quarta-feira, 27 de novembro de 2019

80- INICIACIÓN AL LABERINTO



80- INICIACIÓN AL LABERINTO


-El laberinto es un misterio, no podemos sino hacer especulaciones sobre lo que los Antiguos habrían querido decirnos cuando trazaron esta forma de ocho y cuando grabaron esos glifos sobre las rocas –dijo Donnon, tomando asiento sobre una gran piedra, luego de que ambos hubiesen hecho en total silencio el primer recorrido completo del sendero de espirales inscrito en el monte Pión, la plataforma de arrancada del verdadero Cabo del Fin del Mundo, el rematado por la Nave de Hermes que transporta a las almas al Más Allá.

Sin embargo, por causa de los conocimientos que mi instructor había recibido de su Fraternidad de Constructores y porque ya había conocido otros laberintos, el maestro Jaun entendía que lo que había redescubierto o desvelado aquí era un tesoro de sabiduría. Claro que sólo pudo llegar a comenzar a comprenderlo cuando él mismo recreó esta forma y sus divisiones en otras construcciones sagradas que le encomendaron mundo adelante.

Entonces, lo que yo te puedo transmitir que te sirva para algo, Orfeo, es que tú mismo, además de recorrer meditando este sendero, para inspirarte, como hacen la mayoría de los visitantes, construyas tu propio laberinto, una excelente manera de aprender a ser el arquitecto de tu propia vida.

-…¿Construir mi propio laberinto?-, se espantó el bardo- pero yo no sé si sabría hacerlo…y, además… ¿Cuánto tiempo me iba a llevar construirlo?

-No es difícil hacerlo, yo ya construí el mío en forma de huerta-jardín, una huerta de no más de dieciséis pasos, sumando los diámetros de las dos volutas del ocho. Construí con grava el sendero entre los macizos en unos tres meses, al mismo tiempo que atendía el resto de mis trabajos cotidianos, pero demoré unos nueve o diez meses, en total, en irle dando acabamiento y en tomar consciencia de mi propia caminada vital, que es lo que verdaderamente importa de todo este trabajo.

-Diez meses es muchísimo tiempo, Donnon. ¡Por favor! Mi mujer está esperando por mí en el Hades ¡No me voy a quedar aquí diez meses sólo para que tengas una nueva huerta!

-Donde ella te espera, amigo, si te espera, no existe el mismo concepto del tiempo que aquí, puedes estar seguro –respondió el nerio sin alterarse-. Por otra parte, nueve meses es el tiempo en el que un bebé se prepara, dentro del vientre de su madre, para reciclar toda su evolución y dar un salto de una dimensión a otra… y tú necesitarás alimentar tu cuerpo mientras haces tu propio reciclaje emocional y mental.

Orfeo estaba indignado y ceñudo, pensando que se había encontrado con otro zorro galaico, acostumbrado a aprovecharse de la ingenuidad de los peregrinos.

-…Pero, si tienes tanta prisa y no quieres tomarte tanto trabajo, inquieto viajero, te recomiendo que realices tu toma de consciencia simplemente caminando y reflexionando sobre este gran laberinto ya construido. Yo no necesito más que mi propia huerta, me sobra alimento para mí mismo y hasta para compartirlo con alguien que no vaya a quedarse en mi cabaña por más de tres días.

-Disculpa si te sentiste ofendido por mi impaciencia, mi amable anfitrión. No era ese para nada mi propósito –corrigió rápidamente Orfeo con su mayor cortesía-. Suplico tu generosa hospitalidad durante esos tres días, puedes contar con mi trabajo voluntario durante ellos para ayudarte, no creo que necesite más que pasar unas dos horas o tres recorriendo este sendero cada mañana. Me levantaré poco antes del alba, para venir aquí, y me pondré con gusto a tu disposición después, durante el resto del día.

-Sea como tú quieres, ilustre huésped- sonrió gentilmente Donnon-, Pero tómate más tiempo para tu reflexión, porque no hay tanto para hacer por aquí y yo también quiero disfrutar en soledad de la mañana, que es mi momento más creativo… Basta con que me ayudes a preparar a tu gusto nuestro almuerzo al mediodía y con que me colabores en lo que puedas durante la tarde, entre la levantada de la siesta y poco antes del atardecer.


Tres días después Orfeo había comprendido perfectamente que su impaciencia no le iba a servir de nada. Por mucho que Donnon había contestado a todas las preguntas que le hizo, los tres días de meditación en el laberinto del monte Pión sólo le dejaron más confuso, y ningún portal al Hades se abrió en los bajos de la Uña de Piedra ni en el terreno circundante, que ya conocía como la palma de su mano, tras haberlo recorrido tantas veces.

