quarta-feira, 27 de novembro de 2019

45- LA MADRE DE TODOS LOS CUENTOS


45- LA MADRE DE TODOS LOS CUENTOS


Orfeo apuró su taza y respondió con una sonrisa:

-Si me permites, Jacín, te cantaré una historia así, que no se sabe quien la compuso ni dónde y cuyos protagonistas no tienen ni nombres. En mi tierra, Tracia, la llamamos “la Madre de Todos los Cuentos”.

-Pues venga esa historia -dijo Jacín, brindando hacia el tracio.

-“Un hombre joven decidió casarse al modo griego con la mujer que amaba, para poder disfrutar de su dulce compañía siempre que lo desease -empezó a contar Orfeo- y aunque poco antes tenía hermosos sueños sobre las empresas y hazañas que aspiraba a realizar con sus talentos, no tuvo ánimo, disciplina o firmeza para mantenerlos, dejó de confiar en sí mismo y en la vida y se sometió, para poder sostener las obligaciones materiales que conlleva mantener una casa, un hogar y una esposa, a aceptar un trabajo mal pagado al servicio de los sueños de otros, como tantas personas hacen, en el cual le explotaban tan duramente y tantas horas que, cuando salía de allí, estaba demasiado cansado para desarrollar su propia creatividad, estaba demasiado ofendido para pensar en otra cosa que en lo que permitía que le hicieran, y sólo le apetecía tratar de ahogar sus frustraciones en vino.

Recordaba con nostalgia lo libre que había sido cuando no tenía compromiso con nadie y recorría el mundo como un nómada, disfrutando de sus bellezas sin necesidad de poseerlas ni defenderlas, y se las arreglaba para conseguir alimento cada día recolectando o cazando, sin tener que dedicar más de una interesante hora o dos a resolverlo. Recordaba como dormía de un tirón en cualquier lugar cuando estaba cansado y como a menudo conseguía los favores de alguna mujer que se quedaba prendada de su juventud y de su libertad y que pasaba con él una o dos intensas noches de placer, aunque luego lo ponía en la puerta con un beso, antes de que llegara el hombre vulgar que aseguraba su día a día con su esfuerzo.

...Y ahora se veía obligado a mantener un tipo de vida en la que su esposa parecía necesitar una inacabable lista de objetos de consumo para sentirse mínimamente satisfecha y segura, inmersos ambos en un aburrido sedentarismo en el que cada día era igual al anterior y al siguiente, engranados en un sistema social que vendía la ilusión de ser dueño de algo pero que, en realidad, hacía pagar continuamente impuestos, tributos e hipotecas por la ilusoria posesión y disfrute de bienes que la naturaleza había creado para el libre disfrute de todos.

Al principio, había aceptado encantado todo aquello a cambio de la belleza de poder regresar de noche a su propia casa, cenar junto a su mujer en un ambiente íntimo, bello y confortable, acostarse después con ella y gozar juntos las delicias de su amor antes de quedarse plácidamente dormidos. Pero después, a medida que su trabajo se iba haciendo cada vez más opresivo, regresaba a casa tan cansado que sólo le apetecía cenar, gozar y apagar pronto.

 A la mañana siguiente, sus momentos de satisfacción se le aparecían como totalmente descompensados frente al duro y continuado esfuerzo que había que desplegar para conseguirlos y su mujer, además, no parecía corresponder a su pasión por ella con el mismo entusiasmo alegre y sensual que antes.

Se sentía preso en una gran trampa, engañado por una conspiración de toda la comunidad, que había escogido una inepta manera de vivir y que establecía que “aquello” era la normalidad y la realidad; una conspiración que afirmaba que lo que él viviera antes, fundamentalmente la búsqueda del Amor en Libertad, sólo formaba parte de un período de inmadurez adolescente por el que habían pasado tanto la humanidad como el individuo, en etapas muy primitivas que era ilusión tratar de repetir.

Y cada vez era más infeliz y cada día bebía más y se sentía más distante de su seca mujer y cada vez la trataba con menor simpatía cuando volvía a casa.

