quarta-feira, 27 de novembro de 2019

23- MEDITERRÁNEO ORIENTAL: BELEAZAR



23- MEDITERRÁNEO ORIENTAL: BELEAZAR


-Yo sólo tengo una patria, la mar. Y mis compatriotas son los otros navegantes, ya sean cananeos, cretenses, pelasgos, egipcios o tartésicos, o de donde les parieran sus madres, incluso los perversos griegos, ricos en engaños. Los navegantes son los que considero mi familia y mis hermanos, aunque a veces tengamos que abordar y lanzar a pique a uno de ellos, sin mala voluntad personal por nuestra parte, porque el negocio es el negocio y la competencia es dura.

Así hablaba Beleazar, un fenicio de ralos cabellos medio grises y rizados, nariz ganchuda, ojos maliciosos, complexión flexible con algo de feliz barriga y una autoridad que hacía adivinar desde lejos que él y no otro, era el capitán, aunque se encontrase en tierra, lejos de su nave “Astarté”, que era, al mismo tiempo, su diosa, su amor, su casa y su empresa.

“Astarté”, estaba muy bien acabada en maderas de alta calidad y resistencia: cedro, pino, encina y ciprés, pintadas de negro. Y era bastante grande: veinticinco remeros por cada lado. Y alta, para poder almacenar abundantes mercancías. Con la popa en forma de cola de pescado, escamosa, broncínea y con la proa roja y espiral.

Aprovechaba la fuerza del viento por medio de velas rectangulares en cuyo centro había una estrella dorada de ocho puntas, distintivo de alianza concedido al capitán tirio por un “Rey de la Plata” ibérico. Todos los remeros eran esclavos encadenados, sujetos a una disciplina dura e inflexible por el cómitre, a los que había que ir renovando sin piedad a medida que se desgastaban.


Navegaban en periplo, lo que quiere decir siempre a la vista del litoral y de día. De noche ancoraban con anclas de piedra en alguna rada o, si tenían forzosamente que navegar, usaban tablas de distancia y se guiaban por las principales luminarias del cielo, basándose en los conocimientos que los antepasados acadianos de los fenicios habían aprendido de los turanios caldeos, observando muy especialmente las dos estrellas de la Osa Mayor, cuya enfilación da la Polar, y tratando de localizar puntos relevantes de la costa. Si la mar se ponía fea, buscaban rápidamente un buen refugio. Si había niebla, palomas amaestradas marcaban el rumbo.

Beleazar era un auténtico lobo de mar que llevaba en su nave mercancías orientales hacia la parte central del continente europeo y había recibido a Orfeo en ella después que él le hubiese hablado de su experiencia con los argonautas.

-Yo me dirijo a llevar un cargamento para los Dorios de la costa Dálmata de Iliria, haciendo antes intentos de negocios en las Islas Jónicas, y luego aún subiré a visitar a la maga Circe en la isla de Ea, para acabar recargando mi nave en Helos, en el extremo noroeste del Adriático, y regresar a Tiro vía Creta y Chipre. Si quieres ir a Iberia por mar, te puedo llevar conmigo hasta la isla de los Feacios, Drepane, en la costa occidental de Grecia en el Mar Jonio y allí tendrás que buscar otra nave que vaya hacia Italia... pero si no es verdad lo que me dices que sabes hacer y no me eres útil, te cobraré el pasaje vendiéndote como esclavo en Pylos -le había dicho tranquilamente.

Dos días después de la partida de Creta el capitán ya tenía sobradamente comprobada la utilidad del bardo a la hora de armonizar el ritmo con su canto y de amenizar el duro trabajo de los remeros con su música, pero más se sorprendió cuando, al llegar a Pylos, la arenosa, Orfeo le propuso que fuera con él a presentar sus respetos a los soberanos locales, Neleo y Cloris, padres de Néstor.

Este príncipe era amigo de Orfeo, ya que, a pesar de su juventud, había competido en la selección para ser uno de los argonautas, aunque se retiró al enterarse de que estaban esperando a Hércules, quien sin duda sería votado por todos para la expedición, en lugar de Jasón. Néstor había conocido de cerca al héroe de Tirinto tiempo atrás, en uno de los peores momentos de excesos y grosería del coloso, y no le apetecía lo más mínimo ni estar bajo sus órdenes ni tenerle como compañero.

Los reyes los recibieron con afabilidad e interés, ya que Neleo era tío del actual rey de Ptía, Acasto, que había sucedido a Pelias, y además amigo de Augías de Élide, dos de los argonautas de mayor linaje, de quienes tenían muchas noticias nuevas; pero Orfeo no pudo abrazar a Néstor, ya que se encontraba viajando.

El tracio lo sintió mucho, porque Néstor era un joven sabio, noble como nadie y sereno, siempre conciliador en las disputas; además, todo un héroe: antes de intentar embarcarse con Jasón había luchado contra los Monolidas, contra el gigante Ereutalión, participó en el enfrentamiento entre los lapitas y los centauros y en la famosa cacería de Calidón, junto con otros argonautas: Meleagro, el gran Anceo y Atalanta, la que continuaba demostrando, como siempre, que una mujer podía ser tan guerrera como el más guerrero de los hombres.

           -Traer de vuelta el Vellocino de Oro fue una verdadera hazaña de la que todos los griegos estamos orgullosos -dijo la reina Cloris-, pero lo que hizo después Medea para devolverle el trono de Yolkos a Jasón es una canallada innoble que ensució completamente su gloria: engañó con sus hechicerías a las hijas de Pelias, haciéndoles creer que sabía como devolverle la juventud, y las convenció para que despedazaran a su propio padre.

-Jasón es un idiota, o la debe temer mucho, para continuar unido a semejante bruja caucasiana que, además, traicionó por él a su familia y a su país. El día que tengan un desacuerdo lo defraudará sin piedad de la misma manera -dijo el rey-. Teseo, que era más listo, no se quiso traer a Atenas a la rubia Ariadna, que también se deshonró ante su padre y su Creta natal al apasionarse por un enemigo de su país y ayudarle. La abandonó sabiamente en la isla de Naxos. Acoger en tu casa a un traidor a los suyos es como meter en ella una enfermedad contagiosa, sólo porque te hizo el favor de librarte de tus rivales.

El rey Neleo tuvo la gentileza, en honor de Orfeo, de darle a Beleazar toda clase de facilidades para sus gestiones en su país, a pesar de ser fenicio, a cambio de que resolviese algunos negocios suyos con los Dorios de Dalmacia.

Beleazar se sintió todavía más honrado por la visita a los reyes de Pylos y por las grandes ventajas presentes y expectativas futuras obtenidas de ella, así que ahora tenía en gran consideración a Orfeo y lo convidó a cenar y a beber en su compañía y a su cuenta, durante las dos noches que pasaron ancorados en el puerto, relajándose y descansando después de los dos grandes días de trabajo que acababan de transcurrir, haciendo tratos comerciales y descargando y cargando nuevas mercancías.

-Si señor -decía para Orfeo, un poco achispado, tras una buena cena en una de las mejores fondas de Pylos-, mi patria es la mar y mis compatriotas, aquellos que la navegan. Aunque yo haya nacido en Tiro, la bien murada, me he sentido más identificado con un pirata focense que tuve que ahorcar después de tres días de dura persecución y lucha por sobrevivir, que con todos esos gordos tirios que me reciben igual que si yo fuese un simple caravanero que viene de Lidia o de Hatti, casi de ahí al lado ¿comprendes?... gentes sin consideración que, según acabo de llegar de un viaje de más de un año a las remotísimas Islas Casitérides, se ponen a regatearme el estaño como si el estaño fuese algo semejante a dátiles y lana y no la sangre de muchos de mis hombres, muertos en una aventura heróica de descubrimientos en los litorales del Fin del Mundo, heroísmo que esa mezquina gente no sabe valorar, porque nunca salieron de sus tiendas en el mercado y ni siquiera tienen idea de lo lejos que se acaba el mar y empieza el Océano.

Presumido y buen hablador, sus temas de conversación eran dos: los negocios y las aventuras de descubrimiento y colonización, que para él eran la misma cosa. Cuando se dio cuenta de que a Orfeo poco le importaban los primeros, se centró en las segundas para captar la atención de aquel tracio de buena cuna que tan bien sabía escuchar y que, además, era capaz de componer una canción con las partes más interesantes del relato oído, a la que luego iba dando forma musical con la lira, sin descuidar por ello su necesario y eficaz trabajo con los remeros.

A Beleazar le gustaba exagerar un poco (él decía que era “creativo” cuando se expresaba) pero, al observar una noche como se reían de soslayo sus tripulantes, después de que Orfeo les cantase un poema sobre una hazaña marina que, tal como el capitán se la había relatado, no era demasiado real, sino más bien todo lo contrario, decidió cuidarse de volver a contarle nada en cuya versión no pudieran estar de acuerdo sus hombres.

-El mundo ha experimentado un retroceso tras la caída del Imperio Minoico -dijo el capitán fenicio, haciendo admirar a Orfeo la calidad de una cerámica del mejor período cretense, adornada con pulpos y otros motivos marinos, que decoraba elegantemente el mejor lugar de la sala- y como imperio se parece a “emporio”, que significa “establecimiento comercial”, a nosotros y a los griegos nos gusta creer que somos herederos de los cretenses y los continuadores de su cultura, pero la verdad es que tan sólo hemos asumido los aspectos más prácticos y superficiales de ella, y que demoraremos siglos en llegar a comprender y a asumir la sutileza y la gran evolución de aquella civilización. Sólo pudieron conquistarles esos aprovechados de jonios después de que la furia de la naturaleza les dejó en la ruina total.



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LABERINTO PERSONALIZADO. 0 a 7 años:

     -“…Puedes comenzar a limpiar y sanear tu alma por la base, por tu personalidad tribal, por las primeras informaciones con que te llenaron la mente hasta los 7 años –le había instruido Donnon, el guardián del Laberinto del Fin del Mundo-. Tienes que sacar de ahí todo lo que ya no te sirve más en tu edad presente, especialmente aquello que estorba tu realización evolutiva.

     Piensa bien, mientras remueves, aireas y ablandas con la azada la tierra de los macizos de cultivo situados a ambos lados del sendero de tu laberinto personal, en todas las creencias, ideologías. supersticiones, resentimientos, complejos de superioridad o inferioridad nacional, chauvinismos o vergüenzas colectivas, injusticias mantenidas por soberbia, sentimientos exclusivistas y excluyentes de clase religión o partido, deudas, códigos de honor ya obsoletos, compromisos y asuntos no resueltos, no aclarados, oscuros, ambiguos…que has heredado de tu familia, de tu tribu y de tu nación y que, realmente ya no tienen crédito, utilidad ni valor para ti.

     Remover y airear los macizos equivale a remover y airear tu mente, deshaciendo sus capas más compactas y rígidas.

     En el macizo de cada estación en la que te parezca que se pueden encajar, coloca por cada uno de esos conceptos e influencias negativas que has sacado a la superficie y que ya no quieres seguir cargando encima, una palada de abono hecho con turba, hojas en descomposición, estiércol y un poco de material calcáreo y ceniza de la hoguera, removiendo todo con la tierra suelta de la superficie y cubriéndolo con paja, para conservar los nutrientes y retener la humedad.

     De esta manera sacarás esos pesos muertos de tu alma, al mismo tiempo comprendiendo, perdonando, limpiando, sanando, compensando, renovando y, sobre todo, transmutando.

     Porque, después de utilizar toda esa vibración putrefacta del pasado como abono, plantarás encima hierbas medicinales y aromáticas y verduras bien nutritivas que te mantendrán fuerte para poder ocuparte de tu empresa presente.

     Recorre sin prisa el sendero mientras lo trabajas y repasa todo cuanto esos conceptos sacados a la superficie tienen que ver con los perpetuos esenciales, con las caras del ego, con el camino común o con el iniciático en cada una de las etapas correspondientes a las 89 primeras estaciones… a cada peso que sientas en tu ánimo, coloca más abono en el macizo de esa estación, o una piedra entre su borde y el sendero, exorcizando en ella esa culpa, vergüenza o pena, sacando esa pesadez de tu alma.

