45-
LA MADRE DE TODOS LOS CUENTOS
Orfeo
apuró su taza y respondió con una sonrisa:
-Si
me permites, Jacín, te cantaré una historia así, que no se sabe quien la
compuso ni dónde y cuyos protagonistas no tienen ni nombres. En mi tierra,
Tracia, la llamamos “la Madre de Todos los Cuentos”.
-Pues
venga esa historia -dijo Jacín, brindando hacia el tracio.
-“Un
hombre joven decidió casarse al modo griego con la mujer que amaba, para poder
disfrutar de su dulce compañía siempre que lo desease -empezó a contar Orfeo- y
aunque poco antes tenía hermosos sueños sobre las empresas y hazañas que
aspiraba a realizar con sus talentos, no tuvo ánimo, disciplina o firmeza para
mantenerlos, dejó de confiar en sí mismo y en la vida y se sometió, para poder
sostener las obligaciones materiales que conlleva mantener una casa, un hogar y
una esposa, a aceptar un trabajo mal pagado al servicio de los sueños de otros,
como tantas personas hacen, en el cual le explotaban tan duramente y tantas
horas que, cuando salía de allí, estaba demasiado cansado para desarrollar su
propia creatividad, estaba demasiado ofendido para pensar en otra cosa que en
lo que permitía que le hicieran, y sólo le apetecía tratar de ahogar sus
frustraciones en vino.
Recordaba
con nostalgia lo libre que había sido cuando no tenía compromiso con nadie y
recorría el mundo como un nómada, disfrutando de sus bellezas sin necesidad de
poseerlas ni defenderlas, y se las arreglaba para conseguir alimento cada día
recolectando o cazando, sin tener que dedicar más de una interesante hora o dos
a resolverlo. Recordaba como dormía de un tirón en cualquier lugar cuando
estaba cansado y como a menudo conseguía los favores de alguna mujer que se
quedaba prendada de su juventud y de su libertad y que pasaba con él una o dos
intensas noches de placer, aunque luego lo ponía en la puerta con un beso,
antes de que llegara el hombre vulgar que aseguraba su día a día con su
esfuerzo.
...Y
ahora se veía obligado a mantener un tipo de vida en la que su esposa parecía
necesitar una inacabable lista de objetos de consumo para sentirse mínimamente
satisfecha y segura, inmersos ambos en un aburrido sedentarismo en el que cada
día era igual al anterior y al siguiente, engranados en un sistema social que
vendía la ilusión de ser dueño de algo pero que, en realidad, hacía pagar
continuamente impuestos, tributos e hipotecas por la ilusoria posesión y
disfrute de bienes que la naturaleza había creado para el libre disfrute de
todos.
Al
principio, había aceptado encantado todo aquello a cambio de la belleza de
poder regresar de noche a su propia casa, cenar junto a su mujer en un ambiente
íntimo, bello y confortable, acostarse después con ella y gozar juntos las
delicias de su amor antes de quedarse plácidamente dormidos. Pero después, a medida
que su trabajo se iba haciendo cada vez más opresivo, regresaba a casa tan
cansado que sólo le apetecía cenar, gozar y apagar pronto.
A la mañana siguiente, sus momentos de
satisfacción se le aparecían como totalmente descompensados frente al duro y continuado
esfuerzo que había que desplegar para conseguirlos y su mujer, además, no
parecía corresponder a su pasión por ella con el mismo entusiasmo alegre y
sensual que antes.
Se
sentía preso en una gran trampa, engañado por una conspiración de toda la
comunidad, que había escogido una inepta manera de vivir y que establecía que
“aquello” era la normalidad y la realidad; una conspiración que afirmaba que lo
que él viviera antes, fundamentalmente la búsqueda del Amor en Libertad, sólo
formaba parte de un período de inmadurez adolescente por el que habían pasado
tanto la humanidad como el individuo, en etapas muy primitivas que era ilusión
tratar de repetir.
Y
cada vez era más infeliz y cada día bebía más y se sentía más distante de su
seca mujer y cada vez la trataba con menor simpatía cuando volvía a casa.
