quarta-feira, 27 de novembro de 2019

3- LA MADRE


3- LA MADRE

     -Ese es un tipo de hombre muy peligroso, Eurídice -le dijo su madre y principal maestra, la Alta Sacerdotisa Ninfa, después de escuchar su confidencia-, habiendo tantos chicos lindos y potentes para elegir, disfrutar una o dos veces y después olvidar, mi niña, te has ido a enamorar de un mago.
     -¿Un mago?
     -Sí, un mago. Mago es aquel hombre capaz de manipular oportunamente los cuatro cuerpos elementales que nuestro vehículo alma anima: físico, energético, emoción y pensamientos, tal como domina un carro de cuatro caballos un buen cochero, de tal forma que obedezcan por completo y unificados a la voluntad rectora de su espíritu. Por lo que me cuentas, ese joven tiene un importante dominio sobre su propia sexualidad. Ese es un tipo de hombre muy difícil de controlar, querida.
     -...Pero yo no pretendo controlarlo, madre... -protestó ella.
     -No seas ingenua, Eurídice. En las relaciones sexuales, o controlas o eres controlada. Un hombre es un ser simple, instintivo, independiente y nómada, con tendencias a lo salvaje, puro fuego, mucho más próximo al animal que nosotras, sobrado de un tipo de ruda fuerza que sólo tiende a desbordarse, a cazar, a competir y a tratar de conquistar y dominar, impulsivo como un toro, rebelde, libérrimo, pasional y variable. Bien que los conocían las amazonas turanias del Mar Negro. Si no los controlas, te esclavizan, mira los griegos.
     -¿Y qué deberíamos hacer nosotras para evitarlo?
     -Enfrentarnos directamente y competir de poder a poder con seres tan primarios nos obligaría a convertirnos en ellos, a endurecernos como se endurecieron las amazonas y a dejar de ser nosotras mismas, niña mía; muy duro trabajo, muy alienante... realmente no compensa. Pero desde que el mundo es mundo, las mujeres siempre hemos podido torearlos agarrándolos bien fuerte por sus dos puntos flacos: lo muy previsibles que son sus reacciones y sentimientos, tan simples y fáciles de satisfacer como los de un niño, y su necesidad imperiosa de sexo, que para ellos significa apenas algo tan elemental como poder penetrarnos, moverse un poco y derramarse. Primero los dirigimos hacia donde nos interesa por medio de nuestras muy superiores habilidades de atracción, seducción y relación, sin que parezca que los estamos dirigiendo, claro, y luego los hacemos enredarse en su propio deseo, dándoles un poco de largas y estableciendo pactos y compromisos duraderos de leal apoyo mutuo, antes de cederles lo único que les interesa de nosotras. Cuando más enredados están les permitimos generosamente, y como un premio a su paciencia, a su dedicación preferente, a su buen servicio y a su delicadeza, que descarguen dentro de nuestro seno toda su energía... Y ahí agarramos al toro: hombre enredado, comprometido, halagado y desenergetizado, hombre dominado.
     -¿Por qué? –preguntó Eurídice.
     -Porque ese momento de vacío, el único en el que el hombre, satisfechos y disminuidos sus invasores impulsos instintivos, se detiene, se relaja y se abre pasivamente y agradecido, deseando mucho, además, que quedes contenta para poder repetir… ese es el momento ideal para influenciarle, para que te escuche, para ligarle más a ti y a tu empresa personal, para sembrar una sugerencia civilizada en él, para conquistar al conquistador, para conseguir que toda esa fuerza potencial dispersa, puro individualismo en bruto, se canalice y se comprometa al servicio de algo útil: al servicio de una mujer, que es lo mismo que decir al de una familia, de una tribu, de una comunidad. Al servicio de la Vida, que es lo mismo que decir de La Gran Madre.
     -Pero si él no se derrama...
     -Si él no se derrama, si en lugar de disolverse se coagula, si su fuego instintivo, en lugar de ser apagado al fecundar tu agua de ternura, como debe ser, asciende al centro de su voluntad convertido en controlado aire de inteligencia… entonces no sólo el varón conserva en sí toda esa fuerza individualista y anárquica, sino que la acrecienta a costa de la tuya, la que sale de ti cuando tú te vacías de tu tensión ardiente, cuando tu tierra se vuelve fértil néctar de vida... y vete a saber para qué usa él todo ese excedente de poder etérico acumulado y cómo influye en ti cuando tú te quedas vacía y abierta... Los ritos taurinos de la religión cretense mostraban como la astucia y la habilidad de la mujer puede dominar el impulso ciego y la fuerza bruta del varón… pero ese toro tuyo, Eurídice, no es nada toreable.
     -¿Por qué no?
     - Porque no se entrega del todo, porque conserva para sí su independencia, porque controla su instintividad... y, a poco que te descuides, acabará dominándote por donde más fuerte y más flaco lo tenemos las mujeres: por el sentimiento, que es nuestra espada de doble filo.
     -Orfeo jamás ha hecho nada conmigo que pueda interpretarse como una manipulación de sentimientos –protestó Eurídice con firmeza-... Y no utiliza toda esa energía acumulada para dominar a nadie, nació príncipe, no necesita más poder; hasta le sobra... Dice que eleva la energía al corazón y a la cabeza y que la usa para componer sus músicas maravillosas... Una vez dijo, exactamente, que con esa energía sublimada gestaba y paría a los hijos de su creatividad.
     -No importa que no intente dominarte, niña mía, nosotras nos enredamos solas en cuanto no podemos controlar. Yo ya te veo bien enredada ¡Pobrecita! te pilló un hombre así en tu primera experiencia... Además de todo ese autodominio suyo, es un príncipe, un artista y con certeza un iniciado, un hombre acostumbrado a hacer lo que le da la gana y que además tiene un intenso femenino interno muy creativo, que le permite un juego de sentimientos mucho más complejo, versátil y sutil que el de la mayoría de los hombres y que no le dejará sentirse completamente solo nunca... tiene todos los condicionantes precisos para hacerte sufrir, a menos que te resignes al papel de segundona... y tú eres una Dríade de clase, además de una chica brillante y encantadora; tu nombre significa “la que rige ampliamente”. La verdad, no creo que pudieras aguantarlo... yo que tú permanecería atenta y sin seguir comprometiéndome, a ver si me mandaba la vida, en la próxima siembra, a alguien más fácil de llevar...