     Al mismo tiempo, ve embelleciendo, con tu más libre creatividad, a tu manera (con plantas vivas de flores, piedras bellas, raíces, esculturas naturales, agua, lo que se te ocurra o te encuentres), aquellas estaciones del camino que tienen que ver con las muchas fuerzas, virtudes y poderes personales que heredaste de tu familia, de tu tribu, de tu nación, y agradece, agradece, agradece a tus benefactores y honra esas energías maravillosas que te transmitieron, proyectándolas mentalmente desde la egrégora o condensador y acumulador energético que estás construyendo… sobre tus descendientes, tu familia, tu tribu, tu nación y sobre todos los seres de todos los reinos que las estén necesitando, teniendo fe total en que el Universo hará que tu ofrenda les llegue, ya que Él quiere y puede.

     Lo cual ya le está dando un valor añadido a tu trabajo: no sólo estás transmutando la materia muerte de tu mente en vibración viva, sino que también estás conectado con la Fuente y haciendo de canal transmisor de los dones de la Vida para tus hermanos de todos los reinos.”









24- FENICIOS EN EL OCÉANO


-Capitán, háblame un poco más de esas famosas Islas Casitérides del Fin del Mundo que mencionaste antes, por favor -pidió Orfeo, sirviéndole más vino.

-Pues ya los pelasgos cretenses recorrían todas las rutas del mar occidental, e inclusive llegaban a algunas de esas remotas islas, que están bien al norte, en el Océano Abierto, y hay muchas leyendas que hacen pensar que posiblemente eran restos del continente oceánico de la Era Anterior, de donde dicen que salieron los semitas originales, más tarde conquistados por sus rivales, los acadianos, que ya eran excelentes marinos, en un mar que era mucho mayor que el que vemos ahora, cuando aún ni los cretenses ni los fenicios, sus descendientes de la Nueva Raza, existíamos como navegantes, ni mucho menos los griegos.

-¿Y qué es lo que iban a buscar tan lejos los cretenses?

-Iban a buscar el kassiteros, el estaño, y también plomo, que son las aleaciones que dan dureza al cobre y que lo convierten en bronce... Ahí mismo, en la isla de Chipre, a una tercera parte del camino entre Tiro y Creta, podemos extraer todo el cobre que queramos, pero sin esas aleaciones preciosas no tendríamos mejores armas y herramientas que aquellos pueblos atrasados que todavía usan puntas de flecha y hachas de piedra.

-¿Descubrieron los cretenses esas islas y su estaño? -preguntó Orfeo.

-El mundo es mucho más viejo de lo que la gente piensa, amigo mío, mejor pregunta quien las re-descubrió cuando ya estaban olvidadas aquellas rutas… pero sólo te puedo decir que ni se sabe, hasta se oyen leyendas arcaicas que dicen que la clase dominante cretense misma procedía del Sur de Iberia, de donde se trajo el culto al toro... me contaron en el puerto de Faros, en las bocas del Nilo -dijo el fenicio en tono confidencial, tras haber terminado su crátera de vino-, que ya hace muchos años que los cretenses cambiaban cuentas de vidrio o de loza fabricadas en los talleres de Akhetaton, en Egipto, por estaño, plomo o incluso por oro, que venía del Extremo Occidente en placas con forma de medias lunas, o golas, o diademas, y también hachas planas que los bárbaros del Océano sabían decorar muy bien con motivos geométricos.

-Creía que habrían sido los griegos los que primero llegaron al Océano. De eso habían presumido siempre mis compañeros argonautas.

-No, no, ¡Pero qué sabrán los griegos de tiempos tan antiguos! –se indignó Beleazar- Estoy hablando de hace muchos, muchísimos años. Los griegos son unos recién llegados al Mediterráneo… Los fenicios sí que somos una vieja estirpe, especialmente los de Sidón, que fueron los fundadores de nuestra Tiro. Hasta se cuenta que nuestros antepasados, los Phalakai, eran cíclopes de la Tercera Raza, surgidos de las gotas de sangre que cayeron sobre la Madre Tierra Gaia, cuando Urano fue castrado por Crono. Según las leyendas, tenían un ojo clarividente en el centro de la frente, eran hábiles artesanos y altísimos, seguramente los últimos gigantes lemurianos, aunque sus descendientes fueron disminuyendo de tamaño al cruzarse con los navegantes acadianos de la Cuarta Raza, Todo eso son mitos pelasgos de las Edades Oscuras, pero yo creo que alguna verdad deben indicar, Orfeo.

-Ahora, lo que sí es seguro -siguió con ceñudo orgullo- es que, cuando los hijos de Heleno eran unos pastores de carneros y caballos que vagaban por las estepas entre Asia y Europa, entre el pié del Cáucaso y las orillas del Caspio, y que aún ni se llamaban griegos, los fenicios sidonios ya navegaban bien en el Gran Verde, trabajando para los asirios, los cretenses, los egipcios, o para quien pudiese pagar bien por nuestras mercancías... mis abuelos contaban que un emperador asirio, Sargón, creo que le llamaban, conquistó Siria y todo Canaán y usó naves mercantes cretenses, entre las que iban contratadas también algunas del recién fundado Tiro, para llegar a Iberia y explorar parte del Océano. Cuando los reyes Minos reinaban en Creta, las penínsulas e islas del mar Egeo, que era su lago particular, vivieron muchos años de relativa paz, cultura y prosperidad, garantizados por el poderío de la flota cretense, que, junto a sus aliados pelasgos, especialmente los Carios de Asia Menor, se habían extendido por todo el Mediterráneo, hasta el Océano y hasta las Casitérides...

Las galeras de Minos imponían un orden necesario en el Egeo, aunque hubiese que pagarles los tributos que, de todas formas, siempre hay que pagarle al más fuerte, incluidos un número anual de jóvenes para ser sacrificados a la Diosa, que era la misma Diosa del resto de los pelasgos, con un nombre cretense. Los cretenses eran la mayor potencia naval que había.

-¿La mayor? - Orfeo nunca se hubiera imaginado que una civilización tan femenina y refinada como la cretense tuviera un exterior tan guerrero.

-La mayor. Nunca hubo una flota tan grande como la suya, tanto, que ni se preocuparon de amurallar sus ciudades, sus murallas mejores eran sus galeras de guerra. Mantenían la paz en el Mediterráneo y permitían el comercio entre Asia, Egipto y Europa. Y con el poder que tenían, se puede decir que todas o casi todas las naves y marineros mercantes o de guerra del Egeo estaban bajo su ley y a sus órdenes... Porque a los que no estaban, los perseguían como a piratas. Monopolizaron el comercio del cobre chipriota y lo almacenaban en lingotes en forma de pieles de buey, que legitimaban grabándoles un hacha de doble filo como marca, el Labrys... y se traían el plomo y el estaño del otro lado del mundo, ya que esos minerales con los que se hace el bronce fueron y siguen siendo el motor del mundo y la clave de las grandes fortunas, amigo mío. Mejor que el oro.

-¿Qué otro mineral va a ser mejor que el oro? -preguntó el tracio. Su profesor de Administración decía que para ganar una guerra o disfrutar de la paz sólo hacían falta tres cosas: oro, oro y oro.

-El bronce es el Oro Verde y es mejor que el oro auténtico, el amarillo -dijo el fenicio-, porque el amarillo, aunque suntuoso, no es tan necesario: una espada de oro, por gruesa que sea, no te sirve para defenderte, no aguanta dos golpes seguidos sin doblarse; el bronce es otra cosa.

-¿Y eso del hierro? -preguntó Orfeo haciéndose el tonto. Su padre, el rey Eagro, había estado recibiendo regularmente, desde hacía muchos años, muchos preciosos informes secretos sobre los progresos de los Hititas de Anatolia en sus esfuerzos por conseguir un metal capaz de quebrar las espadas de bronce, y luego se pudo ver muy bien como lo lograba cuando los aqueos invadieron Ptía.

-¿El hierro? Muy caro. No me interesa -respondió Beleazar con suficiencia-. Estoy bien informado de que esas nuevas tecnologías son tan complicadas de elaborar y requieren unas temperaturas tan altas que nunca se conseguirá una gran producción ni será rentable. Quedará restringido al uso de unos pocos matahombres ricos. Para los demás mortales, el futuro seguirá siendo del bronce por muchos siglos, amigo mío, un metal noble. Y es más fácil venderle a muchos un producto conocido y que tiene un buen precio, que a pocos una novedad carísima... y por eso seguimos buscando más estaño, aunque haya que ir a por él hasta muy, muy lejos.

-Pero parece que últimamente los griegos se hicieron con el control del Egeo Occidental... no sé si me dijeron que gracias a sus espadas de hierro hititas, por cierto... y que ya no dejan comerciar en él a los fenicios... -apuntó Orfeo con ironía.

-¡Bah! Cualquiera paga más por nuestros productos que los griegos -dijo Beleazar resentido y desdeñoso -. Los mejores mercados aún están en nuestras manos, la isla de Samotracia, por ejemplo, es uno de los principales enclaves fenicios para el comercio con Troya y con tu tierra, Tracia. Y para eso no necesitamos ir a hacer tratos con esos tramposos... Y en los minerales que vienen del Océano, no pueden competir con nosotros... No dudes que existen hacia Occidente -continuó, bajando más aún la voz-, muchos antiguos emporios y factorías fundadas por los cretenses que todavía no quieren saber nada de los griegos y que han preferido continuar su comercio a través de nosotros, los tirios, por rutas bien controladas o poco conocidas, para evitar pirateos.

-Bueno, yo he oído mucho sobre la expedición de Nidácrito... -apuntó el tracio. Los griegos juran que Nidácrito fue el primer griego que trajo a Grecia estaño de las Islas Casitérides, comprado a los tartesios...

-Y oro, y plata, además -reconoció Beleazar-, y eso le hizo famoso. Pero puedes estar seguro de que ya los cretenses y nosotros lo habíamos traído antes que él... Plata por cerámica decorada ¡Qué negocio! Al principio los íberos no sabían darle valor a la plata... bien que lo sabíamos en Tiro, pero de ningún modo lo podíamos pregonar, como el indiscreto de Nidácrito hizo, porque no nos convenía que la competencia se enterara de aquella maravillosa oportunidad, como puedes suponer...

-Hoy ya se puede decir, porque todo el mundo lo sabe -siguió, aunque bajando la voz de nuevo-, que el primero que enviaba a sus navíos a buscar el estaño de las Casitérides fue el rey de los tartesios, en el lejano sur de Iberia. Él lo almacenaba y se lo vendía a los cretenses y después a sidonios y tirios y sólo más tarde a los griegos, que iban a buscarlo a Tarschisch. Los diferentes soberanos que se sucedieron llegaron a ser llamados “los Reyes de la Plata,” no sólo por las riquezas que les daba este comercio, sino porque ellos mismos enviaban caravanas del sur al norte de la Iberia, para que cambalachearan herramientas, adornos personales u objetos decorativos que llevaban, malas imitaciones de los cretenses y egipcios (entre nosotros, baratijas), a cambio del oro y de la plata de los nativos.

-¿Los tartesios? Creía que eran un pueblo muy bárbaro, o un mito -dijo Orfeo.

-Los tartesios del sur de Iberia son un reino grande y gente culta, a su manera, claro, no a la de los orgullosos griegos. Se decía que descendían, como los cretenses y fenicios, de acadianos de la Cuarta Raza y que podían contar en verso dos mil años de su historia y sus leyes... y también son buenos navegantes, no vayas a creer, curtidos, desde su nacimiento, en ese Océano endemoniado de grandes marejadas -de nuevo Beleazar hizo de su voz un susurro-, sin embargo, ellos traían los minerales preciosos hasta Tarschisch desde el noroeste de Iberia, no por mar sino por tierra, en caravanas bien armadas, por lo que llamaban La Ruta de la Plata, que subía hasta el país de los Gal.

-¿Y qué gente era esa, los Gal?

-Unos bárbaros bastante rudos, esos sí, que habitan el Oestrymnis, el Fin del Mundo, frente al Océano. Y a pesar de su salvajismo, que ni dioses tienen, son aún mejores navegantes que los tartesios ¡Por Astarté, quien navegó en sus aguas peligrosísimas navegó en la mar toda!