Entonces
empezó a considerarla la causa de su esclavitud, a verla como la sirena que le
había atraído a la trampa con la ilusión de unos encantos que ya rara vez le
complacían de verdad. Empezó a encontrar estúpido y convencional todo lo que
ella hablaba, o a entrever, tras cada una de sus palabras, los reproches que él
se lanzaba a sí mismo por dentro... y eso le obligaba a estar continuamente
enfadado consigo mismo, por rebajarse a hacer todo cuanto estaba haciendo sólo
para tratar de mantener aquella situación inaguantable...
Una
noche en la que ella lo despreció como amante y lo llamó borracho, se
encolerizó, la insultó y se le escapó una bofetada. Ella se encerró en un
cuarto, lloró y después pasó varios días ignorándolo como si no existiese.
Él,
muy arrepentido, sintió reavivar su ternura y su compasión por ella; cortó con
la bebida por una temporada, la cortejó otra vez sinceramente y le hizo mil
regalos y promesas para que le perdonara.
Al
final, se emocionaron juntos y de nuevo hicieron el amor como si fuese la
primera vez.
Pero
al cabo de un tiempo volvió a ser dominado por la rutina y a beber. A partir de
ahí, se fue haciendo una costumbre que, cuando regresaba bebido, intentara
acostarse con ella en aquel estado y disfrutarla (que para eso se pasaba el día
trabajando), antes de derramar toda su energía, apagar y quedarse dormido.
Y
ella, que todavía lo quería, aguantaba aquella manera torpe, posesiva,
instintiva y ciega de ser amada, comprendía su frustración y se concentraba en
la seguridad de que, al final, todas las circunstancias que la provocaban
cambiarían y él volvería a convertirse en el joven generoso, noble y valiente
de quien se había enamorado.
Sin
embargo, era una manera de vivir que no tenía calidad, así que volvió a
llenarle de reproches, lo que provocó que él montara en cólera y le pegara de
nuevo, esta vez más duro.
No
hizo caso de las amigas que, al descubrir la marca del golpe en su cara, la
aconsejaban denunciarle a los poderes comunitarios o, simplemente, regresar a
la casa de su madre. A pesar de todo amaba a aquel hombre y tenía la firme
convicción de que un amor como el suyo acabaría por vencer cualquier obstáculo.
Tampoco
les prestó oídos cuando le dijeron que lo suyo no era amor, sino estupidez que
perjudicaba a todo el colectivo, porque la regeneración de un macho alcohólico
que se había acostumbrado a maltratar era imposible y en otros tiempos, menos
ignominiosos que los actuales, cuando aún imperaba el matriarcado con todo su
poder, las guardianas de la Diosa lo hubiesen castrado antes de desterrarlo del
territorio de la tribu, del mismo modo que se hacía con los violadores antes de
descuartizarlos.
Estaba
segura de que todo tenía una forma de solucionarse y que ella la encontraría.
Una forma mental negativa se había adueñado de su alma amada. No se trataba de
renunciar a su alma amada, separándose y abandonándola al monstruo que la
poseía, sino de transmutar, de volver positiva la forma mental que estaba aprisionándola.
Si él fuera su hijo, ella jamás lo abandonaría, por muy enfermo o perdido que
pareciera hallarse. ¿Cómo no iba a hacer lo mismo por su marido?
Pero
la cosa iba a peor y un día se dio cuenta de que estaba embarazada y que su
hijo corría un peligro mortal si su marido volvía a encolerizarse y se le
escapaba un golpe en su vientre. Sin embargo, pensó que su venenosa frustración
sólo iba a aumentar si se escudaba tras el hecho de la maternidad para exigirle
detener sus malos hábitos. Necesitaba otro tipo de táctica.
“¿Cómo
se creó ese amasijo de autoconmiseración que se ha apoderado de la cabeza de mi
hombre?” –caviló- “...A base de repetirse muchas veces, en su manera de mirarse
y considerarse, los mismos argumentos por los que se obliga a renunciar a
cumplir sus propios objetivos, dejando de ser él mismo, para adaptarse a las
conveniencias desconsideradas de quienes le cubren sus necesidades básicas.