Con la mayor humildad volvió a hablar con Donnon, no le quedaba sino regresar fracasado a su lejana tierra o someterse, como última esperanza, al ejercicio de construcción del laberinto-huerta que el nerio había propuesto.

-Decide lo que tú quieras, ilustre huésped- volvió a sonreir cordialmente Donnon-. Te convido, antes de escoger, a ver mi propia huerta laberíntica.




Comparada con la del monte Pion o con la que Hércules había construido en Creta para su propia reflexión, la estructura hecha por su anfitrión le parecía pequeña a Orfeo y, efectivamente, muy fácil de reproducir a partir de los modelos existentes.

El laberinto de Donnon era un sendero para un solo caminante cubierto de blancas piedrecillas redondeadas de litoral, que espiralaba entre estrechos macizos de tierra negra y fértil, sobre la que se habían plantado lechugas, cebollinas, zanahorias, coles, brócoli, perejil… alternados con margaritas amarillas y blancas, rosas, claveles, geranios y otras flores locales de pequeño porte. Tenía un aspecto de agradable jardín, sobre un terreno a dos alturas, con algunas rocas caprichosamente horadadas por el mar decorando el centro, situado entre la parte más alta y la más baja, y los lugares de contorneo de las espirales en cada voluta.

-El laberinto es un sendero de reflexión y de meditación sobre las etapas de la vida... Está dividido en ciento diez estaciones que estos glifos definen -explicó Donnon, señalando unas grafías que había trazado con cal blanca sobre una larga línea de piedras que bordeaba cada tanto el blanco sendero de grava.

-Las diez primeras estaciones muestran las fuerzas esenciales con las que nacemos y que nos acompañan siempre. Mi instructor Jaun las llamaba “Los Perpetuos Esenciales”.

Las siguientes veinte estaciones muestran nuestras emociones más bajas, aquellas que aún arrastramos en la memoria del alma, procedentes de vidas anteriores. Jaun las llamaba “Las Caras o Faces del Ego”.

El resto de estaciones, las noventa que completan el total de ciento diez, ya representan nuestro verdadero camino de aprendizaje personal, o Sendero Iniciático propiamente dicho. A lo largo de ocho Etapas o cursos de la vida, tenemos que ir puliendo aquellas brutas piedras de nuestra emocionalidad retrógrada, hasta acabar por convertir nuestros deseos ignorantes, imposibles de satisfacer, en voluntad desapegada, constante, activa y constructiva de alcanzar comprensión y sabiduría, lo único capaz de unificar nuestra pequeña voluntad con la del Cosmos.

 A medida que vamos consiguiendo esa comprensión, a lo largo de un camino que va desde la estación Potencialidad hasta la estación Maestría, aumenta nuestra consciencia sobre el camino vital recorrido y se nos hace claro lo que está faltando para coronar positivamente nuestra encarnación, lo cual nos permitiría abrirnos al siguiente escalón evolutivo y pasar de esta dimensión a otra más iluminada.-

El nerio condujo a Orfeo hasta un terreno cubierto de maleza que se encontraba un poco más abajo.

-Si escogieses quedarte unos nueve o diez meses conmigo, te puedo ceder este espacio, a fin de que hagas en él tu propia huerta-laberinto. Para cuando hayamos terminado de consumir lo que produce la mía, ya estará la tuya produciendo.-

-Y no hay nada –añadió-, que haya enseñado más al hombre a lo largo de su historia, que la interacción con los elementales de la tierra, el agua, el aire y el fuego, a través de la agricultura y la jardinería, sobre todo si ese cultivo de alimento y belleza se entiende como un símbolo del propio proceso del propio autocultivo evolutivo.

El tracio todavía dudaba, había un prejuicio antiguo dentro de lo que quedaba de príncipe en su mentalidad. En el reino de su padre, como en otros muchos, la agricultura era ocupación de siervos y esclavos absolutamente ignorantes. La nobleza de dedicaba a hacer la política, la guerra o la religión, la mayoría de los bardos eran, al mismo tiempo, sacerdotes de algún dios. Por debajo de la clase dominante estaban los comerciantes y artesanos. Un bardo caminante, como él, era poco más que un vagabundo, y lo que había salvado a Orfeo hasta ahora era su excelente educación. Todo el mundo volvía a verlo como un príncipe, o al menos como un noble, en cuanto cantaba o hablaba.

En el campo de refugiadas de Lur había tenido que ocuparse de todo tipo de trabajos, tanto organizativos como brazales, pero era una situación de emergencia y él, el único varón entre cientos de mujeres desvalidas. También en Milesia había trabajado en recogida de granos y frutos y en la poda de los árboles. Sin embargo, no acababa de verse bien a sí mismo haciendo el papel de un agricultor del Fin del Mundo, y menos durante tanto tiempo como nueve o diez meses.