Entonces empezó a considerarla la causa de su esclavitud, a verla como la sirena que le había atraído a la trampa con la ilusión de unos encantos que ya rara vez le complacían de verdad. Empezó a encontrar estúpido y convencional todo lo que ella hablaba, o a entrever, tras cada una de sus palabras, los reproches que él se lanzaba a sí mismo por dentro... y eso le obligaba a estar continuamente enfadado consigo mismo, por rebajarse a hacer todo cuanto estaba haciendo sólo para tratar de mantener aquella situación inaguantable...

Una noche en la que ella lo despreció como amante y lo llamó borracho, se encolerizó, la insultó y se le escapó una bofetada. Ella se encerró en un cuarto, lloró y después pasó varios días ignorándolo como si no existiese.

Él, muy arrepentido, sintió reavivar su ternura y su compasión por ella; cortó con la bebida por una temporada, la cortejó otra vez sinceramente y le hizo mil regalos y promesas para que le perdonara.

Al final, se emocionaron juntos y de nuevo hicieron el amor como si fuese la primera vez.

Pero al cabo de un tiempo volvió a ser dominado por la rutina y a beber. A partir de ahí, se fue haciendo una costumbre que, cuando regresaba bebido, intentara acostarse con ella en aquel estado y disfrutarla (que para eso se pasaba el día trabajando), antes de derramar toda su energía, apagar y quedarse dormido.

Y ella, que todavía lo quería, aguantaba aquella manera torpe, posesiva, instintiva y ciega de ser amada, comprendía su frustración y se concentraba en la seguridad de que, al final, todas las circunstancias que la provocaban cambiarían y él volvería a convertirse en el joven generoso, noble y valiente de quien se había enamorado.

Sin embargo, era una manera de vivir que no tenía calidad, así que volvió a llenarle de reproches, lo que provocó que él montara en cólera y le pegara de nuevo, esta vez más duro.

No hizo caso de las amigas que, al descubrir la marca del golpe en su cara, la aconsejaban denunciarle a los poderes comunitarios o, simplemente, regresar a la casa de su madre. A pesar de todo amaba a aquel hombre y tenía la firme convicción de que un amor como el suyo acabaría por vencer cualquier obstáculo.

Tampoco les prestó oídos cuando le dijeron que lo suyo no era amor, sino estupidez que perjudicaba a todo el colectivo, porque la regeneración de un macho alcohólico que se había acostumbrado a maltratar era imposible y en otros tiempos, menos ignominiosos que los actuales, cuando aún imperaba el matriarcado con todo su poder, las guardianas de la Diosa lo hubiesen castrado antes de desterrarlo del territorio de la tribu, del mismo modo que se hacía con los violadores antes de descuartizarlos.

Estaba segura de que todo tenía una forma de solucionarse y que ella la encontraría. Una forma mental negativa se había adueñado de su alma amada. No se trataba de renunciar a su alma amada, separándose y abandonándola al monstruo que la poseía, sino de transmutar, de volver positiva la forma mental que estaba aprisionándola. Si él fuera su hijo, ella jamás lo abandonaría, por muy enfermo o perdido que pareciera hallarse. ¿Cómo no iba a hacer lo mismo por su marido?

Pero la cosa iba a peor y un día se dio cuenta de que estaba embarazada y que su hijo corría un peligro mortal si su marido volvía a encolerizarse y se le escapaba un golpe en su vientre. Sin embargo, pensó que su venenosa frustración sólo iba a aumentar si se escudaba tras el hecho de la maternidad para exigirle detener sus malos hábitos. Necesitaba otro tipo de táctica.

“¿Cómo se creó ese amasijo de autoconmiseración que se ha apoderado de la cabeza de mi hombre?” –caviló- “...A base de repetirse muchas veces, en su manera de mirarse y considerarse, los mismos argumentos por los que se obliga a renunciar a cumplir sus propios objetivos, dejando de ser él mismo, para adaptarse a las conveniencias desconsideradas de quienes le cubren sus necesidades básicas.