…Eso,
entonces, debe ser un edificio de palabras, de sentimientos y pensamientos, que
él ha estado construyendo en su mente, una creación artificial, una obra de
arte mezquina y maligna que le ha desviado de sus verdaderos objetivos en esta
vida. Tendré que atacar a ese demonio que está dominando su atención.”
“¿Y
cómo lo haré?” se preguntó. Y pasó el día todo imaginando tácticas pero, por
muy sólidas y justas que le parecían a su razón, la intuición las rechazaba por
inseguras, duras o extremas. Finalmente, y antes de aceptar sentirse débil,
ignorante e impotente, decidió apagar su agitada mente por un rato, se
encomendó a la Diosa, pidiendo luz al Universo, y se echó a dormir una siesta.
Cuando despertó, la Sabiduría de su género, dentro de sí, ya había colocado un
buen consejo en la parte más visible de su mente:
“Atacaré
a ese demonio que está dominando su atención con sus mismas armas, tendré que
construir yo también un edificio mental, una obra de arte llena de luz y muy
atractiva para todas sus percepciones, que tenga fuerza bastante como para
poder rescatar su atención de todas esas sombras creadas por su reconcomerse,
de las que se ha vuelto un adicto”.
Así
que, esa noche, cuando él entró en la casa con verdadera gana de descargar su
rabia acumulada ante la “porquería de vida que tenía que vivir por causa de
ella”, en lugar de ampararse en una distante y fría reserva, como solía, acercó
sus ojos a los de él sin miedo, le sonrió y le dijo:
-Escúchame,
mi amor, porque tengo algo muy interesante que contarte-. Y empezó a relatarle
un cuento de una manera atrayente, narrándolo con su más bella voz y
expresándose con todas las gracias de su cuerpo y lo fue, luego, uniendo de
forma hábil con otro y estuvo captando su atención, llenando la mente
embriagada de su marido con aquellas historias sin dejar que se acabaran del
todo, hasta que se convirtió en la heroína del cuento y él en héroe.
Finalmente,
colocados ambos en esos nuevos personajes, pasó del cuento a la caricia y
alimentó su imaginación, su sensualidad y su ternura hasta que él se quedó
dormido sobre su pecho.
Al
día siguiente, la mujer anduvo recogiendo otras historias de entre la gente que
conocía y, cuando regresó por la noche, siguió contando el cuento donde lo
había dejado y enlazándolo con otro, o improvisando... o convidándole a que él
improvisase posibles salidas para los nudos a los que llegaba en su narración.
Así, cada día, llenaba de interés creativo el tiempo que estaban juntos,
haciéndolo crecer tanto en intensidad que compensaba todas las horas en las que
estaban separados.
Por
otra parte, ella fue escogiendo o adaptando, cada vez con mayor cuidado, los
cuentos que más lo estimulaban a reflexionar y organizarse, a fin de poder ir
en busca de sus objetivos personales. “Cuentos para animar”, los llamaba ella.
Y
aquello mantenía su atención ocupada también durante el día y hacía que, en
lugar de quejarse y autocompadecerse, volviese a creer en sus posibilidades de
realización y estuviese atento a las oportunidades para conseguirlo.
Hasta
que transcurrieron meses y él había ido dejando de beber y no la volvió a pegar
durante todo ese tiempo. El hecho de que le pusiera a interpretar el papel de
los héroes legendarios había elevado su autoestima, y las moralejas de los
cuentos hicieron que fuese sustituyendo su amargada y obsesiva frustración por
otros valores e intereses.
Ella
jamás le preguntaba de forma directa si él se había preocupado de sembrar
adecuadamente para, a la larga, recoger; pero no paraba de contarle historias
de personajes que lo hacían, que perseveraban y que acababan obteniendo buenos
frutos. Aplaudía todos los pasos que su hombre daba en esa dirección, sin
pretender dirigirlo ni meterse en su terreno, de manera que pudiera sentir,
tanto sus búsquedas o sus logros, como maniobras totalmente personales.