     -No madre –respondió Eurídice con determinación-, lo que la vida me ha mandado ya es Orfeo y yo le agradezco muchísimo que me lo mandara. Y me encanta que sea como es, especial, diferente. Mientras él me quiera como demuestra quererme, yo bendeciré al amor y aceptaré lidar con cualquier inconveniente que pudiese venirme como contrapartida de la felicidad que ahora me da.
     -Eurídice... –finalmente, la Alta Sacerdotisa-Ninfa se decidió a abordar de frente su preocupación principal-... eres una Dríade de la Diosa. No te preparé para el matrimonio griego, ni para ser una mujer común que se conforma con vivir a partir de sus centros básicos, sino para que, después de criar dos o tres hijas para seguirle brindando nuevas sacerdotisas a Nuestra Señora y a nuestro linaje, te consagrases enteramente a vivir como un espíritu inspirador de tu alma encarnada, para que siguieses manteniéndote célibe y soberana el resto de tu vida y concentrada, igual que todas nosotras, en superar las ilusiones del mundo material y vivir en tu Real Ser sirviendo a tu comunidad, desarrollando los centros superiores que te hagan semilla y vanguardia de la Humanidad, a fin de ayudar a ascenderla a un escalón evolutivo mayor, escalón que nuestros descendientes puedan disfrutar formando parte de la élite más pionera y conectada, y para que la disfruten nuestros espíritus también, cuando vuelvan a reencarnar en nuestro linaje, tal como la sabiduría de nuestras ascendientes nos enseñó a hacer…Yo no sé si te estás dando cuenta del inmenso privilegio que significó para ti haber nacido en una cuna y una comunidad completamente propicia para facilitarte la realización del más alto de los destinos.
     -Madre, perdón, perdóname, - musitó Eurídice dejando resbalar una lágrima- …Si que me doy cuenta, sí que lo aprecio, pero ya estoy viendo que no soy digna de esa consagración ni de ese alto destino… soy una ingrata y una mujer común… No puedo pensar en otra cosa que en compartir toda mi vida con Orfeo, disfrutando de él, fundida en él y en el placer y la dulzura de su amor, haciéndonos los dos uno…en verdad siento que estoy totalmente, locamente apasionada…
     -Haces bien en llamarlo locura, -respondió ella suavemente, pero con firmeza y sin tocarla- cualquier pasión es una exageración instintiva y emocional, un delirio propio de seres primitivos, un resto insano del insuficiente desarrollo consciencial de la Raza Raíz Anterior, que sólo desarrolló el Cuerpo Astral…que no fue capaz, siquiera, en su mayoría, de cultivar un mínimo de Mental Concreto, a pesar de que ya tenía que haber llegado a alcanzar el uso de razón en la quinta de sus siete subrazas… Eurídice querida, nosotras somos Arianas de una Cuarta Subraza ya bien avanzada, y Arianas Lunares de la más alta clase, recuérdalo. Si no conseguimos superar las pasiones, disciplinar y filtrar el sentimiento y el pensamiento, conseguir la impersonalidad y la neutralidad, aceptar y enfrentar con ecuanimidad todo lo que venga del Juego de la Vida y ampliar la percepción del Mental Superior hasta que se haga plataforma adecuada al desvelamiento de la Visión del Ser, acabarán haciéndolo antes (en lugar nuestro y a su manera) nuestros primos, los patriarcalistas griegos de la Quinta Solar.
     -No insistas, madre, por favor, por favor –gimió ella con vehemente dolor-. Me sé de memoria desde niña toda la teoría evolutiva de las Hijas de la Diosa hasta conseguir encarnar conscientemente  la Diosa, pero me siento incapaz de aplicarla a mi momento presente, que sólo aspira a poder vivir las ilusiones que vive cualquier campesina enamorada... Yo ya no me veo más pudiendo vivir sin Orfeo, no me veo ni quiero verme. Me muero de vergüenza, mas debo reconocer que no tengo evolución suficiente para ser una buena sacerdotisa, a pesar de ser hija de alguien como tú… lo siento, lo siento mucho… Pero ¿Sabes? – levantó la cabeza y la miró -Estuve pensando mucho en que tal vez igualmente podría servir a nuestra comunidad casándome con un príncipe de Tracia al que amo y estimulando a la corte a promover el culto de la Diosa y a devolverle Su antiguo prestigio y privilegios.
     - …Eso no estaría nada mal, si saliese bien… -se resignó a responder, cambiando de tono, la Alta Sacerdotisa, al ver claramente que no había nada más que hacer por ahora con Euridice-… No sería la primera vez que eso sucediese en la historia de los pelasgos…y podría compensar un poco tu renuncia al sacerdocio… pero en tu caso es una cuestión muy problemática, mi hija. El padre de Orfeo, un rey con tendencias bien patriarcales, y su madre, que es una sacerdotisa olímpica, te verían enseguida como una clara rival política, como una peligrosa influencia de la tradición matriarcal para su hijo, el príncipe heredero… Si persistieses, te irías a enfrentar con un gran reto.
     -Si un hombre así supusiera un reto mayor que lo común, yo confío en mí misma lo bastante como para asumirlo... Y no necesito redoblar precauciones ni desplegar estrategias, ni forzar ningún control para obtener ilusión de seguridad: lo que venga del amor para mí, bienvenido sea; y lo que no venga, es que no era para mí.
     -Ya veo que estás, no enredada, sino enredadísima con ese hombre –dijo la Gran Sacerdotisa Ninfa con pena, moviendo la cabeza–. En fin, allá tú... Pero por favor, niña, mantente prevenida y cuenta siempre conmigo cuando necesites reflexionar acerca de vuestro proceso y, sobre todo, acerca de tomar decisiones.
     -Óyeme bien, Eurídice querida- siguió con la mayor seriedad-: La pequeña vidita de tu personalidad no es importante, es una ilusión pasajera y prescindible; pero tu relación con Orfeo es una relación delicada entre el Colegio de la Diosa más antigua de este país, y el Colegio de los nuevos dioses que nos vinieron del extranjero. Y eso sí que es importante.- terminó, con un tono que dejó clara e incuestionable la aristocrática autoridad de su cargo.