…Eso, entonces, debe ser un edificio de palabras, de sentimientos y pensamientos, que él ha estado construyendo en su mente, una creación artificial, una obra de arte mezquina y maligna que le ha desviado de sus verdaderos objetivos en esta vida. Tendré que atacar a ese demonio que está dominando su atención.”

“¿Y cómo lo haré?” se preguntó. Y pasó el día todo imaginando tácticas pero, por muy sólidas y justas que le parecían a su razón, la intuición las rechazaba por inseguras, duras o extremas. Finalmente, y antes de aceptar sentirse débil, ignorante e impotente, decidió apagar su agitada mente por un rato, se encomendó a la Diosa, pidiendo luz al Universo, y se echó a dormir una siesta. Cuando despertó, la Sabiduría de su género, dentro de sí, ya había colocado un buen consejo en la parte más visible de su mente:

“Atacaré a ese demonio que está dominando su atención con sus mismas armas, tendré que construir yo también un edificio mental, una obra de arte llena de luz y muy atractiva para todas sus percepciones, que tenga fuerza bastante como para poder rescatar su atención de todas esas sombras creadas por su reconcomerse, de las que se ha vuelto un adicto”.

Así que, esa noche, cuando él entró en la casa con verdadera gana de descargar su rabia acumulada ante la “porquería de vida que tenía que vivir por causa de ella”, en lugar de ampararse en una distante y fría reserva, como solía, acercó sus ojos a los de él sin miedo, le sonrió y le dijo:

-Escúchame, mi amor, porque tengo algo muy interesante que contarte-. Y empezó a relatarle un cuento de una manera atrayente, narrándolo con su más bella voz y expresándose con todas las gracias de su cuerpo y lo fue, luego, uniendo de forma hábil con otro y estuvo captando su atención, llenando la mente embriagada de su marido con aquellas historias sin dejar que se acabaran del todo, hasta que se convirtió en la heroína del cuento y él en héroe.

Finalmente, colocados ambos en esos nuevos personajes, pasó del cuento a la caricia y alimentó su imaginación, su sensualidad y su ternura hasta que él se quedó dormido sobre su pecho.

Al día siguiente, la mujer anduvo recogiendo otras historias de entre la gente que conocía y, cuando regresó por la noche, siguió contando el cuento donde lo había dejado y enlazándolo con otro, o improvisando... o convidándole a que él improvisase posibles salidas para los nudos a los que llegaba en su narración. Así, cada día, llenaba de interés creativo el tiempo que estaban juntos, haciéndolo crecer tanto en intensidad que compensaba todas las horas en las que estaban separados.

Por otra parte, ella fue escogiendo o adaptando, cada vez con mayor cuidado, los cuentos que más lo estimulaban a reflexionar y organizarse, a fin de poder ir en busca de sus objetivos personales. “Cuentos para animar”, los llamaba ella.

Y aquello mantenía su atención ocupada también durante el día y hacía que, en lugar de quejarse y autocompadecerse, volviese a creer en sus posibilidades de realización y estuviese atento a las oportunidades para conseguirlo.

Hasta que transcurrieron meses y él había ido dejando de beber y no la volvió a pegar durante todo ese tiempo. El hecho de que le pusiera a interpretar el papel de los héroes legendarios había elevado su autoestima, y las moralejas de los cuentos hicieron que fuese sustituyendo su amargada y obsesiva frustración por otros valores e intereses.

Ella jamás le preguntaba de forma directa si él se había preocupado de sembrar adecuadamente para, a la larga, recoger; pero no paraba de contarle historias de personajes que lo hacían, que perseveraban y que acababan obteniendo buenos frutos. Aplaudía todos los pasos que su hombre daba en esa dirección, sin pretender dirigirlo ni meterse en su terreno, de manera que pudiera sentir, tanto sus búsquedas o sus logros, como maniobras totalmente personales.