Una
noche, el hombre acabó por darse cuenta de que su mujer estaba claramente
grávida y cuando echó cuentas para calcular cuando había empezado la gestación,
percibió de repente el verdadero heroísmo y la prueba de amor y de lealtad que
su mujer le había dado, así como su habilidad, representando discretamente el
papel de musa inspiradora, el más maravilloso papel que una mujer puede
representar para su hombre, a fin de detener sus malos hábitos y transmutarlos,
sin tener que poner al niño por delante, como una inocente víctima con la que
echarle en cara su cobardía.
Esa
noche dejó la bebida por completo.
Y
cuando el hijo por fin nació, él se volvió el mejor de los padres y luego el
mejor y el más enamorado de los esposos, concentrándose tanto en mejorar su
situación que acabaron, incluso, sobrándole algunos ahorros y realizando un
excedente de producción propia en el tiempo que antes malgastaba en la taberna,
así como elaborando cuidadosamente buenas estrategias para ir alcanzando, por
fases, sus objetivos.
Con todo aquello pudo, finalmente,
independizarse, hacerse su propio jefe, conseguir aliados y encontrar la manera
de realizar sus sueños de juventud, convirtiéndolos, al mismo tiempo, en su
fuente de ingresos y de progreso...
-Y
aquí se acaba “la Madre de Todos los Cuentos”, sin que apareciera, casi, ningún
dragón, colega Jacín”.–remató Orfeo su relato.
El
bardo del Pirineo se quedó un rato en silencio, degustando lo que acababa de
escuchar. Luego lo felicitó con la mirada y dijo sonriendo:
-Es
la historia de muchos de nosotros, gente común, cuando naufragamos por escuchar
las sirenas de la autoconmiseración y de la desesperanza... Cada uno acaba
obteniendo aquello en lo que pone toda su atención, amigo, nos convenga o no,
pero hace falta echarle valor, amor, imaginación y constancia para merecer
resultados positivos y conseguirlos.
-Valor
y amor constante es lo mismo que fe. “Quien se mantiene en la fe de que puede
conseguirlo, lo consigue”, decía mi maestro Quirón. Eso es la justicia de la vida
para los animosos.
46-
SOBRE LOS MITOS
Jacín
llenó las copas de madera y brindó:
-Estimular
la fe en el propio valor y amor de nuestros oyentes es la esencia y la ética de
nuestro oficio, Orfeo... y ya que tú eres un pelasgo de Tracia con cultura
griega, me gustaría saber lo que piensas de vuestros propios mitos, tan
variados y fantasiosos... Yo los oigo cuando voy por los puertos o a los
festivales. Aquellos que me agradan, los canto para otros, a mi manera y desde
mi propia mentalidad, naturalmente, pero no puedo creer en ellos. Ni espero que
se los crea mi público.
-Tampoco
los griegos se los creen ¡Buenos son ellos para creer, amigo Jacín! -ironizó el
tracio-… A menos que sean niños o personas muy simplonas. La gente mínimamente
aguda percibe que son formas metafóricas para aproximarse a realidades bien
difíciles de definir, pero que se sienten si uno es sensible. Nuestra cultura
es una barquilla sobre un océano de misterio. Los mitos son una manera en que
los pueblos, a lo largo de muchas generaciones, dan nombre a las distintas
caras de lo desconocido, a fin de poder jugar con ello. Las historias de
Afrodita, por ejemplo, sirven paran hacernos reflexionar sobre cómo se
comportan nuestros deseos y sentimientos... la de Crono describe como el tiempo
va devorando a sus hijos y como él mismo es destronado por una nueva era,
cuando ya ha pasado su época...
-¿Y
la devoción a los dioses, a quienes los mitos dan personalidad? -preguntó
Jacín.
-Eso
no viene mal –respondió Orfeo-. Para mi sentir está claro, aunque no lo puedo
explicar con la razón, que existe una Inteligencia Cósmica que sostiene
armónicamente la complejidad de la Vida Universal y, dentro de ella, mi
insignificante vida personal. Entonces le llamo a esa inteligencia vital “La
Gran Diosa”, o el “Padre-Madre Universal” y le agradezco cuando puedo comer, o
cuando disfruto de un buen vino y de una compañía amable e interesante, como
ahora. Y me siento menos solo cuando subo a lo alto de una montaña y puedo
felicitar a la Diosa, en mi interior, por la belleza y la grandeza del mundo
que esa inteligencia creó y sostiene.