     -Lo único que deseo es continuar amándolo como lo amo aquí y ahora, madre, con total confianza y sin preocupaciones, mientras sea posible. Seré cuidadosa con lo que te parece importante, puedes estar segura, pero mantenerme demasiado prevenida sería salirme de la evidencia que siento de que él y yo somos el mismo ser y lo seremos siempre.


4- EL AGUA:

La mente de la Gran Sacerdotisa estaba convencida de la veracidad y sabiduría de cuanto se le había ido transmitiendo desde sus distintas maestras de vida, desde sus Iniciadoras y desde las intuiciones que sus Guias Espirituales dejaban en ella: Mientras la antiquísima sociedad matriarcal había vivido de una manera austera, sencilla, familiar y comunitaria, siempre compartiendo con todos los miembros del propio clan cuanto tenían o adquirían, aquel sistema se mostró bastante eficaz: el individuo no significaba nada, apenas una célula de un cuerpo mayor, tal como lo eran las abejas en relación a la colmena, y la tribu lo era todo. La Gran Diosa Triple, por sus tres aspectos de creadora, transformadora y destructora, doncella guerrera, matrona ninfa y anciana sabia, luna creciente, llena y menguante, gobernaba el mundo con sabiduría emocional, distribuyendo su gran amor y protección sin reservas entre todos sus hijos. Las relaciones entre ambos sexos eran bastante igualitarias porque las mujeres sabían gobernar flexiblemente, contornando la más dura oposición como el agua contorna la roca, siempre buscando un camino de menor resistencia para deslizarse hacia sus objetivos, siempre convenciendo o negociando, sin forzar imposiciones, mucho mejor entrenadas que los varones, durante milenios de estrecha y muy política vida comunitaria, por el juego de relación comunicativa, colaboradora y diplomática entre ellas. Por lo contrario, los hombres salían a cazar lejos del hogar, lo que era una actividad silenciosa y solitaria, o de grupos que tenían que organizarse jerárquicamente de una manera más rígida y hasta autoritaria, para poder trabajar con una estrategia unificada y precisa sobre situaciones de urgencia y hasta de riesgo de vida.
Desde muy niña, Eurídice había sido instruida para Sacerdotisa Dríade por su propia madre, que era una Ninfa de alto rango, una gran señora procedente de un ininterrumpido linaje de Dríades que había gobernado Tracia muchas veces, antes del advenimiento del patriarcado. Ella, ante todo, fue su mejor modelo vivo para desarrollarse como futura digna hija de la Diosa, el destino que más natural le parecía para sí desde siempre. Además, su madre le fue contando, primero por medio de fábulas para críos y después como una verdadera maestra-amiga, las historias del pasado, el sentido de la honra, del valor y de la prudencia, las costumbres de la tribu, el orgullo de su linaje y de su género y las claves del natural predominio social de la mujer sobre el hombre. En la civilización, la tierra era de las mujeres, ya que fueron ellas las que, desde hacía milenios, se habían ido encontrando en su actividad recolectora las plantas nutritivas, medicinales y de poder. Ellas eran quienes habían ido aprendiendo, tras muchos experimentos traumáticos, a pulir su sensibilidad y a fortalecer sus emociones para utilizar las sustancias mágicas adecuadamente, con lo que conseguían entrar en la pequeña muerte del trance sin perder la consciencia, a fin de viajar por las dimensiones ocultas de la realidad y recibir inspiración, apoyo anímico e instrucciones prácticas para progresar, provenientes de la variada Jerarquía de Yos Superiores que poblaban las múltiples Moradas Dimensionales de la Gran Madre Misericordiosa. Las Mónadas, o Espíritus encarnados en almas individualizadas, que inspiraban a las sacerdotisas más devotas, aquellas que conseguían una buena comunicación con el invisible Maestro Interno -el masculino interno que moraba en cada una- acababan contactando, a través de él, con la Dimensión de los Espíritus Iniciadores, los Ancestros de la Raza y, en su nivel superior, los Hermanos Mayores de la Humanidad, todos ellos devotos hijos de la Madre Universal en diversas densidades de consciencia.
Los Guías de la Rama Lunar, especialmente, eran muy superiores en poder y sabiduría a los mejores de los hombres comunes que poblaban el mundo. A pesar de que no tenían cuerpos físicos, podía llegar a establecerse con ellos una relación amorosa tan libre y sutil como altamente gratificante. Los Espíritus Iniciadores habían enseñado a sus iniciadas como invocarles a voluntad con el poder del Verbo y a través de la música, las danzas sagradas y las bebidas visionarias. Era para ellos un gran esfuerzo corporizarse en una forma, ya que se veían obligados a disminuir enormemente su frecuencia vibratoria y no conseguían mantener sus apariciones sino por breve tiempo, pero las bebidas de poder aumentaban, también por corto tiempo, la frecuencia de las chamanas y podían comunicarse con ellos en la Dimensión Intermedia. Este intercambio acabó convirtiendo a las tribus matriarcales en centros de cultivo de una alta cultura mística y artística, lo cual “estaba como programa en vuestros arquetipos, desde que la Raza Ariana fue fundada junto a las orillas del remoto mar de Gobi”, decían misteriosamente los Guías. Aunque ninguna de ellas se pudiese imaginar donde quedaría aquel mar, las abuelas de los clanes suponían que debería ser en Asia, de donde habían venido sus ancestros. “..Seguramente, mucho más al oriente que el Cáucaso”, apuntaban, recordando antiguas sagas narradas junto al fuego. Para las Dríades tracias, el Cáucaso era sólo una referencia medio mítica, el extremo del mundo, donde nacía el sol, así que aquel mar de Gobi debería estar envuelto por las tinieblas de la noche…o tal vez por las de los Infiernos, el útero planetario a donde La Gran Diosa Madre se llevaba a los muertos para gestarlos y amanecerlos de nuevo. “Cada Raza de Consciencia Evolutiva, o Raza Raíz, evoluciona, a su vez, a lo largo de siete Subrazas, que, a veces, coinciden en el tiempo” –habían contado los Espíritus Iniciadores, a través de visiones, durante los trances más profundos y reveladores- “…vosotras, descendientes de los caucasianos del sur, estais desarrollando la Cuarta Subraza, que tiene carácter femenino. Los descendientes de los caucasianos del norte, ya están desarrollando, a su vez, el carácter masculino de la Quinta Subraza Aria”. “De inicio, norte solar y sur lunar chocarán, como ya han chocado los griegos con los pelasgos, pero después encontrarán su complementaridad en sus descendientes comunes. La Sexta Subraza será una bella síntesis de esas dos polaridades de almas, y la Séptima, más allá de cualquier polaridad, reencontrará la Unidad, después de ir hasta el fondo de sus contradicciones durante la Noche más Oscura, a fin de agotarlas y, una vez separados la cizaña y el trigo, superarlas y elevarse colectivamente en un Amanecer Glorioso, identificándose, ya no con sus almas, sino con la Mónada, con el Espíritu Divino que anima, instruye y encamina a las almas”. Al parecer, después de desarrollar hasta su auge su Séptima Subraza, culminaría el ciclo de la Raza Raiz Ariana Común y entraría en decadencia hasta su desaparición o hasta la conversión de sus más evolucionados hijos en aquello que vendría después, ya que, para entonces, una nueva Raza de Consciencia Evolutiva ya estaría, dirigida por un Iniciador, designado por los Espíritus Cultivadores de la Humanidad, desarrollando en orden a cumplir sus objetivos las primeras de sus siete Subrazas, y así es como se despliegan las potencialidades del Ser eternamente, a través de Sus distintas Jerarquías de Consciencia, tanto en éste como en muchos otros de Sus planetas o planos.