Una noche, el hombre acabó por darse cuenta de que su mujer estaba claramente grávida y cuando echó cuentas para calcular cuando había empezado la gestación, percibió de repente el verdadero heroísmo y la prueba de amor y de lealtad que su mujer le había dado, así como su habilidad, representando discretamente el papel de musa inspiradora, el más maravilloso papel que una mujer puede representar para su hombre, a fin de detener sus malos hábitos y transmutarlos, sin tener que poner al niño por delante, como una inocente víctima con la que echarle en cara su cobardía.

Esa noche dejó la bebida por completo.

Y cuando el hijo por fin nació, él se volvió el mejor de los padres y luego el mejor y el más enamorado de los esposos, concentrándose tanto en mejorar su situación que acabaron, incluso, sobrándole algunos ahorros y realizando un excedente de producción propia en el tiempo que antes malgastaba en la taberna, así como elaborando cuidadosamente buenas estrategias para ir alcanzando, por fases, sus objetivos.

 Con todo aquello pudo, finalmente, independizarse, hacerse su propio jefe, conseguir aliados y encontrar la manera de realizar sus sueños de juventud, convirtiéndolos, al mismo tiempo, en su fuente de ingresos y de progreso...

-Y aquí se acaba “la Madre de Todos los Cuentos”, sin que apareciera, casi, ningún dragón, colega Jacín”.–remató Orfeo su relato.


El bardo del Pirineo se quedó un rato en silencio, degustando lo que acababa de escuchar. Luego lo felicitó con la mirada y dijo sonriendo:

-Es la historia de muchos de nosotros, gente común, cuando naufragamos por escuchar las sirenas de la autoconmiseración y de la desesperanza... Cada uno acaba obteniendo aquello en lo que pone toda su atención, amigo, nos convenga o no, pero hace falta echarle valor, amor, imaginación y constancia para merecer resultados positivos y conseguirlos.

-Valor y amor constante es lo mismo que fe. “Quien se mantiene en la fe de que puede conseguirlo, lo consigue”, decía mi maestro Quirón. Eso es la justicia de la vida para los animosos.






46- SOBRE LOS MITOS


Jacín llenó las copas de madera y brindó:

-Estimular la fe en el propio valor y amor de nuestros oyentes es la esencia y la ética de nuestro oficio, Orfeo... y ya que tú eres un pelasgo de Tracia con cultura griega, me gustaría saber lo que piensas de vuestros propios mitos, tan variados y fantasiosos... Yo los oigo cuando voy por los puertos o a los festivales. Aquellos que me agradan, los canto para otros, a mi manera y desde mi propia mentalidad, naturalmente, pero no puedo creer en ellos. Ni espero que se los crea mi público.

-Tampoco los griegos se los creen ¡Buenos son ellos para creer, amigo Jacín! -ironizó el tracio-… A menos que sean niños o personas muy simplonas. La gente mínimamente aguda percibe que son formas metafóricas para aproximarse a realidades bien difíciles de definir, pero que se sienten si uno es sensible. Nuestra cultura es una barquilla sobre un océano de misterio. Los mitos son una manera en que los pueblos, a lo largo de muchas generaciones, dan nombre a las distintas caras de lo desconocido, a fin de poder jugar con ello. Las historias de Afrodita, por ejemplo, sirven paran hacernos reflexionar sobre cómo se comportan nuestros deseos y sentimientos... la de Crono describe como el tiempo va devorando a sus hijos y como él mismo es destronado por una nueva era, cuando ya ha pasado su época...

-¿Y la devoción a los dioses, a quienes los mitos dan personalidad? -preguntó Jacín.

-Eso no viene mal –respondió Orfeo-. Para mi sentir está claro, aunque no lo puedo explicar con la razón, que existe una Inteligencia Cósmica que sostiene armónicamente la complejidad de la Vida Universal y, dentro de ella, mi insignificante vida personal. Entonces le llamo a esa inteligencia vital “La Gran Diosa”, o el “Padre-Madre Universal” y le agradezco cuando puedo comer, o cuando disfruto de un buen vino y de una compañía amable e interesante, como ahora. Y me siento menos solo cuando subo a lo alto de una montaña y puedo felicitar a la Diosa, en mi interior, por la belleza y la grandeza del mundo que esa inteligencia creó y sostiene.

