pirra, aquellos navegantes que se salvaron en las cumbres de Samotracia, dicen unos, o del Parnaso, dicen otros... bah, más mitos, Orfeo. El océano está plagado de fantasías. Nada que dé buen negocio. El negocio surge, precisamente – afirmó Beleazar, categórico-, de atreverse a ir más allá de las fantasías, hasta que se aclaran o se disipan, para convertirlas en una realidad nueva a descubrir y explotar.

-¿Y eso de estar el Océano lleno de gorgonas y monstruos, realmente, no son cuentos fenicios para despistar? -se atrevió a preguntar Orfeo, también en voz baja y sonriendo, mientras llenaba la copa del capitán.

-¿Cuentos fenicios, dices...? Pues has de saber, listillo, que fueron precisamente los tartesios y no los fenicios, como andan diciendo los griegos jonios, quienes crearon todas esas leyendas de monstruos terribles y de peligros míticos que pueblan el Océano hacia el norte y hacia el sur. Y no sólo porque querían que nosotros nos lo creyéramos, a fin de seguir manteniendo su monopolio, sino porque son, de natural (aún cuando no necesiten engañar para ganar algo), mucho más exagerados y mentirosos que el más exagerado y mentiroso de los cananeos o helenos... Hasta presumían de que sus antepasados acadianos habían conquistado el imperio de los antiguos atlantes, que habitaban una de esas islas hundidas de las que hablan ciertas leyendas... eso, cuando no les daba por jactarse de ser descendientes del Faraón.

-Sin embargo, por lo que yo tengo oído de los griegos, ahora mismo sois los fenicios los que intentáis crear un imperio en Occidente -dijo Orfeo, por tirarle de la lengua.

-Vamos a llamar a las cosas por su nombre: nosotros los cananeos, ya seamos tirios, o sidonios, o motios, o biblitas (que es lo que en verdad nos llamamos, aunque se hayan empeñado los griegos en darnos el mote de “fenicios”), aunque desgraciadamente también tengamos reyes, somos un pueblo de trabajadores libres que habita las bahías de una estrecha faja de costa entre el mar y una cadena montañosa que da buenos cedros para construir navíos... no somos ni queremos ser un país grande, sino una serie de ciudades-estado lo más independientes que se pueda. Aún cuando hablemos la misma lengua, siempre nos hemos interesado mucho más en comerciar, cada uno por nuestra cuenta, en libre competencia y pagando los menos impuestos posibles, que en construir un imperio grande, pesado y costoso, como los de Mesopotamia o Egipto, a quienes tuvimos que aguantar durante muchos años. Cuando la población de uno de nuestros estados crece demasiado, damos todo tipo de facilidades para que la mitad emigre lejos y funde una nueva colonia bien autónoma.

 -Y por una simple razón –siguió Beleazar mirándole muy dentro de sus ojos- porque en los imperios o naciones grandes, la recaudación pública se va en mantener a una casta de guerreros, prestamistas, nobles, funcionarios y sacerdotes. Sin embargo, todos esos parásitos constituían las clases que disponían de dinero para gastar, y a nosotros nos interesaba que existiesen en otros países, claro, para comerciar con ellos, así que nos convertimos en buenos navegantes, haciendo de puentes entre mesopotámicos, hititas, cretenses y, sobre todo, egipcios, en el Mediterráneo Oriental...

-¿Y qué les vendíais? -preguntó Orfeo sin darse por aludido.

-Hombre, todo el mundo apreciaba los paños tirios y sidonios teñidos de púrpura con el molusco múrice que descubrimos, así como la excelente madera de cedro de nuestros montes y los papiros de Biblos y todo lo que nos llega en caravanas desde el Asia próxima o lejana, a través de la Ruta de la Seda. Por otra parte, los cananeos también somos, aunque esté mal que sea yo quien lo diga, un pueblo bien inteligente y hábil que, de comerciantes en marfil importado, nos convertimos en expertos artesanos en ese precioso material. Nuestros artífices también consiguieron obtener de Egipto el secreto de la fabricación del vidrio; aprendieron el repujado de metales y el trabajo de esmalte, son finos joyeros y realizan vasijas de metal.

-¿Y lo del estaño?