-Bien
-dijo el pirenaico-. Eso es fácil de entender, la consciencia humana capta la
divinidad indefinible de la vida y le da un nombre de Diosa o Dios para
comunicarse en su interior con el Todo del que forma parte.
-...Con
lo cual se siente conectada y comunicada con todo –siguió Orfeo-. La devoción,
con minúscula, es una atención amorosa a algo, el estado necesario de apertura
para gozar de los beneficios del amor, ya sea para proyectarlo o para permitir
que nos llegue.
Ahora
bien, la Devoción, con mayúscula, me parece que es la demanda continua de
nuestras almas para que nuestra personalidad humana se ligue y se rinda a algo
superior a ella, por ejemplo a la propia Alma, al Maestro externo o Interno, al
Yo Superior, a Dios, que es el Real Origen de esa demanda, para poder
evolucionar más allá de los tres cuerpos inferiores, el físico, el emocional y
el mental-concreto, o sea, ese intelecto curioso que sólo quiere saber por
saber, pero que no se aplica a poner en práctica las muchas teorías que ya
conoce sobre autoperfeccionamiento.
-Muy
bien –respondió Jacín-. Pero ¿cómo es que unos llegan a hacerse tan devotos de
Hermes o Atenea o Apolo o Hécate, que hasta pueden olvidarse de la Divinidad
Madre en sí, que es el origen de todas esas fuerzas?
-A
mí me parece que decir “Madre” es una forma más entrañable de decirlo, o
incluso “Padre”, ya que la Divinidad no tiene sexo y tiene, al mismo tiempo,
todos los sexos y caras que ella misma imagina (supongo que a través de
nosotros) y que convierte en realidades vivas sobre el plano de su propia
manifestación al imaginarlas... No creo que nadie un poco sensible llegue a
olvidarse completamente de esa Totalidad Divina a la que llamamos La Madre o El
Padre...
En
cuanto a los aspectos específicos de la divinidad, aunque yo sepa siempre que
sólo son las caras parciales del Conjunto, es fácil de entender que cuando
estoy en medio de una tempestad sobre un navío, o ante un seísmo, me da más
fuerza el rezarle al aspecto de la divinidad llamada Poseidón, rey específico
del mar o de los terremotos, que a la Diosa o a Zeus.
-...¿Lo
mismo que invocar a las Musas cuando vamos a cantar? –apuntó Jacín.
-Eso
es, o a Hermes en medio de un negocio o de un viaje... en realidad estamos
dirigiéndonos a las potencias específicas de nuestro interior o del cosmos,
para que nos ayuden en un lance específico. Y no cabe duda que alguno de
nosotros, a la hora de confiarse a sus potencias, sabe que puede confiar más en
su Ares, el ímpetu, que en su Hermes, la diplomacia, porque lo maneja mejor,
dado su carácter natal... o lo inverso.
-Orfeo,
yo no quisiera para nada ofenderte –se atrevió a decir el íbero con
circunspección- pero me da la impresión de que los dioses griegos están tan
llenos de pulsiones emocionales como los hombres. Incluso espejean bien
claramente pulsiones negativas, como la falsedad, la lujuria, la envidia, la
cólera, la crueldad, la prepotencia... y hasta pueden ser muy inmisericordes y
destructivos, según los mitos que todos cantamos.
-No
me ofendes, amigo, es verdad lo que dices –contestó el tracio-. Nuestros dioses
del Egeo, tal como normalmente los concebimos, no son sino nosotros mismos en
un plano de mayor libertad, conocimiento y poder, pero todavía en un plano de
dualidad y competencia, que se acentúa cuando se relacionan dioses y diosas, o
cuando se agrupan en bandos contrapuestos, sirviéndose de los mortales, además,
como peones de sus juegos de ego.
-A
mí me gusta tener como modelo y centrar mi confianza en un dios que está por
encima de todos esos juegos de ego y de dualidad –dijo Jacín.
