10-
VIAJE AL ORIENTE
-Lo
siento mucho, pero la tripulación del “Argo” ya está casi completa, habéis
llegado muy tarde. Sólo puedo admitir a uno de los dos -dijo Jasón,
dirigiéndose a Hércules y a Orfeo.
-Y es claro que ese uno tendrá que ser
Hércules, Orfeo –añadió Argo el ateniense, que era quien había construido el
barco que llevaba su nombre-. Tú no eres precisamente un guerrero ni un marino,
lo digo sin ningún deseo de ofender.
-“De eso nada” -pensó Orfeo-. “He
renunciado a la corona por venir a esta expedición, yo no voy a dejar de ir.”
-Ya sois treinta y dos buenos guerreros o
marinos, Argo, sois suficientes –respondió el tracio con firmeza-. Pero se
comenta que la Cólquide es el País de la Magia y no lleváis ningún mago.
-¿Y tú eres un mago? -preguntó Argo con
escepticismo.
-Yo soy un mago –afirmó Orfeo, llevando
una mano a su lira.
-Ya tenemos un mago, Periclímeno de Pylos,
y varios augures, y un sacerdote del Sol... otro de Atenea, y hasta una
sacerdotisa de Artemis, Atalanta de Calidón... Además, a ti se te conoce como
músico -dijo Argo, con paciencia, queriendo ser amable- y, aunque yo no
entiendo de música, todos dicen que eres bastante bueno, pero ¿qué tiene que
ver la música con la magia?
-¡Todo! –respondió el tracio con su mayor
elocuencia- La música es el dominio de las vibraciones y de sus cambios y todo
está vibrando y compuesto por vibraciones en este mundo: la materia, la mente y
los sentimientos humanos. Mi música es una música mágica con poder de
transformar. Argo iba a seguir discutiendo, pero a Jasón no le gustaba
enredarse en temas tan subjetivos.
-Llega -dijo-. Tendréis que competir ambos por
el puesto delante de toda la tripulación, igual que los demás han tenido que
competir para ser seleccionados. En el “Argo” solo van los mejores de los
mejores. Ganará el que logre lanzar el disco más lejos. ¿Estás de acuerdo,
Hércules?
-Por supuesto -dijo el forzudo con amplia
sonrisa, entendiendo que Jasón había establecido ese tipo de prueba porque
prefería llevarle a él, que luchaba por seis hombres, y no a un músico que se
las daba de mago.
-¿Estás de acuerdo, Orfeo?
-Estoy de acuerdo -respondió él sin
vacilar.
La
bella galera, recién pintada y brillando al sol, se encontraba en el agua y
pronta para partir, pues ya se habían hecho los sacrificios propiciatorios.
Estaba perfectamente equipada y con media tripulación a bordo. La otra media,
Jasón y Argos, permanecían en la playa para ser testigos y jueces de la prueba
de selección entre Hércules y Orfeo. Hércules llegó junto a la orilla, donde la
arena mojada hacía límite con la seca y pidió, con un gesto imperioso, que
despejaran el terreno que tenía enfrente, paralelo a las rompientes. Luego tomó
el disco y se puso en posición.
-¡Hércules! ¡Hércules! -le vitorearon,
tanto desde el mar como desde la tierra, muchos de los Argonautas que admiraban
su planta y su prestigio. Él se concentró y en alta voz pidió con confianza el
fuego del rayo de Zeus para su brazo. Luego dio una vuelta impecable alrededor
de sí mismo y su potente impulso hizo que el disco recorriese una distancia que
bien hubiera podido ganar cualquiera de las más importantes competiciones. De
nuevo fue vitoreado largamente. Jasón marcó el lugar, clavando su espada en la
arena. El tracio recogió el disco y fue caminando hasta el espacio de
lanzamiento, señalado por una raya en el suelo, mientras pedía inspiración al
alado Hermes. Nadie le animó, salvo la única mujer que iba en la expedición,
Atalanta, la cazadora de las rubias trenzas, que lo hizo por hacer una gracia,
lo que arrancó varias risitas irónicas.
-“No te podré vencer con la fuerza del
fuego, Hércules”- pensó rápidamente, al tiempo que recibía de su musa un
ramalazo de consciencia-, “tendré que hacer uso del aire”- Orfeo llegó atrás de
la raya, pero en lugar de tomar posición sobre la arena, como había hecho el coloso,
se metió en el mar hasta la rodilla, apuntó y lanzó el disco de tal manera que
cayera en plano sobre el agua, saltara a los pocos metros y volviera a saltar
velozmente varias veces sobre la larga cresta de la ola rompiente, hasta que
finalmente se hundió, habiendo sobrepasado ampliamente la distancia lograda por
Hércules, provocando una exclamación de admirada sorpresa en todos los
asistentes y arrancando a su rival una sincera carcajada de admiración por su
inteligencia. Atalanta aplaudió entonces y Calais y Zetes, hijos de Bóreas, que
eran tracios como él, y muchos más, se sintieron obligados, por justicia, a
sumarse al aplauso. Pero luego estalló la discusión. Unos no estaban de acuerdo
en que se lanzase el disco de una manera tan poco convencional, otros arguían
que no podían prescindir de una ayuda tan importante como la de Hércules en los
posibles combates... Jasón, a quien el centauro Quirón le había dicho que si
llevaban a Orfeo tendrían buena protección contra las sirenas, zanjó enseguida
la discusión:
-¡Embarcan los dos, el guerrero y el mago!