-Bien -dijo el pirenaico-. Eso es fácil de entender, la consciencia humana capta la divinidad indefinible de la vida y le da un nombre de Diosa o Dios para comunicarse en su interior con el Todo del que forma parte.

-...Con lo cual se siente conectada y comunicada con todo –siguió Orfeo-. La devoción, con minúscula, es una atención amorosa a algo, el estado necesario de apertura para gozar de los beneficios del amor, ya sea para proyectarlo o para permitir que nos llegue.

Ahora bien, la Devoción, con mayúscula, me parece que es la demanda continua de nuestras almas para que nuestra personalidad humana se ligue y se rinda a algo superior a ella, por ejemplo a la propia Alma, al Maestro externo o Interno, al Yo Superior, a Dios, que es el Real Origen de esa demanda, para poder evolucionar más allá de los tres cuerpos inferiores, el físico, el emocional y el mental-concreto, o sea, ese intelecto curioso que sólo quiere saber por saber, pero que no se aplica a poner en práctica las muchas teorías que ya conoce sobre autoperfeccionamiento.

-Muy bien –respondió Jacín-. Pero ¿cómo es que unos llegan a hacerse tan devotos de Hermes o Atenea o Apolo o Hécate, que hasta pueden olvidarse de la Divinidad Madre en sí, que es el origen de todas esas fuerzas?

-A mí me parece que decir “Madre” es una forma más entrañable de decirlo, o incluso “Padre”, ya que la Divinidad no tiene sexo y tiene, al mismo tiempo, todos los sexos y caras que ella misma imagina (supongo que a través de nosotros) y que convierte en realidades vivas sobre el plano de su propia manifestación al imaginarlas... No creo que nadie un poco sensible llegue a olvidarse completamente de esa Totalidad Divina a la que llamamos La Madre o El Padre...

En cuanto a los aspectos específicos de la divinidad, aunque yo sepa siempre que sólo son las caras parciales del Conjunto, es fácil de entender que cuando estoy en medio de una tempestad sobre un navío, o ante un seísmo, me da más fuerza el rezarle al aspecto de la divinidad llamada Poseidón, rey específico del mar o de los terremotos, que a la Diosa o a Zeus.

-...¿Lo mismo que invocar a las Musas cuando vamos a cantar? –apuntó Jacín.

-Eso es, o a Hermes en medio de un negocio o de un viaje... en realidad estamos dirigiéndonos a las potencias específicas de nuestro interior o del cosmos, para que nos ayuden en un lance específico. Y no cabe duda que alguno de nosotros, a la hora de confiarse a sus potencias, sabe que puede confiar más en su Ares, el ímpetu, que en su Hermes, la diplomacia, porque lo maneja mejor, dado su carácter natal... o lo inverso.

-Orfeo, yo no quisiera para nada ofenderte –se atrevió a decir el íbero con circunspección- pero me da la impresión de que los dioses griegos están tan llenos de pulsiones emocionales como los hombres. Incluso espejean bien claramente pulsiones negativas, como la falsedad, la lujuria, la envidia, la cólera, la crueldad, la prepotencia... y hasta pueden ser muy inmisericordes y destructivos, según los mitos que todos cantamos.

-No me ofendes, amigo, es verdad lo que dices –contestó el tracio-. Nuestros dioses del Egeo, tal como normalmente los concebimos, no son sino nosotros mismos en un plano de mayor libertad, conocimiento y poder, pero todavía en un plano de dualidad y competencia, que se acentúa cuando se relacionan dioses y diosas, o cuando se agrupan en bandos contrapuestos, sirviéndose de los mortales, además, como peones de sus juegos de ego.

-A mí me gusta tener como modelo y centrar mi confianza en un dios que está por encima de todos esos juegos de ego y de dualidad –dijo Jacín.