Los Guías también habían advertido a sus mediums que debían aprender a distinguirles de otras entidades de la Cuarta Densidad de la consciencia que, a pesar de su alta evolución, todavía estaban contaminadas de egoísmo y conpetición y que utilizaban a los seres humanos de Tercera Densidad exactamente como los hombres y mujeres comunes utilizan a los animales domésticos de Segunda Densidad: para explotarlos, usándolos como instrumentos de sus trabajos y estrategias en el plano físico, y para alimentarse de ellos. (Ya no de su carne, porque ellos ya no tienen cuerpos de carne para nutrir, más de sus vibraciones mentales y emocionales, muy especialmente de aquellas que expresan desorientación, miedo, culpa , sufrimiento, preocupación, juicio, rencor, rabia y todo tipo de agresividad, morbo y negatividad): "- Los espíritus que alcanzan la Quinta Densidad de la Consciencia, como aquellos de la Cuarta Elevada, ya tienen una comprensión integral de que Todo es Uno y, por tanto superaron cualquier ilusión de separatividad y viven en el amor a todo, porque saben desde la Esencia de su ser que nada existe que no sea una extensión o reflejo de sí mismos."- transmitían los Mentores- "...Sin embargo, guardaos de nuestros congéneres de la Cuarta Densidad Baja, porque todavía es un campo de energía mental de aprendizaje básico: En sus estratos densos vibran consciencias que, a pesar de su alta frecuencia, si comparada con la vuestra, están poseídas por el virus de la dualidad y de la soberbia, y ésto las hace sentirse separadas del resto de los seres de la Creación  e incluso superiores a la mayoría de ellos, lo cual las mantiene en una absurda competencia entre sí o frente a las otras entidades conscienciales de su misma Cuarta Densidad, como nosotros, que ya superamos la dualidad y vibramos en estratos más altos, cada vez más unificados con la Gran Onda Cósmica del Amor Universal y más llenos de compasión hacia ellos."-
-"Sabed que sólo hay una manera de evitar ser manipulados, influenciados, hipnotizados, poseídos, obsesionados, explotados y chupados por los vampiros energéticos de la Tercera y Cuarta Dimensión"- explicaban los Guías- "Renunciar a juzgar, al mismo tiempo que observar y reconocer los pensamientos y sentimientos negativos que ocupan vuestras mentes (los más poderosos vampiros son los propios) y entregarlos al Yo Mayor para que los transmute. Desistir de buscar culpables o de culpabilizarse, perdonar a todos y a todo y perdonarse, a fin de vivir concentrados en el Amor Incondicional. Teneis que aprender Higiene Mental, ya que, sin ella, poco o nada podemos protegeros: Un alma de Tercera Densidad, como las vuestras, se convierte, cuando vibra en la unicidad, en un alimento nada apetecible para las consciencias de la Cuarta, que todavía nutren su vicio de la dualidad absorbiendo la droga llamada vibraciones de dualidad."-
Aquella comunicación interior con las entidades o identidades interdimensionales complementarias más profundas y elevadas de sí mismas en la Unidad del Ser, había hecho convertirse a las matriarcas más conectadas y sabias, además, en descubridoras, mantenedoras y administradoras de la agricultura, de la medicina, la higiene, la organización y el gobierno de la comunidad. Por eso era herencia femenina la tierra cultivable. Decía la madre de Eurídice: "la tierra es de quien la trabaja". Las mujeres comunes de aldeas y pueblos la hacían producir, distribuyendo los trabajos individuales y pactando los colectivos, ya que sus actividades eran sedentarias y las de los hombres nómadas. La sucesión era matrilineal, los hijos eran propiedad y mano de obra al servicio de la madre, que se pasaba veinte años de su vida engravidada, pariendo, amamantándolos o cuidándolos y que era, naturalmente, la única transmisora del nombre y el linaje, ya que siempre se sabía quién era la Madre, palabra sagrada, pero uno podía ser hijo de cualquier padre, palabra profana y poco significante. Cuando los hijos varones llegaban a la adolescencia eran apartados de sus madres, se les hacía personas concediéndoles individualidad con un nombre propio y comenzaban a ser iniciados por los veteranos a la vida de cazadores, pastores y guerreros. Desde temprana edad, los jóvenes vivían en la amplia caserna de los hombres, que guardaba el principal acceso al poblado, y se encargaban de la caza, pesca, pastoreo y defensa del ganado y del territorio, así como de estimular, con su fuego sensual, la facultad de crear vida y civilización que residía en lo femenino, el género superior del que los hombres procedían y al que eran visceralmente impulsados a regresar siempre. En cualquier choza a la que contribuía con su trabajo de defensa y caza, un hombre podía pedir abiertamente y sin reparos la hospitalidad femenina, que implicaba alimento, bebida, descanso y también sexo, si alguna mujer de la casa estaba dispuesta a responder al galanteo, ya que aún no existía la monogamia. Y si respondía que no estaba dispuesta, se respetaba con la mayor consideración, y sin osar insistir, su derecho y privilegio de decidir y escoger libremente sus preferencias. El hombre que, a su vez, prefería la seguridad de disponer de una casa estable que le proveyera de sexo frecuente y de alimentos vegetales bien cocinados, que dieran sabor a sus viandas de carne, tenía que mudarse a la tierra y a la choza dirigida por una mujer común que lo aceptase y luego, contribuir con su trabajo y su defensa a la alimentación y cuidado de los padres de su señora y de sus hijos (aunque le fuese imposible reconocer si eran también los suyos). Si había un exceso de mujeres en la casa se practicaba la poligamia, generalmente sólo entre las hermanas, para