¡Vámonos! ¡Todo el mundo a bordo! Cuando toda la tripulación estuvo embarcada y
en sus puestos, sólo quedaba vacío un lugar para remar en la bancada. Jasón se
lo indicó a Hércules y él se sentó y tomó el remo.
-Ya veré luego lo que tú puedes hacer a
bordo –le dijo a Orfeo-. Por ahora, quédate por aquí y si ves que hace falta
cualquier cosa, ayuda- y se fue a la popa, ante Tifis, el timonel, a dar la
orden de salida:
-¡Remeros! -alzó su mano- ¡Atentos!
¡Preparados! ¡Partimos! -la bajó.
La
partida fue un desbarajuste: los remos entraron en el agua al mismo tiempo,
pero hacían su giro de una manera descompensada. Hércules le daba tanta fuerza
al suyo que la proa siempre vencía en dirección contraria. Jasón mandó una
parada y trató de compensar, poniendo a los remeros más forzudos en batería,
del otro lado del coloso; pero aún así la cosa no iba bien coordinada y el
avance de la nave se veía muy irregular y poco recto. Entonces Orfeo, sin que
nadie le dijera nada, subió al puente, se sentó delante del timonel, cara a la
bancada, y se puso a marcar los tiempos cantando y tocando una conocida canción
de remeros con su lira, con lo que consiguió que todo el mundo se fuera
afinando al ritmo de sus cortas estrofas, que se estableciese, poco a poco, un
orden y una cadencia, y hasta que cantasen alegremente el estribillo al
unísono. Jasón se volvió hacia él, confirmándolo en su puesto de utilidad con
una mirada aprobatoria. Y el “Argo” se deslizó por fin veloz y brillante, que
eso era lo que significaban su nombre y su destino.
11-
ARGONÁUTICA
La
épica expedición de los argonautas ha sido muy bien narrada por muchos grandes
vates y narradores, por lo que no contaremos de ella sino aquello que más tiene
que ver con nuestro protagonista. Algunos ya conocéis lo que escribieron sobre
ella Apolodoro de Rodas, Diodoro Sículo, Robert Graves… y quien no los conozca
puede informarse, si le interesa.
Orfeo,
efectivamente, convirtió su habilidad y su talento musical, además de su atenta
inteligencia, encanto personal, penetración psicológica, equilibrio y simpatía,
en armas mágicas que le permitieron mantener alto el ánimo, el ritmo remero y
el sentimiento de camaradería de sus compañeros, además de acalmar tempestades,
reconciliar enemistades o detener peleas entre los pendencieros argonautas,
conjurar peligros, distraer al enemigo, realizar labores diplomáticas,
conseguir prestigio para su grupo y captar muchos admiradores y aliados,
humanos y divinos. Algunos comentaron que la intervención de Orfeo hizo que
todos se libraran del fascinio de las mortales sirenas, pues el bardo consiguió
que su música fuese mejor atendida que la de ellas por sus compañeros... Pero,
con certeza, su actuación más importante se dio a la hora de superar el
obstáculo del terrible dragón que custodiaba el Vellocino de Oro, como luego
veremos. …En cuanto al gran Hércules, frustró bastante las grandes expectativas
que Jasón y sus compañeros sentían respecto a él. Bebedor y glotón empedernido,
precipitado y excesivo siempre, perdía los estribos o abusaba de su fuerza con
demasiada frecuencia, provocando verdaderos problemas de convivencia en el
“Argo” a causa de su peligrosa pesadez y prepotencia; a pesar de que, desde el
principio, había llegado, incluso, a ser propuesto, por un grupo numeroso de
guerreros, para sustituir al joven Jasón en el mando. Afortunadamente, tras sus
momentos de euforia y precipitación, el coloso recapacitaba y se arrepentía de
sus errores y hasta tenía nobleza sobrada para tratar de compensarlos. De
manera que prefirió aconsejar a sus partidarios que confirmasen a Jasón,
promotor de la empresa, ya que él no se sentía suficientemente señor de sí
mismo como para aceptar la responsabilidad de dirigirla personalmente. Por otra
parte, los muchos días de navegación hicieron que se estableciesen todo tipo de
relaciones entre los nautas y cuando un bello efebo que Hércules traía como
paje, escapó o fue raptado en un desembarque, el coloso, que tenía una visceral
relación de amor posesivo hacia él, abandonó la expedición para buscarlo por
todo el país de los Misios... y el Argos, al pasar el tiempo sin que regresara,
tuvo que seguir viaje, abandonándolo a su suerte. A pesar de todos esos
contratiempos, los treinta y tantos argonautas consiguieron llegar a la
Cólquide, enterrar a Frixo decentemente, arrebatar el Vellocino al poderoso rey
del país por medio de estratagemas y sobrevivir a la enconada persecución de
una docena de sus galeras de guerra. Tras varios años de vagar por el mar, de
isla en isla, lograron regresar triunfalmente y con pocas bajas a Ptía, donde
Jasón intentó recuperar con violencia el trono de su padre, aunque cedió sus
derechos a su primo Acasto en cuanto su esposa, Medea, fue confirmada como
heredera de un reino mucho más rico, el de Éfyra, que ahora se llama Corinto.
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