80-
INICIACIÓN AL LABERINTO
-El
laberinto es un misterio, no podemos sino hacer especulaciones sobre lo que los
Antiguos habrían querido decirnos cuando trazaron esta forma de ocho y cuando
grabaron esos glifos sobre las rocas –dijo Donnon, tomando asiento sobre una
gran piedra, luego de que ambos hubiesen hecho en total silencio el primer
recorrido completo del sendero de espirales inscrito en el monte Pión, la
plataforma de arrancada del verdadero Cabo del Fin del Mundo, el rematado por
la Nave de Hermes que transporta a las almas al Más Allá.
Sin
embargo, por causa de los conocimientos que mi instructor había recibido de su
Fraternidad de Constructores y porque ya había conocido otros laberintos, el
maestro Jaun entendía que lo que había redescubierto o desvelado aquí era un
tesoro de sabiduría. Claro que sólo pudo llegar a comenzar a comprenderlo
cuando él mismo recreó esta forma y sus divisiones en otras construcciones
sagradas que le encomendaron mundo adelante.
Entonces,
lo que yo te puedo transmitir que te sirva para algo, Orfeo, es que tú mismo,
además de recorrer meditando este sendero, para inspirarte, como hacen la
mayoría de los visitantes, construyas tu propio laberinto, una excelente manera
de aprender a ser el arquitecto de tu propia vida.
-…¿Construir
mi propio laberinto?-, se espantó el bardo- pero yo no sé si sabría hacerlo…y,
además… ¿Cuánto tiempo me iba a llevar construirlo?
-No
es difícil hacerlo, yo ya construí el mío en forma de huerta-jardín, una huerta
de no más de dieciséis pasos, sumando los diámetros de las dos volutas del
ocho. Construí con grava el sendero entre los macizos en unos tres meses, al
mismo tiempo que atendía el resto de mis trabajos cotidianos, pero demoré unos
nueve o diez meses, en total, en irle dando acabamiento y en tomar consciencia
de mi propia caminada vital, que es lo que verdaderamente importa de todo este
trabajo.
-Diez
meses es muchísimo tiempo, Donnon. ¡Por favor! Mi mujer está esperando por mí
en el Hades ¡No me voy a quedar aquí diez meses sólo para que tengas una nueva
huerta!
-Donde
ella te espera, amigo, si te espera, no existe el mismo concepto del tiempo que
aquí, puedes estar seguro –respondió el nerio sin alterarse-. Por otra parte,
nueve meses es el tiempo en el que un bebé se prepara, dentro del vientre de su
madre, para reciclar toda su evolución y dar un salto de una dimensión a otra…
y tú necesitarás alimentar tu cuerpo mientras haces tu propio reciclaje
emocional y mental.
Orfeo
estaba indignado y ceñudo, pensando que se había encontrado con otro zorro
galaico, acostumbrado a aprovecharse de la ingenuidad de los peregrinos.
-…Pero,
si tienes tanta prisa y no quieres tomarte tanto trabajo, inquieto viajero, te
recomiendo que realices tu toma de consciencia simplemente caminando y
reflexionando sobre este gran laberinto ya construido. Yo no necesito más que
mi propia huerta, me sobra alimento para mí mismo y hasta para compartirlo con
alguien que no vaya a quedarse en mi cabaña por más de tres días.
-Disculpa
si te sentiste ofendido por mi impaciencia, mi amable anfitrión. No era ese
para nada mi propósito –corrigió rápidamente Orfeo con su mayor cortesía-.
Suplico tu generosa hospitalidad durante esos tres días, puedes contar con mi
trabajo voluntario durante ellos para ayudarte, no creo que necesite más que
pasar unas dos horas o tres recorriendo este sendero cada mañana. Me levantaré
poco antes del alba, para venir aquí, y me pondré con gusto a tu disposición
después, durante el resto del día.
-Sea
como tú quieres, ilustre huésped- sonrió gentilmente Donnon-, Pero tómate más
tiempo para tu reflexión, porque no hay tanto para hacer por aquí y yo también
quiero disfrutar en soledad de la mañana, que es mi momento más creativo… Basta
con que me ayudes a preparar a tu gusto nuestro almuerzo al mediodía y con que
me colabores en lo que puedas durante la tarde, entre la levantada de la siesta
y poco antes del atardecer.
Tres
días después Orfeo había comprendido perfectamente que su impaciencia no le iba
a servir de nada. Por mucho que Donnon había contestado a todas las preguntas
que le hizo, los tres días de meditación en el laberinto del monte Pión sólo le
dejaron más confuso, y ningún portal al Hades se abrió en los bajos de la Uña
de Piedra ni en el terreno circundante, que ya conocía como la palma de su
mano, tras haberlo recorrido tantas veces.