el varón librarse de mantener más de una pareja de suegros. La autoridad de la suegra era tan grande y temible que el yerno ni la podía mirar directamente a los ojos. También existió la poliandria las pocas veces que sobraban los varones, quienes no duraban demasiado tiempo vivos, por causa de la vida riesgosa y dura que llevaban. De cualquier modo, las mujeres, cuidando siempre de mantenerse soberanas e independientes, podían tener todos los amantes que quisieran o pudiesen. “Y esa es la fuerza que tiene la mujer sobre el hombre”, concluía la madre de Eurídice, poniendo sobre su vientre una mano, en la cual había formado un círculo con el pulgar y el índice. La libre promiscuidad era corriente entre los jóvenes de ambos sexos sin hijos y entre todos los miembros de la tribu, en general, durante las orgías rituales que se celebraban en las noches de luna llena, estimuladora de los instintos carnales. Para evitar la consanguinidad, la comunidad se dividía en varios clanes, que se distinguían con nombres de animales, tatuajes, pinturas corporales  o amuletos. Había un tabú de incesto que impedía escoger pareja dentro del propio clan. Una mujer-centauro no podía tener relaciones con un hombre de su mismo Clan del Caballo, que se consideraba como su hermano. Tenía que buscarlas entre los hombres-cabra, los hombres-árbol o los hombres-pez, por ejemplo. Las viejas leyendas caucasianas decían que, en los tiempos más remotos, los Hijos del Cielo venidos de las  Estrellas habían cruzado su semilla sexual con la de distintas especies de animales de la Tierra, hasta que obtuvieron homínidos y luego, los primeros representantes de la actual especie humana, a fin de servirse de lo más avanzado de ella como vehículo terrenal o avatar de sus consciencias para liderar este planeta, y de los especímenes menos avanzados como puros siervos. Los nombres de los clanes recordaban aquellas pruebas y experimentos.
Las sacerdotisas sabían que vivían en el seno generoso de la Gran Madre Nutricia, y que Ella cuidaba siempre de que en la tierra hubiese abundancia sobrada para todos. A pesar de la natural diferencia entre los grados de consciencia, existía un cierto comunismo distribuidor de bienes y servicios entre toda la comunidad. Como los numerosos miembros de cada clan eran familia, todos trataban de complacer y apoyar a todos, porque todos trabajaban y repartían entre todos. Por causa de eso, no se veían grandes diferencias entre los bienes con los que contaba cada vecino. Se contaba también que, entre los antiguos caucasianos, cuando un miembro de la comunidad ya no podía valerse mínimamente por sí solo, se retiraba a dejarse morir en la montaña o sus mismos hijos lo envolvían y lo arrojaban a un precipicio. Ya con muchos más siglos de civilización matriarcal, las costumbres habían mejorado y el anciano o impedido podía, simplemente, pedir a las sacerdotisas que le aliviaran de la vida senil con una pócima indolora para no ser una carga, lo cual era muy aplaudido, ya que se consideraba que la muerte era apenas una puerta por la que el alma regresaba al Seno de la Gran Madre para, en lugar de tener que seguir soportando el cuerpo ya inservible, recibir de Ella un nuevo vehículo, con el que la Divinidad pudiese seguir jugando Su Eterno Juego de la Vida y el Descubrimiento de la combinación de Sus infinitas posibilidades reflejada en los variadísimos espejos de Su Creación, que es lo mismo que la expansión continua de Su Vibración Manifestada. Cuando la tribu crecía demasiado, se escindía, igual que las abejas u hormigas, y un grupo compuesto por gentes de dos clanes diferentes, dirigido por la consciencia de una joven Madre, iba a poblar un nuevo territorio. Eso ya había sucedido muchísimas veces, y la semilla de la Raza Ariana se había ido desplazando por la ancha Asia, a cada nueva Subraza, desde la mítica Hiperbórea Original hasta el extremo Occidente, donde Europa comenzaba en la Tracia.

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Cuando aquí se habla de una Raza Evolutiva  nos referimos a una Raza de Consciencia, a un Nuevo Paradigma que se desarrollará durante milenios, creando, mezclando y transformando culturas y civilizaciones, y no a algo tan superficial, efímero y cambiante como un linaje de sangre o un color de piel. Los mitos más arcaicos que contaban y recontaban a sus nietas las tatarabuelas de los clanes tracios, embelleciendo cada vez la narración, aseguraban que la Primera Subraza Aria, que se desarrolló en la Hiperbórea, a las orillas del nebuloso Mar de Gobi, acabó conquistado el Norte de la India desde allí. La Segunda Subraza llamados los Cimerios, Gómeres o Gamirri, establecidos en Asia Central pero posteriormente desplazados por los Escitas de las estepas de Mannae y Gamir, invadió y dominó Urartu y el país fértil que había al Sur del Tigris y el Éufrates, tierra muy antigua, de nombre olvidado, pero a la que los Cimerios llamaron Cimer o Sumer. Era allá donde se contaba que, antes del diluvio, cuando todavía nuestros ancestros eran casi bestias, algunos de los poderosos Hijos del Dios del Cielo, al que llamaban Anu, se habían juntado con las Hijas de los Hombres, mejorando su linaje y ampliando sus conocimientos, a fin de que los alimentasen con las vibraciones emanadas de sus cultos, ofrendas y emociones. Los antiguos Sumerios decían que el estelar Enki, uno de los hijos de Anu, había robado el fuego de la consciencia divina para convertir los humanoides por él generados en hombres. Los andariegos antepasados de los Tracios acabaron por juntar aquel nombre sagrado con el de otros benefactores posteriores de sus muchos linajes, lo que acabó dando, finalmente, en Prometeo.