-Ya lo he visto, colega... cuando relataste la historia de Pyrene la introducías con la cosmogonía de los atlantes contada por su abuelo, a partir de un Ser Eterno que se manifiesta en este plano como un dios andrógino del cual salen todos los dioses duales que normalmente se conocen... –observó Orfeo-... Jacín, eso no es nuevo para mí, en todas las culturas importantes que he conocido, por encima del nivel medio o general de comprensión, los iniciados consideran una Divinidad única, cósmica e impersonal, la energía fundamental de la Vida en el Universo, que se manifiesta en cada plano o dimensión como tres fuerzas primordiales: dos polaridades complementarias y una neutra.

La combinación de esas tres fuerzas movimentándose y geometrizando sobre el campo de la Eterna Matriz Universal, produce siete fuerzas secundarias que se identifican con las cualidades de los siete Planetas Sagrados. Estas fuerzas continúan combinándose y surgen doce emanaciones más, que se corresponden con las características de los signos zodiacales. Por último, las combinaciones de esas doce energías universales crean y desarrollan toda la variedad de las formas que existen en el universo.

…Pero dentro de esas culturas importantes, ese conocimiento profundo sobre el carácter impersonal de la Divinidad se reserva para los iniciados que lo buscan con el máximo interés y que tienen cabeza para entender abstracciones. Dárselo gratuitamente, sin que te lo pidan, a quienes son incapaces de comprenderlo, es como arrojar perlas a los cerdos. La inmensa mayoría de la gente no puede relacionarse con un Dios origen de todo, único y perfecto... pero tan elevado, distante y abstracto que, ante él, somos apenas como una gota de agua más para un pez que va por el mar.

…Tu relato estuvo muy bien, hábil aedo –siguió Orfeo-, pero tus oyentes sólo te empezaron a atender con comprensión e identificación cuando empezaste a hablar de los conflictos de poder y sentimientos entre la Diosa y sus parejas sucesivas o entre padres titánicos e hijos olímpicos. Eso les suena conocido y real, tiene imagen y materia, tiene analogía, esto es, es comparable o análogo a lo que encuentran en su casa y en su comunidad. Lo anterior les deja fríos, o les da pereza entrar en ello, por ser demasiado mental.

-Pero el mundo seguirá como está mientras no nos preocupemos de elevar la mentalidad de la mayoría... Nosotros somos comunicadores, Orfeo –dijo Jacín con pasión-, tenemos un deber, un compromiso con nosotros mismos ante nuestra propia capacidad, debemos dar lo mejor de la verdad que hemos recibido y comprendido. A veces pienso que seguir intentando explicar el mundo a través del lenguaje de las analogías y las metáforas sobre lo que ya es bien conocido, impide a nuestros oyentes ser creativos y abrirse a la comprensión de conceptos más abstractos, que definen lo definible de una manera más exacta y veraz.

-Mi padre decía que el vino del conocimiento puede ampliar la mente –recordó el tracio- pero que igualmente puede encerrarla y fanatizarla. No se puede dar vino a los niños. No es prudente entregar conocimiento a quien no está preparado para aprovecharlo como es debido. Hasta puede ser muy peligroso el conocimiento cuando usado por inteligencias soberbias y egoístas, sin consideración ni misericordia. Además, tampoco debes preocuparte tanto por tu compromiso ante el mundo, creo yo: cuando una persona está preparada para comprender lo que necesita, el conocimiento, simplemente, aparece. Así ha sido siempre conmigo.

-Perdona, pero creo que eso es una manera aristocrática de verlo –se empeñó el íbero-. Se ve enseguida que tú has sido finamente educado desde tu nacimiento, que eres un privilegiado. ¿Sabes lo que me ha costado a mí comprender lo que ahora canto? El conocimiento debería estar a disposición de todos. Claro que los reyes y sacerdotes saben que el conocimiento es libertad y es poder. Y se lo reservan para ellos y prefieren que sus pueblos sigan sin pensar, porque así son más manejables.