-¿Tan peligroso es? ¿Gorgonas y todos esos monstruos que dicen que hay entre el Océano y el Hades? -Orfeo no confiaba mucho en las historias que declamaban los bardos; sabía que cada uno adornaba a su manera lo que había oído de sus maestros.

-Peor que eso: vientos terribles, temporales, tiempo frío y lluvioso, nieblas, rocas traidoras, acantilados... y más al norte, hielos a la deriva de gran tamaño que aparecen de repente junto a la línea de flotación, en el invierno... Incluso en el verano puede llegar sin aviso una manada de nubarrones oscuros desde el horizonte, acompañada de viento del sur y ya sabes que tienes que correr en busca de una bahía bien protegida por islas o promontorios, porque si te agarra el vendaval en el mar abierto, puedes zozobrar a causa de esas inmensas olas que se levantan en el Océano, o ser lanzado fácilmente contra los arrecifes.

-¿Y para un mar como ese tendrán unas buenas naves esos oestrymnios?

-No, y ahí está el mérito: en un mar así y con unos cascarones hechos de simples pieles de buey cosidas y embreadas sobre quillas y cuadernas de madera, con la mayor parte de la estructura en mimbre, esos bárbaros descubrieron las rutas que, desde el litoral de los galaicos, en dos o tres días de navegación en sus barcos de cuero, siempre costeando hacia arriba y con buena mar, llegan al Promontorio Armórico, donde viven los otros oestrymnios, los del norte.

-¿Se llaman igual? ¿Es que son el mismo pueblo?

-Lo fueron en otro tiempo, cuando había acadianos en toda Europa. Y sin duda han estado comunicándose y cruzándose toda la vida desde que aprendieron a navegar, pero ya hablan lenguas diferentes por causa de las invasiones... En cualquier caso, para nosotros son muy semejantes; son sus primos del norte. Oestrymnis es una palabra que sólo indica a quienes viven en los extremos occidentales del mundo. Desde el Oestrymnis del Norte, que aún es continente, se pasa a la isla de los Albiones, quienes nos hablaban de otros pueblos muy fieros, algo así como los Lestrigones, que habitaban cerca de ellos.

-Supongo que esa última isla que mencionaste, será el tal País del Estaño.

-Ni sueñes que te voy a soltar su localización -dijo el tirio mientras bebía-. No la soltaría ni borracho ni en el potro de tortura. Pero ese país existe y hay buena cantidad de estaño en sus pedregosas costas, fácil de cargar, o los nativos van a conseguirlo donde ellos sepan y te lo venden a buen precio. Los que nos lo vendieron a nosotros, antes de que nos decidiéramos a continuar más al norte, fueron los oestrymnios del sur, los del país de Gal, esos que viven en el Extremo Occidental de Iberia, que fueron los audaces que primero se arriesgaron a navegar esas duras rutas con sus botes de cuero, para traer mercancías que trocar con los tartesios... ellos decían que se puede subir de costa en costa, hasta que se llega al frío país de las brumas boreales y del ámbar.

-¿Y ahí se acaban las tierras? -preguntó el bardo.

-Más hacia el norte que los Albiones, también hablaban los oestrymnios del sur y del norte que aún se encuentra una isla, en el invierno helada, que se llama Tule, de donde a veces descienden flotillas de piratas a asaltar sus poblados litorales... pero vete a saber lo lejos que estará, porque esa gente no sabe o no quiere precisar las distancias... o si hay algo allí que merezca el viaje y el riesgo. Y luego hay leyendas que hablan de otras islas en medio del Océano, verdaderos paraísos en la imaginación de quienes creen en ellas, pero que yo me temo que no son más que recuerdos utópicos de un continente que muchas culturas aseguran que se hundió bajo las aguas, cuando aquel diluvio de Utanipshim, que los pelasgos identifican con el de Decaulión y Pirra, aquellos navegantes que se salvaron en las cumbres de Samotracia, dicen unos, o del Parnaso, dicen otros... bah, más mitos, Orfeo. El océano está plagado de fantasías. Nada que dé buen negocio. El negocio surge, precisamente – afirmó Beleazar, categórico-, de atreverse a ir más allá de las fantasías, hasta que se aclaran o se disipan, para convertirlas en una realidad nueva a descubrir y explotar.

-¿Y eso de estar el Océano lleno de gorgonas y monstruos, realmente, no son cuentos fenicios para despistar? -se atrevió a preguntar Orfeo, también en voz baja y sonriendo, mientras llenaba la copa del capitán.

-¿Cuentos fenicios, dices...? Pues has de saber, listillo, que fueron precisamente los tartesios y no los fenicios, como andan diciendo los griegos jonios, quienes crearon todas esas leyendas de monstruos terribles y de peligros míticos que pueblan el Océano hacia el norte y hacia el sur. Y no sólo porque querían que nosotros nos lo creyéramos, a fin de seguir manteniendo su monopolio, sino porque son, de natural (aún cuando no necesiten engañar para ganar algo), mucho más exagerados y mentirosos que el más exagerado y mentiroso de los cananeos o helenos... Hasta presumían de que sus antepasados acadianos habían conquistado el imperio de los antiguos atlantes, que habitaban una de esas islas hundidas de las que hablan ciertas leyendas... eso, cuando no les daba por jactarse de ser descendientes del Faraón.

-Sin embargo, por lo que yo tengo oído de los griegos, ahora mismo sois los fenicios los que intentáis crear un imperio en Occidente -dijo Orfeo, por tirarle de la lengua.

-Vamos a llamar a las cosas por su nombre: nosotros los cananeos, ya seamos tirios, o sidonios, o motios, o biblitas (que es lo que en verdad nos llamamos, aunque se hayan empeñado los griegos en darnos el mote de “fenicios”), aunque desgraciadamente también tengamos reyes, somos un pueblo de trabajadores libres que habita las bahías de una estrecha faja de costa entre el mar y una cadena montañosa que da buenos cedros para construir navíos...



…no somos ni queremos ser un gran país, sino una serie de ciudades-estado muy independientes. Aún cuando hablemos la misma lengua, siempre nos hemos interesado mucho más en comerciar, cada uno por nuestra cuenta, en libre competencia y pagando los menos impuestos posibles, que en construir un imperio grande, pesado y costoso, como los de Mesopotamia o Egipto, a quienes tuvimos que aguantar durante muchos años.

 -Y por una simple razón –siguió Beleazar mirándole muy dentro de sus ojos- porque en los imperios o naciones grandes, toda la recaudación pública se va en mantener a una casta de guerreros, nobles, funcionarios y sacerdotes. Sin embargo, todos esos parásitos constituían las clases que disponían de dinero para gastar, y a nosotros nos interesaba que existiesen en otros países, claro, para comerciar con ellos, así que nos convertimos en buenos navegantes, haciendo de puentes entre mesopotámicos, hititas, cretenses y, sobre todo, egipcios, en el Mediterráneo Oriental...

-¿Y qué les vendíais? -preguntó Orfeo sin darse por aludido.

-Hombre, todo el mundo apreciaba los paños tirios y sidonios teñidos de púrpura con el molusco múrice que descubrimos, así como la excelente madera de cedro de nuestros montes y los papiros de Biblos y todo lo que nos llega en caravanas desde el Asia próxima o lejana, a través de la Ruta de la Seda. Por otra parte, los cananeos también somos, aunque esté mal que sea yo quien lo diga, un pueblo bien inteligente y hábil que, de comerciantes en marfil importado, nos convertimos en expertos artesanos en ese precioso material. Nuestros artífices también consiguieron obtener de Egipto el secreto de la fabricación del vidrio; aprendieron el repujado de metales y el trabajo de esmalte, son finos joyeros y realizan vasijas de metal.

-¿Y lo del estaño?

-Lo del estaño sólo vino después de que se derrumbaran los cretenses... Y, en cuanto dejaron de ser un peligro nuestros vecinos más belicosos, los hititas, porque acabaron con su fuerza los “Pueblos del mar” que también acabaron con la pujanza de Sidón, en beneficio de Tiro y porque, además, se debilitaron los egipcios en luchas religiosas por causa de aquel iluminado de Akhenaton, que puso su país patas arriba queriendo sustituir el politeísmo por un dios único -siguió el capitán-. Cuando pudimos ganar independencia y aprendimos a construir buenos barcos modernos, extendimos nuestras rutas por el Adriático y por el Mediterráneo Occidental, sentamos las bases para la creación de un nuevo Canaán en el Magreb, Sicilia Occidental, Cerdeña y Baleares... exploramos el Mar Rojo, trajimos oro de Ofir, plata de Etiopía, cobre de Chipre...

-¿Cómo consiguió un pueblo con tan poca población extenderse tanto? –preguntó, extrañado, Orfeo.

-Pues renunciando a conquistar o colonizar, que eso es muy poco rentable, como te dije. En su lugar creamos, en los enclaves más estratégicos, pequeñas factorías fortificadas sobre promontorios e islas, vigiladas por mercenarios locales, que formaban los eslabones de una cadena que se extendía por el Gran Verde... y finalmente, siguiéndola, nos decidimos a aventurarnos por nuestra cuenta en el Océano: salimos a contornear hasta muy al sur la costa de África por cuenta del faraón Necao. En cuanto al Occidente, llegamos por la orilla norte del Mediterráneo a Tarschisch, en busca del oro y la plata, el plomo y del estaño, teniendo que soportar luego la competencia con los jonios. Y yo fui uno de los primeros cananeos en subir por el litoral de los oestrymnios...

-¿De los primeros? -quiso confirmar el tracio.

-Sí señor, de los primeros, te lo juro por Astarté, que guíe siempre mi nave –dijo Beleazar solemnemente, llevándose la mano al corazón-... Como nuestro interés principal en Mesech, que es como le llamábamos nosotros a Iberia, eran los tartesios, cuando se vino abajo el Imperio Egeo de Minos, nosotros ocupamos el hueco dejado por la flota cretense antes de que lo hicieran los griegos y cargábamos sal para toda parte en los saladeros de Torre Vetusta y la Mata de Mastia, en el sureste ibérico. La sal era tan apreciada en el interior que pagábamos con ella a nuestros porteadores o distribuidores, y de ahí vino el nombre de "salario".

Ya introducidos en sus redes comerciales, negociamos con los “Reyes de la Plata” un permiso para fundar una factoría enfrente de Tarschisch que en principio era, exclusivamente, para almacenar y trocar nuestros productos por los suyos. Y nos concedieron espacio en una isla, desde antiguo habitada, que tenía antes un nombre indígena raro, algo así como Gadeira. Los griegos, después de introducidos en ella los olivos, la llamaron Cotinussa, que no tiene nada que ver, y nosotros, una vez cerrada de murallas, acabamos transformándola en Gádir, o Cádiz o Cádi, como pronuncian ahora los nativos, a quienes les encanta jugar a cambiar todas las pronunciaciones.

-Sin embargo –remató el capitán, antes de levantarse y pagar, para volver al barco-, desde Gádir y a pesar de las prohibiciones de Tarschisch, que quería conservar el monopolio, nos las fuimos arreglando, sin que se dieran por enterados aquellos zorros (porque no les convenía romper relaciones con nosotros), para subir a buscar las Casitérides... y yo fui recorriendo, como timonel a las órdenes del capitán Hiramis, que ya murió, y en compañía de un grupo de marinos bien valientes, primero las galaicas, ricas en oro y plata, y después las otras, ya que llegamos a explorar, en dos viajes sucesivos, unas diez costas o islas, grandes y pequeñas, situadas más al norte de las tierras de los Oestrymnios Galaicos. Y en dos de ellas, cuyo nombre me perdonarás que me reserve, conseguimos llenar el barco de estaño de la mejor calidad al mejor precio...




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LABERINTO PERSONALIZADO. 7 a 14 años:


     -…“Puedes seguir por lo que logres recordar de tu infancia hasta los 14 años –continuó instruyendo Donnon-. Recorre el sendero tranquilamente, concentrándote en cada una de las 89 primeras estaciones, y observando lo que cada una de ellas es capaz de extraer de las capas profundas de tu mente, donde a veces esos recuerdos, por traumáticos, están encerrados con siete llaves, según afecten a uno u otro de tus siete principales centros energéticos.