La Tercera Subraza inició la dinastía del Imperio Iranio en la Meseta de Arya en Persia, y sus distintos pueblos fueron los primeros en darse a sí mismos el nombre-objetivo de Arios, que acabó significando "Señores de sí mismos", es decir, gente autoconsciente, evolucionada, que es capaz de pensar libremente por sí misma, y no nobles aristócratas o señores de siervos, como algunos vanidosos dicen.
 La Cuarta y Quinta Subrazas poblaron el Sur y del Norte del Cáucaso, la tierra de Prometeo, y volvieron a dominar, como élite gobernante, a los Sumerios y a sus descendientes, los Acadios, y a emparentar con las aristocracias martiarcales o patriarcales de muchas otras naciones. La llamada Quinta Subraza Solar, los antepasados de los griegos, se estableció al norte de la nevada cordillera, en las altas Osetias primero, y luego en las amplias y frías estepas que se extienden entre el Mar Negro y el Caspio, vecinos y enemigos de los nómadas Escitas, pero tan ganaderos y patriarcalistas como ellos. …Mientras que la Cuarta Subraza Lunar, descendientes, como la Quinta, de los Cimerios, lo hicieron al sur de ella, en las húmedas tierras de Colchis, también llamada la Cólquide, bien propicia para la agricultura, separada por pantanos del Mar Negro y, más hacia el interior, en la Iberia Asiática que mucho después se llamó Georgia, por causa del tótem que les distinguía, el lobo, “gorg”, el que aúlla a la luna.
 …Los matriarcales sureños, adoradores del lobo y de la Gran Madre Lunar se habían extendido después hacia el sur, por los actuales Armenia y el Kurdistán y hacia el oeste, a través de la quebrada Anatolia, llegando a invadir temporalmente las tierras de los primeros Hititas y Mitannios por lo que ahora se llama Frigia, Lidia y la Jonia y hasta quisieron fundar una Nueva Gamir en Capadocia. Habiendo avistado un día sus exploradores el Tálaso o Mediterráneo desde las últimas cumbres occidentales del Asia Menor, sintieron total fascinio por la belleza de aquel Gran Verde en sus sensibles almas de estetas y poco después bajaron a poblar más o menos pacíficamente los bellos litorales e islas de la margen nororiental del gran mar interior. Estaban tan felices como si hubiesen llegado al paraíso marítimo, prometido por sus ancestros de las primeras Subrazas Arianas del llamado Mar de Gobi, que nadie recordaba más, de quienes los Guías Iniciadores decían que vivían frente a una isla que se consideraba sagrada, desde que descendieron en ella los civilizadores Señores de Venus y otros planetas, evolucionados Hijos del Cielo, probablemente los mismos iniciadores de los Sumerios. Claro que aquellos lugares y orígenes celestes parecían ahora tan remotos e increíbles, que las jóvenes generaciones los consideraban puros mitos inventados por sus abuelos para dar algo de importancia a su sencillo linaje de pastores nómadas… Quien sabe cómo habría sido contada la primera historia y en lo que se habría convertido después de milenios pasando de boca en boca junto a las hogueras. Los nuevos mitos que se encontraron los caucasianos lunares al comenzar su contacto con los pueblos ribereños del Tálaso también narraban que, durante la Era que había precedido a de las emigraciones arias, se habían desarrollado en todos los litorales del Mediterráneo o Gran Verde (que entonces eran muchísimo más extensos porque se extendían alrededor del Mar del Sahara), unas gentes sociables y sabias que pertenecían a la Sexta Subraza de la Raza Raiz anterior, lo que daba para entender que se trataba de espíritus relativamente muy evolucionados. Esta Sexta Subraza anterior estaba dividida en muchas tribus y naciones diferentes, audaces navegantes y colonizadores, que se habían salvado, al parecer, de una Gran Inundación del pasado. En su conjunto, eran conocidos como Acadianos, por la lengua general en la que comerciaban, tal como los semitas que habían ocupado la Baja Mesopotamia después de la primera Sumeria. Los Acadianos de Asia Menor y de su litoral mediterráneo ofrecían, como los Sumerios, Fenicios y Asisios, sacrificios de bebés a Moloch-Baal-Zebul y otros Hijos del Cielo, sus mentores, para evitar la repetición de nuevas catástrofes, pero tenían fama de ser gente de palabra, comerciaban desde la tierra de Canaán con Egipto, Creta, el Egeo y Frigia, eran capaces de navegar hasta la Liguria y el Gran Océano Occidental, y hasta presumían de haber conquistado, en un remoto pasado, una gran isla que existió en su centro, habitada por los descendientes decadentes de una espléndida civilización imperial de semidioses.
Por su parte, los sureños lunares de la Cuarta Subraza Aria recién llegados junto a ellos, eran tan bellos y artistas, sus mujeres tan sabiamente seductoras, sus músicas y danzas tan atrayentes, que en toda parte donde se presentaron fueron, en general, muy bien recibidos por los nativos acadianos, quienes llegaron a ser sus maestros en las artes de la pesca y de la navegación, después de que se fundieron fácilmente en amor y armonía con las hijas e hijos de aquellos experimentados marinos. Tras su mezcla, tanto los acadianos como los caucasianos de litoral acabaron siendo conocidos en conjunto como “los Pelasgos”, o habitantes del Piélago, otro nombre para el mar; aunque dicen ciertos doctos que pelasgos significa, simplemente, “los Antiguos”. De esta forma, pues, había ido transcurriendo la Era de Aries, la del impulso inicial de la Raza Aria o Ariana por crecer, sentar un modelo evolutivo nuevo y expandirse por el mundo. Entre las distintas sociedades independientes, ya reinos o repúblicas, que conformaban la Pelasgia en todas las orillas de la porción del ancho brazo del Mediterráneo Oriental que después se llamaría Mar Egeo, el estado y cultura de mayor hegemonía era, sin discusión, desde unos siete mil años antes, la desarrollada talasocracia matriarcal de la isla de Creta.