-Lo del estaño sólo vino después de que se derrumbaran los cretenses... Y, en cuanto dejaron de ser un peligro nuestros vecinos más belicosos, los hititas, porque acabaron con su fuerza los “Pueblos del mar” que también acabaron con la pujanza de Sidón, en beneficio de Tiro y porque, además, se debilitaron los egipcios en luchas religiosas por causa de aquel iluminado de Akhenaton, que puso su país patas arriba queriendo sustituir el politeísmo por un dios único -siguió el capitán-. Cuando pudimos ganar independencia y aprendimos a construir buenos barcos modernos, extendimos nuestras rutas por el Adriático y por el Mediterráneo Occidental, sentamos las bases para la creación de un nuevo Canaán en el Magreb, Sicilia Occidental, Cerdeña y Baleares... exploramos el Mar Rojo, trajimos oro de Ofir, plata de Etiopía, cobre de Chipre...

-¿Cómo consiguió un pueblo con tan poca población extenderse tanto? –preguntó, extrañado, Orfeo.

-Pues renunciando a conquistar o colonizar, que eso es muy poco rentable, como te dije. En su lugar creamos, en los enclaves más estratégicos, pequeñas factorías fortificadas sobre promontorios e islas, vigiladas por mercenarios locales, que formaban los eslabones de una cadena que se extendía por el Gran Verde... y finalmente, siguiéndola, nos decidimos a aventurarnos por nuestra cuenta en el Océano: salimos a contornear hasta muy al sur la costa de África por cuenta del faraón Necao. En cuanto al Occidente, llegamos por la orilla norte del Mediterráneo a Tarschisch, en busca del oro y la plata, el plomo y del estaño, teniendo que soportar luego la competencia con los jonios y samios. Y yo fui uno de los primeros cananeos en subir por el litoral de los oestrymnios...

-¿De los primeros? -quiso confirmar el tracio.

-Sí señor, de los primeros, te lo juro por Astarté, que guíe siempre mi nave –dijo Beleazar solemnemente, llevándose la mano al corazón-... Como nuestro interés principal en Mesech, que es como le llamábamos nosotros a Iberia, eran los tartesios, cuando se vino abajo el Imperio Egeo de Minos, nosotros ocupamos el hueco dejado por la flota cretense antes de que lo hicieran los griegos y cargábamos sal para toda parte en los saladeros de Torre Vetusta y la Mata de Mastia, en el sureste ibérico. La sal era tan apreciada en el interior que pagábamos con ella a nuestros porteadores o distribuidores, y de ahí vino el nombre de "salario".

Ya introducidos en sus redes comerciales, negociamos con los “Reyes de la Plata” un permiso para fundar una factoría cerca de Tarschisch que en principio era, exclusivamente, para almacenar y trocar nuestros productos por los suyos. Y nos concedieron espacio en una isla, desde antiguo habitada, que tenía antes un nombre indígena raro, algo así como Gadeira,  y nosotros, una vez cercado nuestro establecimiento de murallas, acabamos transformándo ese nombre en Gádir, o Cádiz o Cádi, como pronuncian ahora los nativos, a quienes les encanta jugar a hacer graciosas las pronunciaciones. Los griegos también fueron admitidos en otra isla de ese golfo e introdujeron en ella sus olivos. Ellos la llamaron Cotinussa o Erytheia, según de donde procedieran.

-Sin embargo –remató el capitán, antes de levantarse y pagar, para volver al barco-, desde Gádir y a pesar de las prohibiciones de Tarschisch, que quería conservar el monopolio, nos las fuimos arreglando, sin que se dieran por enterados aquellos zorros (porque no les convenía romper relaciones con nosotros), para subir a buscar las Casitérides... y yo fui recorriendo, como timonel a las órdenes del capitán Hiramis, que ya murió, y en compañía de un grupo de marinos bien valientes, primero las galaicas, ricas en oro y plata, y después las otras, ya que llegamos a explorar, en dos viajes sucesivos, unas diez costas o islas, grandes y pequeñas, situadas más al norte de las tierras de los Oestrymnios Galaicos. Y en dos de ellas, cuyo nombre me perdonarás que me reserve, conseguimos llenar el barco de estaño de la mejor calidad al mejor precio...




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