     Los nombres de las estaciones, sin embargo, son claves analógicas multidimensionales con suficiente magnetismo mental como para atraer y desvelar intuitivamente los conceptos ocultos que tienen que ver con ellas.

     La etapa infantil es un momento de enorme dependencia y de muy vulnerable sensibilidad hacia la forma en que somos tratados o tratamos a nuestras relaciones próximas. No dejes de sacar a la superficie ni la más leve herida ni el más escondido resentimiento, rencor o remordimiento. Vamos a librar definitivamente a nuestra estructura anímica básica de todas esas debilidades, transmutándolas en nuestros mejores poderes actuales.

     Claro que, para eso, hay que querer sanarse, quererlo de verdad, para lo cual no tenemos más remedio que renunciar para siempre a seguir ejerciendo la farsa de víctima y echándole la culpa a nuestros progenitores, hermanos, maestros, amiguitos y primeros amores… o a la mala suerte… de nuestra actual baja estima, pesimismo, cobardía, rebeldía vana, crítica inmovilista, falta de autodominio compromiso y objetivos, flaca voluntad, dispersión, indecisión y pereza… todas ellas seguras claves de nuestras depresiones y del uso negativo, paralizante y contraproducente de nuestros poderes mentales y de nuestro corto y precioso tiempo de vida.


     Siendo así, antes de todo, debemos hacer un ritual necesario en la Estación 9, ”La Sombra de la Luz”:

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     -Recorre durante unos días las estaciones del laberinto hasta la 88, recordando cada una de las heridas y traumas de tu infancia hasta los 14 años que aún te duelen, más cualquier resentimiento, rencor, remordimiento o asunto no resuelto de aquella etapa en la que eras débil, ignorante y sin autonomía alguna. Exorcízalos arrojando paladas de tierra abonada en el macizo de la estación correspondiente, o depositando piedras en su borde.

 Después, dedica una jornada a sólo meditar sobre tu real o irreal deseo de curarte definitivamente, en la Estación 9. Si decides curarte continúa, la próxima jornada, con lo siguiente:



9- LA SOMBRA DE LA LUZ: Temor Paralizante.

     -Busca una piedra plana y alta que pueda servir como lápida y plántala vertical en el macizo de la Estación 9, ”La Sombra de la Luz”. Haz un buen agujero ante ella y rellénalo con la mejor tierra y el mejor abono que encuentres, sintiendo que entierras para siempre todos tus traumas de infancia, junto con tu farsa de víctima, después de haberte perdonado y perdonar sinceramente tu debilidad, tu miedo, tu rabia, tu inconsciencia y la de tus progenitores, hermanos, maestros, amiguitos y primeros amores. Deja que pase una semana.

     -Regresa al lugar y planta sobre la tierra abonada y curtida la más bella planta de flor trepadora que encuentres, para que se vaya enroscando sobre la lápida de piedra. Luego, en pie, pronuncia el siguiente compromiso ante ti mismo:


     -“En el día de hoy me prometo a mí mismo mantener sanos, fuertes, limpios e independientes mi cuerpo, mi emocionalidad, mi mente y mi alma.
     Para lo cual doy por perdonados, cancelados y enterrados todos los traumas, asuntos pendientes, bloqueos y limitaciones de mi personalidad, que hasta hoy achacaba a las culpas de otras personas que por entonces me parecía que tenían poder sobre mí.
     A partir de hoy me hago único dueño y responsable de mi propia sanidad, fuerza, limpieza y destino y no permitiré que nadie me desvíe del cumplimiento de los fines de mi más elevada Voluntad Evolutiva. En nombre de la Vida, así es y así será siempre.”-



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     Terminado ese ritual, siéntete liberado y sólo dedícate alegremente a seguir embelleciendo aquellas estaciones del camino que tienen que ver con las fuerzas, virtudes, placeres, buenos ejemplos, conocimientos y poderes personales que recibiste de la relación amorosa con tu familia, tus maestros, tus primeros amigos y amores y todos tus benefactores.

     Planta flores o levanta monumentos por cada uno de ellos y agradece, agradece, agradece y honra todas esas energías maravillosas que te hicieron vibrar en intensidad positiva y que aún lo consiguen, proyectándolas mentalmente desde el acumulador, condensador y multiplicador energético que estás construyendo, sobre todos los seres de todos los reinos que lo necesiten, en nombre de la Vida.”











25- LAERTES DE ÍTACA


Desde la arenosa Pylos, contorneando la punta de Élide y cruzando de la una a la otra boca del largo golfo de Corinto que separa, como cortándolos, el Peloponeso de Etolia, la nave “Astarté” vino a atracar en la escarpada isla de Ítaca, separada por un estrecho de su isla hermana de Cefalonia. Ítaca era la patria de Laertes, hijo de Arcisio y Calcomedusa, los monarcas locales.

También Laertes, igual que Néstor, había intentado ser compañero de Orfeo en la aventura argonauta, pero no consiguió pasar la estricta selección, ya que Falero de Atenas le había superado en la prueba de tiro con arco, a pesar de su maestría.

De nuevo el tracio invitó a Beleazar a que subieran al palacio real, bastante más modesto que el de Pylos, a saludar a un amigo. Y se encontraron con que Laertes hacía poco que era rey de Ítaca y que estaba casado con Anticlea, una bella mujer de ojos profundos y apasionados que parecían mirar hacia dentro. Tenían un hijo de unos tres o cuatro años, Laertes había asistido a la boda de Orfeo y Eurídice y por entonces se encontraba soltero todavía. El chico, que se llamaba Odiseo, era robusto y con los mismos ojos que su madre, aunque volcados hacia fuera, muy inteligentes y sagaces, que no perdían detalle. . Después de la recepción, el capitán Beleazar se retiró muy satisfecho porque el rey había ordenado a sus asistentes que le atendieran a él y a su tripulación como amigo de su familia mientras estuviese en Ítaca y también le había encargado recados suyos para la isla de Nerito en Dalmacia, que le permitirían establecer nuevas relaciones comerciales. Fue entonces cuando el rey y Orfeo se retiraron a un jardín y estuvieron mucho rato conversando sin protocolo, recordando las competiciones en la playa de Pásagas en Ptía, durante la selección de la tripulación para el “Argo”, las aventuras vividas por Orfeo en la Cólquide y también la desdichada muerte de Eurídice, justo después de tan bella boda.

En determinado momento, el principito hizo como que aparecía por allí por casualidad, hasta que el rey le pidió que se acercara. Llevaba un arco en verdad demasiado grande para un niño tan pequeño y una flecha. Laertes sonrió con los ojos para Orfeo y señaló un árbol que se encontraba al otro lado del jardín. Sorprendentemente, el niño tensó el arco con una fuerza inesperada y la flecha fue a clavarse en el centro del tronco. Ambos hombres aplaudieron. Laertes arrancó la saeta, se la entregó con una inclinación y el chico se marchó muy orgulloso de su hazaña.

-Tu hijo es impresionante -dijo el bardo con sincera admiración.

-Bueno, realmente no es mi hijo, Orfeo, sino el de la pareja anterior de mi mujer; pero como ya no tiene padre, porque murió, yo seré el suyo y lo seré con mucho gusto, pues realmente Odiseo es un niño excepcional. Claro que esa excepcionalidad viene, en gran parte, del genio de su padre biológico.

-¿Y quién era él? -preguntó Orfeo.

-Pues se llamaba Sísifo y era el primer rey, de origen cretense, de Éfyra que, con Asopia – ciudad que gobernaba como regente desde que su pariente, el rey Eetes, emigró a la Cólquide-, formaba el doble reino que ahora los griegos llamamos Corinto. Sísifo fue un hombre tan insolente y astuto que se atrevió a desafiar a los dioses, incluso se cuenta que consiguió burlar a Hades y escapar de los Infiernos por un tiempo.

-¡Qué me dices! -se esperanzó Orfeo- Cuéntame esa historia, por favor.

-Más que una historia es un mito que su familia y su pueblo desarrollaron, para dejar constancia de lo extraordinariamente astuto, sagaz y retorcido que Sísifo era, aunque lo que hay, realmente, por detrás del cuento, es la lección de lo que le ocurrió a un rey que, como él, defendió hasta el último momento a la antigua religión decadente de la Triple Diosa contra Hades y contra el nuevo orden patriarcal que los griegos vinimos a instaurar.

Éfyra estaba sin agua a causa de una prolongada sequía en la región y el rey hizo todo lo posible, ya por caminos derechos o torcidos, para que su ciudad no pasara sed. Abordó tenazmente muchas prospecciones, que complementaba con sacrificios y rogativas a la Gran Diosa, pero todo fue en vano y la inmensa mayoría de sus súbditos se preparaba para emigrar. Entonces llegó su oportunidad: se enteró por sus espías de que Zeus había raptado a la bella Egina, hija del dios–río Esopo y se dirigió al angustiado padre para decirle que le daría el nombre del raptor si abastecía con una fuente a su ciudad.

Esopo accedió, y acabó recuperando a Egina -siguió Laertes-, pero Zeus se quedó tan ofendido por la delación, que envió a Tánatos, la Muerte, a que esposara a Sísifo y se lo llevara para siempre al Hades. La Muerte lo intentó... pero ese rey era tan listo y tan lleno de malicia y trucos, que engañó a Tánatos y consiguió aprisionarlo con sus propias esposas y encerrarlo.

Al estar preso, cuenta el mito, no podía cumplir su función y, por consiguiente, nadie se moría en el mundo. Hades vio interrumpida durante un tiempo la llegada de nuevos súbditos a su reino intraterreno y se quejó a Zeus, que envió inmediatamente al fiero Ares a que liberara a Tánatos, quien ejecutó entonces con mucha gana a Sísifo.

Orfeo dedujo enseguida, traduciendo a realidades históricas la simbología que había detrás de la narración mítica de Laertes, lo siguiente: que los dirigentes patriarcales del prepotente reino vecino de Micenas habrían enviado a un sacerdote de Hades a Éfyra para imponer la sustitución de la religión de la Diosa por la de los Olímpicos; que Sísifo se lo habría tratado de impedir, encadenando al sacerdote, y que el ejército aqueo, Ares-Marte, habría atacado al cretense y acabado con él, o cosa peor.

-...Pero el sagaz rey Sísifo preveía que, tarde o temprano, eso acabaría aconteciendo, -siguió contando Laertes- por lo que había dejado instrucciones a su esposa para que no le hiciera, ni ella ni su pueblo, ningún rito funerario, sino por lo contrario, que expusieran su cuerpo en una plaza pública.

Así, según las leyes del Hades, el barquero Caronte no podía cruzar la laguna Estigia con un alma que aún no había sido debidamente cremada o enterrada. Y el Rey del Mundo de los Muertos no tuvo más remedio que enviar al alma del fallecido, vehiculada en su cuerpo astral, a Éfyra, para que reprendiera a su mujer y le demandara exequias.

Entonces Sísifo aprovechó para quedarse todo el tiempo que pudo con ella y con su hijito recién nacido, aunque sólo fuese como fantasma, y para disfrutar del agradecimiento de su ciudad, que gracias a él tenía ahora agua. Como nadie se cuida de un muerto, y menos de un fantasma tan discreto, consiguió que pasara un año antes de que Hades se diera cuenta de que había sido burlado de nuevo y mandase a Hermes que se lo trajese al Tártaro definitivamente.

La leyenda termina contando que, cuando llegó allí, su condena, por reincidente, consistió en pasar todo su ciclo de purgatorio astral subiendo a una colina una pesadísima piedra redonda que, al llegar a la cima, volvía a rodar hacia abajo de nuevo, para que él y los demás mortales aprendiesen que es tarea vana tratar de engañar a los dioses.

-Si no se les puede engañar –dijo Orfeo, acordándose de que también había impedido celebrar ritos funerarios por Eurídice-, se podrá negociar con ellos, o conseguir que se compadezcan...

-Yo no lo sé, amigo... con una historia como esa en la familia de mi esposa, te podrás imaginar que yo ando con mucha prudencia en todo lo que se refiere a los dioses -respondió el soberano sonriendo.