Con
la mayor humildad volvió a hablar con Donnon, no le quedaba sino regresar
fracasado a su lejana tierra o someterse, como última esperanza, al ejercicio
de construcción del laberinto-huerta que el nerio había propuesto.
-Decide
lo que tú quieras, ilustre huésped- volvió a sonreir cordialmente Donnon-. Te
convido, antes de escoger, a ver mi propia huerta laberíntica.
Comparada
con la del monte Pion o con la que Hércules había construido en Creta para su
propia reflexión, la estructura hecha por su anfitrión le parecía pequeña a
Orfeo y, efectivamente, muy fácil de reproducir a partir de los modelos
existentes.
El
laberinto de Donnon era un sendero para un solo caminante cubierto de blancas
piedrecillas redondeadas de litoral, que espiralaba entre estrechos macizos de
tierra negra y fértil, sobre la que se habían plantado lechugas, cebollinas,
zanahorias, coles, brócoli, perejil… alternados con margaritas amarillas y
blancas, rosas, claveles, geranios y otras flores locales de pequeño porte.
Tenía un aspecto de agradable jardín, sobre un terreno a dos alturas, con
algunas rocas caprichosamente horadadas por el mar decorando el centro, situado
entre la parte más alta y la más baja, y los lugares de contorneo de las
espirales en cada voluta.
-El
laberinto es un sendero de reflexión y de meditación sobre las etapas de la
vida... Está dividido en ciento diez estaciones que estos glifos definen
-explicó Donnon, señalando unas grafías que había trazado con cal blanca sobre
una larga línea de piedras que bordeaba cada tanto el blanco sendero de grava.
-Las
diez primeras estaciones muestran las fuerzas esenciales con las que nacemos y
que nos acompañan siempre. Mi instructor Jaun las llamaba “Los Perpetuos
Esenciales”.
Las
siguientes veinte estaciones muestran nuestras emociones más bajas, aquellas
que aún arrastramos en la memoria del alma, procedentes de vidas anteriores.
Jaun las llamaba “Las Caras o Faces del Ego”.
El
resto de estaciones, las noventa que completan el total de ciento diez, ya
representan nuestro verdadero camino de aprendizaje personal, o Sendero
Iniciático propiamente dicho. A lo largo de ocho Etapas o cursos de la vida,
tenemos que ir puliendo aquellas brutas piedras de nuestra emocionalidad
retrógrada, hasta acabar por convertir nuestros deseos ignorantes, imposibles
de satisfacer, en voluntad desapegada, constante, activa y constructiva de
alcanzar comprensión y sabiduría, lo único capaz de unificar nuestra pequeña
voluntad con la del Cosmos.
A medida que vamos consiguiendo esa
comprensión, a lo largo de un camino que va desde la estación Potencialidad
hasta la estación Maestría, aumenta nuestra consciencia sobre el camino vital
recorrido y se nos hace claro lo que está faltando para coronar positivamente
nuestra encarnación, lo cual nos permitiría abrirnos al siguiente escalón
evolutivo y pasar de esta dimensión a otra más iluminada.-
El
nerio condujo a Orfeo hasta un terreno cubierto de maleza que se encontraba un
poco más abajo.
-Si
escogieses quedarte unos nueve o diez meses conmigo, te puedo ceder este
espacio, a fin de que hagas en él tu propia huerta-laberinto. Para cuando
hayamos terminado de consumir lo que produce la mía, ya estará la tuya
produciendo.-
-Y
no hay nada –añadió-, que haya enseñado más al hombre a lo largo de su
historia, que la interacción con los elementales de la tierra, el agua, el aire
y el fuego, a través de la agricultura y la jardinería, sobre todo si ese
cultivo de alimento y belleza se entiende como un símbolo del propio proceso
del propio autocultivo evolutivo.
El
tracio todavía dudaba, había un prejuicio antiguo dentro de lo que quedaba de
príncipe en su mentalidad. En el reino de su padre, como en otros muchos, la
agricultura era ocupación de siervos y esclavos absolutamente ignorantes. La
nobleza de dedicaba a hacer la política, la guerra o la religión, la mayoría de
los bardos eran, al mismo tiempo, sacerdotes de algún dios. Por debajo de la
clase dominante estaban los comerciantes y artesanos. Un bardo caminante, como
él, era poco más que un vagabundo, y lo que había salvado a Orfeo hasta ahora
era su excelente educación. Todo el mundo volvía a verlo como un príncipe, o al
menos como un noble, en cuanto cantaba o hablaba.
En
el campo de refugiadas de Lur había tenido que ocuparse de todo tipo de
trabajos, tanto organizativos como brazales, pero era una situación de
emergencia y él, el único varón entre cientos de mujeres desvalidas. También en
Milesia había trabajado en recogida de granos y frutos y en la poda de los
árboles. Sin embargo, no acababa de verse bien a sí mismo haciendo el papel de
un agricultor del Fin del Mundo, y menos durante tanto tiempo como nueve o diez
meses.