Donnon esperaba. No había más remedio que darle una respuesta;

-Me quedaré e intentaré construir esa huerta –dijo finalmente-, pero vas a tener que ayudarme bastante. No he plantado una col en mi vida.

-Cuenta con ello, ilustre huésped- respondió el nerio con su sonrisa gentil de siempre-. Claro que te ayudaré, si tú te ayudas.





81- LAS ESTACIONES DEL LABERINTO


Á partir de ese día y durante muchos otros, después de invocar devotamente la ayuda de Hermes, Orfeo, azada en mano, desbravó el terreno, lo niveló lo mejor posible -aunque una voluta del ocho quedó más alta que la otra a causa de su configuración- orientó Este-Oeste el eje de las líneas iniciales del laberinto y trazó los senderos espirales con la ayuda de Donnon, que había aprendido de Jaun ciertas fórmulas para lograr desarrollos geométricos en los que cada parte tenía una perfecta relación con el todo del conjunto -“Así mismo parece ser que crecen las conchas de los moluscos y las flores” -había comentado el arquitecto.

Fue cubriendo los senderos con innumerables pequeños cantos rodados blancos que traía a hombros desde la playa en capachos y puso límites a los bordes con piedras planas mayores, cuidando de dejar canalillos para desaguar el agua de la lluvia.

Al mismo tiempo fue aireando y ablandando los terrones de los macizos de plantío que iban a ambos lados de cada espiral del sendero, los abonó bien y, en el momento que el nerio consideró oportuno, invocó con cánticos eleusinos a la patrona de la agricultura, Démeter y a su hija Proserpina, quien produce la primavera cuando sale de los infiernos, y sembró semillas de verduras o plantó mudas de plantas de flores.

Más tarde llegó el momento de ir situando al borde interior del sendero, las piedras mayores escogidas para marcar las 110 estaciones, dejando distancias semejantes entre cada una y destacando con piedras más bellas y de mayor tamaño los 24 Arcanos Mayores, tal como se hallaban destacados en el laberinto del Monte Pion.

Resultó que la estación cero era la misma que la ciento diez, pues el sendero terminaba por el mismo lugar por donde comenzaba o recomenzaba, era un “Uroboros”, como llamaban los griegos al símbolo infinito de la serpiente que se mordía la propia cola, con certeza el mismo que dio origen al número ocho.

Luego Donnon le enseñó a pintar, con cal coloreada de pigmentos verdes u ocres mezclados con un fijador de clara de huevo, los glifos o signos estilizados que correspondían al significado de cada estación, los mismos que se veían en los grabados de las piedras del laberinto ancestral, algunos ya muy erosionados.

Tras eso, le avisó muy claramente que allí se acababan todos los datos y pistas que los Antiguos habían dejado, y que, en adelante, no tenía más remedio que ser creativo si quería seguir progresando y comprendiendo.

Cuando el tracio preguntó sobre las reglas para recorrer el Laberinto, Donnon dijo que tampoco los Antiguos habían dejado instrucción alguna, de lo que se podía colegir que cada caminante tendría que inventarse su propio rumbo, ritmo y manera de caminar, igual que ocurría en el Camino de la Vida.

Dejó que pasasen tres días sin dar nuevas informaciones, a ver si a Orfeo se le ocurría algo original, pero no hubo progreso alguno, sino una mayor confusión. Entonces le preguntó si quería que le proporcionase los nombres que había dado Jaun a cada estación, de acuerdo con su interpretación personal del recorrido dibujístico de cada glifo. “Cada signo, para mí, es el desplazamiento de un punto de energía de comprensión humana –había dicho su instructor a Donnon-, es como una danza de una figura simple, que dibuja en un gesto su significado”.

El tracio aceptó y encontró muy lógicas, y al mismo tiempo muy intuitivas, las denominaciones que el arquitecto había dado a las figuras básicas que formaba cada signo. Para memorizarlas, las fue escribiendo al lado de cada uno de los glifos, que dibujó sobre el reverso de una piel de vaca curtida que hacía de alfombra en la cabaña del nerio, quien le animó entonces a fijarla sobre la pared, para que mejor pudiese estudiar sobre ella.

-Ahora, cada caminante del laberinto de la vida tiene que pensar sobre todos y cada uno de los conceptos que estos ciento diez nombres designan y, si sabe hacerlo, escribirlos e ir mejorando lo escrito poco a poco, intentando ser breve, profundo y sintético –explicó el nerio-. Naturalmente, lo que escriba dependerá de la filosofía personal de la vida que desarrolló durante su caminada.