-...Y hablando de otro asunto, Laertes –dijo Orfeo, sospechando que lo que acababa de oír era la versión de la historia de Sísifo que sus enemigos habían creado para que sirviese de escarmiento a los otros vencidos-... Aparte de que conseguimos el Vellocino de Oro, gloria y fama ¿Se puede ver ya en Grecia que tuviera alguna otra consecuencia interesante nuestra expedición a la Cólquide?

-Pues no sé si sabrás que el pobre Jasón no consiguió que le reconocieran como rey de Ptía, porque aquella maldita hechicera de Medea con la que se casó, consiguió engañar a las hijas de Pelias y provocar su muerte con tan malas y sucias artes, que su pueblo no quiso tener a tal bruja despiadada por reina, así que prefirió ceder sus derechos al hijo argonauta de Pelias, Acasto, y revindicar, en su lugar, los de Medea al trono de Éfyra, consiguiéndolo.

Esa fue la razón por la que yo me traje a Anticlea y Odiseo a Ítaca, para que no tuviesen que soportar a aquella horrible colquídea... A mí no me cabe duda que vuestra romántica aventura del Vellocino fue un primer paso exploratorio de los aqueos en su natural ambición por tratar de dominar el otro lado del Egeo y el comercio asiático.

…Tampoco sé si sabes, Orfeo, que los micénicos, dirigidos por Atreo, estuvieron saqueando y destruyendo todo lo que los egipcios dejaron del antiguo imperio Hitita al sur de Asia Menor, ese fue el segundo paso –le siguió confidenciando Laertes- y que, unidos en forzada alianza con los tirsenos, los licios, los sicelos, los sardos y algunas naves frigias en una coalición llamada “de los pueblos del mar”, dieron un gran susto a Troya, con la ayuda de Hércules, y luego desembarcaron en Canaán, saquearon Sidón y hasta intentaron invadir Egipto, eso fue el tercero.-

- Hércules me contó hace poco lo de Troya, pero no relacionaba a los aqueos que lo acompañaban con la coalición de “los pueblos del mar”. ¿Dices que se atrevieron con Egipto? -se sorprendió Orfeo.

-Se atrevieron, aunque Egipto todavía es Egipto y su faraón pudo contenerlos y confinarlos al litoral sur de Canaán, donde crearon varios principados a los que los egipcios llaman “los Filisteos”, los cuales trataron de extenderse costa arriba. Pero como los fenicios se unieron después del saqueo de Sidón y se defendieron bien en sus islas y ciudades fortificadas, se ve que, mejor, se conformaron con los territorios que quedaban al sur de ellos.

-No me extrañaría nada -siguió el rey- que dentro de unos años, Micenas y Esparta, que son los dos reinos aqueos más fuertes y agresivos, formen, con cualquier pretexto, una coalición griega para atacar y conquistar Troya, que, evidentemente, es el principal factor contenedor de su expansión por la rica Asia Menor, donde fueron a establecerse tantos pelasgos que ellos arrojaron de los antiguos dominios de Minos... Y ese será, seguro, el cuarto paso aqueo hacia Oriente, después de vuestra expedición... Pero yo, desde luego, no me uniré a ellos con gusto en esa guerra, si puedo evitarlo.-

-¿Y por que no? -preguntó el tracio, alegrándose de ello, ya que Troya y su país tenían una alianza. Además, nunca se sabía si, después de anular a Troya, los ávidos aqueos se atreverían a invadir la vecina costa tracia.

-Porque sería un brutal derroche de vidas y medios durante años, que no podemos permitirnos... Troya, tú lo sabes, es fortísima tras sus tremendas murallas. Además estoy seguro de que mi isla, Ítaca, no tiene su futuro en el conflictivo y abarrotado Oriente, sino en el vasto Occidente, donde está todo por hacer... Nosotros y nuestros vecinos del norte, los Feacios, a pesar de nuestra modestia, somos las mejores plataformas naturales de Grecia hacia el Adriático y, sobre todo, hacia Italia y todo el Mediterráneo Occidental, donde pronto tendremos que tratar de formar una coalición, y esa sí que nos conviene, para expulsar de sus rutas y de sus factorías a los fenicios, que están extendiéndose demasiado.

-Mientras no llegue ese inevitable momento -remató su audiencia el rey Laertes, poniéndose en pie y disponiéndose a despedirle, para atender otras visitas- que sea muy bienvenido tu amigo, el tirio Beleazar, en atención a que me ha proporcionado la alegría de poder verte de nuevo... Y ya que él sigue hacia Dalmacia y que tú te empeñas en llegar al Extremo Occidente (aunque a mí me parece, francamente, una empresa inútil), yo ya pensé cómo echarte una mano.-

-¿Y qué pensaste? -respondió Orfeo, encantado, pues estaba seguro de que Laertes le ayudaría.

-Puedo mandar que te den, si quieres, un mensaje para mi vecino, el rey Alcínoo de Feacia. Me he enterado de que en su puerto de Corcyra está avituallándose el comandante de una flotilla tirsena, procedente de la Jonia Lidia, del que dicen que es un verdadero pionero explorador y un gran marino, que pretende establecer contactos comerciales y fundar semillas de futuras colonias por las costas de Iberia.

-Pues que los dioses te lo paguen, querido camarada -respondió Orfeo, abrazándole, sinceramente agradecido.




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LABERINTO PERSONALIZADO. 14 a 21 años:


     -“Continúa avanzando en el sendero –dijo el instructor otro día-, haz lo mismo en cada período de siete años, tu adolescencia, de los 14 hasta los 21, tu primera juventud hasta los 28 y así sucesivamente, hasta la actualidad.

     -La adolescencia supone uno de los períodos de mayor crisis de la vida. Morimos con angustia a la infancia y luchamos por renacer como individuos diferenciados de nuestros padres, por construir un ego o personalidad fuerte y única y proyectarla de forma original y creativa, por conseguir autoafirmación e independencia, por descubrir lo externo y la sexualidad y proyectarla, por atraer, ser aceptado, hacer nuestras primeras pequeñas conquistas o alianzas, competir o colaborar con los iguales, controlar y dominar a los menos fuertes y resistir todo lo posible el control y el dominio de lo que nos parece más fuerte que nosotros.

 Es una etapa lírica y épica, de enorme lucha, que entrena y fortalece a la mayoría y derrota, asusta y traumatiza a otros durante mucho tiempo, pero las derrotas y traumas no nos impactan de una manera tan inerme, inconsciente y pasiva como durante la infancia, porque ya tenemos mayor autoconsciencia, capacidad de elegir, de adquirir los conocimientos necesarios, de desarrollo de estrategias y de recursos de expansión o defensa.

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     -Continúa sin hacer, todavía -aconsejó el nerio-, modificaciones más allá de la Estación 89, “Síntesis”, estación en la que te sentarás siempre a meditar cada vez que necesites sentarte, mirando hacia atrás en tu camino, para que todo lo oculto aflore.

     -Recorre el laberinto, colectando cuantos recuerdos de esa edad hagan surgir por analogía los perpetuos esenciales, las caras del ego, el camino común o el iniciático, en cada una de las 89 primeras estaciones … a cada peso que sientas en tu ánimo, coloca abono o una piedra en la estación correspondiente, desprendiendo con tranquilidad esa pesadez de tu alma para siempre.

      Piensa bien ahora en lo que es creatividad y sincera expresión de ti mismo para ti; diferencia lo que es afirmar tu pequeño ego y tu Yo Integral, valora cuánto cuesta en esfuerzos, conflictos y sufrimientos el tiempo que se pueden sostener una afirmación o la otra.

     Mientras recorres y cultivas tu laberinto personal, piensa en el tipo de energía y la calidad de mensaje que han proyectado, a tu manera, todas tus expresiones creativas en general, piensa en la influencia negativa ejercida por las creencias, ideologías, supersticiones, falsedades, vanidades, prejuicios, intolerancias, resentimientos, que has proyectado en tus obras hacia ti mismo y los demás..

     -Coloca tierra abonada o una piedra por cada vez que has producido una influencia negativa en otros. Más grande la palada de abono o la piedra cuanto más se contradiga con tu propio código de valores, cuanto menos digna de tu autenticidad.

     -Diferencia bien lo que es el amor y la sexualidad del ego y los del alma y el yo, diferencia lo que es compartir libre y generosamente afecto entre iguales o vampirizar la energía del otro, utilizándolo con apego, sentido de posesión, dominio, control y celos; diferencia entre fidelidad convencional obligatoria y la verdadera lealtad de la amistad firme y espontánea.

     -Coloca una piedra encima de otra en el borde del macizo de cada estación correspondiente, sacando de tu alma todas las mentiras, insinceridades, traiciones a ti mismo y a los demás y negatividades que has proyectado, comprendiendo, perdonando, perdonándote, limpiando, sanando, compensando, renovando. Coloca las piedras en pirámides si son demasiadas. Planta hierbas medicinales, aromáticas y verduras bien nutritivas para transmutar.

     Coloca una gran piedra por cada actitud tuya que te impide aceptar y respetar a otra persona tal cual ella es y se comporta, y no como tú piensas que debería ser o comportarse.

     Coloca una piedra por cada vez que no has podido soportar el ritmo de otra persona, en lugar de acoplar el tuyo a una danza armónica con ella.

     -Al mismo tiempo, compensa todo eso embelleciendo, con tu mayor creatividad, a tu manera más original, aquellas estaciones del camino que tienen que ver con tus más gratas y contructivas obras creativas, con tus mejores influencias sobre tu medio, con tus más hermosas relaciones y encuentros, y agradece, agradece, agradece y honra esas energías maravillosas, levantando jardines floridos y monumentos a tus amores y amigos y proyectando mentalmente tu afecto por ellos, en nombre del Amor de la Vida, sobre todas sus criaturas de todos los reinos que lo están necesitando.”-








26- ALCÍNOO DE LOS FEACIOS


Navegaron después con la “Astarté” hacia el Norte, hasta Corcyra, en la isla de los Feacios, Drepane, la de la forma de hoz, situada enfrente del país de Tesprotia, en el Epiro, que fue el primer lugar donde los antiguos aqueos se asentaron, tras venir de Occidente. Corcyra es el mejor puerto para cruzar navegando el estrecho de Otranto, a fin de llegar desde Grecia al sur de Italia, tierra de promisión, que se estaba llenando de ricas colonias griegas.

Orfeo se despidió afectuosamente de Beleazar y de los tripulantes de la “Astarté” y, seguido, subió al palacio del rey local, Alcínoo, para presentarle el mensaje del rey Laertes de Ítaca, pidiéndole que le recomendara al comandante de los tres navíos tirsenos.

Alcínoo era un hombre joven aún y determinado, culto y distinguido, de origen cretense, también pariente de Sísifo, que, habiendo tenido que emigrar de su ocupada Éfyra por causa de la opresión de los aqueos, se había convertido en rey de la fértil Feacia mediante su matrimonio con la reina pelasga, Arete, fundando ambos, después, la ciudad de Corcyra o Kerkira.

Los feacios eran tan magníficos marinos, que hasta se decía que fue la propia Atenea quien les había enseñado a construir naves rápidas y a navegar con ellas. La pareja de dirigentes logró ponerse de acuerdo en una eficaz administración y diplomacia, abriéndose a los nuevos tiempos sin renunciar a los antiguos, con lo que se hicieron amigos de todos, así que el continuo intercambio de la nueva Grecia con Italia enriqueció al pequeño reino insular.

Sin embargo, Arete era una reina del Viejo Orden, Alta Sacerdotisa-Abeja de la Gran Madre en su isla. La tradición matriarcal exigía que su marido llegara a convertirse en rey consorte y jefe de guerra por un período limitado, siendo sacrificado a la Diosa antes de tres años, igual que sus hijos varones lo eran antes de haber cumplido uno, para que la reina pudiese escoger marido nuevo, más joven para tener hijos y más potente y temerario como jefe de guerra para el país. De esa manera no había peligro de que un varón retuviese por mucho tiempo el poder que correspondía legítimamente a las matriarcas y que éstas legaban a sus hijas.