-Ya
lo he visto, colega... cuando relataste la historia de Pyrene la introducías
con la cosmogonía de los atlantes contada por su abuelo, a partir de un Ser
Eterno que se manifiesta en este plano como un dios andrógino del cual salen
todos los dioses duales que normalmente se conocen... –observó Orfeo-... Jacín,
eso no es nuevo para mí, en todas las culturas importantes que he conocido, por
encima del nivel medio o general de comprensión, los iniciados consideran una
Divinidad única, cósmica e impersonal, la energía fundamental de la Vida en el
Universo, que se manifiesta en cada plano o dimensión como tres fuerzas
primordiales: dos polaridades complementarias y una neutra.
La
combinación de esas tres fuerzas movimentándose y geometrizando sobre el campo
de la Eterna Matriz Universal, produce siete fuerzas secundarias que se
identifican con las cualidades de los siete Planetas Sagrados. Estas fuerzas
continúan combinándose y surgen doce emanaciones más, que se corresponden con
las características de los signos zodiacales. Por último, las combinaciones de
esas doce energías universales crean y desarrollan toda la variedad de las
formas que existen en el universo.
…Pero
dentro de esas culturas importantes, ese conocimiento profundo sobre el
carácter impersonal de la Divinidad se reserva para los iniciados que lo buscan
con el máximo interés y que tienen cabeza para entender abstracciones. Dárselo
gratuitamente, sin que te lo pidan, a quienes son incapaces de comprenderlo, es
como arrojar perlas a los cerdos. La inmensa mayoría de la gente no puede
relacionarse con un Dios origen de todo, único y perfecto... pero tan elevado,
distante y abstracto que, ante él, somos apenas como una gota de agua más para
un pez que va por el mar.
…Tu
relato estuvo muy bien, hábil aedo –siguió Orfeo-, pero tus oyentes sólo te
empezaron a atender con comprensión e identificación cuando empezaste a hablar
de los conflictos de poder y sentimientos entre la Diosa y sus parejas
sucesivas o entre padres titánicos e hijos olímpicos. Eso les suena conocido y
real, tiene imagen y materia, tiene analogía, esto es, es comparable o análogo
a lo que encuentran en su casa y en su comunidad. Lo anterior les deja fríos, o
les da pereza entrar en ello, por ser demasiado mental.
-Pero
el mundo seguirá como está mientras no nos preocupemos de elevar la mentalidad
de la mayoría... Nosotros somos comunicadores, Orfeo –dijo Jacín con pasión-,
tenemos un deber, un compromiso con nosotros mismos ante nuestra propia
capacidad, debemos dar lo mejor de la verdad que hemos recibido y comprendido.
A veces pienso que seguir intentando explicar el mundo a través del lenguaje de
las analogías y las metáforas sobre lo que ya es bien conocido, impide a
nuestros oyentes ser creativos y abrirse a la comprensión de conceptos más
abstractos, que definen lo definible de una manera más exacta y veraz.
-Mi
padre decía que el vino del conocimiento puede ampliar la mente –recordó el
tracio- pero que igualmente puede encerrarla y fanatizarla. No se puede dar
vino a los niños. No es prudente entregar conocimiento a quien no está
preparado para aprovecharlo como es debido. Hasta puede ser muy peligroso el
conocimiento cuando usado por inteligencias soberbias y egoístas, sin
consideración ni misericordia. Además, tampoco debes preocuparte tanto por tu
compromiso ante el mundo, creo yo: cuando una persona está preparada para comprender
lo que necesita, el conocimiento, simplemente, aparece. Así ha sido siempre
conmigo.
-Perdona,
pero creo que eso es una manera aristocrática de verlo –se empeñó el íbero-. Se
ve enseguida que tú has sido finamente educado desde tu nacimiento, que eres un
privilegiado. ¿Sabes lo que me ha costado a mí comprender lo que ahora canto?
El conocimiento debería estar a disposición de todos. Claro que los reyes y
sacerdotes saben que el conocimiento es libertad y es poder. Y se lo reservan
para ellos y prefieren que sus pueblos sigan sin pensar, porque así son más
manejables.