-…Entonces- caviló Orfeo al oír aquello-, supongo que cada reciclaje del conocimiento adquirido por una persona será diferente que el de otras personas, aunque puedan coincidir en algunas cosas.

-Así es –respondió Donnon-, y esa es la gracia de este juego. Los Antiguos crearon un sendero básico que todo el mundo puede caminar, pero lo que cada caminante va cultivando o construyendo a lo largo de él es original, creativo, único, personal y, en lo más hondo, intransferible, igual que la Sabiduría más Alta.

…Es decir que este reciclaje para repasar, comprender y tomar consciencia de lo que has aprendido en tu vida, te sirve fundamentalmente a ti, aunque ahora ya dentro de poco podremos comenzar a comer juntos las verduras de la huerta que cultivaste mientras elucubrabas, que es lo que tiene verdadero valor y utilidad para los demás- rió con humor galaico el guardián del Laberinto del Fin del Mundo.


Desde el día siguiente, con una pluma de gallo afilada y tinta hecha con negro de hollín y el mismo fijador, Orfeo, luego de encomendarse a Hermes y Apolo, fue poco a poco escribiendo notas en griego sobre hojas secas, y las iba colando con resina de pino junto a cada glifo, cambiándolas por otras cuando conceptos más adecuados iban llegando a su comprensión.

Donnon le trajo una copa de metal brillante llena de agua pura de su naciente y se la hizo beber toda después de haber terminado sus escrituras sobre las hojas de aquel día~.

-Esta será tu agua de poder de ahora en adelante –dijo- regará las plantas del autoconocimiento que van cultivándose en tu mental junto con las de tu huerta. Todas las células de tu cuerpo serán informadas por ella de tus descubrimientos cotidianos. Cuando termine tu trabajo aquí todas ellas deben haberse renovado para que colaboren de forma solidaria, compacta y convencida con tu objetivo fundamental.-

La comprensión del bardo fue aumentando al mismo tiempo que crecían y se multiplicaban las hojas de las plantas en los macizos entre senderos. Orfeo gozaba mucho de aquel maravilloso doble o triple desarrollo, hoja por hoja, en la huerta, la piel de vaca y su cabeza, regada con agua de poder, y se iba haciendo, poco a poco, un jardinero bastante bueno, a medida que iba aumentando su compenetración, identificación y amor con los espíritus elementales encargados del crecimiento de las formas vegetales, quienes no dejaban de sorprenderle gratamente con nuevas joyitas silvestres que ornaban su jardín, nacidas de la noche a la mañana en los macizos o en sus bordes.


Ahora bien, lo que supuso un gran salto hacia adelante, fue la madrugada que el bardo se levantó mucho antes del alba, encendió una vela y se quedó canturreando bajito mientras seguía con el índice el dibujo de cada uno de los glifos de la piel clavada en la pared, para gran sorpresa de Donnon, cuando despertó.

Aquella mañana el bardo decidió sustituir su conceptuación lógica por la conceptuación musical que el fluir de cada signo le sugería. Eso le hizo ir cambiando gradualmente casi todas las hojitas escritas, a medida que iba surgiendo de su lira o de su flauta una composición que tituló “Estelas del Laberinto”, dedicada a todas las Musas, dilectas hijas de Apolo, y que iba entusiasmando a su anfitrión a cada día que la escuchaba perfeccionarse. Donnon también tenía una flauta y todas las noches acompañaba con alegría a su huésped, tocando ambos un buen rato ante la hoguera.

La investigación musical de Orfeo floreció al tiempo que la mayoría de las flores de la huerta laberíntica y Donnon decía que su reflexión superaba muchísimo en creatividad a la que él había hecho por su cuenta. Cuando vio que el tracio iba por su cuenta bien más allá de lo esperado, comenzó a compartir algunos de aquellos descubrimientos personales suyos que coincidían en lo esencial con los del bardo.

Consignaremos a continuación los textos finales que el bardo acabó asignando a cada estación con un esfuerzo de síntesis. Están resaltados los 24 Arcanos Mayores con un mayor tamaño y grosor de texto. Los Arcanos Mayores son 24 glifos grandes de granito, por milenios muy desgastado, considerados los más antiguos del Laberinto Ancestral del Monte Pion.

Orfeo estaba convencido que, mejor que dar explicaciones demasiado concretas, cada texto tenía que ser tan ampliamente sugerente como el título o la estrofa de una canción, a fin de permitir que cada caminante del laberinto entrase en la sugerencia y danzase libremente con ella, volando sobre las alas de su propia imaginación y creatividad.

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