Donnon
esperaba. No había más remedio que darle una respuesta;
-Me
quedaré e intentaré construir esa huerta –dijo finalmente-, pero vas a tener
que ayudarme bastante. No he plantado una col en mi vida.
-Cuenta
con ello, ilustre huésped- respondió el nerio con su sonrisa gentil de
siempre-. Claro que te ayudaré, si tú te ayudas.
81-
LAS ESTACIONES DEL LABERINTO
Á
partir de ese día y durante muchos otros, después de invocar devotamente la
ayuda de Hermes, Orfeo, azada en mano, desbravó el terreno, lo niveló lo mejor
posible -aunque una voluta del ocho quedó más alta que la otra a causa de su
configuración- orientó Este-Oeste el eje de las líneas iniciales del laberinto
y trazó los senderos espirales con la ayuda de Donnon, que había aprendido de
Jaun ciertas fórmulas para lograr desarrollos geométricos en los que cada parte
tenía una perfecta relación con el todo del conjunto -“Así mismo parece ser que
crecen las conchas de los moluscos y las flores” -había comentado el arquitecto.
Fue
cubriendo los senderos con innumerables pequeños cantos rodados blancos que
traía a hombros desde la playa en capachos y puso límites a los bordes con
piedras planas mayores, cuidando de dejar canalillos para desaguar el agua de
la lluvia.
Al
mismo tiempo fue aireando y ablandando los terrones de los macizos de plantío
que iban a ambos lados de cada espiral del sendero, los abonó bien y, en el
momento que el nerio consideró oportuno, invocó con cánticos eleusinos a la
patrona de la agricultura, Démeter y a su hija Proserpina, quien produce la
primavera cuando sale de los infiernos, y sembró semillas de verduras o plantó
mudas de plantas de flores.
Más
tarde llegó el momento de ir situando al borde interior del sendero, las
piedras mayores escogidas para marcar las 110 estaciones, dejando distancias
semejantes entre cada una y destacando con piedras más bellas y de mayor tamaño
los 24 Arcanos Mayores, tal como se hallaban destacados en el laberinto del
Monte Pion.
Resultó
que la estación cero era la misma que la ciento diez, pues el sendero terminaba
por el mismo lugar por donde comenzaba o recomenzaba, era un “Uroboros”, como
llamaban los griegos al símbolo infinito de la serpiente que se mordía la
propia cola, con certeza el mismo que dio origen al número ocho.
Luego
Donnon le enseñó a pintar, con cal coloreada de pigmentos verdes u ocres
mezclados con un fijador de clara de huevo, los glifos o signos estilizados que
correspondían al significado de cada estación, los mismos que se veían en los
grabados de las piedras del laberinto ancestral, algunos ya muy erosionados.
Tras
eso, le avisó muy claramente que allí se acababan todos los datos y pistas que
los Antiguos habían dejado, y que, en adelante, no tenía más remedio que ser
creativo si quería seguir progresando y comprendiendo.
Cuando
el tracio preguntó sobre las reglas para recorrer el Laberinto, Donnon dijo que
tampoco los Antiguos habían dejado instrucción alguna, de lo que se podía
colegir que cada caminante tendría que inventarse su propio rumbo, ritmo y
manera de caminar, igual que ocurría en el Camino de la Vida.
Dejó
que pasasen tres días sin dar nuevas informaciones, a ver si a Orfeo se le
ocurría algo original, pero no hubo progreso alguno, sino una mayor confusión.
Entonces le preguntó si quería que le proporcionase los nombres que había dado
Jaun a cada estación, de acuerdo con su interpretación personal del recorrido
dibujístico de cada glifo. “Cada signo, para mí, es el desplazamiento de un
punto de energía de comprensión humana –había dicho su instructor a Donnon-, es
como una danza de una figura simple, que dibuja en un gesto su significado”.
El
tracio aceptó y encontró muy lógicas, y al mismo tiempo muy intuitivas, las
denominaciones que el arquitecto había dado a las figuras básicas que formaba
cada signo. Para memorizarlas, las fue escribiendo al lado de cada uno de los
glifos, que dibujó sobre el reverso de una piel de vaca curtida que hacía de
alfombra en la cabaña del nerio, quien le animó entonces a fijarla sobre la
pared, para que mejor pudiese estudiar sobre ella.
-Ahora,
cada caminante del laberinto de la vida tiene que pensar sobre todos y cada uno
de los conceptos que estos ciento diez nombres designan y, si sabe hacerlo,
escribirlos e ir mejorando lo escrito poco a poco, intentando ser breve,
profundo y sintético –explicó el nerio-. Naturalmente, lo que escriba dependerá
de la filosofía personal de la vida que desarrolló durante su caminada.