-También
hay cierta verdad en eso que dices, Jacín. Pero, en lo que a mí se refiere, yo
sólo he podido aprender lo más importante con dolor, esfuerzo de búsqueda y
sacrificio, igual que tú. No me lo enseñaron mis padres ni mis profesores, sino
la vida. Por eso estoy seguro de que no sirve de nada contarle a la gente cosas
que no tienen interés en buscar, porque nunca las han vivido. Eso no es misión
nuestra. El conocimiento no está oculto, está en todas partes –y recorrió el
entorno con un gesto circular-. Es personal e intransferible y a cada individuo
se lo pondrá la vida en su camino y en su propio sentir cuando llegue el
momento.
-Entonces,
según tú –suspiró Jacín-, aparte de entretener, divertir y estimular las
emociones de la gente como hacen los bufones ¿Qué es lo que hacemos los vates
cuando contamos un mito ante una hoguera?
-Pues
lo que hacemos es exponer modestamente, por medio de metáforas, algo que tiene
una enseñanza práctica frente a la vida, como los cuentos que las madres
cuentan a sus niños, mostrando como en tal situación, usar nuestro Hermes en
lugar de nuestro Ares puede conducir a éste o aquél desenlace, sobre todo si
anda Afrodita por el medio, por ejemplo. O, por lo contrario, si es Hades el
que anda. Esa enseñanza, esa lección, es lo que cuenta y lo que se graba en la
memoria... esa lección que sale del cuento nos educa y nos entrena mentalmente
para barajar posibilidades y tomar decisiones, cada vez que llega el momento en
que hay que hacerlo... la verosimilitud o inverosimilitud del mito, incluso si
es demasiado increíble, no me parece tan importante como esa enseñanza que
contiene.
-¿Incluso
cuando el mito se refiere a las historias tribales o nacionales?
-Incluso
entonces- contestó Orfeo –. Al fin y al cabo, lo que llamamos Historia no es
sino un cuento más que se puede contar de muchas maneras, como bien lo saben
esos cuentistas oportunistas que son los políticos... yo soy un artista y no un
historiador o un político, y cuando alabo a los íberos en casa de los íberos,
que me trataron como un amigo, contando una historia en la que los íberos
pueden sonreir orgullosos y quedarse muy contentos, nadie me puede llamar
traidor o mentiroso porque luego haya a contar una historia parecida a los
aqueos en su propia casa, en la que quienes quedan como héroes enfrente de los
íberos son ellos...
-Claro,
los mitos, mitos son –concordó Jacín-. Y quien quiera convertirlos en dogma de
fe o usarlos para despreciar a los demás, no es culpa del mito ni del bardo,
sino de su propia cerrazón mental.
-Yo
soy un constructor de mundos mentales y sensibles y puedo crear y tomarme todas
las licencias creativas que me parezcan adecuadas para edificar una historia
más brillante. Ahora bien, a mí me gusta, si es posible, documentarme y
componer historias lo más verosímiles, imparciales y convincentes que pueda,
aunque a veces tenga que hablar de dos héroes que vivieron en dos épocas
diferentes, por ejemplo... pero no me importa, si no están disparatadamente
alejadas en el tiempo.
-Estoy
de acuerdo –dijo Jacín sonriendo-. Quien quiera datos históricos “veraces”, que
le pregunte a los ancianos de la tribu... cuando yo lo hago, cada uno me cuenta
la misma batalla de una manera diferente...
-Lo
que para mí importa, realmente, como aedo, o bardo, o artista –remató el
tracio-, es el gusto de la historia misma y la reflexión, el mensaje
sentimental o interno que el mito produce en los oyentes. Y le concedo mayor
valor si la reflexión es dignificadora, liberadora o un estímulo al crecimiento
evolutivo. Pero siempre calibrando el nivel de interés y comprensión de quien
me escucha y ajustándome a ese nivel, nunca pretendiendo que ellos accedan al
mío.
-Yo
pienso que eso es lo positivamente esencial del arte y de la vida, -dijo Jacín-
y lo único que, en verdad, nos vamos a llevar en la memoria del alma, cuando
salgamos por fin de ella.
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