Si el rey se resistía a obedecer la Ley, cualquier príncipe o campeón que se atreviese a desafiarle y a matarle podría aspirar a ser escogido como rey consorte por la Abeja Reina en su lugar. Sin embargo, en el mundo pelasgo se podía negociar hasta con la Diosa, y Arete estaba encantada con su marido, el caballeroso, sabio, elegante, firme y gentil Alcínoo, un hombre de los de verdad, de los de antes, uno de los últimos representantes vivos de la antigua aristocracia cretense que quedaban en toda la Pelasgia, alguien que hasta sentado en el trono de un reino pequeño parecía un emperador, en nada semejante a aquellos burdos helenos prepotentes y machistas, recién bajados de las montañas del norte con un hierro en la mano, aún oliendo a carnero.

Así que, para cumplir la ley, Arete hacía que su marido abdicase, cada tres años, en un niño que era sacrificado en lugar del rey. Después, la reina volvía a escoger a Alcínoo por otro período, con lo que la Sagrada Tradición, por mujeres creada, se adaptaba a lo que la conveniencia de las mujeres demandaba de ella, sin necesidad de reformarla.

Orfeo recordaba que, durante el regreso de los argonautas a Yolkos tras robar el Vellocino, una escuadra colquídea de ocho galeras de guerra los había finalmente localizado y bloqueado en estas aguas, con orden de aprisionarlos y devolverlos a la Cólquide para ser juzgados.

Pero Alcínoo se tomó muy en serio su papel de juez sobre lo que ocurría en su territorio y Arete se las arregló para casar esa misma noche a Jasón con Medea, con lo cual, según la ley patriarcal imperante en Grecia, donde se encontraban, la princesa se independizaba de su padre y no tenía por qué volver al reino caucasiano, al supuesto reclamo de su familia.

Además, según la ley matriarcal imperante en la Cólquide, como ella era la Sacerdotisa de Hécate guardiana del Vellocino tras la desaparición de su hermana mayor, Llilith, era libre de depositarlo en un templo de su elección donde estuviese seguro, pensara lo que pensara su padre que por muy rey que fuese, sólo era un varón ante la Diosa, sin autoridad en asuntos de su Religión. Realmente fue la sagaz intervención e interpretación legal de los reyes de Feacia lo que consiguió que la escuadra colquídea tuviese que renunciar a su presa y que la aventura de los argonautas acabase en un final feliz y triunfante.

Ahora, almorzando con ellos en su espléndido palacio ajardinado, Orfeo, rodeado de elegantes pinturas murales de temas marítimos y mapas, recordaba aquellos hechos, se enteraba de la evolución de sus antiguos compañeros y les agradecía a los monarcas su inestimable ayuda, deseándoles mucha felicidad y alabándoles por el patente esplendor de su reino.

-Nuestra prosperidad se debe a nuestra neutralidad –respondió Alcínoo-. Somos un puente entre un montón de reinos que están enemistados entre sí, por tanto nos necesitan como mediadores de sus inevitables intercambios. No solamente el puerto de Corcyra es el mejor lugar de paso entre Grecia e Italia, sino también entre ambos y los dorios y molosos del Adriático, que están en la ruta obligada hacia el centro del continente europeo, de donde traemos ámbar, lana y trigo.

-No sé casi nada de lo que pasa en el Adriático –dijo Orfeo-. Yo soy un hombre del Egeo. ¿Y quiénes son esos dorios de Dalmacia, majestad? El capitán del navío fenicio que me trajo desde Creta a Corcyra me dijo que iba a llevar a los dorios de la costa dálmata la mayor parte de sus mercancías.

-Al norte de Grecia, a Occidente, hay un extenso país cubierto de montañas escarpadas y cortado por grandes torrentes de agua que se llama la Iliria; su litoral, lleno de islas, bahías y hermosas playas, la Dalmacia. Los helenos pasaron allí desde Italia -dijo el rey de los feacios, señalando un mapa pintado en una de las paredes de la sala-. También los aqueos dominaron ese territorio en el pasado, antes de seguir conquistando lo que hoy es Grecia.

-Los dorios son los descendientes de los helenos que se quedaron en Dalmacia e Iliria, mezclados con los molosos y otros pueblos aún peores, de más al norte, que sólo son unos salvajes que no han comenzado siquiera a desarrollar el mental concreto. Estos dorios –observó con preocupación Alcínoo- son más fuertes y numerosos cada año, y puede ser que un día decidan seguir hacia el sur, o que otros bárbaros irracionales los empujen, y nos darán a todos un gran susto.-

Orfeo se quedó mirando un rato el mapa y le extrañó ver repetidos por el sur y el este de Italia muchos nombres similares a los de las regiones y ciudades que él conocía en Grecia.

-Tampoco sabía que los aqueos habían conquistado parte de Italia, mi señor... ¿A quién...? ¿...Quién estaba en Italia antes que los aqueos? -preguntó.

-...Los sabios cretenses contaban, amigo mío –la Historia era el tema favorito de Alcínoo-, que los pobladores más antiguos de la Europa Occidental, incluida la península Itálica, que en aquel momento no estaba separada de lo que hoy llamamos la Griega, porque la conformación de las tierras y mares era bien diferente, eran llamados Ligures, seguramente descendientes de los Acadianos de la Raza Raíz Anterior a la Ariana, cuyo origen debió estar en las islas de Córcega y Cerdeña y el litoral de la Etruria itálica. Pero hay un viejo mito que dice que estos pueblos fueron invadidos por los Atlantes, nietos de los titanes lunares, quienes venían del Océano.

-¿Titanes lunares?

-Sí, se dice que Febe y Atlas eran titanes de la Luna, porque fue en la Luna, que era un mismo cuerpo planetario con la Tierra durante un ciclo anterior, que sus mónadas encarnadas se individualizaron las primeras y se convirtieron en gérmenes de espíritus humanos, cuando la mayor parte de lo que hoy es la Humanidad aún se encontraban viviendo una evolución animal. Ese otro mito tan extraño y mucho más arcaico simboliza la transición que hubo desde la consciencia animal a la humana, hablaba de que los primeros hombres surgieron de los dientes de la serpiente Ofión.

 -Ahora me acuerdo de eso, me lo contaron en cierta escuela… -dijo Orfeo discretamente- …El mito pelasgo de la creación decía algo así como que, al principio, Eurínome, Diosa de Todas las Cosas, surgió del Caos y se puso a ordenarlo a base de danzas sobre las aguas primordiales, o sea, sobre la matriz placentaria del planeta, para entendernos: su danza creaba vientos; el viento del norte, el Bóreas, se transformó en la serpiente Ofión, que fecundó a la Diosa. Ella tomó entonces la forma de una paloma, anidó entre las olas y puso el Huevo Universal, la serpiente se enroscó en torno y lo incubó, y de él salieron todas las cosas del mundo, tal como las conocemos. Pero ahí estalló la primera disputa entre los sexos: Ofión decía que el creador había sido él. Entonces, Eurínome le arrancó los dientes de un puntapié, de los que salieron los primeros hombres, y desterró a la Serpiente Primigenia a los Infiernos.

-Eso es, también yo fui iniciado en Samotracia, querido hermano –retomó su narración el rey sonriendo con complicidad y haciendo con la mano el signo secreto- La cáscara del Huevo Primigenio fue separada de la Tierra, junto con todos los espíritus animales evolutivamente retardatarios de aquel ciclo, los incapaces de acceder al ciclo nuevo que se daría en nuestro planeta tal como es hoy, y lo que se separó conformó la Luna actual, un planeta muerto que todavía influye sobre lo que queda de animal en nosotros.

-Después- siguió hablando Alcínoo como si declamase un poema que ambos conociesen- la Diosa creó las siete potencias del nuevo planeta, y puso cada una bajo el control de una titánide y de un titán, aquellos seres que entonces eran las consciencias más adelantadas en la Luna, los hijos de los dientes de la serpiente, los Dragones de Sabiduría, que comenzaron a encarnar en la Tierra como los primeros espíritus humanos, aún en cuerpos nebulosos, que se fueron haciendo más densos según se iban sucediendo las Razas Raíces humanas, desde la Primera a la Cuarta.

-En las primeras islas continentales que se formaron sobre la Tierra –contaban nuestros iniciadores en la Escuela de Misterios de Samotracia-, se desarrollaron los cuerpos, primero gigantescos y torpes de los Lemures de la Tercera Raza y, muchísimo más tarde, los menores en tamaño y cada vez más perfeccionados de la Cuarta Raza Raíz, la de los Titanes o Atlantes, que tuvo como la nuestra, la Aria, siete subrazas.

Indudablemente, la más civilizada, adelantada en todo, duradera y gloriosa fue la Subraza Quinta, la Tolteca, que creó un imperio mundial, como tú recordarás, Orfeo. Atlas, o Atlante (encarnado como hijo de Poseidón y nieto del titán Crono), encabezó la dinastía de Reyes Divinos del mismo nombre que durante miles de años reinó sobre un archipiélago de siete grandes islas que había por entonces en el Océano en lugar de los actuales continentes. A todo auge sigue una decadencia, así que los toltecas finalmente declinaron y fueron sustituidos en el poder por las dos subrazas atlantes de los Semitas Originales, primero, y de los Acadianos, después.-

Orfeo escuchaba con toda atención sin perder una palabra. Lo que le habían contado los sacerdotes kabíricos al distinguido rey Alcínoo en el Santuario de los Antiguos Dioses en Samotracia, era muchísimo más amplio y profundo que los vagos apuntes sobre los orígenes que él había recibido, como joven príncipe tracio, en la recepción que le dieron cuando estuvo en la Isla Sagrada. Además en aquel tiempo su cabeza no estaba para aquellas cosas. Pero no dijo nada, limitándose a asentir con movimientos de cabeza ante el relato del soberano, como si ya conociese todas aquellas historias.

-La flota imperial de los Atlantes Acadianos, los de la Sexta Subraza, Acadiana, que sustituyó en su hegemonía a la Quinta, Tolteca –siguió declamando el monarca-, en lo más esplendoroso de su poder, se lanzó a conquistar las pequeñas naciones o tribus que tenían al Este, acadianos como ellos, mas independientes, que eran las que poblaban la Iberia, la Italia y la gran Isla Argelina que se destacaba del mar que cubría entonces el Sahara. También conquistaron las islas del Mediterráneo Occidental donde se había originado su subraza de navegantes y establecieron una gran base en donde hoy está la isla de Creta que, en aquel tiempo, estaba en gran parte unida al continente. Llevaron allí la magia de los herreros Telquines, grandes constructores de armas y de buques de guerra.

Desde aquella estratégica plataforma, dominaron Siria, Canaán y el Delta del Nilo, con lo que Egipto, cuyos reyes eran de estirpe atlante, aunque independientes, tuvo que empezar a negociar su posible sometimiento, porque no tenía una flota que oponerles.

Pero entonces, los imperiales empezaron a ser hostilizados por las pequeñas embarcaciones de los únicos pueblos de navegantes mediterráneos que aún se les resistían, los descendientes de Prometeo que vivían en Italia y en Grecia, aunque esos nombres ni existían por entonces. Los Atlantes los llamaban Ligures o Lugures porque tenían al lobo, Lug, como tótem, igual que los caucasianos sureños, ya que el lobo aúlla a la Luna, que era su Diosa principal.

Este Prometeo era otro titán, dicen que hermanastro de uno de los emperadores Atlas, pero estaba desterrado de Atlantis por no querer aceptar los cultos egolátricos que allí se habían adoptado oficialmente, cuando los Magos Negros barrieron al Colegio de Iniciados que había regido el primer desarrollo de la Civilización Oceánica.

Tiempo atrás, Prometeo consideró que su propia raza ya estaba sufriendo una degeneración irreversible y, siendo un canal de la Jerarquía Blanca, se sintió llamado a preparar a los pioneros de una Raza Nueva en una tierra distante, con una sangre joven. Por eso había abandonado su patria y explorado las tierras altas de Anatolia.

Encontrando hermosa a la hija de un jefe caucasiano, Helen, sacerdotisa lunar de la Gran Diosa, tuvo hijos con ella, que fueron los antepasados remotos de los después llamados pelasgos. Prometeo, que tenía verdadera vocación de maestro, inició a aquellos hombres rústicos en lo que de mejor tenía la avanzada cultura atlante, previniéndoles también contra sus vicios; por eso sus descendientes, que habían construido su ciudad capital dentro de patrones civilizados, estaban mentalmente preparados para oponerse a los imperiales, a pesar de su inmenso poder y conocimiento.