-…Entonces-
caviló Orfeo al oír aquello-, supongo que cada reciclaje del conocimiento
adquirido por una persona será diferente que el de otras personas, aunque
puedan coincidir en algunas cosas.
-Así
es –respondió Donnon-, y esa es la gracia de este juego. Los Antiguos crearon
un sendero básico que todo el mundo puede caminar, pero lo que cada caminante
va cultivando o construyendo a lo largo de él es original, creativo, único,
personal y, en lo más hondo, intransferible, igual que la Sabiduría más Alta.
…Es
decir que este reciclaje para repasar, comprender y tomar consciencia de lo que
has aprendido en tu vida, te sirve fundamentalmente a ti, aunque ahora ya
dentro de poco podremos comenzar a comer juntos las verduras de la huerta que
cultivaste mientras elucubrabas, que es lo que tiene verdadero valor y utilidad
para los demás- rió con humor galaico el guardián del Laberinto del Fin del
Mundo.
Desde
el día siguiente, con una pluma de gallo afilada y tinta hecha con negro de
hollín y el mismo fijador, Orfeo, luego de encomendarse a Hermes y Apolo, fue
poco a poco escribiendo notas en griego sobre hojas secas, y las iba colando
con resina de pino junto a cada glifo, cambiándolas por otras cuando conceptos
más adecuados iban llegando a su comprensión.
Donnon
le trajo una copa de metal brillante llena de agua pura de su naciente y se la
hizo beber toda después de haber terminado sus escrituras sobre las hojas de
aquel día~.
-Esta
será tu agua de poder de ahora en adelante –dijo- regará las plantas del
autoconocimiento que van cultivándose en tu mental junto con las de tu huerta.
Todas las células de tu cuerpo serán informadas por ella de tus descubrimientos
cotidianos. Cuando termine tu trabajo aquí todas ellas deben haberse renovado para
que colaboren de forma solidaria, compacta y convencida con tu objetivo
fundamental.-
La
comprensión del bardo fue aumentando al mismo tiempo que crecían y se
multiplicaban las hojas de las plantas en los macizos entre senderos. Orfeo
gozaba mucho de aquel maravilloso doble o triple desarrollo, hoja por hoja, en
la huerta, la piel de vaca y su cabeza, regada con agua de poder, y se iba
haciendo, poco a poco, un jardinero bastante bueno, a medida que iba aumentando
su compenetración, identificación y amor con los espíritus elementales
encargados del crecimiento de las formas vegetales, quienes no dejaban de
sorprenderle gratamente con nuevas joyitas silvestres que ornaban su jardín,
nacidas de la noche a la mañana en los macizos o en sus bordes.
Ahora
bien, lo que supuso un gran salto hacia adelante, fue la madrugada que el bardo
se levantó mucho antes del alba, encendió una vela y se quedó canturreando
bajito mientras seguía con el índice el dibujo de cada uno de los glifos de la
piel clavada en la pared, para gran sorpresa de Donnon, cuando despertó.
Aquella
mañana el bardo decidió sustituir su conceptuación lógica por la conceptuación
musical que el fluir de cada signo le sugería. Eso le hizo ir cambiando
gradualmente casi todas las hojitas escritas, a medida que iba surgiendo de su
lira o de su flauta una composición que tituló “Estelas del Laberinto”,
dedicada a todas las Musas, dilectas hijas de Apolo, y que iba entusiasmando a
su anfitrión a cada día que la escuchaba perfeccionarse. Donnon también tenía
una flauta y todas las noches acompañaba con alegría a su huésped, tocando
ambos un buen rato ante la hoguera.
La
investigación musical de Orfeo floreció al tiempo que la mayoría de las flores
de la huerta laberíntica y Donnon decía que su reflexión superaba muchísimo en
creatividad a la que él había hecho por su cuenta. Cuando vio que el tracio iba
por su cuenta bien más allá de lo esperado, comenzó a compartir algunos de
aquellos descubrimientos personales suyos que coincidían en lo esencial con los
del bardo.
Consignaremos
a continuación los textos finales que el bardo acabó asignando a cada estación
con un esfuerzo de síntesis. Están resaltados los 24 Arcanos Mayores con un
mayor tamaño y grosor de texto. Los Arcanos Mayores son 24 glifos grandes de
granito, por milenios muy desgastado, considerados los más antiguos del
Laberinto Ancestral del Monte Pion.
Orfeo
estaba convencido que, mejor que dar explicaciones demasiado concretas, cada
texto tenía que ser tan ampliamente sugerente como el título o la estrofa de
una canción, a fin de permitir que cada caminante del laberinto entrase en la
sugerencia y danzase libremente con ella, volando sobre las alas de su propia
imaginación y creatividad.
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