Después de que los arios lunares se mezclaron con los acadianos y sus descendientes se hicieron pelasgos, sus divinidades principales eran La Gran Diosa caucasiana de siempre,  Astarté para los asirios, ahora en Creta Diosa del Mar, llamada Pontia o Agua, y su hijo Dionisio-Zagreo, al que se representaba bajo la forma de un toro vivo o de un Becerro de Oro, tótem tal vez de origen sumerio y de la era astrológica anterior, símbolo sirio de Baal-Zebul, El o Eloáh, Señor de la Lluvia y Príncipe de la Tierra, o cananeo de Moloch, Dios del Trueno y del Fuego o del Alma aprisionada en la materia desde el principio del tiempo y, por tanto, oscurecida. El hijo varón de la Diosa, el toro sagrado, encarnado en el rey-sacerdote Minos, que se unía a la reina-ninfa, al igual que los hijos varones recién nacidos de las ninfas y sacerdotisas de su culto, continuaban siendo sacrificados cada primavera o cuando había crisis, bien quemados dentro del horno del Ìdolo, o despedazados, como ofrenda etérica a las poderosas entidades de Cuarta Densidad que se alimentan de las vibraciones de miedo y sufrimiento de las almas humanas de la Tercera, que son, para ellas, algo así como su ganado. Se les sacrificaban los niños varones y los jóvenes tal como se sacrifican en las colmenas los zánganos tras el apareamiento, lo que aseguraba el predominio femenino como sexo superior, imprescindible para la vida. Parte de la carne era asada y devorada por las oficiantes del rito, reproduciendo antiquísimas costumbres tribales antropófagas y otra parte se colocaba en los surcos del arado, para asegurarse el favor de sus mentores y una buena cosecha a toda la comunidad. Tras una larga evolución, a la élite de la opulenta sociedad cretense, ya arianizada, le fue pareciendo ruda y antiestética la antropofagia y también encontraba cada vez más doloroso el tener que mandar al sacrificio a sus propios hijos; de manera que empezaron a exigir a aquellos pueblos pelasgos que estaban bajo su dominio, un tributo anual de jóvenes para la Diosa y su Hijo, siendo más apreciados los descendientes de las élites sumisas al Imperio, pues la mejor forma de control es el miedo que obliga a negociar a quien tiene posibles para ello: Así es como surgió la leyenda de las víctimas que devoraba el Minotauro en el Laberinto.
El Minotauro, que representaba el poder de la Cuarta Subraza matriarcal, fue finalmente vencido por el héroe griego Teseo, representante de la Quinta patriarcal.


5- EL HIJO

     -Eurídice, mi amor, vengo a despedirme...
     -Antes de despedirte, salúdame, hombre- dijo ella alegremente, rodeando su cuello con los brazos -dame un beso. Él correspondió al abrazo, la besó, la miró con pena y dijo:
     -Mi amor: esta vez me voy a un largo viaje y pasará mucho tiempo hasta que nos veamos de nuevo... Me marcho a la Cólquide con Jasón. Pasado mañana, al amanecer, salgo en un barco para encontrarme con él en Yolkos.-
Eurídice era menuda, siempre alegre y llena de gracia, cariñosa y muy femenina. Su hermoso cuerpo, que aún recordaba su adolescencia, ocultaba una personalidad voluntariosa y bastante madura para su edad.
     -La Cólquide... ¿Me puedes recordar donde queda, Orfeo? ¿No es verdad que está muy, muy lejos?-
     -Pues hay que embarcarse y recorrer toda la costa de Tracia y las islas de Lemnos y Samotracia; cruzar el Helesponto sin que se enteren los troyanos y luego el Mar de Mármara; pasar el Bósforo y orillar la Bitinia en dirección al este, siguiendo más allá de los países de los Mariandinos, los Henetes, los Paflagonios –él iba contándolos con los dedos-; rebasar los de los Calibeos, los Tibarenios, los Mosinos y el de las Amazonas... todo eso costeando el Mar Negro hacia su extremo suroriental, hasta llegar a unos húmedos valles al pié suroeste de la cordillera del Cáucaso. Entonces entrar con el mayor disimulo por la desembocadura pantanosa del río Fasis, el que separa Europa de Asia, hasta Eea, la capital de los colquídeos, que está en el interior. Allí tendremos que conseguir, por las buenas o por las malas, un importante trofeo para nuestro prestigio... Y después arreglárnoslas para volver, claro, que es lo más complicado.-

     -¡Pero Orfeo, eso es de verdad lejísimos! – Eurídice estaba asustada- Y si te vas con los griegos, la mayoría de esas zonas deben ser aliadas de los troyanos e hititas y enemigas para ellos. Habrá peligro de muerte. O de ser esclavizado.-
     -Sí lo hay, pero van los más selectos campeones de Grecia en la expedición.-
     -¿Por qué te gustarán tanto los griegos, Orfeo? Tu eres un hombre sereno, dulce, cultivado, incluso trascendente, y ellos son tan agresivos y patriarcalistas... durante milenios tuvimos una civilización equilibrada, cada sexo en su lugar, la mujer dentro, dirigiendo los fundamentos de la vida y manteniendo el orden, el rumbo y la evolución de la comunidad, el hombre en el exterior, protegiendo el territorio, apoyando y sirviendo, igual que los leones a las leonas y sus crías. Los griegos están queriendo que el hombre lo dirija todo y que la mujer se convierta en una callada esclava del hogar de su “esposo y señor”... Tú sabes que, cuando el hombre es mandón, la armonía se rompe y el mundo se convierte en una competición despiadada, en un campo de batalla.-
     -Mi amor, es sólo un movimiento de la eterna ley de la balanza... el mundo se está expandiendo por causa de los adelantos en la navegación, salimos del huevo del mar Egeo, donde estábamos confinados hasta ahora... nos extenderemos por el este hasta el Cáucaso y tal vez un día Persia y la India y por el oeste hasta el Océano y más allá, si es que hubiese un “Más Allá del Océano”. Y es natural que en las fases expansivas como ésta predomine el impulso masculino... pero, tras la expansión, todo se reequilibrará de nuevo en un universo más ancho, puedes estar segura. Y en el equilibrio universal y en su estabilización, la Gran Diosa volverá a imperar, sostenida y servida amorosamente por todas las potencias del cosmos. Ella imperará para ir gestando en la sombra, lentamente, las semillas selectas de un nuevo paradigma, hasta que llegue la hora de hacerlas brotar y crecer, tras lo cual seguirá otro nuevo período de impulso del aspecto masculino de la Divinidad y de expansión constructiva de civilizaciones mundiales….Así es, en un eterno balance, como las escuelas iniciáticas dicen que siempre se han desarrollado los ciclos de la historia, Eurídice.-