-Prometeo es veneradísimo en Tracia -apuntó Orfeo- allí dicen que, apiadado del salvajismo y la pobreza de los primeros hombres, robó a los Dioses el Fuego del Cielo para que ellos pudiesen tener uso de razón.

-Mira, pues, como se hacen los mitos -respondió Alcínoo-. El “Fuego del Cielo” era el avanzado conocimiento de la Civilización Titánica de la Cuarta Raza Raiz, la Atlante, el conocimiento que Prometeo pasó al pueblo de su esposa extranjera, una representante de la joven Quinta Raza Raíz, la Ariana, la de “los hombres” tal como los entendemos ahora, y por eso, cuando finalmente lo cogieron prisionero los oceánicos, lo encadenaron a las rocas del Cáucaso, hogar original de sus enemigos, los ancestros de los arios pelasgo-ligures.

-Contaban los Iniciadores Kabíricos –Alcínoo ya se había dado cuenta de que Orfeo no conocía esa parte, pero le parecía un joven iniciado digno de seguir siendo informado-, que hubo una guerra larga y durísima en la que aquellos abuelos de nuestra raza actual obtuvieron sus primeras victorias.

Aquella guerra se había preparado concentrando la mayoría de las fuerzas de los titanes en sus bases en el norte de África y en el sur de Iberia. En un solo impulso comenzó la invasión en toda regla por parte de una gran flota y en poco tiempo fue el Mediterráneo Occidental y el litoral Egipcio dominado por los Atlantes, quienes construyeron allí grandes pirámides escalonadas para sus cruentos sacrificios humanos al sanguinario Crono, por cuya fama pasa hoy el país del Nilo por ser la más antigua y culta nación del mundo conocido, aunque no eran distintas de las muchas que servían en el archipiélago como lugares de culto. Tan fuertes eran los oceánicos, tan imponentes sus construcciones y de una forma tan cruel trataron a los invadidos que, durante un tiempo, fueron temidos como malvados dioses inmortales por ellos; y ese es aún hoy el significado de la palabra “titán” o “gigante”, que son corrupciones de “Atlán” o de “Atlante” con las que sus enemigos los denominaban.

Los jerarcas oceánicos lo sabían y cultivaban ese temor y esa creencia. Sin embargo, así como dominaron el sur, el cercano oriente y sus islas, y ya se preparaban para asaltar desde allí la Mesopotamia, no se esperaban la terrible resistencia que encontraron en las tribus ligures de las zonas salvajes donde hoy están la Iberia septentrional, Italia, Iliria y Grecia, que en aquel tiempo eran las partes montañosas de un solo país continuo, que formaba el margen norte del Lago Ligur.

Comparados con las actuales tribus europeas, por ejemplo, aquellos ancestros suyos no eran más que unos rudos y salvajes cazadores de los bosques, pero puros, fuertes y poseedores de un indomable espíritu de libertad e independencia.

De entre estos pueblos destacaba, por ser una tribu sabia, guerrera y tenaz, de la que sus vecinos decían que había sido “creada del barro y agua por el titán desterrado Prometeo, hermano del Emperador Negro, que les había dado la luz de la civilización después de robar para ellos el fuego sagrado de los dioses”, lo que quiere decir, como contábamos antes, que eran una mezcla de titanes acadianos enemigos de Crono y ligures, a quienes sus mentores, los Iniciados Blancos de la Atlántida, allí refugiados, civilizaron lo suficiente como para que pudieran oponerse a los imperialistas de su misma raza.

 Por influencia de sus maestros, aquellos arios caucasianos, ancestros de los helenos, aceptaron a Dious-Zeus o Dzeus como padre de sus divindades ancestrales, sincretizando al dios Luc con Hermes y a su diosa Deia con Atenea, amiga, cómplice y protectora de Prometeo. Su sede principal era en un lugar de situación hoy desconocida que habían llamado Adenia, Denia o tal vez Atena en honor a ella.

Los pelasgo-ligures primitivos no sólo detuvieron el avance atlante en sus pantanos y montañas a base de fuerza moral, heroísmo y espíritu de resistencia, sino que, durante muchas décadas, los atacaron en el mar y por todas sus fronteras sin ayuda de nadie más, aunque luego, a medida que liberaban territorios, fueron uniéndose a los otros luchadores mediterráneos cuyos países habían sido sojuzgados por el imperio, y acabaron expulsando a los invasores de sus conquistas en Europa continental, a base de una terca y desgastante guerra de guerrillas.

Luchadores ligures tales como los de las tribus independientes de Iberia que, no pudiendo resistir el primer empuje de los Atlantes, habían cruzado los Pirineos, entonces mucho más bajos, y se refugiaron en las espesas selvas del Ródano hasta que llegó por allí una flotilla de baleáricos del lago Ligur, también exiliados por el avance de la flota de los titanes sobre sus islas. Uniéndose, construyeron embarcaciones ligeras para todos y llegaron hasta Cerdeña, pasando de allí a Italia, donde se juntaron a los helenos de la primera Adenia-Atena, que también venían de Iberia por tierra. A partir de entonces, comenzaron a lanzar golpes por sorpresa contra los diversos puertos que habían ocupado los imperiales.

Rabioso contra ellos, porque los atlantes eran una raza extremadamente pasional, el emperador los atacó en un momento en que no podía disponer más que de la mitad de su flota, porque la otra mitad estaba intimidando a Egipto. Pero los vientos la acorralaron y dividieron contra la recortada costa y los barcos de los pelasgos, mucho menores, pero, por lo mismo más maniobrables, se lanzaron al abordaje, los vencieron y les arrebataron sus grandes navíos, para después tomar Creta con ellos, apoderándose de más naves todavía en sus puertos.

Gracias a aquel importante refuerzo naval inesperado y con los íberos, que conocían bien a los atlantes, haciéndose pasar por ellos, los pelasgo-ligures pudieron entrar en la fortificada capital de Canaán disfrazados y tomarla por sorpresa, raptando a Europa, Alta Sacerdotisa de la Diosa del Mar, que era hija de Agenor, hijo de Libia y de Poseidón (o sea un atlante-egipcio al que los titanes habían hecho gobernador de lo que hoy es la tierra de los fenicios). También les arrebataron otra flota que tenían anclada en Tiro y se la llevaron a Creta.

Esta hazaña fue convertida en símbolo por los bardos en el famoso mito de Zeus, transformado en toro (disfrazado de atlante), llevándose a la bella Europa hasta Creta sobre su lomo, donde el Rey del Olímpo se reconvirtió en águila (o sea, recuperó su verdadera identidad) y la fecundó, engendrando en ella el linaje de Minos, futuro emperador de los mares, el primer "europeo" propiamente dicho, en quien se mezclaban las sangres y las culturas de Atlantis, Egipto, Fenicia, Iberia y los helenos arcaicos.

Creta, que por entonces no era del todo una isla, sino una península unida a lo que hoy es el sur de Grecia e Italia, se convirtió en la base principal de operaciones de la flota pelasgo-ligur; los íberos exiliados introdujeron en ella el culto del toro, las danzas de los curetes (las mismas que bailan hoy los tartesios), los rituales laberínticos y muchas otras costumbres (en gran parte procedentes de su largo contacto con los atlantes), que habrían de permanecer en el alma del lugar durante muchas generaciones más.

Por fin, aprovechando que los jerarcas de Atlán estaban demasiado ocupados en sofocar una multitudinaria revuelta interna, un ataque combinado naval y terrestre, desde Creta y Canaán, hizo que los titanes tuvieran que abandonar el rico Egipto primero y replegarse hacia el Oceáno después, tanto por la orilla norte del gran lago Ligur, donde desembocaban los ríos de la cuenca europea, como por su orilla sur, la Libia. El lago estaba separado del océano por un istmo de montañas que venían desde el Sur de Iberia hasta el Atlas y que marcaba las fronteras del Imperio Atlante propiamente dicho.

Por tres veces durante muchos años, los pelasgo-ligures, que habían ido asimilando muchos de los conocimientos de sus decadentes enemigos, intentaron penetrar las fronteras del imperio, pero, aunque en principio consiguieron grandes victorias, la superioridad numérica y los recursos de Atlantis eran tan grandes, que los ejércitos insulares acababan siempre desembarcando en Iberia o la Libia Occidental y recuperando las posiciones conquistadas.

Sin embargo, la última vez que lo hicieron, el caudillo pelasgo-ligur, un tal Alceo, o Alción, decidió avanzar por tierra y con la flota, rodeándolos en forma de tenaza por el norte de Iberia y por Mauritania, con lo que pretendía embolsarlos y tomar los puertos de donde les llegaban refuerzos y vituallas. La maniobra dio buen resultado, la expedición de desembarco atlante fue rodeada, bloqueada y sitiada por hambre, hasta que no le quedó más remedio que rendirse; los puertos de la Hesperia Blanca fueron tomados y, desde ellos, se rechazaron todas las sucesivas invasiones que el cada vez más decadente imperio tuvo ánimo de intentar. El Mediterráneo se convirtió en un mar ligur.

El emperador acadiano sobrevivió, aunque tuvo que sufrir una larga y angustiosa fuga por mar y por tierra, hasta que logró reembarcar en el extremo occidente de Iberia y volver a su capital en Poseidonis. A pesar de que había perdido más de la mitad de sus recursos, hizo lo posible para formar otra flota y otro ejército, a fin de vengarse, pero la economía general estaba tan deprimida que se le rebelaron varias regiones de su propia isla. En los tiempos que se siguieron, los dirigentes atlantes estuvieron concentrados en luchar contra sus opositores dentro de su mismo territorio y ya nunca más volvieron a tener oportunidades para ocuparse de aventuras exteriores.

Los pelasgo-ligures, entretanto, lograron expulsar a los oceánicos de Canaán y luego del litoral de Egipto, donde ayudaron a fundar el puerto de Faros y la ciudad de Sais, en la que entronizaron el culto de su Diosa de la Sabiduría, a quien los egipcios llamaron luego Neith o Nit y sus descendientes griegos, Atenea. Con el mismo impulso, siguieron empujando a los atlantes hasta sus antiguas fronteras. A partir de sus victorias, sus barcos predominaron tanto en lo que entonces era el mar Mediterráneo-Sahara, que pasó a llamarse el Mar Ligur.

Mucho tiempo más tarde, los ligures se atrevieron a salir a comerciar al mismo Océano, a despecho del monopolio Atlante, y hasta hicieron planes para invadir el imperio de Poseidonis, que cada día estaba más corrompido y envuelto en guerras civiles, en las que se hostigaban unos a otros con sus terribles armas mágicas, algunas de las cuales jugaban con energías telúricas y climáticas imposibles de controlar completamente, de las que las Escuelas de Misterios no quieren dar detalles, ni a nivel de las Cámaras Superiores de Iniciados.

Por causa de esas manipulaciones del equilibrio tectónico del planeta y de su clima se produjo un terrible terremoto. El Mar Negro, que era un lago, se juntó a lo que hoy es el Egeo y hubo maremotos e inundaciones terribles que cambiaron la configuración del mundo, hundiendo las islas de los Titanes y a todos aquellos antiguos países de sus enemigos, junto con quienes los habitaban.

El Norte de África se elevó y luego volvió a descender, las aguas del Mar del Sahara se vaciaron torrencialmente en el Mar Ligur por el desfiladero Líbico y el antiguo cauce marino se convirtió hasta hoy en un gran desierto de arena.

Sólo los navegantes y quienes consiguieron refugio en las más altas montañas se salvaron, quedando ellas convertidas en islas, como quedaron Samotracia, Rodas, la Anatolia Alta, el Cáucaso, Abisinia y Creta. Creta era una de las pocas donde había dejado hondas huellas la cultura de los titanes Telquines: las más importantes, la ganadería, la metalurgia, el arte de construir navíos y navegar y el alfabeto, que los marinos cretenses introdujeron después en Egipto, Fenicia y el resto de la Pelasgia.