-También hay cierta verdad en eso que dices, Jacín. Pero, en lo que a mí se refiere, yo sólo he podido aprender lo más importante con dolor, esfuerzo de búsqueda y sacrificio, igual que tú. No me lo enseñaron mis padres ni mis profesores, sino la vida. Por eso estoy seguro de que no sirve de nada contarle a la gente cosas que no tienen interés en buscar, porque nunca las han vivido. Eso no es misión nuestra. El conocimiento no está oculto, está en todas partes –y recorrió el entorno con un gesto circular-. Es personal e intransferible y a cada individuo se lo pondrá la vida en su camino y en su propio sentir cuando llegue el momento.

-Entonces, según tú –suspiró Jacín-, aparte de entretener, divertir y estimular las emociones de la gente como hacen los bufones ¿Qué es lo que hacemos los vates cuando contamos un mito ante una hoguera?

-Pues lo que hacemos es exponer modestamente, por medio de metáforas, algo que tiene una enseñanza práctica frente a la vida, como los cuentos que las madres cuentan a sus niños, mostrando como en tal situación, usar nuestro Hermes en lugar de nuestro Ares puede conducir a éste o aquél desenlace, sobre todo si anda Afrodita por el medio, por ejemplo. O, por lo contrario, si es Hades el que anda. Esa enseñanza, esa lección, es lo que cuenta y lo que se graba en la memoria... esa lección que sale del cuento nos educa y nos entrena mentalmente para barajar posibilidades y tomar decisiones, cada vez que llega el momento en que hay que hacerlo... la verosimilitud o inverosimilitud del mito, incluso si es demasiado increíble, no me parece tan importante como esa enseñanza que contiene.

-¿Incluso cuando el mito se refiere a las historias tribales o nacionales?

-Incluso entonces- contestó Orfeo –. Al fin y al cabo, lo que llamamos Historia no es sino un cuento más que se puede contar de muchas maneras, como bien lo saben esos cuentistas oportunistas que son los políticos... yo soy un artista y no un historiador o un político, y cuando alabo a los íberos en casa de los íberos, que me trataron como un amigo, contando una historia en la que los íberos pueden sonreir orgullosos y quedarse muy contentos, nadie me puede llamar traidor o mentiroso porque luego haya a contar una historia parecida a los aqueos en su propia casa, en la que quienes quedan como héroes enfrente de los íberos son ellos...

-Claro, los mitos, mitos son –concordó Jacín-. Y quien quiera convertirlos en dogma de fe o usarlos para despreciar a los demás, no es culpa del mito ni del bardo, sino de su propia cerrazón mental.

-Yo soy un constructor de mundos mentales y sensibles y puedo crear y tomarme todas las licencias creativas que me parezcan adecuadas para edificar una historia más brillante. Ahora bien, a mí me gusta, si es posible, documentarme y componer historias lo más verosímiles, imparciales y convincentes que pueda, aunque a veces tenga que hablar de dos héroes que vivieron en dos épocas diferentes, por ejemplo... pero no me importa, si no están disparatadamente alejadas en el tiempo.

-Estoy de acuerdo –dijo Jacín sonriendo-. Quien quiera datos históricos “veraces”, que le pregunte a los ancianos de la tribu... cuando yo lo hago, cada uno me cuenta la misma batalla de una manera diferente...

-Lo que para mí importa, realmente, como aedo, o bardo, o artista –remató el tracio-, es el gusto de la historia misma y la reflexión, el mensaje sentimental o interno que el mito produce en los oyentes. Y le concedo mayor valor si la reflexión es dignificadora, liberadora o un estímulo al crecimiento evolutivo. Pero siempre calibrando el nivel de interés y comprensión de quien me escucha y ajustándome a ese nivel, nunca pretendiendo que ellos accedan al mío.

-Yo pienso que eso es lo positivamente esencial del arte y de la vida, -dijo Jacín- y lo único que, en verdad, nos vamos a llevar en la memoria del alma, cuando salgamos por fin de ella.




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