     -...Pero además…-insistió ella-… ¡El Cáucaso!… Esas son las montañas míticas de donde dicen que vino nuestra raza! Es como un retorno a los orígenes… ¡Y por lo que cuentas, está en el extremo del mundo! …vamos a separarnos por mucho tiempo... ¿qué es lo va a pasar con nuestro amor?-
     -Nuestro amor es lo mejor que me ha llegado hasta ahora y ha resistido ya varias largas separaciones, Eurídice. Cuando marché a instruirme con Quirón en la Fraternidad de los Hijos de Cronos, cuando fui a recibir los misterios de Samotracia y Eleusis, cuando estuve en Egipto... Yo pasaba meses o años fuera, regresaba, te encontraba y era como si nos hubiésemos despedido la tarde anterior...-
     -...Sin embargo -siguió, acariciándola-, hoy sé que todos esos viajes formaban apenas parte de mi aprendizaje teórico, querida mía... Estaba faltándome, realmente, la práctica de lo aprendido. Y una práctica frente a la realidad misma... Lo que siento en este momento es algo muy diferente a la emoción de los descubrimientos simples y básicos de la primera juventud. Ésto que me está ocurriendo ahora forma parte de mi manera de ser, o de mi destino.-
     -Pero ¿qué es? ¿Qué es lo que te ocurre?-
     -Es una insatisfacción... y un impulso que me corroe, amada. Es una fuerza que hay dentro de mí que, si no la uso para correr por el mundo, para cambiar, para crear, para desarrollar mis potencias y posibilidades, para volar alto, en fin... me va a hacer reventar.-
     -Pero vas a asumir un gran riesgo, Orfeo, a mí me parece que estás queriendo dar un salto hacia lo desconocido, hacia el vacío, a ver qué es lo que pasa... y eso puede ser muy constructivo, te puede abrir nuevas puertas... o muy destructivo, te puedes perder o perder lo que ya tienes... y ahora mismo estás bien respaldado por tus padres y tienes un trono esperándote.-
     -Sí, ninfa mía –suspiró él-, pero como dijo Quirón, los dioses no se preocupan por aquél que ya tiene padres que lo van a hacer por ellos. Y si me quedo en la seguridad de mis padres ya sé lo que me toca: más de lo mismo hasta que tenga cuarenta años...- Se desprendió suavemente de ella y dio algunos pasos por la estancia, como nervioso. Luego se volvió, mirándola de lado:
     -Tengo algo más que contarte, amor. Te va a sorprender. Es mejor que te sientes.-
     -¿...Qué es? –musitó Eurídice, súbitamente preocupada.
     -Que he renunciado a mi derecho al trono en favor de mi hermano -dijo de un tirón Orfeo, mirándola a los ojos.
      -¡Pero cómo!... ¿Y por qué?-
     -Porque quiero ser rey de mí mismo, Eurídice. Porque aspiro a vivir mi propia vida y no la de mi padre, que es la de mi abuelo... porque no quiero ser casado con quien no quiero, a causa de razones de estado... –siguió dando vueltas por el cuarto, luego se paró en su centro, la miró y dijo:
     -Ya está hecho. No voy a ser rey de Tracia. Seré músico, bardo, un bardo aventurero, rey de sí mismo, un hombre libre, un artista... Sí, eso es lo que quiero ser: un artista de la vida.-
 Contra lo que esperaba, Eurídice sonrió, vino hasta él y le echó los brazos al cuello.
     -Artista de la vida ya lo eres ahora, amor -dijo-. Tendrás que convertirte en el rey de los artistas.-
     -¿No estás decepcionada porque haya renunciado a la corona? –se extrañó Orfeo- Te había prometido que serías mi reina.-
     -Seré la reina de un rey de artistas. -dijo ella sin dejar de sonreir. Orfeo la abrazó con toda su alma, profundamente conmovido por la manera en que le amaba: ella lo quería por él mismo, fuesen cuales fuesen sus circunstancias. Se adaptaba a ellas y lo aceptaba como él quisiese ser. A plena confianza.

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Horas más tarde, abrazado con deleite al cuerpo desnudo de Eurídice y sintiendo todavía la cálida vibración de sus recientes juegos de amor, Orfeo recordaba con gran agradecimiento la maravillosa manera en la que Eurídice le había mostrado que le quería tal como él era, aceptando sin alterarse su renuncia al trono. Por eso se entristeció al pensar lo que aún tenía que decirle:
     -Me gustaría que esperaras por mí, alma mía, pero no puedo pedirte que lo hagas.-
     -¿Por qué no, mi amor? -respondió ella mimosamente, volviéndose hacia él en el lecho y entrelazando los cuerpos de ambos.
     -Porque no sé si podré volver, ni en qué circunstancias, ni cuando: este viaje irá por lugares misteriosos y salvajes, con pueblos muy primitivos, en el extremo oriental de nuestro mundo... las rutas, poco conocidas, el mar peligroso y traicionero, siempre cambiante… Además, también las personas cambian, puedo cambiar yo, puedes cambiar tú...-
     -Yo soy tú, Orfeo, cambiaré siempre al mismo ritmo en que tú cambies. Como cuando danzamos juntos, o cuando hacemos el amor.-
     -Somos muy jóvenes los dos, pueden aparecer otras personas...-
     -Si aparecen, que aparezcan y desaparezcan; lo nuestro es mucho más fuerte.-
     -¡Puedo morir en esta aventura, Eurídice, o quedar inválido!-
     -Si quedas inválido, te juro que te cuidaré toda mi vida y que te amaré con el alma si no nos pudiésemos amar con el cuerpo y el alma. Si mueres, te juro que iré a buscarte al País de los Muertos, Orfeo.- …………………………………………..........................................................

-Aquel abrazo y aquella promesa, amigo Donón -concluyó Orfeo desde el fondo visceral de sus sentimientos-, todavía dan calor a las partes más vivas de mi ser. Por eso comprenderás que yo también bajaré a buscarla al País de los Muertos. Aunque sea lo último que pueda hacer.-

VERSIÓN 2016. ENTREGA 3

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