De los supervivientes de los pelasgo-ligures que habían quedado en las montañas de Iberia y las de la ex-Isla Argelina, llamada hoy Macizo de Atlas, salió el curtido tronco de los Íberos, que se extendieron por las costas del Nuevo Mar Mediterráneo recién formado, ocuparon todas sus islas y la peninsula itálica (hay hasta quien dice que de una de sus tribus salieron también los Griegos Jonios, que fundaron su primera Atenas en el golfo de Tarento y que más tarde, navegando hacia el Egeo, conquistarían el Ática y fundarían la segunda).

Después de que las aguas se estabilizaron y de que la línea de costas que hoy conocemos quedara definitivamente conformada, la antigua Liguria, incluida Italia, con Córcega y Cerdeña, lo mismo que la Iliria, la Península Balcánica y las islas del mar Egeo, volvieron a salir emigrantes del Cáucaso y los nuevos litorales fueron ocupados por una serie de pueblos nómadas y pastoriles de variado origen, procedentes del norte y de Asia Menor.

- Los abuelos de los actuales Pelasgos –siguió Alcínoo-. Los caucásicos del sur que se establecieron al borde del mar Egeo, no sabían nada de navegación, de manera que los supervivientes de los íbero-ligures que habían tomado Creta a los atlantes, en primer lugar, más algunos egipcios y los acadianos fenicios, empezaron a establecer factorías comerciales y colonias y a civilizarlos, poco a poco, acabando por integrarse todos en la cultura matriarcal de la Antigua Diosa Lunar, que ahora era la diosa del Mar, Pontia. Hasta que todo el Mediterráneo Oriental se convirtió en un mar cretense.

Por entonces fue cuando aparecieron los Aqueos por Italia, procedentes de los Balcanes, según algunos... En cualquier caso, no tenemos otros documentos de esa época y del origen de los aqueos que las leyendas de transmisión oral cantadas por los bardos, que pueden estar hablando de algo que ocurrió en un lugar que, a lo mejor, tiene el mismo nombre en Italia que en Grecia y que no se sabe si se recogió de un bardo de la generación anterior o si proviene de hace cinco generaciones... Algunas otras de esas leyendas y canciones de bardos dicen que los helenos aqueos llegaron de Iberia.-

-¿De Iberia? -se extrañó Orfeo- ¿Esa raza tan guerrera vino del País de los Muertos?

-No hablan los aedos exactamente del mítico País de los Muertos, ni siquiera de Iberia, que es un nombre que sólo muy recientemente le hemos dado a esa exótica península del Extremo Occidente, pero sí de unas islas mediterráneas que sobrevivieron frente a su costa oriental (cuyos habitantes eran los antepasados de los íberos), a las que los fenicios llaman Baleares y Pitiusas, donde se construyeron grandes monumentos megalíticos y se adoraba a la Gran Diosa.

En cualquier caso hay un poema de antiguas gestas, repetido por una sociedad iniciática de bardos cretenses, uno de los cuales, por cierto, era antepasado mío, que cuenta que varias fraternidades de guerreros de raza... digamos ibérica, del Clan de los Hombres-Hormiga o Mirmidones (muy agresiva y expansiva, como suelen serlo la mayoría de los pueblos isleños), hartos de llevar una vida mediocre de simples pastores de ovejas en el seno de la civilización matriarcal que dominaba completamente su archipiélago, donde su honroso papel de cazadores ya no podía ejercerse por falta de caza, se lanzaron a la aventura de buscar nuevas tierras que conquistar en una flota de muchas pequeñas naves, costeando el litoral norte hacia oriente...

... Y se acabaron uniendo en las bocas del Ródano, a orillas del Mediterráneo, con cientos de varones que habían migrado desde los territorios de otra tribu de la misma familia ibérica, tal vez proveniente de Córcega y Cerdeña, la de los Helenos, buscando caza y pesca en aquellas selvas, para los cuales construyeron más naves con la abundante madera del lugar, porque también ellos deseaban conquistar con la espada nuevas tierras y muchas mujeres de las que pudiesen ser los amos.

Ambos contingentes juntos, mirmidones y helenos, formaron la primera “Coalición Aquiya-Wasa”, o “de los Pueblos del Mar”, nombre que se redujo a “Coalición Aquiya, Acaya o Aquea”, la cual arrebató, primero, el dominio de Córcega y Cerdeña a los descendientes de los ligures -siguió el rey, señalando puntos en el mapa-. Y sobre todo en Cerdeña, que es una isla muy grande, casi tanto como Sicilia, crearon un reino muy fuerte que estuvo durante mucho tiempo pirateando todo el Gran Verde.

Los guerreros aqueos de Cerdeña, que tenían un aspecto como éste –el sabio soberano mostró al bardo una estatuilla arcaica de bronce en la que se veía una figura armada de coraza, escudo, lanza y casco con grandes ojos y dos largas antenas, parecidas a las de una hormiga-, se lanzaron desde allí sobre Italia, conquistando la región frente a Cerdeña; y después de eliminar a los varones y mezclarse con las mujeres capturadas entre las tribus nativas, empezaron a sentar las bases de una sociedad patriarcal. Sin dormirse en los laureles, cruzaron los Apeninos y siguieron exterminando a los varones pelasgos y repartiéndose sus mujeres en el este de la península itálica...

Desde el Sureste sus primos, los jonios, mientras tanto, viéndolos venir, también, matanza detrás de matanza, a por su rico puerto –Alcínoo señaló ahora en el mapa el centro del golfo de Tarento-, saltaron por mar, bordeando el Peloponeso, hasta el Ática, la mejor plataforma sobre el centro del Egeo, donde rebautizaron a la ciudad que fundaron con el nombre de la abandonada, Atenas. Mientras que los aqueos saquearon cuanto aún se mantenía en pié de Italia.

También dominaron, seguramente en colaboración con sus primos eolios y dorios, el noroeste del Adriático, donde fundaron Helos, en la laguna de mil islas del país de los vénetos. Desde aquella magnífica base nórdica cruzaron al otro lado del mar, invadieron la Iliria y la Dalmacia y fueron bajando hasta el País de los Tesprotes del Epiro.

-Hasta ahí, amigo Orfeo –dijo el rey volviéndose-, lo que nos enseñaron en Samotracia, más lo que cantaron los bardos antiguos y lo que me contaron mis abuelas sobre el origen de mi propio linaje... ya que, desde el Ática, los jonios tuvieron intensas relaciones de guerra y de amor con Creta y, por fin, uno de sus vástagos llegó a emparentarse con una princesa-sacerdotisa de la dinastía Minos, recibiendo su hija, de la cual soy uno de los descendientes, el gobierno de Éfyra.

En cuanto a los otros helenos menos civilizados, ya puestos en el arranque norte de la Península Balcánica, irrumpieron desde el Epiro en lo que hoy se llama Macedonia, sur de Tracia y Tesalia, primero los eolios y más modernamente, los propios aqueos mirmidones, micénicos, espartanos y otros. Y acabaron dominando a toda la Península Egea, a la que llamaron Helas o Hélade, como tú sabes, transfiriéndole los nombres, costumbres y religión de sus antiguos territorios itálicos.-

Terminó ahí su erudita explicación el rey Alcínoo, ya que su esposa estaba demandando su atención hacía un rato. Orfeo estaba impresionado: muchas veces había admirado aquel impulso determinado, temerario y expansivo de los orgullosos aqueos, especialmente los mirmidones que vivían al sur de los tracios, al tiempo que se prevenía contra su agresividad, pero nunca hubiese supuesto que hubieran venido, de conquista en conquista, desde un lugar tan lejano como el otro extremo del Mediterráneo.

Aunque sabía que aquel sabio soberano no podía ni hablar de otros secretos que les habrían sido revelados en su iniciación en los Misterios Kabíricos de Samotracia, de un grado claramente más alto que aquella que él llegó a hacer percibir que recibió. Orfeo recordaba superficialmente una versión esotérica de la Historia Evolutiva de las Cuatro Razas que habían precedido a la Aria, lo que hacía mucho más comprensible, aunque no menos misterioso, todo lo que fenicios, cretenses y griegos habían registrado en los fragmentarios y parciales mitos exotéricos de sus culturas.

Como bardo, tampoco se fiaba demasiado de la historicidad de los poemas mitológicos y heróicos cantados, repetidos, adaptados, arreglados, exagerados, emparentados y transformados, con mayor o menor fortuna, por sus colegas durante muchas generaciones, según lo que deseara oír el públicoque les daba de comer, formado, generalmente, por los vencedores que lograron sobrevivir.

-“...Pero así es como se registra la historia y como se crean las tradiciones y el orgullo de los pueblos”- pensó, encogiéndose de hombros



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LABERINTO PERSONALIZADO. 21 a 28 años:



     -“Entre los 21 y 28 años es la primera juventud –recordó el guardián del Laberinto del Fin del Mundo-. El poder personal aprendido y ensayado en el período adolescente alza vuelo ahora y el joven se lanza, lleno de alegría y confianza, a la aventura de comerse el mundo.

     Pregúntate como es tu “poder de voluntad”, para ello examina bien antes que significa “tu voluntad” y cuál ha sido y continúa siendo tu voluntad mayor en esta vida.

      Recuerda todas las veces en que tus voluntades secundarias, las de las conveniencias de tu ego, o incluso tus voluntades más mezquinas o tu pereza, indecisión, falta de confianza o miedo, te apartaron de la concentración en la realización de tu voluntad mayor, llamémosla Voluntad con mayúscula.

      Coloca una palada de abono o una piedra bien grande por cada vez que sentiste bien claro el llamado de tu Voluntad Evolutiva y tu voluntad egoica prefirió no cambiar su rumbo y seguirlo… o seguirlo sólo de forma insuficiente y mediocre, no importando cualquier justificación que alegues.

      Coloca una piedra por cada vez que has dejado que la voluntad de otros te apartase del cumplimiento de tu Voluntad. Pregúntate por qué debilidades de tu Voluntad fuiste tan fácilmente fascinado, engañado, desviado o manipulado.

     Coloca una piedra por cada vez que recuerdes que tu voluntad prepotente fascinó a propósito, engaño o manipuló la Voluntad Evolutiva de otro, para aprovecharte de su energía.

    Planta una planta de flores espléndida por cada vez que seguiste y realizaste dignamente el llamado de tu Voluntad Evolutiva, fuera cual fuese el resultado. Alza al lado un monumento escultórico si esa realización dio, además, en una bella obra digna de tu alma y de la de quienes pudieron disfrutarla.



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      Piensa bien, mientras recorres y cultivas tu laberinto personal, en qué es lo que no te gusta de ti mismo, empezando por lo peor.
      Examina luego aquello que menos te gusta de los demás: de tu familia, de tu tribu y de tu nación. Piensa después en el carácter de tu sentido crítico, examina si has sido y eres intolerante, exigente, culpabilizador, duro o cruel en tus críticas o juicios, y hasta qué punto has sido capaz de cambiar esas actitudes negativas en relación a los demás y a ti mismo.

      Piensa después hasta qué punto necesitas de la aprobación de los demás y en todas las traiciones a ti mismo y a tu código personal, aquellas que has perpetrado por complacer a otros y por fingir ser lo que no eres.

     Piensa en todo lo que has hecho por intentar tener la razón y como has escuchado a otros que intentaban tenerla. Piensa si te resulta fácil o difícil corregir tu postura cuando te hacen percibir o percibes que estabas equivocado y en las resistencias que has tenido o tienes para dar la razón a otros, compensar, pedir perdón, perdonar y reconciliarte.

     Examina cuanto tiempo duran tus rencores y resentimientos hasta que decides calmarte y armonizar. Piensa en los resentimientos que guardas en tu interior años y años, prontos a saltar para afuera en cuanto te brindan la oportunidad.

      Mira hasta que punto has sido una persona en cuya palabra, responsabilidad y constancia se pueda confiar.

       Piensa en las veces en que has fingido estar amando a otra persona sin amarla, por no estar solo, o pensando en otra u otras.

     Piensa hasta que punto eres capaz de cuidar de ti mismo y en todas las indignidades que has hecho para conseguir apoyo de los demás, o en aquellas otras que obligaste a otros a hacer, para que pudiesen conseguir el tuyo.

    Piensa en todo eso y sigue convirtiendo en abono y piedras lo que te pesa y en flores y esculturas todas aquellas ocasiones en que hiciste un uso de tu poder personal digno de tu alma”.-

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